Suplemento Cultural 05-11-2011

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Una idea original de Rosauro Carmín Q.

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Literatura centroamericana de posguerra Páginas 4 y 5

Juan Diéguez Olaverri: exilio y melancolía Páginas 6 y 7

Los mundos de César Izquierdo Página 8

PRESIDENTES Y LITERATURA

Páginas 2 y 3


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Nueva Guatemala de la

Desde la

Presidentes litera

FOTO LA HORA: ARCHIVO

Justo Rufino Barrios mereció tres poemas de Ismael Cerna.

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Este domingo estaremos eligiendo al nuevo presidente; los candidatos se han encargado de ofrecer lo que mejor les pareció para convencer a la mayor cantidad de votantes. La seguridad y el empleo fueron las dos áreas en que más destinaron sus discursos, ya que la mayoría se ve preocupada por estos ámbitos dentro del acontecer nacional. Sin embargo, para ser justos, hubo otras áreas en las que ellos y sus asesores han pasado por alto, quizá por desconocimiento, o porque consideran que no les hacen ganar votos.

or ejemplo, el ámbito cultural, área que está contenida dentro del plan ejecutivo del Gobierno, por tener un ministerio encargado específicamente de la materia. El de Cultura y Deportes es sólo uno de las trece carteras del Organismo Ejecutivo, pero, al parecer, es una de las más olvidadas, incluso asignándoles menor presupuesto, lo que evidencia qué es lo que más llama la atención para los gobernantes. Pese a ello, la relación presidencial con el mundo de la cultura y las artes no siempre ha estado divorciado del mandatario. A veces, la relación ha sido muy directa. Hablemos, por ejemplo, de la literatura, arte que ha tenido más relación directa con los mandatarios, y podremos observar que en ciertos momentos, cultura y poder, no siempre han estado divorciados. INICIOS NACIONALES La relación más directa entre literatura y mandatarios puede observarse en los inicios de la República. Quizá esto se deba al impacto directo de la educación de aquel entonces, en que los bachilleres y otros profesionales eran instruidos en el arte de la retórica, con lo cual fácilmente se relacionaban con el buen escribir. En los tiempos previos y posteriores a la Independencia de España, se puede observar a dos figuras intelectuales que se hicieron notar, sobre todo, por las letras. Se trata de Pedro Molina (1777-1854), y de José Cecilio del Valle (1780-1834). Molina fue miembro del triunvirato que mantuvo el poder entre julio y septiembre de 1823, y Jefe de Estado de Guatemala en dos ocasiones, en 1823, y la segunda entre 1829 y 1830; en ninguno de los dos casos, logró gobernar más de ocho meses.

Por Mario Cordero Ávila

Del Valle no fue presidente, pero sí ganó las elecciones de 1825, pero los aliados de su rival, Manuel José Arce y Fagoaga, lograron que se repitieran, dándole el triunfo en segunda vuelta a este último. Ambos fueron las plumas visibles del debate “intelectual” que se produjo alrededor de la Independencia, aunque para muchos historiadores no se trató de un verdadero diálogo culto, sino de defensa de intereses económicos. Del Valle, de pluma más refinada, fue el protagonista del Amigo de la Patria, periódico de tendencia conservadora, que inicialmente se negaba a la independencia, pero posteriormente pujaba por elecciones libres y por oponerse a la anexión a México. Molina era todo lo contrario. De pluma más rústica, fue más prolífico en la producción, ya que de la misma forma publicó en El Editor Constitucional, que tras la Independencia pasó a llamarse El Genio de la Libertad, y se le recuerda por su libro titulado “El Loco”. UN PRESIDENTE NOVELISTA Antonio José de Irisarri (17861868) fue un guatemalteco que muy temprano en su vida (1809) se casó con una chilena, por lo que se afincó en el país sudamericano. Tuvo una destacada participación en la independencia de ese país; de hecho, por espacio de una semana (del 7 al 14 de marzo de 1814), tuvo que asumir como Director Supremo de Chile (jefatura del Estado chileno), en forma interina, mientras esperaba la llegada de Francisco de la Lastra. Posteriormente, Irisarri se desempeñaría como diplomático guatemalteco en Nueva York, al ser embajador ante Estados Unidos entre 1855 y 1868, año de su muerte. Este “presidente chileno por un día”

es considerado como el precurso de la novela centroamericana, con sus dos obras “El cristiano errante” (1847) y “La historia del perínclito Epaminondas del Cauca” (1867). PRESIDENTES CONSERVADORES Seguimos con esta cronología de la relación entre presidentes guatemaltecos y la literatura, y nos detenemos por un momento en Rafael Carrera y Turcios (1814-1865), quien fungió como presidente en dos ocasiones, entre 1844 y 1865, gobernando aproximadamente por espacio de 17 años y un mes. Este presidente se tenía la idea de que era más bien analfabeto, aunque es un hecho que no se ha comprobado, y no se sabe si era una realidad, o más bien un ataque de sus detractores. De tal consecuencia, su relación directa con la literatura es nula. De hecho, el sistema educativo que implementó, a través de la llamada Ley Pavón, se consideró retrógrada, sobre todo por haberla entregado al control de la Iglesia católica. Pero su relación con la literatura proviene, más bien, posteriormente, en un movimiento en que se ha intentado reivindicar su figura, sobre todo a través del libro “Rafael Carrera y la creación de la República de Guatemala”, de Ralph Lee Woodward, En su forma literaria, al menos dos novelas históricas se conocen: “Rafael Carrera, el Presidente Olvidado” (2009), de Óscar René Cruz Oliva, y más recientemente “La montaña mágica”, de Fernando González Davison. Del período conservador, otro presidente tiene una relación indirecta con la literatura, y se trata de Vicente Cerna, pero por razones pedagógicas lo abordaré más adelante. GOBIERNOS LIBERALES El período liberal da inicio con

la irrupción de su ideólogo Miguel García Granados, un hombre culto, proveniente de una familia que ha sido protagonista en el tema literario. García Granados fue presidente entre 1871 y 1873. El propio mandatario fue autor de un libro, “Memorias”, en que habla de su relación con su familia. En especial, el libro es valioso por las semblanzas de sus diez hermanas, particularmente la de Pepita, quien fuera una de las poetas más destacadas de finales del siglo XIX. Pero, además de su relación con Pepita, García Granados debe ser recordado por ser el padre de “la Niña de Guatemala”, tal como se inmortalizaría a su hija María, por parte del poeta José Martí. Aunque muchas leyendas surgen alrededor de esta historia, se sabe que Martí, desde que ingresó a Guatemala, había anunciado que estaba comprometido con la que sería posteriormente su esposa, Carmen Zayas Bazán, con quien se desposó y retornó a Guatemala. La muerte de María se produciría cuando Martí ya había salido del país, por lo que, como relata el poema, en realidad la “Niña” no murió cuando el “desmemoriado” retornó. Cabe resaltar, también, que en la época de García Granados fue cuando se empezó a dar la apertura para el desarrollo de las letras y las artes, como revela la venida de Martí, quien a pesar de haber venido cuando aún no había desarrollado su obra, sí encontró en Guatemala un ambiente propicio para el desenvolvimiento de la poesía y las artes. Al igual que Martí, otros poetas destacados vendrían al país, ya que encontraban en Guatemala una mejor disposición del ambiente artístico, y buena parte de ello fue gracias a la protección personal que los presidentes otorgaban. Cabe resaltar la venida de Rubén


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portada

arios y literarizados Darío durante el gobierno de Manuel Lisandro Barillas, o bien, el concurso poético ganado por un cubano, José Joaquín Palma, para escribir el Himno Nacional, propiciado por el presidente José María Reina Barrios. De la misma forma, los poetas Porfirio Barba Jacob y José Santos Chocano encontraron un mejor ambiente en Guatemala que en sus países, gracias a la protección arbitraria de los mismos presidentes, lo cual indica, hasta ese entonces, las buenas relaciones entre mandatarios e intelectuales artistas.

UN PRESIDENTE POETIZADO Pero lejano a esa apertura artística que caracterizó a algunos presidentes liberales, Justo Rufino Barrios era exactamente lo contrario. Hombre de armas, fue la figura fuerte y de poder en la Revolución Liberal, que contrastaba con la intelectualidad de García Granados. Ismael Cerna, sobrino del que fuera presidente Vicente Cerna (que anteriormente había anunciado que lo trabajaría hasta ahora), le dedicó varios poemas, de altísima estampa, a Barrios. Por su puesto, cabe recordar que Cerna era el presidente derrocado con la Revolución Liberal, por lo que se imaginan que los poemas no eran de alabanzas, sino más bien quejas. “A Justo Rufino Barrios”, poema dedicado al que consideraba un tirano, y “En la cárcel”, escrito por Ismael Cerna mientras guardaba prisión por haber sido arrestado por Barrios, son dos poemas que le señalaban su cólera contra el presidente. Pero con la muerte de Barrios, Ismael Cerna le escribe un tercer poema “Ante la tumba de Barrios”, en la cual le dice que lo perdona, por el bien que le hizo a la patria. Así, este presidente Barrios ha sido de los que más poemas ha merecido, sin olvidar que posteriormente Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz Guzmán merecerían muchos más poemas, y de diferentes autores. UN PRESIDENTE NOVELIZADO Y si Justo Rufino Barrios mereció tres poemas, quien sin lugar a dudas ha sido el presidente más

novelizado es Manuel Estrada Cabrera, ya que, al menos, cuatro obras se han escrito sobre él, incluyendo la genial “El Señor Presidente”, la novela de Miguel Ángel Asturias que le abrió las puertas a las mejores críticas internacionales. También “Ecce Pericles”, de Rafael Arévalo Martínez, y “El Autócrata” de Adolfo Wyld Ospina, versan sobre él, aunque ambas no son tan ficcionalizadas como la novela asturiana. Otras obras también comentan o narran episodios ocurridos durante el gobierno de Manuel Estrada Cabrera, como es el caso de “La bomba”, de Clemente Marroquín Rojas, crónica de un intento de atentado contra el dictador. Y, debido a que la obra de Asturias se publicó durante el gobierno de Jorge Ubico, también dictador, inicialmente se confundía y se creyó que el personaje central era éste y no Estrada Cabrera. Sin embargo, poco tiempo duró la duda, ya que los indicios referían que la historia era a principios del siglo. Ubico, cuyo régimen fue más castrante para las artes y letras, logró con cierto éxito cortar el desarrollo intelectual, al militarizar la academia, sobre todo las universidades. Sin embargo, él también tiene algunas obras que narran lo ocurrido durante su gobierno, como fue el caso de “Del pánico al ataque”, de Manuel Galich, quien en gobiernos posteriores fungiera como un político intelectual destacado, y no simplemente como literato. IMPULSO EDITORIAL Con la caída del régimen ubiquista, y la entrada de un gobierno modernizante como el de Juan José Arévalo, también hubo un importante impulso a las letras. Cabe recordar que entre las prioridades del gobierno arevalista fue la fundación de la editorial José de Pineda Ibarra, para publicar constantemente obras nacionales, necesidad urgente por el retraso intelectual que hubo por el gobierno de Ubico. Arévalo logró dar ese fuerte impulso a las letras, no sólo con la editorial, sino con privilegiar el desarrollo de las artes en general. Durante este período, se inician

con concursos literarios, de donde surgen figuras resaltantes, como Miguel Ángel Vásquez, ganador del primero de estos concursos. Entre otros, durante el gobierno de Arévalo surge el grupo SakerTi, cuya ideología estética buscaba asimilar la ideología sociopolítica del Gobierno. También, cabe destacar que durante este régimen, se produjo la vuelta de intelectuales artistas, como Luis Cardoza y Aragón, quien fundara la Revista Guatemala, semillero de los futuros escritores. Cardoza fue cercano a los gobiernos de Arévalo y de Arbenz, de la misma forma que lo fue el dramaturgo Manuel Galich. Asimismo, otros tantos personajes, que posteriormente destacaran en las letras, gozaron de privilegios como becas y puestos diplomáticos, lo que dio impulso también a la literatura nacional, tal como fue el caso de Augusto Monterroso. Este hecho es para resaltar porque se evidencia la cercanía entre los intelectuales de la literatura con el Gobierno, situación que, posteriormente, se rompería, y que actualmente, hasta ahora, no se ha logrado romper del todo este divorcio entre el poder y las letras. PROCESO REACCIONARIO Con la caída de Arbenz, decenas de escritores volvieron al exilio. Tal fue el caso del ya mencionado Monterroso, quien en el exilio escribe el cuento “Míster Taylor”, una parodia sobre la invasión estadounidense a los países latinoamericanos. Con este proceso, se consolidó el divorcio entre presidentes y personas de letras. Sólo el Premio Nobel de Miguel Ángel Asturias en 1967, quien había sido nombrado Embajador de París meses atrás, se puede resaltar en este recuento de la relación entre mandatarios y literatura. Sin embargo, este mismo evento, a la luz de los años, se ve ensombrecido porque en el mismo año se produjo la ejecución extrajudicial de Otto René Castillo. Castillo y Asturias forman las dos caras de la misma moneda, en la relación con el poder, porque mientras uno moría a manos del

Estado, el otro era privilegiado.

ÚLTIMOS AÑOS Durante la guerra interna, la mayoría de intelectuales y literatos se encontraban en el exilio, y los que permanecían en el país tenían serias dificultades para publicar. Por ello, con la vuelta de las elecciones libres y la nueva Constitución, en 1985, el Gobierno de Vinicio Cerezo planteó como necesidad la creación del Ministerio de Cultura y Deportes, para retomar el impulso a las artes y letras. También, durante ese Gobierno, se creó el Premio Nacional de Literatura, que inició sin muchos augurios de permanecer, ya que no contaba con premio monetario ni con un fuerte respaldo gubernamental, pero a lo largo de los años se fue consolidando. En un inicio, el premio se fue otorgando a literatos exiliados, con la finalidad de que con el premio retornaran al país y se radicaran, tal como ocurrió en el caso de Mario Monteforte Toledo. Sin embargo, hubo otros que recibieron el premio y que continuaron viviendo en el extranjero, como Augusto Monterroso, Otto Raúl González y Carlos Solórzano, y Luis Cardoza y Aragón que nunca lo recibió, pero que de igual forma no retornó al país, así como Asturias, que murió en el extranjero. En conclusión, se puede observar la evolución que desde un inicio la relación entre presidentes y la literatura fue más sólida, pero que al paso del tiempo los intelectuales literarios se han visto relegados. ¿Cambiará esto en el futuro? Pues de eso FOTO LA HORA: ARCHIVO dependerá del próximo Manuel Estrada Cabrera gobernante, a quien ele- ha sido el presidente más novelizado de la historia giremos este domingo. guatemalteca.


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Anál

NARRATIVIDADES

¿CUÁLES SON LAS N

En un artículo escrito en el otoño de 2009 istían múltiples maneras de problematizar posibilidades. Argumenté que esta tarea po decolonial, así como por medio de una lectu de proceso fracasado de luto. En aquel ento volcánica proveniente de Islandia, realicé

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Desde por lo menos 1855 cuando William Walker invadió Nicaragua, los países centroamericanos han operado en la órbita del imaginario geopolítico de los Estados Unidos.

or lo pronto, comenzaré el presente artículo de una manera análoga al anterior, interrogándome sobre cómo es la producción narrativa centroamericana concebida en relación a las tendencias globalizadoras neoliberales, el capitalismo y la modernidad. Desde por lo menos 1855 cuando William Walker invadió Nicaragua, los países centroamericanos han operado en la órbita del imaginario geopolítico de los Estados Unidos. La discursividad literaria moderna del istmo ha sido, en consecuencia, una discursividad antagónica a esta hegemonía. Es

por ello que la narratividad del siglo veinte invocó, de manera genérica, un pensamiento dicotómico para confrontarlo. Por un lado, se autoconstituyó como la “voz silenciada” de los sectores no hegemónicos de sus respectivas poblaciones, naciones y región geohistórica sufriendo de manera más directa el embate y las consecuencias de las aspiraciones imperialistas de los Estados Unidos. Por el otro, articularon un contra-discurso frente a las representaciones positivistas y racializadas de los sujetos centroamericanos elaborados por quienes conceptualizaron las doctrinas de ocupación estadounidense, tales como el geógrafo E.G. Squier o el historiador

Hubert Howe Bancroft. En este proceso elaboraron imaginarios sociales alternativos, constituyendo historias nacionales y teleologías apuntando en dirección de la conformación de naciones-estados no hegemonizados por los Estados Unidos, cuando no confrontados con el mismo, como fue el caso del costarricense Carlos Gagini con su novela de ciencia ficción La caída del águila (1920). De acuerdo a muchos críticos contemporáneos, la globalización es un conjunto de mecanismos para administrar, controlar y homogenizar el mundo de acuerdo a planteamientos neo-liberales. Los teóricos operando dentro de la perspectiva de la de-

colonialidad argumentan que el poder económico y político que logra acumular Europa a partir del siglo XVI, le permite imponer su habitus como norma, idea y proyecto universal para todos los pueblos del mundo. De lo anterior se desencadena el eurocentrismo, cuyo pensamiento filosófico, blanco-céntrico y masculinista articula la modernidad. Fernando Coronil propone distinguir tres modalidades de imperialismo, los cuales él denomina colonial, nacional y global: … el imperialismo colonial consiste en el dominio de un imperio sobre sus colonias por medios fundamentalmente políticos; el imperialismo nacional caracteriza al control de una nación sobre naciones independientes por medios predominantemente económicos a través de la mediación de su Estado; y el imperialismo global identifica al poder de redes transnacionales sobre las poblaciones del planeta por medio de un mercado mundial sustentado por los Estados metropolitanos dentro de los cuales Estados Unidos juega actualmente un papel hegemónico. (Coronil, 2003, p. 12) En esta narrativa, Centroamérica pasa a conformarse como tal en el marco secular del iluminismo europeo, vinculándose así con la colonialidad y emergencia del mundo moderno/colonial. En términos más explícitamente literarios, el giro en la terminología de Coronil, si bien iniciado desde finales del siglo diecinueve, se marcaría de manera crítica sobre todo a partir del final de la segunda Guerra mundial, fechas que corresponden con las revueltas anti-dictatoriales de Guatemala, El Salvador y Costa Rica, así como con la consolidación del poder somocista. Lo anterior implicó una conflictividad de largo alcance con los Estados Unidos en un momento de “colonialismo transnacional” (Mignolo, 725) en el cual éste último país consolidaba su hegemonía capitalista en el contexto de la guerra fría.

Si tomamos prestadas estas conceptualizaciones para nuestro análisis de la literatura centroamericana de pos-segunda Guerra mundial (frase torpe, empleada para diferenciar los 1940s de la posguerra centroamericana de los 1990s) podríamos muy bien posicionar la emergencia de la narratividad centroamericana en la cola de esta segunda etapa, aun marcada por el enfoque iluminista, pero situada en el punto en el cual el imperialismo estadounidense desplaza al norte europeo como foco de lo definido como “occidente.” Es, pues, una narrativa emergiendo aun dentro de parámetros iluministas y todavía marcada por el cosmopolitismo de los proyectos designados por Kant para articular principios de sociabilidad dentro de un marco iluminista, si bien marcada con la perspectiva crítica que inevitablemente le señala su localización geoepistémica. Emerge y se consolida como narrativa emancipadora. Pero, ¿emancipadora de qué? Desde luego que del imperialismo estadounidense en un sentido estrictamente político. Basta volver a la “Oda a Roosevelt” de Darío de 1906 para confirmar este giro que se extendió por los siguientes 80 años. Podríamos muy bien citar otros títulos de narrativas de la primera mitad del mencionado siglo tales como La oficina de paz de Orolandia (1925) de Rafael Arévalo Martínez, La sombra de la Casa Blanca (1927) de Máximo Soto-Hall, o Mamita Yunai (1940) de Carlos Luis Fallas para confirmar la mencionada tendencia. Pero, ¿era esta literatura anterior a la segunda guerra mundial verdaderamente emancipadora del marco iluminista? Pienso que no. Era una narratividad intentando conformarse y ser operativa dentro de los mismos parámetros ofrecidos por el iluminismo eurocéntrico, el cual nunca se cuestionó en Centroamérica en la primera mitad del siglo veinte con la posible excepción de Leyendas de Guatemala (1930) de Miguel Angel Asturias. Articuló imaginarios sociales sustentando sus principios, con la centrali-


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lisis

S CENTROAMERICANAS Y DECOLONIALIDAD:

NOVEDADES EN LA LITERATURA DE POSGUERRA?

para una historia de la literatura centroamericana compilada por un equipo de investigadores, afirmé que exr la literatura centroamericana de posguerra. A manera de ejemplo, cité dos alternativas, entre muchas otras odía realizarse considerando amplios parámetros epistémicos tales como los articulados desde una perspectiva ura más psicoanalítica que considerara la producción discursiva de la posguerra centroamericana como un tipo onces, desarrollé el análisis. En otra conferencia en Liverpool en la primavera de 2010, acosados por la ceniza un acercamiento inicial en dirección de los planteamientos decoloniales. Me gustaría aprovechar la presente ocasión para profundizar en esta última dirección.

POR ARTURO ARIAS

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Rubén Darío escribió en 1906 la “Oda a Roosevelt”.

dad de la libertad, la democracia y la razón como los valores primarios de la sociedad. A la vez, pedían a gritos la emergencia de una espera pública en la cual los letrados pudieran de nuevo brillar como los legisladores

no reconocidos del mundo, parafraseando a Shelley. El resentimiento de los letrados por la interferencia de los Estados Unidos en la región era sustentado por su fe en que la misma era el único obstáculo impidién-

dole a las naciones centroamericanos convertirse en esos pequeños estados-naciones de fantasía donde todo funcionaría como un relojito, de acuerdo a los románticos imaginarios sociales articulando el potencial de la región, elaborados y publicados por José Cecilio del Valle (1780-1834) o Mariano Gálvez (1794-1862), para nombrar tan sólo a dos letrados de los 1820s y 1830s. La autoimagen de Costa Rica como la “Suiza de Centroamérica” sería en este caso un tropo apto para nombrar el horizonte de expectativas imaginarias de la región hacia mitad de los 1950s. De acuerdo a los mismos teóricos previamente aludidos, el tercer diseño global, explícitamente asociado con el “colonialismo transnacional” de los Estados Unidos, y en el cual también se construye un nuevo ordenamiento epistémico y lingüístico afectando al conjunto de la región, es el que impacta las guerras civiles centroamericanas. Es en este momento en el cual la literatura europea del alto modernismo—Joyce, Proust, Mann—le ceden su lugar a los norteamerica-

nos: Faulkner, Hemingway, Dos Passos, entre otros. Sin embargo, esta misma etapa se desliza de una fase desarrollista, articulada en sus inicios con la creación tanto de Naciones Unidas como de sus expresiones económicas, entre las cuales sobresale la Comisión Económica para América Latina, CEPAL, fase que hegemonizó el horizonte regional desde los 1950s hasta los 1970s, hacia una nueva etapa neoliberal emergiendo a partir de los 1980s, la cual a su vez señala la crisis de la modernidad. Si la narratividad regional comúnmente asociada con el período “guerrillerista” 1960-1990 consistió de discursividades luchando por nadar a contracorriente del desarrollismo estados unidos-céntrico, a pesar de localizarse dentro de la vasta amplitud de esta misma etapa desarrollista, entonces podríamos argumentar que la narrativa de posguerra corresponde a su fase neoliberal. Por ello es llamada a ofrecer pautas para potencialmente transformar las dimensiones de la lucha contra, o bien describir, las consecuencias implícitas de las políticas neoliberales en la región. En esta lógica, el período de la posguerra centroamericana concluiría en teoría cuando surgieran alternativas al neoliberalismo, y éstas comenzaran a permear los imaginarios sociales de la región. Veamos estos argumentos con mayor cuidado. No hay necesidad, en este punto, de revisar la herencia del iluminismo en la conceptualización de la federación centroamericana, cuya disolución fue seguida de la aparición de estados-naciones en miniatura resultando de las guerras civiles liberales-conservadoras de los 1830s. Basta con referirnos a las lecturas de José Cecilio del Valle y otros letrados configurando los imaginarios sociales de la mencionada época. En otro artículo subrayé ya la relación existente entre Del Valle y el filósofo británico Jeremy Bentham, así como con el naturalista alemán Alexander von Humboldt,

cuyas ideas auxiliaron a Del Valle en la configuración de lo que debería ser la federación centroamericana. Sabemos también que con el inicio de la guerra fría, las relaciones Estados Unidos-Centroamérica se tensaron como resultado de la colisión del proyecto modernizador nacionalista de Guatemala con los intereses de la United Fruit Company, conduciendo a la invasión del mencionado país en 1954. Lo que me interesaba más en este momento era explorar cómo nociones inter-relacionadas del ser, de la autonomía y de la emancipación emergieron dentro de grupos literarios centroamericanos en la etapa desarrollista del tercer diseño global, y cómo estas nociones se transformaron en el período neoliberal. No es necesario agregarle mucho a las nociones de desarrollismo vinculadas a las representaciones de los imaginarios sociales que no hayan sido ya argumentadas por María Josefina Saldaña-Portillo. Recordemos que Saldaña-Portillo afirma que los desafíos revolucionarios al capitalismo y el colonialismo en América Latina durante el siglo veinte fracasaron en resistir—y en realidad estaban relacionadas constitutivamente con—las narrativas desarrollistas justificando y naturalizando el capitalismo pos-segunda Guerra mundial. Su crítica al discurso desarrollista cayó sobre discursividades canónicas del pensamiento y prácticas políticas como las del “Che” Guevara, el primer gobierno sandinista, y la guerrilla guatemalteca. Saldaña-Portillo sugiere que para cada una de éstas conceptualizaciones, parámetros desarrollistas enmarcaron la lucha revolucionaria como movimiento heroico transitando de la inconciencia a la inconciencia, del atraso infantil a la madurez disciplinada y auto-consciente cuya meta era, sin embargo, la constitución de un estado-nación “desarrollado” de acuerdo con los parámetros capitalistas modernos.


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Literatura

diéguez: exilio y melancolía Por Jaime Barrios Carrillo

He aquí mi eterno canto de tristeza Suave, expresión de mi dolor impío: Lirio de Chiapas, perla de belleza, Yo con mi canto el corazón te envío: En premio sí de mi infeliz terneza, Yo te pido tan sólo dueño mío, Un suspiro de amor, una mirada Al cielo de tu tierra abandonada.

L

/Juan Diéguez Olaverri -Canto del Ausente a aparatosa caída del régimen liberal en Guatemala en 1838, marcó el desarrollo político y desde luego cultural del país. Durante 40 años el Partido Conservador, aliado a la Iglesia católica y la llamada nobleza local, simbolizada en familias como los Aycinena, los Pavón y los Echeverrías, gobernaron el país con mano de hierro, sobre la base de una articulación institucionalizada de la Iglesia y El Estado. Los liberales se habían dividido durante el gobierno de Mariano Gálvez, creándose facciones tan antagónicas entre ellos que podría afirmarse que fueron más antípodas ente sí que con las fuerzas conservadoras que acabaron derrotándolos y alejándolos del poder. Rafael Carrera llamado por los conservadores El Caudillo Adorado de los Pueblos y Racaraca el analfabeto por los liberales, impuso un gobernó autoritario, teocratizante y opuesto a los cambios radicales y modernizantes que Mariano Gálvez había intentado. Los hermanos Diéguez Olaverri, Juan (1813-1866) y Manuel (1821-1861), eran liberales de pura cepa, hijos de lo que se conocía en la época como un letrado jurisconsulto, Don José Domingo Diéguez. Juan había heredado de su padre el perfil de la jurisprudencia y ambos hermanos continuaron con la tradición literaria e intelectual de la familia. Don José Domingo había sido catedrático de su hijo Juan en la Academia de Estudios, institución que había reemplazado a la antigua Universidad. La casa de la familia Diéguez fue centro de reuniones literarias y de discusiones científicas y políticas, llamadas tertulias, las cuales cumplieron el papel de ser espacios para el debate y también para la presentación de las piezas literarias, que consistía en recitales de poesía y lecturas de textos originales por sus autores, sobre todo ensayos y fábulas. Había en la casa, desde

luego, una magnífica biblioteca, que aunque especializada en temas jurídicos tenía una vasta colección de clásicos de la literatura, autores españoles del siglo de Oro y los franceses de la Ilustración ( Rousseau, D´Alambert, Diderot), los emblemáticos tomos de la enciclopedia francesa importados por Don José Domingo y las obras de la Economía política inglesa de Adam Smith y Ricardo. La lectura de los románticos franceses se hizo en el idioma original. Don José Domingo se ocupó de que sus hijos, como él lo había hecho, aprendieran la lengua de Hugo como solía decirse en esa época. Años después ambos hermanos traducirían al español poemas de Víctor Hugo, Lamartine y Chernier. Los clásicos grecolatinos tuvieron un lugar prominente en aquella magnífica biblioteca. Hesiodo, Catulo, Lucio Apuleyo, Ovidio, Homero, Quinto Cursio Rufo, Tácito y sobre todos Virgilio, autor que se convirtió en el preferido de Juan Diéguez. El neoclasicismo en que se formó Don J. Domingo Diéguez fue transmitido en forma directa a sus hijos e impregnó de forma substancial, sobre todo en la forma, el corpus poético de los hermanos Diéguez. Con semejante tradición intelectual, enraizada profundamente en la Ilustración francesa y en el liberalismo inglés, no podían nunca aceptar los Diéguez el perfil de un gobierno teocratizante y conservador como el de Rafael Carrera. A pesar de que Juan había sido nombrado juez en Sacatepéquez y luego en la Capital, no se asimiló al régimen y junto a su hermano Manuel y un buen grupo de jóvenes liberales, comenzó a conspirar. Relata el decimonónico polígrafo Salvador Falla que era el deseo de esa juventud rebelde el convocar una constitución y dar al poder militar una organización regularizada. Pero agrega Falla: “Sin hombres, sin armas, sin recursos, sin un plan práctico de realización, todo aquello carecía

de consistencia y viabilidad. La conspiración resulta abortada y los hermanos Diéguez emprenden una huída desesperada. Todo empieza el 26 de junio de 1846 cuando tiene lugar el sepelio del arzobispo Ramón Casaus en la Catedral, el prelado había fallecido en Cuba y el cadáver había sido llevado a Guatemala. Sería una muestra del poder omnímodo, religión y política mezcladas gobernando, y asistiría la plana mayor del régimen con el General Rafael Carrera a la cabeza. Carrera tenía cuatro pasiones: las grandes ceremonias, las espadas, la música y los uniformes militares de gala. Las exequias del arzobispo se prestaban cabalmente a satisfacer estas preferencias del caudillo. Los espías de Carrera se enteran de que los conspiradores estarán con armas cortas y ocultas en la

Catedral con propósito de asesinar a Carrera y a los miembros de su gabinete. El grupo se mueve sin coordinación, no todos llegan y ante el desplazamiento de numerosa tropa avisada el plan se suspende a última hora. El gobierno conoce los nombres de los conspiradores y comienza una atroz persecución. Los hermanos Diéguez huyen primero a Salamá donde son escondidos por el padre Ocaña, un viejo amigo de la familia. Son perseguidos por un cruel esbirro llamado Ruperto Montoya a quien apodan Chupina, conocido por su exacerbada brutalidad. Al fin resultan capturados en otra finca, La Merced, propiedad de un amigo, el abogado Francisco Alburez. Rafael Carrera envía al general Gregorio Solares desde Chimaltenango con orden de fusilar a los hermanos. Solares

no desea cumplir las órdenes del caudillo pues conoce a la familia Diéguez, mas no se atreve tampoco a desobedecer y recurre a la estrategia de enviar un mensaje a Carrera proponiendo que se lleve a los reos a la capital para procesarlos, ya que tienen información valiosa. Carrera accede y los Diéguez son traslados a las ergástulas del Castillo de San José donde se les abre proceso. Juan enferma y, según la tradición, sufren duramente la prisión y alguno de los dos (cuál) escribe en un muro de la celda donde están confinados:

“Celeste esperanza Que alientas el alma, Derrama la clama En mi corazón.” Confiesan y ambos hermanos se atribuyen el liderazgo de


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la conspiración. Manuel atrevidamente escribe una estrofa dirigida al general Rafael Carrera, Presidente Vitalicio de Guatemala:

“ Señor, la férrea cadena, Astada al pie por Vuecencia La he llevado con paciencia, Resignándome a la pena; Más ahora me condena A tan cruel padecimiento, Que si oyera mi lamento Vuecencia, ya no quería Prolongar ni un sólo día Tan terrible sufrimiento...” Una noche llega el mismo Carrera, refiere Salvador Falla, a la cárcel y anuncia que no fusilará a nadie. Los hermanos Diéguez son declarados poco después culpables mas la pena de muerte se les conmuta por la del destierro. Los Diéguez emigran a Chiapas. Manuel se moverá después a El Salvador, donde morirá a los 40 años en 1861 a causa de “ataque de locura”. Su poesía no será publicada en libro sino hasta 1885 con el título de Poesías Escogidas. Los poemas de Manuel tienen un tono marcadamente amoroso y fueron escritos en el exilio. Prevalecen los rasgos románticos y no falta el tema de La noche (misterio de todos los

poetas como afirmaba Antonio Machado) y desde luego el de la muerte. Pero Manuel es un poeta menos afectado y angustiado que su hermano Juan y no deja de buscar lo que se entiende epicúreamente como la dicha. En una brillante y lúcida estrofa pareada, de versos endecasílabos con rima asonante, expresa:

“ Y pues feliz, soñando solo he sido Quién pudiera vivir siempre dormido!” Mas Manuel Diéguez no deja de resaltar, como buen romántico, el destino trágico de los poetas:

“Por no llorar la suerte del Poeta Voy á cantar en malhada historia Para que sirva su infeliz memoria De triste ejemplo al que á versar se meta.” Juan por su parte tendrá un sobresaliente papel como abogado en Chiapas, donde permanecerá hasta 1860 cuando vuelve a Guatemala y se radica en La Antigua. Se casará con una mujer mexicana y hará de Chiapas su segunda patria. Pero como ha dicho el poeta Luis Cardoza

y Aragón: no hay patrias segundas. Desde la frontera Juan Diéguez había durante años observado su país perdido. Canta a los Cuchumatanes con una intensidad que pocas veces se logra en la poesía. Sus poemas (54 en total se han encontrado y nunca publicó libro en vida) mantienen formas neoclásicas y también abordan temas bucólicos. Como liberal canta a la libertad. Pero Juan Diéguez se expresa también como un poeta romántico, alcanzando con frecuencia una dimensión sentimental e intimista. Dos rasgos de los románticos resaltan en la obra de Juan Diéguez: el énfasis del yo lírico y la llamada vuelta a la naturaleza, proclamada por el filósofo Rousseau. En un poema largo define así su posición romántica:

“oh,siempre yo te amé Naturaleza, Y á tu divino en ti yo adoro, Abre á mi corazón todo el tesoro De poesía, amor y de belleza” /Juan Diéguez- El amante de la Naturaleza La poesía de los hermanos Diéguez está llena de nostalgia y de una reiteración por lo perdido, una referencia constante a los

adioses y a las separaciones. Una melancolía existencial expresada sobre todo en la obra de Juan que llega a niveles de gran intensidad emocional y perfección formal. José Martí escribiría años más tarde, cuando ya estaban muertos los dos Diéguez y el poeta y prócer cubano vivía en Guatemala: “Quién no sabe en Centroamérica algo de ellos, los tiernos Diéguez…Juan y Manuel, tan apretadamente unidos que lo del uno parece lo del otro. Patria ausente, montañas queridas, flores de la tierra, ilusiones…penas de amor, de vida, y de destierro; todo esto tiene en esos laúdes gemelos los tonos de un sentimiento, no prestado, común, ni preconcebido, sino sincero, suave y blando,…y sus sueños son posible y consuelan. Yo los llamo poetas de la fe.” Juan Diéguez vuelve a Guatemala. Era un hombre psicológicamente golpeado. En 1861 muere su hermano Manuel y en ese año escribe lo que se cree fue su último poema que intitula Canto a mi gallo, que es una oda dedicada paradójicamente a la alegría y a la esperanza, cuando el poeta se desgarraba en vida, sumido en una depresión severa. No obstante que había obtenido un cargo de juez no encontraba más satisfacción en el oficio de jurista. No soy para esto, las leyes han ma-

tado mi musa, solía decir cuando le preguntaban por su poesía, la que en forma manuscrita o en hojas volantes se pasaba de mano en mano y se leía en las tertulias. No fue sino hasta 20 años después de su muerte que se publican 24 poemas en forma de libro, reeditándose de nuevo en 1957 cuando se publican 47 poemas (casi la totalidad) con el título de Poesías de Juan Diéguez Olaverri, antecedidos por del peculiar ensayo de Salvador Falla escrito en 1889. Fallece en la pobreza absoluta, al grado que la familia no tiene dinero para el entierro. Tiene 53 años al morir pero parece un anciano circunspecto, de pelo caído, introvertido, metido en la burbuja de su melancolía profunda. Juan Diéguez Olaverri el cantor del exilio guatemalteco en el siglo XIX, como lo había sido Rafael Landívar en el dieciocho. El poeta de la tristeza y el dolor de la ausencia, también el jurista, el liberal y en definitiva el sensible desterrado: ¡Oh cielo de mi Patria! ¡Oh caros horizontes! ¡Oh ya dormidos montes l a n o c h e y a o s c ubr i ó ! : adiós, oh mis amigos, dormid, dormid en calma, que las brumas en la alma, ¡ay, ay! las llevo yo. /Juan Diéguez-A los Cuchumatanes


Nueva Guatemala de la Asunción, 5 de noviembre de 2011

Suplemento Cultural 8

Galería de artistas

Los mundos de César Izquierdo

R

esulta difícil resumir los logros de un artista que, como César Izquierdo (Santa Cruz del Quiché, 1937), no ha dejado de producir durante más de medio siglo. Sus cuadros, no importa que los haya hecho en su juventud o en su adultez, tienen ahora un aire definitivo y conforman lo que propiamente puede llamarse la obra de una vida dedicada al arte, ante la cual no cabe ni el ninguneo egoísta ni el elogio de circunstancias: su obra sencillamente es y se ha venido formando no sólo con las líneas finas de sus dibujos, sino también con el dolor y la angustia, con el sentido y el sinsentido de la historia social de Guatemala, sedimentados en la materia calcinada de la que están hechas sus pinturas más emblemáticas. El lado heroico de la persistencia de César Izquierdo —y de sus logros artísticos— ciertamente tiene que ver con la lucha personal por dominar los secretos de un oficio laborioso y poco comprendido, pero aún más con la lucha por desentrañar algo así como el sentido de la existencia. De allí que sus indagaciones de artista de nuestra época se dirijan a la tierra, considerada no tanto como materia bruta sino como escenario donde se desarrolla la existencia humana, y al mismo tiempo, al intelecto, donde es posible debatir su sentido. Así, indagando en esos campos, el uno exterior y el otro interior, el hacer del artista (que es su manera, su método de pensar) va “descubriendo” aspectos inquietantes y hasta atormentadores de la verdad, de la verdad del mundo y de sí mismo. Su obra, en ese sentido, es el registro minucioso y descarnado de esas indagaciones y esos descubrimientos. Hasta aquí hemos hablado de indagaciones y descubrimientos, del mundo externo y el mundo interno. Podríamos adelantar que la obra de César Izquierdo es también la lucha por conciliar esos mundos opuestos: por un lado, el dibujo, fino agudo y penetrante como su esfuerzo mental por “descubrir” la forma tensa de los demonios internos que lo atormentan y, por otro, su pintura “matérica”, densa e insondable, descubriendo en la tierra las huellas terribles y maravillosas del presente y de la historia. Esta doble indagación le da a la obra de César Izquierdo su carácter más distintivo. Por ejemplo, la obra matérica que realizó durante los años 60 y 70, de un expresionismo muy descarnado, puede ser caracterizada, como mucha de la pintura de esa época, de testimonial con respecto a la violencia y la represión política de los inicios del conflicto armado interno; pero sus dibujos introspectivos no cuestionan a la época sino a sí mismo, y de esta manera la honestidad artística de César Izquierdo y de sus testimonios pictóricos se pone por encima de cualquier sesgo ideológico. Y lo mismo sucede con los temas indígenas de su pintura. A ellos lo llevó

Por Juan B. Juárez

su indagatoria en la materia de nuestro mundo. Profundizando en ella, en la historia antigua que le da sentido al presente, los descubrió con el mismo asombro con que antes descubría, en el presente, los vestigios de la violencia social y política. Tan nuestro el cadáver reciente como la grandeza antigua, y el artista los descubre y los cubre con el mismo ritual de veneración y respeto, como partes igualmente decisivas del sentido de la existencia en el contexto de la sociedad guatemalteca actual. Son los hallazgos

que jalonan su indagación y su obra. Los dibujos introspectivos que acompañan a este descubrimiento, ahora de una trama menos densa, descubren y describen con la misma minuciosidad nuevos estados de conciencia, sin duda menos atormentados pero igualmente conflictivos. En la obra más reciente la doctora Silvia Herrera encuentra que “en Izquierdo la pintura y el dibujo son una solución de continuidad”. Y, en efecto, pareciera que la materia, otrora árida y reseca de sus cuadros, hubiera entrado a otro ci-

clo, reverdeciera y, removida en ritmos amplios y suaves, se poblara de pájaros, árboles y símbolos antiguos y poderosos que finalmente afloran desde el fondo de la tierra y de su conciencia. No es que el artista haya dejado de cuestionar al mundo y a sí mismo o que haya alcanzado respuestas definitivas: es, quizás, la sabiduría que viene de la aceptación. Atrás de sus cuadros actuales, debajo de sus hallazgos más recientes está siempre la historia de su vida y la historia de este suelo tan fecundo como atormentado.


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