Dentro del proyecto de Barriometrajes, inspirados por las fábulas creadas durante el taller de narración con Juan Carlos Tacoronte surgió este taller espontáneo donde invitamos a dejar fluir la imaginación e ilustrarlas a través del collage.
Agradecimiento especial a los que se animaron a volar.
Narración oral una herramienta para contar la vida. El peligro de la historia única según la escritora africana Chimamanda Adichie (Nigeria-1977) Imposibilitar una visión sobre la realidad y el pensamiento. Ella habla por África, combate esa mirada sobre su continente, una visión muy sesgada, llena de tópicos que se convierten en creencias erróneas. Vivimos inmersos en un mar de referencias globalizadoras que nos estrechan la visión de los horizontes posibles. Hemos sustituido la visión del fuego encendido, (en cuyos alrededores aprendimos a ser en medio de un mundo nuevo y misterioso), por la fascinación liquida de las pantallas y las tecnologías. La narración original no solo pertenecía a la voz autorizada, sino también a quién con su escucha, la hacía posible. Este espacio real es profundamente humano y comunitario. El círculo, la voluntad, la voz, la palabra, son materiales poderosos de construcción y reconstrucción de la soberanía en los lugares que hacen el encuentro posible, de igual a igual. La atención y la escucha consciente junto a nuestra creatividad, nos ayudará a sentir que es necesario abordar la coexistencia desde modelos comunitarios, responsabilidades colectivas y la capacidad humana de hacer el bien y hacerlo bien. La narración oral es contar la vida y todas las vidas merecen ser contadas. La palabra recuperada para la construcción de valores e ideales es hija del silencio profundo para adquirir la conciencia de la pura existencia, ser , existir unidos y unidas a
un corazón que late lleno de esperanza en que es
posible soñar un sueño imposible. Juan Carlos Tacoronte.
Estaba la semana pasada viniendo al curso en la plaza de san honorato y venía pensando; Me gustaría ser madre. No sé, me dio así, por ahí, de repente, con mis cincuenta tacos. Da la casualidad que mientras venía caminando encontré a un niño solo en la calle. ¿Quieres ser mi madre?, me preguntó. ¡Qué coincidencia! pensé. Claro encantaría ser tu madre, le dije.
que
sí,
me
Nos cogimos de la mano y mientras caminábamos juntos le pregunté. ¿Y a ti que te gusta hacer? Pues a mi me gusta el teatro y el cine, me dijo. ¡Coño, como yo!, qué coincidencia, seremos almas gemelas, pensé. Desde hace una semana, estamos viviendo juntos.
El otro día me levanté como cada mañana y salí a pasear por la plaza. Al pasar por el bar Los Molinos, giré la cabeza un momento y de repente ví una sirena dentro. ¡Coño! ¿Qué hace una sirena metida en el bar?. Estaba rodeada de hombres emocionados (es un bar en el que solo hay hombres). ¿Dónde está la playa? preguntaba. Los hombres le daban largas, porque sabían, que si se iba no la verían más. Pero al cabo de un tiempo, el dueño del bar, en un acto de cordura y generosidad, comentó que conocía a alguien que tenía una piscina para trasladarla hasta la playa. Finalmente, llenaron de agua una camioneta y la llevaron hasta la playa de Bajamar.
Mi abuelo me contó, que había una época en la que La Laguna estaba llena de enormes palmeras y malvados gigantes. Vivía en uno de los barrios de la ciudad un caballero rampante que se hacía llamar Honorato. Los monstruos le tenían tanto miedo que ocultaban de él disfrazándose de molinos.
se
Cuentan que existía un lugar lleno de molinos en la ciudad en el que un buen día el caballero decidió adentrarse. Al llegar a un claro con cuatro palmeras enormes, descubrió a un Gigante desprevenido poniéndose el traje de molino. Honorato al descubrir su engaño empezó a batallar contra todos ellos. La batalla duró tanto tiempo que Honorato cayó desfallecido del cansancio. En el mismo lugar en el que murió, y en honor a su valor y pericia se construyó una plaza gigante entorno a las cuatro palmeras. La leyenda cuenta que todavía queda un gigante disfrazado de Molino en la ciudad.
Cuando era joven me alojaba en el barrio, pero no participaba mucho de él. Tampoco me preocupaba mucho por introducirme en su realidad. Simplemente era una estudiante que iba y venía de mis estudios a casa. Hasta que en una ocasión, durante un viaje a Bilbao por motivos de estudio encontré una bolsa llena de oro. Yo no sabía qué hacer, así que cuando llegue a San Honorato, entré en un bar dispuesta a gastarlo todo. Y después de haber invitado a todo el mundo, en el momento de ir a pagar, me di cuenta que lo había perdido.
Oí un ruido al lado de la puerta, era un perrito blanco lanudo que se estaba dirigiendo a mí. Me acerqué y vi que intentaba decirme algo. Al llamarlo, vino rápidamente conmigo, entonces decidí sacarlo a la calle a pasear. Según íbamos caminando volvimos a oír a otro perrito que nos hablaba desde un balcón. Ellos me contaban sus historia, las historias de sus dueños y dueñas, lo que hacían lo que les faltaba, por qué estaban ahí y qué podían estar haciendo.
Cuando yo era jovencita tenía un novio, y un día que salí temprano del trabajo decidí ir a verlo. Yo no había quedado con él, aunque dije voy a ir a su casa que seguro que a estas horas debe estar allí. Mientras caminaba por una zona ajardinada encontré un rosal enorme y decidí coger una enorme rosa blanca como muestra de mi amor por él. Y aunque los tallos estaban llenos de espinas, a mi no me importaba. Al llegar a la casa toqué la puerta. Pero nadie me abrió. Esperé durante horas y nadie vino. No se que habra pasado, pero debo irme pensé. Mientras volvía a mi casa vi a lo lejos una pareja que se besaba apasionadamente, y mientras más me acercaba más me aseguraba que era mi novio el que estaba besando a la otra mujer. ¡No puede ser! La tristeza me hizo apretar la rosa blanca tan fuerte que hizo que se tiñera de color negro. Aún la conservo en mi casa.
Mis padres nacieron aquí. Aunque desde hace mucho tiempo he estado viviendo en Santa Cruz, siempre he estado relacionada con este barrio. Hay algo de ellos que se quedó en mi. Mientras caminaba hoy por la calle, donde supuestamente se erigía el barrio, pude observar un descampado lleno de verde. No habían construcciones ni edificios, solo un extenso follaje lleno de vida y color. ¿Dónde está la plaza? me preguntaba frotándome los ojos. Escalofriada, me vinieron a la mente los recuerdos de mis antepasados. Sentí una conexión espiritual tan fuerte que me llevó a creer que el barrio sigue vivo, y que parte de ellos aún sigue aquí.
Yo he vivido toda mi vida en el barrio. A veces más cerca, otras veces más lejos, pero siempre muy vinculada a él. Aquí he vivido momentos malos, como la muerte de mi madre muy joven, pero también momentos buenos sobre todo en mi niñez. Como la víspera de la noche de San Juan, una noche llena de magia. Recuerdo una noche en la que pusimos juguetes, cacharros y trastos viejos junto a otra gente del barrio para hacer la hoguera. Y al estar sentada frente a ella pude ver un unicornio salir de su interior. ¡Qué bonito el unicornio!, contárselo a mamá.
pensaba.
Voy
a
¡Eso no puede ser! ¿Cómo que un unicornio? Yo estaba convencida de haberlo visto, y aunque nadie me cree, aún sigo viendo al unicornio cada noche de San Juan.
Hoy me levanté a las 9 porque tenía un examen de filosofía. Cuando iba a coger la guagua me fijé que estaba llena de zombies. Así que decidí ir caminando. Corrí todo lo que pude para llegar a hacer el examen y al llegar me comentaron que el profesor se había olvidado y no tenía nada preparado. Al volver a casa mi madre nos mandó a mi hermana y a mi a comprar fruta para la dieta, pero como somos unas rebeldes nos fuimos a comer al Mcdonalds. Mientras volvíamos a la estación de guaguas nos cruzamos a una chica que nos pidió dinero para comer. Era Lady Gaga. Le dimos la fruta.
Esta mañana fui a la universidad y mientras volvía caminando, dando un paseo, me di cuenta que este barrio tiene muchas calles que no conozco. Mientras regresaba a casa me perdí varias veces, encontré mucha gente que no conocía y plazas en las que no había estado nunca. Tampoco encontraba mi casa. Entonces pensé que el barrio era una especie de laberinto, del cual no podía escapar. Durante el camino preguntaba a la gente que me encontraba y nadie sabía decirme dónde estaba mi casa. Me parecía raro porque era gente que yo conocía, que veía todos los días, pero ni siquiera el panadero parecía reconocerme. Durante un momento pensé que me había equivocado de barrio, o incluso de ciudad, y empecé a dudar de donde estaba. Fue una experiencia muy extraña, en la que tuve tiempo para pensar en por qué las personas no prestamos atención en nuestro dia a dia. No sabemos quién es el vecino, ni la persona que viene a comprar.
Existió en el siglo XVII una gran laguna llena de agua y piedras donde hoy se erige la ciudad. Por aquella época la gente de la ciudad vivía de una forma muy precaria, casi sin alimentos. La mañana del 20 de Mayo, nos despertó un ruido atronador proveniente de un volcán cercano, había empezado a soltar lava de un color blanquecino. De pronto, una lluvia torrencial cayó sobre la ciudad destiñendo las piedras y convirtiéndolas en huevos. Nos dimos cuenta que habíamos recibido harina y huevo para hacer pan para todo el barrio. Gracias a nuestras oraciones ocurrió el milagro.