El último discurso de beltrán

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INTRODUCCION Estimado amigo (a): Quiero compartir contigo este documento poco conocido, porque se trata de un discurso –casi un testamento público- pronunciado en momentos en que el Perú no tenía libertad de expresión. Era setiembre de 1978, ya casi en las postrimerías del gobierno militar, Velasco ya no estaba en el poder pero los diarios que intervino aún estaban gobernados por comités nombrados a dedo, digitados por la OCI –Oficina Central de Información- y ninguno se atrevió a publicar ni comentar lo que Pedro Beltrán dijo esa tarde en que LA PRENSA – su secuestrado diario- cumplía 75 años. En mi calidad de Presidente de la Comunidad Laboral del diario me cupo ese día pronunciar algunas palabras, en las que ratifiqué la decisión mayoritaria de los trabajadores de seguir luchando por la devolución de LA PRENSA a sus legítimos dueños, como lo habíamos venido haciendo desde el día del secuestro. Ese día llegó el 28 de Julio de 1980 en que asumió el poder por segunda vez Fernando Belaunde, pero para entonces Beltrán ya había muerto. Falleció en Nueva York el 16 de Febrero de 1979, es decir a menos de cinco meses de haber pronunciado estas palabras. El propio acto compartido con Beltrán había sido una expresión de lucha. Antes de celebrar con los interventores nombrados a dedo, los trabajadores –periodistas, trabajadores de talleres, empleados- organizamos desafiando al poder un multitudinario almuerzo en el Restaurante Gran Chimú de Lima. Beltrán asistió en compañía de su esposa Miriam Kropp, y estuvo también Angélica de Osma, hija del fundador de 1903, don Pedro de Osma. Quiero decir también, para que se entienda mejor la intensidad emocional que me liga con el tema, que el 23 de Setiembre de 1978 tuve la satisfacción de ir a ese almuerzo con mi madre, doña Felícita Uchuya Mendoza, quien cumplía 69 años ese mismo día (había nacido cuando LA PRENSA cumplía seis años. El día que Beltrán murió en Nueva York, el 16 de Febrero de 1979, yo cumplía 40 años. Han pasado 30 años y creo que ha llegado el momento de desempolvar este mensaje en toda su extensión, porque pocos lo conocen, ya que solo fue editado en su integridad por los propios trabajadores democráticos de LA PRENSA en un documento casi clandestino, y del cual felizmente guardo un ejemplar original. Lima, 20 de Febrero de 2009 LUIS ALBERTO GUERRERO UCHUYA Periodista Profesional Colegiado laguperu@gmail.com


Discurso de Pedro G,. Beltrán en el 75° Aniversario de “LA PRENSA” 23 de Setiembre de 1978 Queridos amigos: Quiero empezar estas palabras cumpliendo con el más elemental de los deberes: el de la gratitud. Gracias a ustedes, gracias de todo corazón, en nombre e Miriam y en el mío propio, por habernos invitado a participar en esta hermosa fiesta de fraternidad. Y junto con nuestro agradecimiento reciban nuestra felicitación por esta feliz iniciativa de reunir, en ocasión del 75 aniversario de “LA PRENSA”, a todos quienes, de una manera y otra, física o espiritualmente, dentro o temporalmente fuera de nuestra querida casa de Baquíjano, nos sentimos parte e una sola y grande familia periodística. Esta sensación de formar parte, no sólo de un equipo de trabajo sino también de una comunidad de ideales, pertenece a la esencia de lo que podríamos denominar el espíritu de “LA PRENSA”; es decir, de “LA PRENSA” nuestra –nuestra de todos nosotros- de “LA PRENSA” libre, que, debemos estar seguros, terminará por prevalecer, pese a quien pese y por encima de cualquier obstáculo artificial y transitorio. Quienes aquí estamos reunidos nos hemos conocido, en efecto, al coincidir en un centro de trabajo, donde hemos tenido que aunar esfuerzos para lograr, entre todos, un periódico bien hecho. Esa colaboración nos ha exigido compenetrarnos mutuamente cada vez más, y ésa ha sido la base sólida de nuestra unión. Porque además, en ese mismo empeño común, hemos descubierto que, con las diferencias de matiz que son propias de los hombres libres, nos animan a todos los mismos ideales: los de crear un gran periódico que, con libertad y con verdad, sirva a la dignidad y el bienestar de todos los peruanos. Para estos propósitos precisamente fundó “LA PRENSA” hace 75 años su ilustre primer director, don Pedro de Osma. Para retomar esas banderas volvimos a fundarla en 1934, después de una usurpación. Y hemos de fundarla pronto una tercera vez, poniendo fin a la última usurpación que todavía padecemos. Yo debería ahora brevemente hablar de la historia de “LA PRENSA”. Pero antes quiero rendir homenaje a un gran amigo, a quien luchó como nadie por la recuperación de “LA PRENSA”, y que Dios ha querido no llegue a ver ese gran día junto con nosotros, aunque nos ha antecedido


simbólicamente en esa reconquista, cuando en hombros de ustedes ingresó hace unos días a nuestra casa, a su casa de siempre: Oscar Díaz Bravo. Al ver las fotografías y leer las noticias sobre el sepelio de Oscar, se me ha quedado grabado profundamente un mensaje, muy sencillo y a la vez muy elocuente, los carteles que ustedes alzaron a ambos lados de su féretro con recuerdos de su lucha incesante por la libertad de prensa y con un lema que yo quiero hacer mío, porque dice todo lo que sentimos acerca de Oscar: “ESTO NO SE OLVIDA”. No se puede olvidar, y no será olvidado. Porque este 75 aniversario de “LA PRENSA” estará ligado para siempre en nuestra memoria al recuerdo, al ejemplo y a la lección que nos deja Oscar. Debo recordar también, y rendir homenaje, a otro periodista desaparecido en estos días: Manuel Solano, Secretario General de la F.P.P., y quien acompañó a Oscar Díaz en la campaña por la libertad de prensa. Pero seguimos, como Oscar habría querido. Y hacemos bien en celebrar este 75 aniversario, porque algunos hechos de 1903, además de su valor de evocación, conservan su vigencia. Habían transcurrido entonces pocos años desde el triunfo de la Coalición, que interrumpió el régimen de golpes de cuartel que se había hecho costumbre –mala costumbre- entre nosotros, e inauguró la sucesión de gobiernos civiles, democráticos, surgidos del voto popular y respetuosos de las libertades, que son los únicos que merecen verdaderamente el nombre de República. Un diario independiente y combativo era la garantía más eficaz de esa República. Con orgullo podemos hoy decir que el espíritu que Pedro de Osma infundió en “LA PRENSA” ha persistido a través de los hombres y las generaciones que se han sucedido en nuestra casa de Baquíjano y que han sabido guardar fidelidad a esos principios. Hablo naturalmente de “LA PRENSA” nuestra, nuestra y libre, no de la que sufre la imposición de una dictadura que sólo quiere oír el monótono rumor de la loa complaciente para acallar la protesta del país por el resultado desastroso de diez años de gobierno. En cada una de sus épocas auténticas ha tenido “LA PRENSA” la fortuna de contar con un equipo de hombres entusiastas y capaces, convencidos y leales, que supieron sacar adelante esta gran empresa. No intentaré siquiera recordar todos los nombres dignos de recuerdo y merecedores de nuestro agradecido homenaje por este aniversario. No podría, sin embargo, dejar de mencionar a algunos de los más destacados: Alberto Ulloa y Luis Fernán Cisneros, José María de la Jara, José Quesada y Guillermo Hoyos Osores, que personifican el vigor de “LA PRENSA” de los primeros tiempos. Tantos queridos compañeros de trabajo vienen a mi afecto y a mi memoria, que, para resumir, escojo nuevamente como quien mejor puede representar a todos, a nuestra gran ausente de hoy: Oscar Díaz Bravo. El perteneció a la generación de jóvenes periodistas que Carlos Rizo Patrón atrajo a “LA PRENSA” en la década de los años 50, y que con él supieron


llevar a cabo la ambiciosa tarea de transformar el periodismo del Perú. Quiero aprovechar esta ocasión para decir una vez más algo que siempre he sentido hondamente, y que en reuniones como ésta tiene la claridad de una evidencia: que “LA PRENSA” siempre fuimos todos, sin distinción del papel que tocaba cumplir a cada uno en su diaria creación. Algunos pueden figurar con más notoriedad, en razón de circunstancias, pero no sólo el cuerpo, sino también el alma de un periódico, su calidad y su prestigio, resultan de la suma de todos los que trabajan en hacerlo: en los talleres o en la redacción, en la administración o en los servicios, en la dirección o en la publicidad. Ese trabajo bien hecho, cualquiera de ellos, ha sido fuente no sólo de sustento sino también de dignidad y unión en la gran familia de “LA PRENSA”, donde el trabajo y el trabajador siempre fueron respetados. Esa es “LA PRENSA” que era y esa es “LA PRENSA” que tiene que volver a ser. La nuestra y la libre. La presencia de todos ustedes en este acto, la lucha que libran por la reivindicación de nuestra casa común, es la mejor prueba de esa dignidad, la ratificación de ese propósito y la garantía de su éxito. No es, pues, a nosotros a quienes nos van a venir a contar cuentos de “justicia social”. La justicia de dar a cada uno lo que ha ganado con su capacidad y su trabajo, y darle cada vez más a medida que ayuda a producir más, nunca ha sido para nosotros un pretexto de insincera demagogia: ha sido una práctica efectiva y en ascenso -ustedes recuerdan bien cómo todos participaban en las utilidades del diario hasta que vino la dictadura y nos quitó el diario, hizo desaparecer las utilidades y con ellas la participación de ustedes. En cambio, pese al secreto de que rodean todos sus actos, se ha llegado a saber que quienes han usurpado “LA PRENSA” la han abrumado con deudas de decenas de millones de soles, que aterra pensar cuánto va a costar sólo en intereses. Hasta se habla de empleados fantasma que recargan los gastos. Y todo esto mientras han destruido la circulación, que tanto esfuerzo había costado levantarla. Todavía pretenden que los trabajadores sacrifiquen sus beneficios sociales a cambio de recibir papeles que los hagan aparecer como condueños de este desastre. No quiero cansar a ustedes con la exposición detallada de nuestra línea editorial. Pero quizás valga la pena detenernos brevemente en citar algunas de nuestras campañas más significativas. Un poco esquemáticamente, recordaré, en lo social, la campaña por la vivienda popular. En lo político, la lucha por la defensa o la reconquista de la democracia; y en lo económico, la batalla contra la inflación, causa de la situación angustiosa que hoy sufrimos. En relación con el problema de la vivienda, “LA PRENSA” cumplió su deber informativo de decir la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad, abriendo los ojos no sólo al público sino también al propio


Gobierno sobre la realidad de un grave problema que oficialmente no existía. Y cumplió también su deber editorial, de aportar, con la colaboración de los técnicos, opiniones encaminadas a la efectiva solución de ese problema. Es más: dada la extrema importancia y urgencia de la situación, “LA PRENSA” decidió pasar a la acción y predicar con el ejemplo. Para el Gobierno de entonces, sólo se trataba de enviar a la policía y desalojar a los llamados “invasores” de terrenos. No interesaba dónde iba a encontrar techo la gente, cada vez más gente, para la que nadie habilitaba lotes ni construía ni mucho menos financiaba viviendas. Pero “LA PRENSA” no podía ignorar ni una noticia tan dramática ni un problema nacional de tan graves alcances. En la víspera de la Navidad de 1954 miles de familias sin techo se dirigieron a las pampas de San Juan de Miraflores para fundar la que se llamó “Ciudad de Dios”. Durante más de una semana, “LA PRENSA” fue el único diario en ocuparse informativamente del asunto. Para el Gobierno, dar esa información parecía prácticamente subversivo. Algunos buenos amigos nuestros llegaron a decirnos que estábamos haciendo el juego a los comunistas. Por el contrario, hacíamos el juego de la democracia, que consiste en que haya libertad y se use la libertad para que todo problema se conozca, se discuta ampliamente y encuentre soluciones verdaderas y eficaces para el bien de la mayoría. Promovimos concursos entre arquitectos e ingenieros para lograr modelos de casa con buenos materiales de bajo costo y con planos que permitieron una casa que crece a medida que crece la familia. Finalmente, abordamos el decisivo problema de la financiación de las casas para las familias de modestos recursos mediante la introducción en el Perú de las mutuales de vivienda, las primeras en América Latina. Y no puedo dejar de recordar con orgullo que fueron los trabajadores de “LA PRENSA” los primeros ahorristas de la Mutual “Perú”, cuyos préstamos han facilitado a no pocos de ustedes adquirir sus propias casas. “LA PRENSA” también ha sabido cumplir su deber en el terreno político. Cuando a mediados de la década del 50 la dictadura de entonces, como todas las dictaduras, planeaba la manera de no soltar el poder, “LA PRENSA” salió al frente para exigir elecciones, pero no cualquier clase de elecciones, sino elecciones libres y limpias, que reflejaran la verdadera voluntad del pueblo del Perú de escoger a sus propios gobernantes y vivir dentro de una democracia. Desde luego, la dictadura tenía que resistirse a eso, que representaba su fin. Del seno de “LA PRENSA” salió la redacción del famoso documento del 20 de julio de 1955, suscrito por 111 personas que exigían libertad para todos los peruanos y garantías para un proceso electoral digno de ese nombre. Un miembro del Directorio de “LA PRENSA” don Pedro Roselló,


asumió patrióticamente, y con gran éxito, la tarea de llevar ese reclamo nacional por las plazas de todo el Perú, sin intimidarse ante las amenazas de represión. El dictador me mandó decir entonces que si “LA PRENSA” no silenciaba su campaña, me encerraría, no para deportarme, sino para que pudriera en la cárcel. Como, naturalmente, “LA PRENSA” no calló, fue asaltada a medianoche y unos cincuenta de nosotros, que permanecíamos en el local, fuimos enviados a la isla-cárcel de El Frontón. El personal de “LA PRENSA” se impuso poco después a quienes ocupaban el local y lo recuperó, pero el diario estaba impedido de publicarse. La condición que exigía el dictador era que se aceptara la censura previa. Miriam, mi esposa, y el Director interino Miguel Fort, con el apoyo del Directorio y de todos los trabajadores, se negaron a aceptar la imposición. El dictador no imaginó la reacción que se alzaría en toda América contra el atropello. Los periódicos protestaron con unánime energía, y la Sociedad Interamericana de Prensa celebró una sesión extraordinaria para tratar el asunto. El ambiente se caldeaba día a día y la dictadura tuvo que ceder. “LA PRENSA” reapareció sin censura y sin temor, más resuelta que nunca. Poco después, fuimos puestos en libertad los últimos periodistas que seguíamos en El frontón. Se celebraron elecciones. Fue derrotado el candidato apoyado por la dictadura. El Perú volvió a la democracia y a la libertad de prensa. Otro problema que nos preocupa hoy, como a todos los peruanos, es un viejo conocido nuestro. Conocido es el problema de la inflación. “LA PRENSA” –la nuestra, libre- ha sido siempre el más franco e incansable enemigo de ese mal, que castiga más duramente a quienes tiene menos. ¡Cómo no vamos a denunciarlo y combatirlo ahora, cuando hace más daño que nunca! Nada importa que quienes usurpan nuestro diario usen su nombre para alabar al gobierno que ha producido la mayor, la peor y la más cruel inflación de nuestra historia. La última estadística oficial sobre el nivel general de precios, es decir, sobre cómo suben los gastos que todos tenemos que hacer para comer – para seguir, pues, con vida- para poder vestirnos y para tener un lugar donde vivir, indica que en agosto de este año los precios habían subido en 60.2 % sobre los precios de agosto del año anterior. En otras palabras, para poder seguir viviendo como hace doce meses, por cada cien soles que gastábamos entonces, tenemos que gastar ahora ciento sesenta soles y veinte centavos. Así ha ido encareciendo incesantemente la vida durante estos últimos diez años de dictadura que padece el país. Y no crean que la causa de este mal sea desconocida o que esté, como se dice, “fuera del control del Gobierno”. Está tan dentro de su control, que es el propio Gobierno el que la causa. Si el Gobierno no cambiara de rumbo, no sólo continuaría el encarecimiento de la vida sino que su velocidad sería cada vez mayor.


Ocurre simplemente que el Gobierno ha estado gastando demasiado, mucho más que los ingresos que obtenía. ¿De dónde salía el dinero para pagar la diferencia? Pues de la maquinita impresora de billetes. A esto llamaba el entonces Ministro de Economía y actual jefe del Gobierno “un déficit manejable”. Ya vemos que bien lo han manejado, cuando se les ha desbocado y no saben como frenarlo. No se puede “manejar” la inflación,. No se puede imprimir billetes, sin aumentar los precios, sin depreciar nuestra moneda, sin encarecer la vida y arruinar al país, como lo estamos viendo con nuestros propios ojos. La inflación hay que frenarla. De otro modo, ocurre como con una borrachera. El primer trago gusta, y aparentemente ni pasa nada. Pero luego vienen otro y otro. Cuando empiezan a subirse a la cabeza hasta parece que todo va como en el mejor de los mundos. Pero de ahí en adelante, el efecto de cada trago es peor que el anterior. “LA PRENSA” dijo todo esto repetidamente. Publicábamos regularmente las cifras y los diagramas que mostraban, de un lado, cuántos billetes nuevos se imprimían y, de otro, cómo y cuánto encarecían los precios. No perdíamos oportunidad para explicar el problema, advertir el peligro y señalar la solución,. Pero desde que la dictadura se apoderó de “LA PRENSA” el tema no ha vuelto a ser tratado, y la información del Banco de Reserva con los datos sobre la impresión de billetes aparece en el diario sólo tarde o mal o nunca. No debe sorprender porque en general a las dictaduras no les gusta que se sepan muchas cosas. Si no ¿por qué y para qué creen ustedes que confiscaron los periódicos? Ahora bien, por lo menos sabemos que en mayo de este año el total de billetes en circulación y depósitos se acercaba a los 117 mil millones de soles, es decir casi 9 veces más que al comenzar la dictadura. Ustedes saben que no vivimos ahora 9 veces mejor que antes. Saben que ni siquiera vivimos igual que antes. Saben que los peruanos vivimos mucho peor que antes, y que los que más sufren en las condiciones de vida son los que menos tiene. Cuando hay que reducir el consumo porque el dinero no alcanza, ellos, los más modestos, no pueden reducir lujos, que nunca han tenido, ni siquiera gastos que pueden postergarse. Ellos tienen que reducir la comida y la de sus hijos. La ciencia ha demostrado -“LA PRENSA” lo divulgó oportunamente- que si el niño en los primeros años de vida no recibe el alimento necesario ya no desarrollará jamás su inteligencia. Esto es, pues, la inflación. Para quienes se sienten magos de la nueva economía, jugar con los déficit del presupuesto parece una habilidad moderna. No es así. Es una vieja torpeza. Nunca el derroche presupuestal, la inundación de billetes salidos de la maquinita, han dado otros resultados que el encarecimiento y la ruina que estamos sufriendo. Es contra esa


inflación que debemos luchar, como siempre ha luchado “LA PRENSA”, nuestra y libre. Esa lucha es precisamente lo que la dictadura trata de impedir. La última ley de prensa es típica, en ese sentido. Empieza con grandes declaraciones retóricas a favor de la libertad de prensa, y luego según avanzan sus artículos, se va enredando en una maremagnum de disposiciones ambiguas o contradicciones, de las que sólo se saca en claro que no se quiere que vuelva a haber empresas periodísticas prósperas e independientes, capaces de servir al público con la noticia verdadera y la opinión orientadora, sino al contrario, que no se puedan formar tales empresas, sino en todo caso periódicos inoperantes en su organización, débiles y vulnerables en su economía, prudentemente callados en su información y dócilmente inclinados en sus opiniones. Es decir, exactamente lo que “LA PRENSA” – la nuestra, la libre- nunca ha aceptado ser, y que tampoco va a aceptar en convertirse ahora. El propio General Morales Bermúdez ha definido, en su Mensaje del 31 de marzo de 1976, lo que significa una prensa parametrada como la que ha existido bajo los estatutos de la dictadura: una prensa –ha dicho- “sumisa solamente al Estado tenía que convertirse en incansable y monótono adulador”. Así seguirá siendo el periodismo si se mantienen los parámetros, apenas diferentes, de la nueva ley de prensa. Sabemos que la libertad terminará por prevalecer y que una genuina libertad de prensa se restablecerá, tarde o temprano, en el Perú. Sabemos que en el Perú, y en toda América, y en el mundo, la opinión pública está lúcida y alerta y no se dejará engañar. No habrá libertad de prensa en el Perú –ni, por tanto, habrá de democracia digna de ese nombre, ni respeto por los derechos humanos– mientras no se ponga fin al despojo por el que acalló a los diarios y mientras subsistan, con cualquier pretexto, leyes de prensa que sólo buscan el silencio interrumpido apenas por la adulación. Por eso, la libertad de prensa tendrá que ser obra de nosotros mismos, de nuestra indesmayable exigencia, de nuestra lucha por ser fieles a quienes, como Oscar Díaz Bravo, nos han mostrado el camino de una noble intransigencia al servicio exclusivamente de la libertad. Ese es el deber que los que aquí nos hemos congregado tenemos para con nosotros mismos, y especialmente para con esa muchedumbre anónima pero cierto de los lectores de “LA PRENSA”, nuestra y libre, de “LA PRENSA” verdadera; ese público a quien sólo la fuerza nos impide servir como queremos y sabemos servirlo y como quiere y merece ser servido: con la verdad de la información y con el vigor de nuestra opiniones. Muchas gracias.


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