Shiver by Lilith Sea

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Shiver

Me levanté de un golpe de la cama. Los rastros de mi último sueño seguían calando en mi inconsciencia. A veces era tan fácil confundir un sueño de la realidad, que la línea divisoria que separaba una de otra se tornaba aún más borrosa. Podía cerrar mis ojos y volver a dormir, pero en cuanto mis párpados se cerraban, ella aparecía ante mí, como una caricia, un roce, una ilusión. Y se esfumaba cuando los volvía a abrir. Ella era solo eso, una ilusión. Aún recordaba como si hubiese sido ayer, el momento en que la vi, por primera vez. Ese momento mágico, en que todo se detuvo como si de una película se tratara. Éramos ella, y yo. El resto del mundo era sólo parte de una silenciosa ambientación. Ella fue mía, la tuve conmigo, ella me miró, me sonrió y me besó…Hoy, eso forma parte del ayer. Es parte de un pasado que jamás volverá a repetirse. Ahora, solo quedaba una parte de la historia. La mía. Aquella en la cual aún sigo presente en su vida, aún cuando ella ni siquiera era capaz de ver… al hombre que un día amó…

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Estaba solo en mitad del pasillo del instituto, mi siguiente clase era Español, no me complicaba por lo que no iba lo suficientemente disgustado. Me encontraba a tan solo dos puertas de llegar…cuando la vi por primera vez. Estaba sentada, camuflándose de la lluvia. Abrazaba su cuerpo, para evitar los escalofríos que la recorrían. Su pelo castaño y húmedo se pegaba a su piel nívea. Todo a mí alrededor se detuvo y solo fui capaz de quedarme embobado mirándola. DE un momento a otro levantó su rostro hacía mí, pensé que quizás me sonreiría o se


sonrojaría, como lo haría un típica muchacha, pero en cambio, sus dos ojos tan azules como el mismo mar se detuvieron en mí una décima de segundo y luego, siguió abrazándose a sí misma, sin mostrar signo alguno de expresión. Desde aquel día no pude dejar de imaginar perderme en el profundo mar de sus ojos. Poder ser la embarcación que nunca jamás volvía a su puerto de partida. Quería ahogarme en ellos, y no salir a la superficie nunca más. Sabía pocas cosas de ella, era nueva y sus amistades eran escasas –por no decir nulas –siempre deambulaba sola por los pasillos, y con la mirada perdida. Un día frío como cualquier otro propio del crudo invierno por el que pasábamos, la divisé por primera vez en aquel día. Llevaba solo un pequeño chaleco de hilo, y desde donde me encontraba podía ver los fuertes espasmos que recorrían su menudo cuerpo. Estaba a punto de comenzar a llover, y ella estaba ahí, sola y desprotegida. Como si de un milagro del cielo se tratara me di cuenta que llevaba una chaqueta de mezclilla en mi brazo derecho, la llevaba para usarlo como protección en caso de que se largara a llover. Acorté como un bólido la distancia que nos separaba y llegué –finalmente hasta ella. Su cabeza se levantó suavemente y pude apreciar la magia de la vida. Esa que todo ser humano espera conocer alguna vez. Tenía los ojos rojos como si hubiera estado llorando. Se estremecía violentamente, pero a pesar de todo me regalo una tenue pero brillante sonrisa. -Toma –le entregué la chaqueta y la posé sutilmente sobre sus hombros. Ella la acomodó mejor y estornudó. Me miró una vez más y pude comprobar que los milagro si existían. Frente a mí, se encontraba mi propio milagro personal. -Gracias –respondió con voz de ángel –me olvidé de mi abrigo, apareciste como un ángel guardián para protegerme, gracias de nuevo –y volvió a estornudar. En ese momento me encontraba como en una dimensión paralela, era como si estuviese flotando entre nubes y yo no me hubiera dado cuenta de ello. Pero finalmente fue ella la que me despertó de mi letargo. Estiró sus brazos hacia mí, y me rodeó la cintura con mucha fuerza. No pude


evitar corresponderle a ese férreo abrazo y la acuné, a pesar de que su cabeza terminaba en el tope de mi barbilla. -Nunca… nunca te separes de mí… -susurró despacito. No supe el porqué de sus palabras, venían cargadas de una emoción desconocida. Sólo estaba seguro de una cosa. Mi respuesta. -Nunca, -susurré - siempre estaré contigo Elizabeth–por primera vez me sentí aliviado y feliz de susurrar aquel nombre tan hermoso y en el que tanto había pensado en los últimos meses, mientras me encontraba solo en mi habitación.

Desde aquel día, nos hicimos inseparables. Por alguna razón su madre siempre me decía que iba a llegar el día en que tendría que conversar conmigo. En aquel momento lo atribuí a la protección hacía su única hija. Pero había algo más allá… algo de lo que la misma Elizabeth sospechaba, pero que quizás nunca se iba a enterar… -Siento…siento como si no te fuese a ver nunca más… -dijo con tono triste mientras la abrazaba –me siento como si fuera a perderme en un lugar y no te fuera a ver más… -Eso nunca va a pasar Amor… siempre vamos a estar juntos –le dije acunándola en mi pecho, ella como de costumbre no dejaba de estremecerse por el frío -Diego… tengo miedo, tu siempre estás conmigo, me cuidas… yo no quiero fallarte, no quiero hacerte daño… pero siento que no habrá un mañana para nosotros –su voz se quebró cuando pronunció lo último. -Mírame –le pedí – no habrá solo uno, si no miles de mañanas para nosotros… tú eres la mujer que eligió mi corazón y te pertenezco, así como tú a mí –le dije juguetonamente mientras volvía a abrazarla de poder conservar el calor entre nosotros. -Una vez que fuiste mía… lo serás para siempre - susurré en su oído. Rió quedamente mientras se volvía para mirarme. -Para siempre… Te amo –murmuró con la voz cargada de sentimientos


-Te amo… -susurré para después atacar su labios en un beso hambriento y voraz.

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¡Mierda! El maldito sueño era tan real… fue como si lo estuviese reviviendo todo otra vez, tanto que dolía incluso un poco más que cuando pasó realmente. Ella tenía razón. No hubo un mañana para nosotros. Aún me pregunto si el destino le dio alguna clase de corazonada al respecto. Al día siguiente de nuestra conversación, quise saludarla y besarla –como de costumbre –pero ella me esquivo, me gritó y pidió ayuda para que me alejara de ella. Me sentí realmente mareado, sentí como si un bloque de cemento hubiera caído sobre mí, no entendía nada de lo que sucedía. Al poco rato su madre pidió hablar conmigo, y me dio la noticia, que hizo que mi mundo de fantasía se destruyera a pasos rápidos y agigantados. Ella, mí Elizabeth, la que yo conocía, nunca más volvería a ser la misma. Estaba enferma. Esa, era la razón de sus escasas –por no decir nulas, amistades–ella no podía recordar a sus amigos, ella no podía recordar nada. Sólo podía recordar su nombre y el de su madre. Esta misma me explicó por qué no me lo confesó antes. Era porque nunca había visto a su hija tan feliz. Me dijo que yo le enseñe el verdadero significado de aquella palabra a su hija. Pero que ahora, debía seguir mi camino y dejar que Elizabeth siguiera el suyo. Ella jamás recordaría todos los meses que pasamos juntos, todos aquellos momentos en los que nos juramos amor para siempre. Ella sufría un tipo de amnesia. Una muy severa, en la cual su memoria se iba cada ciertos meses dejándole como único recuerdo, su nombre y el de su familia más cercana. Nunca sabía de amigos –menos de novio –ni escuela o cualquier otro tipo de ambiente.


Aquel día cuando su memoria se marchó, se llevó conmigo parte de mí. Ahora, cuidaba de ella, así como se lo prometí alguna vez, mientras ella me recordaba. La protegía secretamente de sus escalofríos dejando una chaqueta junto a su asiento –a causa de que siempre olvidaba la suya – era, en cierta parte feliz, viendo como un pedazo de mí estaba con ella. Algunas veces nos encontrábamos en el mismo pasillo donde la vi por primera vez. Pero ya no me sonreía… ya sus ojos azules y brillantes no sonreían con esa calidez de cuando estábamos juntos… ahora sólo me observaba medio segundo y seguía su camino, sin ni siquiera voltear a verme, sin despertar siquiera una chipa de reconocimiento. Ella nunca me recordaría, no sería ni siquiera un viejo recuerdo en su vida. Pero para mí, ella lo seguiría siendo todo, y siempre iba a ser así. Si fuera capaz de gritarlo en mitad de la escuela, en medio de la ciudad alto y claro, para que todo el mundo me escuchara…que siempre cuidaría de ella. Se lo prometí y lo voy a cumplir… aún cuando ella jamás… volteara a verme…

Fin


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