Cultural 01-12-2017

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Kazou Ishiguro Un Nobel de pelĂ­cula

Guatemala, 1 de diciembre de 2017

suplemento semanal de la hora, idea original de Rosauro CarmĂ­n Q.


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PRESENTACIÓN Kazou Ishiguro Un Nobel de película

N

os congratula presentar a los lectores de nuestro S u p l e m e n t o Cultural, el trabajo elaborado por José Manuel Monterroso, centrado en la personalidad y la obra del reconocido escritor nipo-británico, Kazou Ishiguro. No podemos hacer menos desde este espacio, tratándose de un literato al que la Academia Sueca ha proclamado como el nuevo ganador del premio Nobel de Literatura 2017. En su trabajo, Monterroso ofrece algunas claves interpretativas del escritor, la fuerza emotiva de sus relatos, y el descubrimiento del contenido de su creación literaria. Por lo demás, nos referimos al Nobel de película, en virtud de que sus novelas han sido llevadas a la gran pantalla (tres de ellas), así como la creación de un guion escrito para el musical “The Saddest Music in the World”. Para Monterroso, “las novelas de Ishiguro se caracterizan por el uso del narrador protagonista, el cual, con frecuencia, resulta ser un ser fracasado y lleno de imperfecciones. Por otra parte, el relato novelístico está ambientado en el pasado, el cual hace referencia a épocas y situaciones históricas de su tierra natal, posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En este sentido, sus novelas se transforman en una especie de metáfora histórica en la que los personajes, de una forma o de otra, se convierten en el doble de los protagonistas de la historia del mundo”. La edición presenta, además, textos de interés de la vena creativa y crítica de los escritores, Jorge Carro, Carlos René García Escobar y Maco Luna. Estamos seguros que el Suplemento cumplirá con sus expectativas y le ayudará a reflexionar sobre temas de la cultura por los cuales usted siente tanta pasión como nosotros desde el Diario La Hora. Hasta la próxima.

es una publicación de:

ROBERTO ALTáN FREDY PADILLA NESTOR CARDONA rENZO aLTáN JESúS rIOS

Un Nobel a la fuerza emocional de la obra literaria José Manuel Monterroso Académico

Tal parece que la Academia Sueca no cesa en su afán de sorprender al mundo de las letras, ya que este año le ha otorgado el Premio Nobel de Literatura a un escritor que, al menos en varios países latinoamericanos, no es tan conocido, salvo por la vinculación que ha tenido con el “séptimo arte” −nombre este que se le da al cine gracias al trabajo de Riccioto Canudo−.

P

ara confirmar lo anterior, hago referencia a lo sorpresivo que han resultado las últimas entregas del Nobel en el campo literario. En el 2015, el premio fue otorgado a una persona que, sobre todo, ha incursionado en el periodismo. Me refiero a la bielorrusa Svetlana Alexiévich. En el 2016, se entregó el premio a alguien cuyo impacto en el mundo del arte lo ha llevado a cabo, sobre todo, a través de la música: el cantante y poeta estadounidense Robert Allen Zimmerman, más conocido como Bob Dylan. En este año, lo sorpresivo de la entrega radica en el hecho de que Kazou Ishiguro no estuviera en la lista de los favoritos; para muchos, es un escritor poco conocido en varios países del orbe, especialmente los de habla hispana en América. Con todo, quienes sin lugar a duda más han hecho contacto (aunque de manera indirecta) con la obra ishiguriana son los amantes del cine, gracias a que dos de las obras de este escritor fueron llevadas a la gran pantalla y presentadas con los sendos títulos de Lo que queda del día y Nunca me abandones. Ya sea por el poco favoritismo previo de quienes han recibido el Nobel o porque sus creaciones escapan a lo puramente literario, la sorpresivo de la selección es un hecho innegable. Dicho lo anterior, quiero llamar la atención de las personas interesadas en esta temática sobre algunos aspectos de este recién premio Nobel de Literatura, cuya entrega está programada para el 10 de diciembre próximo, día en que se conmemora la muerte de Alfredo Nobel. El autor y su obra Kazuo Ishiguro nació en Nagasaki, Japón, un 8 de noviembre de 1954. Cuando tenía apenas cinco años se trasladó con su familia a Londres y después al condado de Surrey, lugar en el que su padre trabajó como oceanógrafo en el National Institute of Oceanography. Algunos de sus biógrafos indican que Ishiguro, durante el año de 1973, al terminar la escuela secundaria migró

He escrito sobre lo fácil que resulta desperdiciar la vida. (Kazou Ishiguro)

hacia Estados Unidos, país que recorrió con su guitarra al hombro y una mochila. En 1978, Ishiguro se graduó en la Universidad de Kent. Posteriormente hizo un posgrado sobre Literatura Creativa en la Universidad de East Anglia. Fue acá donde se considera que recibió la influencia más marcada en sus obras, la del novelista Malcolm Bradbury quien, dicho sea de paso, fue el fundador y catedrático más notable en el programa de estudios doctorales realizado por Ishiguro. Su tesis doctoral, titulada Pálida luz en las colinas (A Pale View of Hills), se publicó en 1982 y fue muy bien recibida por la crítica, a tal punto que se convirtió muy pronto en su primera novela. Su segunda novela, Un artista del mundo flotante (An Artist of the Floating World), la cual vio la luz en 1986, se desarrolla nuevamente en Japón entre los años 1948 y 1950. Narra la vida de un anciano que rememora su vida de artista tratando de entender la realidad que se le presenta cada vez más ajena. Cabe destacar que la temática de sus novelas gira en torno al nazismo y al

Japón, su país de origen, antes y después de la Segunda Guerra Mundial. Las novelas de Ishiguro se caracterizan por el uso del narrador protagonista, el cual, con frecuencia, resulta ser un ser fracasado y lleno de imperfecciones. Por otra parte, el relato novelístico está ambientado en el pasado, el cual hace referencia a épocas y situaciones históricas de su tierra natal, posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En este sentido, sus novelas se transforman en una especie de metáfora histórica en la que los personajes, de una forma o de otra, se convierten en el doble de los protagonistas de la historia del mundo. Un claro ejemplo de esto se da en su tercer novela, Lo que queda del día (1989), en cuya trama se presenta a un mayordomo


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de nombre Stevens, hijo de mayordomo, al servicio de una casa aristocrática inglesa – Darlington Hall– de la antesala a la Segunda Guerra Mundial, cuyo dueño, amo y señor –Lord Darlington− era un notable miembro de la alta dirigencia inglesa, seducido por el fascismo y que terminó como conspirador para conseguir la alianza entre Inglaterra y Alemania. La creación literaria de Ishiguro ha seguido su curso con la publicación de Los inconsolables, Cuando fuimos huérfanos, Nunca me abandones, El gigante enterrado y una colección de relatos cortos titulada Nocturnos. Lo que queda del día Considerada por muchos la obra que en el entramado de la literatura mundial catapultó a la fama a Kazuo Ishiguro, esta novela presenta una trama y una narración igualmente simples, aunque no así la temática, ya que el lector va descubriendo nuevos y diversos tópicos incrustados en el paisaje narrativo por el que el autor, deliberadamente, lo va conduciendo. Para algunos, el tema que domina en la novela es la contención. La clave de esta temática está dada en la narración que en primera persona hace el personaje principal, Stevens, de su propia vida dedicada a la mayordomía. Gracias al permiso que míster John Farraday, el nuevo dueño de Darlington Hall, la residencia en la que ha transcurrido la casi monacal vida del protagonista, este se toma unos días para viajar. La motivación más profunda de Stevens para realizar el viaje no parece ser su bienestar y descanso, sino el buen mantenimiento de la aristocrática residencia, ya que después de la muerte del antiguo dueño, Lord Darlington, la servidumbre se ha visto reducida a cuatro personas. El lector viaja expectante, más que por la campiña inglesa, por la vida misma del incondicional mayordomo, gracias a la perfecta y sutil disección que de él lleva a cabo el audaz Ishiguro. Desde el primer momento, el nobel de literatura demuestra su gran habilidad narrativa ya que atrapa al lector y lo conduce por sugestivos lugares y

momentos. Cada vez parece más probable que haga una excursión que desde hace unos días me ronda por la cabeza. La haré yo solo, en el cómodo Ford de míster Farraday. Según la he planeado, me permitirá llegar hasta el oeste del país a través de los más bellos paisajes de Inglaterra y seguramente me mantendrá alejado de Darlington Hall durante al menos cinco o seis días. Con todo –y volviendo al asunto del tema principal de la obra– gracias al desvelamiento que de sí mismo hace el personaje principal, la contención, único tema a tratar en esta oportunidad, puede ser entendida de dos maneras. En primer lugar, la contención es represión de las emociones. La escogencia que Ishiguro hace del personaje principal es deliberada. El mayordomo inglés es un estereotipo de una persona mutilada en lo más profundo de su ser, que hace de su profesión algo que lo reprime y lo convierte en una especie de androide completamente deshumanizado. Lo primero que reprime el mayordomo Stevens es el amor. Sabe de la existencia de un amor entre él y miss Kenton, pero se niega a reconocerlo y a expresarlo abiertamente.

Por otra parte, se presenta como un hombre educado y de finos modales que hace gala de un trabajo realizado con tal precisión y pulcritud que lo conduce al servilismo ciego e incondicional en grado extremo. Es, por decirlo de algún modo, un ser que se niega y reprime a sí mismo, convirtiéndose en esclavo del perfeccionismo. En este sentido, basta con mencionar el momento en que este personaje abandona a su padre, que está a punto de morir, por dedicarse a servir a su señor y a los que estaban en Darlington Hall como invitados. En sus propias palabras, esta situación se expresa así: A pesar de que no era conveniente que dejase a mi padre en tal estado, mis obligaciones me esperaban. Y más adelante el diálogo a este respecto entre miss Kenton (el ama de llaves de la casa) y míster Stevens es más clarificador: Lo lamento mucho, míster Stevens. Su padre falleció hará aproximadamente unos cuatro minutos. […] No me juzgue mal si no subo a ver a mi padre en el estado en que se encuentra, se lo ruego. Estoy seguro de que a él le gustaría que siguiera con mi trabajo. Si obrara de otro modo, creo que le decepcionaría. Me volví con la botella de

oporto aún en mi bandeja y entré de nuevo en la sala de fumar. En segundo lugar, la contención es vista como la búsqueda constante de armonía interior por parte del mismo personaje. Ante un mundo sumido en el caos y lleno de contradicciones, el mayordomo aparenta una serenidad que los expertos la conciben como “un valor estético” muy cercano a la idiosincrasia japonesa. Sirva como ejemplo la confesión que Stevens hace acerca de la atención que le brindó a un invitado pocos minutos después de la muerte de su padre y la comparación que de sí mismo hace con su mismo padre y con un mayordomo, para él ejemplar, de apellido Marshall. Aun así, si piensan por un momento en las tensiones a que me vi sometido aquella noche, quizá no les parezca que me vanaglorio en exceso si me atrevo a sugerir que posiblemente demostré poseer, en todos los aspectos, algo de aquella “dignidad” que caracterizó a profesionales como míster Marshall y, porqué no decirlo, mi padre. ¿Por qué habría de negarlo? A pesar de los tristes recuerdos que en mí evoca aquella noche, siempre que me viene a la memoria va acompañada de una gran sensación de triunfo. A partir de los textos anteriores se puede colegir con facilidad que el protagonista − Stevens, el mayordomo− quiere actuar como lo hace una clase distinta a la que él pertenece pero de la cual depende su supervivencia. Se niega a sí mismo con tal de permanecer en sintonía con su señor. Hace caso omiso de los errores de su amo para liberarse de toda culpa o cargo de conciencia. Contrapuesto a esto, y para completar el mosaico de las actitudes y actuaciones propias del ser humano, Ishiguro presenta la figura del ama de llaves que tiene el coraje de huir, rompiendo esquemas y condicionamientos, para buscar la felicidad. Al final, miss Kenton (ahora mistress Benn) gracias al don de la maternidad, es presentada como una mujer plenamente feliz, ya que pronto será abuela, con lo cual queda demostrado que la esencia del ser humano es la lucha por una vida en libertad por todo “lo que queda del día”.


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INFIERNO CIELO Y TIERRA EN EL IMAGINARIO NAVIDEÑO GUATEMALTECO Carlos René García Escobar Antropólogo y Escritor

Desde hace varios años, unos cuarenta, más o menos, dadas las inveteradas costumbres de los guatemaltecos de extracción popular, los estudiosos académicos propusieron que la etapa navideña del año ocurre siempre desde el día de la quema de los Fogarones, el 7 de diciembre, para amanecer el 8, Día de la Inmaculada Concepción de María.

L

uego el 12, Día de la Virgen de Guadalupe, transcurriendo durante las posadas, la elaboración de nacimientos de los que José Milla habló con tanta pasión en sus Cuadros de Costumbres, la Nochebuena (conocida en la actualidad más fuertemente como Navidad por la fuerza del consumismo comercial, el cual, preparándose para vender masivamente su producción capitalista navideña comienza desde octubre cuando ya han finalizado las actividades escolares). Las fiestas de Año Nuevo, el Día de Reyes, los robos simulados de imágenes del Niño Dios (extraídos subrepticiamente de los nacimientos) entre familiares y amigos para después devolverlos con rezos de novena, el Señor de Esquipulas, hasta culminar el día de Nuestra Señora de Candelaria o de la Purificación de María el 2 de febrero, cuando ya los nacimientos deberán haber desaparecido de los hogares. Además, se descubrió que esta etapa de fin de año se distingue por la abundancia en despedidas de año con sus libaciones de licor y sus derivados o similares. Estas famosas libaciones suelen comenzar la noche de los Fogarones el 7 de diciembre y extenderse los siguientes días. Hay quienes las intensifi-

can en los días de Nochebuena y Año Nuevo, prosiguiendo las libaciones hasta el Día de Reyes (6 de enero), etapa en la que se vuelve a la rutina del trabajo y, aún hay quienes, los sobrevivientes, culminan el Día de Candelaria, pero ya hospitalizados o recluidos en centros de atención antialcohólica, si no en la cárcel o en el cementerio. El ingenio chapín las ha metaforizado como carrera Concepción-Reyes o GuadalupeReyes en alusión a los nombres geográficos de las etapas de la carrera anual del ciclismo nacional. En el orden más tradicional del asunto, se presentan en esta etapa del año, como en otras, una rica proliferación de ritos, ceremonias, costumbres y tradiciones, tan extremadamente arraigadas, que se han vuelto imprescindibles para la gran mayoría de guatemaltecos. En estas actividades de orden religioso cristiano católico de raíces históricas que se hunden en lo profundo de las épocas prehispánicas y coloniales, hemos notado personalmente que las concepciones cosmogónicas de los guatemaltecos se funden entre las creencias sobre la existencia de mundos subterráneos, así como de la naturaleza terrestre y especialmente de los fenómenos celestes. Es decir, lo que denomino infierno, cielo y tierra (título de un libro que publiqué en 2006), aludiendo a ciertas prácticas rituales concernientes a esta época navideña y que se reflejan en varias prácticas danzarías tradicionales en nuestro país. Estas prácticas danzarías han venido ocurriendo desde tempranas épocas coloniales. Ya el abate inglés Thomas Gage las menciona por haberlas visto entre 1625 y 1635, refiriéndose a danzas que se presentaban ante los nacimientos de las iglesias con ángeles y pastores como personajes. (Luján: 1981,61). Con el tiempo en 1839, Stephens vio una procesión de la Inmaculada Concepción acompañada de personajes de diablos y de otros con aspectos de africanos chocándose palos entre sí y sonando pitos de caña. (Luján: 1981,62). Es Ramón A. Salazar en 1896, (Salazar: 1957,46) quien mejor describe cómo vio las fiestas navideñas en lo que se refiere a la de Concepción recordando: “Pero había más; en los buenos tiempos salían por ese mes, por las calles, cabalgatas de moros y cristianos del tiempo de las Cruzadas y de Saladino el Magnífico.” De ahí que es lógico que en muchas poblaciones guatemaltecas existan danzas de moros y cristianos dedicadas a la Virgen de Concepción. Es el caso por ejemplo de El Baile de Celin Rogel de la aldea Las Trojes, Amatitlán, Guatemala, del Baile de Toritos –nada que ver con moros y cristianos– de la aldea Lo de Bran, Mixco, Guatemala, el de Los Animalitos en Baja Verapaz o en la Costa Sur y, el de moros y

cristianos El Español, también de la aldea Lo de Bran, Mixco y en lugares como Chimaltenango y Baja Verapaz, siempre y cuando el motivo de culto sea el de la Virgen de Concepción. Con lo anterior quiero decir que en la mayoría de poblaciones guatemaltecas que celebran la fiesta de Concepción y que con esa advocación se fundaron, se practican danzas tradicionales y convites alusivos, relacionadas con los bailes de moros y cristianos y de otras denominaciones que con ese motivo se formaron. Es por eso que etnológicamente he afirmado que en el amplio espectro mitológico guatemalteco podemos hablar de ritos y ceremonias que se ejecutan mediante las ancestrales formas de concebir imaginariamente aquello que en lenguaje cristiano se refiere al infierno, a la tierra y al cielo. Es decir, al mundo de las cavernas, de la naturaleza y del espacio atmosférico de la tierra, conocido como cielo. Para estas instancias, mediante la tradición popular se ha creado toda una fenomenología del arte popular guatemalteco que concierne a las artesanías específicas para la época. Danzas y teatro popular (bailes y loas). Música especial como los villancicos navideños y toda una oralidad que cuenta historias, cuentos, sucesos, ya sea en narrativa o en poesía lírica o épica, todo ello con el motivo navideño de origen bíblico que consiste en celebrar el Nacimiento de Jesucristo. Luján Muñoz, Luis. (1981) Tradiciones Navideñas de Guatemala. Cuadernos de la Tradición Guatemalteca, No. 1. ESSO.199 pp. Salazar, Ramón A. (1957) Tiempo Viejo. Recuerdos de mi juventud. Vol. 14, 2ª. Ed. EMEP. 186 pp. Stephens, John L. (1939) Incidentes de Viaje en Centroamérica, Chiapas y Yucatán. Tomo I. Quezaltenango, Tipografía El Noticiero Evangélico.


El Velorio Dos veces al año las tradiciones lo traían de regreso. Todos sabían con seguridad que Thelmo Bocanegra vendría justo en las fiestas de diciembre, y apostaban a que tampoco fallaría para la Semana Santa. Los más agradecidos con su llegada eran los borrachos del lugar, ya que con la ayuda de los años y el guaro se había estrechado la alianza entre ellos y Thelmo. Él los consideraba sus buenos amigos, y ellos, amparados en esa amistad, aprovechaban su estadía para agarrar furia durante los días o las semanas que durara la visita. Chepe Chupe era uno de los borrachines. No se soltaba del brazo de Thelmo ni del cuello de la botella.

E

l recién llegado era una bendición. Invitaba a todo y a todos. La gente respondía a esa esplendidez con reverencias cariñosas donde se cruzara con él. Ya fuera en la tienda, en la cantina o en la calle, la amabilidad era la reina de la comunicación. Buenos días, doña Licha. Buenos los tenga usted, Thelmito. Salúdeme a su mamá. Ah, y de paso, encárguele 10 tamales especiales para Nochebuena. Con mucho gusto, doñita. La vida era una sonrisa pletórica de buenos deseos para esas fiestas en aquel vecindario. Ese día, para no variar, Thelmo amaneció con resaca y antojo de comer tamal. Mandó a traer cerveza y se sentó a degustar el bocadillo patrio (masa de maíz con recado de tomate y tropiezos de carne; todo cocido y envuelto en hoja de plátano). Los zumos del alcohol y la añoranza por la degustación guatemalteca no le permitían medir la realidad. Casi sin masticar engullía y fue así como se atragantó con un hueso de pollo. El rostro de Thelmo se tornó violáceo y sus ojos reflejaban la desesperación por la agonía: asfixia. Los demás comensales no sabían qué hacer, unos optaron por el masaje, otros por los golpes en el pecho, los terceros le alzaron los brazos, pero nadie pudo hacer nada, su aturdido corazón estaba condenado para siempre. Las sirenas de las ambulancias anunciaban que llevaban prisa, rodaban veloces con la seguridad de que llegarían tarde. El trepidar de las llantas fue inútil. Los bomberos dieron el parte: Thelmo Bocanegra había muerto con un hueso atravesado en la faringe. Los vecinos no lo podían creer. Los bolos lloraban al compadre mientras los menos afectados hacían los trámites necesarios para el servicio funerario. Durante el primer día del velatorio la afluencia de dolientes en la capilla ardiente era escasa, por lo que alguien tuvo la idea

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Maco Luna Escritor

de que lo mejor era velarlo en el barrio, allí donde él había sido el rey de la amistad, y así también se le haría tiempo a los deudos que vendrían de Estados Unidos para darle el último adiós. Esa noche las calles del sector se llenaron de sillas blancas alrededor del ataúd. Cualquier hijo de vecino pasaba a entregarle una lágrima, ya no digamos los borrachos, que estaban deshechos por la partida del compañero de juerga. ¿Por qué te fuiste?, ¡por qué! ¿Y ahora quién nos va a alivianar el chupe? ¡No te vayas, amigo, no te vayas! Como la gente que vendría de fuera no daba señales, el velatorio se extendió por varios días. Las calles continuaron llenas de sillas blancas y el muerto en conserva comenzaba a

despedir perfumes. Los que antes lloraban empezaban a sacar equipos de sonido y convertían la tristeza en parranda. La muerte iba reuniendo a quienes tenían muchos años de no verse y este era motivo para celebrar. A los tres días de fiesta alguien preguntó: ¿Hasta cuándo lo vamos a veilar-? Hasta que el cuerpo aguante, contestó la general. Más allá de la superficie espumosa del tiempo, bailoteando con desenfreno se apareció la viuda, entre risotadas, al compás del zapateo enajenado, frente a la caja del muerto. Los vecinos, que aplaudían los movimientos eróticos de la mujer, gritaban ¡ole!, ¡hurra!, pasmados por esa forma peculiar de celebrar la tristeza. Algunas señoras se persignaban ante el espectáculo, pero igual seguían con mirada atenta y barriga dispuesta la fiesta en honor de quien tanto amara, decía su esposa, la felicidad. Al cuarto día, por fin, al compás de las cancioncitas piadosas de siempre se consumó el sepelio. Aquella tarde de diciembre, bromas, risas y suspiros se confundieron en el camposanto, solo los bolos agitaban la bandera del lamento. Lo único claro en el viento fue el vuelo triste de las campanas de muerto.


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POESÍA SELECTA León Felipe Poeta

Nadie fue ayer Nadie fue ayer, ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios por este mismo camino que yo voy. Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol... y un camino virgen Dios. Credo Aquí estoy... En este mundo todavía... Viejo y cansado... Esperando a que me llamen... Muchas veces he querido escaparme por la puerta maldita y condenada y siempre un ángel invisible me ha tocado en el hombro y me ha dicho severo: No, no es la hora todavía... hay que esperar... Y aquí estoy esperando... con el mismo traje viejo de ayer, haciendo recuentos y memoria, haciendo examen de conciencia,

escudriñando agudamente mi vida... ¡Qué desastre!... ¡Ni un talento!... Todo lo perdí. Sólo mis ojos saben aún llorar. Esto es lo que me queda... Y mi esperanza se levanta para decir acongojada: Otra vez lo haré mejor, Señor, porque... ¿no es cierto que volvemos a nacer? ¿No es cierto que de alguna manera volvemos a nacer? Creo que Dios nos da siempre otra vida, otras vidas nuevas, otros cuerpos con otras herramientas, con otros instrumentos... Otras cajas sonoras donde el alma inmortal y viajera se mueva mejor para ir corrigiendo lentamente, muy lentamente, a través de los siglos, nuestros viejos pecados, nuestros tercos pecados... para ir eliminando poco a poco el veneno original de nuestra sangre que viene de muy lejos. Corre el tiempo y lo derrumba todo, lo transforma todo. Sin embargo pasan los siglos y el alma está, en otro sitio... ¡pero está! Creo que tenemos muchas vidas, que todas son purgatorios sucesivos, y que esos purgatorios sucesivos, todos juntos, constituyen el infierno, el infierno purificador, al final del cual está la Luz, el Gran Dios, esperándonos. Ni el infierno... ni el fuego y el dolor son eternos.

Sólo la Luz brilla sin tregua, diamantina, infinita, misericordiosa, perdurable por los siglos de los siglos... Ahí está siempre con sus divinos atributos. Sólo mis ojos hoy son incapaces de verla... estos pobres ojos que no saben aún más que llorar.

León Felipe nació en Tábara, Zamora en 1884 y murió en Ciudad de México en 1968. Poeta español. Representante de los creadores exiliados tras la Guerra Civil, sus versos poseen un talante crítico y de lucha contra las injusticias sociales. Hijo de un notario, pasó su infancia en Sequeros (Salamanca) y en 1893 se trasladó con su familia a Santander. Tras estudiar en Madrid, ejerció de farmacéutico en varias ciudades al tiempo que trabajaba como actor para una compañía de teatro itinerante. Su incursión en la literatura se dio en 1920 con su libro “Versos y oraciones del caminante”, cuya sencillez temática y estilística distanció al autor de las corrientes posmodernistas del momento.

Jean Antoine Watteau “Peregrinación a la isla de Citera”

Citera era una isla paradisíaca en la que reinaba el amor. En este paisaje idílico que Watteau pintó en 1717, las parejas que aparecen interpretan las diferentes fases del amor, desde la persuasión hasta la sumisión y la entrega. A la derecha, un hombre se insinúa a una muchacha mientras Cupido tira de su falda; otro hombre ayuda a una mujer, agachado a sus pies mientras su amigo empuja a una mujer dubitativa. A la izquierda unas mujeres con cara de enamoradas animan a unos hombres. El estilo de Watteau resultaba especialmente indicado para pintar visiones de un mundo idealizado de cortejos. Los colores otoñales confieren a la pintura un aire melancólico, poniendo quizá de relieve la concepción de la transitoriedad de la vida de Watteau, que murió de tuberculosis a la edad de 37 años. Otra interpretación del mismo cuadro sugiere que los amantes ya se encuentran en Citera y se están preparando para volver a la cotidianidad. Con información del libro de: Sarah Carr-Gomm. Historia del arte. El lenguaje secreto de los símbolos y las figuras de la pintura universal. Ed. Blume. Barcelona, 2009. 218 pp.


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“A ESTE ASADO PARA QUE SEA PERFECTO, LE FALTA GUACAMOL...” Jorge Carro L. Director de la Red de Bibliotecas Landivarianas Presidente de la Asociación Enrique Gómez Carrillo

Por muchas razones, Miguel Ángel Asturias es el escritor guatemalteco de mayor renombre. Posiblemente influya el Premio Lenin de la Paz (1965) y fundamentalmente el Nobel de Literatura que obtuvo en 1967. Los argentinos podemos agregar, orgullosamente, que lo tuvimos como vecino porteño, primero cuando fue funcionario de la Embajada de Guatemala en Argentina y más adelante cuando fungió como Embajador, y finalmente, cuando tuvo que exilarse bajo la Cruz del Sur junto al río color de león. Es que Asturias fue poseedor de un dominio del lenguaje y de las formas retóricas, góticas y barrocas, de algo que comenzó siendo tradición oral y que amamantó siendo niño en un país cuya sociedad era (¿es?) “tradicional, rígidamente católica y de miras muy estrechas”, como lo señala Gerald Martin, en su excelente “disección” de “Hombres de maíz” (1) Parafraseando a Luis Cardoza y Aragón”, “yo escribo sobre Asturias porque Asturias escribió Hombres de maíz”, porque es, “en realidad, el libro de la “ausencia”, eje simbólico de todos los exilios reales y metafóricos sufridos por Asturias, antes y después de escribirlo”. “Hombres de maíz” fue escrita aquí y allá, donde el destino llevó a Asturias, y el punto final (17 de mayo de 1949) lo puso en Buenos Aires, después de la muerte de su madre y su publicación por la Editorial Losada coincide con la primera edición de “El Aleph”, de Jorge Luis Borges, ambos frecuentadores de un mismo café, el Richmond de la calle Florida. Señalemos al pasar que nada unió entonces ni después a los dos grandes escritores, un mundo de disociaciones sociales y etílicas, los separó. Lo que sabemos es que “Hombres de maíz” fue escrita, según Martin, “en plan de novela, principalmente en 1948 y 1949, después de la muerte de su madre” y en pleno proceso de su divorcio de Consuelo Amado, poco antes de conocer a Blanca Mora y Araujo que lo acompañaría y apuntalaría hasta el final de sus días. Recordemos el amor (quizá edípico) de Asturias por su madre a la que le dedicó “Leyendas de Guatemala”: “A mi madre, que me contaba cuentos”, y el epígrafe de “Hombres de maíz”, “Aquí la mujer, yo el dormido”. Amor que el acucioso Gerald Martin, magistralmente disecciona así:

“El Señor Presidente” es una novela de tiranía patriarcal, mientras que “Hombres de maíz” “es el triunfo de la conciencia matriarcal, que implica, invirtiendo así la dirección de la primera novela, la liberación de la subconsciencia”. “Hombres de maíz” (“la más enigmática novela” de Asturias, según Mario Vargas Llosa) llegó a mi vida en noviembre de 1949, con escasos 16 años y a poco de cumplir 17, cuando vi por primera vez al guatemalteco sentado en una mesa de la confitería Richmond, de Buenos Aires, junto a Blanca Mora y Araujo, su mujer y mi compatriota, Gonzalo Losada, su editor y Rafael Alberti que en unos instantes se levantó y parándose junto a mi mesa me pidió enviarle saludos a mi hermana Lola. Un par de horas después, tuve la suerte de estar presente cuando en la librería Atlántida, se le entregó el primer ejemplar de “Hombres de maíz”. Poco tiempo después asistí a uno de los muchos asados en los que estaba Asturias, del que guardo gratamente en mi memoria, al igual que la tarde que pasamos juntos con Rafael Alberti, en el bar La Embajada, donde se reunían los exiliados españoles. Alberti y Asturias hablaron de poesía, del amor y de las mujeres y del asado con el que le darían la bienvenida a su amigo Pablo Neruda... De ese asado lo recuerdo comiendo junto a un exaltado Neruda, por las excelencias de la carne argentina. Yo era uno de los tantos portadores de bandejas con jugosos trozos de carne a las mesas de los invitados, “mandado” que me permitía escuchar sus conversaciones y rescatar cómo Asturias le comentaba a Blanca que estaba a su lado junto al chileno, que para que ese asado estuviera perfecto le hacía falta “guacamole”. Como el terco lector incipiente que era, al regresar a casa busqué “guacamole” en las páginas de “Hombres de maíz”, pero no lo encontré, como no le encontré “la vuelta” a esta novela que me desorientaba como el incipiente lector cartesiano en formación que era, que no sabía y no supo por años (más de 20 quizá) vencer el material anecdótico, la abundancia de guatemaltequismos y jintanjáforas vertiginosas y retruécanos musicales que me recordaban la poesía de Nicolás Guillén. La última vez que vi a Asturias fue en el DF mexicano, en noviembre de 1972, estaba yo haciendo escalada en un viaje a San Juan de Puerto Rico a Guatemala, a donde el destino quiso que él no regresara nunca más y yo, aparentemente residiera para siempre. Le comenté que había leído “Viernes de Dolores”, que el año anterior

Losada publicara en Buenos Aires. Percibí en él, algo malo y me despedí muy posiblemente con un porteño “Chaú...”. Esta es una de las tantas impotentes cobardías que arrastro: no saber luchar contra las despedidas. Por eso mismo, ahora que “Todo” para mí está más cerca, entorno los ojos como para oír su voz de trueno, diciendo: “-A este asado para que sea perfecto, le falta guacamol.” Tardé casi 20 años en descubrir que Asturias estaba en lo cierto con respecto al guacamol y el asado, casi al mismo tiempo que asumí, como mi paisano Vicente Barbieri “que más que “El Señor Presidente”, es en “Hombres de maíz” donde hay que buscar esa minuciosa poesía de Miguel Ángel Asturias, que se agrupa en mil granos, forma mazorcas, ya tiernas, ya sazonadas, bajo ese sol que recorta sombras duras y prolijas. Hombres, en efecto, de maíz: hecho grano a grano, puro alimento de la tierra, y por eso mismo, sagrado alimento.”(2). (1) - Colección Archivos N° 21 / Edición Crítica, Gerald Martin coordinador / España, 1992. (2) - Revista “Sur” N° 189 - Buenos Aires, julio de 1950 - pp.89-93


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CENTENARIO YAS Miguel Flores Castellanos Doctor en Artes y Letras

El Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica (CIRMA), junto al Aporte para la Descentralización Cultural (ADESCA), presentan en el Museo de Arte Moderno, una magnífica exposición fotográfica conmemorativa del centenario de la muerte del fotógrafo japonés Kohei Yasu –Juan José de Jesús Yas– para los guatemaltecos.

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Carta de visita, Emilio Herbruger, Fototeca CIRMA.

on un montaje impecable el visitante podrá darse una idea de la personalidad de Yas, su infatigable dedicación al trabajo de fotógrafo que hizo su medio de vida. Hábil para los idiomas le permitió viajar como traductor en empresas navieras, lo que lo llevó a enfrentarse a diferentes culturas. Sus primeros trabajos fueron como aprendiz en el estudio de Emilio Herbruger, años después, sigue aprendiendo la técnica con Edward Kildare, y, finalmente, emprende su propio estudio Fotografía Japonesa en La Antigua Guatemala. Su matrimonio con María Noriega, hija del fotógrafo José Domingo Noriega, le permite ingresar a la sociedad antigüeña. Además del valor estético, sus fotografías tienen importancia hoy, porque retrató a las personas de fin del siglo XIX y principios del siglo XX en la mayor ciudad de Sacatepéquez, donde es posible inferir discursos como el del vestuario, costumbres, moda de muebles y lo más importante, la interacción social. El guion museográfico permite conocer cómo Yas ya afincado en La Antigua, muestra en un cartel los servicios que presta, así como el plano de su estudio.

Estudio de Juan José de Jesús Yas, Fototeca CIRMA.

CIRMA tiene entre su acervo correspondencia y documentos escritos que permiten completar cien años después de su muerte aspectos como la publicidad y estrategias de mercadeo (disciplinas que no existían en la época) para dar a conocer sus servicios profesionales de fotografía. En las fotografías expuestas se ratifica el hecho de que en la ciudad era evidente la posición de poder de la iglesia y los finqueros, en un trato no muy alejado a lo que fue la colonia. Esta exposición permite al visitante adentrarse en la vida de Yas, y su más clara referencia es una imagen donde se muestra a Juan José de Jesús al lado de su esposa y sus cuñadas e hijos, bajo la sombra de un limonar. Otra imagen que destaca es la de una Junta Municipal integrada por varones de diferente procedencia étnica. La fotografía articula diferencias, todas bajo la imagen de Justo Rufino Barrios. Los retratos de familia dejan entrever los orígenes mestizos de las gentes de La Antigua, en los rasgos de las personas retratadas, tanto hombres como mujeres. La sangre maya es evidente. Lo que se llama tarjetas de visita, o carte de visite, fue un formato fotográfico para retratos de estudio, fue patentada en París por el fotógrafo Disderi en 1854, con el nombre de arte de visite portrait photographe. Regularmente mostraban a una persona de cuerpo entero y que eran distribuidas como las tarjetas de visita actuales, que ahora solo

llevan el nombre. Emilio Herbruger ya las hacía y en ese estudio fungió como aprendiz Yas, sabía cómo hacerlo. Lo interesante es que este fotógrafo dio un giro a su producción y realizó cartas de visita de imágenes religiosas de La Antigua, para un numeroso público devoto, como estrategia de mercadeo fue genial. En su época es posible que este trabajo se haya visto, como vemos la foto de recuerdo de una boda. A cien años la óptica cambia y se valoran aún más los aspectos estéticos, por ser fotografías de plata sobre gelatina. El trabajo era laborioso y hoy toma más valor, porque ponemos atención en aspectos que antes no eran tomados en cuenta, como enunciados (gráficos), los discursos en toda su producción, pero en forma especial al abordar las imágenes religiosas, retratos de familia o retratos de mayas y no mayas. Esta exposición es una buena práctica de lo que es el uso de fondos del Estado a favor de la fotografía. Una entidad profesional y capaz como CIRMA presenta un proyecto al cual le son asignados fondos (limitados, pero peor es nada) para su desarrollo, algo que deberían releer las fundaciones a favor del arte, que se han convertido en activistas culturales que hacen sus proyectos no siempre de calidad y con intereses mercantiles. Esta exposición narra la vida y obra de un japonés que amó a Guatemala, sus gentes y tradiciones. Esta muestra estará abierta hasta el 28 de enero de 2018.

Bautizo de José Domingo Noriega, Juan José Jesús Yas, Fototeca CIRMA.


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