Cultura 27-04-2018

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ilustraciĂłn La hora : alejandro ramĂ­rez.

suplemento semanal de la hora, idea original de Rosauro CarmĂ­n Q.

Vallejo, un poeta vigente

Guatemala, 27 de abril de 2018


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presentación eambular por la literatura latinoamericana nos obliga no sólo a reconocer el portento de la producción de nuestros narradores y poetas, sino a emprender o retomar el estudio de esos personajes a veces injustamente olvidados por una crítica que no se da abasto. Desde este espacio cultural, nos tomamos en serio a los escritores con la ilusión de darles su lugar y ubicarlos en el lugar que les corresponde. En esa dirección es que ofrecemos a nuestros lectores el texto de la escritora Karla Olascoaga, centrado en la obra del escritor peruano, César Vallejo. Los textos seleccionados por la también profesora de literatura nos ayudan, al tiempo de acercarnos al trabajo del poeta, a atisbar el gusto estético del creador con cuya propuesta innovó y le dio un impulso original a la lengua española. Hemos querido compartir con usted, además, un texto filosófico a cargo del profesor Harold Soberanis. El maestro considera la naturaleza del quehacer político y defiende el carácter moral del que no puede sustraerse el ejercicio público. De ahí que la exigencia de imperativos tendientes a la promoción y defensa del espíritu humano sea capital en la conducta de los líderes sociales. Deseamos que la variedad de nuestras colaboraciones sea de su agrado. Nos referimos a los textos de Miguel Flores, Víctor Muñoz y Oseas Patzán. No olvide comentar los trabajos desde nuestra edición digital y ofrecernos el ánimo de siempre para seguir adelante y mejorar nuestra edición. Que Dios le bendiga. Feliz provecho en la lectura.

es una publicación de:

Vallejo, una poesía vigente como el dolor y la esperanza: dos poemas para recordarlo Karla Martina Olascoaga Dávila Académica y escritora

El pasado 14 de abril se cumplieron 80 años de la muerte, en París, del poeta peruano César Vallejo (1892-1938), cuya herencia poética ha trascendido fronteras humanas, barreras idiomáticas e incluso, ideológicas para situar su poesía entre las más destacadas y hermosas de los últimos dos siglos.

H

ace ya algunos años que no escribo sobre Vallejo, aunque su obra fue materia de mi tesis de grado hace ya algunas décadas. Pero hoy, las circunstancias y casualidades no me permiten apartarme de su legado al cual llegué –como muchos– a través de Los Heraldos negros cuando era estudiante de secundaria. Ese poema fue el despertar de mi deseo por el estudio de las letras y, ya transcurridos los años, confirmo que mi elección es y sigue siendo un difícil camino

que transcurro con pasión y al que vuelvo cuando ya nada tiene sentido: solo el arte de la palabra. Podría en esta ocasión, recrear la temática de mi tesis que entonces denominé “El tema de la muerte en la obra poética de César Vallejo”, sin embargo, creo indispensable tomar este espacio como un homenaje al poeta y para acercarnos una vez más a su poesía tan vigente en estos momentos que el dolor de la desesperanza y la muerte parecen desplegar su manto oscuro sobre la humanidad:

Voy a hablar de la esperanza Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista, también lo sufriría. Si no fuese hombre ni ser vivo siquiera, también lo sufriría. Si no fuese católico, ateo ni mahometano, también lo sufriría. Hoy sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente. Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni carece de causa. ¿Qué sería su causa? ¿Dónde está aquello tan importante, que dejase de ser su causa? Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su causa. ¿A qué ha nacido este dolor, por sí mismo? Mi dolor es del viento del norte y del viento del sur, como esos huevos neutros que algunas aves raras ponen del viento. Si hubiera muerto mi novia, mi dolor sería igual. Si la vida fuese, en fin, de otro modo, mi dolor sería igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente. Miro el dolor del hambriento y veo que su hambre anda tan lejos de mi sufrimiento, que de quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de yerba al menos. Lo mismo el enamorado. ¡Qué sangre la suya más engendrada, para la mía sin fuente ni consumo! Yo creía hasta ahora que todas las cosas del universo eran, inevitablemente, padres o hijos. Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer y si lo pusiesen en la estancia oscura, no daría luz y si lo pusiesen en una estancia luminosa, no echaría sombra. Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente. (En: Poemas en prosa 1923-1929)


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Los nueve monstruos Y, desgraciadamente, el dolor crece en el mundo a cada rato, crece a treinta minutos por segundo, paso a paso, y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces y la condición del martirio, carnívora, voraz, es el dolor dos veces y la función de la yerba purísima, el dolor dos veces y el bien de ser, dolernos doblemente. Jamás, hombres humanos, hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera, en el vaso, en la carnicería, en la aritmética! Jamás tanto cariño doloroso, jamás tanta cerca arremetió lo lejos, jamás el fuego nunca jugó mejor su rol de frío muerto! Jamás, señor ministro de salud, fue la salud más mortal y la migraña extrajo tanta frente de la frente! Y el mueble tuvo en su cajón, dolor, el corazón, en su cajón, dolor, la lagartija, en su cajón, dolor. Crece la desdicha, hermanos hombres, más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece con la res de Rosseau, con nuestras barbas; crece el mal por razones que ignoramos y es una inundación con propios líquidos, con propio barro y propia nube sólida! Invierte el sufrimiento posiciones, da función en que el humor acuoso es vertical al pavimento, el ojo es visto y esta oreja oída, y esta oreja da nueve campanadas a la hora del rayo, y nueve carcajadas a la hora del trigo, y nueve sones hembras a la hora del llanto, y nueve cánticos a la hora del hambre y nueve truenos y nueve látigos, menos un grito. El dolor nos agarra, hermanos hombres, por detrás, de perfil, y nos aloca en los cinemas, nos clava en los gramófonos, nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente a nuestros boletos, a nuestras cartas; y es muy grave sufrir, puede uno orar... Pues de resultas del dolor, hay algunos que nacen, otros crecen, otros mueren, y otros que nacen y no mueren, otros que sin haber nacido, mueren, y otros que no nacen ni mueren (son los más). Y también de resultas del sufrimiento, estoy triste hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo, de ver al pan, crucificado, al nabo, ensangrentado, llorando, a la cebolla, al cereal, en general, harina, a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo, al vino, un ecce-homo, tan pálida a la nieve, al sol tan ardido¹! ¡Cómo, hermanos humanos, no deciros que ya no puedo y ya no puedo con tanto cajón, tanto minuto, tanta lagartija y tanta inversión, tanto lejos y tanta sed de sed! Señor Ministro de Salud: ¿qué hacer? ¡Ah! desgraciadamente, hombre humanos, hay, hermanos, muchísimo que hacer. (En: Poemas Humanos 1931-1937) En ambos, el dolor parece trascender y trascendernos, sin embargo, así como el día trasciende a la noche, la esperanza no parece abandonarnos. César Vallejo no ha muerto, su poesía lo demuestra.


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Gedeón el confiable

–V

ieras– me dijo Gedeón –que acabo de conocer un lugar muy bonito e interesante para ir uno a echarse un par de tragos, platicar sabroso y pasar un rato agradable. ¿No te gustaría conocerlo? Le pregunté por dónde quedaba y qué clase de establecimiento era. Me respondió que quedaba por ahí por el mercado central, que se trataba de una cafetería pero que a eso del mediodía de los sábados se ponía muy alegre, que uno podía tomar cerveza o pedir unos cuantos tragos y pasarla de lo mejor. –Pues si querés vamos este sábado que viene –le dije. Y se lo dije porque, efectivamente, yo no tenía nada que hacer ese sábado. – ¿Y ni sabés qué?– le propuse– ¿podemos llevar a Papaíto? ¿Vos creés que se sentiría bien estando él ahí?

Víctor Muñoz Escritor Premio Nacional de Literatura

que todas las demás, era de plástico, cortesía de alguna marca de cerveza, y las sillas también eran de plástico. Comencé a sentirme apenado por Papaíto, pero como al pobre también ya le falla un poco la vista, como que no advirtió la exagerada falta de elegancia, sino más bien se sentó, muy apacible él. Luego de que nos hubimos instalado, Gedeón se levantó y al poco rato venía con tres octavos de licor y varias gaseosas. La música sonaba fuerte y por momentos no permitía ningún tipo de plática, por lo que le sugerí que le dijera a los dueños que le bajaran un

–Pues claro que sí –me respondió, casi jubiloso.

–Mirá –me dijo–, yo digo que mejor nos vamos porque aquí se me hace que va a haber problemas.

La cosa era ver si Papaíto iba a estar de acuerdo con acompañarnos. Le propuse entonces que lo fuéramos a ver para proponerle que nos acompañara. Me dijo que estaba bien.

Y diciéndome eso estaba cuando se oyeron dos balazos. Consideré que la cosa en verdad se había puesto difícil, por lo que decidí entrar por Papaíto. Y tal cosa hice, pero los comensales salieron en estampida y uno de ellos me dio un empujón tan fuerte que me hizo caer de espaldas. Como pude me levanté y de nuevo intenté ingresar, pero tuve que esperar a que terminaran de salir todos los parroquianos. Cuando logré entrar, me encontré con el verdadero caos. La dueña gritaba, el de la pistola amenazaba con matar a todos, la niñita lloraba, probablemente lastimada por alguien cuando todos salieron corriendo.

Papaíto ya está bastante sordo, pero luego de hacerle el ofrecimiento casi a gritos, dijo que estaba de acuerdo, por lo que quedamos muy formalmente de pasar por él ese sábado, a eso de las once y media. –Ya vas a ver que lo vamos a pasar de lo mejor –me dijo Gedeón, lleno de entusiasmo y evidente alegría. Cuando llegó el sábado nos fuimos a la casa de Papaíto. Lo encontramos arreglado como si se tratara de ir a una fiesta. No dejé de sentirme un tanto incómodo porque yo iba con ropa bastante informal y ya no digamos Gedeón, que iba con unos pantalones remendados, de esos que últimamente están de moda, y una playera negra con una calavera dibujada en el pecho. La verdad es que conformábamos un trío bastante extraño, pero tratándose de un sábado y viendo cómo han cambiado últimamente los usos y costumbres, no le puse mucha atención al asunto y nos fuimos hacia el lugar que, según Gedeón, era la cosa más agradable del mundo. Cuando llegamos no dejé de sentirme un tanto incómodo, ya que efectivamente se trataba de una cafetería, pero con más tendencia a cantina. El piso lucía sucio, había moscas por todos lados y una muchachita como de unos cuatro años andaba por ahí toda chorreada y mocosa. Y solo fue que se apareciera Gedeón para que muchos de los comensales e incluso la dueña del negocio lo saludaron muy afectuosamente. Él repartió sonrisas y abrazos a diestra y siniestra y luego nos acomodamos como pudimos en una mesa que era la única que estaba desocupada. La mesa, al igual

campeonato de fútbol. Poco a poco las palabras fueron subiendo de tono, al extremo de que la dueña del negocio se apareció para ver qué era lo que estaba ocurriendo. Le explicaron que no estaba pasando nada, que sólo estaban discutiendo sobre cosas de fútbol. La buena señora, quien me imagino que en aras de que la cosa no fuera a violentarse, le fue a aumentar el volumen a la música, por lo que, si antes era casi imposible llevar una conversación, ahora fue absolutamente imposible. Y sin embargo los señores de la discusión continuaron con sus gritos, hasta que uno de ellos sacó una pistola y amenazó al otro con aventarle un par de balazos. Cuando Gedeón miró la pistola se asustó mucho y sin decir nada se levantó y se fue corriendo. Yo, en el ánimo de que no nos dejara solos ahí con Papaíto, salí a la calle para ver si lo encontraba. Y efectivamente, ahí estaba, pero se le notaba totalmente aterrorizado.

poco el volumen, pero me respondió que ahí así era la cosa y que además era sólo de acostumbrarse y al poco rato ya ni le haríamos caso a nada. De forma muy ceremoniosa abrió el primer octavo y lo repartió entre tres vasos; acto seguido colocó dentro de los vasos algunos hielos y agregó la soda. –Sírvanse –nos dijo, mientras nos echaba una sonrisa de pura satisfacción y felicidad. La cosa es que yo no me sentía cómodo. En primer lugar, no me gustaba el ambiente, no podía soportar las risotadas de los vecinos de una de las mesas; además, la estridencia de la música me molestaba, por lo que pensé que lo mejor sería tomarnos los tragos, pagar el consumo e irnos para nuestras casas. –¿Qué te parece? –me preguntó, lleno de inocente alegría. Le respondí que bien, que me parecía que todo estaba bien. Y se lo tuve que decir a gritos porque de otra forma no me había podido escuchar. Y en esas estábamos cuando los vecinos de la mesa comenzaron a discutir sobre algún asunto del

–Y a usted también le voy a meter un su par de plomazos –me gritó el hombre. Le tuve que explicar que yo no estaba discutiendo nada, que mi preocupación era sacar a Papaíto de ahí inmediatamente. Acto seguido fui hacia donde él estaba. Para mi sorpresa se hallaba muy calmado, como si allí no estuviera pasando nada. Lo tomé del brazo y le dije que ya nos íbamos. –¿Tan pronto? –me preguntó. Le dije que sí, que ya iban a cerrar el local y que podríamos regresar mañana, pero no quiso escucharme sino más bien se puso a tomarse su trago. Salí a la calle para que Gedeón me ayudara a sacarlo de ahí, pero ya no estaba, por lo que regresé y lo tuve que sacar casi a rastras. Es que de pronto se escuchó una sirena que yo supuse era de alguna radiopatrulla. En el forcejeo Papaíto dejó tirado su sombrero. Pensé en regresar por él, pero justo en ese momento llegaron los policías, cosa que lo asustó mucho. Tuvimos que salir corriendo. Como por ahí cerca queda la Catedral, hacia ahí me llevé a Papaíto, a darle gracias a Dios porque no nos pasó nada. Todo por llevarme de las ideas del idiota del Gedeón.


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La condición moral de la política

S

Harold Soberanis Académico universitario

egún Aristóteles, el gran filósofo griego, todos los seres humanos somos, por naturaleza, políticos. Esto significa, en términos de este pensador, que somos seres sociales, es decir, que somos sujetos cuya esencia nos exige vivir en sociedad puesto que solo así nos realizamos como tales. Dicho en otros términos: vivimos en sociedad porque esa es nuestra naturaleza, nuestra esencia. Si somos seres humanos, necesitamos y debemos vivir con nuestros semejantes, formando comunidades cuyo fin sería posibilitar la realización de cada uno de sus miembros y del grupo como tal. Además, es una manera de responder a otra característica esencial nuestra: la racionalidad. Según afirma Aristóteles, solo los dioses y las bestias se bastan a sí mismas, por eso no forman sociedades. El ser humano, en cambio, necesita de los otros para vivir plenamente. Por eso creó el Estado político, estableciendo relaciones con los demás y compartiendo con ellos fines e intereses. De esto se infiere que la sociedad, el Estado político, es algo natural y no artificial como afirman otros. Ahora bien, del hecho de que por naturaleza tendamos a vivir en sociedad, no se infiere que tales sociedades basen su existencia en la pura espontaneidad. De ser así bastaría con dejarnos llevar por nuestro instinto natural, individual, para que las distintas sociedades pervivieran a través del tiempo. Este es el caso de los animales, por ejemplo, a quienes les basta con pertenecer al grupo y hacer lo que los demás hacen. Las sociedades humanas no son tan simples, por eso son diferentes a los grupos que forman

los animales. En efecto, hay una diferencia esencial entre una sociedad humana y una animal: en sentido estricto, solamente los seres humanos formamos sociedades o comunidades. Lo anterior significa que, si bien los seres humanos somos seres políticos por naturaleza, eso no significa que no debamos cultivar la vida en sociedad. Por el contrario, debemos ejercitar constantemente la convivencia con los demás, de tal suerte que vivir en sociedad se convierta en un arte: el de vivir armoniosamente con otros seres humanos, formando comunidades dignas que contribuyan al mejoramiento de cada uno de sus miembros a fin de alcanzar su realización personal y la del grupo al que se pertenece. Es precisamente desde esta perspectiva donde se revela la importancia de la esfera moral en permanente articulación con lo político. En efecto, la moral vendría a ser el fundamento del ejercicio político a la vez que orientaría la acción del ciudadano. Si vivir en sociedad es la respuesta natural a nuestra esencia, el Estado político como tal no se sostendría, no alcanzaría sus fines si no tuviese como fundamento la moral y, por lo tanto, no habría ninguna diferencia entre los grupos que forman los animales y las sociedades humanas. Uno de estos fines es, a nuestro juicio, el de establecer las condiciones mínimas, materiales, económicas y culturales, que permitan una vida digna a cada uno de los miembros de la sociedad. El concepto de dignidad implica ya una valoración moral, lo que revela la diferencia radical entre

una sociedad humana y un grupo animal. Precisamente, el reconocer que somos seres dignos, es ya la aceptación de un principio moral sobre el que debería descansar cualquier consideración política. Por eso pensamos que lo que se practica en Guatemala no es política, sino politiquería, puesto que lo último que los partidos “políticos” y sus miembros pretenden al querer alcanzar el poder, es que cada persona que conforma la sociedad encuentre las condiciones que le permitan realizarse dignamente como un ser humano. Claro que no es este el único fin de la política, pero sí es, a nuestro juicio, el imperativo principal sin el cual lo demás es inútil. Tampoco afirmamos que la tarea primordial del político sea la reforma moral de la sociedad. Eso suena a moralina y nuestra historia está llena de ejemplos de dictadores, disfrazados de políticos, que pretendieron moralizar a una sociedad que humillaban desde el poder autoritario que detentaban. Recientemente falleció un oscuro personaje que ejemplifica perfectamente esto que decimos. Como seres racionales que somos, estamos teleológicamente configurados no solo para desplegar, en armonía con los otros, nuestro ser social sino también nuestro ser moral. De hecho, ambos van unidos de tal suerte que no podríamos realizar nuestro ser social olvidando la esfera moral. Eso sería contradictorio, es decir, irracional. De lo anterior se desprende, siguiendo al Peripatético, que hablar del hombre como un ser social, es también pensarlo como un ser moral, un ser que sigue normas, leyes, principios etc., que lo llevan a alcanzar el bien.


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Carta de Salvador Dalí A Federico García Lorca

La relación entre estos dos genios se dio, con altibajos, entre 1923 y 1936, y dio pie, colaboraciones artísticas aparte, a un intenso epistolario. De las cartas del pintor al poeta aún han sobrevivido una cuarentena; de las de Lorca a Dalí, apenas siete.

S

egún el periodista Víctor Fernández, la correspondencia, pespunteada de dibujitos de uno y otro y de postales retocadas, “es

un juego de seducción: Lorca da lo mejor de sí mismo, tratando de encandilar con su palabra a un Dalí que quiere estar a la altura intelectual del poeta. Uno intenta atrapar al artista en su tela de araña; el otro deja hacer hasta cierto punto”. El pintor surrealista se sabe atractivo a los ojos del poeta y juega varias veces con las referencias sexuales. Fernández defiende que Dalí tuvo una época lorquiana que dio frutos en doble sentido. En Lorca: una Oda a Salvador

Dalí, publicada en la Revista de Occidente (y en apéndice en el libro): “Lorca no hizo nada así por nadie más”; Dalí, por su parte, habría reflejado al granadino en las pinturas La academia neocubista y en La miel es más dulce que la sangre, este último un cuadro en paradero desconocido, pero del que el libro recoge un esbozo. Como obra en común quedará la pieza teatral Mariana Pineda, con figurines del pintor. Información extraída del diario español El País.

Cadaqués, septiembre, 1926 Querido Federico: Te escribo lleno de una gran serenidad y de tu santa calma; veras: ya hace un poco de mal tiempo en este bendito septiembre, llueve, hace viento, ancla un barco en el puerto; eso hace sentir más el interior, y los ruidos suaves de los trabajos suaves y quietos en los interiores... Mi hermana cose ropa blanca a mi lado cerca de la ventana, en la cocina se hacen confituras y se habla de poner uvas a secar; yo he pintado toda la tarde, 7 olas duras y frías como son las del mar... mañana pintaré 7 más; estoy tranquilo porque las he pintado bien, además cada vez el mar se parece más al que yo pinto. Resulta también que San Sebastián es el patrón de Cadaqués, ¿te acuerdas de la ermita de San Sebastián en la montaña de Peni? Pues bien, hay una historia que me ha contado la Lidia, una historia de San Sebastián que prueba lo atado que está a la columna, y la seguridad de lo intacto de su espalda. ¿No habías pensado en ello sin herir del culo de San Sebastián? Pero dejo eso y voy a contestarte tu carta de situaciones, como ¡viejos! amigos que ya somos.

Tú no harás oposiciones a nada, convence a tu padre que te deje vivir tranquilamente sin esas preocupaciones de aseguramientos de porvenir, trabajo, esfuerzo personal y demás cosas... publica tus libros, eso te puede dar fama... América, etc., con un nombre real y no legendario como ahora, todo Dios te estrenará lo que hagas, etc., etc. ...Yo sueño en irme a Bruselas para copiar a los holandeses en el museo; mi padre está contento del proyecto... ¿Venir a Granada? No te quiero engañar, no puedo; por Navidad pienso hacer mi exposición en Barcelona, que será algo gordo; hijo, tengo que trabajar esos meses como ahora, todo el santo día sin pensar en nada más. ¡Tú no puedes darte cuenta de cómo me he entregado a mis cuadros, con qué cariño pinto mis ventanas abiertas al mar con rocas, mis cestas de pan, mis niñas cosiendo, mis peces, mis, cielos como esculturas! Adiós, te quiero mucho, algún día volveremos a vemos, ¡qué bien lo pasaremos! Escribe. Adiós, adiós. Me voy a mis cuadros de mi corazón. Salvador Dalí.


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Minotauro y yegua muerta frente a una gruta y niña con velo Pablo Picasso (1881 – 1973)

L

a obra de Picasso a menudo refleja su vida privada. Tras el abandono de su esposa Olga y el descubrimiento del embarazo de su amante pasó casi nueve meses escribiendo poesía surrealista. En marzo de 1936, se marchó a Juan-LesPins, en la Riviera francesa, donde pintó escenas fantásticas protagonizadas por el Minotauro. Para Picasso éste era un símbolo de la naturaleza dual del hombre; aquí, representa la lujuria y la brutalidad. La bondad de sus ojos y su sonrisa contrastan con el caballo al que ha dado muerte con sus propias manos y con el terror de la niña, oculta tras un velo. Afectado por los graves acontecimientos que tenían lugar en España, que culminarían en la Guerra Civil, esta obra era una alegoría privada para el artista.

Hasta Pronto Oseas David Patzán A Esteban I Angustioso lecho mortal y natural nos empujó a las horas finales de la última despedida. Todo acabó como empezó, tendido fetalmente en el seno de la tierra. El final llegó, por fin se apagó la herida incurable de la ancianidad. II Brazos cálidos fueron mi cuna, tus palabras soportes empíricos de la vida, sabiduría silenciosa, activa e impasible descansará eternamente en el cielo y en el triste corazón de tu pupilo vivo permanecerás. III Tus palabras resuenan en mi llanto, tus tiernos ojos permanecen en mi corazón, mi mente aún vive de tu recuerdo. Perdóname no dejarte marchar, lamento no dejarte descansar. IV El crepúsculo nos anunciaba tu noche, Venus apareció en el cielo, las lágrimas rodaron al suelo, y con la palma levantada y una sonrisa en la boca te fuiste. Hasta pronto.


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Las libreras Miguel Flores castellanos Doctor en Artes y Letras

En el mundo literario se han dado dos acontecimientos que hay que tener en mente porque estos dos hechos son relevantes para el mundo literario y académico, y muchas veces quedan en el olvido.

E

Philippe Hunziker y Marilyn Pennington.

Ana María Cofiño, fotografía de Claudio Vás quez Bianchi. Sitio web www.uxibal.com

l primero, es la aparición en mayo de 1987, en los últimos años de guerra que vivió el país, de la librería Del Pensativo. Al frente de ésta, Ana María Cofiño, quien mostró por primera vez los libros fuera de las bolsas plásticas y los mostraba en mesas, en aquel local frente a la Calle del Arco. Por primera vez no se tenía a una escolta detrás viendo que las personas no se llevarán el libro sin pagar. El nacimiento de esta librería tuvo mucho que ver en la activación de La Antigua como una ciudad con vocación cultural. El viaje a la ciudad colonial tenía como atractivos una exposición en la galería Imaginaria, o una conferencia en CIRMA, para luego pasar a la librería. Su catálogo mostraba libros de Ciencias Sociales, que por mucho tiempo fueron proscritos. De igual forma, la librería Del Pensativo fue una de las primeras en traer literatura sobre género y sexualidad con una visión de diversidad. Ahí había libros guatemaltecos, mexicanos, centroamericanos y españoles. Además, fue la primera que trajo los libros de Teoría de Género. Era un lugar del intercambio de ideas, donde se recibía la recomendación de Ana. Con dolor el mundo cultural se enteró del incendio y que la librería no abriría, que se daba por terminada una época. De todas las ideas planteadas por este inolvidable espacio, sobrevivió la labor editorial que había iniciado antes, Ediciones del Pensativo, tiene como objetivo interesar a las nuevas generaciones en el conocimiento sobre la realidad guatemalteca, para entenderla y transformarla. La nueva propuesta de Ana Cofiño es Casa Pensativa, una casa colonial ubicada en La Antigua, como dice su sitio web, “El corazón de Casa Pensativa lo constituye un equipo multidisciplinario que desarrolla trabajo de edición y publicación de libros, así como actividades culturales dentro y fuera de sus instalaciones”. Uno de sus objetivos es contribuir a construir una red viva de proyectos culturales y educativos al

Interior librería Sophos.

servicio de la juventud. En la ciudad de Guatemala, en diciembre de 1998, después de la firma de los Acuerdos de Paz, Marilyn Pennington funda la Librería Sophos, y en el transcurrir de estos veinte años se une su hijo, Philippe Hunziker. Su comienzo en un local cuyas ventanas daban a la Avenida La Reforma, también dejaba los libros sobre grandes mesas y sin cubierta de plástico. Contra toda predicción de que en Guatemala no se leía, se embarcó en una aventura en que ella solo era la más fiel creyente. Después de dos décadas sigue dando sorpresas. Como ella misma lo afirma, el catálogo de la librería lo hicieron los lectores, que pedían libros de áreas específicas. Hoy la librería contiene libros de casi todas las disciplinas, gracias a que innovó en varios aspectos en la capital, los horarios cierran a las diez de la noche y la apertura el fin de semana, así como traer un libro en específico en un tiempo relativamente corto. Muchos académicos pudieron tener acceso a fuentes recientes y a conocer autores que por primera vez aparecían en Guatemala. Luego introdujo un café y más tarde un bistró. Otro aspecto novedoso, gracias a las nuevas tecnologías, es la reimpresión de libros con la autorización de las respectivas editoriales, con esto ahorró costos de transporte y lo que repercutió en el precio del libro. Debido a su crecimiento se instaló en Plaza Fontabella, donde creció aún más y amplió sus actividades paralelas. Incrementó también su circulación de público. Es común ver familias, revisando y comprando libros, o comentándolos con un café. Se creó un sitio de encuentro como

Antigua imagen de la librería El Pensativo en La Antigua Guatemala. (Foto tomada de sitio web. www.delpensativo.com

el que se había perdido en La Antigua. Las librerías son agentes culturales del campo literario. Sus acciones repercuten tanto en los lectores como en la literatura local al crearse la presencia de obras procedentes de diferentes países. Los lectores se vuelven más exigentes, lo que de una forma u otra influye en los escritores locales. Falta mucho por estudiar estos aspectos, ya que no existen investigaciones sobre que leen los guatemaltecos, los cuales podrían ser guías importantes para el futuro de las librerías. Lo que es de admirar es la tenacidad y valor de dos seres como Ana Cofiño y Marilyn Pennington. Estas dos libreras han dado mucho a los intelectuales guatemaltecos en forma silenciosa y tras bambalinas. Admiración y respeto a ambas.


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