1 minute read

PARÉNTESIS

Next Article
STAFF

STAFF

THE VI “LAS DALIAS” INTERNATIONAL SHORT STORY AWARD FINALISTA

José Ramón Lapuerta C I

Advertisement

Evangelina Gutiérrez

Sintió entonces que un soplo le pasaba cerca de la cara, como una caricia. Inmediatamente después, sintió un leve hormigueo en los pies, y sus manos comenzaron a moverse como dos palomas tímidas. Estaba todo él entumecido, despertando de un sueño profundo, uno que le había durado veinte años. Se quitó de la boca lo que reconoció como un respirador y se arrancó una sonda que le apretaba el brazo. Se levantó, todavía tambaleante, y se acercó a la ventana. Su calle, la de siempre, ahora dormía paralela a su letargo: sin ruidos ni gritos voladores, apenas algún pájaro quieto. Una hilera de transeúntes invisibles, si acaso dibujados en su memoria, con otras ropas y otros ritmos, extraídos todos de una instantánea propia.

Veinte años metidos en un suero que goteaba a sus espaldas, a un costado del altar de tubos que lo habían tenido conectado hasta hoy. Se preguntó si había estado muerto, o, mejor dicho, ¿para qué demonios volvía a estar vivo después de tanto tiempo? Lo dedujo por los años que le colgaban de la cara, el espejo lo había colocado frente a un viejo pálido y henchido como un fruto pasado de maduro. El joven que todavía lo habitaba se tocó los pómulos amarillos y carcomidos por el tiempo. Gritó horrorizado.

Una mujer morena y absorta apareció en la puerta; era la suya, veinte años más vieja. Le pareció una extraña, salvo por sus ojos, que mantenían ese trasfondo trágico que siempre habían tenido; como los de una reina desposeída.

Ella habló de un milagro y él se acordó del último día, el que terminó en una desgracia, aquella que lo dejaría durmiendo sobre una cama eterna. Un accidente en la carretera; iba al volante mientras discutía con la mujer morena sobre la posibilidad de tener niños; ella estaba por la labor, a pesar de su semblante trágico. Él no, sin embargo, aunque ostentase un porte más optimista. Otro coche, que recuerda rojo, se les vino encima en un cruce. Volaron ambos expulsados por el golpe o por un destino escrito en algún libro incierto. Ella era más liviana: algunas laceraciones y pérdida temporal de la conciencia. El suyo era un cuerpo macizo y cayó pesado contra el suelo del asfalto. Luego vino un paréntesis demasiado largo, encerrado en la frontera que separa a los vivos de los muertos, y poco recuerda de aquella tierra intermedia.

«Estamos en pandemia, Antonio; y tuvimos una hija, Julita», le informa su mujer repentinamente vieja. Una jovencita se asoma por detrás, es morena y maciza, está pintada con los colores de la madre, pero las dimensiones son las suyas, se reconoce en ese cuerpo atlético.

This article is from: