No.38 Campo conurbado

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20 de noviembre de 2010 • Número 38 Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver Suplemento informativo de La Jornada

TEMA DEL MES

Migrantes

El derecho de quedarse

Guerrero

XV años de policía comunitaria


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FOTO: Marco Peláez / La Jornada

20 de noviembre de 2010

Ciudad raigal Suplemento informativo de La Jornada 20 de noviembre de 2010 • Número 38 • Año IV

COMITÉ EDITORIAL

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Armando Bartra Coordinador

os edificios tienen cimientos, las ciudades –como los árboles– tienen raíces. Raíces rurales. La red que interconecta por el ciberespacio los nudos urbanos del planeta es la dimensión horizontal de las ciudades modernas, pero hay también una dimensión vertical que las vincula con sus orígenes. Simultaneidad informática y genealogía histórica, velocidad y parsimonia, espacio y tiempo, son las dualidades que nos hacen a la vez cosmopolitas e identitarios.

Luciano Concheiro Subcoordinador Enrique Pérez S. Lourdes E. Rudiño Hernán García Crespo CONSEJO EDITORIAL Elena Álvarez-Buylla, Gustavo Ampugnani, Cristina Barros, Armando Bartra, Eckart Boege, Marco Buenrostro, Alejandro Calvillo, Beatriz Cavallotti, Fernando Celis, Luciano Concheiro Bórquez, Susana Cruickshank, Gisela Espinosa Damián, Plutarco Emilio García, Francisco López Bárcenas, Cati Marielle, Brisa Maya, Julio Moguel, Luisa Paré, Enrique Pérez S., Víctor Quintana S., Alfonso Ramírez Cuellar, Jesús Ramírez Cuevas, Héctor Robles, Eduardo Rojo, Lourdes E. Rudiño, Adelita San Vicente Tello, Víctor Suárez, Carlos Toledo, Víctor Manuel Toledo, Antonio Turrent y Jorge Villarreal.

La ciudad se alimenta de los sedimentos culturales acumulados en el lugar donde hunde sus raíces pero también de la cultura de los avecindados: inmigrantes que llevan consigo olores y sabores de sus lugares de origen. La ciudad es remolino, hoyo negro, sumidero que compila y amalgama la diversidad. En náhuatl, México significa en el ombligo de la luna: un ombligo que no atrae pelusas multicolores sino que convoca multiplicidad humana. Terruño de terruños, el defe es caldero de culturas cuyo origen es directa o indirectamente rural. Delgada es la capa de asfalto que separa del México profundo a los chilangos imaginarios, como delgada es la capa de cultura urbana que recubre nuestra entrañable cultura rural. La imagen es socorrida pero cierta: en esta ciudad de ciudades con poco que escarbes encuentras huesos, tepalcates, monolitos, pirámides…; pero también consejas, leyendas, mitos ancestrales…

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Diseño Hernán García Crespo

La Jornada del Campo, suplemento mensual de La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, SA de CV; avenida Cuauhtémoc 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, delegación Benito Juárez, México, Distrito Federal. Teléfono: 9183-0300. Impreso en Imprenta de Medios, SA de CV, avenida Cuitláhuac 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, delegación Azcapotzalco, México, DF, teléfono: 5355-6702. Reserva de derechos al uso exclusivo del título La Jornada del Campo en trámite. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin la autorización expresa de los editores.

PORTADA: Hernán García Crespo

Las brujas de Parres que salen de noche a espantar cristianos y chupar criaturitas, despiden por las axilas una luz verde, como de semáforo. Eso me platica el taxista, un vecino de San Andrés, que tiene familia en El Guarda, como le sigue diciendo a Parres. “¿Baja a México?”, le había preguntado al abordarlo. Él abrió la puerta asintiendo y apenas subí se soltó hablando de las brujas del rumbo que además de aluzar verde son ahorrativas pues cuando salen con sus escobas a revolotear llevan sólo la parte superior del cuerpo. Rústicas historias que aún se cuentan en los pueblos de Tlalpan pese a que allí son escasos los sembradíos y pocos hablan lengua. En cambio numerosos milpaltenses viven aún de las nopaleras y hace unos meses, en la inauguración de la Casa del Movimiento en Defensa de la Economía Popular, la maestra que nos recibió se soltó un discurso en náhuatl. Un poco más arriba, en San Pablo Oztotepec, donde Zapata tenía cuartel, se habla de Miliano, como de un vecino que se acaba de ausentar. Y es que en las delegaciones del sur y el poniente aún se hace milpa. En cambio los vecinos del centro han sido por generaciones gente

de banqueta. Lo que no impide que domingo a domingo los avecindados rurales llegados a México de toda la República, conviertan la aristocrática Alameda en bulliciosa plaza de pueblo donde van a echar novio o novia mientras celebran a los juglares, se emboban con los merolicos y comen tamales, huaraches, esquites o siquiera una nieve de limón. Pero si caminas hasta el Zócalo, la patria de López Velarde deja paso al México ancestral: concheros renegridos bailando al ritmo del huehuetl y el teponaxtle, curanderos y yerberas que ramean y hacen limpias en medio de humos de copal. La ciudad colonial con un centro reservado a los españoles y la ciudad porfirista vitrina del progreso afrancesado, le hacían feos a la indiada. Pero durante el siglo XX, tomada por inmigrantes provincianos muchos de ellos campesinos, la capital deviene congregación multicolor donde reverdecen el habla, los usos y el imaginario del México pueblerino. Diversidad entreverada donde la plebe y el mediopelo urbanos conviven en buen plan con el avecindado paisanaje rural, mientras la aristocracia del dinero se amuralla en fraccionamientos exclusivos: feudos rodeados por la otra ciudad: el defe prángana, la urbe irredenta del peladaje. Con 500 automóviles por cada vaca, 300 por cada borrego y 14 por cada gallina, la capital es un ámbito netamente citadino donde apenas a uno de cada mil habitantes se le puede considerar rural. En cuanto a la economía, sólo cinco de cada mil chilangos se ocupa en el sector primario y sólo uno de cada mil pesos que se generan proviene de la agricultura. Y sin embargo el defe urbano depende vitalmente del defe rural. Como sucede en el plano nacional, la minimización del campo chilango es un espejismo. Un espejismo peligroso pues lleva a subestimar la importancia de un territorio que ciertamente sólo ocupa al 0.5 por ciento de la población económicamente activa y sólo genera el 0.1 del producto interno bruto, pero del que dependen el aire, el agua y el clima de la metrópoli, así como su paisaje y su cultura. En Xochimilco se siembran hortalizas, hay una cuenca lechera, y ahí y en Tláhuac se cultivan plantas de ornato, mientras que en Milpa Alta se produce nopal y en Tlalpan forraje. De estos módicos aprovechamientos agropecuarios, llama la atención el nopal, no sólo porque al generar ingresos anuales por alrededor de 500 millones es una actividad económicamente relevante, sino también porque documenta la capacidad de los pueblos del sur para resistir con relativo éxito la arrasadora expansión de la mancha urbana.

Y han resistido a la ciudad utilizando a la ciudad, no dándole la espalda en un impracticable ensimismamiento autárquico, sino aprovechando las “ventajas comparativas” que les dan sus condiciones agroecológicas y sobre todo su privilegiada ubicación junto a las ávidas fauces del monstruo. Un cultivo ancestral de talante campesino, pues se siembra en pequeña escala, es intensivo en mano de obra y no demanda demasiados agroquímicos ha sido –con el mole de San Pedro Atocpan– la clave de la preservación del territorio y las formas de vida de la única delegación del sur donde los originarios siguen siendo mayoría. Y es que la fuerza de nuestras comunidades agrarias no proviene sólo del maíz, el autoconsumo y la autarquía, se finca también en la lucha por ofertar con prestancia su producción comercial. Así, los náhuatl de Milpa Alta hicieron del nopalverdura y de la insoslayable cohabitación con la megalópolis la piedra de toque de su excepcional resistencia a la asimilación y la aculturación. Cuestión importante porque dramatiza la necesidad de redefinir la relación entre el México urbano y el México rural, la urgencia de un nuevo acuerdo entre la ciudad y el campo. Para que los pueblos del sur puedan persistir y continuar siendo los guardianes del campo defeño y de los ecosistemas indispensables para la sobrevivencia de la capital, hace falta que los chilangos urbanos y los chilangos rurales lleguemos a un nuevo pacto. Un apalabramiento inédito por el que los capitalinos de banqueta nos comprometamos no sólo a pagar bien los nopales y el mole de Milpa Alta, también a reconocer, ponderar y retribuir las múltiples aportaciones ambientales, sociales y culturales de los polifónicos pueblos del sur. Porque el jardín milenario que son las chinampas de Xochimilco y Tláhuac, no sobrevivirá para siempre de la venta de plantas, verduras y servicios recreativos domingueros si no las reconocemos como tales y si no asumimos su preservación como asunto de Estado, como asunto de todos. Los gobiernos derechistas del edomex se empeñan en jalar a su territorio el vórtice demográfico de la urbe induciendo el doblamiento irracional de los municipios conurbados. Que con su esmog y su estrés hídrico se lo coman. En cambio la capital gobernada por la izquierda debe trabajar en la preservación de la condición rural de la mayor parte de su territorio, debe trabajar por que el defe sea cada vez menos ciudad y más campo.

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Cartograf ía chilanga El origen de la ciudad

Suelo de conservación

A la llegada de los españoles a la Gran Tenochtitlan, las poblaciones de Tenochtitlan, Tlatelolco y Nonoalco, con 200 mil habitantes, estaban asentadas sobre islas naturales primitivas que ya formaban una extensa metrópoli , a base de chinampas y rellenos. El acceso a la ciudad se hacía generalmente por agua, pero había varias calzadas, de hasta siete metros de ancho, que la comunicaban con tierra firme. Las principales, fabricadas con piedra y con una extensión que llegaba a los ocho kilómetros, partían del centro ceremonial en dirección a las orillas norte (Calzada Tepeyac), oeste (Calzada Tacuba) y sur (Calzada Iztapalapa) del lago. La primera urbe de la Gran Tenochtitlan fue fundada en un pequeño islote durante el período de Moctezuma I.

A pesar de ser una de las más grandes del mundo, la mancha urbana de la Ciudad de México ocupa sólo la mitad del territorio del Distrito Federal. El restante corresponde a 87 mil 294.36 hectáreas de suelo de conservación (zonas verdes), asentadas en nueve de las 16 delegaciones políticas, que proporcionan a la ciudad bellos paisajes, pero también bienes y servicios ambientales, imprescindibles para asegurar la sustentabilidad de la metrópoli. Entre estos servicios –que proporcionan parques, ejidos, comunidades, cerros y bosques– están el sostén de la biodiversidad, la recarga del acuífero y el mejoramiento de la calidad del aire, además de la producción de alimentos.

Venas húmedas

ÁREAS NATURALES: Sierra de Guadalupe Sierra de Santa Catarina Ejidos de Xochimilco Bosque de Tlalpan Parque Ecológico de la Ciudad de México Los Dínamos PARQUES NACIONALES: Cumbres del Ajusco Desierto de los Leones Cerro de la Estrella Fuentes Brotantes El Histórico Coyoacán Lomas de Padierna El Tepeyac

Una veintena de ríos que descendían del cerco montañoso del sur y del poniente alimentaba los lagos sobre los que se asentaba la Gran Tenochtitlan –que en conjunto sumaban más de dos mil kilómetros cuadrados–. Estos ríos fueron las primeras venas húmedas de la ciudad, y hoy sirven como cauce subyacentes de las principales vialidades del Distrito Federal. Aunque el agua haya sido gradualmente sustituida por el concreto, algunas de las grandes avenidas, como el Canal de La Viga subsistieron como vías fluviales a cielo abierto hasta mediados del siglo XX. Hoy los únicos dos ríos que corren a cielo abierto todavía son el Magdalena y Eslava, juntos cubren una trayectoria de 41 kilómetros e influyen en la vida de más de cien mil personas; vinculan a cinco delegaciones al sur de la ciudad: Cuajimalpa, Magdalena Contreras, Tlalpan, Álvaro Obregón y Coyoacán.

ÁREAS DE VALOR AMBIENTAL: *BOSQUES URBANOS 14. Bosque de Chapultepec 15. Bosque de San Juan de Aragón 16. Ciudad Deportiva Magdalena Mixiuhca 17. Cerro Zacatépetl 18. Bosque de San Luis Tlaxialtemalco

Los árboles capitalinos

El ahuehuete –nombre náhuatl que significa “viejo del agua”– es un árbol que tiene estrecha relación con ríos, lagos y manantiales, y ha sido protagonista de la historia de México (aparece en el relato de la Noche Triste, cuando Hernán Cortés lloró después de perder una batalla contra los mexicas. Esto, ocurrido en Popotla). En la Ciudad de México el más antiguo de estos árboles se encuentra en el Bosque de Chapultepec, con 800 años de existencia. Otros árboles característicos de la Ciudad de México son el fresno, la jacaranda, el colorín, el pino, el trueno, el eucalipto, el cedro blanco el liquidámbar, el ciprés, el laurel, el álamo paleado o blanco y la palmera o palma Fénix.

FRESNO

JACARANDA

COLORÍN

PINO

TRUENO

EUCALIPTO

CEDRO BLANCO

LIQUIDÁMBAR

CIPRÉS

LAUREL

ÁLAMO BLANCO

PALMA FÉNIX

*BARRANCAS 19. Tarango 20. El Zapote 21. Río Becerra Tepecuache 22. Vista Hermosa 23. La Diferencia

FUENTE: Metrópolis, libro editado por la Secretaría de Obras y Servicios Públicos del gobierno de la Ciudad de México, 2009.


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20 de noviembre de 2010 Entrevista con María Rosa Márquez

Así, afirma María Rosa Márquez, titular de la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades (Sederec) del gobierno capitalino, “no sólo debemos reconocer, sino defender la continuidad de este suelo de conservación y productivo, pues no se puede concebir un futuro para la Ciudad de México sin el suelo rural (...) que está sirviendo de sustento para la viabilidad ambiental y cultural de la ciudad y la zona metropolitana. “Debemos dar incentivos a la actividad de esta zona que es un cinturón de vida para hacerla rentable a favor de los pueblos y los

campesinos, pues mucha de la presión del avance urbano tiene que ver con la presión que representa para los pueblos el estar manteniendo esas tierras si no resultan rentables (...) la gente va vendiendo, va rentando, va heredando, va cambiando su uso original”.

cado que representa el Distrito Federal les da la oportunidad de comercializar sus cosechas. Además los campesinos tienen muy a la mano a la mayor parte de instituciones de educación superior para buscar apoyo técnico, asesoría y alternativas para su producción.

En entrevista, la funcionaria afirma que el campo de la Ciudad de México presenta características positivas que deberían brindarle viabilidad. Uno, que aun cuando las unidades de producción son pequeñas –entran en el concepto de minifundio– el enorme mer-

Un elemento más es que la gente joven del campo ha tenido en muchos casos la oportunidad de estudiar, de alcanzar carreras universitarias –lo cual los coloca educativamente en un nivel superior a la media de sus símiles en el campo nacional–, y “vemos

PREPARA LA SEDEREC UN “ANTI PROCAMPO” • Apoyar a los campesinos a cambio de que produzcan Lourdes Edith Rudiño

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a Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades (Sederec) del gobierno del Distrito Federal (DF) adelantó que en 2011 pondrá en marcha un programa de apoyos por hectárea a toda la superficie agrícola de la capital, esto es para 30 mil hectáreas en manos de 33 mil productores. El requisito para el pago es que los campesinos mantengan su tierra en la producción agrícola A fines de 2010 se formalizará este programa y se definirán sus presupuestos y cuotas, y a decir de la titular de la Sederec, María Rosa Márquez, el apoyo no sólo premiará el aporte campesino al medio ambiente –“que ya es mucho”–, sino también el esfuerzo de ofrecer alimentos y de contribuir a garantizar el abasto a la ciudad, si bien es cierto que la producción local es insuficiente, dada la magnitud de la metrópoli. El programa representará una especie de “anti Procampo”, según acepta la funcionaria, pues el Procampo, nacido en 1994, tuvo el propósito inicial de desestimular la producción de granos en las zonas donde supuestamente éstos no eran rentables. “Por los resultados que hemos tenido en el campo de nuestro país, vemos que las políticas que se han estado impulsando no han sido precisamente las mejores.” Señaló que con este programa también habrá una reconceptualización, porque tradicionalmente se habla de suelo de conservación y suelo urbano en la capital, pero no se diferencia el suelo agrícola. Ahora se incorporará este concepto. “Lo que queremos es responder a las necesidades concretas de la gente en

el DF. Son productores pequeños, con una gran necesidad de respuestas concretas e inmediatas para enfrentar esta gran presión del crecimiento urbano, y su trabajo debe ser reconocido (...) Queremos que no se siga dejando de producir estas hectáreas, que no se siga abandonando el campo, al tiempo que (con programas específicos por producto) también tratamos de elevar la calidad, la producción por hectárea y dar mayor valor agregado”. La funcionaria especificó los programas que desarrolla en cultivos donde la Sederec ve potencial. En el caso del maíz, al echar a andar la Sederec “vimos que la producción de maíz venía a la baja no sólo en hectáreas, sino también en producción. De 15 años a la fecha bajó de diez mil a tres mil 600 hectáreas, y el rendimiento era de tonelada y medio en promedio. La Sederec brindó apoyo a los productores involucrando el uso de semillas criollas y la participación del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (Inifap) para mejorar los maíces con insumos orgánicos y para mejorar los suelos, y ello permitió frenar la caída e incluso elevar la producción a cinco mil 600 hectáreas y se elevó el rendimiento a tres toneladas por hectárea. Esto, al margen de que por decreto el gobierno del DF impide tajantemente la siembra en el Distrito Federal de maíces transgénicos desde 2009. En cuanto al nopal-verdura de Milpa Alta, la Sederec observó la excesiva variabilidad de los precios, con una depreciación pronunciada en la etapa de mayor producción, en mayo, que hace que incluso se pierda una gran parte pues resulta más alto el costo de su transporte que la ganancia, y entonces la Secretaría impulsó un proyecto donde apoya con recursos públicos del gobierno del DF y federales (de la Secretaría de Agricultura) la

instalación de una planta para procesadora con tecnología desarrollada por el Politécnico Nacional, con capacidad para captar la mitad de la producción milpaltense. Hoy día sólo se transforma tres por ciento de la producción del nopal en cremas, jabones, champús, jugos, jalea, etcétera. El grupo beneficiario de los apoyos se constituyó en torno al centro de acopio del nopal en Villa Milpa Alta, donde se comercializa el 70 por ciento de esta verdura de toda la delegación. En cuanto al amaranto, la entrevistada destacó que la Sederec busca impulsar este cultivo en Tulyehualco, Xochimilco, como parte de la campaña para recuperar nuestra comida tradicional y para inducir que se consuma en las escuelas en sustitución de comida chatarra, a fin de combatir la obesidad infantil. Sobre todo porque hay condiciones para que los productores puedan abastecer directamente, sin intermediarios, este alimento que es nutritivo y con precios muy accesibles. Las

También está el hecho de que hay potencial para el turismo rural –en unos cuantos minutos los capitalinos podemos estar en la zona chinampera de Xochimilco–. Y por último, se observa que la productividad agrícola en la Ciudad de México es mayor que el promedio nacional; las hortalizas de chinampas de Tláhuac y Xochimilco producen en tres o cuatro ciclos. La funcionaria explica que la Sederec –que surgió en el gobierno actual de Marcelo Ebrard– tiene la función de cerrar la brecha entre lo urbano y lo rural de la ciudad, y por ello, y para impulsar la actividad agrícola, desarrolla varios programas orientados a los productos donde se observa potencial. Un caso es el programa de protección y conservación de las variedades nativas de maíz; otro es el de impulso al procesamiento del nopal-verdura de Milpa Alta, que es el principal cultivo del Distrito Federal, y otro más promueve buenas prácticas y envasado del amaranto, así como el impulso de su producción a fin de inducir su venta en las escuelas de la capital, considerando el gran valor nutritivo de este cereal. –Pero hay muchas presiones que inducen a la urbanización de las zonas campesinas.

La Sederec brindó apoyo a los productores involucrando el uso de semillas criollas y la participación del Inifap para mejorar los maíces con insumos orgánicos y para mejorar los suelos cooperativas de algunas escuelas ya están comprando. Nueve grupos familiares de productores se han asociado con una empresa familiar que ha logrado garantizar calidad, presentación e inocuidad. “Estamos impulsando marcas colectivas”, por ejemplo “Amaranto de Tulyehualco”, pero conservando las sub-marcas de cada empresa familiar. La funcionaria dijo que existen hoy apenas 60 hectáreas produciendo amaranto (según datos de 2005). “Queremos actualizar los datos y elevar la superficie y la producción, además de que los productores le den valor agregado embolsándolo”, porque la demanda de la población del DF así lo requiere. Hoy el abasto se completa con producción de otros estados, como Morelos, Puebla y Tlaxcala.

FOTO: Ángeles Mariscal / La Jornada

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a Ciudad de México no es sinónimo sólo de asfalto, autos y segundos pisos. El 59 por ciento de su territorio, esto es 88 mil hectáreas, corresponde a suelo de conservación y dentro de ello, 30 mil hectáreas están siendo cultivadas actualmente. Pero además este espacio, presente en nueve delegaciones políticas, alberga a la mayor parte de los 145 pueblos originarios que existen en el país y a gran parte de los emigrantes indígenas (que implican 58 de los 62 grupos lingüísticos existentes en el país), lo cual confiere a la metrópoli la característica de megadiversidad cultural.

agrónomos, biólogos, químicos, que le ven potencial a sus tierra”.

INIMAGINABLE, LA CIUDAD DE MÉXICO SIN SU TERRITORIO RURAL FOTO: Alejandro Robles García

Lourdes Edith Rudiño


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20 de noviembre de 2010 –Está claro, es la preocupación de muchos campesinos, de mucha gente de los pueblos, y es mucha la presión, pero mi convicción y la decisión del gobierno al crear esta secretaría es que se tiene que defender esa tradición, esa cultura, ese aporte que están haciendo los agricultores (...) Sabemos que a veces sí actuamos a contra-corriente (...) Por lo tanto, tenemos un programa y una ley que se ha impulsado, donde la diversidad cultural y étnica esté como eje del desarrollo de esta ciudad. Y eso implica el reconocimiento del aporte de los pueblos originarios del campo en la ciudad.

“El desarrollo de la sociedad o la modernidad de la ciudad no debe ser sinónimo de arrasar o eliminar el campo. Pero la sociedad tiene que saber valorar y reconocer esto para que lo defienda también. Debe saber cómo se

“Sólo unidos, estos tres elementos servirán para contrarrestar la presión del avance urbano”.

FOTO: Lourdes E. Rudiño

se observa que la productividad agrícola en la Ciudad de México es mayor que el promedio nacional; las hortalizas de chinampas de Tláhuac y Xochimilco producen en tres o cuatro ciclos

greso, no puede vivir dignamente de lo que produce en sus tierras, por más que haya la sensibilización y la normatividad.

enriquece la ciudad no sólo en la cuestión ambiental, sino también en la cultural e histórica. –Pero está la obra del metro en Tláhuac que es proyecto del gobierno de la Ciudad y que amenaza por la pérdida de la zona rural de esa delegación y de parte de Xochimilco. –En el suelo de conservación no se pueden construir desarrollos habitacionales ni comerciales. Y eso está en los planes de desarrollo y la normatividad reconoce eso. Sabemos que en la práctica están estos intereses,

las compras no formales, y allí es donde decimos que tiene que entrar la normatividad, que limita y reconoce que la ciudad ya no puede seguir creciendo desordenadamente. Por otra parte, la Sederec, junto con otras secretarías, como Medio Ambiente y Cultura, trabajamos para sensibilizar a la población, le damos a conocer lo mucho que enriquece esta parte de la ciudad en lo cultural, lo social, lo ambiental, para darle viabilidad a la ciudad. Y por último, debemos promover incentivos para la agricultura, y estamos trabajando en eso. Si la gente no tiene un in-

MILPA ALTA, LOS CAMPESINOS DE LA CAPITAL

Xicomulco

Tlacotenco

Iván Gomezcésar Hernández

D

e las 16 delegaciones políticas que conforman el Distrito Federal, sin duda Milpa Alta es la que conserva mayormente un perfil campesino. Sus cien mil habitantes representan una pequeña fracción de los casi nueve millones de la capital y su economía está sustentada en las actividades agropecuarias, forestales y agroindustriales, con la producción y comercialización del nopalverdura y el mole como las más importantes. No acaban allí sus particularidades: es sin duda la región con menor desigualdad social, pese a que es evidente la prosperidad de algunos. La producción del nopal no está concentrada: son negocios familiares basados en terrenos ejidales o comunales pequeños. Es notorio que no existe en la mayor parte de los pueblos la mendicidad; que los viejos y discapacitados son protegidos por sus familias, y que hasta ahora han tenido éxito en evitar, salvo el caso del pueblo de Tecómitl, el más urbanizado, la presencia de las grandes cadenas comerciales que pululan en la ciudad. Lo interesante es que atrás de esa realidad está la decisión de la mayoría de los milpaltenses de asumir su propio perfil y su propia vía de desarrollo. Milpa Alta, como toda la zona de influencia zapatista durante la Revolución,

Cuauhtenco

Miacatlan

Tepenahuac

quedó diezmada en sus habitantes y sus poblados y campos prácticamente devastados. Lograron recuperarse con lentitud, pero no pudieron evitar que sus bases económicas quedaran expuestas a una competencia injusta y a políticas depredadoras, como la persecución fiscal y supuestamente sanitaria contra el pulque, la depreciación del precio del maíz y, a partir de la concesión de sus bosques comunales a una compañía papelera, se les impidió hacer uso de los recursos forestales. Todo ello puso en crisis el perfil campesino y la manera de ser tradicional de los pueblos. Fueron obligados a migrar muchos de ellos, y la perspectiva de ser arrollados por el crecimiento urbano se presentó como un comensal no deseado en la mesa de los campesinos. Pero la misma cercanía de la ciudad convertida en gran mercado y la capacidad que mostraron de convertir recursos culturales que siempre habían estado presentes en los pueblos, en un medio de subsistencia primero y luego en una vía propia, cambió las cosas. A partir de los años 40s y 50s del siglo XX, la producción del nopal-verdura con fines comerciales, gracias al éxito que tuvieron los primeros productores, se fue expandiendo. Así, sin apoyo de programas de fomento gubernamentales, sin crédito, casi sin maquinaria agrícola, con tecnologías propias, con el uso extensivo de abono orgánico, el nopal conquistó la capital y permitió que muchos milpaltenses que vivían ya en la ciudad, se regresaran en un caso de recampesini-

Atocpan

Malacachtepec

zación único en la cuenca de México. Milpa Alta llegó a ser el principal productor nacional del nopal-verdura y sólo en últimas fechas ha sido rebasado por el vecino estado de Morelos, que ha seguido su huella. Otro tanto sucedió con el mole. Fueron los buenos resultados que tuvieron los pioneros que retomaron un bien, el mole, que es parte de la tradición festiva de muchísimos pueblos de México, lo que llevó a conformar una cooperativa y más adelante a los numerosos negocios privados que hoy existen y que dan vida a medio centenar de restaurantes y a una producción que cubre más allá de la ciudad de México. Un detalle que no deja de llamar la atención: de los 16 ingredientes que requiere el mole, ninguno es producido por la región, que se ha especializado en la molienda, la comercialización directa, el establecimiento de restaurantes y la ya famosa feria del mole de San Pedro Atocpan, único pueblo que se dedica a esta labor. Al encontrar un camino propio, los pueblos de Milpa Alta estuvieron en condiciones de realizar otra importante hazaña: enfrentaron, sobre todo a partir de 1974, a la compañía papelera Loreto y Peña Pobre, que con apoyo gubernamental y aprovechando una disputa intercomunal, había establecido un poder incluso armado sobre los bosques comunales. El detonador fue el inicio de un gran proyecto de urbanización de lujo en la zona boscosa,

Por otro lado, precisó que la Sederec navega muchas veces contra-corriente para atraer recursos públicos para el campo. Explicó que el programa de Conservación y uso del Suelo para la Producción Primaria (Coussa), que es concurrente con la Secretaría de Agricultura (Sagarpa) del gobierno federal, realiza una tarea muy importante en la construcción de ollas de captación, en muros vivos para hacer terraceos, a fin de conservar el suelo y evitar su deterioro y que permita la filtración del agua. Pero el presupuesto del Coussa ha sido variable. En 2008 se invirtieron 181.7 millones de pesos en este programa (140 millones de ellos del presupuesto del DF y el resto de Sagarpa), en 2009 fueron 142.9 millones, y para 2010 no se presupuestaron recursos, aunque la Sederec hizo gestiones y logró 32 millones (ocho millones del DF y el resto federal). La situación ocurre porque los diputados no etiquetan los recursos, y entonces la titular de la Sederec, en compañía de campesinos debe hacer cabildeo intenso con los legisladores.

que amenazaba con convertirse en un riesgo para el futuro del patrimonio comunal que les habían heredado los antiguos, como dicen sus títulos primordiales. Los campesinos milpaltenses se unieron, retomaron antiguas figuras de representación indígena, y lograron, en una lucha que duró cerca de ocho años, derrotar a la papelera y sus aliados. Finalmente, la fuerza que encabezó esa lucha se tornó en la representación comunal, ahora colectiva, integrada por representantes de cada uno de los pueblos con propiedad comunal. Paralelamente se desató un proceso de resignificación cultural y política de corte indígena que tuvo como epicentro a Milpa Alta. El náhuatl, que había sido casi desterrado en la mayor parte de los pueblos, comenzó a enseñarse de nuevo, y en especial en Tlacotenco ha encontrado espacio y desarrollo. No es de extrañar que la visita de los mil 111 integrantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en 1997 encontrara en esta región una gran acogida. El término pueblos originarios, que encierra una propuesta organizativa y política, y que hoy ha sido retomado por muchos pueblos del Distrito Federal, se generó en Milpa Alta y en el Primer Encuentro de Pueblos de la Ciudad de México, realizado en 1998, ya era un referente importante. Con todo y lo logrado, no son pocas las dificultades que se enfrentan hoy. El crecimiento poblacional se ha disparado en las dos décadas recientes. La ampliación de la frontera del nopal, convertido en muchos lugares en monocultivo, puede poner en riesgo el equilibro ecológico. No ha sido resuelto claramente el relevo generacional de la vieja guardia que encabezó la lucha por los bosques, y la dinámica impuesta por la vida política partidaria no ha logrado engarzarse del todo con la antigua raíz de sus prácticas comunales. Las nuevas generaciones de los campesinos milpalteses, entre los que la formación universitaria es cada vez más frecuente, tienen ahora la palabra.


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Milpa Alta

CONFLICTOS AGRARIOS Y PRESIÓN URBANA

Milpa Alta es uno de los principales pulmones de la Ciudad de México que confiere viabilidad ambiental a esta gran metrópoli. Ubicada al sur de la ciudad, es una comunidad agraria grande y una de las 16 delegaciones políticas que componen al Distrito Federal. En la actualidad, la delegación de Milpa Alta se divide en 12 poblados, que son: San Agustín Ohtenco, San Francisco Tecoxpa, San Jerónimo Miacatlán, Santa Ana Tlacotenco, San Antonio Tecómitl, San Lorenzo Tlacoyucan, San Pedro Atocpan, San Salvador Cuauhtenco, San Pablo Oztotepec, San Juan Tepenáhuac, San Bartolomé Xicomulco y Villa Milpa Alta, esta última cabecera de la delegación. En lo relacionado con la tenencia de la tierra, de las 28 mil 841 hectáreas que integran la delegación, 24 mil 857 han sido solicitadas como bienes comunales por las comunidades indígenas de Milpa Alta y sus ocho anexos, todos de origen chichimeca, así como por el pueblo de San Salvador Cuauhtenco, de origen xochimilca. Complementan la propiedad social cinco ejidos, que ocupan un área de mil 790 hectáreas. El resto de la superficie lo integra la propiedad privada y el área para equipamiento urbano y rural. En cuanto a núcleos agrarios en la delegación de Milpa Alta existen cinco, los cuales fueron dotados de tierras como resultado de la reforma agraria. Éstos son: Santa Ana Tlacotenco, San Francisco Tecoxpa, San Jerónimo Miacatlán, San Juan Tepenáhuac y San Antonio Tecómitl. El principal problema que tiene Milpa Alta es el conflicto agrario que enfrenta con San Salvador Cuauhtenco. La indefinición jurídica de la propiedad sólo favorece el desarrollo de mercados informales de tierras, que castigan los precios de los ejidatarios y comuneros, pudiendo politizar los conflictos de tenencia de la tierra. Actualmente existe una franca urbanización con base en la venta ilegal de tierras comunales y ejidales, y a las autoridades agrarias no les ha interesado resolver el problema. Según la comunidad de Milpa Alta, este conflicto tiene más de 250 años y no hay visos de una solución. Los lugareños dicen que un convenio extrajudicial es difícil, por ello piden que se retome el expediente de reconocimiento y titulación de bienes comunales. En dado caso que se realizara una propuesta de solución, tendría que consultarse a todos los pueblos integrantes de Milpa Alta. Hay que tomar en cuenta que estamos hablando de aproximadamente 27 mil hectáreas. Tendría que verificarse un diálogo profundo y un acercamiento entre ambas comunidades. En esta

La indefinición jurídica de la propiedad sólo favorece el desarrollo de mercados informales de tierras, que castigan los precios de ejidatarios y comuneros Ahora bien, ¿quién tiene la razón o la verdad histórica? Esto es algo difícil de responder pues ambas comunidades presentan documentos y títulos que amparan sus tierras, los cuales han sido declarados por los peritos en la materia como auténticos. Lo que sí está claro es que es un problema muy viejo que se ha venido heredando de generación en generación, y es inviable una pronta solución,

FOTO: Roberto García Ortíz / La Jornada

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n el DF hay alrededor de 100 núcleos agrarios entre ejidos y comunidades, pero muchos sólo existen jurídicamente; no tienen tierras porque se las ha tragado la mancha urbana. Los núcleos agrarios están situados sobre todo en el sur, en las delegaciones de Tláhuac, Milpa Alta, Xochimilco, Cuajimalpa, Tlalpan y Álvaro Obregón.

situación, entre tanto, siguen siendo comunidades de hecho, lo cual les impide defenderse mejor de sus enemigos externos; se fomenta por ello en la práctica la venta de lotes pues sigue reinando una inseguridad jurídica en la tenencia de la tierra. Y el expansionismo urbano se aprovecha del conflicto agrario poniendo en peligro a Milpa Alta y San Salvador Cuauhtenco. A dicha situación se suma el perjuicio ambiental y ecológico que le causa al área metropolitana de la Ciudad de México.

sobre todo por la enemistad manifiesta entre ambas comunidades. Desde que se instauró la reforma agraria en México –ya vamos para nueve décadas–, el gobierno no ha podido o no ha querido resolver el problema. Obviamente no es fácil, pero debería haber más voluntad política. Desde mi perspectiva, se ha hecho cada vez más difícil encontrar una solución, pues día a día los intereses sobre la tierra crecen y se entretejen más los conflictos y a muchos actores sociales no les interesa que haya una resolución. A esta indefinición jurídica de la propiedad social contribuyó la reforma al artículo 27

MILPA ALTA Y AL GORE A los 19 años de edad, en 1967, Albert Arnold Gore (mejor conocido como Al Gore) estaba viviendo temporalmente en la Ciudad de México, en la casa de los Moreno Toscano. Los hijos de esta familia, estudiantes entonces en la Prepa Uno comparơan aulas y amistad con personajes que luego llegaron a ocupar espacios en la políƟca nacional, como Carlos y Raúl Salinas, pero también con un milpaltense, José Ramírez González. José Ramírez, hoy don José –quien se convirƟó en geógrafo y fue profesor en la propia Prepa Uno y en otras escuelas como el Colegio Alemán, y se dedica ahora a la siembra y comercialización del nopal– conoció en aquella época a Al Gore, y ahora cuando viene a dar alguna conferencia se ven; “me llama y a veces voy y lo acompaño” en su estancia en México. Al Gore fue vicepresidente de Estados Unidos durante el gobierno de Bill Clinton, aspiró luego sin éxito a la Presidencia de su país, y obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 2007 por su contribución a la reflexión en el mundo sobre el cambio climáƟco. Recuerda don José: “Como yo era amigo de los Moreno Toscano y de sus padres, don Manuel Moreno Sánchez (líder del Senado en el gobierno de Adolfo López Mateos) y de doña Carmen Toscano, los invitamos a ver la escenificación de La Llorona que se presentó en Milpa Alta. Doña Carmen vino, y también Al Gore. Él usaba traje y corbata, hablaba bien el español y le gustó Milpa Alta. Ese día ofrecimos en mi casa una merienda especialmente para Octavio (Moreno Toscano), para su mamá y para Al Gore. A él le gustó Milpa Alta y dijo que iba a volver a venir, pero ya no lo hizo; al parecer tuvo algún freno para regresar”. En 2000 di entrevistas a The New York Times y a Proceso porque se enteraron de que yo conocía a Al Gore y yo hablé bien de él y dije que si llegaba a la Presidencia de Estados Unidos era necesario que entendiera a México y que abriera más su mercado para nuestros productos, en especial los agrícolas.

constitucional de 1992, porque abrió la posibilidad de venta de la tierra de propiedad social. A pesar de que el Programa de Certificación de Derechos Ejidales (Procede) no se ha aplicado en Milpa Alta, la mera posibilidad de compra-venta, propició la venta de tierra comunal y ejidal, y no para la agricultura sino para construir casas. Por otro lado en la zona rural del Distrito Federal se da constantemente una grave violación en la venta de tierras del derecho agrario, el ambiental y el de los pueblos indígenas, y tal pareciera que nadie se da cuenta, pero ésta es una práctica política deliberada del Estado mexicano, tendiente a vulnerar la propiedad social en esta mega urbe.

Don José dice que él pasó de ser maestro a dedicarse de lleno al nopal hace ya varias décadas porque el nopal “me dejaba más centavitos y pude educar a mis dos hijos, que hoy son uno pintor y otro economista”. FOTO: Lourdes E. Rudiño

Guadalupe Espinoza Sauceda

Acepta que también prefirió la agricultura sobre la docencia, porque Ɵene una vocación por el campo, “pues viene de familia. Mis abuelitos parƟciparon en la Revolución y se dedicaron al campo. A mí me lo inculcaron. A los jóvenes ya no les interesa, pues la comunicación, la tecnología, los han hecho cambiar. Les digo a mis hijos que vayan al campo, dicen que sí, pero no lo hacen. Tengo dos nietos, a lo mejor a ellos les voy a inculcar que produzcan. La agricultura nos da de comer y hace que la gente se quede en su lugar de origen trabajando”. Considera que Milpa Alta Ɵene condiciones para seguir siendo rural, sobre todo si hubiera capacitación para que los productores se organizaran adecuadamente. Esto es que se replique la experiencia que vivió San Pedro Atocpan, pues hace algunas décadas un grupo importante de allí se fue a Israel a capacitarse y llegaron con una fuerte mentalidad de negocios que ha hecho que este pueblo sobresalga económicamente en toda la delegación con un nombre bien posicionado en el mole. Para don José Ramírez, Milpa Alta prevalecerá rural, debido a que las mayordomías y la unidad de los pueblos impiden que entre gente ajena. Incluso se han dado incidentes de ladrones que han sido quemados o asesinados por la población, la cual está armada a un grado que resulta preocupante. El amor que tiene la gente de Milpa Alta por el campo y su unidad como pueblo, apunta, tiene como origen en buena parte el sufrimiento y el hambre que se vivió aquí durante la Revolución. “Mi abuelo me platicaba de eso y mi papá me relató cómo los hicieron caminar desde aquí hasta Tlalnepantla, Morelos. Él iba con mi abuelita y se metían en hoyos que tapaban con magueyes para esconderse, y comían maicito hervido para sobrevivir”. (Lourdes Edith Rudiño)


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fraccionar sus tierras. Sobre todo, ahora que el mercado del nopal está en un predicamento, pues está llegando producto de Morelos, Hidalgo, Querétaro e incluso Oaxaca que compite con el milpaltense en el mercado del Distrito Federal. La situación presiona a la mayoría de los 12 pueblos. La excepción está en San Pedro Atocpan, que se dedica más a la producción y comercialización del mole y San Pablo Oztotepec y San Salvador Cuauhtenco, que todavía producen algo de maíz, avena y frijol.

Milpa Alta

LA LUCHA DE LO URBANO VS LO RURAL

• El nopal, antaño oro verde, ahora en predicamento

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ilpa Alta, la dele g ación más rural de la Ciudad de México, y la más despoblada –con apenas poco más de 115 mil habitantes dispersos en 228 kilómetros cuadrados, según el censo 2005– navega entre dos fuerzas que jalan en sentido contrario. El estar circunscrita al centro político, económico y demográfico más importante del país le da a Milpa Alta el beneficio de acceder con facilidad a la comercialización de sus productos agrícolas, con el nopal como el predominante, pero a la vez la infraestructura con que se armó la delegación a lo largo del siglo XX en cuanto a electricidad, abasto de agua potable y vías de comunicación representa un gran atractivo para que la gente no originaria busque asentarse allí propiciando presiones para el avance de la mancha urbana. En esa lucha de fuerzas también juega por un lado el que la gente mayor –muy respetada aquí, pues prevalece un sentimiento indígena y provincial– quiera seguir siendo rural, sienta amor por la tierra y se preocupe por la seguridad del abasto alimentario familiar. Y por otro que las nuevas generaciones tengan intereses muy apartados del campo y se extienda la percepción de que la agricultura es cada vez menos rentable. Ya suman seis décadas desde que la gente redujo sustancialmente su producción de maíz y legumbres, para pasar al nopal en forma masiva, pero ahora las ganancias que éste deja están siendo cuestionadas. Y se pone en tela de juicio la posibilidad de que Milpa Alta pueda seguir subsistiendo a base de la agricultura fundamentalmente. En entrevistas, varios campesinos describen la situación. Don Cecilio Jiménez Zamora, nacido en el barrio de La Concepción, con 70 años de edad dice: “Los que hemos tenido terrenos sembrábamos antes maíz, haba, frijol y hasta alberjón de chícharo (cuando yo era niño) y lo almacenábamos. Siempre había lo básico, teníamos comida y alcanzaba para comprar vestido, y ahora ya no. Hay que ir al mercado y está caro y a veces escaso. Yo soy productor desde que tenía 15 años. Me empeñé en varios trabajos, fui productor de aguamiel, pero el mercado del pulque cayó; fui pequeño ganadero, a partir de 1970 tuve vacas lecheras, y vendía muy bien, la gente hasta hacía fila para comprar, pero surgió la competencia de la leche de cartón y el negocio decayó. Y ahora estamos en el nopal porque, ¿a qué otra cosa nos podríamos dedicar? En eso tenemos experiencia y allí nos vamos defendiendo. Tengo tres hectáreas, eso me da para comer, pagar trabajadores y resolver los problemas más urgentes y nada más. Antes al nopal se le llamaba el oro verde, porque nos daba para comer y otras cosas, ahora ya sólo le quedó lo verde, porque ya hay mucha competencia. Antes de aquí enviábamos a otros estados, a Querétaro, Jalisco, Ahora

ellos también producen; vinieron por planta acá y ahora tienen su propios nopales, por eso ya no hay mucha demanda (...) Mis hijos ya no se dedican al campo, uno está en el negocio de la grasa de los cerdos y otro estudió ciencias políticas y trabaja en la delegación. Les voy a heredar la tierra a ellos pero con la condición de que la trabajen; si no quieren, la voy a vender”. Doña Celia Ramírez, de 65 años: “Hace muchísimos años, como 60 o más, mis familiares sembraron maíz y chícharo. Hoy ya se siembra muy poquito de eso, en las orillitas de los nopales, nada más para comernos unos elotitos. Aunque hay algunos que siembran más maíz como en (Santa Ana) Tlacotenco. El nopal es nuestro sostén, pero cuando llueve, hay mucho, y de repente hay heladas, como actualmente, y se acaba, y los precios suben y bajan. En tiempos de la baratura cae hasta cinco pesos el ciento. En la mejor época se vende hasta en 60 o 70 pesos, pero no hay mucho, todo tiene su contrapeso, la planta deja de dar a veces, pues descansa. Ahorita lo estamos vendiendo a 30 o 40 pesos”, Las entrevistas con los productores ocurren en el centro de acopio del nopal, en Villa Milpa Alta. Es un espacio que tiene de fondo el Volcán Teuhtli, del cual son orgullosos los pobladores de esta cabecera delegacional y mantiene su independencia de la serranía Ajusco-Chihinahuatzin presente en Milpa Alta. El lugar presenta una gran actividad: los campesinos, en su mayoría de edad avanzada, llegan, ocupan cualquier espacio disponible y venden pronto su mercancía a intermediarios (que luego colocan en nopal en tianguis, mercados o centros comerciales), para ceder el espacio a otro, y luego éste le cede el lugar a otro, y así. Don Genaro Loza Meza, de 62 años, dice: “Todo el pueblo se ha dedicado a sembrar nopal. De marzo a junio hay muchísima producción y se satura el mercado y bajan los precios. O sea que la economía nada más es en temporadas, pero a quien trabaja le va bien. Quien abandona su parcela sufre, todo tiene su precio. El nopal exige mucho trabajo. Si se descuida el campo, se empenca, se enyer-

FOTOS: Lourdes E. Rudiño

Lourdes Edith Rudiño

ba (...) Aquí a los terrenos de mil metros les llamamos yunta. Yo tengo menos de una yunta, pero hay productores grandes, que tienen cinco o seis yuntas. Antes yo no tenía tierra, fui jornalero y trabajé en el negocio de la carne (...) Ha habido varios intentos fallidos de organización (para captar valor agregado del nopal). Hubo un tiempo que se le surtió envasado a Clemente Jaques, pero no dio resultado (...) aquí la tierra es comunal y es difícil que alguien venga y adquiera una gran porción de terreno, pero no es imposible. Puede haber alguien que le enseñen el billete verdecito y decida vender. Es algo que preocupa”.

El estar circunscrita al centro político, económico y demográfico más importante del país le da a Milpa Alta el beneficio de acceder con facilidad a la comercialización de sus productos agrícolas, con el nopal como el predominante Juan Carlos Loza Jurado, un joven que no rebasa los 35 años se ha dedicado en la década reciente a documentar la historia y las riquezas culturales y biológicas de Milpa Alta. Lo hace con amigos y vecinos en el Grupo Cultural Altotecayotl (en náhuatl, Hacia la sabiduría). Él explica que el hecho de que los 12 pueblos de esta delegación, al igual que sus vecinos de Tláhuac y Xochimilco, de la Ciudad de México, así como de los Morelos, sean pueblos originarios con una raíz en el campo, en el territorio, existentes desde antes de la llegada de los españoles, permite que la delegación se mantenga rural. Y también contribuye el hecho de que permanece casi intacto el perímetro de tierras agrícolas, que son de carácter comunal, con ciertas excepciones, porque sí ha habido gente que ha fraccionado y vendido tierra. La condición de tierra comunal ha impedido que grandes cadenas comerciales busquen establecerse en Milpa Alta, porque tendrían incertidumbre en la tenencia, y eso es bueno pues los pobladores de esta delegación combinan su ingreso agrícola con el que les deja el pequeño comercio. Una cadena comercial aquí estrangularía toda la economía local. Dice que es un hecho que hay la tendencia en gente joven a pensar que el campo no es rentable y lo más fácil e inmediato sería

Pero, agrega optimista, ya en el pasado la gente enfrentó retos. Cuando hace décadas los granos y los magueyes sufrieron caída de precios y de mercado, la gente tomó la alternativa del nopal y lo hizo sin apoyo de institución alguna. Ahora hay un nuevo reto, hay que buscar alternativas e incipientemente está surgiendo la comercialización del nopal procesado, en mermelada, en salmuera, en polvo, incorporado en tortillas, etcétera, y hay quienes están explorando el cultivo de árboles de Navidad.

“La mayoría de los milpaltenses piensa que en la medida que se produzca y se dé de comer a la Ciudad de México, nuestra delegación va a tener muchas posibilidades. Mi esperanza es que los jóvenes tomen conciencia y mantengan las tierrras, y no sólo las agrícolas, sino las boscosas en la parte alta, éstas regulan el clima, infiltran los mantos freáticos, dan paisaje, capturan bióxido de carbono y son refugio de fauna silvestre (...) Si crece la urbanización en Milpa Alta, ¿quién va a dar de comer a la gente? Las posibilidades de los milpaltenses están en el campo, sólo que hay que hacerlo más rentable”. Un factor que destaca Juan Carlos Loza y que da sustento a su optimismo es que el sistema de cargo –mayordomía, básicamente– que prevalece en Milpa Alta y que hace confluir tradiciones, fiestas, rituales y agricultura en torno al territorio, fortalece la vocación rural de la delegación y además hay una identidad de pueblo, una gran cooperación para cosas importantes (por ejemplo toda la colaboración que se requiere para la peregrinación tradicional a Chalma, que implica varias actividades a lo largo del año).

Las posibilidades de los milpaltenses están en el campo, sólo que hay que hacerlo más rentable


Milpa Alta

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¿MAÍZ O NOPAL?

Los primeros elotes, los de candela, se van a dejar a la virgen de la Asunción, en agradecimiento por su bondad, al enviarnos “buen año”.

Seguir cultivando el maíz a pesar que el nopal genera más ingresos se explica por la mentalidad ancestral de ver en el maíz a nuestro alimento primogénito Si el nopal es un producto agrícola muy rentable y más provechoso que el maíz en términos económicos, ¿por qué seguir cultivando maíz en un basto territorio? Exploremos algunos acercamientos. La existencia del milpaltense se basa en ciclos largos y cortos que están entrelazados. Al transcurrir un ciclo agrícola, ocurre también un ciclo ritual religioso indígena-cristiano, los

FOTO: Roberto García Ortiz / La Jornada

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a antigua Malacachtepec Momoxco, hoy la delegación de Milpa Alta, es una región de pueblos originarios de estirpe náhuatl, conformada por 12 comunidades. Cuenta con una superficie total de 28 mil 780.79 hectáreas, de las cuales nueve mil 600 se dedican al uso agrícola (maíz, amaranto, chícharo, haba, frijol y nopal, entre otros). El nopal y el maíz son de los productos más cultivados; el primero es muy rentable: se logra producir 284 mil 961 toneladas anuales en un área de cuatro mil 327 hectáreas, con un valor promedio mil 683 pesos por tonelada. Mientras, de maíz se producen 12 mil 71 toneladas anuales, cultivadas en dos mil 973 hectáreas, con un valor promedio de tres mil pesos por tonelada aproximadamente.

dos entretejidos con rituales sociales tanto familiares como comunitarios. El ciclo agrícola comienza en los últimos días de diciembre y se prolonga en enero, coincidiendo con la feria del recibimiento del Año Nuevo en Tlacotenco, Tecoxpa y Miacatlan, y con la procesión al Santuario del Señor de Chalma, el 3 de enero en los demás pueblos de Milpa Alta. La primera labor agrícola, el barbecho, consiste en preparar Totlaltonantzin, “nuestra madre tierra” para ser fecundada por la semilla. La sagrada semilla es concebida como un ser infante al cual debemos ofrecer a la naturaleza. El maíz es nuestro hermano menor, porque es in Tonacayotl, “nuestra carne”. Antes de comenzar la siembra, la semilla es llevada a bendecir a la iglesia, el 2 de febrero, Día de la Candelaria, junto con todas las representaciones del “Niño Dios”. Ya en el día de la siembra, en la milpa, algunos campesinos lanzan una plegaria al iniciar el nuevo ciclo. Se pide ser bien abrigada la semilla, en el seno de nuestra madre tierra.

El hombre dialoga con la naturaleza. Escucha a los pájaros: Mezutechitl, Cenzontle, Huerecoch. Ha leído la iconografía en el rastro del cruzamiento de una serpiente en el camino; la tierra húmeda dejada por las tusas y xalpitz en las milpas y en los bordos de las veredas; el brillar de las hojas de los árboles (encinos y tepozanes), y el olor a humedad en el aire; Se dice que in yehecamalacac Atlehcahuia, “los remolinos de aire suben la humedad”. Todos ellos son el anuncio del arribo de las lluvias. Una creencia extendida entre los abuelos dice que los seres que habitan los cerros son los causantes del buen o mal tiempo, de las lluvias, granizo o helada. A estos seres se les conoce con diversos nombres: Ahmo Cualli Tlacatl, Nahuatoton, “el no bueno, el maligno, el pingo o el compadre”. Las personas al comer o beber junto una barranca, un cerro, una roca, una cueva o en la milpa acostumbran tirar un poco de alimentos, agua y pulque a los seres que habitan ese lugar. A ellos antes se les pedía enviaran buen temporal.

16 será un fracaso y comprometerá el futuro del pueblo de México y de la humanidad entera.

FRENTE A LA COP 16, AGRICULTURA CAMPESINA, MANEJO COMUNITARIO DE BOSQUES Y AGUA, SISTEMAS FINANCIEROS RURALES SOCIALES Y COMPROMISOS DE LOS PAÍSES DESARROLLADOS PARA REDUCIR EMISIONES PARA ENFRIAR EL PLANETA Los compromisos de la COP 16 deben estar orientados a limitar la emisión de gases de efecto invernadero a no más de 350 ppp y a que la temperatura del planeta no se eleve en más 1º C

Frente a las negociaciones de la Conferencia de las Partes (COP 16) de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático a realizarse en Cancún, México en diciembre de 2010, demandamos al gobierno mexicano los puntos siguientes: 1. Exigimos compromisos efectivos de los países desarrollados para la reducción de emisiones de Gases de Efecto Invernadero en la COP 16. Es inaceptable la posición de los Estados Unidos de rechazar compromisos efectivos, significativos y verificables de reducción de gases de efecto invernadero. El tema central de la COP 16 debe ser cuanto reducen las emisiones los países que contribuyen con el 80% de la emisión de gases de efecto invernadero (Estados Unidos, Unión Europea, China, Canadá, Japón). Si no hay compromisos concretos al respecto, la COP

2. El gobierno mexicano debe representar la voluntad del pueblo que demanda acciones efectivas contra el calentamiento climático y no subordinarse a los intereses de Estados Unidos que pretende seguir calentando el clima del planeta 3. Nos pronunciamos contra la mercantilización y privatización de nuestros recursos naturales y sus funciones múltiples. La única alternativa viable y sostenible para la conservación, restauración y manejo sustentable de los recursos naturales (agua, suelos, bosques) es el respeto a la soberanía nacional y a los derechos de los campesinos y pueblos indios para acceder, controlar y manejar autogestivamente dichos recursos, con apoyo público nacional e internacional. 4. Demandamos colocar a la agricultura campesina, al manejo forestal comunitario y a los sistemas financieros rurales sociales en el centro de las políticas nacionales y globales para enfriar el planeta.

En el día de la cosecha, en el último surco los trabajadores se persignan y el dueño del terreno expresa un agradecimiento a la milpa y a la tierra, que nos han permitido recolectar nuestro alimento para este año. En el ritual de la cosecha, en el lugar elegido para poner el zincolote, “‘el granero”, se sahúma, orando y agradeciendo por “regalarnos” in Tonacayotl, “nuestro alimento”. En estos actos de recibimiento del maíz, se concibe a la mazorca como un ser humano al que se respeta y se le cuida. Se pepena a todo grano de maíz tirado, pues se piensa que dejarlo en el suelo es abandonarlo como huérfano. En la actualidad el cultivo del nopal es una fuente de ingresos constante, sólo se mengua en la temporada de frío y aun así permite obtener ganancias pertinentes para la familia. Seguir cultivando el maíz a pesar de que el nopal genera más ingresos se explica por la mentalidad ancestral de ver en el maíz a nuestro alimento primogénito y primordial. Ejemplo de esto es la conversación del señor Margarito Nápoles, a quien sus hijos le pedían que sus terrenos se sembraran sólo de nopal. Él les contestaba: “Si no sembramos el maicito ¿qué vamos a comer?”. Su pensamiento no está en la lógica del mercado, que la ganancia del nopal es bastante para comprar maíz durante el año. Lo anterior nos muestra la importancia del grano y sus derivados gastronómicos (tortillas, tamales, atoles, tlacoyos etcétera), como nuestro alimento primordial. Esta es una forma de ver lo que hemos sido y lo que somos. Sociólogo / galiciasj@yahoo.com.mx

7. Ante los mayores desastres naturales en nuestro país y las afectaciones climatológicas a los cultivos, es necesario contar con un Fondo con mayores recursos para apoyar a los afectados. Además de fomentar que los grupos de productores establezcan esquemas de aseguramiento contra riesgos climatológicos y contribuir a la adopción de medidas de adaptación especificas por cultivo. 8. Que se impulse sostenidamente las microfinanzas dado su rol positivo, en particular del ahorro y microseguros, en la reducción de la vulnerabilidad de la pobreza rural y la seguridad alimentaria de las familias pobres, así como en la bancarización de las remesas mediante esquemas de educación financiera. 9. Un cambio de fondo del modelo de dependencia alimentaria hacia la producción nacional y campesina de alimentos con bajas emisiones de carbono y grandes potencialidades de mitigación y adaptación frente al cambio climático.

¡La gestión comunitaria de los recursos naturales y la agricultura campesina 5. Demandamos al gobierno mexicano dejar de lado su sustentable son buenas para el país, buenas demagogia “verde” y asumir ahora en congruencia para las comunidades campesinas e indígenas una reorientación estructural de sus políticas agroaliy buenas para el planeta¡ mentarias, forestales, financieras y ambientales.

6. Que la propuesta de “fondos verdes” del presidente Calderón no pueden ser una política cosmética favoreciendo el modelo de reforestación por parte de grupos agroindustriales o inversionistas en plantaciones comerciales. En cambio, deben servir para impulsar cambios estructurales en el modelo agroalimentario, de manejo forestal y de desarrollo rural que ha fracasado incontrastablemente en México y el mundo entero.

Atentamente Atentamente: Consejo Nacional de Organizaciones Campesinas CONOC: AMUCSS, ANEC, CNOC, CEPCO, FDC, MAIZ, Red MOCAF www.conoc.org.mx contacto@conoc.org.mx


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Alejandro Robles García

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esulta difícil imaginar que las zonas de cultivos que rodean a la Ciudad de México no solamente contienen productos alimenticios, también son espacio de tradiciones y ritos agrícolas, algunos todavía en práctica y otros que están en el recuerdo. Para entender las tradiciones relacionadas con el campo, debemos ubicarlas en la relación hombre-naturaleza. De este binomio surge la agricultura, actividad que tiene que ver con la interacción entre la tierra y la atmósfera a lo largo de las estaciones del año. Esto da lugar a una serie de pasos y cuidados en la labor de la tierra que dependen y varían

según el clima, cultivo y región, dando lugar a un conjunto de fechas significativas. El ciclo agrícola va ligado a una serie de festividades o rituales destinados a propiciar la fertilidad de la tierra, la lluvia y la abundancia de cosechas. En México existen varios días importantes dentro de este ciclo. Comenzamos con el 2 de febrero, Día de la Candelaria; en general relacionamos esta fecha con el Niño Dios y con los tamales del Día de Reyes, pero tiene otro significado dirigido a la fertilidad; se acostumbra ese día llevar a bendecir las semillas que se van a sembrar. Le sigue el 3 de mayo, Día de la Santa Cruz, que comúnmente se asocia con el día de los albañiles, pero detrás de esta celebración está la fiesta de la petición de lluvia y fertilidad que se hacía en la

época prehispánica. En muchas partes de México, incluyendo los pueblos que rodean a la capital del país, ese día se llevan cruces a la iglesia a bendecir y a “que oigan misa”, adornadas de llamativos papeles de colores. Después varias de esas cruces se ponen en las construcciones y otras en las milpas. En septiembre (el día depende de la zona), se llevan los primeros productos de la cosecha o primicias a ofrecer a la iglesia.

o seres en forma de pequeños remolinos, llamados Quiahuixtecos, se alimentaran del olor de la ofrenda consistente en frutas y comidas, y a cambio “los aires” ayudaban a acarrear las nubes cargadas de lluvia desde el mar hasta las milpas, propiciando una buena cosecha. Una zona tradicionalmente agrícola del Distrito Federal vecina a Topilejo es el Ajusco. Aquí hay un ejemplo muy interesante que ilustra la serie de prácticas rituales vinculadas al ciclo agrícola, que van desde la época prehispánica hasta hace algunas décadas. En muchas culturas las montañas están asociadas a la fertilidad de la tierra y petición de lluvia, y la montaña del Ajusco (tres mil 930 metros sobre el nivel del mar) no es la excepción: a unos metros de la cima, se realizaba un ritual en una roca con forma de granero conocida como “la troje”, donde según relatos de los pobladores, una diosa hizo brotar el maíz en la sierra del Ajusco.

Siguiendo el ciclo agrícola y sus festividades, tenemos el Día de Muertos. detrás de esa fecha está el final de la fertilidad de la tierra, se muere lo verde de los cultivos, comienza la época seca del ciclo. Se despiden los muertos que, por estar asociados a la tierra, ayudaron a la fertilidad. Mixquic es un claro ejemplo. Otros rituales agrícolas, poco conocidos, pero igualmente importantes se realizaban en los pueblos campesinos del Distrito Federal. Por ejemplo en San Miguel Topilejo, delegación de Tlalpan, en las cuevas se dejaban ofrendas conocidas como ixtlahuis, para que “los aires”

Arriba de esta roca se encontraba un cubo de piedra llamado “el cuartillo”, y sobre éste había un objeto, las versiones hablan de que era una cajita, casita, o choza miniatura, otros dicen que era un rasero (pieza de madera, para medir exactamente la cantidad de maíz en un cuartillo). Resulta interesante que en cada una de sus cuatro caras está labrada una mazorca de maíz con sus jilotes.

Para entender las tradiciones relacionadas con el campo, debemos ubicarlas en la relación hombre-naturaleza. De este binomio surge la agricultura, actividad que tiene que ver con la interacción entre la tierra y la atmósfera a lo largo de las estaciones del año Antes de la temporada de siembra subían de varios pueblos del sur y suroeste del Distrito Federal, inclusive de municipios cercanos al Ajusco; llegaban a la roca en forma de troje. Al iniciar el año el primer pueblo que subía tenía la oportunidad de orientar la troje hacia su pueblo, propiciando así buenas cosechas. Este cubo de piedra fue bajado por los pobladores del Ajusco y actualmente se encuentra en el atrio de la iglesia de Santo Tomás. A esta roca se le dejaba una ofrenda llamada Tlacahulli, consistente en frutas y comidas para que “los aires” se alimentaran de su olor. Es interesante ver que en este ritual hay instrumentos estrechamente vinculados al trabajo agrícola: la troje, el cuartillo y el rasero. Existen otros cubos de piedra como el cuartillo, uno en el Museo Nacional de Antropología e Historia y otro en Berlín. El ejemplo de la montaña del Ajusco y el cuartillo ilustra la relación entre el hombre y la naturaleza, la ritualidad agrícola y el culto al maíz tan importante en nuestra cultura desde la época prehispánica. FOTO: Alejandro Robles García

EL RECUERDO DE LA RITUALIDAD AGRÍCOLA

Los ejemplos expuestos aquí combinan arqueología, etnografía, tradición, ciclo agrícola y pertenencia a la comunidad y a la tierra; muestran la riqueza cultural que aún sobrevive en el recuerdo que guardan los pueblos originarios sobre ritos agrícolas vinculados al campo que rodea a una de las ciudades más grandes del mundo. IEMS. Posgrado ENAH


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a Ciudad de México, con sus casi nueve millones de habitantes (cerca de 19 millones en la perspectiva metropolitana) y con una extensión de unos mil 500 kilómetros cuadrados, ha sido históricamente la metrópoli concentradora de población, el centro político y el pilar del desarrollo económico nacional. En estas condiciones es también una ciudad diversa por excelencia. La diversidad social y cultural de la ciudad proviene de numerosas raíces y del legado de distintas etapas históricas anidadas en este territorio; implica desde la presencia de los pueblos originarios, de la población mestiza y de inmigrantes de distinto origen étnico, hasta la de diversos grupos identitarios anclados en las diferencias de clase, género, religión, etcétera. El prominente desarrollo de la urbe –que ha atraído a numerosas corrientes migratorias de todo el país– y, al mismo tiempo, el crecimiento de la mancha urbana, que se expande hacia distintas latitudes devorando tierras, aguas, bosques y otros recursos naturales originalmente pertenecientes a los pueblos que la circundaban, son parte del porqué de la gran diversidad. Una de las raíces más notables de la diversidad cultural capitalina la constituyen los llamados pueblos originarios, descendientes en su mayor parte de las sociedades de las culturas antiguas. Se caracterizan por ser comunidades históricas, con una base territorial y con identidades culturales diferenciadas. Los más identificados se localizan en las delegaciones del sur y occidente del Distrito Federal (DF): Milpa Alta, Tláhuac, Xochimilco, Tlalpan, Magdalena Contreras y Cuajimalpa, pero existe un número también importante asentado en el resto de las delegaciones. La persistencia de estos pueblos ha obedecido a que han permanecido sobre sus territorios originarios y conservan buena parte de su estructura originaria en lo espacial y en su organización interna, así como diversas modalidades de autorregulación: prácticas culturales, económicas, territoriales y políticas (autoridades propias, formas de representación y mecanismos de toma de decisiones), de ahí que estén en permanente tensión con las tendencias urbanizadoras y en una situación marginal en relación a las prácticas y procesos urbanos hegemónicos.

De acuerdo con diferentes autores, estos pueblos han sido definidos principalmente a partir de criterios culturales tales como: tienen un origen prehispánico reconocido; conservan el nombre que les fue asignado durante la Colonia, compuesto por el nombre de un santo o santa patrona y un nombre en náhuatl, aunque hay algunos casos en que sólo preservan ya sea el nombre en náhuatl o el español; mantienen un vínculo con la tierra y el control sobre sus territorios y los recursos naturales; reproducen un sistema festivo centrado en las fiestas patronales y organizado a partir del sistema de cargo; mantienen estructuras de parentesco consolidadas; cuentan con un panteón sobre el cual conservan control administrativo, y reproducen un patrón de asentamiento urbano particular caracterizado por un centro marcado por una plaza a la que rodean, principalmente, la iglesia, edificios administrativos y comercios.

LA DIVERSIDAD DE LO DE LA CIUDAD DE

Otro autor, Iván Gomezcésar (2010) ha puesto énfasis también en otro tipo de características, que nos llevan a distinguir cuatro aspectos definitorios de los pueblos originarios:

La diversidad social y cultural de la ciudad proviene de numerosas raíces y del legado de distintas etapas históricas anidadas en este territorio; implica desde la presencia de los pueblos originarios, de la población mestiza y de inmigrantes 1.- Tienen como base un conjunto de familias autoidentificadas como originarias; esto se expresa en la predominancia de algunos apellidos que son claramente identificables. Esto permea la organización territorial (ya que generalmente los originarios ocupan las partes centrales del pueblo). Esta es una diferencia fundamental frente a otros espacios urbanos. 2.- Poseen un territorio en el que se distinguen espacios de uso comunitario y para desarrollar la vida ritual. Una parte de los pueblos poseen terrenos agrícolas o forestales en forma de ejidos, propiedad privada o comunidad agraria y por tanto su noción de territorio es clara. Pero incluso en aquellos pueblos que han perdido sus terrenos y han quedado reducidos a medios urbanos, existe una idea de espacio

FOTO: Eneas de Troya

Lucía Álvarez Enríquez


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OS PUEBLOS MÉXICO

originario, en el que se identifica un centro y otros espacios comunitarios, entre los que se cuenta las más de las veces la iglesia o capilla, la plaza, el mercado y el panteón.

1. Los pueblos rurales y semirurales, ubicados en la zona sur y sur-poniente del DF, que poseen la superficie de bosques y zona de chinampas todavía en producción.

3.- Su continuidad está basada en formas de organización comunitaria y un sistema festivo, que tiene como elemento central un santo o santa patrona y en el que pueden apreciarse elementos culturales de origen mesoamericano, colonial y una permanente capacidad de adaptación a las nuevas influencias culturales de su entorno, que no se reducen a los elementos religiosos.

Son cerca de 50 pueblos distribuidos en Milpa Alta, Xochimilco y Tláhuac, así como partes de Tlalpan, Magdalena Contreras, Álvaro Obregón y Cuajimalpa. De ellos, son seis los pueblos chinamperos que subsisten: San Pedro Tláhuac y San Andrés Mixquic, en Tláhuac, y San Luis Tlaxialtemalco, Santa María Nativitas, Santa Cruz Acalpixca y San Gregorio Atlapulco, en Xochimilco. Pese al crecimiento urbano, estos pueblos continúan siendo abastecedores de legumbres y flores para la ciudad y constituyen una valiosa herencia de las culturas prehispánicas

4.- Las festividades religiosas y cívicas cumplen la función de generar liderazgos en torno a los nombrados para ejercer los cargos, y para el colectivo es el medio para refrendar la pertenencia al pueblo, contribuyendo a la continuidad de las identidades locales. El santo patrón y otras deidades son la base a partir de las cual se establecen nexos duraderos con otros pueblos. A lo anterior hay que agregar que en los pueblos existe una noción y un manejo del tiempo y el espacio peculiares, basados frecuentemente en sus ciclos agrícolas y festivos, que se distinguen notablemente de la dinámica urbana.

Al perder la tierra, estos pueblos perdieron también, en su mayoría, formas de representación cívicas y sólo poseen los sistemas de cargos tradicionales basados en las mayordomías, las fiscalías y otras, así como, en algunos casos, una representación agraria muy limitada A pesar de la existencia de notables rasgos en común, hay diferencias significativas entre los pueblos: a) No todos tienen un origen netamente prehispánico. Muchos de ellos fueron creados durante el periodo colonial y casi todos fueron refundados después de la Revolución de 1910. b) Aun los pueblos de origen prehispánico sufrieron fuertes transformaciones durante el periodo colonial y adquirieron estructuras institucionales y simbólicas diferentes a lo que se pudiera considerar como “original”, es decir, han soportado procesos de hibridación y sincretismo que los han llevado a incorporar prácticas y elementos mestizos, transformando así su carácter clásicamente indígena.

ILUSTRACIÓN: Edgardo Mendoza R. / Anec

c) Muchos pueblos han perdido control sobre su territorio y sobre todo de sus recursos naturales (agua, tierra, etcétera), lo cual los ha despojado de uno de sus principales elementos constitutivos. d) Es muy diferente la experiencia histórica de los pueblos del norte de la ciudad, que de manera muy pronta se incorporaron a procesos industriales y urbanos, respecto de los del sur, sur-oriente y sur-poniente, que conservan una estructura agraria que en ocasiones todavía opera y cuyos procesos de urbanización son sumamente tardíos. De acuerdo con Gomezcésar, actualmente se pueden distinguir al menos tres tipos de pueblos, que corresponden a tres regiones del DF:

Estos pueblos se caracterizan porque al menos parte de su subsistencia depende de la tierra (agropecuaria, silvícola o recientemente turismo ecológico) y poseen formas de representación civil (enlaces territoriales, subdelegados y otras figuras). Dentro de los pueblos originarios, se trata de los actores más organizados y con la vida comunitaria más completa. Poseen un complejo calendario ritual apoyado en un sistema de cargos que funciona con una gran eficacia y poseen un considerable grado de autonomía en muchas de sus decisiones. 2. Pueblos urbanos con un pasado rural reciente. Son muy semejantes a los caracterizados en el punto uno, pero que perdieron su carácter rural y agrícola en las cuatro o cinco décadas pasadas. Son más de 30 pueblos ubicados en Iztapalapa, Coyoacán, Iztacalco, Benito Juárez, Venustiano Carranza y parte de las delegaciones mencionadas antes. Su transformación a entidades urbanas se debe a la venta de la tierra por la presión del crecimiento urbano y sobre todo a las expropiaciones presidenciales aplicadas las más de las veces arbitrariamente y con el uso de la fuerza. Al perder la tierra, estos pueblos perdieron también, en su mayoría, formas de representación cívicas y sólo poseen los sistemas de cargos tradicionales basados en las mayordomías, las fiscalías y otras, así como, en algunos casos, una representación agraria muy limitada. En otros casos han aprovechado dar cierta continuidad a su representación cívica mediante los nombramientos de representantes vecinales. Aunque varían mucho los casos, en general se trata de pueblos con una importante y en ocasiones vigorosa vida comunitaria, especialmente en sus celebraciones. Y pese a que sin duda fueron gravemente afectados por la desaparición de su antigua forma de vida, muchos pueblos de este tipo muestran un proceso de fortalecimiento. 3. Pueblos urbanos con una vida comunitaria limitada. Se trata de más de una treintena de pueblos ubicados en el centro y norte del DF, en las delegaciones Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo, Gustavo A. Madero y Azcapotzalco, cuya existencia como comunidades era más precaria desde hace más de un siglo. Muchos de estos pueblos fueron revitalizados por los repartos agrarios, pero las prontas expropiaciones y otros factores no les permitieron consolidar una vida comunitaria más amplia. No obstante, se observa una gran diversidad de estrategias de subsistencia, así como la voluntad en muchos de ellos de continuar exis-

FOTO: José Carlo González / La Jornada

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tiendo. Mantienen algunas festividades fundamentales y con frecuencia participan también de peregrinaciones hacia otros pueblos. Pese a que son evidentes la diferencias entre pueblos rurales, pueblos urbanos con fuerte vida comunitaria y pueblos que carecen de esto último, es claro que comparten las tres características que los definen como pueblos originarios, a saber: todos cuentan con un claro origen prehispánico o colonial; están constituidos por grupos de familias que poseen una noción de territorio originario y tienen su núcleo alrededor de una o varias organizaciones comunitarias que garantizan la continuidad de sus principales celebraciones. 4. Pueblos de otros orígenes que se han asimilado a formas de organización de los pueblos originarios. Además de los originarios de la Ciudad de México, existen otros pueblos: a) los pueblos producto de desplazamientos antiguos de otras entidades y que, pese a no tener su raíz más antigua en el DF, están establecidos allí desde hace más de un siglo. Es el caso de San Juan Aragón, en la Gustavo A. Madero, que es un pueblo trasladado de otra entidad. Salvo este dato, comparten el resto de las características de los pueblos originarios, por lo que no pareciera haber motivos para diferenciarlos del resto. b) Los pueblos conformados por asentamientos mucho más recientes y de una población que no constituía anteriormente ni pueblo ni comunidad. Tal es el caso de Tepepan en Xochimilco, cuyos integrantes, que tienen orígenes muy diversos, se han asimilado por decisión propia a la forma de organización de los pueblos originarios que son vecinos suyos. c) Los pueblos recientes, que también han asimilado formas de organización de los originarios pero que, a diferencia de los anteriores, están conformados por población campesina e indígena que emigró a la ciudad, ya sea de una o de varias etnias y comparten por tanto muchas características culturales y comunitarias. Investigadora del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CIICH) de la UNAM lalvarez@servidor.unam.mx Este artículo parte de la ponencia “Acerca de la diversidad de los Pueblos Urbanos de la Ciudad de México”, presentada por la autora en el Primer Coloquio Historia y Cultura de los Pueblos Originarios de la Ciudad de México, en el Museo de Antropología e Historia, septiembre de 2010.


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Xochimilco

AGUAS NEGRAS, URBANIZACIÓN DESORDENADA Y POLÍTICOS INEFICACES

LAS CHINAMPAS Y LOS CHINAMPEROS

• Línea 12 del Metro y posible construcción de un Wal Mart, los retos Lourdes Edith Rudiño

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durante los años 60s y 70s a Xochimilco llegó desde el sistema de aguas del Distrito Federal (DF) agua sin tratar, de drenaje, con la cual se regaban las hortalizas, y por ello mismo muchos dejaron de producir aquí estos alimentos y se orientaron a las plantas ornamentales En Xochimilco, particularmente en los pueblos de San Gregorio y de San Luis Tlaxialtemalco, la forma tradicional de producción agrícola es la chinampa –si bien es cierto que en los cerros se produce en terrazas–. Pero la chinampa está muy descuidada. Los productores del lugar, que hoy se enfocan fundamentalmente a las plantas de ornato, lamentan que el sistema de aguas de la ciudad les mande a veces aguas tratadas, a veces aguas medio limpias, y a veces de plano aguas negras. Asimismo hay un gran desorden y falta de regulación real en la zona –que se supone es suelo de conservación y por tanto debería frenarse el uso para fines urbanos. Así, la chinampa, que es una tradición indígena, prehispánica, heredada por generaciones; que antaño fue parte fundamental del paradisíaco Xochimilco, y que es el motivo por el cual en 1987 la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) declaró a esta delegación Patrimonio de la Humanidad, está en decadencia. “Vamos rumbo al fin de la agricultura chinampera, y el día que por fin se acabe, se terminará también el agua que abastecemos a la capital; debajo de las chinampas está la vida de la ciudad”, advierte José Genovevo Espinosa, estudioso y promotor internacional de la chinampa, quien recuerda que durante los años 60s y 70s a Xochimilco llegó desde el sistema de aguas del Distrito Federal (DF) agua sin tratar, de drenaje, con la cual se regaban las hortalizas, y por ello mismo muchos dejaron de producir aquí estos alimentos y se orientaron a las plantas ornamentales. “Aquí tenemos humedales, el agua está jugosa, y es la que se llevan –por medio de unos diez pozos de agua potable y un acueducto que llega hasta la colonia Condesa–, y en cambio recibimos agua tratada y a veces putrefacta, sucia”, completa José Aurelio Cuaxospa

FOTO: Carlos Ramos Mamahua / La Jornada

n los mantos freáticos de Xochimilco –igual que en las demás delegaciones rurales de la Ciudad de México– está un alto porcentaje del agua que consume la población urbana de esta capital. Sin embargo, desde los años 50s del siglo pasado se están dando pasos agigantados que deterioran y contaminan estos lugares y que arrebatan a sus pobladores su actividad agrícola y el sustento de sus familias.

Quintero, hombre de 61 años que es uno de los pocos que preserva el conocimiento de las técnicas antiguas de la chinampa. José Aurelio y José Genovevo son del pueblo de San Luis Tlaxialtemalco, colindante con la delegación Tláhuac –esto es, a unos pasos de las obras de la línea 12 del Metro–. Comentan que no obstante ser área de conservación, los pueblos de San Gregorio y de Xochimilco están siendo arrasados muy rápidamente por la urbanización. “Hay casas habitación entre los cultivos de lechuga; allí tiende a desaparecer más rápido la chinampa”. En San Luis eso no ocurre porque la Comisión de Recursos Naturales (Corena), de la Secretaría de Medio Ambiente, tiene su sede en este pueblo y “no permite meter luz o agua potable, y para urbanizar, pues necesitamos abrir calle y meter esos servicios”, dice Aurelio. Pero la actuación de la Corena es discrecional. La Corena “debería preservar los bosques de Milpa Alta y Tlalpan y absolutamente toda la zona chinampera de Xochimilco, como últimos reductos de una zona paisajística, indispensable para la sostenibilidad de la ciudad y para amortiguar el cambio climático; también para impedir que se acelere el hundimiento de la ciudad”, dice José Genovevo. Y la realidad es que la mancha urbana crece y crece en todas estas zonas.

aquí todas las secretarías de este gobierno, con todo lo que eso implica, un montón de gente y problemas (...); no estaría bien que nos quisieran poner allí un reclusorio o un basurero o un centro policiaco. Debe dedicarse a algo acorde con la realidad ambiental que vivimos”. Y también hay la preocupación de que cuando esté lista la línea 12 del Metro, lleguen inmobiliarias y negociantes que quieran comprar la tierra. “Las chinampas están a un paso de donde va a llegar el Metro”. El pueblo de San Luis tiene inquietudes propias de urbanizarse –pues las familias crecen, “y dónde va a vivir mi hijo?”, se pregunta José Genovevo–, pero en general se ha organizado para frenar la llegada de extraños. Por ejemplo, en los 90s la Asociación Nacional de Actores (ANDA) adquirió allí un terreno para construir 210 viviendas. “Nos unimos como si fuéramos un solo hombre e invitamos a antropólogos y etnólogos que habían estudiando aquí y nos ayudaron. El gobierno nos ayudó y dejó estas tierras para nuestro pueblo y a cambio le dio a la ANDA tierras por el área de Reino Aventura”. Ahora en este terreno está el mercado de plantas. Ya en los años 70s también el pueblo defendió un espacio de tres hectáreas que había comprado una radiodifusora. Hoy el lugar es un centro deportivo que tiene en el subsuelo un manto acuífero. “Y estamos a punto de lidiar otro asunto. Hay un inmueble más o menos de cuatro hectáreas que está abandonado desde fines de los 60s, y que antes fue una granja avícola. WalMart quiere construir un centro comercial aquí, que sería el primero de la zona de Xochimilco, Milpa Alta y Tláhuac”. Comenta José Genovevo que hay algunas personas del pueblo que sí quieren este centro comercial, pues “creen que con ello va a llegar la modernidad y el progreso”, pero otros muchos están en desacuerdo. Son personas que tienen pequeños comercios: misceláneas, panaderías, los propios productores de plantas y flores. “Ese centro vende de todo, hasta plantas, y se ve bonito... pero es falsa modernidad”. Ante el reto “vamos a actuar según lo veamos”.

En el caso de San Luis Tlaxialtemalco, en el pasado ocurrió que gente del centro de la capital compró tierras en la parte del cerro y llegó a vivir allí después del terremoto de 1985. Fue fácil adquirir tierra rural pues aquí predomina la pequeña propiedad.

Un problema serio es que, como pueblo, se sienten desatendidos por la autoridad. Los políticos no ayudan y generan más bien caos. “Nuestro delegado no nos recibe en audiencia y el que venga va a ser igual. Así es la experiencia que tenemos. Lo peor es que seguimos votando por ellos porque a cambio nos dan cemento, grava (...) O hay canales que ya no tienen agua y aunque la Corena no quiere que haya urbanización, gente de todos los partidos políticos, sin excepción, nos dicen ‘tú haz tu casa y vota por mí, y al rato solicitamos el cambio de uso de suelo’”, concluye José Genovevo.

Adicionalmente, hay un terreno de 62 hectáreas que fue expropiado hace años y donde incluso se asienta la propia Corena (la construcción de su edificio implicó el derrumbe de árboles). Esa zona es un área lacustre, que fue de chinampas, y advierte José Genovevo, si bien esta superficie está prevista para un vivero para plantas que reforesten la cuenca de México, “el terreno está tentado; es propiedad del gobierno del DF y ya quisieron traer

también hay la preocupación de que cuando esté lista la línea 12 del Metro, lleguen inmobiliarias y negociantes que quieran comprar la tierra. “Las chinampas están a un paso de donde va a llegar el Metro”

Las chinampas, pedazos de Ɵerra producƟva rodeados por lagunas –que en el pasado exisƟeron en varios lugares de la Ciudad de México, como Iztacalco, Iztapalapa e incluso en la Magdalena Mixiuhca– hoy sólo sobreviven en Xochimilco y en San Andrés Mixquic, en Tláhuac. En otros lugares hay “cosas parecidas”, como es en el Río Lerma, en nuestro país, pero también en Francia, en Estados Unidos (en Florida), en Centroamérica e incluso en Cachemira, en donde les llaman campos drenados y elevados y producen plantas medicinales y de ornato. También hay algo parecido a las chinampas en Surinm, y en Colombia, donde se llaman “Guaru-guaru”, dice José Genovevo Espinosa. José Aurelio Cuaxospa comenta: “me plaƟcaban cómo antes salía el agua del mananƟal (de San Luis Tlaxialtemaco) y se iba sobre los canales. Cortaban la verdura y las canoas se iban con la corriente de agua hasta el mercado de Jamaica y regresaban con las canoas vacías. Me imagino cómo era de bonito. Toda esa agua se iba hacia el lago de Texcoco. Aunque haya cosas parecidas a las chinampas, en ningún lugar del mundo existe lo que aquí tuvimos”. “Los aztecas tenían mucho conocimiento en la ubicación solar y por eso aquí las chinampas están ubicadas de norte a sur. Así el sol las baña mejor”, dice Aurelio y completa Genovevo: “a los extranjeros les llaman la atención nuestras chinampas porque son altamente producƟvas; llegaban a dar tres o cuatro cosechas de hortalizas al año, y la sustentabilidad es su caracterísƟca. Llevamos sembrándolas por lo menos mil años, pues no está clara la fecha de su origen. Hay quienes dicen que se remontan a 200 años antes de Cristo y otros dicen que surgieron 800 años después de Cristo. Los estudiantes nacionales y extranjeros de agronomía que llegan aquí, se llevan una verdadera lección de agroecología, incluyendo en ello el conocimiento de los chinamperos, porque Aurelio y otros pocos que todavía viven y que saben bien la técnica anƟgua y moderna de las chinampas son como un libro abierto y deberían ser parte de una escuela o una cátedra, pues de otra forma cuando mueran se llevarán su saber a la tumba”.


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Testimonios de pobladores de Xochimilco Hasta los años 50s se cultivaron aquí hortalizas: calabaza, lechuga espinaca, apio, cilantro y la verdolaga y los quelites que nacían solitos, todo eso en la zona chinampera. En los cerros teníamos maíz, jitomate y calabaza... En San Juan Acuexcomac (en el pueblo de San Luis Tlaxialtemalco) estaba un manantial muy grande y era mantenido por la zona chinampera. Si teníamos sed y estábamos trabajando, bajábamos a la orilla de la zanja o en la misma canoa y tomábamos agua de los canales de las chinampas y nunca nos hizo daño, era agua limpia, de manantial; las plantas o las verduras que se cultivaban crecían solas, la tierra estaba virgen, era pantanosa y tenía una capa llamada césped (formada de sedimentos naturales: de tules y pastos) que era rico en nutrientes. No necesitábamos fertilizantes, no conocíamos los químicos. Fuimos siete hermanos y mis dos padres. Todo el sustento de la familia salía del campo. Algo que gocé de niño fue que había mucho pescado. Yo agarraba las carpas con la mano. En el día podía pescar con mano unas 25 carpas de yo creo un cuarto de kilo cada una. Había mucho acosil y ajolote. había frutas, mucho durazno, membrillo manzana, tecojote, ciruelo, pera...; íbamos al campo y nos comíamos la fruta del árbol directamente, nunca nos hizo daño. Todo eso se perdió ya. Mi papá participó en la construcción del acueducto que nace del bosque de San Juan Acuexcomac y llegaba hasta Chapultepec. Me acuerdo de niño, a fines de los 50s y principios de los 60s, vi que el manantial fue rellenado con piedra para montar una batería de bombas de extracción de agua para mandarla al acueducto. Eso nos provocó hundimientos del suelo. El césped, que era como una esponja polvosa mantenida por el agua, se aplastó cuando ya no hubo agua de manantial y entonces la zona chinampera estuvo en peligro de ser desierto, un Texcoco por decir. Porque después de la extracción, en 1965-66 nos mandaron aguas negras y luego inyectaron agua dizque tratada. Las chinampas sobreviven pero con canales artificiales, porque ya no son de manantial, sino de aguas tratadas Desde que nos mandaron aguas negras se empezaron a morir los ahuejotes, Había mucho durazno, membrillo, mucha flor de alcatraz en las orillas de las zanjas. Todo eso se murió. También se acabaron los peces. Hoy hay tilapia. Pero no la comemos porque hay alteraciones en cuanto al abastecimiento de agua que nos llega del Cerro de la Estrella. A veces mandan agua tratada y a veces aguas negras. El canal se tapiza de tilapias que se mueren cuando hay aguas negras. Actualmente en (el pueblo de) San Gregorio cultivan mucho la verdura. En San Luis Tlaxialtemalco cultivamos más las plantas de ornato (los más significativos son los crisantemos, cempazúchitl y nochebuena, así como hierbas medicinales), pero, por los problemas del agua negra, tenemos que usar muchos químicos y eso nos está afectando. No tenemos una orientación por parte del gobierno para decir qué químicos hay que utilizar y en qué cantidades.

FOTOS: Lourdes E. Rudiño

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El edén que fue Xochimilco hasta principios de los años 60s está aún en la mente de las personas mayores, quienes añoran todo lo que se perdió con la extracción de agua para las zonas urbanas del Distrito Federal y la contaminación de su manantial y sus canales: dejó de existir la producción para el autoconsumo de la familia, se extinguió la fauna acuática y se perdió el paisaje colmado de chinampas, de árboles frutales y alcatraces. Y ahora hay un riesgo latente de que se esfume una forma de vida ligada a la tierra. He aquí testimonios de personas del pueblo de San Luis Tlaxialtemalco.

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lo teníamos. No había casas, había una que otra, y hoy estamos llenos.

Todo ha cambiado mucho. Antes sembrábamos maicito, calabaza, frijolito, Hoy ya no se da, se seca la plantita. Los terrenos están muy salitrosos y el agua es muy sucia, apestosa, negra, negra. Si sembramos elotitos, ya no nacen o si nacen, nacen chaparritos, para la pastura de las vacas. Cuando era niña mis papás sembraban chícharo, alcatraz, col, toda clase de verdura. Mi mamá vendía en una placita, en Tepito. Dos veces hacíamos la comida, no se usaba gas, ni carbón. Las heces de las vacas las dejábamos secar, hasta endurecerse, las quemábamos y se hacían como carboncito. Las llamábamos “muñegas”. Ahora cultivamos pura planta en invernaderos, pero tenemos que usar químicos, y me provocan alergias, me hincho de la cara.

Mi papá cumplió el mes pasado 100 años y todavía manda a mi hermano a que vaya a sembrar que la calabaza, que el frijol. Él quisiera lo mismo de sus tiempos. Todo eso fue muy bonito. Mis hijos, cinco, ya no se dedican al campo. Tienen su trabajito, algunos son maestros de escuela, ganan poquito pero como quiera que tienen su quincena. Y mi esposo y yo, trabajando en el campo, tenemos que buscarle a fuerza para comer. Yo vendo aquí en el mercado (de plantas). A veces he lavado y planchado ajeno para completar para comer.

Antes producíamos chícharo en chinampas, y en lo largo de los remos los colgábamos. Mi papá los cortaba y nosotros recogíamos los manojos para colgarlos en los remos. Me enseñé a remar la canoa y a caminar todo el canal. Todo era chinampas. Antes comíamos los quelites fresquecitos, los quintoniles, los chilacayotitos chiquitos y tiernitos, todo eso sembrábamos. Y de eso vivimos porque no sabíamos lo que era comprar comida, todo

M®¦ç ½ C ½½Ê RÊ ½ Ý, 64 ÇÊÝ Al principio las chinampas se alzaron a base de pasto y lodo. Así se fueron levantando. Se les llama chinampas porque son pedazos de tierra, rodeados de agua y alrededor los ahuejotes, y todas las orillas estaban llenas de alcatraz, la flor nativa de aquí; todo era blanco. Con el “soquimacla” –una especie de bolsa de manta con un palo largo– sacábamos lodo del agua en canoa, y hacíamos el almácigo sobre las chinampas, de allí entonces cortábamos, se enchapinaba o se ensemillaba y después en los puros cuadros de lodo transportábamos la planta. Y había mucho pescado, agua, mucha abundancia. Últimamente las personas se han dedicado al cultivo de plantas, y es puro invernadero. Antes era todo campo a cielo abierto. En el manantial que había en el bosque de San Juan Acuexcomac, me tocó nadar todavía. El agua de allí corría hacia abajo, hacia las chinampas. Todo eso se acabó. Además de verduras, antes sembrábamos el maíz, echábamos almácigos también en el banquito del lodo. Las cosechas las sacábamos en canoas, en costales. Los peones ganaban siete pesos al día, en ese tiempo rendía mucho el dinero, porque comía uno todo lo que quería.

Había mucho pescado, en las chinampas había muchas verduras, acelga, epazote, espinaca, cilantro, coliflor, pepino, chilacayote, todo eso lo sacábamos por agua a Tlamelaca, que era el embarcadero del pueblo. Toda la producción, al principio se iba por agua, a la Merced o a Jamaica, después se empezó a trasladar por carro. En una sola ocasión acompañé a mi papá en canoa a Jamaica –ya en las fechas últimas en que hubo ese recorrido–. Nos llevamos toda la mercancía, la verdura, en la canoa, por toda La Viga. Todo ese era el canal nacional, salía desde aquí y desde (el pueblo de) Xochimilco. Había una y griega que unía al mismo canal y llegaba a Jamaica. El canal pasaba por San Lorenzo, Chimalhuacán y más arriba. Todo eso eran puros pueblos. Un pueblo a otro se dividían a base de puras milpas. Puro maíz y había mucho establo y había mucho ganado. Ahora todo es muy diferente. Sigue habiendo chinampas, pero ya no es lo mismo en la forma de trabajar. Ahora en las chinampas hay puras plantas, pues la agricultura ya no deja dinero. Por ejemplo el maíz se siembra y ya no nace, o crece nada más y se agila, ya no llena el elote y antes no porque se daba mucho el maíz, crecían las milpas, unas mazorcas grandes, bonitas. Hasta la verdura, si no se abona con químicos, ya no se da. Y antes sembrábamos con abono pero puro orgánico, estiércol de ganado o el chilacastle que se da en el agua, luego barbechábamos y se sembraba la planta, la verdura, lo que fuera. También ha cambiado la gente. En las generaciones de antes, hasta donde me tocó a mi, si uno era hombre, los papás querían que uno creciera para trabajar el campo, si era mujer, se dedicaba al hogar. Ahora hay más trabajo, más gasto, más todo. Antes rendía mucho el dinero porque todo era barato. Con diez pesos uno hacía uno fortunas. Las generaciones de ahora ya no quieren trabajar el campo. Los papás por muy pobres que sean, quieren que los hijos estudien, que salgan adelante. Ya no quieren que trabajen el campo. Yo produzco cempazúchil, moneda, todas las hierbas medicinales (albahaca, ruda, romero, ajenjo, hierbabuena, menta) y un poco de flores y plantas, por ejemplo begoñas, mantos y millonarias. Ahorita apenas va saliendo para comer. A mí me gustaría que siguiera todo esto es muy bonito. Como mexicanos deberíamos defender este modo de vida.


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20 de noviembre de 2010 pero no fue sino hasta 1921 que el presidente Álvaro Obregón dotó al pueblo de la Magdalena con una superficie que fue base para su ejido.

Venustiano Carranza

LA MAGDALENA MIXIUHCA: PUEBLO ANTIGUO QUE SE RESISTE A DESAPARECER

Marina Anguiano

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a Magdalena Mixiuhca, antiguo pueblo nahua de la Ciudad de México, mantiene su identidad como comunidad, a pesar de haber sido mermado su territorio y haber dejado de ser agricultor debido al acelerado crecimiento urbano. En la actualidad la Magdalena Mixiuhca – concebida como una colonia más de la delegación Venustiano Carranza-- es conocida internacionalmente por las carreras de autos en el autódromo Hermanos Rodríguez. Pocos saben que esta pista está enclavada en lo que antes era el ejido y las chinampas del pueblo de Mixiuhcan, en la zona lacustre de la cuenca de México. La información histórica de este poblado nos remite a la peregrinación azteca, iniciada en el año 1111 según algunos investigadores. Se dice que ésta partió de un lugar llamado Aztlán o Aztátlan, en el norte de México, cuyo significado es “lugar de garzas”, de ahí su nombre de aztateca o azteca, aunque ellos preferían denominarse mexica. Según los informantes de Sahún, eran pescadores y cazadores. El primer punto de la cuenca lacustre de México que tocaron los mexica fue Chapultepec. En su peregrinar se establecieron de manera temporal en Mexicaltzingo, de donde fueron expulsados, para llegar posteriormente a Iztacalco, “en la casa de la sal”. De ahí pasaron a un sitio de tules y carrizales, donde dio a luz la hermana de Huitzilíhuitl, llamada, según el cronista Alvarado Tezozomoc, Quetzalmoyahuatzin. Al recién nacido se le dio el nombre de Contzállan (conocido también como Conzallan o Cohuatlicue). Este personaje debe ser considerado como el primer ascendiente conocido de los pobladores de la Magdalena Mixiuhca. Desde aquel entonces se le denominó al lugar Mixiuhcan, que significa “lugar del parto”. Esta palabra náhuatl proviene de mixihui =parir o dar a luz, y can= lugar. La leyenda dice que su dios Huitzilopochtli los mandó al islote donde debían permanecer y fundar Mexíco-Tenochtítlan, lo cual

sucedió, según algunas fuentes, en 1325, y según otras, en 1345. Una vez que los mexica construyeron su primer templo, dedicado a Huitzilopochtli, se dedicaron a obtener del mismo lago el terreno necesario para su establecimiento. Comenzaron a construir chinampas que en un principio no tenían como fin ser cultivadas. Se extendieron de tal forma que los pequeños islotes que había alrededor fueron quedando incorporados a la isla mayor. Esta región lacustre ofrecía grandes posibilidades para la pesca y la caza de aves. En las chinampas o camellones cultivaban maíz; frijol; calabaza; diversas flores, entre ellas cempoalxóchitl, y muchos árboles. El transporte se hacía por canoas fundamentalmente. Esto implicaba la existencia de embarcaderos y de albergues, que en los alrededores de la Mixiuhcan subsistieron hasta mediados del siglo XX. Según los documentos del siglo XVI, en tiempos de Moctezuma II, la pequeña isla de Mixiuhcan era frecuentada por la nobleza mexica como un lugar de recreo en sus paseos campestres. En la Colonia, en 1542 el primer virrey de la Nueva España, don Antonio de Mendoza, amparó al pueblo para que no fuese despojado de sus tierras, las cuales se localizaban entre pantanos, en los que abundaba sólo zacate, y estaban delimitadas por cipreses, sauces, y huexotes. Sus habitantes eran pobres y se dedicaban a la explotación del zacate, a la pesca y a la caza, sobre todo de patos. Concluida la Colonia, la parte sureste de la cuenca de México, donde se localiza Mixiuhcan, siguió teniendo mucha importancia, debido a que venían a su embarcadero numerosas canoas, que transportaban legumbres y flores desde Xochimilco, Tláhuac, Milpa Alta, Texcoco, e incluso de Chalco. A raíz de la Ley de Desamortización de Bienes Civiles y Religiosos, de 1856, el régimen de propiedad comunal desapareció para dar lugar a la propiedad privada. Los habitantes de la Magdalena Mixiuhcan perdieron gran parte de sus tierras. Después de la Revolución, los habitantes de este poblado solicitaron la restitución de sus tierras,

Seguros de su propiedad, los campesinos construyeron nuevas chinampas para cultivar hortalizas en los lotes que tenían sembrados alfalfares descuidados. Hasta los primeros años de la década de los 50s, los ejidatarios de la Mixiuhcan y su efectivo sistema de sembradíos sobre chinampas, en medio de canales, producían gran variedad de flores, legumbres como betabel, rábano, espinaca, zanahoria, ejote, verdolaga, poro y alcachofa. Desde luego, también contaban con sus milpas de maíz, frijol y calabaza. El rendimiento de un metro cuadrado en la chinampa era grande, ya que se sembraban a la vez cuatro diferentes cultivos que tenían un ciclo reproductivo distinto. Los canales fueron desapareciendo como vías de comunicación para dar paso al sistema de desagüe, requerido por el crecimiento de la ciudad. El canal de la Viga fue desecado. La situación actual del poblado de la Magdalena Mixiuhca es producto de dos decretos presidenciales expedidos por Adolfo Ruiz Cortines. El primero creó la zona urbana ejidal. El 5 de diciembre de 1956 se expidió el segundo, que expropió al ejido 235 hectáreas, exceptuando la zona urbana ejidal. En estos terrenos se construyó la ciudad deportiva, un autódromo, un velódromo, el Palacio de los Deportes y habitaciones populares. Se transformó radicalmente esta zona, que de rural pasó a ser urbana. Así se modificó la estructura socio-económica del pueblo, uno de los más prósperos poblados chinamperos de la cuenca de México.

Desde hace dos generaciones los habitantes de la Mixiuhca dejaron de hablar el náhuatl y ya no se consideran parte de la etnia nahua. Sin embargo, a partir de los rituales fortalecen su identidad La lucha incansable que ha sostenido este poblado por mantener sus tierras ha traído una gran cohesión y solidaridad de grupo, ya que ellos, a pesar de las designaciones oficiales que les dan la categoría de colonia, se consideran todavía un pueblo. Esta solidaridad se ve reforzada por la religiosidad popular, la cual se manifiesta, sobre todo, en las fiestas tradicionales y sus complicados rituales. Éstas han sufrido modificaciones como el resto de su cultura, incluso algunas ya han desaparecido y otras han surgido de manera reciente. Desde hace dos generaciones los habitantes de la Mixiuhca dejaron de hablar el náhuatl y ya no se consideran parte de la etnia nahua. Sin embargo, a partir de los rituales fortalecen su identidad pueblerina. Durante la Colonia tuvo lugar una reinterpretación simbólica y la configuración de nuevas tradiciones populares, a la vez de que se conservaron elementos antiguos que se articularon con la nueva religión traída por los españoles. Este fenómeno se puede apreciar en la Magdalena Mixiuhca, a pesar de haber perdido sus tierras de cultivo en los años 50s y haber dejado de ser agricultor.

Una de las fiestas más importantes del año de la Magdalena Mixiuhca se celebra el 22 de julio y es dedicada a María Magdalena, patrona del pueblo. Es eminentemente católica, pero tiene reminiscencias de alguna festividad agrícola que se celebraba en la época prehispánica con el fin de obtener buenas cosechas. Se dice que este día debe llover mucho y para este efecto, hasta hace unos años, se sacaba en procesión a la imagen de la Magdalena, recorriendo con ella todo el pueblo. Otra festividad destacada es la ofrenda de maíz. Se llama la Fiesta de la Flor y consiste en una peregrinación a la Villa de Guadalupe, la cual en el pasado marcaba el fin del ciclo de festividades agrícolas. El pueblo ya no es agricultor pero sigue realizando esta peregrinación el último domingo de noviembre. Es la única fiesta que todavía cuenta con mayordomía. Se lleva como ofrenda una artesanía ritual que simbolizaba el fruto del trabajo campesino en los plantíos de maíz y otros cultivos y, con ello, el agradecimiento por las buenas cosechas obtenidas. Según los habitantes de la Mixiuhca, acuden al Tepeyac “para demostrar su fervor cristiano y la devoción natural a la Virgen de Guadalupe, por los favores y bendiciones recibidos durante el año”. La ofrenda recibe el nombre de “resplandor” o “flor de xochicahuastle” (girasol) y está formada por un centro o disco metálico que en el frente lleva la imagen de la Guadalupana y al reverso un cáliz eucarístico. En el disco están clavadas 60 varas pintadas de color verde, a las cuales se pegan pequeñas hojas de maíz de colores verde, rojo y morado. Adornan cada vara cuatro círculos concéntricos, elaborados a base de palomitas de maíz, ensartadas en alambre y están rematadas por una banderita de papel picado. “Cada vara simboliza una planta de maíz: las dos hojitas verdes representan las primeras hojas que le salen a la planta, a los ocho días de sembrada; la caña va creciendo y alrededor del mes de julio le brotan hojas moradas, tiempo en que el maíz está jiloteando; llega el invierno y le salen hojas rojas, porque el hielo las quema. La bandera es la espiga de la caña y las palomitas son los granos de la mazorca”. A pesar de los embates de la modernidad, el pueblo de la Magdalena Mixiuhca sigue reproduciéndose culturalmente y conserva sus tradiciones en un afán de subsistir como comunidad ante el individualismo que priva en la gran metrópoli. La vida ceremonial y festiva juega un papel preponderante en la cohesión de sus habitantes y fortalece su identidad pueblerina. La narrativa oral presenta gran vigor. Todo mundo recuerda con nitidez los años prósperos de su economía y narra con cariño y nostalgia la vida campesina que ya se ha ido. Los ancianos describen algunos pasajes de la lucha por la tierra, desde tiempos de la Colonia. Circulan leyendas sobre La Malinche; la hija de Moctezuma y Cortés, al cual se le solicitó una imagen de la Virgen y él les donó la escultura de María Magdalena, su actual patrona. DEAS-INAH marina_anguiano@hotmail.com Este artículo parte de la ponencia del mismo nombre, presentada por la autora en el Primer Coloquio Historia y Cultura de los Pueblos Originarios de la Ciudad de México, en el Museo de Antropología e Historia, septiembre de 2010.


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Iztapalapa

Iván Gomezcésar Hernández

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l oriente de la delegación Iztapalapa, en el Distrito Federal, es una de las zonas de la ciudad en que se expresan más fuertemente los problemas urbanos: alta densidad poblacional producto de migración, predominancia de los jóvenes, ingresos bajos, analfabetismo, desempleo y, no es de extrañar, delincuencia y otros fenómenos ligados a la pobreza y marginación. En medio de este difícil entorno subsisten cuatro pueblos originarios: Santa Cruz Meyehualco, Santa Martha Acatitla, Tecoloxtitlán, Acalhuatepec y el pueblo que nos ocupa: Santa María Aztahuacán. No es la primera vez que estos pueblos logran sobrevivir a grandes cambios y eclosiones. El primer gran cambio fue sin duda la Conquista. Es conocido el hecho de que la población quedó muy reducida, merced las nuevas condiciones y en especial al efecto del “envenenamiento del aire” que trajeron las nuevas enfermedades. Pero Aztahuacán era un pueblo muy organizado y no sólo se repuso; mantuvo su condición de cabeza de la región y aportó elementos valiosos: la agricultura chinampera en la parte salada del lago de Texcoco, la pesca de aves y la caza de peces, como muestran los antiguos códices y mapas; el tequesquite, el tezontle y otras piedras para la construcción; y sobre todo la mano de obra que demandó la nueva capital colonial. Por eso cuando el país se independizó Santa María pudo mantenerse como pueblo con cierta autonomía y capacidad de nombrar a sus representantes. Pero en las últimas décadas del siglo XIX, con el triunfo de los hacendados, los enemigos de los pueblos libres se enseñorearon en la región. Todo el oriente de Iztapalapa

quedó bajo la férula de la hacienda del Peñón, propiedad del compadre de Porfirio Díaz, Justo Ceja, quien se apropió de tierras y lagunas y estableció un sistema servil. Los campesinos perdieron en buena medida su tierra agrícola y la de uso comunal y con ella su autonomía. El censo de 1910 señala que 80 por ciento de los campesinos de Santa María fueron considerados peones. Los relatos hablan de tiendas de raya y de la existencia de férreos cacicazgos. Eso explica por qué el zapatismo fue a anidar con fuerza en la zona. Actualmente en la plaza central del pueblo hay una placa que recuerda 200 nombres de zapatistas de Santa María, comandados por el general Herminio Chavarría. Su temprana muerte truncó su rápida y prometedora carrera. En 1915 sus restos fueron enterrados, como en el caso de otros jefes zapatistas, en el atrio de la iglesia, pero fueron profanados por gente ligada al antiguo cacique. En los siguientes años llegó de nuevo la muerte y la desolación. A la violencia de las armas se sumó la fatalidad: la influenza española y el paludismo se cebaron en una población empobrecida. En Aztahuacán, la población de 1950 sumó un número similar a la de 1910, o sea que tardó 40 años en recuperarse. Con todo, la lucha campesina y la fuerte presencia zapatista en la zona, es lo que explica por qué el nuevo gobierno emergido de la Revolución echó mano del reparto agrario para “pacificar” a los campesinos y generar condiciones de control social. El más temprano de los repartos –en este caso restitución– fue en el pueblo de Iztapalapa, a fines de 1916, aun antes de que se firmara la nueva constitución. Entre 1922 y 1924 se dotó a los pueblos iztapalapenses de Tezonco, Culhuacán y Mexicaltzingo y entre 1924 y 1930 le tocó el turno a Santa María y al resto de los pueblos del oriente de

FOTO: Iván Gomezcésar Hernández

LA TERCERA RESURRECCIÓN DE SANTA MARÍA AZTAHUACÁN

Los viejos de Aztahuacán mantienen una gran nostalgia por el hermoso paisaje lacustre y agrícola que ya no existe. Muchos de los jóvenes tal vez no compartan ese sentimiento de sus mayores Iztapalapa, con excepción de Santa Cruz Meyehualco, cuyas tierras eran comunales. Esta es la segunda resurrección. Las familias de Santa María regresaron, muchas rehicieron sus antiguas chinampas y todavía tuvieron el empeño, con los recursos comunales que les dejaban las “armadas” (caza de patos con escopetas en fila), para construir el reloj monumental que sigue siendo el símbolo del pueblo. De su lucha organizada surgieron caminos, escuelas y el mercado. Pero la situación cambió muy pronto. A partir de los años 40s, las invasiones de terrenos se sucedieron, y en la siguiente década comenzaron las expropiaciones de tierras a los ejidatarios. Ese panorama aciago, aunado a un aumento en la salinización de las tierras, obligó a la gente de Santa María a venderlas, y se convirtieron en nuevas colonias, en una zona semi-industrial y también en desdoblamientos del propio pueblo. Su sistema de vida cambió por completo y ahora las chinampas, los cultivos de la zona alta, los patos y el ganado sólo quedaron en el recuerdo. Pero Santa María ha logrado adaptarse

Tlalpan

IDENTIDAD Y CRECIMIENTO URBANO EN LOS PUEBLOS DEL AJUSCO Atenea Domínguez Cuevas

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os poblados rurales localizados al sur de la delegación Tlalpan, como otros tantos del Distrito Federal, han sufrido cambios drásticos en los 30 años recientes debido a la expansión urbana y los conflictos que ésta ha provocado en torno a la posesión y el control de la tierra, tanto a nivel local como extralocal. La prioridad al fomento industrial, la política estatal de crecimiento urbano en los años 70s del siglo pasado, el temblor de 1985 y las modificaciones jurídicas hechas a la tenencia de la tierra en 1992, son algunos de los factores que aceleraron la expansión poblacional hacia el sur del Distrito Federal. Todo ello trajo consigo un cambio de percepción en torno a la tierra. Las actividades primarias agrícolas, forestales y de pastoreo decrecieron al tiempo que aumentaron las actividades secundarias y terciarias; en muchos casos la tierra pasó de ser un modo de producción a ser una mercancía. Los primeros inmigrantes que llegaron a Ajusco fueron miembros de la elite militar y política que construyeron

ranchos y/o casas de campo. Posteriormente arribaron personas de escasos recursos proveniente de diversas partes de la República y de la Ciudad de México (muchas de ellas en el esquema de “paracaidismo”, el cual fue replicado después en la zona por partidos políticos con el fin de obtener votos); finalmente, llegó gente de clase media en busca de un lugar tranquilo donde vivir. El paisaje boscoso, que de por sí había sido ya trastocado con la tala inmoderada para surtir de madera y raja a la fábrica de papel Loreto y Peña Pobre, se transformó. Actualmente la venta de la tierra se ha convertido en uno de los negocios más fructíferos y redituables para la población. Las características boscosas que persisten y las diversas opciones recreativas que ofrece la zona hacen que la tierra se inserte de manera más acelerada en el mercado inmobiliario incrementando su valor. El aumento progresivo de los habitantes que llegan de fuera, los avecindados, provoca una fuerte y constante tensión respecto al acceso a los servicios públicos, la toma de decisiones y el control del territorio. En ocasiones el acceso de los avecindados a algunos servicios públicos, por ejemplo el agua, está condicionado por parte de los nativos u “originarios”, es decir, existen sutiles formas de exclusión hacia los “otros” que varían en forma e intensi-

de nueva cuenta. En medio del barullo urbano extremo, continúan teniendo idea de territorio. A expropiaciones y ventas subsistieron dos lugares que, independientemente de su situación jurídica, funcionan como espacios comunitarios: el panteón y el área conocida como “los Teatinos”. Este último es el terreno de una antigua mina, en la que los lugareños relatan un pasado de centro ceremonial prehispánico y luego espacio religioso durante la Colonia. Allí tienen lugar importantes celebraciones del pueblo, y a pesar de que ahora está rodeado de colonias populares distante del núcleo central del pueblo, mantienen el control real y sirve de negociación con esos nuevos pobladores. Aztahuacán se mantiene porque conserva una estructura de familias troncales, que poseen una idea de territorio sustentado en la memoria, pero también en sus antiguas y nuevos lugares de residencia. Las familias refrendan su pertenencia e identidad en la vida ceremonial, y el paso de campesinos a pobladores urbanos, lejos de debilitarla, la ha ampliado y complejizado. Los viejos de Aztahuacán mantienen una gran nostalgia por el hermoso paisaje lacustre y agrícola que ya no existe. Muchos de los jóvenes tal vez no compartan ese sentimiento de sus mayores, pero juntos participan de la asombrosa celebración del Día de Muertos, en la que se distingue la ofrenda colectiva para todos los olvidados en el atrio de la iglesia antigua; ambos, jóvenes y viejos, se encuentran en el trabajo de las mayordomías, que expresa una de las claves de su permanencia: las fiestas han sido capaces de atraer a todas las generaciones y también a muchos de los nuevos pobladores. La estrategia de Santa María responde claramente a una existencia urbana. Así, pese a que en su vestimenta y costumbres se trasluce su espíritu campesino, son personas completamente integradas a la ciudad: desde sus negocios y estudios, como en sus capacidades de actuar. Coordinador de Enlace Comunitario de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) / cenco@uacm.gmail.com

dad según de quién se trate y de la situación. Lo anterior no impide que se establezcan alianzas, de hecho existen diversos mecanismos por medio de los cuales la gente de fuera va siendo reconocida e incorporada al pueblo. Si bien existen distintos grupos y por tanto diferencias y conflictos dentro de los poblados, se presentan como una comunidad homogénea ante el exterior, con una fuerte raíz identitaria que los aglutina hoy día en el imaginario social como tepanecas, sobre todo si se trata de disputar y defender los recursos significativos como son la tierra y el agua. Es el caso del conflicto que tuvieron San Miguel y Santo Tomás Ajusco con el poblado de Xalatlaco, perteneciente al Estado de México, que evidenció que en una de las ciudades más grandes del mundo siguen existiendo conflictos agrarios por el reconocimiento de la tierra comunal en pleno siglo XXI. Las transformaciones en esta zona no sólo afectan a los pobladores de Ajusco, sino a toda la ciudad, puesto que es una de las principales áreas de conservación ecológica, vital para la recarga de los mantos acuíferos y la preservación de flora y fauna. Es claro que las irregularidades en los usos de suelo y la complicidad de las autoridades para solapar o promover invasiones, así como para permitir la venta ilegal en zonas de conservación, inciden en la dinámica económica, sociocultural y política de los pueblos, pero sus consecuencias repercuten también en todos los habitantes de la Ciudad de México. Antropóloga / atenahui@hotmail.com


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Tláhuac

METRO, BASURERO Y RECLUSORIO DESPLAZAN AL AGRO

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a urbanización en las zonas campesinas de la Ciudad de México avanza sin miramientos y lo que se pierde no es sólo el paisaje rural, las posibilidades de producción de alimentos y el “pulmón” de la metrópoli. Se tira por la borda culturas ricas, historias y tradiciones familiares ligadas a la tierra que vienen de años e incluso siglos, se desechan conocimientos de labranza de la tierra muy particulares y formas de vida y de reproducción social diferentes e incluso insólitas para la dinámica citadina. El testimonio de don Antonio Cruz Piña, de 65 años, originario de Santiago Zapotitlán, así lo expresa. Santiago Zapotitlán es uno de los siete pueblos de la delegación Tlá|huac; se ubica al noroeste de la cabecera delegacional, al pie del volcán Xaltepec en la Sierra de Santa Catarina, lugar donde el gobierno del Distrito Federal prevé expropiar 750 hectáreas para instalar un basurero, un reclusorio vertical y una academia de policía, así como un corredor industrial que también abarcará el norte del pueblo de San Francisco Tlaltenco. Dice don Antonio: “Mi origen es este pueblo. Soy originario por descendencia, tengo mi árbol genealógico desde mis tatarabuelos. Las tierras que poseemos varios familiares y yo, de esa categoría de descendencia, las conservamos todas. A diferencia de otros lugares de México, donde la gente se ha ido a Estados Unidos, aquí en Zapotitlán no tuvimos que hacer eso, tuvimos la fortuna de heredar tierra y también hemos sido obreros, lo que permitió que nuestra comunidad tuviera un buen nivel social y económico.

FELICITA A LA DOCTORA ELENA ÁLVAREZͳBUYLLA ROCES Presidenta de la Unión de Cienơficos CompromeƟdos con la Sociedad por la obtención del Premio Universidad Nacional en el área de Ciencias Naturales, que entrega la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y que es la máxima disƟnción académica de México.

“Actualmente –en paralelo a la construcción de la línea 12 del Metro, que corre toda la avenida Tláhuac y llegará a la vecindad de la delegación Tláhuac con el pueblo de San Luis Tlaxialtemalco, Xochimilco–, vemos gente que se dedica a bienes raíces que anda queriendo comprar aquí. La tierra se ha sobrevaluado porque las cadenas comerciales y los inversionistas de multifamiliares andan buscando terrenos grandes. A mí cada rato vienen a decirme que venda, tengo un montón de clientes en potencia. Aquí somos tres hermanos. Tenemos cuatro mil 600 metros cuadrados cada quien, y sí tengo contemplado vender una parte por si hay un apuro. “La herencia de la tierra es para mis hijos, pero ya no para la siembra, sino para que construyan sus casas. A los jóvenes ya no les interesa el campo, están desorientados. El campo se va a acabar aquí, estoy consciente de que soy de los últimos en esto”. La entrevista con don Antonio se desarrolla en una cancha de fútbol que se adaptó desde hace ya más de diez años en parte de sus tierras, porque desde siempre su familia ha sido aficionada a este deporte –“en 1930 mi papá fue fundador del primer equipo del pueblo”–. Y la renta de la cancha da más ganancia que el agro. Don Antonio reconstruye con añoranza el paisaje de su niñez. “De todo esto ya no queda ni 10 por ciento de campo. Todo era siembra desde Coapa, desde Culhuacán (se refiere a terrenos que abarcan desde las delegaciones Coyoacán y Tlalpan). Estaban el Rancho del Prieto, el Rancho del Molino. Allá por donde está la Prepa 5 (División del Norte y Avenida Acoxpa) todo era una hacienda, el señor Juan Nájar venía por los peones acá. Yo todavía conocí Culhuacán cuando había milpas. “Pero muchas cosas vinieron a acabar con el campo. Hace 15 años, lo que es Canal de Chalco, del Periférico hacia Tláhuac se sembraba todo de maíz, pero ya que estaba jiloteando, el gobierno le echaba aguas negras y lo inundaba. Lo hacía a propósito, porque el gobierno ha sido desgraciado, maldito siempre con los campesinos. Don Antonio –que es muy conocido y respetado en su pueblo porque ha sido mayordo-

mo siete veces– lleva con orgullo el apodo de El Cubano y con orgullo también es coleccionista y conocedor de música de todo tipo, particularmente la cubana por extraña coincidencia. De niño fue agricultor con su padre. Y cuando llegó a los 20 años de edad, igual que los jóvenes de su generación, se movió del campo a ser obrero. Trabajó 18 años en la Cervecería Modelo, “donde llegué a ser maestro de primero de llenadoras y a tener el sueldo máximo y tuve a cargo una sección y gente a mi mando, sin ser jefe de confianza, a pesar de ser una empresa muy difícil de escalar”, y luego seis en Teléfonos de México, para luego, a los 45 años de edad, regresar a su actividad de campesino, en donde continúa felizmente sembrando maíz, calabaza y hoy día cempazúchitl.

y abonábamos; había mucho hongo, el mentado huitlacoche, crecía mucha calabaza, cosechábamos cerros. Con el tiempo, ha influido la contaminación, la falta de criar animales para tener el abono para fertilizar, y la tierra ya no nos da igual, ahora es más difícil sobrevivir el campo. “Mi papá era yuntero, gañán. Gañán se le decía al que tenía sus yuntas para trabajar ajeno. Adentro del cerro (de Xaltepec) hay un cajete y una planicie como de seis hectáreas e íbamos a sembrar adentro del cerro. Había una vereda lateral y llegábamos y sembrábamos y pizcábamos con animales. Hasta la punta del cerro se sembraba. No quedaba un solo cuadrito vacío. La semilla de maíz del cerro no jalaba en la ciénega y viceversa. ¿Qué era?, quién sabe. Sólo Dios, el tiempo o los estudios lo habrán de descifrar. En el cerro sembrábamos maíz, calabaza, frijol negro boludo, frijol parraleño, frijol moro y el ayocote morado. Si la fecha de siembra se pasaba, después del 15 de mayo, se corría el riesgo que pegara la mentada canícula de agosto”.

“No gano mucho, sólo para sobrevivir, pero siento una satisfacción muy grande cuando llevo mi producto y hay gente que me dice: ‘¡Ay, cabrón!, ¡qué bonitas calabazas, hasta parecen de porcelana!” Se refiere a la producción que obtiene de esta zona de tierra volcánica, característica que da a los cultivos (al elote, ejote, calabaza) un sabor dulce. “Mi calabaza es orgánica, es semilla criolla, que casi no existe. Es de bolita pero de costilla. Su rendimiento es mínimo pero vale la pena. La gente ve la calidad, tiene un brillo que parece que les untamos manteca. Mi esposa y yo las vendemos en el mercado del pueblo a 20 pesos el kilo. A mí no me importa que la normal valga tres o 15. Y la gente lo paga, porque conocen de calidad, muchos son o fueron campesinos.

El maíz era un asunto aparte. “Durante todo el año había trabajo del maíz, había que sembrar, cultivar, cosechar. Había que hacinar el rastrojo, picarlo para los animales, venía la deshojada del maíz para aprovechar el olote para la leña, la hoja para los tamales, y venía la desgranada. Y luego vender maíz para comer. Era labor de todo un año”. Ahora el cerro Xaltepec es una vergüenza. Desde 1955 ha estado expuesto a un constante saqueo de arena. Está ya muy adelgazado y en algunos años podrá desaparecer. Allí hay camiones permanentemente que e llevan la arena. “Cualquier cosa que haya en el subsuelo son bienes nacionales y algo está pasando porque se está permitiendo este saqueo. Es un robo federal”.

Los recuerdos antiguos están presentes. “Cuando éramos niños toda la gente tenía animales, que borreguitos, que un burro... todo el estiércol que salía iba para el cerro

FOTO: Lourdes E. Rudiño

Lourdes Edith Rudiño

FOTO: Lourdes E. Rudiño

• Testimonio de compesino-obrero-campesino • El cerro Xaltepec será pronto sólo un recuerdo

Se tira por la borda culturas ricas, historias y tradiciones familiares ligadas a la tierra que vienen de años e incluso siglos, se desechan conocimientos de labranza de la tierra muy particulares y formas de vida y de reproducción social diferentes e incluso insólitas para la dinámica citadina


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Indígenas en la metrópoli

RECUENTO DE AGRAVIOS Y DISCRIMINACIÓN Gisela Espinosa Damián

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n las 16 delegaciones del Distrito Federal (DF) residen poco más de 300 mil pobladores indígenas, cifra ya de suyo importante que se eleva a más de un millón si consideramos la zona metropolitana de la Ciudad de México (ZMCM), incluye las áreas urbanas del DF y del Estado de México e Hidalgo que forman un gran manchón urbano). A pesar de que sólo representa el seis por ciento del total de habitantes de la ZMCM, es la mayor concentración indígena de América Latina. En el DF predominan triquis, mazahuas, otomís y mixtecos, aunque se sabe que prácticamente todos los grupos étnicos tienen residentes en esta ciudad, convirtiéndola así en el área con mayor diversidad cultural y étnica del país y de América Latina, pero también en un espacio donde se reproducen y en muchos aspectos se acentúan los mecanismos de desigualdad social y discriminación étnica. Es en el oriente, el centro y el norte del DF donde más indígenas hallamos, en las delegaciones Iztapalapa, Gustavo A. Madero y Cuauhtémoc. Los pueblos originarios del DF son minoría entre los indígenas urbanos, la mayoría está constituida por migrantes temporales, permanentes y flotantes; migrantes de primera, segunda y tercera generación; radicados (migrantes de cuarta generación) que llegan en busca del trabajo y los ingresos que no hallan en sus pueblos rurales de origen. Si bien en México hay más varones que salen de sus lugares de origen en

busca de empleo y oportunidades, al DF llegan más mujeres que varones. Por cada cien hombres indígenas hay 123 mujeres. Al llegar a la ciudad, las redes familiares, de amistad y paisanaje –más consolidadas mientras más amplio y antiguo sea el número de migrantes del lugar de origen–, amortiguan las dificultades para conseguir vivienda, empleo e ingreso; para adentrarse en una cultura y un medio desconocidos; para defender sus derechos humanos e indígenas y para acostumbrarse a una lengua ajena. Las redes sociales son indispensables pero insuficientes para contrarrestar las adversidades y obstáculos que ofrece la urbe a los inmigrantes y pobladores indígenas. Aun cuando las viviendas de los indígenas urbanos son generalmente precarias, la mayoría dispone de servicios: 93 por ciento cuenta con agua entubada, 97 con servicio sanitario, 99 con energía eléctrica y sólo uno por ciento tiene piso de tierra y usa leña para cocinar. Estos indicadores superan los servicios de la vivienda indígena rural, pero ello no significa que estén en ventaja absoluta, pues el hacinamiento que caracteriza la vida en las viviendas indígenas urbanas (un tercio cuenta con una sola habitación), así como la pérdida de espacios, no sólo los directamente habitables, sino el solar, el fundo común, el paisaje y el horizonte que se disfrutan en las áreas rurales, desaparecen en la urbe y con ello se esfuma cierta calidad de vida. Añádanse a ello experiencias en que los vecinos de las viviendas indígenas ejercen presiones para alejarlos y evitar la convivencia con ellos, lo cual contribuye a formar enclaves étnicos o pluriétnicos en ciertos espacios de la ZMCM.

De los pobladores indígenas del DF que tienen 12 años o más, los unidos en pareja o casados representan el 49 por ciento, mientras el 44 por ciento reporta la soltería como su estado civil y el siete restante ha enviudadao o se ha separado. En el DF el índice de fecundidad de las indígenas es de 2.7 hijos por mujer, el más bajo del país para este grupo de población. El monolingüismo es más común en las mujeres, pues con un índice de 16 por ciento prácticamente duplican el nueve por ciento de varones en esa condición. Según algunas estimaciones, la tasa de analfabetismo entre la población indígena urbana es cuatro veces más alta que en la no indígena de la ciudad; también se reporta que la presión por hallar empleo y tener ingresos obliga a que los y las indígenas en edad escolar abandonen la escuela mucho antes que sus contrapartes no indígenas, lo cual refuerza la tendencia a que ocupen trabajos mal remunerados. Estas apreciaciones difieren de algunas fuentes: según el Consejo Nacional de Población (Conapo) y el Instituto Nacional Indigenista (INI), en sus Indicadores socioeconómicos de los pueblos indígenas 2002, en el DF, 92 por ciento de la población indígena menor de 15 años y mayor de seis asiste a la escuela; y sólo 11 por ciento de los mayores de 15 años es analfabeta. Pese a las discrepancias, parece haber consenso en que la población indígena de la ZMCM sufre grandes desventajas y rezagos educativos. En este marco adverso destaca una minoría de jóvenes indígenas que ha logrado y está logrando cursar carreras universitarias y posgrados –en muchos casos a contrapelo y con grandes sacrificios personales y familiares–. Su insignificancia estadística contrasta con el importante papel que algunos de ellos están jugando en los movimientos étnicos y culturales y en funciones y cargos públicos. Gran parte de esta nueva intelectualidad indígena comprometida con sus pueblos proviene de universidades públicas de la ZMCM.

El 85 por ciento de los indígenas urbanos tiene entre 15 y 64 años de edad (32 por ciento de 15 a 19 años y 53 por ciento de 30 a 64 años), es decir, la mayoría está en edad productiva. La población indígena económicamente activa (PEA) asalariada abarca al 77 por ciento de los mayores de 12 años; 21 por ciento más trabaja por su cuenta. Prácticamente todas y todos los indígenas urbanos trabajan, incluidos muchos de los que no se registran por tener menos de 12 años, pues es archisabido que las y los niños indígenas aprenden a vender o a mendigar en las calles desde muy temprana edad. En el sector primario apenas trabaja el 1.4 por ciento del total de esa PEA, lo cual significa una pérdida paulatina de sus saberes agrícolas; en el sector secundario (industria) labora el 23 por ciento y en el terciario (comercio y servicios) el 76 por ciento restante. La albañilería, el trabajo doméstico y el comercio ambulante son sus tres actividades más importantes, en ellas se emplea 95 por ciento de la población indígena que trabaja en el DF. Pese al alto porcentaje de asalariados indígenas, sólo el 3.8 por ciento tiene acceso a servicios de salud, lo cual expresa las pésimas condiciones laborales que privan en sus tres actividades más relevantes, donde la flexibilidad, la informalidad y la precarización campean desde siempre. Las cifras sobre las condiciones de vida de la población indígena en el DF y en la ZMCM son apenas una pálida aproximación a la complejidad y los enormes rezagos, discriminación y agravios que sufre en su vida cotidiana este grupo poblacional. Si la mayoría ha migrado en busca de mejores condiciones y perspectivas de vida, lo que encuentra es quizá la la subsistencia mínima, pero con altos costos personales en su salud física, en su bienestar social y en su dignidad como personas y como cudadanos. Las respuestas sociales a las necesidades y problemas de este grupo son una asignatura pendiente, pero las acciones y propuestas de los propios indígenas urbanos también están pautando cambios relevantes. Académica de la UAM-X gisela@correo.xoc.uam.mx

El gobierno aprobó ilegalmente la siembra de maíz transgénico en México, centro de origen y reservorio genético del maíz a nivel mundial. Esta decisión afecta a nuestro principal alimento y a los campesinos mexicanos, pues pone en riesgo a cientos de variedades de maíces nativos, que pueden perderse o ser contaminadas y/o patentadas. Ante esta amenaza convocamos a la ciudadanía a sumarse a la protección de nuestros maíces participando en la:

Cruzada informativa sobre transgénicos

Porque si todos supiéramos los riesgos e intereses que hay detrás de los transgénicos, saldríamos a defender nuestros maíces nativos, nuestras tortillas, nuestros totopos y pozoles, y no habría corporación lo suficientemente poderosa como para callar las voces de millones de mexicanos. Únete a esta Cruzada para que todos aprendamos qué son los transgénicos, a quién benefician, qué riesgos conllevan, qué derechos tenemos como ciudadanos y consumidores y por qué debemos proteger a nuestros maíces. Conviértete en Protector o protectora del maíz dando información en tu escuela, colonia, trabajo, sindicato, cooperativa o empresa.

¡Entérate y corre la voz ! ¡Participa para que todos sepamos! Regístrate y usa las herramientas de la página: www.sinmaiznohaypais.org


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MUJERES INDÍGENAS EN LA CIUDAD DE MÉXICO

Ainara Arrieta Archilla

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a Ciudad de México es una de las ciudades indígenas de América Latina. La más diversa de México, tanto por el número de pobladores indígenas que residen o transitan como por la diversidad etnolingüística que aquí confluye. Prácticamente la totalidad de las culturas de la República Mexicana están representadas en este centro. Para la década de los 60, era visible el rostro indígena de los migrantes de origen campesino en la megápolis. Sin embargo, la ciudad no se reconoció pluriétnica y la discriminación es experimentada cotidianamente por las y los indígenas. La ciudad se llena de voces e imágenes múltiples y contradictorias, la discriminación en las calles moldea significativamente la autopercepción de mujeres y hombres respecto a su identidad étnica y de género. Pero hay una diferenciación: al contrario que con los hombres, donde el conocimiento campesino e indígena del que son portadores se desconoce y traduce a estigmas de delincuencia y peligrosidad, para las mujeres la pobreza adquiere un rostro “etnificable”. Transitar con el traje tradicional, hablar su ancestral idioma o vender de artesanías y dulces en las calles implica hacer frente a los imaginarios de las “Marías”, traducida a menosprecio y prejuicios de “pobre mujer”, vinculado a la carencia e ignorancia. “Hubo un tiempo que salí a vender dulces aquí en Salto del Agua, allí hay mucha discriminación: siempre te dicen quita de aquí que estorbas o te dicen india” (Testimonio de mujer de Santiago Mexquititlán residente en la Ciudad de México). Insertarse en la ciudad en condiciones de discriminación fue difícil para las indígenas de origen rural, ya que implicó trascender las condiciones materiales y sociales restrictivas (desde la búsqueda de empleos y viviendas, hasta de los mecanismos de reproducción de la identidad comunitaria). Con mayor fuerza para los colectivos que se ubicaron en el centro de la ciudad, cuya presencia invadió el corazón del paisaje citadino. Siendo múltiples las experiencias de migración étnica a la capital, las modalidades y estrategias de adaptación y apropiación de cada grupo étnico han sido diversas. Al destacar esta diversidad y contradecir el estigma de marginalidad indígena en la ciudad, un informe reciente señala que los hijos y nietos de los indígenas que

migraron durante los años 40 y 50 se han insertado a la capital exitosamente, “convirtiéndose en profesionistas o dueños de empresas propias” (Molina y Hernández, 2006). Al referirse a grupos indígenas cuya estrategia de incorporación a la ciudad fue la creación de “enclaves étnicos”, este informe –denominado “Perfil sociodemográfico de la población indígena en la Zona Metropolitana de la ciudad de México, 2000. Los retos para la política pública”– señala:

La ciudad se llena de voces e imágenes múltiples y contradictorias, la discriminación en las calles moldea significativamente la autopercepción de mujeres y hombres respecto a su identidad étnica y de género “Algunos grupos aunque llegaron a la ciudad en la época del desarrollo estabilizador, optaron por especializarse en el comercio en la vía pública y permanecer en zonas céntricas cercanas a sus áreas de trabajo; para estos grupos, las condiciones actuales de vida son más semejantes a los inmigrantes recientes que las de quienes optaron por buscar otras ocupaciones y áreas de viviendas”. Los grupos étnicos del centro de la ciudad a los que hacen referencia los autores, son fundamentalmente ñähñús, mazahuas y triquis. Además de las condiciones de pobreza que se destacan, es importante mencionar otras características que comparten estos indígenas residentes del centro de la ciudad. Su presencia adquiere un carácter fuertemente femenino y étnico, las mujeres se dedican mayormente a la venta de artesanía y otros productos en la vía pública lo cual les da una gran visibilidad pero las enfrenta cotidianamente a situaciones de discriminación. Al llegar a la ciudad, ocuparon espacios (terrenos baldíos y inmuebles deshabitados) en el centro de la ciudad, especializándose en empleos como el comercio en la vía pública. Además estos grupos han emprendido luchas por la vivienda digna y reconocimiento de la presencia indígena en la ciudad misma que los ha llevado a consolidarse como organizaciones y adherirse a diferentes movimientos sociales en la ciudad y el país. Cuando la ocupación de los terrenos baldíos en la colonia Roma fue consolidándose como un proyecto viable de vivienda social, la discrimi-

FOTO: María Luisa Severiano / La Jornada

20 de noviembre de 2010 nación adquirió nuevas formas. El acoso constante de los vecinos retroalimentó el sentido de la lucha étnica por el espacio citadino. La manera en la que la comunidad de Santiago llegó a la ciudad para quedarse representó una ofensa para algunos vecinos que tal vez podían aceptar la presencia indígena individualizada, mimetizada, pero de ninguna manera etnificada y en lucha. La pobreza como cara visible del peligro, ocultaba el rechazo de las pertenencias compartidas. “Seguido venían a decirnos que nos fuéramos a invadir en otro lugar porque nuestra forma de ser no iba de acuerdo con la colonia”, citó el reportaje “Un caracol otomí en el corazón de la Roma”, publicado por la revista electrónica Vecinet, en su número. 730. La ocupación de los espacios antes “ajenos” se convirtió en una lucha por la pertenencia compartida a una ciudad y un país, en este escenario la imagen etnificada de las mujeres resultó fundamental para delinear los márgenes de la reconstrucción identitaria, ya que su lucha se reivindica no para desfigurarse en lo global ni citadino sino para reconocerse diversa y alternativa en el centro de la modernidad excluyente. Buscar empleo en la ciudad implica para las y los indígenas hacer frente a condiciones restrictivas y desfavorables del mercado formal. La discriminación étnica y de género delimita los márgenes femeninos de acceso al trabajo, haciendo de la venta de artesanías en la vía pública la ocupación “más aceptable” para las mujeres indígenas con bajas tasas de escolaridad y altos índices de monolingüismo. Combinando las actividades compatibles con las exigencias comunitarias, familiares y citadinas, las mujeres de Santiago se dedican en su mayoría a la elaboración y venta de artesanías, actividad infravalorada tanto económica como socialmente. Las muñecas “otomí” donde auto representan la imagen femenina, se convirtieron desde la década de los 70s en icono de las indígenas en las ciudades del país así como en el principal ingreso económico para las mujeres. Desde entonces, las muñecas llenas de significados, han acompañado el peregrinar por las diferentes ciudades, formando parte fundamental de la vida de las mujeres de Santiago Mexquititlán. “Ahí cuando tenía unos diez años mi mamá estaba en el DF. Había ido con alguien del pueblo que la ponía a vender dulces, además también le dieron algunas muñecas; mi mamá vio que las muñecas sí se vendían bastante y así regresó al pueblo con un modelo. Desde entonces hemos hecho muñecas y con ellas hemos salido adelante” (Testimonio de mujer de Santiago Mexquititlán residente en la Ciudad de México). La producción y venta de muñecas tradicionales, neo artesanías o dulces, es la estrategia convertida en la principal fuente de ingreso femenino. El valor añadido del oficio rural, en este caso el de artesanas, que complementaba la economía de subsistencia campesina, pasa a convertirse en fundamental ingreso para la reproducción de la familia en la ciudad. En la ciudad, el papel de las mujeres es clave para la supervivencia de la unidad doméstica y la comunidad en la ciudad. En la cotidianidad, ellas han generado estrategias creativas, diversas y eficaces. “En la ciudad todo se tiene que comprar, no hay de nada, aquí (Santiago Mexquititlán) con lo que sale de la tierra, que los nopales, quelites, maíz...

con eso se puede comer” (Testimonio mujer de Santiago Mexquititlán residente en la ciudad de México). La pérdida del traspatio administrado por las mujeres en el pueblo, dificulta en la urbe la reproducción de estrategias campesinas como, por ejemplo, el uso de hierbas medicinales, cultivos diversificados y los animales que complementan la dieta y economía familiar. Ante la exclusión social reflejada en un medio laboral hostil para los hombres y la imposibilidad de reproducir la unidad doméstica campesina en la ciudad, las mujeres generan estrategias diversas para la resolución del hogar creando redes de apoyo con nuevos agentes en la ciudad y se han convertido en puente de intermediación entre la ciudad, la comunidad y la familia. Estas estrategias implican mecanismos de inserción e integración en diferentes espacios y con diversos agentes (las organizaciones civiles, la escuela, las instituciones de salud, la calle como espacio laboral, etcétera). La resolución de la vida cotidiana de la cual son responsables las mujeres, las lleva a transgredir la división sexual del trabajo así como los espacios asignados comunitariamente. A pesar de las restricciones, las mujeres reformulan y se apropian de los espacios citadinos, delinean las fronteras asignadas y conforman nuevas geografías para la unidad doméstica en la ciudad. A diferencia de lo que ocurre en el ámbito rural, en la ciudad las mujeres transitan con mayor fluidez entre el espacio personal, doméstico, laboral, comunitario y político. Cargado de sentidos, portar el traje en la ciudad es un acto significativo para las mujeres, el manejo de la auto imagen es un ámbito fundamental de la subjetividad y de la reafirmación o camuflaje de las identidades específicas. No llevar el traje se debe a veces a evitar la discriminación, pero también tiene un sentido por trascender el componente étnico en la identidad femenina. Esto resulta contrastante con la incorporación etnificada del grupo ñáhñú a la ciudad y que se refleja en el uso de la imagen femenina en las muñecas. “Yo antes llevaba el traje otomí, ahora no. Pero mi mamá me dice ‘hija ya estás grande’. Pero a mí ya no me importa porque yo quiero ser diferente, antes todas llevábamos el traje iguales, los zapatos iguales, mejor me compro mis tenis. Mi mamá me mira como a loca” (Testimonio de mujer de Santiago Mexquititlán residente en la Ciudad de México). Maestra en desarrollo rural por la UAM-X Este texto es un extracto del ensayo “Identidades en transformación: fronteras de género y subjetividad femenina de las mujeres indígenas en la Ciudad de México”, donde la autora analiza el papel de las mujeres indígenas en el proceso de migración urbana y el acelerado cambio del mundo rural en México.

Cargado de sentidos, portar el traje en la ciudad es un acto significativo para las mujeres, el manejo de la auto imagen es un ámbito fundamental de la subjetividad y de la reafirmación o camuflaje de las identidades específicas


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Lourdes Edith Rudiño

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n la delegación Xochimilco, en el pueblo de Santiago Tulyehualco, persiste con fuerza un alimento prehispánico que fue duramente reprimido durante la Conquista por sus implicaciones religiosas, el amaranto o huahutli. La Iglesia Católica prohibía las celebraciones indígenas, donde este cereal tenía un lugar privilegiado, ya que representaba la inmortalidad. El amaranto –base del dulce tradicional de alegría, pero que también sirve para elaborar atoles, galletas, tamales, pulque y más— es el cultivo alrededor del cual gira la economía de todo el pueblo. Prácticamente todas las familias de Tulyehualco se han dedicado históricamente a sembrar el amaranto. La plantita se prepara en almácigos, que se elaboran en chinampas, y cuando ya está lista, se traslada a la tierra de los cerros, donde crece y para el mes de diciembre se realiza la cosecha. El producto se almacena en las casas de los propios productores, quienes lo tuestan gradualmente a

lo largo del año para elaborar ellos mismos la alegría y demás alimentos procesados. Sin embargo, como está ocurriendo en muchas áreas verdes del Distrito Federal (DF), varios de los terrenos de siembra del amaranto se están vendiendo para la construcción de casas habitación, lo cual es una lástima, porque –como lo ha reportado la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades del gobierno capitalino– el amaranto de Tulyehualco ha tendido a declinar en su superficie de siembra, y suma hoy alrededor de sólo 60 hectáreas, a tal grado que el DF está dependiendo para su abasto de producto cultivado en otros estados como Puebla y Tlaxcala. Y hoy día el amaranto está siendo reconocido por ser el cereal de mayor contenido proteínico y porque podría muy bien sustituir comida chatarra en las escuelas. Doña Carmen Mendoza Hernández, de 80 años, es la productora de mayor edad de amaranto en Tulyehualco –por eso mismo se le conoce como la número uno en la Feria de la Alegría y el Olivo que desde 1971 se realiza aquí

Decálogo

EL DERECHO DE NO EMIGRAR Armando Bartra

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n el Foro Social Mundial Sobre Migraciones, realizado a mediados de octubre en Quito, Ecuador, y en el cuarto Foro Mundial sobre Migración y Desarrollo, que tuvo lugar la segunda semana de noviembre en Puerto Vallarta, precedido por unas Jornadas de la Sociedad Civil, se debatieron los problemas asociados con el éxodo global, particularmente los padecimientos que sufren los migrantes en su peregrinar. El decálogo que aquí publicamos fue presentado como ponencia en el Encuentro Mesoamericano sobre Desarrollo y Migración, celebrado en Cuernavaca, entre el 29 de septiembre y el uno de octubre, y no se ocupa de los derechos del migrante sino del derecho de no emigrar, del derecho que debiéramos tener de quedarnos en nuestros lugares de origen, si ese es nuestro deseo.

1. La emigración de la periferia al centro, del sur al norte, del campo a las ciudades no es virtuoso ajuste en los mercados laborales sino expulsión social resultante de la degradación económica y política de los países y regiones de origen. 2. En tanto que expulsión, la migración multitudinaria y compulsiva es en sí misma indeseable, con independencia de si el flujo es terso o accidentado, de modo que si es importante reivindicar los derechos del que migra, lo es aún más defender el derecho de no tener que migrar. 3. El derecho de irse no es tal si no existe el derecho de quedarse, pues la opción de migrar sólo es un acto de libertad si tenemos también la opción simétrica, la de quedarnos, lo que supone la existencia de oportunidades de trabajo digno y de vida con calidad en las regiones de origen. 4. Compulsiva, multitudinaria y casi siempre indocumentada, la presente implosión

FOTO: Lourdes E. Rudiño

EL AMARANTO, ALIMENTO PRECIADO EN TIERRA QUE SE URBANIZA

demográfica global, que tiene a cerca de 215 millones de personas fuera de sus países de origen, es repudiable por el dolor humano que ocasiona, sobre todo cuando se la criminaliza, como hoy sucede. Pero es también indeseable por razones estructurales.

5. Cuando el flujo humano se origina en países de jóvenes, el que éstos emigren al extranjero significa dilapidar el “bono demográfico”, consistente en que por un tiempo la población en edad de trabajar es un porcentaje muy alto de la total. Lo que es una ventaja, si la capacidad laboral extraordinaria se emplea en crear patrimonio productivo que permita más tarde enfrentar con solvencia las necesidades propias de sociedades envejecidas. Pero si las únicas opciones de quienes llegan a la edad laboral son la migración, el desempleo, la economía subterránea y la delincuencia, el premio poblacional se desperdicia y en el mejor de los casos se transfiere a los países de destino, que capitalizan la transfusión de sangre joven. El retorno que representan las remesas parece cuantioso, pero es una porción ínfima del valor agregado que creó la esforzada labor de quienes las envían: la parte del salario susceptible de ser ahorrada por el que lo devengó, mientras que la tajada de león se queda en el país anfitrión en forma de utilidades e impuestos. 6. Cuando el flujo humano se origina en zonas rurales, además de la transferencia del bono poblacional, cuyos efectos lesivos son de mediano plazo, tiene lugar una pérdida aún más profunda y cuyas implicaciones son seculares. La migración prolongada o definitiva de las generaciones campesinas jóvenes desarticula las estrategias productivas de solidaridad transgeneracional que han hecho posible la milenaria permanencia de las comunidades agrarias. En el nivel doméstico y comunitario lo habitual era que el premio demográfico que

del 31 de enero al 15 de febrero–. Comenta que el cultivo de amaranto “es una tradición que viene desde mis tatarabuelos” y ella la ha heredado a sus hijos e hijas, aun cuando ya cuentan con una profesión. Pero también está consciente que en un futuro no lejano sus tierras tendrán que urbanizarse, porque “¿dónde van a vivir los hijos de mis hijos?” Relata que ha visto como ya varios productores han vendido tierras a gente ajena al pueblo para la construcción de casas, y eso no es complicado pues todo es propiedad privada, no son ejidos o comunidades. Dice doña Carmen que ella no piensa vender un centímetro de su tierra, pues tiene un vínculo emocional muy estrecho con ella y con el amaranto. Lo expresa con sus recuerdos: “Cuando era niña, tenía yo unos ocho años, me iba con mi abuelo o con mi padre por el canal hasta el mercado de Jamaica. Me gustaba ir en la canoa jugando con el agua (...) El amaranto me ha dado

representa la presencia de muchos jóvenes se empleara en la creación de patrimonio familiar y comunal, que a su vez permitiría enfrenar con éxito tanto el envejecimiento de la familia como las eventualidades socioambientales: es decir que en tiempo de vacas gordas los campesinos se preparaban para los tiempos de vacas flacas. Pero cuando la mayor parte de los jóvenes se separa física y espiritualmente de una actividad agropecuaria siempre frustrante, se rompe el eslabón generacional y tanto familias como comunidades pierden la perspectiva rural de mediano y largo plazo, acortando sus planes al lapso de vida de una generación, lo que explica que las remesas se empleen casi exclusivamente en bienes de consumo momentáneo o duradero. Esta pérdida civilizatoria de saberes y valores es preocupante, y más hoy cuando está quedando claro que una de las salidas a las dimensiones ambiental, alimentaria y energética de la gran crisis consiste en restaurar la pequeña y mediana producción campesina… que la migración está desfondando en sus aspectos medulares.

7. Dimensión fundamental del derecho a no emigrar –aunque no única pues también importa la calidad de los servicios en las zonas de origen– es el derecho a un trabajo digno. Un derecho que está en la Constitución, pero en la práctica no es exigible, pues el Estado, que proporciona seguridad, salud, educación y otros servicios, no proporciona empleo, lo que asemeja este derecho al de la alimentación, pues tampoco produce alimentos. Pero lo que sí es obligación constitucional del Estado es la rectoría de la economía mediante una planeación democrática, y es ahí donde los derechos al trabajo y a la alimentación se deben materializar en forma de políticas, programas y presupuestos públicos comprometidos con el fomento a la producción de alimentos y a la creación de empleos. 8. El problema es que la exigibilidad de derechos constitucionales carece de sustento práctico si no existen las correspondientes leyes reglamentarias. Y en este caso hace falta

mucho, gracias a él pude educar a mis ocho hijos, hasta darles carrera, tengo sus diplomas y títulos todos colgados en mi pared. Durante 30 años vendí alegría en Azcapotzalco. Iba yo los jueves, sábados y domingos y tenía mis clientes, pasaba casa por casa, y de allá me traía encargos para coser uniformes; eso lo hacía a lo largo de la semana combinado con la labor del amaranto y por las noches cocinaba. Aquí en Tulyehualco tengo un puesto de alegría desde hace 30 años”. El amaranto –que, junto con el maíz, frijol, chile, jitomate, la chía y calabaza, fue la base de la alimentación prehispánica— es parte esencial de la vida de doña Carmen. Recuerda que Rodolfo Neri Vela, el primer astronauta mexicano en volar al espacio exterior, visitó Tulyehualco y ella le obsequió un regalo de alegrías, “se sacó una foto conmigo, con nadie más”. Y recuerda ella también toda la técnica de producción del producto y de elaboración de la alegría y los cambios que han ocurrido, fundamentalmente: los almácigos antes se hacían con lodo de las chinampas, ahora se hacen con tierra que se obtiene de allí “y nosotros le ponemos agua”, pues ya las chinampas se han ido disminuyendo; asimismo, antes el amaranto se tostaba en comal, usando carbón, y hoy se utilizan sobre todo tostadores eléctricos, y antes “los inditos vestidos todos de blanco” trabajaban el amaranto y ahora ya ese atuendo casi no se usa.

una Ley de Planeación para Seguridad y Soberanía Laboral con Empleos de Calidad, del todo semejante a la Ley de Planeación para la Seguridad y la Soberanía Alimentaria y Nutricional, que está perdida en los laberintos del Congreso. Es verdad que por sí solas las leyes no resuelven los problemas, pero son el marco adecuado para demandar al Poder Legislativo que en su atribución de revisar, y en su caso modificar la Ley de Ingresos y el Presupuesto de Egresos, la desempeñe asumiendo como prioridades la generación de alimentos sanos y de empleos de calidad.

9. En el caso del campo es claro que el actual gasto público no tiene como prioridades ni la producción de alimentos sanos ni la creación de empleos rurales de calidad, de modo que, así sea por omisión, propicia tanto la dependencia alimentaria como la desbandada migratoria. Y es que a los campesinos se les trata como pobres y no como productores en desventaja, de modo que son destinatarios del gasto social rural pero no de la inversión pública productiva, que es fuertemente regresiva pues se concentra en las regiones desarrolladas y los productores capitalizados. Así pues, en lo tocante al campo, reconocer en serio el derecho de no emigrar haciendo efectivo el derecho constitucional a trabajos rurales dignos, supone invertir las prioridades en las políticas, programas y presupuestos públicos. 10. Hacer valer el derecho de no emigrar y el derecho a la alimentación, demanda reasumir la soberanía laboral y alimentaria, pues estos derechos sólo serán efectivos si se toma la decisión estratégica de impulsar la pequeña y mediana economía campesina productora de alimentos y generadora de empleos. Una economía que, si es debidamente palanqueada, puede ser eficiente y competitiva. Sobre todo si en el balance beneficio/costo se consideran, además del producto estrictamente económico, las aportaciones sociales, ambientales y culturales que acompañarían a la revitalización de la comunidad agraria.


H

ace ya 15 años, indígenas nu’savi (mixtecos), mee’pha (tlapanecos) y pobladores mestizos de tres municipios de la Costa Montaña de Guerrero, en el suroccidente de México, se organizaron para enfrentar la ola de violencia e inseguridad que azotaba la región provocando homicidios, violaciones, robos y secuestros, ante la mirada impune de las autoridades judiciales. A partir de una red de vigilancia integrada por vecinos que articuló a varias comunidades, el 15 de octubre de 1995 surgió la Policía Comunitaria de Guerrero, en la comunidad de Santa Cruz del Rincón, la cual recoge la trayectoria organizativa de los pueblos. Desde entonces esta experiencia es un referente obligado del potencial creativo e innovador de los pueblos indígenas en México. En poco tiempo esta organización consiguió reducir significativamente la inseguridad y la violencia, y construir posteriormente un sistema de seguridad y justicia regional con base en su propio derecho, desnudando el racismo estructural y la inoperancia del aparato de justicia estatal. Hoy en día la Policía Comunitaria está integrada por más de 70 comunidades de 11 municipios que unen la Costa con la Montaña de Guerrero, de Marquelia a Tlapa. A pesar de ser considerada ilegal y de vivir bajo la vigilancia y presión intermitente del Estado, la Comunitaria –como ellos se auto nombran– se ha fortalecido y ha ganado la legitimidad que le dan los pueblos que la integran. Las fuerzas públicas no han podido desarticularla a pesar de intentarlo en varias ocasiones. Los espacios de la justicia y la seguridad comunitaria se convierten así en ejes centrales de la disputa política con el Estado y en referentes clave de la identidad y la dignidad de los pueblos. En el contexto de la crisis actual del aparato de justicia y de la seguridad nacional que se vive en México, la Policía Comunitaria adquiere una mayor relevancia y es una muestra de la posibilidad de encontrar salidas a la delincuencia, enfrentar la inseguridad y construir apuestas políticas por la paz, cuando se cuenta con la fuerza de lo colectivo y de las identidades culturales. El 15 de octubre pasado se celebró el aniversario 15 de la Policía Comunitaria en la ciudad mestiza de San Luis Acatlán, Guerrero; los apoyos para la realización del evento y los fuertes aplausos a los policías comunitarios durante el desfile, dieron cuenta del impacto de esta organización en la propia sede del poder caciquil, ya que ha traído la seguridad y la posibilidad de acceder a una justicia no corrupta a los pobladores de la región, no sólo a los indígenas. La nutrida participación de varias organizaciones sociales de diferentes regiones del país, así como de miembros de las distintas comunidades de las tres sedes que integran la Comunitaria, para realizar la celebración y discutir temas referidos a la seguridad alimentaria, la educación, la seguridad y la justicia, la criminalización de la protesta social, el poder popular, los derechos indígenas y los derechos de las mujeres entre otros temas mostraron la importancia que tiene hoy esta policía para los movimientos sociales; los cuales desde la izquierda ven en ella un referente de la dignidad y de la capacidad de los pueblos de construir alternativas de vida y justicia en un contexto nacional donde lo que domina es la guerra y la violación de derechos.

20 de noviembre de 2010

LA FUERZA DE LA JUSTICIA INDÍGENA FRENTE AL ESTADO

desde el inicio de la organización. Hasta la fecha no se tiene ningún registro de una persona herida por tiros de algún policía, lo que en sí es un importante logro y da cuenta del papel de los policías y del control comunitario.

FOTO: María Teresa Sierra

María Teresa Sierra

Quince años de la policía comunitaria de Guerrero

A partir de una red de vigilancia integrada por vecinos que articuló a varias comunidades, surgió, el 15 de octubre de 1995, la Policía Comunitaria de Guerrero, en la comunidad de Santa Cruz del Rincón En palabras de Cirino Plácido Valerio, consejero de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias (CRAC), al hacer un balance de estos años: “Son 15 años de lucha por la justicia, la paz; 15 años han servido como una universidad, pero también hemos aprendido de otros movimientos (..) una muestra más que le apostamos a una salida política a todo el desastre económico, social del país, estamos ofreciendo una alternativa, una salida pacífica, no violenta. A pesar que este sistema tiene policía comunitaria (armada), está al servicio del pueblo, donde no se persigue al que piensa diferente, aquí se persigue el delito, muy diferente al Estado que usa el ejército para defender los intereses de un grupo”. ¿Cómo se estructura esta organización y quiénes son los policías comunitarios?; ¿cómo han podido fortalecerse y mantenerse a lo largo de estos años a pesar del asedio continuo de las fuerzas públicas? El sistema de seguridad y justicia comunitario está conformado por dos grandes estructuras: el aparato de justicia regional bajo la responsabilidad de la CRAC, y el aparato de seguridad comunitaria que articula a los policías por medio de la Comandancia Regional. Se trata de una compleja estructura que ha surgido de la experiencia y necesidad de los pueblos que la integran, en cuya base se encuentran las comunidades y sus instituciones de gobierno y justicia, articuladas en tres sedes de la CRAC: San Luis Acatlán (la matriz) y Espino Blanco y Citlaltépetl. La justicia comunitaria regional es administrada por los coordinadores regionales siguiendo un debido proceso. Durante el proceso se investiga antes de decidir sobre la culpabilidad del acusado, y se da el tiempo suficiente para dirimir los asuntos, para lo cual se recurre a las indagatorias de los comisarios de las comunidades y al testimonio de los involucrados y sus familias. Se privilegia la búsqueda de los acuerdos y la conciliación y se recurre a la lengua materna de las partes con el fin de que se expresen de la manera más adecuada. Los casos de mayor gravedad que la CRAC no puede resolver son ventilados en asambleas regionales. La última fase del proceso es la reeducación, por la cual los inculpados deben realizar trabajo comunitario. Los detenidos en reeducación

van rotando cada 15 días por las comunidades del sistema, que tienen a su vez la obligación de alimentarlos y vigilarlos. El fin último de este proceso es que los infractores puedan reintegrarse a la sociedad, para lo cual reciben consejos de los principales de las comunidades. La CRAC trata todos los delitos que se presentan en su jurisdicción, desde asuntos menores hasta los de mayor gravedad, como las violaciones, los homicidios, los secuestros, etcétera. El proceso de reeducación con trabajo comunitario es sin duda uno de los distintivos de esta experiencia con relación a otros ejemplos de justicia comunitaria e indígena en México y en América Latina. Implica también fuertes compromisos y costos para las comunidades, las cuales están conscientes de la importancia de reeducar y dar una nueva oportunidad a los que caen en “errores”, como ellos señalan.

Varios son los límites que enfrentan los comunitarios en sus prácticas de justicia, tanto en el ámbito de su jurisdicción como en relación con el Estado: en especial el tema de los derechos humanos –preocupación de los mismos comunitarios–, la escasez de recursos para sostener el sistema, y la problemática de las mujeres. Si bien muchos casos revelan sesgos e inconsistencias en la práctica de la justicia, especialmente desde una visión de género, es un hecho que la justicia comunitaria impartida por la CRAC cristaliza un gran esfuerzo colectivo de los pueblos que les ha abierto la posibilidad de acceder a la justicia desde sus propios marcos culturales y bajo su control, demostrando que éstos resultan mucho más adecuados para dar salida a la conflictividad local y regional. En suma, es sobre todo el tejido social que han construido los hombres y las mujeres de la Policía Comunitaria lo que ha permitido mantener a la institución y sobrevivir a las continuas agresiones y tensiones que enfrentan por parte del Estado. Se tienen muy frescos los recuerdos de diferentes momentos como cuando el ejército rodeó las calles de las oficinas de la CRAC en San Luis para presionarlos; o cuando se impuso un ultimátum para desarmar a la policía comunitaria en 2002; o las innumerables órdenes de aprehensión que pesan sobre quienes han sido autoridades de la CRAC y de la policía comunitaria acusados por violación ilegal de la libertad, así como diversos amparos que se les instruye, entre muchos otros actos de intimidación, a los cuales han resistido con el apoyo de sus comunidades y el aplomo de sus dirigentes. También son muchas las presiones desde el gobierno para municipalizar la policía y fragmentar a la organización con el supuesto fin de legalizarla. No obstante, los comunitarios no están dispuestos a someterse a una legalidad que busca fragmentarlos y subordinarlos; por eso suelen plantear que “no quieren el reconocimiento sino el respeto”. En el momento actual de crisis de gobernabilidad, de incremento exponencial de la inseguridad y la violencia en México, instituciones como la policía comunitaria son vistas con gran reserva por los gobernantes: por una parte hacen ver la fragilidad del Estado y de su legalidad, y por otra parte evidencian que el Estado no tiene la capacidad de reconocer públicamente los aportes de esta institución al orden social, al revelar la impunidad del poder instituido y hacer ver que es posible otra manera de hacer justicia y de garantizar la seguridad pública fuera del marco estatal.

Por su parte, los policías comunitarios se ocupan de las tareas de vigilancia y seguridad. Son electos en sus comunidades para ocupar el cargo durante un año de manera gratuita y se articulan a la red de policías del territorio comunitario coordinada por los comandantes regionales y locales. Su conocimiento de las veredas hace que puedan desplazarse hábilmente por los caminos y en poco tiempo recorrer una amplia región en busca de delincuentes. Se entiende que la comunitaria no surge para confrontar al Estado sino para garantizar la paz en su territorio. Actualmente son alrededor de 800 policías. Los policías están armados, portan escopetas de bajo calibre, de uno o dos tiros. Las armas de la policía comunitaria están registradas ante el ejército (48 Batallón de Infantería), una decisión que fue tomada

FOTO: María Teresa Sierra

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El ejercicio del gobierno y de la justicia de la Policía Comunitaria pone en jaque a la soberanía del Estado al disputar el control territorial del orden social. Lo hace con eficacia y desde sus propios marcos culturales. Paradójicamente, con estas acciones los Comunitarios ayudan a construir orden social y con ello Estado, y ofrecen la oportunidad de generar una gobernabilidad desde abajo. Nuevamente son los excluidos de la modernidad occidental quienes están mostrando, desde los márgenes, que son capaces de construir modelos de sociedad más justos y democráticos, al mismo tiempo que desnudan el proyecto globalizador neoliberal que pretende desarticularlos para regularlos e impedir su fuerza contestataria. Profesora Investigadora del CIESAS-México


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