La gota de agua

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M E L I GUIP ON T



M E L I GUIP ON T



texto

M E L I GUIP ON T

ilustraciones

M AR IA C ERVEIRA



A mis dos gotas de agua, seres entregados, para que sus viajes sean sublimes.


Se cuenta que el primer cuento se contó cantando. Y aunque nadie recuerde ese canto, unos pocos descubrieron su melodía. La historia de hoy es de esos tiempos olvidados porque empieza con el mismo tarareo…

É

rase una vez… …una pequeña gota de agua…

… que vivía en un lago, en un valle pintado de verde, envuelto por unas grandes montañas. Los días eran largos y la pequeña gota de agua no paraba de jugar. Jugaba al pilla-pilla, jugaba al escondite… pero lo que más le gustaba eran los días de sol. En esos días, la luz entraba en el agua transparente e iluminaba el fondo del lago. Eran los mejores momentos para descubrir sitios nuevos. Otras veces, se quedaba escuchando los cuentos de los mayores mientras miraba las estrellas. Casi siempre, se lo pasaba tan bien y se reía tanto que hasta los pájaros volaban más despacio para escuchar sus risas.



Estación tras estación, el paisaje iba cambiando y la gota de agua se fue haciendo más fuerte. Una mañana, mientras escuchaba una historia y miraba la nieve de las montañas, se preguntó qué habría más allá de esos picos. Ese día, sintió que las montañas que la protegían, como le habían dicho, le parecían las paredes de una cárcel.

- ¡No Es JUStO!

– pensó. - ¿Quiénes se creen que son estas montañas para no dejarme pasar? ¡No pueden obligarme a que me quede! - ¡No es justo! – pensó. - ¿Quiénes se creen que son estas montañas para no dejarme pasar? ¡No pueden obligarme a que me quede! A partir de ese día, luchó por marcharse de allí. Gritó, peleó, empujó y lloró. Pero nadie la entendía y los pocos que la escuchaban… se hartaron. Tanto se hartaron, que le dijeron:


- Si te quieres marchar, ¡vete! Pero debes saber que solo hay un sitio por donde puedes salir del lago y que todos los que por ahí han ido no han vuelto jamás.


Era un lugar que estaba en la parte oscura del lago. Pero ella… ¡no era una gota de agua cualquiera! Cumpliría lo que había dicho y, con un brinco, se marchó. Quería ver lo que existía más allá. Se zambulló hasta el fondo y sintió como la corriente la arrastraba hacia un canal muy estrecho en el que no se veía nada. Allí, pasó tantos días sin luz entre curvas y recovecos que se entristeció. No sabía por dónde ir y tuvo dudas de que hubiese alguna salida. Hasta que, cuando menos lo esperaba, oyó un sonido lejano que decidió seguir.Poco a poco, el ruido se hizo más fuerte y descubrió que venía de un punto de luz.Lo primero que vio fue que había otras gotas como ella que, deslumbradas, corrían hacia ese punto de luz con la esperanza de volver a ver el día. Y eran tantas las gotas y tantos los lugares de donde venían que cuando juntas se acercaron a la salida:

La gota sintió que volaba por primera vez. Había salido de un agujero de la montaña a presión y, suspendida en el aire, volvió a ver el cielo azul. Flotando con la brisa, se empezó a reír por el hormigueo que sentía al bajar.



De pronto, se dio cuenta de que había caído en un pequeño camino de agua a los pies de la montaña. Algunas gotas decían que estaban en un riachuelo, otras que pronto llegarían a un gran río y otras no decían nada de lo mareadas que estaban por lo rápido que iban. La gota de agua estaba muy ilusionada. ¡Lo había logrado! Había salido del lago y adoraba su nuevo mundo. Le encantaba aquella velocidad y energía. Se movía de un lado al otro para aprovecharlo todo. Veía árboles que no sabía que existían, esquivaba piedras que aparecían en el camino, escuchaba pájaros de colores y, desde ese día, supo a qué sonaba el agua cuando corría. Tomó la decisión de correr todavía más deprisa. Podía hacerlo. No era una gota cualquiera. Era fuerte y tenía la mirada puesta en ese gran río del que le habían hablado. Así que intentó muchos caminos para llegar a él buscando siempre el trayecto más corto. Conoció a muchas gotas y de todas se tuvo que despedir porque cada una seguía su propio camino. Es verdad que se divertía y que iba rápido, pero también es cierto que, con el tiempo, se empezó a cansar de tanto esfuerzo. Mucho empeño para llegar a un río que nunca estaba donde creía que debía estar. Hacía ya tiempo que los árboles y la música de los pájaros no le animaban hasta que, de pronto, dudó de si ese gran río era lo que realmente buscaba. Empezó a nadar más despacio y pasó una temporada en el fondo del riachuelo dejándose arrastrar sin destino.



Después de un tiempo y sin saber muy bien lo que pasaba a su alrededor, el destino que esperaba se hizo realidad: el fondo del riachuelo se ensanchó y la corriente se suavizó. Subió y confirmó su sospecha… ¡había llegado al gran río! Era mucho más grande que el riachuelo y se podía ver mucho más lejos. También iba más despacio y hacía menos ruido. Todo esto le alegró mucho porque ya no tenía ganas de seguir corriendo. - Bueno… - pensó - correré de vez en cuando para ver algunas cosas, siempre que sea río abajo. Fue una época maravillosa en la que disfrutó todo lo que quiso y en la que hizo todo lo que pudo. – ¿Sabéis lo que es un lago? – Preguntaba ella a las gotas más jóvenes.


Y les explicaba lo que es un lago, lo altas que son las montañas y lo rápido que va un riachuelo. Tal era su alegría que incluso, a veces, intentaba ir más despacio para que todo durara más tiempo. Pero ya sabía que el final del camino estaba en el mar y que la corriente, a su ritmo, a todas llevaría.

Al mar, no llegó de golpe… fue llegando. Primero, notó que el viento olía distinto, después vio como las orillas se hundían bajo el agua y, por último, sintió el picor de la sal. Había llegado y creyó que, por fin, descansaría. Disfrutó de nuevo con la tranquilidad de las puestas del sol, con la fuerza de las tormentas y con los colores de los arco iris. Como cuando era una pequeña gota de agua. Aunque, ahora, era ella quien contaba los cuentos. Encantaba a las pequeñas gotas que caían de la lluvia contestándoles a sus mil preguntas. Les contaba sus aventuras... y lo pequeño que es todo visto desde el mar…


A las olas, no se acostumbró. Para arriba, para abajo, para arriba, para abajo y, muchas veces, retrocedía en vez de avanzar. Entendió, por fin, que el mar no iba hacia ningún lugar y que ya no había más cosas que ver. Empezó a estar muy cansada y la sal le hacía sentirse cada vez más pesada. Los días se mezclaban con las noches y se repetían de forma aburrida. Pasó a hablar cada vez menos y a recordar su lago cada vez más. Ese hermoso lago de agua dulce del que se había ido cuando todavía era joven. Poco a poco, se fue olvidando de nadar y se fue hundiendo. Todas las gotas mayores se hundían… Pero esta… ¡no era una gota cualquiera! Todavía conservaba un deseo. Y tanto lo deseó, tanto lo añoró que se quedó asombrada cuando una sirena, reluciente, serena y de mirada profunda apareció y le preguntó cantando con dulzura:

– – – – –

¿Disfrutado has de tu aventura? Sí… – Contestó con miedo la gota. ¿Y después de tanto viajar que puedes todavía desear? Bueno… la verdad es que me gustaría volver a mi lago. Dijo la gota.

Entonces la sirena cantó: Fácil fue de la montaña bajar pero si ahora arriba quieres regresar, renunciar al mar deberás y por seguir mi canto te esforzarás. La gota no entendió muy bien lo que significaba todo aquello, pero estaba dispuesta a aceptarlo para volver a su lago. – Lo haré. – Contestó.



Y, ya sin ver a la sirena, escuchó el eco de sus últimos versos: Hacia arriba hay que nadar Para una gran luz encontrar... Con mucho esfuerzo la gota nadó y nadó hacia arriba. Al llegar a la superficie soltó un gran suspiro y se dio cuenta de que la gran luz que la sirena había dicho que debía encontrar solo podía ser el sol. – Qué raro – pensó – Conozco el sol desde siempre, pero nunca lo había visto brillar tanto. En ese momento, empezó a sentir unas cosquillas por dentro como cuando bajaba una ola muy deprisa. Pero, esta vez, no bajó sino que empezó a subir. ¡Miró hacia abajo y vio el mar! ¡Había salido del agua y subía por el aire! Se asustó un poco, pero lo cierto es que era muy agradable volar hacia el sol sintiéndose tan liviana y transparente. Además, no iba sola. Había más gotas que subían con ella, aunque estaban un poco dormidas. No le costó mucho dejar todo atrás. Era más fácil moverse y ya no sentía frío. Al cabo de un tiempo, dejó de subir y notó como ella y las demás gotas se unían y formaban un grupo de color blanco. De repente, ¡lo entendió!: habían formado una nube. Ahora sabía cómo algunas gotas podían llegar a las nubes. Eran gotas que se habían encontrado con la sirena. Suspendida en el aire escuchó la voz del viento que susurraba: – ¿Qué quieres hacer ahora? – Me gustaría volver al lago donde nací. – Contestó la gota.



Suavemente, la brisa fue guiando a la nube a través del claro cielo azul. Volar realmente le encantaba. ¡Estaba en la gloria! Se entregó sin resistencia a ese flotar y a la música que hacía la nube al navegar por el cielo. Después de haber visto a tantos peces, ver a los pájaros de cerca era increíble. Desde ahí arriba, se veía todo con echar una simple mirada: las montañas, los valles, los riachuelos, los árboles, los animales, el río y el mar. Entendió que todas estas cosas estaban muy cerca las unas de las otras y que, quizás, no hubiesen hecho falta tantas prisas en su viaje. Cuando ya se encontraba llena de energía, el viento volvió a susurrarle: – – – –

Ya casi hemos llegado… ¿A dónde? – Preguntó sorprendida. Al lago donde naciste. ¿No querías volver? – Dijo el viento. Sí. Creo que sí… – Contestó desilusionada la gota.

Estaba tan a gusto que ya casi se había olvidado de su lago y dudó de si realmente quería volver. – ¿No me puedo quedar? – Preguntó la gota. – Sí. – Sopló el viento. – Pero, si más fuerte te quieres quedar, más aventuras debes nadar... – Te pareces a la sirena… – Refunfuñó la gota. Lo pensó un poco y se decidió… – Muy bien. ¡Volveré! ¿Pero, qué pasa si me olvido del camino? – preguntó. – La gracia está en descubrir lo olvidado – sonrió el viento. – No te preocupes. Solo recuerda que tienes una luz pura interior que guía tu camino.


Abajo reconoció el valle verde y los picos de las montañas que lo rodeaban y… ¡ahí estaba! en el medio: ¡su lago! Mientras la nube se acercaba y se colocaba justo encima, la gota volvió a sentir su peso y su humedad. Había llegado el momento de partir. El viento paró de soplar, el sol alumbró el valle y la nube lloró la gota de agua. Y así sigue este cuento con una lagrima cantando y a su lago regresando.



Diseño gráfico y maquetación: Hugo Andrade




Un cuento infantil para ser contado y que canta la aventura de una pequeùa gota de agua. El ciclo del agua, el ciclo de la vida‌ en ambos hay que mojarse.

www.lagotadeagua.es


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