WHITE OUT Linda Howard Traducción: Norap Corrección: Adrianap
Capítulo 1
Iba a nevar. El cielo estaba bajo y plano, y se mezclaba con un amenazante gris purpúreo que oscurecía la cima de las montañas, así que era difícil decir dónde terminaba la tierra y comenzaba el cielo. El aire tenía un penetrante olor a amoníaco, y el borde helado del viento cortaba a través de los pantalones vaqueros de Hope Bradshaw como si estuvieran hechos de gasa en lugar de la gruesa tela del jean. Los árboles gemían bajo el azote del viento, las ramas crujiendo y fustigando, el bajo y lastimero sonido metiéndose en sus huesos. Ella estaba demasiado ocupada para detenerse y mirar fijamente las nubes, pero sin embargo siempre era consciente de ellas cerniéndose, acercándose rápidamente. El sentido de urgencia la mantuvo en movimiento, revisando el generador y asegurándose que tenía el combustible suficiente a mano, llevando madera extra a su cabaña y apilando más en el amplio y cubierto porche que estaba detrás de la cocina. Quizá sus instintos estaban equivocados y la nieve no ascendería a más de las cuatro a seis pulgadas que los meteorólogos estaban prediciendo. Ella, a pesar de todo, confiaba en sus instintos. Éste era su séptimo invierno en Idaho, y cada vez que había habido una gran nevada, había tenido ese mismo compulsivo sentimiento justo antes de que ésta sucediera. La atmósfera estaba cargada de energía y la Madre Naturaleza se estaba preparando para una explosión real. Fuera causada por la electricidad estática o sencillamente por un antiguo presentimiento, su columna vertebral hormigueaba con una inquietud que no le permitía descansar. Ella no estaba preocupada por cómo sobrevivir: tenía comida, agua, resguardo. Sin embargo, era la primera vez que Hope iba a pasar sola una gran nevada. Dylan había estado allí los dos primeros años; después de que él falleció, su padre se había mudado a Idaho para ayudarla a atender el centro de vacaciones. Pero su tío Pete había sufrido un ataque cardíaco hacía tres días, y su padre había volado a Indianápolis para estar con su hermano mayor. El diagnóstico del tío Pete era bueno: el ataque cardíaco fue relativamente leve, y él había llegado pronto al hospital, lo suficiente para minimizar el daño. Su padre planeaba quedarse otra semana, ya que él no había visto a ninguno de sus hermanos o hermanas durante un año. A ella no le molestaba estar sola, pero asegurar las cabañas era mucho trabajo para una sola persona. Había ocho, de una sola planta, algunas con una alcoba y otras con dos, protegidas por árboles muy altos. Había cuatro a un lado de la suya, una cabaña de estructura mucho más grande, y cuatro en el otro lado. Los nueve edificios rodeaban la orilla de un pintoresco lago lleno de peces. Ella tenía que asegurarse que las puertas y las ventanas estaban bien sujetas contra lo que podría ser un viento violento, las llaves de agua tenían que ser cerradas y las cañerías desagotadas para que no se congelaran y reventaran cuando la corriente se apagara, cosa en la que ella tenía una fe absoluta que ocurriría. Perder la energía no era un problema de si sucedía, sino cuándo. Realmente, el clima había sido benigno este año; aunque era diciembre, había habido sólo una nevada, unas pocas e ínfimas pulgadas, los vestigios de ella todavía perduraban en las áreas sombreadas y crujían bajo sus botas. Los centros turísticos de esquí venían mal y sus dueños darían la bienvenida incluso a una ventisca, si ésta dejaba atrás una buena y espesa base de nieve. Incluso el infamemente optimista galgo babeante (un dorado perro perdiguero conocido como Tinkerbell aunque no era ni una hembra ni un hada) parecía estar preocupándose por el clima. Él se quedaba justo detrás de ella cuando Hope caminaba de cabaña en cabaña, sentándose en el porche mientras trabajaba dentro. Su cola golpeaba en los tablones, en un aliviado saludo cuando reaparecía. -Ve a cazar un conejo o algo parecido - le dijo ella después de que casi tropezó con él cuando iba hacia la última cabaña. Pero aunque sus ojos castaños se encendieron con el entusiasmo ante la idea, él rechazó la invitación. Esos ojos marrones eran irresistibles y la miraban fijamente con amor y confianza ilimitada. Hope se puso en cuclillas y frotó detrás de sus orejas, haciéndolo retorcer, gimiendo de éxtasis como si él se derrumbara de placer. - Eres un gran bobo - le dijo ella amorosamente, y él respondió a su tono pasando la lengua por su mano. Tink tenía cinco años; ella lo había conseguido un mes después de que Dylan falleciera, antes de que su padre hubiera venido a vivir con ella. La torpe, adorable, amorosa pelota de pelusa parecía darse cuenta de su tristeza y se había consagrado a hacerla reír con sus bufonadas. Él la sofocó con
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afecto, lamiendo cualquier parte de ella que estuviera a su alcance, llorando por la noche hasta que se rindió y llevó al cachorro a la cama, donde se acomodó alegremente contra ella. La calidez del pequeño cuerpo en la noche, de algún modo hacía más soportable la soledad. Gradualmente el dolor se volvió menos agudo, su padre llegó y ella estuvo menos sola. Cuando creció, Tink de a poco se fue distanciando, pasando de su cama a la alfombra que estaba a su lado, luego a la puerta, y finalmente abajo a la sala, como si él estuviera quitándole el hábito de su presencia. Su acostumbrada mancha durmiente ahora estaba en la alfombra delante del hogar, aunque hacía periódicas recorridas por la casa durante la noche para asegurarse que todo en su mundo de perro estaba bien. Hope miró a Tink, y sus pulmones se contrajeron de repente, comprimiéndose por el enorme sentido de pánico que se apoderó de ella. Él tenía cinco años. ¡Dylan había muerto hacía cinco años! La imposibilidad de esto la aturdió, sacudiéndola. Hope miró fijamente, sin ver, al perro, con los ojos muy abiertos y fijos y su mano todavía en su cabeza. Cinco años. Ella tenía treinta y un años, era una viuda que vivía con su padre y su perro, que no había tenido una cita en... Dios, casi dos años ahora, y habían sido en total sólo tres citas de todos modos. No había ningún vecino cerca, el motel la mantenía ocupada durante el verano cuando los viajes eran más fáciles, y se había propuesto no involucrarse con ninguno de los huéspedes, aunque no conoció a nadie con quien deseara involucrarse. Herida, miró a su alrededor como si no reconociera su entorno. Había habido momentos antes, cuando la realidad de la muerte de Dylan la golpeaba con dureza, pero esto era diferente. Esto era como darse patadas en el pecho. Cinco años. Treinta y uno. Los números siguieron haciendo eco en su mente, persiguiéndola en círculos como enloquecidas ardillas. ¿Qué estaba haciendo allí? Estaba viviendo su vida aislada en las montañas, tan inmersa en ser la viuda de Dylan Bradshaw que había olvidado ser ella misma, administrando el pequeño y exclusivo centro de vacaciones que había sido el sueño de Dylan. El sueño de Dylan, no el suyo. Nunca había sido el suyo. Oh, había estado bastante contenta de venir a Idaho con él, ayudándolo a construir su sueño en ese paraíso desierto, pero su sueño había sido mucho más simple: un buen matrimonio, niños, el tipo de vida que sus padres habían disfrutado, penetrantemente dulce en su normalidad. Pero Dylan se había ido, su sueño frustrado para siempre, y ahora el suyo también estaba en peligro. No había vuelto a casarse, no tenía ningún hijo y tenía treinta y un años. - Oh, Tink - susurró. Por primera vez comprendió que nunca podría volver a casarse y nunca podría tener una familia propia. ¿Adónde se había ido el tiempo? ¿Cómo se había marchado, inadvertido? Como siempre, Tinkerbell se dio cuenta de su humor y se colocó más cerca de ella, mientras lamía sus manos, su mejilla, su oreja, casi derribándola en su frenesí de simpatía. Hope lo agarró y recobró su equilibrio, riéndose un poco a pesar de sí misma mientras limpiaba el último regalo del babeante perro. - Está bien, está bien, no voy a compadecerme más de mí misma. Si no me gusta lo que he estado haciendo, entonces lo cambio, ¿correcto? Su cola se meneaba, su lengua colgaba, y sonreía con su risa de perro que decía que él aprobaba su velocidad para deducir lo que ella debía hacer. - Por supuesto - le dijo mientras bajaba por el sendero hacia la última cabaña - tengo otras cosas que considerar. No puedo olvidarme de papá. Después de todo, él vendió su casa y vino aquí por mí. No sería justo desarraigarlo de nuevo y decirle "gracias por tu apoyo, pero ahora es tiempo de que pasemos a otra cosa”. ¿Y qué pasa contigo, papanatas? Estás acostumbrado a tener muchas habitaciones para vagar y, enfrentémoslo, tú no eres delicado. Tink trotaba detrás de ella, brincando en sus talones como un cachorro demasiado crecido y paró sus orejas cuando escuchó su tono. Era familiar, ya no triste, y entonces su cola se sacudió alegremente de un lado para otro. - Quizás debería hacer un esfuerzo para salir más. El hecho de que haya tenido sólo tres citas en cinco años podría ser mi culpa – reconoció Hope irónicamente. Enfrentémoslo, la desventaja de vivir en un área remota es que no hay muchas personas alrededor. Bahh. Tink se paró en seco, sus brillantes ojos fijos en una ardilla que correteaba por el camino delante de ellos. Sin siquiera una mirada arrepentida por abandonarla, salió en furiosa persecución de la ardilla, mientras ladraba locamente. Eliminar de Idaho las villanas ardillas era la ambición en la vida de Tink; aunque él nunca había atrapado una, no dejaba de intentarlo. Después de tratar infructuosamente de sacarle ese hábito, temiendo que se metiera con una ardilla rabiosa, Hope había abandonado su esfuerzo y en cambio se había asegurado que siempre tuviera aplicada su vacuna contra la rabia. La ardilla corrió al árbol más cercano y sólo se detuvo cuando estaba fuera del alcance de las arremetidas de Tink, chillándole e incitando a Tink a ladrar y saltar aún más, como si sospechara que estaba burlándose de él.
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Dejando al perro con su diversión, Hope se acercó al largo porche delantero de la última cabaña. Aunque el pequeño centro de vacaciones había sido idea de Dylan, su sueño, entrar en una de las cabañas siempre le producía un sentimiento de orgullo. Él las había diseñado, pero fue ella la que las había decorado, encargándose de ellas. Los muebles eran diferentes en cada una, pero similar en su simplicidad y comodidad. Las paredes estaban decoradas con buen gusto, en lugar de tener destartaladas cabezas de ciervo compradas en las ventas de garaje. El mobiliario era bastante cómodo para una pareja en su luna de miel y suficientemente sólido para una partida de caza. Había intentado hacer que cada uno se sintiera como en casa en lugar de estar en una cabaña alquilada, con las alfombras, las lámparas y los libros, así como con una cocina totalmente equipada. Había radio pero no televisión, porque la recepción en las montañas era deficiente y la mayoría de los huéspedes mencionaban qué tranquila era su estancia sin ese aparato. Había una televisión en la cabaña de Hope, pero esta sintonizaba una sola emisora durante el buen tiempo y ninguna en absoluto durante el mal tiempo. Estaba considerando invertir en una televisión con antena parabólica porque los inviernos eran muy largos y a menudo aburridos, y ella y su padre sólo podían jugar a las damas. Si lo hiciera, pensó, podría agregar un receptor extra o dos de manera que un par de cabañas pudieran tener servicio de televisión para ofrecer como una opción. Las cosas no podrían permanecer igual; si mantenía el complejo de vacaciones, tendría que hacer cambios y mejoras continuamente. Tomando una llave inglesa de su bolsillo lateral, cerró la válvula de agua de la cabaña, entonces comenzó a desagotar las cañerías. Las cabañas estaban eléctricamente calefaccionadas, así que cuando la energía se fuera, rápidamente se pondrían frías. Cada cabaña tenía un hogar, pero si viniera una ventisca, de ninguna manera podría abrirse camino de cabaña en cabaña, para encender el fuego y mantenerlo encendido. Una vez hecho, aseguró las contraventanas, y cerró con llave la puerta. Tink había perdido el interés en la ardilla y había estado esperándola en el porche. - Ya está - le dijo. - Todo terminado. Y justo a tiempo, también - agregó, cuando un copo de nieve flotó delante de su nariz. - Vamos a casa. Él entendió la palabra "casa" y brincó a sus pies, mientras jadeaba ávidamente. Un copo de nieve flotó delante de su nariz, y él lo corrió. Cayó otra lágrima maníaca, y el perro correteaba de un lado a otro, mientras saltaba sobre los copos de nieve e intentaba atraparlos. Su expresión invitó a Hope reírse de él, y lo hizo, entonces se unió a él en una persecución de copos de nieve que se convirtió en un juego infantil, y terminó con ella corriendo y saltando en la nieve como cuando tenía cinco años. Cuando llegó a la cabaña grande, estaba exhausta, jadeando más duramente que Tink y riéndose tontamente de sus bufonadas. Él alcanzó la puerta antes que ella, por supuesto, y como siempre estaba impaciente por entrar. Giró la cabeza para ladrarle, demandando que se apurara y abriera la puerta. - Eres peor que un niño -, dijo ella, inclinándose sobre él para girar el pomo de la puerta. - No podías esperar para salir, y una vez que estuviste afuera, no puedes esperar para volver a entrar. Deberías disfrutar del aire libre mientras puedas, porque si esta nevada es tan mala como pienso que va a ser, pasarán un par de días antes que puedas salir a correr. La lógica no hizo mella en Tink. Simplemente movió la cola más rápido, y cuando la puerta se abrió, él se lanzó por la abertura, ladrando un poco mientras trotaba alrededor del espacioso, alfombrado piso, verificando todos los olores familiares antes de lanzarse hacia la cocina y salir otra vez, volviendo entonces con Hope como diciendo, “yo he verificado las cosas afuera y está todo bien”. Ella lo acarició, y después soltó su pesado abrigo de piel de oveja y lo colgó en el perchero del vestíbulo, suspirando con alivio ante la sensación de libertad y frescura. Su hogar era hermoso, pensó, mirando alrededor. Ni grande, ni lujoso, pero definitivamente hermoso. El frente del chalet era una pared de vidrio, permitiendo una vista maravillosa del lago y las montañas. Una chimenea grande de piedra se elevaba y unía los dos pisos, y ventiladores gemelos de techo colgaban de vigas expuestas, haciendo circular el aire tibio que se elevaba, devolviéndolo al piso bajo. Hope tenía lo que se decía “dedo verde”, y helechos lujuriosos y otras plantas domésticas daban al interior de la casa una frescura exuberante. El piso era de anchas tablas de madera, de color oro pálido y cubierto con gruesas alfombras en ricos matices de azul y verde. Una escalera elegantemente curvada iba hasta el primer piso, y la baranda blanca de la escalera continuaba a través del balcón. Para Navidad ella siempre enrollaba luces y follaje verde sobre la baranda de la escalera y la del balcón, y el efecto era conmovedor. Había dos dormitorios arriba, la habitación principal con baño y un dormitorio más pequeño, que ellos habían pensado utilizar como dormitorio de los niños, y en el piso inferior un dormitorio grande detrás de la cocina. Su padre utilizaba el dormitorio de abajo, diciendo que la escalera era dura para sus rodillas, pero la verdad era que el arreglo les dio a ambos más intimidad. La cocina era espaciosa y eficiente, con más espacio en los gabinetes de los que ella utilizaría jamás, una isla para cocinar que adoraba, y un enorme refrigerador-congelador de lado a lado que podía contener suficiente comida para alimentar a un ejército. Había también una despensa bien surtida, un pequeño lavadero y un tocador de servicio, y
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después que su padre se había mudado, Hope había agregado un pequeño baño completo que conectaba con su dormitorio. El efecto total era innegablemente hermoso y cómodo, pero cada vez que la electricidad se iba, Hope deseaba que ellos hubieran tomado mejores decisiones acerca de qué había o no que conectar al generador. El refrigerador, el extractor, y el termotanque de agua estaban conectados. Para ahorrar dinero compraron un generador más pequeño, y decidieron no conectar la calefacción, las luces, ni ningún enchufe de pared excepto ésos en la cocina. En un apagón, habían razonado, la chimenea en la sala de estar proporcionaría suficiente calor. Desgraciadamente, sin el ventilador de techo trabajando para mantener el aire circulando, la mayor parte del calor producido por la chimenea iba directamente al primer piso. El primer piso estaría sofocante de calor, mientras que el de abajo quedaba helado. La situación era soportable, pero no cómoda, especialmente por un lapso de tiempo. Olvídate de la antena parabólica, pensó. El dinero se gastaría mejor en un generador más grande y en mejorar la parte eléctrica. Ella miró por las ventanas; aunque eran sólo las tres de la tarde, las nubes estaban tan pesadas que parecía que estuviera anocheciendo afuera. La nieve caía más rápido ahora, gruesa, pesados copos que ya habían cubierto el suelo de blanco en el poco tiempo que había estado adentro. Tiritó de repente, aunque la casa estaba perfectamente confortable. Una gran olla de estofado de carne de vaca vendría muy bien, pensó. Y si la electricidad estaba apagada durante mucho tiempo, quizás terminaría terriblemente aburrida de estofado de carne de vaca, pero calentar un plato de eso en el microondas gastaría mucha menos energía del generador que cocinar una comida de la nada cada vez que tuviera hambre. Pero quizás estaba equivocada. Quizás no nevaría tanto.
Capítulo 2 Ella estaba equivocada. El viento empezó a rugir, enloquecido, y la nevada se volvió pesada. Con el anochecer, Hope no pudo seguir mirando por las ventanas, así que abrió la puerta principal para asomarse fuera, y el viento salvaje empujó la puerta contra ella, casi golpeándola y haciéndola caer. La nieve irrumpió en el gran salón. No podía ver afuera nada más que una pared blanca. Jadeando, asió la puerta y apoyó todo su peso contra ella, forzándola a cerrarse. El viento se coló por los bordes con un agudo gimoteo. Tink le olió las piernas, asegurándose que estuviera bien, entonces le ladró a la puerta. Hope se retiró el pelo de la cara y soltó un profundo suspiro. Esto era una ventisca hecha y derecha, era una nevada terrible, donde el viento azotaba y movía la nieve e impedía toda visibilidad. El hombro le dolía donde la puerta la había golpeado, y la nieve se derretía en su piso encerado. – No haré esto otra vez -, murmuró ella, yendo en busca de un cepillo y un trapo para secar el piso. Mientras estaba limpiando el agua, las luces bajaron, después parpadearon brillantes otra vez. Diez segundos después, se apagaron. Habiéndolo esperado, tenía una linterna a mano, y la encendió. Por un momento la casa estuvo misteriosamente silenciosa, entonces el generador arrancó automáticamente y en la cocina el refrigerador volvió a la vida. Ese ruido apagado fue suficiente para desterrar la alarmante sensación de estar incapacitada. Por anticipado, Hope había sacado las lámparas de aceite. Encendió la lámpara en la repisa de la chimenea, después acercó un fósforo a la leña seca y al rollo de periódico bajo los troncos que ya había colocado. Pequeñas llamas amarillas y azules lamieron el papel, elevándose para encender la leña. Miró el fuego por un momento para cerciorarse que había agarrado, y entonces fue encendiendo las otras lámparas, girando las mechas dejándolas bajas para que no humearan. Normalmente no hubiera encendido tantas lámparas, pero normalmente no estaba sola, tampoco. Nunca había pensado que era tímida y tampoco que la atemorizada la oscuridad, pero algo acerca de estar solo en una ventisca era un poco atemorizante. Tink se acomodó en la alfombra, su hocico descansando sobre sus patas delanteras. Totalmente tranquilo, él cerró sus ojos. - No deberías excitarte tanto -, le aconsejó Hope al perro, y le respondió poniéndose de lado y estirándose. No había habido señal de la televisión en toda la tarde, y la radio emitía en su mayor parte estática. La había apagado más temprano pero ahora la cambió para que operara con batería y la encendió otra vez, esperando que la recepción fuera mejor. No lo era. Suspirando, la apagó otra vez. Porque, a este ritmo, quizás pasaría un par de días antes aprendiera que había una ventisca. Era demasiado temprano para acostarse; se sentía como si debiera estar haciendo algo, pero no sabía qué. Inquieta anduvo dando unas vueltas, el chillido le estaba atacando los nervios. Quizá un
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baño ayudaría. Subió las escaleras, desnudándose a medida que subía. El calor se iba intensificando, y como la puerta de su dormitorio estaba abierta, la habitación estaba caldeada. En vez de darse una ducha, llenó la tina con agua y se hundió hasta el cuello, su pelo rubio sujeto encima de la cabeza y la luz parpadeante de una lámpara alumbrándola. La carne desnuda brillaba en el agua, curiosamente diferente a la luz de lámpara; sus curvas estaban muy iluminadas y las sombras se profundizaban así que los senos parecían más voluptuosos, el pelo de su entrepierna más oscuro y misterioso. No era un mal cuerpo, para tener treinta y uno, pensó mientras se inspeccionaba. De hecho, era un maldito buen cuerpo. El trabajo duro mantenía su cuerpo delgado y tonificado. Sus senos no eran grandes, pero eran altos y bien formados; el vientre estaba plano, y tenía un lindo trasero. Era un cuerpo que no había tenido sexo en cinco años largos. Inmediatamente hizo una mueca de dolor ante ese pensamiento. Aunque había disfrutado haciendo el amor con Dylan, en general no estuvo atormentada por la falta de sexo. Hasta un par de años después de su muerte, no había sentido el más leve cosquilleo de necesidad sexual. Eso había cambiado gradualmente, pero no hasta el punto de generar en ella la suficiente frustración como para hacer algo al respecto. Ahora, sin embargo, sus entrañas se apretaron con una oleada aguda de necesidad. Quizá el baño de inmersión había sido un error, el roce del agua tibia en su cuerpo desnudo, era demasiado parecido a un toque, a una caricia. Las lágrimas quemaban sus ojos y los cerró, recostándose y hundiéndose aún más profundamente en el agua, permitiendo que la envolviera. Ella deseaba sexo. Los duros embates, el sudor, su sexo latiendo de deseo. Y ella quería amar otra vez, ser amada otra vez. Ella quería la cercanía, el calor, el poder extender la mano en la noche y saber que no estaba sola. Ella quería un bebé. Quería ir andando lentamente con los senos hinchados y el vientre abultado, la vejiga bajo presión constante, sintiendo a su niño retorciéndose de ella. Oh sí, ella lo deseaba. Se permitió cinco minutos más de lástima por sí misma, entonces inspiró profundamente y se incorporó enérgicamente, usando los dedos del pie para abrir el desagüe. Una vez parada, cerró la cortina para no mojar el piso y abrió la ducha, aclarando al mismo tiempo el jabón y la melancolía. Quizá no tuviera un hombre, pero tenía un pijama de franela grueso y agradable, y se lo puso, gozando con el calor y el consuelo. El pijama de franela poseía el mismo poder de consuelo que un tazón de sopa caliente en un día frío, un subliminal “allí, allí”. Después que cepillarse los dientes y el pelo, humectarse el rostro, y ponerse un par extra-grueso de calcetines, se sentía considerablemente mejor. Consentirse con un baño caliente, el llanto, y un ataque de autocompasión era algo que no había hecho en mucho tiempo, y que había ido postergando. Ahora que el ritual había quedado atrás, se sentía lista para enfrentarse a una ventisca. Tink estaba acostado al pie de la escalera, esperándola. El se meneó en saludo, y se extendió delante del último escalón por lo que tuvo que dar un paso sobre él. – Podrías moverte -, le dijo, mientras seguía caminando. No hizo caso de la insinuación, asumiendo era su derecho tirarse dondequiera que quisiera. Después del calor de arriba, abajo estaba fresco. Avivó el fuego, entonces calentó en el microondas una taza de chocolate. Con el chocolate, un libro, y una pequeña lámpara para leer que operaba a pilas, se instaló en el sofá. Cojines detrás de su espalda y una manta sobre sus piernas agregaron el toque perfecto. Tranquila, mimada, cómoda, se perdió en el libro. Las horas de la noche llegaron. Dormitó, despertó, echó una ojeada al reloj en la repisa de chimenea: diez y cincuenta. Debía acostarse, pensó, pero levantarse solo para poder acostarse otra vez parecía ridículo. Por otro lado, tenía que levantarse de todos modos para atender el fuego, que estaba bajo. Bostezando, agregó un par de troncos al fuego. Tink se acercó a mirar, y para que Hope lo acariciara detrás de las orejas. De repente él se puso tieso, las orejas levantadas, un gruñido retumbado en la garganta. Corrió hacia la puerta principal y se paró frente a ella, ladrando furiosamente. Había algo afuera. Ella no sabía cómo Tink podría oír algo sobre el rugido del viento, pero confiaba en la agudeza de sus sentidos. Tenía una pistola en el cajón de su mesita de noche, pero eso era arriba y el rifle de su padre estaba mucho más cerca. Corrió hacia el dormitorio, los calcetines deslizándose sobre el piso encerado; al llegar asió el rifle y la caja de balas del estante de abajo. Llevó ambos al hall central donde podía ver, y cargó cinco balas en el cargador. Entre el viento y los ladridos de Tink, no podía oír nada más. - Tink, cálmate! – le ordenó. – Ven aquí, chico -. Ella se tocó el muslo, y con una preocupada mirada hacia la puerta, Tink trotó hasta pararse al lado de ella. Le acarició la cabeza, murmurándole un elogio. Él gruñó otra vez, cada músculo de su cuerpo en tensión mientras se paraba delate de ella y empujaba contra sus piernas. ¿Fue eso un golpe en el pórtico? Esforzando las orejas, mientras tocaba a Tink para que estuviera callado, inclinó la cabeza y escuchó. El viento aullaba.
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Su mente volaba, pensando en todas las posibilidades. ¿Un oso? Normalmente ellos estarían en sus guaridas para esta época, pero el tiempo había estado templado. Puma, lobo… evitaban a los humanos y a una casa, si era posible, ¿podría una ventisca volverlos lo suficientemente desesperados para buscar el mismo refugio que los animales tímidos y cautelosos, ignorando sus instintos?. Algo golpeó contra la puerta, duramente. Tink se alejó de ella, cargando contra la puerta, ladrando enloquecido otra vez. El corazón de Hope latía con fuerza, sus manos sudaban. Se restregó las manos en su pijama y agarró el rifle más fuertemente. - Tink, estate quieto! El perro la ignoró, ladrando aún más fuerte al sonar otro golpe, éste lo suficientemente fuerte para sacudir la puerta. ¿Oh, Dios, sería un oso? La puerta probablemente aguantaría, pero las ventanas no lo harían, no si el animal estaba determinado a entrar. - Auxilio. Ella se congeló, no segura de haber oído la amortiguada palabra. - Tink, cállate! - gritó ella, y el tono de su voz calló brevemente al perro. Ella se acercó a la puerta, el rifle preparado en sus manos. – Hay alguien ahí? – Preguntó. Otro golpe, mucho más débil, y algo que sonó como un gemido. -Dios Mío -, susurró, pasando el rifle a la otra mano y acercándose para destrabar la puerta. Había una persona afuera con este tiempo. Ella ni siquiera había considerado esa posibilidad, porque estaba muy alejada de la carretera principal. Cualquiera que hubiera dejado la protección de su vehículo no habría sido capaz de llegar a su casa, no en estas condiciones. Abrió la puerta y algo blanco y pesado chocó contra sus piernas. Ella gritó, tambaleándose hacia atrás. La puerta chocó contra la pared, y el viento desparramó nieve por todas partes sobre el piso, entonces chupó el calor de la cabaña con su aliento helado. La cosa blanca en su piso era un hombre. Hope dejó el rifle a un lado y lo asió de los brazos. Ella apoyó bien las piernas, tratando de arrastrarlo a través del umbral y así poder cerrar la puerta, y gruñó cuando solo logró moverlo unas pocas pulgadas. ¡Maldición, él era pesado!. Bolitas de hielo golpearon su cara como abejas, y el viento era increíblemente frío. Ella cerró sus ojos contra el ataque violento y se preparó para otro esfuerzo. La desesperación le dio fuerzas; tiró hacia atrás, acarreando al hombre. Ella cayó, el peso del hombre sujetándola al piso, pero sus piernas estaban sobre el umbral. Tink estaba a su lado él mismo preocupado, ladrando y oliscando, a veces gimoteando. Empujó con su hocico la cara de Hope, dándole un rápido lamido, como animándola, sin saber si era para ella o para él mismo; después él olió al extraño y volvió a ladrar. Hope juntó fuerzas para un nuevo intento, y dejó al hombre completamente adentro. Jadeando, se apoyó contra la puerta y luchó para cerrarla. El viento arremetió contra ella, como enfurecido por haber sido dejado afuera. Ella podía sentir la pesada puerta estremecerse bajo el violento ataque. Hope aseguró el cerrojo, entonces volvió su atención al hombre. Él tenía que estar muy mal. Frenéticamente se arrodilló al lado de él, sacudiéndole la nieve y el hielo que cubría sus ropas y la toalla que él había envuelto sobre su cara. - Puede usted oírme? - preguntó ella insistentemente. - Está despierto? Él estaba mudo, fláccido, ni siquiera tiritaba, lo que no era un buen signo. Ella empujó la capucha de su pesado abrigo y desenvolvió la toalla de su cara, después la utilizó para limpiar la nieve de sus ojos. Su piel estaba blanca por el frío, sus labios azules. De la cintura hacia abajo, sus ropas estaban mojadas y cubiertas por una capa de hielo. Tan rápidamente como le fue posible, dado su tamaño y la dificultad para sacarle la ropa mojada que se había congelado a un hombre inconsciente, congelado y tieso, ella empezó a desnudarlo. Los guantes gruesos fueron lo primero, después el abrigo. No tenía tiempo de inspeccionar para ver si los dedos estaban congelados, pero se movió hacia abajo, a sus pies y empezó a desenlazar las botas aislantes, y luego a quitárselas. Él llevaba dos pares de calcetines, y se los sacó. Los pies estaban helados. Volviendo a subir, empezó a desabrochar su camisa y sólo entonces advirtió que él llevaba el uniforme de un delegado del sheriff, la camisa se estiraba apretada a través del pecho y los hombros. Bajo la camisa llevaba un jersey térmico, y abajo una camiseta. Había estado preparado para un tiempo frío, pero no para ser agarrado en el exterior. Quizá su vehículo se había salido del camino, aunque ella no sabía cómo podía haber avanzado semejante distancia bajo estas drásticas condiciones. No era nada menos que un milagro, o pura casualidad, que hubiera logrado tropezar con la casa. Por lógica, tendría que haber muerto afuera, en la nieve. Y a menos que pudiera hacerlo entrar en calor, todavía podía morir. Dejó las tres camisas en un montón, entonces atacó la hebilla del cinturón. Estaba cubierta de hielo, el cinturón mismo congelado y tieso. Aún la cremallera de su bragueta estaba helada. Incapaz de ver en la tempestad, debía haber entrado en el lago; lo maravilloso era que hubiera logrado permanecer de pie y no haberse sumergido completamente. Si se hubiera hundido y mojado la cabeza, no hubiera sido
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capaz de llegar a la casa; la mayor parte del calor del cuerpo se pierde por la superficie del cuero cabelludo. Luchó con la tela tiesa, utilizando toda su fuerza para quitarle sus pantalones. La ropa interior térmica de abajo era aún más difícil porque se adhería. Finalmente quedó en su piso sobre un charco de nieve y hielo fundido, vestido sólo con sus calzoncillos blancos. Pensó en dejárselos, pero estaban húmedos también, y mantenerlo caliente era más importante que preservar su modestia. Se los bajó por sus piernas y los tiró en el montón de ropas mojadas. Ahora tenía que secarlo y abrigarlo. Corrió al cuarto de baño de abajo y recogió algunas toallas, y después arrancó las mantas de la cama de su padre. Volvió corriendo. El hombre no se había movido de su posición extendida en el piso. Lo arrastró fuera del charco, apresuradamente lo secó, estiró una manta en el piso y lo hizo girar hasta que quedó encima. Envolviendo la manta alrededor de él, lo arrastró delante del fuego. Tink lo olió, gimoteado, y luego se acostó a su lado. - Eso es muchacho, acurrúcate más cerca -, susurró Hope. Los músculos le temblaban por el esfuerzo, pero corrió a la cocina y calentó una de las toallas en el microondas. Cuándo la sacó, la tela estaba tan caliente que apenas la podía sostener. Volvió corriendo al gran salón y envolvió la toalla caliente alrededor de la cabeza del hombre. Entonces, resueltamente, se quitó sus propias ropas. Estaba desnuda bajo el pijama, pero cuando la vida de este hombre dependía de cuan rápido ella lo pudiera calentar, no podía perder tiempo en correr escaleras arriba para ponerse ropa interior. Asiendo la otra manta, la sostuvo delante del fuego hasta que estuvo caliente. Tiró de la manta que envolvía al hombre y la colocó alrededor de sus pies fríos; después, colocó la manta tibia sobre él, y entonces ella se deslizó bajo ella, con él. Compartir el calor del cuerpo era la mejor manera de combatir la hipotermia. Hope se apretó contra su helado cuerpo, forzándose a no estremecerse cuando su piel helada tocó la suya. Oh, Dios, él estaba tan frío. Se subió sobre él, puso sus brazos a su alrededor, apretando su cara tibia contra él. Masajeó sus brazos y hombros, le metió las manos bajo su vientre, acunó sus orejas hasta que estuvieron calientes. Deslizó los pies sobre sus piernas, de arriba abajo, alejando el frío, masajeando la sangre por sus venas. Él gimió, un débil sonido que apenas se escuchaba salió de sus labios abiertos. - Eso es -, murmuró ella. - Despierta, cariñito -. Ella acarició su cara, su barba crecida le raspó la palma. Sus labios ya no estaban azules, pensó ella. La toalla alrededor de su cabeza se había enfriado. Hope lo desenvolvió y salió de debajo de la manta, entonces corrió a la cocina y recalentó la toalla en el microondas. De vuelta en el gran salón, le puso la toalla alrededor de la cabeza, y se metió bajo la manta con él otra vez. Él era alto, y ella no lo era; no podía llegar a todo él al mismo tiempo. Se deslizó hacia abajo y le abrigó los pies con los suyos, rizando los dedos de los pies sobre los suyos hasta que la carne agarró algo del calor de su cuerpo. Resbalando su cuerpo hacia arriba, ella se le colocó encima otra vez. Él era puro músculo, y eso era bueno, porque los músculos generaban calor. Él comenzó a tiritar.
Capítulo 3
Hope lo sostuvo, murmurándole, tratando de hacerlo hablar con ella. Si pudiera hacer que se despertara para beber algo de café, el calor y la cafeína sería algo que a larga lo despertaría, pero tratar de verter café caliente en un hombre inconsciente era una forma de ahogarlo y quemarlo. Él gimió otra vez, e hizo una rápida aspiración. Hizo un movimiento brusco con la cabeza, quitándose la toalla. El calor le había secado el pelo; era oscuro, con reflejos como de bronce al resplandor del fuego. Hope volvió a poner la toalla alrededor de la cabeza para evitar que perdiera nada del precioso calor corporal que él había ganado, y acarició su frente, las mejillas. - Despierta, cariño. Abre tus ojos y habla conmigo -. Ella le murmuró, utilizando inconscientemente los términos cariñosos para alentarlo y engatusarlo a responder. Las orejas de Tink se alzaron, porque él estaba acostumbrado a que utilizara ese tono dulce cuando ella hablaba con él. Él volvió a acostarse a los pies del hombre, apoyándose contra ellos otra vez. Quizá podía sentir el frió de los pies a través de la manta; con esa piel gruesa, eso sería bueno para él. O quizá fuera el instinto que lo hacía querer abrigar al hombre. Hope habló con Tink también, diciéndole lo buen perro que era. Los débiles y ocasionales temblores comenzaron a intensificarse. Estos arrasaron el cuerpo del hombre, poniéndole áspera la piel, retorciendo sus músculos. Los dientes se apretaron y empezaron castañetear. Hope lo sostuvo mientras lo sacudían las convulsiones. Él estaba sufriendo, apenas consciente, gimiendo y respirando fuerte. Trató de hacerse una pelota, pero ella lo abrazó más fuerte. – Está bien, todo está bien -, volvió a decirle ella. - Despierta, por favor. Abre tus ojos.
7
Increíblemente, él obedeció. Sus párpados se abrieron apenas. Sus ojos estaban vidriosos, desenfocados. Después se cerraron otra vez, las pestañas oscuras descansaron en sus mejillas. Sus brazos se levantaron y se cerraron alrededor de ella, adhiriéndose desesperadamente a su calor cuando tuvo otro ataque de temblores incontrolables. Su cuerpo entero estaba tenso, estremeciéndose. Era tan fuerte como un buey; sus brazos eran como bandas de acero alrededor de ella. Murmuró para apaciguarlo, frotando sus hombros, apretándose a él tanto como pudo. Su piel se sentía definitivamente más tibia ahora. Ella estaba caliente, sudando por el esfuerzo y por estar envuelta en la manta caliente. Estaba agotada por el esfuerzo de arrastrarlo a él adentro y de luchar para quitarle sus ropas, tanto como del estrés de saber que él moriría si ella no podía hacerlo entrar en calor. Él se relajó bajo ella, el ataque de temblores había pasado. Respirando pesadamente. Se movió inquieto, levantando las piernas, arrancándose la toalla de su cabeza. La toalla parecía molestarlo, así que ella no se la volvió a colocar. En lugar de ello la dobló y le levantó la cabeza para deslizarla debajo, haciendo de almohada entre la cabeza y el duro piso. Al principio él había estado demasiado frío, y la situación era demasiado urgente, para que lo advirtiera, pero ahora se estaba dando cuenta de las sensaciones producidas por su cuerpo desnudo contra el suyo. Él era un hombre alto y bien construido, con un agradable pecho peludo e incluso más que agradables duros músculos. Buen mozo también, ahora que sus facciones no estaban apretadas y azules. Sus pezones hormigueaban al rasparse con el vello de su pecho, y Hope supo que era tiempo de levantarse. Empujó suavemente contra él, tratando de levantarse, pero él gimió y apretó sus brazos, tiritando otra vez, así que se permitió a sí misma relajarse. Los temblores no eran tan violentos. Él tragó y lamió sus labios, y sus ojos parpadearon, abriéndose otra vez, apenas por un segundo. Entonces pareció dormitar, y como estaba tibio ahora, Hope no se alarmó. Sus propios músculos temblaban por el agotamiento. Cerró sus ojos también, descansando por apenas un minuto. El tiempo pasó. Medio dormida, tibia, agotada por la fatiga, no sabía si había pasado un minuto, o una hora. La mano de él bajó hacia su trasero, curvándose sobre una de sus redondeadas nalgas. Él se movió bajo ella, moviendo sus musculosas piernas, deslizándolas entre sus muslos. Su grueso pene empujando contra su expuesta entrada. Sucedió tan rápido, que estaba dentro de ella antes que estuviera completamente despierta. Él se dio vuelta, sujetándola bajo él en la manta, montándola, metiendo su pene en ella, profundamente, con empujones rápidos y duros. Después de cinco años de castidad, la penetración la lastimaba, estirando su vagina para dar cabida a su grueso miembro, pero se sentía bien también. Desorientada, increíblemente excitada, Hope arqueó las caderas y lo sintió penetrar profundamente, empujando su útero. Hope gritó, jadeante, arqueando el cuello hacia atrás al notar las sensaciones que llegaban hasta sus terminales nerviosas. No hubo delicadeza, ningún persistente juego previo. Él empezó simplemente a empujar, su pesado cuerpo manteniéndola abajo, y ella envolvió sus brazos y piernas alrededor de él y encontró sus empujes con sus propios empujones inconscientes. A la suave luz del fuego y de la lámpara ella vio su cara, sus ojos estaban abiertos ahora, muy azules y todavía aturdidos, su expresión absorta en la dureza de su reacción física. Él operaba únicamente con su instinto animal, su cuerpo despertado por la cercanía del suyo, por la desnuda intimidad que había sido necesaria para salvar su vida. Él sólo estaba enterado que estaba abrigado y vivo, y del desnudo cuerpo de ella entre sus brazos. En un nivel puramente físico, el placer era más intenso que cualquiera que hubiera conocido jamás. Nunca se había sentido más mujer, nunca fue tan agudamente conciente de su propio cuerpo, ni de la ruda masculinidad de un hombre. Ella sentía cada pulgada de su pene grueso y duro mientras él se impulsaba dentro y fuera de ella, sentía la excitación, dándole la bienvenida y aferrándolo con su carne interior mientras cada estocada la llevaba más y más cerca del clímax. Ella estaba intolerablemente caliente, su piel ardía, temblando por ese placer que estaba apenas fuera de su alcance. Aferró su trasero, apretándolo contra ella y hundiéndose tan profundamente en él como le era posible, gritando cuando la intensidad del placer llegó a ser demasiado. Él dio un grito ronco y se convulsionó, corcoveó, las caderas bombeando, eyaculando, derramando su semen caliente en Hope, que sintió que se disolvía en un agonizante placer. Él se hundió en ella, temblándole cada músculo, el corazón latiéndole violentamente, su respiración rápida y jadeante. Tan sacudida y aturdida como él, lo abrazó y lo mantuvo cerca. Increíblemente, ellos se durmieron. Escurrida, vacía, hueca, sentía la oscuridad que descendía sobre ella y no pudo hacer nada para resistirla. Él estaba débil y pesado encima de ella, ya dormido. Logró tocarle la mejilla, apartar su oscuro pelo de la frente, y entonces se rindió a la necesidad agobiante de descansar. Un tronco al desplomarse la despertó. Se movió, dando un respingo cuando sus músculos protestaron por la dureza del piso bajo ella, y el pesado cuerpo que la apretaba contra él. Confusa, al
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principio pensó que estaba soñando. Esto no podía ser real, ella no podía estar yaciendo desnuda en el piso con un hombre extraño, que estaba también completamente desnudo. Pero Tink dormitando en su lugar acostumbrado, el aullido del viento, y el suave parpadeo de la luz de la lámpara, le recordó la ventisca. Todo quedó en su lugar. Y de repente se dio cuenta de que él estaba también despierto. Aunque estaba acostado sobre ella todavía, cada músculo estaba tenso, y su pene todavía anidado dentro de ella crecía más grueso y más largo a cada segundo. Si estaba confundida, no podía imaginarse lo desorientado que él estaría. Suavemente ella tocó su espalda, acariciando con la palma toda la extensión de sus músculos. – Ya estoy despierta -, murmuró ella, su toque diciéndole que estaba allí porque quería, que todo estaba bien. Él levantó la cabeza, y sus ojos la encontraron. Sintió un golpe casi palpable al mirar fijamente esos ojos azules, ojos que estaban completamente concientes y revelaban la agudeza de la personalidad detrás de ellos, así como su comprensión de la situación. Hope se ruborizó. Las mejillas le ardían y casi gimió en voz alta. ¿Qué se le debía decir a un hombre al que se acababa de conocer, cuándo una yacía desnuda debajo de él y su erección se alojaba firmemente dentro de ella?. Él pasó la punta de sus dedos por sus labios, después le tocó levemente la mejilla caliente. – Quieres que pare? - murmuró él. La primera vez la había agarrado desprevenida, pero Hope era siempre brutalmente honesta consigo misma, y no iba a fingir que no había estado dispuesta. Esta vez, sin embargo, ambos estaban plenamente concientes de lo que estaban haciendo. No paró a analizar o cuestionar su respuesta; simplemente la dio. - No, susurró ella. No pares. Entonces, él la besó, un beso tan gentil y explorador como si nada hubiera pasado jamás entre ellos, como si él no estuviera ya dentro de ella. Él la cortejó como si fuera la primera vez, besándola durante mucho tiempo hasta que la boca de Hope se inclinó con ansia bajo la suya, hasta que ambas lenguas se trenzaron. Las manos de él fueron tiernas con sus senos, aprendiendo cómo que ella quería ser tocada, sobando sus pezones hasta convertirlos en tensos picos. Le acarició el vientre, las caderas, entre las piernas. Él lamió la punta de sus dedos y acarició con ellos el brote ultrasensible que era su clítoris, exponiéndolo, haciéndola boquear y arquear sus caderas. Él gruñó ante la sensación resultante al tomarlo ella aún más profundamente. Pensó que moriría por el sensual tormento antes que él finalmente empezara moverse, pero ella estaba gozando tanto que no lo urgió a que se apurara, no se había dado cuenta de cuán hambrienta estaba de esto, de la atención de un hombre, de su cuerpo, de la exquisita liberación de hacer el amor. Aún su frustración de más temprano, en el baño, no la había preparado para su total rendición a la sensualidad. Gozó de cada beso, cada toque, cada caricia. Se adhirió a él y devolvió sus caricias, tratando de devolverle parte del placer que él le daba, y a juzgar por sus gemidos, tenía éxito. Llegó el momento cuando ellos no necesitaron más los toques gentiles, cuándo nada mas importó el latido que llevaba al orgasmo. Hope se permitió a sí misma perderse en la urgencia del momento, permitió que su cuerpo se ahogara de puro placer… y entonces él la excitó otra vez, susurrándole, Déjame sentirlo otra vez, déjame sentir como te corres otra vez. Él mantuvo su control, apenas. Cuándo los pulsos de su tercer orgasmo empezaron, él emitió un sonido profundo e indefenso con la garganta y se estremeció sobre ella. Esta vez no se permitió el lujo de dormirse. Esta vez él se retiró suavemente y se desplomó en la manta al lado de ella. Su mano buscó la suya, apretando sus dedos con su palma callosa. - Dime que sucedió -, dijo él finalmente, en voz baja y serena. - Quién eres? Una presentación a esta altura parecía insoportablemente embarazosa. Hope se ruborizó otra vez, y se aclaró la garganta. – Hope Bradshaw. Los ojos azules examinaron su rostro. – Tanner. Price Tanner. El fuego estaba apagándose. Necesitaba agregar otro par de troncos, pero levantarse y pararse desnuda delante de él, era de algún modo imposible. Echó una mirada alrededor buscando su pijama y, con un angustiante desconcierto, se dio cuenta de que necesitaba el baño antes de ponérselo. Él vio hacia donde estaba mirando, y no sintió la misma modestia. Despegando su larga estatura del piso, dio un paso hacia el montón de madera y abasteció de nuevo el fuego. Hope hizo con él exactamente lo que ella había estado demasiado avergonzada para permitir que él se lo hiciera a ella, le echó una buena mirada, de la cabeza a los pies. Le gustó lo que veía, cada pulgada de él. Sus músculos estaban delineados por la luz del fuego, revelando la inclinación y la curva de los amplios hombros, su pecho ancho, los largos músculos, fuertes y marcados. Sus nalgas eran redondas, firmes. Aún flácido, su pene era fascinantemente grueso, y los testículos se columpiaban pesadamente debajo de ellos. Price Tanner. Hope repitió su nombre en su mente, las sílabas fuertes y vigorosas. Tink miró un poco malhumorado cuando lo despertaron. El se levantó y olió al extraño, y movió la cola cuando el hombre se inclinó para acariciarlo. - Recuerdo al perro ladrando -, dijo Price Tanner. - Él te oyó antes que yo. Su nombre es Tinkerbell. Tink, para acortarlo.
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- Tinkerbell? -. Él la miró, sus ojos azules incrédulos. - Él es gay?. Hope farfulló, riendo. - No, es sólo un eterno optimista, perro tonto. Piensa que el todo el mundo está aquí para acariciarlo a él. - Puede tener razón -. Price estudió la masa empapada de su ropa, el charco de agua en el piso. – Cuánto tiempo he estado aquí?. Ella miró el reloj. Dos y treinta. - Tres horas y media -. Muchas cosas habían pasado en tan poco tiempo, y sentía como si sólo hubiera pasado una hora en vez del casi el doble de eso. - Yo te arrastré hasta aquí y te quité la ropa. Debes haber entrado en el lago, porque estabas mojado de la cintura para abajo. Yo te sequé y te envolví en una manta. - Sí, recuerdo haber entrado al agua. Sabía que este lugar estaba por aquí, pero yo no podía ver una maldita cosa - No me imagino como hiciste para llegar tan lejos. ¿Por qué estabas a pie? ¿Has tenido un accidente? Y por qué estabas afuera con este tiempo de todos modos?. -Estaba tratando de llegar a Boise. El Blazer se salió del camino y estalló el parabrisas, así que no pude permanecer allí. Como dije, sabía que este lugar estaba aquí, y tenía una brújula. No tenía muchas opciones salvo la de tratar de llegar aquí. - Eres un milagro caminando -, dijo Hope francamente. – Por lógica, deberías estar muerto afuera en la nieve. - Pero no lo estoy, gracias ti -. Él volvió a la manta y se extendió al lado de ella, su mirada sombría. Tomó un zarcillo de pelo rubio, frotándolo entre sus dedos antes de acomodarlo detrás de su oreja. - Sé que cuando te metiste bajo la manta para mantenerme abrigado, tu no esperabas que te saltara tan pronto estuve medio consciente. Dime, Hope: tú lo deseabas? Ella se aclaró la garganta. – Yo... yo estaba sorprendida -. Hope le tocó la mano. – No me forzaste. ¿Cómo puedes decir eso?. Él cerró brevemente sus ojos con alivio. – En realidad no tengo una clara idea de lo que sucedió hasta que desperté encima de ti. Al menos, recuerdo lo que hice y lo que sentí, pero no estaba seguro que tu sintieras lo mismo -. Extendió la mano sobre su vientre y lo acarició levemente, subiendo hasta cubrir el seno. - Pensé que quizá había perdido la razón, despertándome con una pequeña belleza rubia, de ojos marrones y desnuda pegada a mí. - Estrictamente hablando, yo no estaba a tu lado. Estaba encima de ti -. Su cara se puso colorada otra vez. ¡Cómo odiaba ruborizarse! - Pareció la mejor manera de mantenerte caliente. - Funcionó -, dijo él, y por primera vez una sonrisa curvó su boca. Hope casi perdió el aliento. Era tremendamente atractivo antes que guapo, pero cuando él sonrió, el corazón le dio un vuelco. Debe ser la química, pensó ella, aturdida. Había visto a muchos hombres buen mozos; Dylan había sido buen mozo, en una definida y clásica manera. Pero lo que sus ojos veían y su cuerpo sentía eran dos cosas diferentes, y nunca había experimentado una respuesta sexual tan fuerte ante ningún otro hombre. Quería hacer el amor otra vez, y antes de rendirse a la necesidad, se forzó a recordar que él había pasado por una espantosa, físicamente agotadora prueba. - Quieres un café? – preguntó Hope apresuradamente, levantándose. Evitó cuidadosamente mirarlo mientras recogía su pijama. - ¿O algo de comer? Hice una olla grande de estofado ayer. ¿O que te parece un baño caliente? El calentador está conectado al generador, así que tenemos mucha agua caliente. - Eso suena bien -, dijo él, parándose también. – Todo. El se estiró y agarró sus brazos, girándola para que lo mirara. Inclinando su cabeza, él le dio otro de esos dulces, tiernos besos. – Y también quiero hacerte el amor otra vez, si me lo permites. Nada como esto le había sucedido jamás antes. Hope lo miró. El corazón dio otra voltereta, y supo que no le iba a poner un alto a esto, ahora. Mientras la ventisca durara, ella y Price Tanner estaban juntos, y quizás nunca tuviera otra oportunidad como esta. – A mí también me gustaría eso -, consiguió decir. -¿Quizás en la cama en lugar del piso?. Price acariciaba sus pezones con su pulgar haciéndolos ponerse duros y erectos. - Subiendo la escalera -. Hope tragó. – Está más templado arriba, porque el calor sube. No pude subirte, así que yo te puse delante de la chimenea. - Yo no me estoy quejando -. Price le levantó los brazos y tiró del pijama, sacándoselo y dejando que cayera al piso. – Pensándolo bien, olvidémonos del café y el estofado. Del baño también, a menos que estés planeando estar en la tina conmigo. Hope no lo había pensado, pero no era una mala idea. Ella se arrojó en sus brazos olvidándose de todo menos de la terrenal magia que sus cuerpos creaban juntos.
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Capítulo 4 Hope despertó al lado de él por la mañana y se quedó mirándolo dormir, su cuerpo profundamente satisfecho como nunca antes podía recordar. No podía imaginar cómo o por qué ella respondía tan completamente a un hombre del que sabía poco más que su nombre; simplemente aceptaba la alegría que este encuentro fortuito le había traído. El calor de su cuerpo hacía de la cama un nido cómodo del que no tenía necesidad de salir, especialmente desde que el frío en el cuarto le indicaba que el fuego en la chimenea se había apagado. Había pasado tanto tiempo desde que había sido capaz de gozar del sencillo placer de yacer al lado de un hombre dormido, escuchando el ritmo lento y profundo de su respiración. Hope quería acurrucarse cerca de él, pero era reacia a despertarlo. Él dormía profundamente, evidenciando su agotamiento. Después que casi congelarse hasta morir, no había pasado exactamente una noche tranquila. Un brazo musculoso estaba doblado sobre la almohada, y podía ver las magulladuras oscuras en la muñeca. Encima de todo, él había tenido un accidente con el auto. No era de extrañar que durmiera ahora, ya que había estado tan activo durante la noche. Inspeccionó otros detalles que tenía disponibles. Tenía un pelo hermoso, oscuro y grueso, con reflejos dorados como si él pasara mucho tiempo al sol. Su cara se volvió hacia ella en su sueño, y ella sonrió, queriendo pasar el dedo por el puente de la nariz, que era alto y un poco torcido, quizá como resultado de una pelea. Su boca era ancha y bien formada, los labios suaves. La mandíbula era angular, su mentón nada menos que terco. Buen mozo, duro, atractivo; definitivamente no guapo, como ella había observado antes. De sólo mirarlo se le endurecían los senos. Hope se sentía casi mareada por la fuerza de su atracción por él. Había olvidado que embriagador podía ser el enamoramiento y cuán poderoso. Si lo hubiera conocido en circunstancias normales, sin duda se hubiera sentido atraída hacia él; pero sin el agobio de la intimidad física que se había forzado entre ellos, puede que ni lo hubiera alentado. El contacto necesario de sus cuerpos desnudos, sin embargo, había establecido una conexión aún antes que él hubiera recobrado el conocimiento. Lo había acariciado, conocido las texturas de su piel, la aspereza de sus mejillas sin rasurar, el brillo de sus musculosos hombros. Sus pezones habían estado endurecidos de frotarse contra su pecho, sus piernas se habían enredado con las suyas, y aunque no lo tocó sexualmente, inevitablemente había sentido sus genitales contra los propios. Hope no se permitió a sí misma pensar acerca de esto, pero sin ninguna duda había estado casi insoportablemente excitada. Esta atracción sexual no era debida simplemente a su privación. Si bien ella había pensado que lo era antes, ahora sabía que no era así, porque ahora ciertamente no sufría privación y seguía sintiendo todavía lo mismo. Su compatibilidad sexual era devastadora en su perfección. Era como si él hubiera nacido sabiendo exactamente cómo tocarla, como si su cuerpo hubiera sido creado específicamente para su máximo placer. Hope pensó que debía ser lo mismo, por lo menos sexualmente, para él. Tan agotado y exhausto como tenía que haber estado, se había vuelto a ella repetidas veces, las manos temblando, literalmente, con la necesidad de ponerla debajo de él. Hope suspiró suavemente, rápidamente, entre los labios. El viento soplaba todavía, sacudiendo las ventanas. No podía ver algo más allá del vidrio salvo una cortina blanca impenetrable. Mientras la ventisca siguiera, el mundo no podía interponerse, y él era suyo. Qué diferencia podía hacer un día. Ayer ella había estado asustada, sintiendo que su tiempo había pasado, pensando que había perdido toda oportunidad de obtener de la vida lo que siempre había querido: una familia. Entonces Price Tanner había aparecido en una tormenta de nieve, y bruscamente el futuro brillaba prometedor. Price era un delegado. Había dicho que se dirigía a Boise, así que él podría ser de allí, pero había sabido que el complejo estaba aquí, lo que significaba que él conocía el área, así que quizás fuera local. Le preguntaría cuando despertara. A pesar de las embriagadoras relaciones sexuales de la noche, y de las que esperaba gozar mientras estuviera aquí, tenía miedo de asumir que ellos eran una pareja automáticamente. Las circunstancias que los habían reunido eran extremas, y una vez que el tiempo mejorara él quizás seguiría su camino sin una mirada atrás. Había sabido eso desde el principio, y aceptado el riesgo. Ella, que nunca había tenido ningún amante más que su marido, había entrado en esto con los ojos abiertos. Si esta situación entre ellos se volvía algo permanente, sería increíblemente feliz. Hope no se permitiría pensar en la palabra “amor”, por que ¿cómo podía amar realmente a alguien a quien ella no conocía? Él era un tierno, generoso amante, y durante la noche había visto los signos de un sentido del humor agudo, ambas calidades que a ella le atraían, pero era demasiado cautelosa para suponer que cualquiera de los dos estuvieran enamorados.
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La verdad era que había aprovechado la oportunidad de tener un niño. Aún más allá de su propia poderosa atracción por él, del placer físico que él le había dado, había sido completamente conciente de la falta de control de natalidad. No había tomado píldoras anticonceptivas en cinco años, y no había condones en la casa. Era una mujer sana y fértil, las probabilidades eran que él fuera igualmente fértil, y el tiempo era aproximadamente el correcto. Él había eyaculado dentro de ella cinco veces durante la noche, con ninguna barrera, química, hormonal, ni de ninguna especie, entre ella y su esperma, y el conocimiento de ello fue tan erótico que tembló de necesidad. Esta mañana, con la cabeza clara y el estrés de la emergencia detrás de ella, se sentía culpable por lo que había hecho. ¡Ni siquiera sabía si él estaba casado! El no estaba usando un anillo, ni lo pensó la noche anterior. Hope se encogió por adentro pensando en haber dormido con un hombre casado y ni quería pensar cuánto le dolería si resultaba ser un marido infiel. Pero aún asumiendo que fuera soltero, la dura verdad era que no tenía derecho a dar tal enorme paso sin su consentimiento. El no había preguntado si se estaba cuidando de alguna forma, pero había pasado por una prueba bastante dura y se lo podía dispensar por tener otras cosas en mente, tales como estar vivo. Hope se sentía como si hubiera robado la voluntad de él. Si quedaba embarazada, él quizás estuviera, justificadamente, muy enojado. Si había tal cosa como el uso no autorizado de esperma, entonces ella había cometido una falta. Ser una madre soltera no sería fácil, asumiendo que hubiera quedado encinta. Si se daba tiempo a pensar acerca de ello, la prevención le habría impedido tener la oportunidad. Pero no se había tomado el tiempo, Price no le había dado tiempo, y todo lo que podía ahora sentir era una alegría culpable de que un niño fuera, quizás, el resultado de hacer el amor. A su padre podría no gustarle, pero él la quería, y no es como si fuera una adolescente incapaz de sostenerse o a su bebé. Ella preferiría estar casada, pero como se había dado cuenta el día anterior, el tiempo se le estaba acabando. Había tomado la oportunidad. Hope se deslizó fuera de la cama, cuidando de no despertarlo. Los muslos le temblaban, y sentía un dolor profundo dentro de su cuerpo. Sus primeros pasos fueron poco más que arrastrarse, mientras sus músculos y carne no usados durante tanto tiempo protestaban por su comportamiento durante la noche. Silenciosamente ella juntó su ropa y andado de puntillas salió del cuarto. Tink trotó desde la cocina mientras ella bajaba, su impaciencia le decía que llegaba tarde, que tenía hambre, pero que le perdonaba todo por la alegría de su compañía. Le puso algo de alimento en su tazón, después inmediatamente fue a reavivar el fuego. Sólo habían quedado rescoldos, y la casa estaba fría. Reavivó el fuego, las astillas se encendieron inmediatamente con los rescoldos, y con cuidado apiló tres troncos en la chimenea. Entonces puso a hacer el café y, mientras se preparaba, entró en el cuarto de baño de su padre y se metió en la ducha. ¡Gracias a Dios por el agua caliente, porque de otra manera ella no podría haber tolerado el frío! La ducha fue una forma de aliviar sus dolores y sufrimientos. Sintiéndose mucho mejor, se puso un par de pantalones de gimnasia y una camisa de franela enorme, dos pares de calcetines gruesos, y salió a tomar su primera taza de café. Con la taza en la mano, entró en el gran salón para secar el charco de agua que había quedado en el suelo la noche anterior y recoger la ropa mojada de Price. El mejor modo de secarla sería colgarla sobre el pasamanos del balcón, donde estaba el calor. Hope colgó su abrigo sobre una silla y puso sus botas al lado de la chimenea, porque ellas tenían que secarse más despacio, pero llevó el resto de su ropa arriba. Hasta que la ropa de Price se secara, suponía que él tendría que quedarse desnudo. Él era demasiado alto para la ropa de su padre, y todo lo que ella se había quedado de la ropa de Dylan era un par de camisas que usaba ella misma. No bien pensó esto, recordó que su padre había comprado un par de pantalones deportivos negros que claramente habían tenido la etiqueta incorrecta puesta en ellos, porque eran varias pulgadas demasiado largos. Devolverlos habría costado más en gasolina que lo que los pantalones valían, entonces los había doblado y colocado en el fondo de su placard. Comprando por tamaño siendo tan dudoso como era, estaba casi segura que podría poner sus manos sobre una sudadera extra-grande también. Estiró el uniforme para evitar en lo posible las arrugas, y mientras lo hacía, notó un rasgón en la pierna izquierda de los pantalones. Levantando la ropa para verla más de cerca, notó una mancha roja descolorida debajo del rasgón, como si independientemente de lo que hubiera hecho, el rasgón también le hubiera hecho sangre. Pero ella había desnudado a Price, y sabía que él no estaba lastimado en ninguna parte. Miró con el ceño fruncido a la mancha, entonces mentalmente se encogió de hombros y puso los pantalones sobre el pasamano. Algo fallaba. Ella miró fijamente el uniforme durante un momento antes de que esto la golpeara: ¿dónde estaba su pistola? ¿La habría perdido en algún sitio? ¿Pero él no tenía una pistolera, tampoco, entonces debía haber sacado el arma y … la dejó en el Blazer? Esto no tenía sentido. No tenía una
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cartera con él, tampoco, pero eso era más fácil de entender. Se le podría haber caído de su bolsillo en cualquier momento durante su azaroso viaje por la nieve cegadora; aún podría estar en el lago. ¿Incluso si hubiera perdido la pistola, entonces se había quitado el cinturón del arma y la pistolera y los había olvidado? Ellos eran parte de su uniforme. ¿Desde luego, quién sabe en que forma había estado cuando abandonó la Blazer? Podría haberse golpeado la cabeza y no recordarlo, aun más, si hubiera estado confundido, había sido un milagro aún más grande que el que ella había pensado que él encontrara el camino hasta aquí. Bien, la pistola faltante era sólo un pequeño misterio, y uno que esperaría hasta que él despertara. La casa se calentaba, el café estaba listo, y ella tenía hambre. Abajo otra vez, levantó el teléfono solamente para comprobar, pero la línea estaba muerta, ni siquiera se oía estática. Conectó la radio y escuchó el mismo ruido. Considerando las condiciones fuera, Hope no había esperado otra cosa, pero siempre comprobaba de vez en cuando durante la falta de energía eléctrica, por si acaso. El rifle estaba donde lo había dejado, apoyado al lado de la puerta. Lo recuperó y lo devolvió al estante en el dormitorio de su padre. Tink golpeó el piso con un exuberante meneo de su cola. Llevando una taza de café caliente con ella, puso en orden el gran salón, poniendo las mantas y toallas que había usado en el lavadero para lavarlas cuando volviera la energía. Limpió los charcos de nieve y hielo derretida. Tink había pasado por encima del agua varias veces, desde luego, dejando húmedas pisadas de perro por toda la casa. Siguió las pruebas de sus fechorías, gateando por el piso limpiando las pisadas del perro. - Me pareció oler a café Hope irguió la cabeza. Él estaba de píe ante el pasamano de balcón, su pelo enredado, su mandíbula oscura por su incipiente barba, los ojos todavía pesados por el sueño. Su voz era ronca, y se preguntó si se estaría por enfermar. - Te traeré una taza -, dijo ella. - Esta demasiado frío aquí para que vayas por ahí sin ropa. - Entonces pienso que me quedaré justo aquí. No estoy listo para tener frío otra vez, al menos por ahora -. Le lanzó una sonrisa torcida, y se dio vuelta para acariciar a Tink, quien había saltado encima de la escalera en cuanto oyó una nueva voz. Hope entró en el cuarto de su padre y buscó hasta que encontró los pantalones deportivos largos. Entonces recogió un par de pantalones cortos y algunos calcetines de caza gruesos, pero no podía localizar la sudadera extra-grande que sabía que estaba aquí, en algún sitio. Era una camiseta gris de la Universidad de Idaho, y la había usado una vez con calzas, pero había sido tan grande que parecía perderse dentro de ella. ¿Qué había hecho con ella? Tal vez estaba en el armario del dormitorio extra de arriba. Cambiaba su ropa de invierno y verano entre aquel armario y el de su cuarto, pero no necesariamente cambiaba todo. Con el pequeño montón de ropa en sus brazos, se desvió a la cocina y llenó una taza con café, luego llevó todo arriba por las escaleras. El rugiente fuego rápidamente había calentado el piso superior. La puerta del cuarto de baño estaba abierta, y Price estaba en la ducha. Hope puso la taza sobre el tocador. - Aquí está tu café. Él apartó la cortina y sacó la cabeza. El agua resbalando por su cara. – Podrías acercármelo, por favor. Gracias -. Bebió con ansias, suspirando cuando la cafeína lo revivió. - Te traje alguna ropa. Espero que no te importe llevar los pantalones cortos de mi padre. - No, si a él no le importa -. Unos ojos azules la miraron por sobre el borde de la taza. – Me alegra que pertenezcan a tu padre y no a tu marido. No pregunté, anoche, pero no bromeo con mujeres casadas, y te aseguro que realmente no quiero bromear con nada más contigo. - Soy viuda -. Ella hizo una pausa. - Yo pensé lo mismo respecto a ti esta mañana. Que debería haber pensado en preguntar si estabas casado, quiero decir. - No lo soy. Divorciado, sin hijos -. Él tomó otro sorbo del café. - ¿Y dónde está tu padre? – preguntó él, con tono casual. - Visitando a su hermano en Indianapolis. El tío Pete tuvo un infarto, y Papá fue a cuidarlo. Supongo que estará afuera otra semana, al menos. Price le devolvió la taza, sonriendo. - ¿Piensas que la ventisca durará otra semana?. Ella se rió. – Lo dudo -. Sus dos muñecas estaban magulladas, notó ella. - Maldición!. Al menos no hay ninguna posibilidad de salir hoy, aunque supongo que debería avisar a algunas personas donde estoy. - No se puede. Las líneas telefónicas están caídas también. Recién lo comprobé. - Que podrida suerte -. Los ojos azules centellearon mientras él cerraba la cortina de baño. – Atrapado con una rubia sexy -. De detrás de la cortina sonó un silbido alegre. Hope tuvo ganas de silbar una melodía ella misma. Escuchó el golpe de viento y esperó oírlo durante varios días antes de que pudiera marcharse. Recordó algo. - ¿Oh, quería preguntarte, te has hecho daño en alguna parte? Yo no noté sangre en ninguna parte anoche, pero tu uniforme está rasgado y tiene sangre, o al menos pienso que es sangre.
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Unos segundos transcurrieron antes de que él contestara. - No, no estoy herido. No sé de qué mancha hablas. - Tu pistola y pistolera faltan también. ¿Recuerdas qué les pasó?. Otra vez hubo una pausa, y cuando habló, sonó como si tuviera su cara levantada hacia el agua. Debo haberlos dejado en el Blazer. - ¿Por qué te sacaste el cinturón del arma? - Maldito si lo sé. ¿Oh … tienes algún arma aquí? Otra aparte del rifle que vi anoche, quiero decir. - Una pistola. - ¿Dónde la guardas?. - En mi cajón de la mesa de noche. ¿Por qué?. - Yo podría no ser la única persona en estar varada en la tormenta y venir buscando refugio. Me pagan para ser cuidadoso.
Capítulo 5 Cuando bajó las escaleras, él estaba recién afeitado, con la navaja de afeitar tomada prestada a su padre, y parecía despierto y vital con la ropa que le había proporcionado. La sudadera grande había estado en otro armario después de todo, y esta le sentaba perfectamente, lo bastante suelta como para estar cómodo. Ella normalmente sólo comía cereal, pero con él allí cocinó un desayuno de huevos con tocino. Pasó detrás de ella mientras estaba ante la cocina, girando el tocino con un tenedor, y le pasó los brazos alrededor de la cintura. Price besó la cima de su cabeza, luego descansó su barbilla allí. - No sé que huele mejor, el café, el tocino, o tu. - Wow, estoy impresionada. Realmente debo oler bien, si puedo compararme con el café y el tocino. Lo sintió sonreír abiertamente, su barbilla moviéndose sobre su cabeza. - Podría comerte entera -. Su tono era tanto bromista como serio, sensual, y una ola de calor que no tenía nada que ver con la vergüenza la recorrió toda entera. Se apoyó contra él, sus rodillas débiles. Tenía una seria hinchazón en la zona de la ingle, y frotó su trasero contra ella. - Pienso que tenemos que volver a la cama -. No había absolutamente ningún tono de burla en su voz esta vez. - ¿ Ahora?. - Ahora -. Él se estiró sobre ella y apagó la cocina. Diez minutos más tarde estaba desnuda, sin aliento, temblando al borde del orgasmo. Sus muslos estaban sobre los hombros de Price, y él la conducía, con su lengua, a la locura absoluta. Trató de acercarlo y ponerlo sobre ella, pero él fijó sus muñecas a la cama y siguió con lo que hacía. Ella se rindió, levantando sus caderas, su cuerpo estremeciéndose con la culminación. Sólo cuando estuvo laxa, él se movió hacia arriba, cubriéndola, deslizando su erección en ella con una suave embestida que lo hizo enterrarse hasta la empuñadura. Hope inhaló profundamente, habiendo olvidado cómo la llenaba completamente. Price comenzó un apacible movimiento hacia adelante y hacia atrás, aferrando sus hombros, mirando su cara. Culpa y su innata honestidad se debatían dentro de ella. - No tomo pastillas anticonceptivas -, soltó ella, sabiendo que este no era exactamente el mejor momento de anunciar su carencia de protección. Él no se paró. - No llevo un condón -, dijo serenamente. – Si parara ahora, sería como cerrar la puerta del establo después de que el caballo hubiera salido, verdad? Después, mientras ella estaba en el cuarto de baño, él terminó de vestirse - y gritó, - bajaré y comenzaré el desayuno otra vez. - Estaré allí en un minuto -. Ella todavía se sentía increíblemente tímida, y aliviada. Miró fijamente su cara en el espejo, sus enormes ojos marrones. Iba a quedarse embarazada. Ella lo sabía, lo sentía. La perspectiva tanto la aterraba como la alborozaba. De ahora en adelante, su vida sería distinta. Salió al dormitorio y recogió su ropa dispersa, poniéndosela otra vez. Después de una vida de precaución y comportamiento cuidadoso, tomar un riesgo tan deliberado era espantoso, como subir a un trasbordador espacial sin ningún entrenamiento previo. Le pagaban para ser cuidadoso, había dicho Price, pero a veces le pagaban para ser descuidado también. Y, de todos modos, ella hacía esto deliberadamente, no sin saber lo que hacía. Uno de sus calcetines había terminado entre la cama y la mesa de noche. Se arrodilló para recuperarlo, y ya que estaba allí, porque justo había estado recordando lo que Price había dicho, abrió al cajón de la mesa de noche para ver si la pistola estaba allí. No estaba. Despacio, se puso de pie, apartando la vista del cajón vacío. Ella sabía que la pistola había estado allí. Cuando su padre se había marchado, lo había comprobado para saber si estaba cargada y la había
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devuelto al mismo lugar. Viviendo en un lugar tan aislado, donde la defensa propia era a veces necesaria, había aprendido cómo usar un arma. Idaho tenía más que su parte de fauna peligrosa, tanto animal como humana. La aspereza de las montañas, el aislamiento, parecía ser un imán para grupos estrafalarios, desde neo-nazis a traficantes. Ella podía encontrarse con un oso o un puma, pero estaba más preocupada por encontrarse con un depredador humano. La pistola había estado allí, y ahora no estaba. Price había preguntado dónde la guardaba, así que encontrarla no habría sido demasiado difícil. ¿Pero por qué simplemente no había dicho él que la quería tener encima? Él era un policía; ella entendía que estuviera más cómodo armado que desarmado, especialmente cuando no estaba en su propio terreno. Ella fue abajo, su expresión pensativa. Price estaba en la cocina, ocupándose del tocino. - ¿Price, tu tienes mi pistola?. Él le lanzó una rápida, evaluadora mirada, luego se volvió al tocino. - Sí. - ¿Por qué no me dijiste que la tenías?. - No quise preocuparte. - ¿Por qué estaría preocupada?. - Por lo que dije sobre otra gente viniendo aquí. - No estaba preocupada, pero parece ser que tu sí -, dijo ella de forma significativa. - Mi trabajo es preocuparme. Me siento más cómodo armado. Dejaré la pistola si te molesta. Ella miró alrededor. No vio el arma sobre el gabinete. - ¿Dónde está la pistola? - En mi cinturón. Hope se sintió incómoda, pero no sabía por qué. Ella misma había pensado que se sentiría más cómodo armado, y él había dicho lo mismo. Era que sólo, durante un momento, su expresión había sido … dura. Distante. Tal vez era porque trabajaba en la aplicación de la ley y había visto muchas cosas que una persona común nunca soñaría con ver y esperaba lo peor. Pero durante un momento, sólo durante un momento, él había parecido tan peligroso como cualquiera de la escoria a quien capturaba. Price había sido tan fácil y accesible hasta entonces que el contraste la agitó. Empujó la inquietud lejos y no dijo nada más sobre la pistola. Durante el desayuno le preguntó, - ¿En qué condado trabajas? - En éste -, dijo él. - Pero no he estado por aquí en mucho tiempo. Como dije, sabía que este lugar estaba aquí, pero no había tenido tiempo para acercarme y conocerte a ti y a tu padre, y a Tinkerbell, desde luego. El perro, que yacía en el piso entre sus sillas con la esperanza obvia de doblar sus posibilidades de conseguir alguna exquisitez, levantó la cabeza cuando oyó su nombre. - Los restos del desayuno no son buenos para ti -, dijo Hope severamente. - Además, ya has comido. Tink no pareció desalentado, y Price se rió. - ¿Cuánto tiempo has trabajado haciendo cumplir la ley?. - Once años. Trabajé en Boise antes -. Su boca se estiró con una sonrisa. - Para el registro, tengo treinta y cuatro años, he estado divorciado ocho años, suelo tomar algunos tragos, y disfruto de un cigarro ocasional, pero no soy un fumador regular. No asisto a ninguna iglesia, pero creo en Dios. Hope dejó su tenedor. Podía sentir cómo su cara enrojecía por la mortificación. – Yo no estaba... - Sí lo estabas, y no te culpo. Cuando una mujer deja a un hombre hacer el amor con ella, tiene derecho asegurarse sobre él, averiguar cada detalle, hasta el tamaño de sus calzoncillos. - Boxers -, lo corrigió ella, enrojeciendo aún más. Él se encogió de hombros. – Sólo hablaba de tamaños, no marcas -. La sonrisa se convirtió en risa. – Deja de ruborizarte. Tu miraste mis calzoncillos; yo miré tus bragas esta mañana, verdad? Apuesto que tu colgaste los míos sobre el pasamano para que se secaran, en vez de olerlos, como yo hice con los tuyos. Él olió, inspirando profundamente, de manera exagerada y haciendo rodar sus ojos en fingido éxtasis haciéndola reír, antes de que él hubiera sacudido la ropa sobre su hombro con un floreo. - Estás metiendo la pata -, masculló ella. - ¿Te parece? Tal vez estaba encendido. ¿Qué piensas? ¿Estaba dura mi verga? - Estaba dura antes que nosotros fuéramos arriba, así que no puedes usar ese argumento. - Me puse duro cuando pensé en oler tu ropa interior. Ella comenzó a reírse, disfrutando de sus burlas. Hope comenzaba a sospechar que la discusión con él sería como tratar de atrapar humo. - Tengo un hábito realmente malo -, confesó él. - ¿Oh? - Soy adicto al control remoto. - Tú y cerca de cien millones de otros hombres en América. Podemos captar una estación aquí, una, y cuando mi padre mira la televisión, él se sienta con el control remoto en su mano. - No creo estar tan mal -. Él sonrió abiertamente y le tomó la mano. - ¿Entonces, Hope Bradshaw, cuando las condiciones vuelvan a ser a normales, saldrás a cenar conmigo?.
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- Hummm, no sé -, dijo ella. - ¿Una cita, ehh? No sé si estoy lista para eso. Él rió en silencio y comenzó a contestar, pero un rayo de sol cayó sobre sus manos. Sobresaltados, ambos miraron la luz, luego hacia fuera, por la ventana. El viento había dejado de soplar, y se veían parches de cielo azul. - Que mala suerte -, dijo él, echando a andar a la ventana y mirando afuera. - Pensé que la tormenta duraría más tiempo. - Yo también -, dijo Hope, su decepción más intensa de la que quería mostrar. Él había sido claro, después de todo. El tiempo despejado quería decir que se marcharía más pronto que lo que ella había esperado, pero no era como si no fuera a verlo otra vez. Hope se acercó a la ventana también, y jadeó cuando vio la cantidad de nieve. - ¡Dios mío! -. El terreno familiar estaba completamente transformado, disfrazado por montones de nieve que parecían nivelar el paisaje. El viento había amontonado la nieve al nivel de ventana sobre el pórtico. - Son por lo menos tres pies. A los operadores de la estación de esquí les gustará esto, pero a las máquinas quitanieve les tomará un buen rato limpiar los caminos -. Price fue hasta la puerta y la abrió, la frigidez del aire pareció aspirar el calor del cuarto. - ¡Jesús! -. Él cerró la puerta de golpe. – La temperatura ha de estar bajo cero. No hay ninguna posibilidad de que se funda. De manera extraña, que el tiempo mejorara pareció hacer sentir incómodo a Price. Al avanzar el día, Hope notó varias veces que él iba de ventana en ventana, mirando al exterior, aunque se quedaba de pie a un lado cuando lo hacía. Hope estaba ocupada, ya que estar confinada en la casa no significaba que no hubiera ninguna tarea para hacer, como lavar la ropa, pero hacerlo sin electricidad era dos veces más difícil y llevaba dos veces más de tiempo. Price la ayudó a retorcer la ropa que ella había lavado a mano, luego habían desafiado el frío para llevar más leña mientras ella colgaba la ropa sobre los rieles de la escalera para secarla. Hope comprobó su uniforme, recogiendo la camisa y tocando las costuras, que eran las últimas en secarse. En otra hora lo harían, pensó, tan fuerte como Price mantenía el fuego. La temperatura en el segundo nivel tenía que estar cerca de treinta y dos grados. Ella comenzó a poner la camisa sobre el pasamano otra vez cuando le llamó la atención la etiqueta. La camisa era un tamaño quince y medio. Era raro. Sabía que Price era más grande. La camisa de hecho le había ajustado; ella recordó qué tirantes habían estado los botones anoche. Desde luego, él había estado usando una camisa térmica debajo, que hacía parecer al uniforme más apretado que lo que en realidad era. Pero si ella hubiera estado comprando una camisa para Price, no hubiera mirado ninguna más pequeña que un dieciséis y medio. Él entró con una carga de madera y la apiló sobre la chimenea. - Voy a despejar los escalones - le avisó a ella. - Eso puede esperar hasta que el tiempo esté más templado. - Ahora que el viento no sopla, es soportable durante unos minutos, y eso es todo lo que tomará limpiar los escalones -. Se abotonó su pesado abrigo y volvió fuera. Al menos llevaba un par de los gruesos guantes de trabajo de su padre, y si sus botas no estaban completamente secas, al menos tenía tres pares de calcetines. Tink fue con él, contento por la posibilidad de hacer sus necesidades afuera en vez de sobre un papel. Con tiempo claro, quizás se podría captar algo en la radio ahora. Bajando la escalera, Hope la encendió; la música llenó el aire, un alivio bienvenido a la estática, y escuchó una canción mientras sacaba el guisado de ternera del refrigerador para calentarlo para el almuerzo. El tiempo era la noticia importante, desde luego, y en cuanto la canción se terminó el locutor comenzó con las noticias de cierre. Su camino estaba infranqueable, se enteró ella, y el departamento de caminos estimaba al menos tres días antes de que todos los caminos en el condado estuvieran despejados. El servicio de correo no funcionaba, pero los equipos de emergencias estaban trabajando duramente para restaurar el servicio. - También en las noticias -, siguió el locutor, - un autobús transportando a seis prisioneros volcó en la Ruta Interestatal 12 durante la tormenta. Tres personas fueron asesinadas, incluyendo a dos alguaciles del sheriff. Cinco prisioneros escaparon; dos han sido recapturados, pero tres están todavía prófugos. Se desconoce si sobrevivieron a la ventisca. Estén atentos ante forasteros en su área, ya que uno de los prisioneros es descrito como sumamente peligroso. Hope se quedó paralizada. El estómago se le dio vuelta. La Ruta Interestatal 12 estaba solamente a unas millas. Ella se estiró y apagó la radio, la voz del locutor de pronto le alteraba los nervios. Tenía que pensar. Lamentablemente, lo que ella pensaba era casi demasiado espantoso de suponer. La camisa del uniforme de Price era demasiado pequeña para él. Él no tenía billetera. La había quitado, pero ella estaba segura ahora que la mancha en la pernera del pantalón estaba, y él no tenía ninguna herida que la justificara. ¿Tenía raspaduras en sus muñecas... de esposas? Y él no había tenido un arma. Él tenía una ahora, pensó. La suya.
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Capítulo 6 Tenía todavía el rifle. Hope dejó el guiso sobre el gabinete y entró en el dormitorio de su padre. Sacó el rifle del estante, soltando un suspiro de alivio cuando se aseguró que lo tenía en sus manos. Aunque lo hubiera cargado la noche anterior, el "siempre comprueba tu arma" se lo habían repetido tantas veces que automáticamente deslizó el seguro y miró la cámara vacía. Él lo había descargado. Rápidamente, buscó las balas; él tuvo que haberlas ocultado en algún sitio. Las municiones eran demasiado pesadas para llevarlas encima, y él no tenía bolsillos en su ropa de gimnasia de todos modos. Pero antes de que ella tuviera tiempo para mirar en más de un par de sitios, oyó abrirse la puerta, y se enderezó alarmada. ¿Dios querido, qué debería hacer ella? Tres prisioneros estaban todavía en libertad, había dicho el locutor, pero sólo uno era considerado sumamente peligroso. Ella tenía una chance de dos a uno que él no fuera el peligroso. Pero él había tomado su pistola y había descargado el rifle, ambos sin decirle. Él obviamente había tomado el uniforme de una de los delegados muertos. ¿Caray, por qué no había advertido el locutor a la gente que uno de los prisioneros fugados podía llevar el uniforme de un delegado? Price era demasiado inteligente para haber acabado en la cárcel por algún delito de poca monta, y si por algún descuido lo hubieran encerrado, no hubiera agravado el delito escapando. El criminal ordinario era, en general, extraordinariamente estúpido. Price no era, ni común, ni estúpido. Se hacía estas observaciones, mientras se le ocurría que tenía todas las posibilidades de estar encerrada por la nieve junto a un criminal sumamente peligroso que acababa de escaparse. ¿Qué podría "sumamente peligroso" significar más, que él era un asesino? Un criminal no conseguía esa clasificación por haber robado la televisión de alguien. - ¿Hope? – llamó él. A toda prisa devolvió el rifle al estante, tratando de parecer tan tranquila como pudo. - Estoy en el cuarto de Papá -, le contestó ella, - arreglando su ropa interior -. Hope abrió y cerró un cajón del aparador para el efecto sonoro, luego congeló una sonrisa sobre su cara y dio un paso hacia la puerta. ¿Ya te congelaste?. - Bastante helado -, dijo él, sacándose su abrigo y colgándolo. Tink sacudió aproximadamente diez libras de nieve de su piel en el piso, luego fue saltando hacia Hope para saludarla, después de su larga ausencia de diez minutos. Automáticamente ella lo regañó por mojar el piso otra vez, pero por inclinarse a acariciarlo probablemente arruinara el efecto. Hope fue a conseguir un cepillo y un trapo, esperando que su expresión no la delatara. Sentía su cara tiesa por la tensión; cualquier sonrisa que ella intentara parecería una mueca. ¿Qué podía hacer? ¿Qué opciones tenía? En este momento, no estaba en peligro, al menos eso creía. Price no sabía que había estado escuchando la radio, así que no se sentía amenazado. Él no tenía ninguna razón para matarla; lo proveía de alimento, refugio, y sexo. Su cara se puso blanca. No podría soportar que la tocara otra vez. Simplemente no podría. Lo oyó en la cocina, sirviéndose una taza de café para calentarse. Sus manos comenzaron a temblar. Ah, Dios. Le dolía de sólo pensar que debería alejarse. Nunca se había sentido tan atraída por un hombre en su vida, ni siquiera por Dylan. Ella lo había calentado con su cuerpo, le había salvado la vida; de algún modo primitivo, básico, él era suyo ahora. Sólo en doce cortas horas él se había convertido en el foco central de su mente y emociones, y aunque aún no se permitiera llamarlo amor, en un esfuerzo de autodefensa, era tarde. Una parte de ella le estaba siendo arrancada, y no sabía si podría sobrevivir a la agonía. Ella podría, Dios querido, aún así estar embarazada de su hijo. Él se había reído con ella, bromeado con ella, había hecho el amor con ella. Había sido tan sensible y considerado que, incluso ahora, ella no podía dejar de describirlo como “hacer el amor”. Desde luego, Ted Bundy1 había sido un hombre enormemente encantador también, excepto con las mujeres que él violó y asesinó. Hope siempre se había considerado como un buen juez de carácter, y todo lo que Price le había mostrado hasta ahora indicaba que él era una persona decente y agradable, el tipo de hombre que entrenaba equipos en las Pequeñas Ligas y ayudaba a las ancianitas. Inclusive, de buen humor, le había dado su “curriculum" y le había propuesto una cita, como si estuviera pensando en seguir cerca durante mucho tiempo, en formar parte de su vida. O era una gran broma para él, o era un demente. Recordó el momento cuando su expresión de pronto se había vuelto algo dura y espantosa, y ella sabía que él no era un demente. Él era peligroso.
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Ted Bundy: famoso criminal norteamericano, asesino en serie sumamente violento.
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Tenía que entregarlo. Ella lo sabía, aceptaba la necesidad, y el dolor fue tan agudo que casi gimió en voz alta. Siempre se preguntaba por qué las mujeres ayudarían a sus maridos o novios a eludir la ley, y ahora sabía por qué, el pensar en Price en la cárcel durante la mayor parte de su vida, quizás afrontando la pena de muerte, era devastador. Y así y todo no sería capaz de vivir con ella misma si no hiciera nada y alguien más muriera porque le dejara ir. Tal vez se equivocaba. Tal vez estaba llegando a la conclusión más absurda de su vida. El locutor no había dicho que todos los delegados en el autobús habían sido asesinados, si no que dos de ellos lo habían sido. Por otro lado, tampoco había dicho que uno estaba desparecido, y seguramente habría estado en las noticias si ese fuera el caso. Y ahora ella se estaba agarrando a un pelo, y lo sabía. El uniforme del delegado que se secaba sobre el pasamano era demasiado pequeño para Price, y no había ninguna razón lógica para que él para hubiera cambiado su propio uniforme por uno en el que no entraba. Price era uno de los prisioneros fugados, no un delegado. Tenía que impedir que supiera que sabía del choque del autobús. No tenía que preocuparse por la televisión hasta que la energía fuera restaurada, y la próxima vez que él fuera al cuarto de baño, ella tomaría las pilas de la radio y las ocultaría. Todo lo que tenía que hacer era de vez en cuando, comprobar el teléfono y, cuando el servicio fuera restaurado, esperar la oportunidad de llamar al departamento del sheriff. Si todo salía como pensaba, todo estaría bien. - ¿Hope?. Ella saltó, su corazón latiendo enloquecido por el pánico. Price estaba de pie en la puerta, mirándola, con ojos afilados. Hope se enredó con el cepillo y el trapo y casi los dejó caer. - ¡Me asustaste! - Ya lo veo -. Con calma él dio un paso adelante y tomó el cepillo y el trapo de sus manos. Hope dio un involuntario paso para distanciarse, luchando con el sentimiento de asfixia. Él parecía aún más grande en el pequeño lavadero, sus hombros bloqueando totalmente la puerta. Ella se había deleitado con su tamaño y fuerza cuando ellos hicieron el amor, pero ahora estaba abrumada por el pensamiento de su completa impotencia en una lucha física contra él. No es que ella se hubiera entretenido pensando en luchar contra él hasta reducirlo, pero tenía que estar preparada para luchar de cualquier modo posible, si fuera necesario. Escapar sería la cosa más inteligente de hacer si tuviera la oportunidad. - ¿Qué te sucede? – preguntó él. Su expresión era todavía, ilegible, y su mirada fija nunca abandonó su cara. Estaba de pie directamente delante de ella, y no había ninguna forma de alejarse de él, no en los estrechos límites del lavandero. - Pareces asustada a muerte -. Considerando cómo debía lucir, Hope sabía que no podía tratar de negarlo; él sabría que ella mentía. –Lo estoy -, confesó, con voz temblorosa. Ella no sabía lo que iba a decir hasta que las palabras comenzaran a salir de su boca. – Yo no… es decir..., he enviudado hace cinco años y yo no tuve … yo acabo de conocerte, y nosotros - yo - ah, maldición -, dijo ella desvalidamente, casi murmurando hacia el final. Su cara se relajó, y una débil sonrisa curvó su boca. - ¿Entonces solamente tenías uno de esos momentos en donde la realidad te muerde el trasero; cuando miras a tu alrededor y todo te golpea de repente y piensas, mierda..., qué estoy haciendo?. Ella atinó a asentir. - Algo así -, dijo, y tragó. - Bien, vamos a ver. Te encuentras sola en una ventisca, con un extraño casi muerto en tu puerta de calle, le salvas la vida, y aunque tu no hayas tenido un amante en cinco años, de algún modo él termina sobre ti la mayor parte de la noche. Puedo entender que todo esto sea un poco desconcertante, especialmente cuando no has usado ninguna prevención y podrías quedar embarazada. Hope sintió como si no hubiera quedado sangre en su cara. - Oh, cariño -. Con cuidado él dejó las cosas a un lado y la tomó en sus brazos, sus grandes manos frotándola de arriba a abajo mientras la atraía a sus brazos. - ¿Qué pasó, comprobaste las fechas y sabes que la posibilidad de embarazado es mucho más probable que lo que habías pensado?. Oh, Dios, ella pensó que podría desmayarse mientras la tocaba, la combinación de terror y deseo era tan intensa que no podía soportarlo. ¿Cómo podía él ser tan sensible y consolador cuando era un criminal, un preso fugado? ¿Y cómo podía sentir que su cuerpo fuerte contra el suyo era tan correcto? Ella quería ser capaz de apoyar su cabeza sobre su hombro y olvidar el resto del mundo, solamente quedarse con él aquí en estas montañas remotas donde nada alguna vez podría tocarlos. - ¿Hope? - Él inclinó su cabeza entonces para verle mejor la cara. Ella jadeó, porque parecía que no podía conseguir bastante oxígeno. - El momento incorrecto, es ahora -, soltó ella. Él suspiró también, como si la realidad acabara de tomar un pellizco de su trasero también. - ¿Es el final, huh?. - Es lo más seguro -. Pareció un poco más estable ahora, y estaba agradecida. El sentimiento agudo de pánico se desvanecía. Ya había decidido que no estaba en ningún peligro inmediato, entonces
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solamente debería quedarse tranquila en vez de saltar cada vez que él se acercara. Esto definitivamente lo haría sospechar, considerando de qué buen grado ella había hecho el amor con él. Hope había sido afortunada que la perspicacia de Price le hubiera dado una razón plausible para su trastorno, pero al mismo tiempo, tenía que recordar lo extremadamente agudo que él era. Si supiera que ella había estado escuchando a la radio, no le tomaría cinco segundos para poner todo en su lugar y comprendería que ella sabía de él. - Bien -. Él soltó el aliento. - Antes, cuando me dijiste que no estabas tomando la píldora, no comprendí las consecuencias. ¿Entonces qué es lo que quieres hacer? ¿Dejar de correr riesgos, o arriesgarnos? - De repente, increíblemente, lo sintió temblar. – Jesús -, dijo él, su voz temblorosa. - Yo siempre he sido tan jodidamente cuidadoso, y viceversa -. - ¿Sientes el mordisco de la realidad? -, masculló Hope contra su pecho. - Mordiscos, diablos. Tengo señales de colmillos en mi trasero -. Él tembló otra vez. – La desgracia en todo esto es que, Hope … me gusta la idea -. Oh, Dios. Con desesperación, Hope presionó su cara contra él. No podía ser un asesino, él simplemente no podía, no, y tratarla tan dulcemente, y temblar con el pensamiento de ser padre. Él tendría que tener un desdoblamiento de personalidad, ser tanto el hombre que ella conocía, como el hombre que temía que él pudiera ser. - Tu decides -, dijo él. Él estaba excitado. Ella podría sentir el duro bulto de su erección. La conversación sobre la posibilidad de embarazo no lo había asustado, lo había sorprendido, del mismo modo que ella se había sentido más temprano, sabiendo que ellos hacían el amor sin protección. Y su cuerpo ya estaba tan armonizado con el de él, tan sensible a su sexualidad, que sintió el despertar interior de su propio deseo. Estaba asombrada de sí misma, pero desvalida para matar su reacción. Todo lo que podía hacer era negarse a satisfacer su necesidad. Su boca estaba seca de la tensión, y trató de conseguir algo de saliva. – Nosotros... nosotros deberíamos ser cuidadosos -, logró decir ella, agradeciendo que él le hubiera dado esta salida. Incluso si él era uno de los otros prisioneros fugados y no era considerado tan peligroso, sería criminalmente irresponsable que ella siguiera durmiendo con él. Ya había sido bastante irresponsable. Ella podría vivir con lo que ya había hecho, pero esto no podía seguir. - Bien -. De mala gana, él la liberó. Su cara estaba tensa. - Llámame cuando el almuerzo esté listo. Voy a palear algo más de nieve. Hope se quedó en donde estaba hasta que oyó el golpe al cerrarse la puerta detrás de él; entonces cubrió su cara con sus manos y débilmente se reclinó contra la máquina lavadora. Por favor, por favor, rezó ella, que el servicio telefónico sea restaurado pronto. No sabía si podría soportar otra hora más de esto, mucho menos días. Quería llorar. Quería gritar, quería agarrarlo y golpearlo contra la pared y gritarle por ser estúpido y ponerse él mismo en problemas para empezar. Sobre todo, quería que nada de esto fuera verdad. Quería estar completamente equivocada en cada conclusión a la que había llegado. Ella quería a Price.
Capítulo 7 Mientras el estofado se calentaba en el microondas, Hope tomó las pilas de la radio y las ocultó en una de sus cacerolas con tapa. Comprobó el teléfono, pero no se sorprendió cuando no oyó la señal de marcar. El viento había parado hacía sólo unas dos horas, por lo que los equipos de reparaciones no habrían tenido tiempo aún para comenzar el trabajo en su área; ellos tendrían que trabajar después que despejaran las carreteras. El vuelco del autobús, pensó ella, debía haber pasado antes de que el tiempo se hiciera tan malo, de otra manera nadie aún sabría de ello. Las autoridades habían tenido tiempo para llegar al lugar y averiguar que los dos delegados estaban muertos, tanto como la captura de los dos prisioneros que escaparon. Price no podría haberlos eludido si la ventisca no hubiera interferido. El informe de radio había dicho que el autobús se salió del camino durante la tormenta, pero lo que se transmitía no siempre era exacto, y el momento exacto de los acontecimientos realmente no importaba. El microondas lanzó un pitido. Hope comprobó el estofado, luego puso el temporizador durante otros dos minutos. Ella podía oír el ruido sordo de la pala contra el pórtico de madera, pero Price trabajaba en una sección que no se veía por las ventanas. ¿Si podía oír la pala, podría él haber oído antes la radio? El sudor le empapó la frente, y se hundió débilmente en una silla. ¿Era él tan buen actor? Esto la estaba volviendo loca. La única forma que tenía para manejarlo era dejar de cuestionarse. No importaba si Price era un asesino o un criminal común, ella tenía que entregarlo. No podía atormentarse preguntándose que era lo que él sabía o suponía, tenía que continuar como mejor pudiera.
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Hope pensó en el rifle otra vez y a toda prisa dejó la silla para volver al dormitorio de su padre, y buscar más a fondo las balas. No podía permitirse gastar ninguno de estos preciosos minutos de intimidad. La caja de cartuchos no estaba en ninguno de los cajones del escritorio. Hope miró alrededor del cuarto, esperando que el instinto le mostrara el lugar más probable, o el más improbable, donde pudieran estar escondidos. Pero el cuarto era solamente eso, un cuarto ordinario, sin paneles secretos o cajones ocultos, o algo así. Ella fue a la cama y pasó las manos bajo las almohadas y el colchón, pero las sacó vacías otra vez. Estaba tentando a la suerte perdiendo tanto tiempo, por lo que se apresuró a volver a la cocina y comenzó a poner la mesa. Acababa de terminar cuando oyó a Price sacudir fuertemente la nieve de sus botas, y abrir la puerta. - ¡Maldición, que frío hace! – dijo él, estremeciéndose mientras se deshacía de su abrigo y se sentaba para quitarse sus pesadas botas. Su cara estaba roja por la exposición al frío. A pesar de eso había transpirado, y una capa de hielo cubría su frente. Esta se derritió inmediatamente por el calor de la casa, goteando por sus sienes. Él se secó la humedad con la manga, luego añadió otro tronco al fuego y acercó sus manos al fuego, frotándolas con bríos para restaurar la circulación. - Haré otra jarra de café, si tu quieres -, dijo Hope mientras ponía una gran fuente de guisado sobre la mesa. – Si no, puedes optar por leche o agua. - Con agua bastará -. Él tomó la misma silla de cocina que había usado antes. Tink, a quién no habían permitido salir con Price la segunda vez, abandonó su lugar cerca del fuego y vino a pararse al lado de la silla de Price. Con una mirada de esperanza en sus ojos, descansó su hocico sobre el muslo Price. Price se congeló en el momento de servirse una gran cantidad de guisado de ternera en su plato. Él miró hacia abajo, hacia esos emotivos ojos negros, y le echó una rápida mirada a Hope. - ¿Estoy comiendo su plato?. - No, él solamente te está haciendo sentir culpable. - Está funcionando. - Es que ha tenido mucha práctica. Tink, ven aquí -. Ella se palmeó su propio muslo, pero el perro la ignoró, evidentemente habiendo llegado a la conclusión que Price era más fácil de conmover. Price acercó la cuchara con un poco del guisado a su boca, pero no lo comió. Bajó la mirada hacia Tink. Tink lo miró. Price devolvió la cuchara a su plato. - Por Dios, haz algo -, le refunfuñó a Hope. - Tink, ven aquí -, repitió ella, estirándose hacia el obstinado perro. Bruscamente Tink se alejó de Price, sus orejas hacia delante, enfrentando la puerta de cocina. Él no ladró, pero cada músculo de su cuerpo temblaba, alerta. Price se levantó de su silla tan rápido que Hope no tuvo tiempo para parpadear. Con su mano izquierda él la arrastró de su silla y la puso detrás de él, al mismo tiempo que buscaba en su espalda, y sacaba la pistola de su cinturón. Ella se quedó paralizada durante un segundo, segundo durante el cual Price pareció escuchar tan atentamente como Tink. Entonces él le puso una mano sobre el hombro y la obligó a acostarse en el piso, al lado del armario de la vajilla, y con un movimiento de su mano le dijo que se quedara allí. Silencioso con sus pies con calcetines, él se movió hasta la ventana en el área del comedor, pegando su espalda a la pared al llegar. Ella vio como él apoyó su cabeza en el borde de la ventana, moviéndola sólo para poder ver hacia fuera con un ojo. Inmediatamente retrocedió, después de un momento se estiró para echar otra mirada. Un gruñido bajo comenzó en la garganta de Tink. Price hizo otro movimiento con su mano, y sin pensarlo, Hope extendió la mano y arrastró a su mascota cerca, envolviendo sus brazos alrededor de él, aunque no sabía qué podía hacer para impedir que ladrara. Sostener su hocico, tal vez, pero él era demasiado fuerte y ella no sería capaz de retenerlo si él quisiera liberarse. ¿Qué estaba haciendo? Se preguntó frenética. ¿Y si había oficiales de la ley ahí afuera? Ellos pudieron no haber rastreado a Price por la tormenta, pero podrían buscar en cualquier sitio donde él pudiera haber encontrado refugio. ¿Estarían los delegados a pie, o usarían motos para la nieve? No había oído el rugido distintivo de las máquinas, y seguramente el frío era demasiado peligroso para que alguien estuviera afuera mucho tiempo, de todos modos. Había también otros dos prisioneros desparecidos; ¿estaría Price alarmado si uno o ambos estuvieran ahí? ¿Había visto él algo? No podía haber nada ahí más que una piña cayendo, o una ardilla aventurándose fuera de su guarida y haciendo caer algo de nieve de la rama de un árbol. - No comprobé las cabañas -, se recriminó ferozmente Price. - ¡Dios; maldición, no comprobé las cabañas!. - Las cerré ayer -, dijo Hope, manteniendo su voz baja.
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- Las cerraduras no significan nada -. Él inclinó su cabeza, escuchando, luego hizo otro movimiento diciéndole que se estuviera quieta. Tink tembló bajo su mano. Hope tembló también, sus pensamientos corriendo en todas direcciones. Si alguien se hubiera quedado anoche en una de las cabañas, no era un delegado, porque un delegado ya habría venido a la casa. Esto dejaba a otro presidiario. Rogando estar haciendo lo correcto, cerró su mano alrededor del hocico del perro y lo abrazó cerca de ella, susurrando una disculpa. Tink comenzó a luchar inmediatamente, retorciéndose para escapar. - Sostenlo -, dijo Price, articulando silenciosamente, acercándose a la puerta de la cocina. Desde donde estaba agachada, al lado del armario de la vajilla, Hope no podía ver la puerta, y tenía sus manos llenas con Tink. La puerta pareció explotar hacia adentro, estrellándose contra la pared. Ella gritó y saltó, y soltó a Tink. Él se alejó de ella, sus patas deslizándose sobre el piso de madera mientras se lanzaba hacia el invisible intruso. Se tiró al piso, todavía incapaz de ver que pasaba, sus oídos sonando, el fuerte olor a pólvora quemada picando en las ventanas de la nariz. Un fuerte ruido sordo en la cocina fue seguido de cristal rompiéndose. Sus oídos se despejaron lo suficiente para que ella pudiera oír los sonidos salvajes de dos hombres luchando, los gruñidos y maldiciones y ruidos de puños sobre carne. Los gruñidos de Tink se añadieron al alboroto, y ella vio un destello de piel dorada cuando él entró corriendo a la lucha. Consiguió ponerse de pie y corrió por el rifle. Price sabía que estaba descargado, pero la otra persona no lo sabría. Con la pesada arma en sus manos, volvió hacia la cocina. Mientras ella daba la vuelta a los gabinetes, un pesado cuerpo cayó de golpe sobre ella, derribándola. El borde agudo de la encimera se le clavó en el hombro, haciendo que su brazo se entumeciera, y el rifle resbalara de su mano mientras ella aterrizaba con fuerza sobre su espalda. Gritó de dolor, enfadada, agarrando el rifle y luchando por ponerse de rodillas. Price y un extraño estaban enredados juntos en medio de un violento combate, tumbados sobre los gabinetes. Cada hombre tenía una pistola, y cada uno tenía su mano libre cerrada alrededor de la muñeca del otro mientras luchaban por el control. Ellos se cayeron de lado, golpeando su juego de tarros y enviándolo al piso. Una nube de harina voló sobre el cuarto para dejar una cubierta polvorienta sobre cada superficie. El pie de Price resbaló con la harina, y perdió el equilibrio; el extraño rodó, arrojando a Price a un lado. El impulso separó los dedos de Price de la muñeca del extraño, liberando la pistola. Hope se sintió a sí misma moverse, estirándose para agarrar la mano del hombre, pero se sintió medio paralizada de horror; todo estaba como en cámara lenta, y sabía que no llegaría antes de que el hombre agarrara la pistola y apretara el gatillo. Tink saltó hacia adelante, arrastrándose por el piso, y hundió sus dientes en la pierna del hombre. Él gritó por el dolor y el shock, y con su otro pie dio patadas a Tink en la cabeza. El perro resbaló por el piso, aullando. Price juntó fuerzas y se lanzó sobre el hombre, el impacto los hizo chocar a ambos contra la mesa. La mesa volcó, las sillas se rompieron, pedazos de carne, patatas y zanahorias se dispersaron por el piso. Los dos hombres cayeron al piso, Price arriba del otro. La cabeza del hombre golpeó con fuerza contra el piso, atontándolo momentáneamente. Price tomó ventaja rápidamente, hundiendo su codo en el plexo solar del hombre, y cuando el hombre se convulsionó, jadeando, siguió con un corto, salvaje golpe bajo la barbilla que rompió los dientes del hombre. Antes de que él se repusiera, Price tenía el cañón de la pistola apoyado en el suave hueco debajo de su oído. El hombre se congeló. -Suelta el arma, Clinton -, dijo Price con una voz muy suave, mientras tragaba aire. –Ahora, o aprieto el gatillo. Clinton soltó el arma. Price la alejó con su mano izquierda y de un golpe la acercó a él, sujetándola bajo su pierna izquierda. Metiendo su propia pistola en su cintura, levantó a Clinton con las dos manos y literalmente lo alzó del suelo, volteándolo y tirándolo sobre su estómago. Hope vio a Clinton tensar sus manos, y se adelantó, apoyándole el cañón del rifle en su cara. - No lo haga -, dijo ella. Clinton se relajó, lentamente. Price le dirigió una mirada al rifle, pero no dijo nada. Él no iba a revelar que no estaba cargado, se dio cuenta Hope, pero tampoco dejaría ver que ella lo sabía. Lo dejaría asumir que no estaba enterada. Price empujó los brazos de Clinton a su espalda y los sostuvo con una mano, después sacó la pistola de su cintura, y apoyó el cañón contra la base del cráneo de Clinton. – Muévete un milímetro -, dijo en un bajo, gutural tono, - y volaré tu jodida cabeza. Hope -. Él no la miró. – Tienes una soga delgada? También servirá una bufanda, si no tienes -. - Tengo unas bufandas. - Tráelas.
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Ella fue al primer piso y buscó en su tocador hasta que encontró tres bufandas. Sus rodillas estaban temblando, su corazón latía salvajemente contra sus costillas. Se sentía vagamente nauseosa. Se sostuvo del pasamanos mientras temblando se obligó a bajar otra vez las escaleras. Los dos hombres no parecían haberse movido, Clinton yaciendo sobre su estómago, Price sentado a horcajadas sobre él. Los restos de los muebles rotos y comida rodeándolos. Tink estaba parado junto a la cabeza de Clinton, su hocico muy cerca de la cara del hombre, gruñendo. Price tomó una de las bufandas, la retorció para alargarla, y la ató alrededor de las muñecas de Clinton. Tensó la tela y la ató con un duro nudo. Entonces metió la pistola en su cintura una vez más, tomó la pistola de Clinton de debajo de su rodilla, y se puso de pie. Agachándose, agarró del cuello del mono de Clinton y tiró de él para ponerlo de pie, después lo empujó hasta sentarle en la única silla que quedaba sana. Le cruzó y aseguró los pies a las patas de la silla usando una bufanda para cada tobillo. La cabeza de Clinton estaba colgando. Respiraba con fuerza, un ojo hinchado y cerrado, sangre saliéndole desde ambos lados de la boca. Miró a Hope, que estaba parada pálida y afligida, sosteniendo todavía el rifle como si hubiera olvidado que lo tenía. - Dispárele -, graznó Clinton. – Dios Santo... dispárele. Es un asesino fugitivo. Yo soy delegado del sheriff... Él tomó mi uniforme... Demonios, dispárele al bastardo!. - Buen intento, Clinton – dijo Price, enderezándose. - Señora, le estoy diciendo la verdad -, dijo Clinton. - Escúcheme, por favor -. Con un suave movimiento Price extendió la mano y sacó el rifle de las manos laxas de Hope. Ella le dejó ir sin una protesta, porque ahora que Clinton estaba amarrado, no había nadie a quien pudiera intimidar con un arma vacía. - Mierda -, dijo Clinton, cerrando su ojo bueno por la desesperación. Él se aflojó contra la silla, todavía respirando con fuerza. Hope lo miró fijamente, rechazando el mareo que la atacó. Era casi de la altura de Price, pero no tan musculoso. Si ella fuera buen juez de la ropa de la gente, después de comprar toda la ropa primero para Dylan y ahora para su padre, con lo cual ella había tenido mucha experiencia, diría que Clinton usaba un tamaño quince y medio de camisa. Price no estaba ileso. Se le estaba formando un chichón sobre su pómulo derecho, su ceja izquierda tenía sangre coagulada, y sus labios estaban cortados en tres sitios distintos. Él se limpió la sangre del ojo y miró a Hope. - ¿Estás bien? -. - Sí -, dijo ella, aunque su hombro dolía como el diablo donde el borde del gabinete se había enterrado, y todavía no estaba del todo segura que no fuera a desmayarse. - No lo mires. Siéntate -. Él miró alrededor, encontró la única silla que no estaba rota, y la puso derecha. Con su mano sobre el hombro de Hope, hizo presión para que sentara. - La adrenalina -, dijo él. - Uno siempre se siente débil como el demonio cuando se pasa el susto -. - ¿Forzaste una de las cabañas, verdad? -. Preguntó Price a Clinton. – Encendiste un fuego en la chimenea, y te quedaste cómodo y caliente. Como la ventisca continuaba, nosotros no seríamos capaces de ver el humo de la chimenea. Cuando el tiempo despejó, supongo, tuviste que dejar apagar el fuego. ¿Hacía un frío del demonio, verdad? Pero no podías marcharte a las montañas sin ropa más pesada y algo de alimento, entonces supiste que tenías que irrumpir en la casa. - Es un buen argumento, Tanner -, dijo Clinton. - ¿Es lo que hubieras hecho si no me hubieras robado el uniforme? -. Él abrió su ojo y echó una mirada alrededor. - ¿Dónde está el anciano? ¿Lo mataste también?. Hope notó que Price la miraba, evaluando su reacción ante el cuento de Clinton, pero ella simplemente miró fijamente al hombre capturado sin un cambio en su expresión. El mantener su calma no era difícil; se sentía entumecida, absolutamente agotada. ¿Cómo sabía Clinton de su padre? ¿Era él del área? Ella no estaba, pensó, cortada para ser un héroe de acción. - ¡Hey! -. Price se agachó delante de ella, tocando su mejilla, tomando sus manos en las suyas. Ella parpadeó, enfocando su mirada sobre él. Sus cejas estaban juntas formado un pequeño ceño, sus ojos azules buscando mientras la examinaba. - No lo dejes jugar juegos de mente contigo, cariño. Todo va a estar bien, sólo relájate y confía en mí. - No lo escuche, señora -, dijo Clinton. - Pareces bastante temblorosa -, dijo Price, no haciendo caso de Clinton. - Tal vez deberías acostarse durante un minuto. Vamos, déjame ayudarte a llegar al canapé -. Él la impulsó sobre sus pies, su mano bajo su codo. Cuando ella se dio vuelta, él pronunció una maldición salvaje y la arrastró a su lado. - ¿Qué? – dijo ella, sacudida por el abrupto cambio de él. - No dijiste que te habías hecho daño. - No estoy ... - Tu espalda está sangrando -. Con cara severa, él la obligó a entrar en el dormitorio de su padre. Hizo una pausa para dejar el rifle en el estante, luego la introdujo en el cuarto de baño. Después de abrir las cortinas para tener luz suficiente, él comenzó a desabotonar su camisa.
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- Ah, eso. Me raspé con el borde del gabinete cuando me caí -. Ella trató de agarrar sus manos, pero él le alejó las manos y le quitó la camisa, girándola para poder examinar su espalda. Ella tembló, sus pezones se fruncieron cuando el aire frío tocó sus pechos desnudos. Él humedeció una manopla y la aplicó sobre su espalda, justo debajo de su omóplato. Hope se estremeció de dolor. - Tienes un tajo en la espalda, y por lo que veo, se está formando una monstruosa magulladura -. Con cuidado, él siguió lavando la herida. - Necesitas una compresa de hielo, pero primero voy a desinfectar la herida y a ponerte una gasa. ¿Dónde están tus provisiones de primeros auxilios?. - En la puerta del gabinete sobre el refrigerador. - Acuéstate sobre la cama. Volveré enseguida. La dirigió a la cama, y Hope se derrumbó boca abajo, de buen grado. Ella tendría frío sin su camisa, pensó, y tiró la colcha sobre ella. Price volvió en un momento con la caja de primeros auxilios. La sangre goteaba de su ojo otra vez, y se tomó un minuto para lavar su propia cara. La sangre inmediatamente goteó otra vez, y con una impaciente maldición él abrió una venda adhesiva y la pegó sobre su ceja. Entonces, sosteniendo la caja sobre su regazo, él se sentó al lado de Hope y con cuidado aplicó en la herida un ungüento con antibiótico. A pesar de lo cuidadoso que era, el toque más ligero era doloroso. Ella lo soportó, rechazando estremecerse otra vez. Colocó una gasa sobre la herida, luego la cubrió con una de las camisetas de su padre. - Sólo quédate quieta -, pidió él. - Conseguiré una compresa de hielo. Él improvisó una, llenando una bolsa de plástico Ziploc con cubitos de hielo. Hope saltó cuando él con cuidado lo puso sobre su espalda. - ¡Está demasiado frío!. - Bueno, tal vez la camiseta sea demasiado delgada. Déjame conseguir una toalla. Él consiguió una toalla del cuarto de baño, y la cubrió con ella en lugar de la camiseta. La compresa de hielo fue tolerable entonces, apenas. Tiró la colcha encima de sobre ella, porque el cuarto estaba frío. - ¿Tienes mucho frío? – preguntó él, alisando su pelo. -¿Quieres que te lleve arriba?. - No, estoy bien, con la colcha sobre mí -, murmuró ella. – Aunque estoy soñolienta. - Es la reacción -, dijo él, inclinándose y dejando un beso sobre su sien. – Tómate una siesta, entonces. Te sentirás mejor cuando te despiertes. - Me siento como una cobarde ahora mismo -, admitió ella. - ¿Nunca habías estado en una pelea antes?. - No, esta fue mi primera. No me gustó. ¿Actué como la muchacha, verdad?. Él rió en silencio, sus dedos apacibles sobre su pelo. - ¿Cómo actúa una muchacha?. - Tu sabes, del modo que siempre lo hacen en las películas, gritando y metiéndose en el medio. - ¿Tu gritaste?. - Sí. Cuando él pateó la puerta. Eso me asustó. - Imagínate. ¿Te metiste en el medio?. - Traté de no hacerlo. - No lo hiciste, cariño -, dijo él de modo tranquilizador. – Mantuviste la cabeza firme, conseguiste el rifle, y lo sostuviste sobre él -. Él la besó una vez más, sus labios calientes sobre su piel fría. - Yo te escogería para mi lado en cualquier pelea. Duérmete ahora, y no te preocupes del lío en la cocina. Tink y yo lo limpiaremos. Él ya se ha ocupado del guisado de ternera. Ella rió, como había querido que hiciera, y él se levantó de la cama. Cerró sus ojos, y en pocos segundos oyó el chasquido de la puerta al cerrarse. Hope abrió sus ojos. Ella se quedó quieta, porque la compresa de hielo aliviaba el dolor en su hombro. Dejarla quince minutos, descansar quince minutos - si ella recordaba con exactitud como era la terapia del hielo. Ella necesitaría toda la flexibilidad en el hombro que pudiera, y estimó que Price no comprobaría su estado hasta al menos una hora. Ella tenía un poco de tiempo para ocuparse de sí misma. Ella lo oyó moviéndose en la cocina. El cristal roto tintineó cuando él lo barrió, y ella oyó el crujido de madera hecha añico cuando él recogió los restos rotos de sus sillas. No oyó al maniatado Clinton emitir un sonido. La harina había hecho un verdadero desastre. Limpiarla requeriría una aspiradora y lavar el piso, y el limpiar todo eso tomaría mucho tiempo. Hope retiró la colcha y se levantó de la cama. Silenciosamente abrió la puerta del armario y bajó una de las sudaderas de su padre, se la pasó con cautela por su cabeza y dio un respingo cuando su hombro lastimado y los músculos de su espalda protestaron por el movimiento. Entonces ella comenzó a buscar las balas. Una hora y media después, encontró la caja; en el bolsillo de una de las chaquetas de su padre.
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Capítulo 8 Hope tenía varias de las viejas, no muy usadas corbatas de su padre colgando de la cintura de su pantalón de gimnasia cuando ella dejó el dormitorio. El rifle estaba en sus manos. Clinton estaba sentado silencioso, exactamente como ella lo había visto la última vez, no es que él tuviera muchas opciones. Abrió su ojo bueno cuando la oyó, su pupila se dilató cuando vio el rifle. Él emitió una risa débil, satisfecha y la aprobó cabeceando. Price estaba en el fregadero, retorciendo un trapo. Había limpiado la mayor parte del lío, aunque ella ahora estaba tristemente escasa de muebles y todavía había algunas superficies sucias con harina. Él alzó la vista, e independientemente de lo que hubiera estado a punto de decir, murió en sus labios cuando ella levantó el rifle. - Mantén tu mano derecha donde pueda verla -, dijo ella con calma. - Usa tu mano izquierda para sacar la pistola de tu cinturón. Ponla sobre el gabinete y deslízala hacia mí. Él no se movió. Sus ojos azules se volvieron duros y helados. - ¿Qué diablos piensas que estás haciendo? -." - Asumiendo el control -, contestó ella. - Haz lo que dije. Él no había echado aún un vistazo al rifle. Su boca era una línea severa, cuando comenzó a avanzar hacia ella. - Encontré las balas -, dijo Hope rápidamente, antes de que él se acercara lo suficiente para agarrar el rifle. - En el bolsillo de un abrigo -, añadió ella, solamente entonces él sabría que ella realmente las había encontrado. Él se paró. La furia que oscureció su cara la habría aterrorizado si ella no hubiera tenido el rifle. - La pistola -, ella repitió. Despacio, manteniendo su mano derecha apoyada en el fregadero, él dirigió su otra mano a su espalda y sacó la pistola. Colocándola sobre el gabinete, él la empujó hacia ella. - No olvide la mía -, dijo Clinton detrás de ella, las palabras ligeramente mal pronunciadas; su boca y mandíbula dañadas se estaban hinchando y volviéndose oscuras. - La otra también -, dijo Hope, sin estremecerse con la mirada enfurecida que Price le dirigió. Silenciosamente él obedeció. - Ahora aléjate. Él lo hizo. Ella recogió la pistola y dejó el rifle, porque la pistola era más conveniente. - Bien, siéntate en la silla y pon tus manos detrás de ti. - No hagas esto, Hope -, dijo él entre dientes apretados. - Él es un asesino. No lo escuches. ¿Por qué le creerías, por Dios? ¡Míralo! Él lleva el mono de trabajo de la prisión. - Sólo porque tu robaste mi uniforme -, gruñó Clinton. - Siéntate -, le dijo Hope a Price otra vez. - ¿Caray, por qué no me escuchas a mí? - dijo él con furia. - Por que me enteré por la radio sobre el vuelco del autobús. Dos alguaciles murieron, y cinco prisioneros se escaparon -. Hope no sacó los ojos de su cara. Ella vio sus pupilas dilatarse, su mandíbula endurecerse. – Por que tu camisa del uniforme es demasiado pequeña para ti. Por que no tenías una cartera, y aun cuando los pantalones del uniforme estaban rasgados y ensangrentados, no estabas herido en ninguna parte -. - ¿Y con respecto al revólver de servicio? ¿Si tomé la ropa de un alguacil, por qué también no habría tomado su arma?. - No sé -, admitió ella. - Tal vez quedaste sin sentido en el choque, y cuando recobraste el conocimiento, otros prisioneros ya se habían escapado y se habían llevado las armas con ellos. No conozco todos los detalles. Todo lo que sé es que tengo muchas preguntas, y tus respuestas no me cierran. ¿Por qué descargaste el rifle y ocultaste las balas?. Él no parpadeó. - Por motivos de seguridad -. Ella no lo hizo tampoco. – No te creo. Siéntate -. Él se sentó. No le gustó hacerlo, pero sus dedos estaban sobre el gatillo y su mirada fija no vaciló. - Pon las manos en tu espalda -. Él las puso en su espalda. Casi parecía salir vapor de sus orejas. Manteniéndose fuera de su alcance, en caso que decidiera girar de repente y tratar de arrancar el arma de su mano, ella sacó una de las corbatas de su cinturón y le dio dos vueltas flojas. Moviéndose rápidamente, ella pasó los lazos sobre las manos de Price y ató las puntas apretadas. Él ya se estaba moviendo, cambiando su peso, pero él se congeló en el lugar cuando la tela se apretó alrededor de sus muñecas. - Que buen truco -, dijo él impasible. - ¿Qué has hecho?. - Lazos, como los de enlazar a un becerro. Todo lo que tuve que hacer fue tirar -. Ella enroscó los lazos flojos entre sus muñecas, atando cada uno de los lazos por separado, y luego lo apretó sobre sus muñecas. - Bien, ahora tus pies -.
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Él se sentó sin moverse, dejando que ella atara sus pies a las patas de la silla. – Escúchame -, dijo él con urgencia. - Realmente soy un ayudante del sheriff. No he trabajado en esta zona mucho tiempo y no muchas personas me conocen -. - Sí, seguro -, gruñó Clinton. – Tu mataste a aquellos dos guardias, y probablemente la habrías matado a ella antes de marcharte. Desáteme, señora, mis manos están entumecidas -. - ¡No lo hagas! Escúchame, Hope. Te has enterado sobre este tipo. Él ha estado por esta zona. Así es como él sabía que vivías con tu padre. Clinton, dijo, señalando con su cabeza al otro hombre, secuestró a la hija de un rico ranchero de esta área y pidió un millón de rescate. Ellos le pagaron el dinero, pero él no mantuvo su parte del trato. La muchacha no estaba donde él dijo que la había abandonado. Lo atraparon mientras trataba de pasar el dinero, y nunca dijo donde ocultó el cuerpo de la muchacha. Estuvo en todas las noticias. Él estaba siendo transferido a una cárcel más segura, y pensamos que valía la pena intentar ponerme con él, tal vez hubiera conseguido que hablara. Él puede ser condenado por asesinato con pruebas circunstanciales, pero los padres quieren encontrar el cuerpo de su hija. Ellos han aceptado que está muerta, pero quieren darle un entierro decente. Ella tenía diecisiete años, una bonita niña que él ha enterrado en alguna parte de las montañas, o ha tirado en una mina abandonada -. - Tu sabes muchas cosas -, lo culpó Clinton, su tono salvaje. - Sigue hablando; dime donde ocultaste su cuerpo -. Hope fue hacia el salón y añadió más leña al fuego. Después hizo una pausa en el teléfono, levantando el receptor para comprobar si había tono de marcar. Nada. - ¿Qué hace usted? – exigió Clinton. – Desáteme -. - No -, dijo Hope. - ¿Qué? -. Sonó como si él no pudiera creer lo que había oído. - No. Hasta que el servicio telefónico sea restaurado y pueda llamar al sheriff para arreglar esto, calculo que lo mejor que puedo hacer es mantenerlos a los dos justo como los tengo ahora -. Hubo un momento de atónito silencio; entonces Price tiró su cabeza hacia atrás riéndose a los gritos. Clinton la miró fijamente, boquiabierto; ¡entonces su cara se tornó de un rojo oscuro y gritó, - Usted estúpida perra de mierda! -. - Esa es mi muchacha -, dijo Price, todavía riendo. - ¡Dios, te amo! Te perdonaré por esto, aunque los muchachos van a vapulear mi culo por años por haber dejado que una pequeña rubia de dulces ojos marrones consiguiera atraparme -. Hope miró aquellos risueños ojos azules, brillantes por las lágrimas de alegría, y ella no pudo menos que reír. - Probablemente yo te amo también, pero eso no significa que vaya a desatarte -. Clinton se recuperó bastante para decir, - Él la está haciendo hacer la idiota, señora. - ¿Señora? – repitió ella. - No es lo que usted me llamó hace un segundo -. - Lo siento. Perdí la cabeza -. Él inhaló desigualmente. – Me irrita verla enamorarse con toda esa dulce mierda que él le dice a cada mujer -. - Estoy segura que lo hace -. - ¿Qué tengo que hacer para convencerla de que él miente? -. - Usted no puede hacer nada, así que también podría ahorrar su aliento -, dijo ella correctamente. Media hora más tarde Clinton dijo, - Tengo que usar el cuarto de baño -. - Hágase en sus pantalones -, contestó Hope. Ella no había pensado en aquella complicación, pero no iba a cambiar de idea y desatar a cualquiera de ellos. Le lanzó una mirada de disculpas a Price, y él le guiñó un ojo. - Yo estoy bien por ahora. Si el servicio telefónico no está restaurado cuando caiga la noche, pienso que probablemente te estaré rogando por un jarro de fruta -. Ella se lo traería, pensó. No le importaría realizar aquel servicio para él en absoluto. Le echó un vistazo a Clinton. De ninguna manera; ella no se lo tocaría ni con un par de pinzas. Hope comprobó el teléfono cada media hora, mirando como el sol de la tarde se hundía detrás de las montañas. Clinton se retorció, y ella no tenía duda que él estaba sufriendo. Price tenía que estar incómodo también, pero no lo demostraba. Él le sonreía abiertamente siempre que captaba su mirada, aunque con su cara magullada la sonrisa parecía más bien una mueca. Justo en el crepúsculo, cuando ella levantó el receptor, oyó la señal de marcar. - ¡Bingo! - dijo ella triunfalmente, recogiendo la guía telefónica para buscar el número del departamento del sheriff. Price recitó a toda prisa el número para ella, y aunque estaba casi segura que él decía la verdad, en ese momento lo supo con certeza. La luz brotó de su cara, y ella le dirigió una radiante sonrisa mientras marcaba el número. - Departamento del Sheriff -, dijo una enérgica voz masculina. - ¡Hola! -, soy Hope Bradshaw, de la Posada Crescent Lake. Tengo a dos hombres aquí. Uno es Price Tanner y el nombre del otro es Clinton. Ambos dicen ser alguacil y que el otro es un asesino. ¿Puede usted decirme cual es cual? -.
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- ¡Mierda! - bramó la voz. - ¡Maldición! Mierda, lo siento. No pensé decir esto. ¿Usted dice que tiene tanto a Tanner como a Clinton? -. - Exacto. ¿Cuál es su ayudante? -. - Es Tanner. ¿Cómo los tiene usted? Quiero decir... - Los estoy apuntando con un arma -, dijo ella. - ¿Cómo es Tanner? ¿Qué color de ojos tiene? -. El alguacil en la línea pareció desconcertado. -¿Sus ojos? Ah… el sujeto es de aproximadamente un metro noventa, noventa kilos de peso, pelo negro, ojos azules -. - Gracias -, dijo Hope, agradeciendo que los oficiales de la ley estuvieran entrenados para dar descripciones sucintas. - ¿Quisiera usted hablar con el alguacil Tanner? -. - ¡Sí, señora! -. Recogiendo el teléfono, lo llevó todo lo lejos que pudo, pero el cable no era lo bastante largo para llegar. - Solamente un momento -, dijo ella, apoyando el receptor. Ella se lanzó a la cocina y consiguió un cuchillo afilado. Volvió corriendo hasta Price, se arrodilló y cortó la tela que ataba sus muñecas, luego volvió su atención a sus tobillos mientras él se frotaba para volver a sentir sus manos. - Necesitas un teléfono sin cable -, dijo él. - O uno con un cable más largo -. - Me procuraré uno la próxima vez que vaya de compras -, dijo ella mientras liberaba sus tobillos. El teléfono de la cocina estaba más cerca, aunque aquel cable tampoco era lo suficientemente largo para que llegara tampoco. Él anduvo con dificultad, sus músculos tiesos de estar sentado tanto tiempo en una posición forzada. - Soy Tanner. Sí, todo está bajo control. Le daré un informe completo cuando usted llegue aquí. ¿Los caminos son transitables ya? Bien -. Él colgó y anduvo con dificultad hacia ella. - El camino todavía está bloqueado, pero ellos van a usar un quitanieves. Deberían estar aquí en unas dos horas -. Él pasó cojeando. Hope parpadeó. - ¿Price? -. - No puedo pararme a hablar -, dijo él, acelerando su cojeo, enfilando directamente hacia el cuarto de baño. Hope no pudo sofocar su risa. Clinton la miró airadamente cuando ella pasó por delante de él para colgar el teléfono en el salón. Ella todavía tenía el cuchillo en su mano. Ella hizo una pausa y lo miró fijamente, y algo debe haber mostrado su cara, porque él palideció. - No lo haga -, dijo cuando ella avanzó hacia él, y luego comenzó a gritar. - LE CORTASTE -, dijo Price, su tono de voz era de asombro. – Tu realmente le cortaste -. - Él tenía que saber que sabía lo que hacía -, dijo Hope. – No fue nada más que corte pequeñito, nada para hacer semejante alboroto. En realidad, fue un accidente; no tenía la intención de llegar a eso, pero él saltó -. No era todo lo que Clinton había hecho; él también había perdido el control de su vejiga. Y luego él había comenzado a hablar, parloteando tan rápido como él podía, gritando por Price, diciendo cualquier cosa para impedirle que lo cortara otra vez. Price había llamado al departamento del sheriff y había retransmitido la información, que ellos esperaban fuera exacta. ERA DESPUÉS DE LA MEDIANOCHE. Ellos estaban en la cama, abrazados. Ella sostenía una compresa de hielo en su mejilla; él sostenía otra sobre su espalda. - Hablé en serio, sabes -, dijo Price, besando su frente, - sobre que te amo. Sé que todo pasó demasiado rápido, pero... Sé lo que siento. A partir del minuto en que abrí mis ojos y vi tu rostro, te deseé -. Él hizo una pausa. - ¿Y…? -. - ¿Y? – repitió ella. - ¿Y, tu “probablemente” me amas también, huh? -. - Probablemente -. Ella se acurrucó más cómodamente contra él. – Definitivamente. - ¡Dilo! – ordenó él sin aliento, sus brazos apretándose alrededor de ella. - Te amo. Pero nosotros realmente deberíamos tomarnos un tiempo, llegar a conocernos el uno al otro -. Él se rió por lo bajo. - ¿Tomarnos un tiempo? ¿Es un poco tarde para eso, verdad?. Ella no tenía una respuesta, porque había pasado demasiado en un tiempo demasiado corto. Se sentía como si el día pasado hubiesen sido semanas. Habiendo afrontado juntos unas circunstancias tan extremas, ella lo había visto en una multitud de situaciones, y sabía que su primera aturdida, delirantemente alegre impresión de él había sido exacta. Ella sintió como si lo conociera inmediatamente, el instinto primitivo que reconoce a su compañero. - Cásate conmigo, Hope. Cuanto antes. Con los riesgos que hemos corrido, nosotros probablemente ganaremos como premio gordo un bebé -. Su voz era perezosa, seductora. Ella levantó la cabeza de su hombro, mirándolo fijamente en la oscuridad. Ella vio el destello de sus dientes cuando él rió, y otra vez sintió una sacudida de conciencia, de reconocimiento. – Bien -, susurró ella. - ¿No te importa? -.
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- ¿Importarme? -. Él tomó su mano y la llevó a su entrepierna. Estaba más duro que una piedra. – Estoy impaciente por hacerlo, cariño -, susurró él, y su voz temblaba un poco, como lo había hecho cuando ellos hablaron anteriormente de la posibilidad. - Todo lo que tienes que hacer es decir la palabra, y me dedicaré devotamente al proyecto -. - Palabra -, dijo ella, rindiéndose alegremente ante lo inevitable.
FIN
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