Cultural 03-11-2017

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suplemento semanal de la hora, idea original de Rosauro Carmín Q.

Foto La hora : josé orozco

Guatemala, 3 de noviembre de 2017

Los cuentos fantásticos de Vicente Vásquez


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presentación

brimos la presente edición del Suplemento Cultural con el examen que el escritor Juan Antonio Canel hace a la última obra publicada por Chente Vásquez, titulada “Cuentos fantásticos”. Canel, además de valorar el trabajo literario del cuentista, ahonda sobre la necesidad de la fantasía y los mecanismos recurrentes del creador para presentar una obra convincente. El texto indica que entre otras virtudes de la propuesta de Chente sobresalen “la amenidad construida, en primer término, con la eficacia de la sencillez apuntalada a base de una sabia combinación de frases largas y cortas; no en el sentido matemático de largo y corto-largo y corto, sino en el intuitivo de saber la combinación que reclama el texto para su eficacia verbal; tal recurso, de paso, dota de ritmo a la narración. Sus cuentos, como la música tropical están dotados de ritmo y melodía; o a la visconversa”. A tono con la fecha, el Suplemento propone, asimismo, lo que Ramiro Mac Donald llama “Semiótica del fiambre”. El estudioso escudriña la tradición guatemalteca para revelar el universo simbólico presente alrededor de la comida ceremonial. Al respecto, Mac Donald dice que “en el fiambre, es posible encontrar la esencia de la guatemalidad, pues se termina entendiendo el alma, el “yo social” de los guatemaltecos. Como tradición, es una comida ceremonial que se degusta una vez al año, por lo que la semiótica lo lee como discurso portador de sentido. El fiambre pertenece a esa clase de textos distintivos que puede interpretarse desde una semiosis social”. Por último, conociendo la estética variada de los lectores, se exponen los trabajos literarios de Víctor Muñoz y Roberto Cifuentes. Para los cinéfilos, el comentario y propuesta de una película. Y para los amantes del arte, el reconocimiento que Miguel Flores hace a la obra de Roberto González Goyri. Estamos seguros que disfrutará la selección preparada para usted. ¡Enhorabuena!

es una publicación de:

Cuentos fantásticos de Chente vásquez Juan Antonio Canel Cabrera Escritor

Al leer el título del libro de cuentos de Vicente Antonio Vásquez Bonilla, más conocido en el mundo literario, y en todos los demás, como Chente, la primera impresión que a uno le viene es que se trata de textos desconectados de la realidad personal de cada quien. Una especie de chusemadas del autor. Sin embargo, “Cuentos fantásticos”, que agrupa una antología que Chente hizo a su gusto y antojo, tiene la virtud de parecer hoja de tamal y hacer que nosotros seamos la masa y la carnita que, metidos en esa envoltura y cocidos al vapor de la lectura, nos convierta la experiencia en una delicia. Pues bien, no es para que en este momento todos nos creamos tamales, pero sí para que imaginemos que los cuentos reunidos en el libro de Chente tienen características de banquete. En tal sentido, el libro “Cuentos fantásticos” tiene la característica de un menú de restaurante en el cual se contienen 33 apetitosas delicias.

S

e preguntarán ustedes qué me hizo decir lo anterior. Pues bien, se los voy a contar. En primer lugar fue la satisfacción de haber leído los cuentos con verdadero placer. Debo confesar, antes, que soy un lector lleno de babosadas; cuando algo no me gusta desde el principio, lo dejo. Así, pues, desde el primer cuento El espejo giratorio hubo un gancho que me atrapó. Caí como pez que se traga la lombriz del anzuelo. Fue una anécdota muy conocida y usada por algunos de los cuentistas clásicos: encontrar una casa sorpresiva en medio de una arboleda. De inmediato me llevó a mi niñez y ese truco de autor me hizo que, como lector, construyera una realidad fantástica sobre algo que mentalmente me hizo suponer creíble; es decir posible. Esa posibilidad que Chente hizo factible al hacerme encontrar en la casa misteriosa a un espejo, me obligó a seguir de manera atenta el diálogo tácito entre el personaje central y el espejo. Por otro lado, un elemento que contribuye a darle credibilidad a tal fantasía de Chente es que está narrado en primera persona; esa fuerza testimonial le induce, además, una amenidad que, si se hubiese narrado con otro punto de vista, quizá hubiera carecido del encanto de la persuasión. Ese cuento de Chente me hizo recordar con claridad lo que dijo Cardoza y Aragón: «Yo nada invento, solo compruebo lo que mi imaginación descubre; la imaginación, esa otra forma de realidad». Parece paradójico: uno de los ingredientes fundamentales de la realidad humana es la imaginación… que siempre implica curiosidad. Nada se habría construido sin la curiosidad. Pero la curiosidad supone la fantasía; es decir, «imaginar» las muchas posibilidades que se pueden descubrir al concretarse un hallazgo. La realidad siempre necesitó contarse, y aquí viene el primer milagro: lo contado ya no es la realidad; no es lo que sucedió. Al principio de los siglos de la humanidad, contar lo sucedido por medio de gestos, sonidos onomatopéyicos, exaltaciones anímicas implicaba que la realidad contada

fuese entendida a cabalidad, tal como quien la manifestaba y quería expresar desde su interior; fue apremiante porque suponía la propia sobrevivencia; no obstante, en ese tránsito de lo expresado y lo percibido, ocurría una distorsión; una distorsión que cada quien le aplicaba a sus propias necesidades. Luego, cuando el ser humano aseguró su sobrevivencia, entonces comenzó la majestuosa carrera de la palabra que le permitió expresarse con mayor concreción. Y, pues, el ser humano comenzó a contar de manera oral. Ese proceso acumuló complejidad. Con la oralidad, como el ser humano no disponía del instrumental del método científico, comenzó a imaginarse respuestas para las cosas inexplicables. Así surgieron los dioses y los mitos; ese dueto fantástico, en primera instancia, satisfacía la curiosidad primaria; eso hizo construir una realidad fantástica que fue muy del gusto de esas sociedades ágrafas. Pero, para ese entonces, nadie discutía que los mitos y los dioses fueran producto de la imaginación; no, todo se aceptaba como una realidad concreta y necesaria, aunque el común de los mortales no hubiese presenciado el origen de los dioses y los mitos. Pero el summum de esa mitología fue que dioses, semidioses y héroes se mezclaban con los humanos y se reproducían; a tal punto que muchísima gente se atribuía genealogías sagradas. Tales dioses no vivían en el cielo o en lugar ignoto sino en la mismísima tierra, vecinos a toda la mara; es decir, en lo más alto del monte Olimpo. Chente tiene un cuento extraordinario, “El nacimiento de un mito” en el cual se sirve de una realidad concreta para explicar el proceso que acompaña a la creación de un mito. En el cuento, lo fantástico llega a ser tan importante que, la propia realidad consigue ser un punto insignificante; sin embargo, para que dejemos de pensar en lo fantástico nos remite a la serpiente que da lugar al mito bíblico de la ingesta de la manzana que, a sabiendas que es un mito, todavía lo creemos como la historia fundacional de la especie humana. ¿Nos recuerda eso a Adán y Eva?

Pues bien, en ese mundo ágrafo ayuno de tantos recursos para guardar el tesoro de la realidad fantástica, el ser humano descubrió que, aprendiendo de memoria lo contado, podía preservar lo más importante de esa acontecer, encarnado en los mitos. De allí surgieron los extensos relatos homéricos y tantos otros que la bruma de los siglos hizo desaparecer. Y hasta el día de hoy no ha cesado de contar de manera oral y por escrito. Podría decirse, entonces, que contar es parte de nuestra naturaleza humana. Pero contar ¿implica evadir nuestra realidad? Y, ¿evadirla para qué? ¿Será que la realidad es tan compleja e inabarcable que necesitamos la evasión? Creo que sí; necesitamos contar y que nos cuenten para partirle la madre a la realidad. ¿Evadir la realidad e inventar un recurso que aun no siendo lo mismo lo simule? Pedro Laín Entralgo, en el prólogo al precioso libro Los relatos más bellos del mundo, nos lo explica así: «La novela o el cuento nos hacen salir de nuestra realidad cotidiana, nos proyectan hacia un mundo radicalmente distinto de aquel en que vivíamos. Y esto, ¿Por qué nos complace? Porque toda costumbre, hasta las más gratas, llevan en su seno adarmes o quintales de hastío. Porque el hombre necesita siempre ser “algo más”. En cualquier caso, porque el “otro” que con la lectura uno llega a ser, tiene algo que ver con uno mismo; en definitiva, porque para uno mismo no es tan “otro”» En la actualidad, sobre todo con lo compleja que es la vida urbana, el ser humano necesita momentos para descansar de su realidad, para evadirla, para darse un respiro y contemplar la realidad fuera de ella. Respecto a la narración como forma de evasión tanto para quien la escribe como para quien la lee, vuelvo con Pedro Laín Entralgo quien dice que «la llamada “evasión” hace que el lector sea dos cosas a la vez: un hombre distinto del que él habitualmente era y un hombre igual a uno de los que de modo secreto, por debajo de su existencia visible y habitual, él quería ser, y por lo tanto en cierto modo ya era. Sin dejar de ser evasión, la “evasión” lectiva es también “autorrealización imaginaria”. O bien, en términos teatrales: la lectura me convierte en un ser nuevo respecto de los en mí visibles y habituales, un personaje de los que en mi persona íntima quieren ser». En el sentido anterior, la evasión que la literatura provee en el cuento se satisface plenamente si la lectura es placentera. Y ese es el papel que cumplen los Cuentos fantásticos de Chente. Contar asuntos cotidianos parece ser más fácil que contar algo fantástico; lo cotidiano, al contarlo, casi de cajón es creíble. En cambio lo fantástico implica la dificultad, para el escritor, de hacerlo creíble;


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FOTO LA HORA: josé orozco.

que lo contado el lector no lo sienta artificial y, por tanto, imposible de creer que suceda. Ese es uno de los más estimable méritos, como ya apunté, en la mayoría de los cuentos de Chente: hacer creíbles las fantasías que cuenta. Es una truculencia jodida porque debe embaucar al lector para que crea lo que está leyendo, a sabiendas que es imaginario. En resumidas cuentas, lo que un buen autor hace siempre es embaucar al lector; claro, sin que este se sienta embaucado; o si lo llegara a sentir, que se haga el baboso. Otra virtud de los cuentos de Chente es la amenidad construida, en primer término, con la eficacia de la sencillez apuntalada a base de una sabia combinación de frases largas y cortas; no en el sentido matemático de largo y corto-largo y corto, sino en el intuitivo de saber la combinación que reclama el texto para su eficacia verbal; tal recurso, de paso, dota de ritmo a la narración. Sus cuentos, como la música tropical están dotados de ritmo y melodía; o a la visconversa. Credibilidad, ritmo, musicalidad y prosa fluida son los pilares técnicos que sustentan la arquitectura literaria de la mayoría de Cuentos fantásticos de Chente. Por lo que respecta a los componentes anecdóticos de muchos de los Cuentos fantásticos, uno de ellos es lo fantasmal. Se trata de una fantasmalidad que no llega al miedo terrorífico pero que contribuye a crear un ámbito de tensión, suspenso, misterio, intriga y curiosidad tan necesarios para que el interés narrativo no decaiga. Algo que uno debe agradecerle a Chente es, también, la sencillez. No está presente solo en la estructura de los cuentos sino; sobre todo en el lenguaje, que no es empalagoso y, a la vez, permite la elegancia. La sencillez es una cualidad que él

emplea a lo largo de todo el libro. No es que Chente no se valga de las más modernas técnicas narrativas sino que uno, como lector, no se percata de ellas. En tal sentido, los variados puntos de vista narrativos que emplea no se advierten de inmediato. Las diversas temporalidades que emplea en sus relatos tienen la magia de hacernos sentir que las estamos viviendo en el presente, aunque sean pasadas o futuras, tal el caso, por ejemplo, de “Los colonos” donde la temporalidad está situada en el año 2144; o, “El kalífono”, que ocurre en 1969. Por otro lado, lo mágico es siempre un componente de la cultura de los pueblos que, en la realidad, parece mantenerse a cierta distancia de lo urbano; Chente lo concita en muchos de sus relatos constatando que las supersticiones aún tienen un fuerte arraigo en la gente urbana. En tal sentido, la mayoría de los cuentos de Chente son una fusión de magia y realidad; de intuición y razón; de lo palpable y lo fantasmal que uno puede advertir, por ejemplo, en los cuentos “Ejecuciones extrajudiciales” en “El guardián del Registro” o en “El hombre que dormía en el campo santo”, “Metamorfosis”, “Don Goyo”, “El longevo”, “El monje” y, especialmente en “Entre el amor y el deseo”. Lo mágico es un recurso que Chente utiliza para realizar viajes al interior de las personas; tal el caso, por ejemplo del cuento “El espejo giratorio”. En esa magia que Chente nos muestra en sus cuentos confluyen lo cósmico, la superstición, la premonición, el mal de ojo, los artificios de la brujería, lo fantasmal, y lo sobrenatural como formas de conocimiento que desdeñamos en público pero que laten en nuestras intimidades. En los cuentos de Chente también hay un componente muy importante que ayuda a darles soporte anecdótico: la tradición popular. Este

componente fluye no como artificio folklórico sino como parte de la identidad personal que nos ha sido moldeada por la cultura, por los arraigos geográficos y por la interrelación cotidiana con las personas. Esa característica de la cuentística de Chente la hace propicia para leerse en público, para contarse de manera oral, para disfrutarlos en la intimidad y para que, con el tiempo, rueden de boca en boca y lleguen a constituir un patrimonio nuestro permanente. El cuento “La roca”, por ejemplo, contiene las honduras de lo tradicional y de la cultura de nuestros ancestros; además, la carga didáctica que tiene lo hace especialmente memorable. El cuento “Los compadres” también es una muestra de cómo la tradición popular es tan importante en el libro de Chente. En este caso, la leyenda de los compadres que se vuelven roca porque fornican antes de llegar al templo de Esquipulas; él la convierte en un cuento que es una delicia porque, a uno le dan ganas de tener una comadre, mejor si está como Dios manda y con ayuno sexual, para poder hacer todo lo que ustedes se están imaginando en este momento. En el libro Cuentos fantásticos, de Chente, se cumple a cabalidad lo que, parodiando a Cortázar, debe ocurrir: en el cuento la situación narrativa debe resolverse por nocaut, a diferencia de la novela que debe dirimirse por asaltos. Y bien, para concluir con este comentario, quiero aportar mi humilde opinión de lector lleno de babosadas: Cuentos fantásticos, de Chente Vásquez, es una joya narrativa que todos deben apresurarse a leer si la quieren pasar bien. En ellos el autor muestra su maestría y oficio literario que son el sello que dota de calidad a sus relatos. Sobre todo la lectura de los veinte primeros cuentos del libro es, sin babosadas, un orgasmo literario.


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Semiótica del fiambre Ramiro Mac Donald Semiólogo social

Durante los últimos días de octubre y primeros de noviembre de cada año, desde muchos años el guatemalteco viene degustando del delicioso fiambre, un platillo que ya se convirtió en una tradición entre los sectores urbanos. En 2009, en “La Hora”, publiqué un pequeño artículo y en 2016 hice un ensayo con bastante más profundidad, publicado en la Revista “Abrapalabra” No. 49, prestigiosa publicación del Departamento de Artes Landívar, de la Universidad Rafael Landívar.

E

l fiambre acerca a las familias y permite rememorar a nuestros difuntos. Tiene una serie de componentes artesanales y otros industriales, utiliza elementos naturales y algunos artificiales. Para producirlo se necesitan artículos de origen español-árabe y muchos de origen local. Es una fusión de universos culturales y es un presente al paladar. Para la semiótica, es un fenómeno sincrético, pues posee signos visuales y táctiles; gustativos y olfativos. En el fiambre, es posible encontrar la esencia de la guatemalidad, pues se termina entendiendo el alma, el “yo social” de los guatemaltecos. Como tradición, es una comida ceremonial que se degusta una vez al año, por lo que la semiótica lo lee como discurso portador de sentido. El fiambre pertenece a esa clase de textos distintivos que puede interpretarse desde una semiosis social. El fiambre lo narran las mamás, las abuelas, las tías. Hoy también las/los chefs profesionales, y quienes compran los ingredientes, indican los secretos de su preparación y dirigen toda una complicada manufactura. Hay una marcada ritualidad alrededor del plato, y cada quien asume su papel, en una oralidad que es determinante la experiencia, la sabiduría que se transmite de una generación a otra. Según Barthes, es ya un mito popular. Si entendemos el fiambre como fenómeno de comunicación, es fácil encontrarle analogías. Por ejemplo con el teatro, pues toda la acción se genera en un punto de acceso. En este caso, la cocina de la casa es el escenario clave para

su génesis, su paraje central. Pero el fiambre se degusta en otro lugar. En el teatro, al momento de apagar las luces (para iniciar la función) se encienden las del escenario. Se oscurece la sala y casi desaparece de la vista el público asistente. Aquí es distinto: el ambiente público se enciende, se apaga la cocina. Esta queda desierta, pues desaparece de la escena. Y entonces, las luces se prenden en el espacio público, que cobra vida con la llegada de los invitados. Es el momento de los comensales. El espacio público es más teatralizado, incluso puede ser de fingimientos. El de la cocina es más auténtico: de prisas, de trabajo intenso. Más realista, de menos disfraces sociales. El espacio público da mucho para simulaciones; el espacio de la cocina (trabajoso como siempre) no alcanza más que para disimular los cansancios y continuar con la tarea. Se polarizan estos ámbitos, se convierten en subespacios duales, con actores distintos, aunque puedan intercambiarse algunos roles. La cocina es el lugar íntimo; la mesa, es público. Las dos clases de “sujetos” pueden compartir ambos lugares. La cocina es de faenas y la mesa es de festividades, sin prisas. Esta dicotomía permite generar integración y oposición. Y al final de la comida, se vuelve a invertir: se apagan las luces del espacio público y vuelve a cobrar vida la cocina. Se ha cumplido con la tarea y viene la resignación: limpiar, ordenar, después de días y días de intensidad y cansancios. “Espacios dramáticos y de la representación, significantes y significados, es decir, signos”, recuerda García Barrientos. El marco es propicio por esas desdibujadas fronteras humanas. El fiambre es drama o comedia. Pero, no solo es el hecho de sentarnos a la mesa y compartir esta comida ceremonial, sino que al repetirlo en varias ocasiones, se genera una

relación de identidad entre los participantes, que se fomenta a propósito de la costumbre del 1 de noviembre. Es una gramática de comportamiento o regla social que se va construyendo conforme pasan los años. Desde la semiótica, Eliseo Verón hablaba que en ese punto de encuentro simbólico (en la mesa del fiambre) hay una representación del espacio-tiempo que cobra sentido, como discurso social guatemalteco que va permitiendo crear identidad. Hace algún tiempo descubrí que rapsodia significa una canción ensamblada y partes que se ensamblan para componer una canción. Algo así como el fiambre guatemalteco, que representa un ensamble de diversos elementos: carnes y verduras, colores y sabores, etc. Es una verdadera fantasía para el paladar. Retomo una frase de Cassirer “…el hombre ya no vive solamente en un puro universo físico sino en un universo simbólico. El lenguaje, el mito, el arte y la religión constituyen partes de este universo, forman los diversos hilos que tejen la red simbólica, la urdimbre complicada de la experiencia humana. Todo progreso en pensamiento y experiencia afina y refuerza esta red…” Ese guatemalteco que se sienta alrededor de la mesa, en la que comparte un platillo de fiambre, es quien teje una red de símbolos nacionales. Ese plato lo hace vivir en medio de las emociones que despierta su entorno; entre amigos y familiares, entre esperanzas y temores, ilusiones y desilusiones imaginarias, en medio de sus fantasías y sueños. Entre el pasado y el presente, entre los que ya no están y los que se unen a una mesa para compartir un platillo especial que cada primero de noviembre se degusta, después de ir a adornar a los muertos. El fiambre es el hilo conductor de muchos recuerdos en nuestras familias.


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Gedeón y sus deberes escolares Víctor Muñoz Escritor

Estaba yo muy tranquilo en mi casa una tarde de sábado, cuando llegó Gedeón con que lo ayudara a hacer su tarea de Literatura y Artes Plásticas.

-F

ijate que el viejo de Literatura nos dejó que leyéramos un libro que se llama María, que escribió un pisado que se llama Jorge Isacs, y como a vos te gustan esas ondas de andar leyendo libros, ¿será que ya lo leíste? -me preguntó. -Isaacs, Jorge Isaacs -le corregí. -¿Qué cosa? -volvió a preguntarme. Entonces le expliqué el asunto. -Bueno, sí, pero decime, ¿ya lo leíste, o no? Le respondí que no, y le pregunté de qué se trataba la cosa. -Pues vas a ver, hace como tres meses el viejo nos dejó leer el libro, pero qué hueva maestro; es un librón así como de este grueso, mirá. Ya lo busqué en internet pero sólo me encontré con la explicación del pisado ese que escribió la obra. Y el trabajo hay que entregarlo el lunes. Y no sé qué hacer. Y la cosa consiste en que, como el viejo que nos da la clase de Lenguaje también nos da la de Artes Plásticas, entonces quiere que, en vez de hacer un resumen por escrito, le presentemos un dibujo en el que esté representado de lo que se trata el cerote libro. -¿Y nadie de tus compañeros lo ha leído? -Le pregunté. -Pues yo digo que sí, pero no sé quién. ¿Ni sabés qué? Voy a llamar al Pato; aquél es bien dedicado y de plano que ya la leyó.

Y diciendo y haciendo, se puso a llamar a su compañero. -Ya estuvo, vos; dice aquél que se trata de un cuate que se enamora de una chavita, que es una colgazón de aquellas que dejan loco a cualquiera, pero el cuate se va a Europa a hacer no sé qué putas, y cuando regresa, todo emocionado él porque va ver otra vez a la traidita, se caga porque ya se le murió de no sé qué enfermedad. -Ah bueno, –le dije– entonces está fácil la cosa; dibujás a un tipo llorando, sentado sobre una tumba, con un ramo de flores en una mano, y le ponés un título bonito. Algo alusivo al tema. -Puta, maestro, vos sí que sos genial. Ahorita mismo me voy para mi casa y me pongo a hacer el dibujo. A la semana siguiente llegó de nuevo a visitarme. Venía triste. -Saqué cero porque al viejo no le gustó mi trabajo, vos –me dijo. Y me lo mostró. Había dibujado un personaje estilo Rambo, con dos cananas cruzadas sobre el pecho desnudo, un pañuelo amarrado en la frente y el pelo alborotado. Estaba de pie, pero tenía un zapato como de soldado sobre un cajón que pretendía ser una tumba. Lucía lleno de heridas sangrantes y en el pantalón se podía observar las rasgaduras características de quien se mete a toda carrera por un zarzal o un cerco de púas. En una mano sostenía un fusil del que por la boquilla se elevaba una leve columna de humo y en la otra un papel que, se suponía, era una carta. El hombre realmente mostraba un aspecto feroz. Tenía los dientes de fuera, pero la boca casi no aparecía, lo que lo hacía ver como si estuviera esbozando una sonrisa macabra; sin embargo, de los ojos le salían una infinidad de gotas que

supuestamente eran lágrimas que caían como torrentes hasta el suelo. El problema consistía en que los ojos estaban totalmente abiertos, como si estuviera muy asombrado observando un juego de la Selección Nacional o algo por el estilo. Abajo aparecía un rótulo que decía: “yoraré por ti toda la bida, AMOR mio”. A los lados y al fondo podían apreciarse cráteres de bombas o granadas, y a lo lejos, el estallido de una bomba o la erupción de un volcán. -¿Y cuál fue la explicación que te dio el profesor? -le pregunté. -Pues nada, sólo se quedó mirando mi dibujo y me puso cero; y lo peor es que el cero fue para las dos clases, vos, para Lenguaje y para Artes Plásticas. Viejo cerote, por no ver que casi ni dormí porque me pasé toda la noche haciéndolo. -Pues yo creo –le dije– que aquí el problema son los ojos, que se los pusiste muy abiertos. Mirá, si se los ponés cerrados, entonces sí va a parecer que está llorando. Yo te sugiero que le arreglés eso, se lo llevás de nuevo y le decís que a vos te cuesta un poco eso del dibujo, pero que hiciste tu mejor esfuerzo; yo digo que si le explicás bien la cosa, de plano que te mejora la nota. -¿Será, vos...? -me respondió, no muy convencido. -Claro, -le dije- porque la mera verdad es que, a no ser por las lágrimas, este tu personaje no parece que estuviera llorando. Se lo dije para que no se sintiera mal; para darle ánimos porque se veía muy abatido; pero la mera verdad es que yo sospecho que la calificación que le puso el profesor fue justa. Ahora bien, indudablemente el problema radica en que la gente no se organiza. Digo yo.


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Versos de la calle –décimas– Roberto Cifuentes Escobar

Tentación Siempre tuve la tentación, no del verso, sí del amor. Adán, profano del dolor, yo... roñoso de la emoción. Sollozo con desilusión mientras la lluvia juguetona y perversa, no desentona, baila sin ropaje a la inversa incitando mi ira perversa en aguafuertes que fusiona. Amor fácil En las noches calurosas triste vago la ciudad, repletas de oscuridad y parejas amorosas. Haz de luces misteriosas irradian bellos recuerdos, de momentos nada cuerdos vividos entre tú y yo. Nuestro amor la sombra oyó y formó bellos acuerdos. Andarín soy por tu amor me deslizo por la noche tal como el ladrón de coche,

se escabulle con pavor. No guarda mucho valor, tu amor me arrastró a lugares, sombríos como esos bares, en donde amantes dan rienda a pasiones sin enmienda Errante fui por azares. Mi búsqueda fue imposible, sombras robaron tu amor, sólo queda desamor y tu recuerdo invisible. Fue una ilusión increíble, aún sueño con tu figura en mis noches de locura. Alguien pagó más que yo y tu amor me destruyó. Errante soy sin cordura. (4) Misteriosa aquella dama, en la esquina amor ofrece mientras la sombra fenece, en la ciudad que no le ama. Con guiño pícaro llama, mi alma su belleza hechiza no concierne si es postiza. Siempre ofrece sus amores sin reparos, ni fulgores, con su silueta hipnotiza.

(5) Señora de mal linaje, así dicen las nodrizas cuando miran tus sonrisas y te ganas un masaje. Hermoso es el paisaje, con tu figura garbosa te pareces a una diosa. Bamboleas en esquinas en espera de propinas por una noche fogosa.

Señora de mil amores Señora de mil amores robadora de inocencias, viertes todas mis demencias en retozos de fulgores. Tu cuerpo irradia colores, son centellas que yo gusto, para profanar tu busto. Viso todas mis locuras, tus caricias y ternuras pagadas al tiempo justo.

Paul Cézanne U

“Maison Au Toit Rouge” 1887

n destacado postimpresionista francés, Paul Cézanne, atraviesa el siglo XIX impresionista hasta llegar revolucionariamente al siglo XX cubista. Ambos, Matisse y Picasso, reconocen en Cézanne “el padre de todos nosotros”. Aunque su trabajo artístico fue subestimado e incluso ridiculizado en su momento, su estudio sobre la percepción visual, la simplificación geométrica y la experimentación con las fracturadas formas fueron parte de su estilo a lo largo de su vida. Cézanne fue un artista egocéntrico y enigmático que trabajaba frecuentemente en solitario, marginado incluso por su propia familia. Los motivos artísticos que animan a Cézanne no eran simplemente rocas y hierbas, sino las relaciones entre las hierbas y las rocas, los árboles y las sombras, las hojas y las nubes, las cuales desarrollaban infinidad de pequeñas pero igualmente valiosas e interesantes verdades cada vez que el viejo movía su caballete o la cabeza. Ese proceso de observación, esa suma y evaluación de opciones, es lo que concretiza el peculiar estilo de Cézanne: los contornos quebrados, los trazos de lápiz unidos, son emblemas de escrupulosidad en medio de un mar de dudas. Todos los óleos o acuarelas tratan del motivo artístico, pero incluyen también otro tema: el proceso de la percepción del motivo artístico. Nunca antes ningún pintor había sometido su capacidad de observación a ese proceso tan francamente. Con Cézanne, como ha observado en otro contexto la crítica Barbara Rose, la afirmación: “Esto es lo que veo” es reemplazada por la pregunta ¿Es esto o que veo?”. Con información: 1. Robert Hughes. “El impacto de lo nuevo. El arte en el siglo XX”. 2.

http://www.art.com/products/p12982626-sa-i2218470/paul-cezannemaison-au-toit-rouge-house-with-a-red-roof-1887-90.htm


Bekas (2012)

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eduardo blandón

Bekas es un filme que sin ser glorioso aproxima a la esencia del ser humano. Por ello, el espectador difícilmente escapa de los sentimientos que producen sucesivamente las escenas. Es, hasta se podría decir, una aproximación antropológica que puede generar la recuperación de la fe en ese sapiens complejo y a veces destinado a la perdición y la muerte.

P

elícula parece lejana, 2012, permanece actual al plantear los grandes misterios del género humano, esto es, el dolor, la muerte, la felicidad y los sueños. La ilusión de conocer a Superman, encarnado por dos niños huérfanos que se ponen en camino para la actualización de su fantasía. No es una película idílica, aunque aparezcan algunos de esos elementos, su horizonte es más bien gris. El horror de una guerra absurda en una Iraq desértica. La condena de un país gobernado por un sátrapa incapaz de generar espacios de desarrollo y oportunidades a poblaciones sin esperanza. Y las oportunidades mínimas en una sociedad que parece solo sobrevivir. En ese espacio yermo aparece la religión. El islam como institución que organiza la vida y produce esquemas mentales. Una sociedad que se repiensa frente a un occidente que mata, pero que intuye pletórico de mejores opciones de crecimiento y oportunidades. En esa suerte de país lejano, viven personas que no se resignan a su propio destino. Todo ello queda escenificado en la película sin que los niños lleven la exclusiva. En realidad, cada pieza de la obra es una fotografía del absurdo de Irak. Como cuando un viejo que es apoyado por los pequeños, oculta la mirada a unas parabólicas de televisión. Para aconsejar al final que, si llegan a América, las eviten. Una muestra de un fundamentalismo que en occidente parece extraño. La obsesión de los niños por llegar a los Estados Unidos y conocer a Superman simboliza el anhelo de una población en pobreza extrema en busca de oportunidades. Muestra, además, la imposibilidad de su realización más allá de las razones económicas, por fronteras infranqueables a causa de un ejército bárbaro siempre dispuesto a impedirlo. Hay escenas que pueden golpear la sensibilidad, como cuando los niños son maltratados físicamente por adultos sin visos de escrúpulos. O cuando uno de los niños pisa una mina terrestre, con el suspenso que representa la posibilidad de quitarle las extremidades o hasta terminar completamente con su vida. Con todo, también hay representación de actos realmente humanos, tiernos y sublimes.

El amor que viven los dos niños huérfanos. La angustia de la separación y el anhelo por reencontrarse. La defensa de la vida y la preocupación por el bienestar del otro. Los gestos de afecto, la solidaridad y el socorro por los necesitados. La humanidad no la esconde la producción. En el plano técnico, la película de una hora con 37 minutos fue dirigida y escrita por el director kurdo, Karzan Kader. Es una producción sueca, finlandesa e iraquí. Rodada en idioma kurdo, su título global fue “Bekas” que significa, presuntamente, la experiencia de haber perdido a la familia y estar desamparado en el mundo. Otros países apostaron por lo diverso. Alemania, por ejemplo, la tituló, “La aventura de dos súper héroes”. Los portugueses, “Bekas o el sueño americano”. La producción se hizo merecedora de algunos premios. Sobresalen, el ganado en el “Dubai International Film Festival 2012” (Premios del público a Karzan Kader); el “Hong Kong International Film Festival 2013” (SIGNIS Award a Karzan Kader) y el “Stockholm Film Festival 2012” (Mención honorífica a Karzan Kader). Para concluir, en una entrevista al director del filme, le preguntan sobre su identificación con el hermano menor de la película, soñador y lleno de fantasía. Respondió lo siguiente. “Sí, la verdad es que sí. Yo era igual de ingenuo (ríe). En la película, Zana ve Superman y cree que es una persona real. Yo vi entonces Rambo y también creía que era real. Aquello pasó durante la guerra, y lo primero que pensé fue: “Este tío combate él sólo a todo un ejército. Lo necesitamos aquí, necesitamos que nos ayude. ¿Por qué no

viene Rambo a derrocar a Saddam?”. Quería mostrarle el sufrimiento de mi pueblo para que él nos ayudase”.


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Cabeza de lobo Miguel Flores Castellanos Doctor en Artes y Letras

Sin duda una pieza enigmática del arte guatemalteco es Cabeza de lobo, de Roberto González Goyri. Muchas reseñas y biografías de este insigne artista la mencionan, pero pocas veces es posible verla, ya que forma parte de la colección permanente del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA), y se encuentra en sus bodegas. Si una persona pide -con tiempo- una cita es posible apreciarla. La modestia de su autor le hizo no hablar mucho de este importante logro, vigente hoy en día.

C

Cabeza de lobo (1959) Roberto González-Goyri

Cazadora de pájaros (1951) Roberto González Goyri

Hombre leyendo (circa 1948) Jackes Lipchitz

omo bien lo indica el propio González Goyri en su libro Memorias de un artista, su estadía en Nueva York le hace entrar en contacto con las tendencias más recientes del arte. Hay que tomar en cuenta que muchos creadores, alemanes, belgas e ingleses, emigraron a Estados Unidos, lo que convirtió a esta ciudad en la nueva referencia del arte, desplazando a París. Todos los que forjaron el Art Decó estamparon su impronta en muchos edificios y obras de arte, por ejemplo, el Rockefeller Center. La escuela cubista tardó en aparecer en la escultura europea, algunos historiadores del arte sitúan el cambio de la escultura del romanticismo al impresionismo con Rodin, luego se hace difuso seguir la pista a los autores. Hay que observar que, en esa época, Marcel Duchamp ya promulgaba una nueva forma de hacer arte, desdibujaba la talla escultórica e introducía los objetos circundantes (ejemplo La Fuente). La llegada de González Goyri, con una beca de estudios bajo el brazo le permitió ingresar en 1948 al Art Students League, una escuela ortodoxa de pintura, pero su espíritu de escultor y conocimiento acumulado en la Escuela de Artes Plásticas de Guatemala, lo hizo trasladarse a Sculpture Center, un sitio especializado en escultura, donde entró en contacto con numerosos artistas, que tenían sus talleres en esa institución. Esas instituciones norteamericanas siguen vigentes aun hoy, adaptadas a las nuevas tendencias. A don Roberto, le marcará su amistad con el escultor Jacques Lipchitz, considerado por el MoMA como uno de los representantes de la escultura cubista. González Goyri mismo deja registrado: ‘‘...las dos o tres veces que estuve en su taller, fueron suficientes para influenciar mi trabajo de una manera decisiva”. Cabeza de Lobo (1950) es una escultura en bronce, que muestra la cabeza de este carnívoro (Canis lupus), en el momento que emite un aullido, por lo que muestra el hocico en posición vertical. Se perciben algunos dientes afilados en la boca abierta, que forman parte de la estructura del hocico representado. El ojo aparece desorbitado al mismo nivel que la

mandíbula, de donde parece colgar. La ventana de la nariz es un cuadrado con las esquinas redondeadas, en un bajo nivel. El aullido sordo quedó congelado para la eternidad. El bronce recibió una pátina oscura, pero su autor, aun deja entrever su luminosidad dorada. Si se observa esta escultura en forma lateral, se percibe el dibujo cubista de la cabeza de este casi perro depredador. González Goyri en su libro dice: “Lo hice de fantasía, confiando solo en el recuerdo que tuve de los lobos. El recuerdo de las cosas es más real y capta la esencia mejor que trabajar desde la naturaleza “. Este postulado evidencia su capacidad de dibujante a mano alzada, y su adhesión a los principios cubistas que se alejaron del modelo en vivo, y se sumaba al nuevo paradigma de la escultura. Esta obra fue adquirida en 1957 por el MoMA, según registros electrónicos de su colección. Fue adquirida gracias a una donación de la Interamerican Fundation. En la lista de adquisiciones de ese año enviada a la prensa y donantes, el nombre de González Goyri aparece a la par de pintores como Robert Moderwell, Francisco Amorales, Willem de Kooning y Max Ernst, entre otros muchos otros de renombre mundial. Esta lista contiene información nueva para los estudiosos de este escultor guatemalteco, ya que ahí se registra que don Roberto había sido seleccionado en el certamen para la realización del monumento al prisionero político desconocido, esto le valió presentar su obra en la Tate Gallery de Londres, y luego exponer el trabajo en la Bienal de Venecia de ese año. De este hecho poco se sabe en Guatemala. De no existir otro guatemalteco que haya participado en la Bienal de Venecia, algo que no se ha estudiado a profundidad, don Roberto sería el primero en hacerlo en la década de los cincuenta. El aparecer en un listado a la par de nombres famosos como Max Ernst o de Kooning, estrellas del firmamento del arte visual, permite visualizar el valor simbólico y artístico que representaba esta obra para el arte latinoamericano y el arte en general. El poder de consagración de esta institución privada de los Estados Unidos situó a don Roberto a la par de los grandes del mundo. Luego de este éxito del cual González Goyri nunca hizo aspaviento, le marcará como uno de los grandes escultores del país, lo que le valió en 1959 hacer el mural Nacionalidad Guatemalteca en el nuevo edificio del IGSS inaugurado el 15 de septiembre ese ese mismo año. La línea cubista de su trabajo derivó a un lenguaje propio, abstracto como puede verse en el mural del Banco de Guatemala y en mucha de su producción escultórica y pictórica. La falta de investigación del arte nacional da pie para la negación del otro, las nuevas generaciones parecen no visualizar que lo que hoy se hace en arte, es producto de una evolución teórica de la forma, los materiales y las ideas. La obra de Roberto González Goyri fue fruto de su tiempo. Basta revisar los periódicos de esos años para adentrarse en el contexto político e histórico de la época de los cincuenta. Es notorio cómo los arquitectos se olvidaron de la lección de sus maestros y terminaron con la integración del arte visual en los edificios. Ahora priva el negocio sobre la estética.


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