Cultural 08-09-2017

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Guatemala, 8 de septiembre de 2017

suplemento semanal de la hora, idea original de Rosauro CarmĂ­n Q.


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Sobre el habla chapina

presentación na de las mayores riquezas atesoradas por los pueblos se vincula con el lenguaje. Por ello, la edición empieza con algunas consideraciones que el escritor Juan Antonio Canel realiza sobre las particularidades del hablar chapín y su esfuerzo por recogerlo en su “Trompabulario”. El trabajo, que hasta ahora no ha sido publicado, pero que puede encontrarse en línea, será con el tiempo texto obligatorio y materia de estudio en los centros de investigación. Seguidamente, el académico y también columnista del diario La Hora, Adolfo Mazariegos, nos comparte la entrevista realizada al reconocido escritor Méndez Vides. En “la charla”, como Mazariegos la llama, se descubren algunos aspectos de la vida del novelista y claves interpretativas de su visión literaria. A manera de anticipo, Méndez Vides afirma de sí mismo: “Yo asumo la vocación como destino, pero es vanidad, porque no se puede saber si soy tal cosa, o apenas soy yo creyendo que soy escritor. Digamos, con más claridad, que hago lo que quiero, en una de mis personalidades, porque también soy otros”. La edición recoge también una selección de poemas de las obras Para nadar en tu sangre y Memoria y claridad, del poeta Gustavo Sánchez. Y concluimos con una aproximación crítica de la obra de Juan Pensamiento, escrita por el académico Miguel Flores. Como en todas nuestras presentaciones, deseamos para usted un buen descanso y una muy feliz lectura. Hasta la próxima.

es una publicación de:

Juan Antonio Canel Cabrera Escritor

En marzo de 2015 comencé a publicar en el blog Trompabulario.com un trabajo en el cual llevo más de quince años de acopio de palabras, refranes y frases muy propias del habla guatemalteca; es decir del español que hablamos en Guatemala. La tarea ha sido simpática, divertida y de mucho aprendizaje para mí sobre todo porque ha sido, en buena medida, un esfuerzo por bocetar, y retratar al guatemalteco común de habla española por medio del lenguaje.

L

o que tiene de distinto mi Trompabulario Chapín con otros diccionarios, abundantes por cierto, que circularon y circulan en la actualidad es que mi labor consiste en acopiar el habla pero, en especial, esa que ha quedado impresa. Por eso, pienso, la principal riqueza de mi obra es que los ejemplos de uso han sido tomados de la enorme literatura guatemalteca, de lo publicado en revistas, periódicos y aun materiales impresos dispersos. Otra característica que tiene es que muchas de las entradas van acompañadas de ilustraciones que también he tomado de periódicos, revistas, libros y muchas que he encargado. ¿Cómo surgió el Trompabulario Chapín? Mi niñez transcurrió en un medio portentoso para las palabras. Me fascinó escuchar cómo mi madre nombraba de una manera a las cosas y mis abuelos de otra. Me cautivó esa mini Babel. Mi asombro derivó porque era una maravilla nominar a los objetos de diversas maneras. Por eso, diríase que tuve una infancia estereofónica; por un lado escuchando un discurso en español y, por otro, uno kaqchiquel que lo subvertía. O al revés. Allí, en esa casa donde mis ojos y mi lengua alimentaron mi inocencia, convivieron, en el territorio del idioma, formas dialectales, idiolectos, ecolectos y jergas de los oficios de mis abuelos y mis tíos. Crecí, pues, en un bosque de palabras; todas eran preciosas: matizaban las cosas con el sentir de los hablantes. Y ese discurrir de los idiomas y sus derivados, de alguna manera reproducía las añejas luchas coloniales que se libraron en los siglos XV y XVI en estas tierras que, paradójicamente, coincidirían con el Siglo de Oro español. Ese aspecto lo remarcaba el apellido Cabrera, de mi madre, que según se cuenta venía rodando desde la remota Galicia, en la pubertad de los siglos de nuestra era. Mi mamá, desde el feudo de su vocabulario, hablaba un español que repelía lo indígena como un niño abomina una

campaña de vacunación. No era un español culto pero fue suficiente para dotar de significado a las cosas. Cuando discutía con mi papá y quería cerrar el altercado, como restándole validez a sus razones, le decía: “indio tenía que ser”. Sin embargo, más que aversión a lo kaqchiquel, creo, se debió a que mi familia paterna, sobre todo mis abuelos, en un principio no le pasaron mucha chibola, precisamente, por su ladinidad. No estuvieron de acuerdo con que mi papá se casara con una ladina. Y esa pugna, eco de las primigenias que se vivieron a la llegada de los españoles a América, los hacía inflexibles. Mis abuelos, con su kaqchiquel enraizado bajo los anacates de San Juan Sacatepéquez, hablaron un lenguaje que, a pesar de los pesares, temía contaminarse con lo que sonara a ladino; no obstante, hablaban perfectamente el castellano que, por supuesto, adaptaban a su propia sintaxis. Cuando estaban frente a mi madre conversaban en kaqchiquel como para delimitar territorios. Para mí, esa lucha sonora de los idiomas y la cultura librada entre los dos bandos fue una bendición de los hados y las hadas. Me pareció un divertido cuento en el cual los genios malos para un bando eran buenos para el otro. Las palabras, utilizadas como armas, me asombraron. Generaron los gestos y estos, a su vez, las miradas para dar lugar a una comunicación con solemnidad de celebración litúrgica. Luego, cuando ingresé a la escuela, enfrenté mi propia batalla originada por la discriminación. Y también tuve contacto con otros idiomas mayas que me maravillaron al escucharlos; sentí algo así como lo ocurrido a los españoles al llegar a nuestro territorio al constatar, según Fuentes y Guzmán: “… la gran diversidad de lenguas que hablan (los mayas), más parecen descendientes de los que se derramaron de la torre de Babilonia…” Además, comencé a darme cuenta de cómo el castellano que hablábamos en Guatemala, o la castilla como decían mis abuelos, “aludiendo al origen del castellano”, como dice Carlos López en Voses de Guatemala, (Pág.16), “por razones de sobrevivencia, no para transculturarse”, estaba nutrido de tantos términos y sonidos mayas; después lo constaté de manera fehaciente cuando, entre otros textos, leí el de Carlos Samayoa

Chinchilla: “Antes de la conquista ibera, realizada en las primeras décadas del siglo XVI, su fragosa área [de los mayas] estuvo habitada por un abigarrado mosaico de principados y señoríos aborígenes cuyos súbditos, al mezclar sus sangres y sus lenguas con las del invasor, vetearon el habla de Castilla con vocablos autóctonos, pues, como es natural, los españoles desconocían por completo los nombres de las plantas, animales, costumbres, alimentos y manifestaciones de la fonología propios de la región; siendo curioso comprobar que buena parte de esos vocablos contienen una o dos veces las sílabas cha, che, chi, cho, chu, como cholco, chacal, chalchigüite, chichigua, chichicaste y numerosos más cuyo sonido asume el de la che francesa, pudiendo decirse lo mismo o parecido ocurre con el uso frecuente de la letra X, la cual es muy utilizada en voces de posible raíz náhuatl, como lo son: tapexco, xilote, talixte, quequexque, etcétera, característica que produce en la expresión idiomática de numerosos guatemaltecos un inconfundible ceceo que recuerda, por su prosodia y exótica cadencia, el chaj, chaj, chaj de las lenguas y dialectos propios de (…) indígenas.” (Carlos Samayoa Chinchilla, Bosquejos y Narraciones, 35-36). En el ámbito de la familia esa confrontación étnica, en los terrenos de mi niñez, la ganó mi madre. Al hacer partido con ella, el idioma castellano fue mi carta náutica. Sin embargo, el encanto, la magia y esa visión más proclive a la naturaleza de mis abuelos paternos quedó para siempre dentro de mí. Y fue en esa época adolescente en la que otra puerta se me abrió de manera abracadábrica: el habla popular y las jergas de la más variada índole. Esa nueva forma de comunicación, al principio, me turbó hasta los cimientos por mis prejuicios religiosos de entonces; no obstante, no tardó en convertirse en una manera hermosa de subvertir ese ropaje del cascarón infantil que todavía cubría ciertas áreas de mi entendimiento. El habla popular, entendí después, es una forma del lenguaje que se niega a que el idioma envejezca y, a la vez, lo dota de un ejercicio gimnástico que va con el ritmo de la época en la cual florece; ahí confluyen los idiolectos y ecolectos que, como arenas sueltas, nos dan testimonio personalizado de las rocas lingüísticas y sociales de las cuales devienen. Se nutre de todo lo cotidiano: insultos, sexo, piropos, graffiti, hamponería, escatología, alegrías, tristezas, extranjerismos, provincianismos, lenguaje oenegero, etc. y, fundamentalmente, de la necesidad del ser humano de ser más preciso en la comunicación; de hacerse entender mejor. Sin embargo, por paradójico que parezca, es también muy conservador y mantiene como nutrientes muchas formas arcaicas que pare-


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cieran no estar dispuestas a exilarse del idioma. Esta característica de nuestra manera de hablar ya la hacía notar Antonio Batres Jáuregui, en su Vicios del lenguaje y provincialismos de Guatemala (Pág. 162), al decir: “El castellano que hablamos es muy anticuado, en voces, giros y pronunciación. Mucho de lo que pudiera tachársenos como provincial no lo es en realidad.” El idioma, con ayuda del lenguaje, es una de esas maravillas que no cesa de enriquecerse. Y el lenguaje, como dijo Karl Vossler, “es creación espiritual, es reflejo del espíritu humano; no es sólo razón sino también emoción, fantasía y voluntad…” Lo que antes se tuvo como vulgar termina pontificado en formas cultas de hablar. O al revés. Sobre todo en el mundo moderno, tan lleno de no-

vedades necesitadas de definirse con propiedad. El castellano, antes de ser un idioma culto fue, en buena medida, latín popular que luego se nutrió con los aportes judíos y, sobre todo, árabes. El kaqchiquel, previo a convertirse en idioma, fue una forma dialectal maya. Podríamos decir que un idioma es lo popular en ascenso; es la rusticidad que se pule según el gusto de la época. En tal sentido, echa mano de préstamos a otras lenguas o calca semánticamente; Claudia Virginia Samayoa, en el apartado “El Chapín”, del libro La identidad: imaginación y olvidos, reconoce la influencia de otras culturas en los modos y hábitos de vida y, por supuesto, lingüística: “Durante el periodo de la Revolución liberal, la tendencia al afrancesamiento de la forma de vida del ladi-

no capitalino fue tan marcada que aún permanecen los usos de neologismos franceses como boulevard, merengue, por su capacidad de consumir la moda, el perfume y los productos franceses”. “La presencia de lo que se conoce como el imperialismo alemán en Guatemala introdujo costumbres como el consumo de la cerveza y la salchicha en su dieta, además del uso de nombres propios como Álvaro, Elvia, y Rodrigo”. “Una de las influencias que mayores cambios produjo en la forma de vida del ladino capitalino es la estadounidense. El ingreso de las transnacionales a nuestro país, el proteccionismo y trato preferencial hacia los empresarios y diplomáticos norteamericanos producen un deseo de imitación en el ladino capitalino de las clases alta y media. Los medios de comunicación masiva hacen

más rápida y generalizada la adopción de esos patrones culturales”. “Los restaurantes de comidas rápidas, los neologismos anglosajones, la necesidad de una educación bilingüe, los clubes sociales, el argot estadounidense (qué heavy) y el gusto musical del ladino son muestras de estas influencias”. “Otra influencia contemporánea de importancia es la mexicana. El mariachi, los valores de sus telenovelas, los tacos, etcétera.” El idioma incorpora modismos, se conmueve por barbarismos, traga vulgarismos, jergas y se nutre del calibre. Por ejemplo, el préstamo flirtear (coquetear, “dar señales sin comprometerse”, de to flirt) lo tomó del inglés: “3) la mirada de flirteo de la señorita parada a la derecha del chofer, abrazando el tubo del bus como quien dice “mire lo que le espera, papito” (Julio Serrano Echeverría, en: Revista de la Universidad de San Carlos, Universidad de San Carlos de Guatemala, abril-junio, número 20, Guatemala, 2011, Pág. 51); el modismo guanaco, se aplica como gentilicio de los ciudadanos de El Salvador; la palabra “haya” fue ofrenda propicia para el barbarismo irredento y convertida en la epéntesis haiga: “—Se fue con el novio para el puerto en la creencia de que la muchacha haiga agarrado para por ái con unos sus padrinos.” (Miguel Ángel Asturias, El papa verde, 44), Carlos A. Bailón, en Tradiciones de Guatemala (No. 65, 2006, página 219), nos da este ejemplo usado por un pregonero de la lotería: “A nuestros participantes, les deseamos que haiga suerte.” Y por impropio que parezca, durante mucho tiempo riñó con los académicos, sobre todo desde que —allá por 1726— se hizo la primera edición del Diccionario de la Real Academia Española; los académicos se constituyeron en crisol que purificaba el metal de las voces y erigieron la divisa de la Real Academia Española: “Limpia, fija y da esplendor” a la sin hueso. No obstante, ahora, tal institución, después de una limpia que se dio con manojos de siete montes y otras yerbas para espantar a las malas y anquilosadas vibras, ha recibido aires renovadores; aunque a regañadientes, se atrevió a incorporar muchos modismos de países latinoamericanos. Ahora, al abrir las páginas de ese “amansaburros” uno se encuentra con que muchos guatemaltequismos andan en chancletas en ese palacete común de las palabras. Debo apuntar que, como dicen los lexicógrafos, muchas unidades léxicas contenidas en el habla guatemalteca y en el Trompabulario Chapín, son préstamos lingüísticos que los idiomas mayas y otros nos han concedido. Sirvan, pues, los anteriores antecedentes para explicar mi asombro por el habla de los guatemaltecos y mi disposición a emprender la colecta de palabras, frases, dichos, refranes etc. que ahora alimentan el Trompabulario Chapín. En otra oportunidad hablaré de las características más comunes y distintivas de nuestro hablar chapín en la actualidad.


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Una charla con el novelista guatemalteco Méndez Vides Adolfo Mazariegos Escritor y Académico

Las obras no pueden aislarse de quien las escribe ni de la realidad que se impone. (Méndez Vides).

H

ace algunos años conocí al novelista guatemalteco Méndez Vides. Era el final de una tarde sumamente agradable y nos reunimos en la librería Sophos, en la ciudad de Guatemala. Conversamos extensamente y acordamos que yo publicaría nuestra charla, a manera de entrevista, en una revista literaria que -tristemente- no pudo resistir los embates del tiempo y de los costes que entonces suponían mantener a flote un proyecto editorial de aquéllos. La entrevista nunca se publicó. Sin embargo, en virtud de que la vida suele conducirnos por caminos extraños e inesperados, ahora, después de los años, de la forma menos predecible (por lo menos de mi parte), hemos vuelto a conversar y a refrescar, de alguna manera, lo que en aquella ocasión platicamos. He aquí, algo de esa interesante y agradable charla con el autor de la novela “El Leproso”.

¿Cómo nace en Méndez Vides esa necesidad de escribir, es decir, cuál es la motivación estética que mueve a Méndez Vides a escribir? Yo creo que sí existe la vocación, esa tendencia de vida que se nos impone y asumimos voluntariamente. La necesidad de escribir me viene desde niño, desde que tengo memoria, desde antes de aprender a leer y escribir, porque los libros de la biblioteca familiar me atraían inmensamente. Yo soy de provincia, de La Antigua, la pequeña ciudad colonial en ruinas que ocupa un valle rodeado de volcanes y montañas, y los libros significaron el más allá. Soy lector, fundamentalmente, lo de autor llegó más tarde, quizá por contaminación, de tanto experimentar quise hacer lo propio. Amigos comentan (se sonríe), «hay tantas historias, tantos libros escritos, que para qué más», pero es totalmente al contrario, porque la expansión del universo impulsa a más, a perderte en la inmensidad. Al momento de crear escribiendo, siento que corre la sangre por mis venas, que transcurre el tiempo.

Yo asumo la vocación como destino, pero es vanidad, porque no se puede saber si soy tal cosa, o apenas soy yo creyendo que soy escritor. Digamos, con más claridad, que hago lo que quiero, en una de mis personalidades, porque también soy otros. Y lo de la motivación estética, eso es más complejo de abordar. La creación demanda un contenido y forma, a mí me ha preocupado toda la vida el qué contar, las posibilidades de ser, pero en la forma de mi escritura debería de manifestarse una expresión, rústica y descuidada, supongo. El estilo se me impuso, como la realidad. Me imagino que allí es donde uno reside o desaparece. Se dice de sus obras que, la constante, es una profunda penetración psicológica. ¿Es esto algo premeditado o es producto del desarrollo normal de la misma obra que en un momento dado pueda estar escribiendo? Premeditado no hay nada, aunque debería de serlo. Es lo que se me da. Yo voy a contar una historia y tiendo a enfocarme en la conducta de los personajes, en lo que los conmueve, en lo que experimentan. La acción transcurre mientras intento dibujar lo que sienten. Los comentaristas han dicho algunas cosas al respecto, y para mí ha sido una sorpresa, y tiene su lógica. Los libros son como los hijos, su suerte es ajena a la del padre; les puede ir muy bien o se los lleva la tristeza, aunque uno no quisiera que fuera así -sin pensar en lo psicológico-, pero igualmente ocurre. No hay dos libros que tengan la misma suerte. Con mis obras, advierto que cada una tiene lectores diferentes, aunque el creador sea el mismo. Eso no me parece afortunado, quizá falta el efecto del tiempo para que se quiebre la dispersión. O es lo correcto, porque el autor mismo cambia y ya no es el mismo cuando vuelve a inventar. Afortunadamente, lo que importa son los libros, no los autores. En su novela El leproso, usted escribió acerca de un personaje (el Canche Chávez), que retorna a Guatemala buscando el Paraíso, no obstante, una vez aquí, descubre que la patria mudó de piel, como las culebras -según sus propias palabras-. En la realidad, ¿cree usted que esos cambios de piel son de beneficio o no para un país como Guatemala? Guatemala es un país de creadores desterrados, lo llevamos en nuestras facciones como una llaga. Muchos autores optaron por el exilio voluntariamente o forzados, los de hoy y los que nos preceden; y aún viviendo aquí nos sentimos expulsados. Hay un desarraigo aparente, pero por el otro lado somos necios, nos

aferramos a la tierra. En Guatemala, los escritores nos contamos con los dedos, somos un puñito, y tampoco podríamos saber a ciencia cierta si somos lo que predicamos, y que estemos fuera o dentro no es lo que importa, lo verdaderamente relevante es que la sociedad entera gira alrededor de la migración. No hay familia en Guatemala que no tenga a alguno de los suyos trabajando en otra parte del mundo. Guatemala es país de remesas, que se pagan con desarraigo, separación y abandono. Y la ilegalidad los convierte en desterrados, porque pueden comunicarse por teléfono, pero no pueden volver, han perdido el contacto directo. Como vivir en el más allá pero pudiendo comunicarse de vez en cuando, a través de mediums. El sueño de nuestros migrantes es regresar, como resucitar, pero cuando lo logran descubren que han cambiado y que lo que encuentran ya no es lo que recordaban idílicamente. Entonces, quieren volver decepcionados a su otra realidad. Yo le llamo a ese estado, vivir en el limbo. Los autores habitamos el limbo siempre, vivimos aquí como si no estuviéramos, y lejos es lo mismo. Esta temática me impresiona mucho, me preocupa, al punto que le he dedicado dos novelas (Las Murallas y El Leproso), y ahora estoy cambiando hacia el fraccionamiento de la identidad, porque lo que me interesa es la vida simultánea en dimensiones diferentes. ¿Cuál diría usted que es hoy, la diferencia más notoria (si la hubiera) entre sus primeros libros y su obra más reciente? El cambio más notorio ha sido mi movimiento al cuento. Yo nunca he sido autor de obras voluminosas, o las que han sido publicadas han sido breves, pero he descubierto que en el cuento se pueden lograr efectos puntuales, y cada cuento demanda mucho trabajo, y se limita la acción en el tiempo. La aparición de “El tercer patio”, y recientemente “El Sonora y otras vidas”, me ha dado muchas satisfacciones. Creo que seguiré explorando el cuento por un tiempo más. Es más, mi primer libro de cuentos, “Escritores famosos y otros desgraciados”, que en sus tres ediciones ha sido siempre diferente, es uno de los objetos de más trabajo. Vengo desarrollando las historias, que se publicaron como bocetos, y ya va muy avanzado. La primera versión fue como la cantera con las intuiciones, pero faltaba la narrativa. Así que la siguiente edición, será radicalmente diferente. Como autor cuya obra ha sido reiteradamente premiada, ¿qué importancia le da a los premios literarios? Los premios tienen una razón

sencilla de ser, el económico, porque siempre es de gran ayuda lo que se recibe. Pero, nada más. La publicidad que la obra recibe es un pequeño impulso, le da aire y exposición, se comenta quince minutos, pero no se garantiza nada, ni hace mejor ni peor a la obra. Es jugar con la suerte. ¿Recibir un premio conlleva responsabilidad? No necesariamente. La responsabilidad es asunto del jurado, porque según resulten las obras que premien, tendrá más o menos honra. Los premios nacionales, los ganamos todos los que estamos en el oficio. Yo no diría que un premio dignifique a nadie, y debería de ser al revés, si las obras son valiosas, el premio recibirá el endoso respectivo. Es el autor quien distingue al premio, y no a la inversa. Premiar chascos, avergüenza al galardón. ¿Cómo ve el papel de los medios (de comunicación) en la promoción, desarrollo y crecimiento de la literatura en Guatemala? Creo que la Literatura está más allá de la promoción, que es un asunto propio de la venta, de las editoriales, y en todo caso del autor. La literatura está en las obras. Yo escribo una columna sobre libros en “El Periódico” de Guatemala, desde hace veinte años, y creo que es meritoria la confianza del medio, pero también estoy consciente de que es un lujo. Mucha o poca difusión no hace que se escriba mejor literatura. Cuando la magia de la creación se sucede, nada la detiene, sin importar el tiempo, o no. Obras maravillosas pueden haber desaparecido sin que la humanidad las llegara a conocer, pero bueno, así es el limbo. Niños mueren sin nombre, y nunca sabremos lo que pudieron llegar a ser. Y, finalmente, ¿dónde entra la ideología en los escritos de Méndez Vides? ¿La ideología? Las obras no pueden aislarse de quien las escribe ni de la realidad que se impone. Así que supongo que en todo lo escrito existirá algún pensamiento residente. Yo no me alineo con partidismos políticos, si a eso te refieres. Pienso y opino según concurre, no tengo un propósito ideológico ni un proyecto intencional. Mi pensamiento muda con la experiencia. No me cierro ni aferro. Asumo que soy bastante conservador, aunque de mente abierta, si tal cosa es posible de concebir. Siempre he sido varios, pero me asumo escritor, no bailo, soy solemne, introvertido y quizá suspicaz.


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RELATOS VERDES EN ESCALA DE GRIS Carlos René García Escobar Antropólogo y Escritor

Impecablemente escrito, con título surrealista y presentado elegantemente por una común amiga, Ana María Rodas, Pablo Sigüenza Ramírez publica este volumen de relatos, esperando sus lectores que no sea el único. En él se muestra la descripción de los hechos -vivencias de la generación presente- en donde, ávido de vivir, observa los hechos con una visión depurada de la existencia, es decir también, de la realidad nacional.

A

l autor lo conozco personalmente por que recibió por un tiempo mis clases de Antropología en la universidad estatal. Evidentemente continuó sus estudios, y es ahí donde percibo que nuestra ciencia no le ha sido ajena en su diario vivir y laborar. Me atrevo a afirmar que Pablo Sigüenza empieza a perfilarse en uno más de los escritores cuya profesión de antropólogo le brinda cierta percepción necesaria para conformar sus escritos. El placer que me produjo la lectura de sus relatos consistió en cierta identificación con algunos de ellos en el sentido de que, hace muchos años desde mi adolescencia escribí ideas parecidas, aunque mis relacio-

nes obedecían a un sentido general de las cosas, filosófico, pues mis años de adolescente y de primera juventud, todavía carecían del sentido vivencial antropológico de las cosas. Así que me identifiqué con ellos. Ahora reconozco haber leído un buen libro de relatos escrito por un representante de la actual generación. Pablo Sigüenza, de quien también he leído sus columnas de opinión en La Hora, demuestra que sabe enviar mensajes propios y propicios -en buena literatura- para la construcción de la nueva sociedad guatemalteca, más humana y liberada de atávicas ataduras, que hemos anhelado desde siempre. Que la diosa de la literatura le acoja en su seno para siempre.

En cartelera

A beneficio de los niños

XIV Exposición y Venta de arte contemporáneo Por décimo cuarto año consecutivo se efectuará la Exposición y Venta de arte contemporáneo Del Arte al Niño, un evento que tiene el propósito de recaudar los fondos necesarios para sufragar el desarrollo de los programas de rehabilitación y becas de la Fundación para la Superación Integral de Menores con Lesión Cerebral (FUNSILEC).

E

n esta XIV edición de la exposición Del Arte al Niño los visitantes podrán apreciar obras de artistas consagrados y artistas emergentes. Se apreciará obra de Magda Eunice Sánchez, Elmar Rojas, César Izquierdo, Jorge Tamayo, Diana Fernández, Rudy Cotón, Zipacná de León, Humberto Garavito, Rolando Ixquiac Xicará, Jorge Mazariegos, entre otros. Asimismo, se contará con la

exhibición de piezas de artistas latinoamericanos y europeos. Se dispondrá de obras de las ramas de la pintura, escultura, fotografía, dibujo, grabado, video y multimedia. Asimismo, habrá conferencias y visitas guiadas para que el visitante tenga la oportunidad de conocer a profundidad el contenido museográfico de la exposición (explica la lectura y sentido del montaje de la exposición).

• Fecha: Del 7 de septiembre al 24 de noviembre. • Lugar: Centro Empresarial Zona Pradera, lobby de las Torres I, II y III, final de Bulevar Los Próceres, zona 10.


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Georges Seurat

Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte 1884

Un dimanche après-midi à la Grande Jatte” es una pintura bastante grande: dos por tres metros. La Grande Jatte era un parque ubicado en las afueras de París, donde los citadinos solían pasar sus días de campo y pasear a las orillas del Sena, un tema banal y afín a los impresionistas. Seurat insiste en la elegancia de sus personajes, hecho que le acarreará algún rechazo por la solemnidad extrema y la composición demasiada ordenada de su obra. Las cartas de Seurat, en particular las dirigidas al crítico Félix Fénéon, dejan evidencia de su método de trabajo: “La mañana es consagrada a los bosquejos al aire libre, mientras que a medio día y por la tarde son consagrados al cuadro definitivo, pintado con luz artificial”. (Con información del sitio digital del Departamento de Educación de la Universidad Francisco Marroquín y de la Enciclopedia Larousse.fr)

Gustavo Sánchez Escritor y poeta

Renuncias

silenciarían las piedras

en ocasiones alguien renuncia a la cuna a su cultura o a sus hijos

vivo y quiero decir después de todo no puede ser tan malo tener sensibles las venas confesarse niebla

a veces por amor otras por conveniencia

y es que la sangre la ofrendo a oscuras

en fin cada quien renuncia a lo que quiere yo —por ejemplo— he renunciado a la infelicidad aunque la muy cabrona en cada esquina intenta abrazarme

La sangre… a oscuras he oído que decir a vena abierta es inútil como madreselva cuajada de rocío ¿y si borraran mi imaginario? ¿y sólo dijera puntuaciones sin texto? con esa pluma

a oscuras me quiebra la nostalgia me inundan los signos me silencia la palabra y en lo sombrío permanezco cierto

con historia fundida en tu vientre con cuatro verdades abordando la vida ellas las de ternura y adiós te pienso sin vos me revelo improbable y por encima de ecos te amo

Círculo gris

después de todo no puede ser tan malo conservar la huella

perderme en el círculo gris que rodea tu iris de la primavera al invierno

como se conserva la escarcha mar adentro

todo lo demás sobra

De mi paz fue necesario empujar la mañana y navegar la utopía nos pierden razones nos unen casualidades y sigo aquí esculpiendo este mundo líquido

El hilo de ariadna hoy que empiezan los kilos de más el dolor en la rodilla los anteojos hoy sigues siendo momento te perfilas horizonte eres el espacio donde encuentro el hilo de ariadna

Búsqueda a veces me propongo evocar olvidos se borran encontrar la palabra perfecta se pierde ver la imagen de un te amo se esfuma de pronto aparecés y termina mi búsqueda

Zonas oscuras oscura inocencia de exilio ignorado oscuro pasado de silencio nombre oscuro presente de senda sin trazo oscuro futuro discreto y lacrado de todas las zonas oscuras de mi vida la única claridad sos vos querida

Estos textos corresponden a una selección temática de lo publicado en Para nadar en tu sangre (2005) y Memoria y claridad (2011).


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Félvilág Eduardo Blandón

La película que recomendamos en esta ocasión, es una producción húngara que se tradujo como “La muchacha húngara”. “A Garota Húngara”, según los brasileños o, más planetariamente, “Demimonde”. Como quiera llamarla, no la pierda de vista, por favor.

E

l argumento de Félvilág es menos complicado que su nombre. Se trata de la historia de tres mujeres (una famosa prostituta, su ama de llaves y su advenediza empleada doméstica) que viven una relación “apasionada, bizarra y compleja” (así dice una reseña encontrada en la red), en la Budapest de 1910. Los recursos empleados en el film son los habituales, si se considera que su director (Attila Szász) se centra más en la naturaleza psicológica de sus personajes que en el logro técnico de elevado costo económico. Asimismo, la dirección privilegia los primeros planos, el manejo de luz y los escenarios, que le dan fuerza a la trama y conducen al efecto que se quiere provocar. Entre los protagonistas ocupa el primer lugar, por mucho, Patricia Kovács. La actriz de 39 años, nacida en Budapest, encarna a la prostituta que deambula entre lo refinado y lo ordinario; lo diabólico y lo divino; y la seducción y el rechazo. Representa a la típica Femme Fatale que conducirá irremediablemente a la decepción y en ocasiones a la muerte. Salva el filme, además, una bella adolescente llamada, Laura Döbrösi. El éxito de la joven de 24 años, nacida

también en Budapest, consiste en dar vida a un personaje cuya candidez no termina de convencer en virtud de una mirada que conjuga la inocencia y la sensualidad. Esa ambigüedad de conducta le da un aura que redundará en beneficio de la puesta en escena. Insistamos en que “La muchacha húngara” no formará parte de las películas con pedigrí en la historia del cine, pero es justo reconocer a sus productores el esfuerzo por hacer planteamientos que, superando la historia narrada, conducen a la reflexión. Y esto ya es demasiado en una industria que no solo no piensa, sino que ha hecho de la taquilla su motivación principal y su “leitmotiv”. ¿Qué hace redimible la película? En primer lugar, la puesta en escena de unos personajes indefinibles. Los protagonistas de la historia, odian, celan, codician, mienten y están llenos de sensualidad y lujuria. Pero también aman, se enternecen, reclaman justicia y sufren en su maldad. No son complacientes ni inescrupulosos. No hacen pacto con la maldad. Son en resumidas cuentas, seres humanos que caminan entre contradicciones. Como nosotros. El director parece no ser maniqueo y deja a criterio del auditorio el juicio va-

lorativo de la conducta de sus personajes. Un ejemplo de ello, lo constituye la actuación de la ama de llaves, Dorka Gryllus, cuyo comportamiento quizá sea el más oscilante. Una combinación de mujer religiosa, devota y muy inclinada a la bondad, con una suerte de frustración existencial que la conduce al resentimiento y escapes emocionales en la que no se priva tampoco de relaciones lésbicas. El filme da voz al desajuste de relaciones entre hombres y mujeres que quizá sea también una preocupación global. Si bien la película muestra el lado frágil de hombres que aman sin medida, caracteriza la crueldad fálica que, en palabras y hechos, desprecia a la mujer. Tal es el papel representado por János Kulka, el amante millonario incapaz de dar ternura, el viejo vulnerable y el niño caprichoso. Por lo demás, en medio de la aparente decadencia moral, los personajes dan visos de cierta formación estética. Así, la mayor de las prostitutas desea representar teatralmente a Juana de Arco. Pero aún más, tiene una relación adúltera con un joven poeta a quien valora profundamente por la calidad de sus textos. Y, por si fuera poco, hay en su casa un piano y un conjunto de discos que en su momento se descubre que son de música clásica. Como puede ver, la película tiene

elementos que la hacen atractiva y, de tener tiempo, digna de su consideración. Si le interesa lo técnico, el filme fue estrenado en Hungría en diciembre del 2015, pero a nosotros ha llegado (México, Argentina y Brasil) en agosto de este año. Dura una hora con veintiocho minutos. Y se ha hecho acreedora de quince premios y cinco nominaciones. Vaya a verla.


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Mostrar la verdad es incómodo

La obra de Juan Pensamiento Miguel Flores Castellanos Doctor en Artes y Letras

El mundo del arte visual es cruel. Un campo minado de intereses de todo tipo, tiene que recorrer quien quiera legitimar su carisma como artista. En Guatemala el artista acepta las oportunidades que surgen, muchas veces inapropiadas. He ahí que se aprecien exposiciones, colgadas en cualquier tipo de espacios que posean una pared, sin importar la iluminación, la hoja de sala o un catálogo que registre la actividad.

A

pesar de todos estos inconvenientes, el arte surge con fuerza, y las obras nacidas con valía sobresalen siempre, porque hacen meditar y cuestionar al observador, no porque sean “bonitas”. Muchas de estas piezas pasan a convertirse en referentes históricos, por lo que en muchos países estas piezas pasan a formar parte del legado de los museos, ya sea por compra directa o por donación, aquí están en colecciones privadas. Dentro de este panorama surge la obra del creador Juan Pensamiento, que además es abogado infieri, escritor y bloguero con voz propia. Su opinión en las redes sociales se hace oír y deja suficiente contenido para repensar las cosas. Con estos antecedentes, cae por su propio peso el hecho que su obra esté cargada de esa misma visión crítica de sus escritos y comentarios. Sus piezas espantan a las galerías de arte conservadoras, solo una se ha atrevido a mostrarlas: El Attico. Además ha mostrado su trabajo en exposiciones colectivas donde han sido arrimadas a un rincón. Este artista es de una generación que reniega del simbolismo tradicional y de

las prácticas impuestas por un patriarcado castrante y controlador, alojado en las galerías del país, es por eso que en su producción es escasa y caja de resonancia del discurso religioso y el de género. En su pintura predominan los lienzos blancos, con figuras delineadas en negro, y donde el color en algunos objetos es aplicado, solo para hacer más potente su sentido. Todos esos rasgos constituyen ya de un lenguaje propio de expresión. En el discurso de género afloran las nuevas masculinidades. Su concepto de estético del varón, no es el común en el arte, con esa visión apolínea, de semidiós. Todo lo contrario, son representaciones de gente común, flacos, gordos, altos y bajos. A esto se suma que Pensamiento permite el acceso a la lectura de su obra a través de dichos populares, o escenas propias de la televisión o productos de consumo masivo, como los mencionados en marcas de su serie Vulgar y corriente. Se está ante un nuevo pop y una crítica social, no solo de consumo. Como puede apreciarse en la pieza “… y María Antonieta de las Nieves…” hay una clara alusión a los personajes de la serie de televisión El Chavo del ocho,

…y María Antonieta de… (2012), Juan Pensamiento.

INRI Posnatal (2012), Juan Pensamiento.

que marcó a toda una generación de televidentes en Latinoamérica. En esta pieza un varón desnudo, sentado en el suelo observa un televisor que anuncia al programa mexicano en su introducción. El hombre luce calcetines fucsia y come un dulce. Aquí Pensamiento remite al comportamiento aniñado de ciertos varones adultos. Su tamaño (un metro por un metro) hace que lo enunciado por el artista cobre una dimensión relevante. La figura delineada en negro se orienta a producir una lectura erótica del cuerpo, Pensamiento dibuja al personaje sobre blanco y no le agrega color, es en cierta forma una negación de la carne, donde surge el poderoso símbolo de la genitalidad al exponer su sexo flácido. La afrenta al patriarcado es mostrar al hombre desnudo y más aun no mostrar su virilidad en su apogeo. Este aspecto es lo que perturba al observador, pero es ahí donde reside su gran poder simbólico, junto a su carácter aniñado. Pensamiento alude la genitalidad pero no la muestra, ahí reside el juego erótico. La genialidad del artista no es el emplear estos discursos, que han sido abordados por la Historia del Arte, sino el cómo los plasma en su obra. Y es que Pensamiento tiene el desenfado de ser irónico, como Niño Maximón donde se apropia de una efigie popular del Niño Dios, y le coloca signos propios de Maximón, ese santo-deidad misterioso afincada en el imaginario guatemalteco. Si existe un Maximón, debió ser niño, una pregunta que no se hacen sus más fieles creyentes, porque solo veneran al santo-deidad que se conoce. Pensa-

miento da pie a crear toda una narrativa inexistente de este hecho paganocristiano, que aún no se ha escrito. La ironía se manifiesta dramáticamente en la pieza INRI Posnatal, nuevamente Pensamiento se apropia de la cerámica popular navideña, en un portal de lámina oxidada y rota, se monta la escena de velación de un niño muerto, en la escena la madre, el padre y tres visitantes que parecen llegar de improviso. El discurso religioso nos alude a una escena del Nacimiento de Jesús, pero muestra todo lo contrario. Pensamiento cambia dos signos, las vestimentas de color, por el negro, y el pesebre por una pequeña caja de muerto para niño. Con eso basta para crear una realidad diferente, que resume la realidad de los barrios marginales de la Ciudad de Guatemala, cuantas escenas así son reales en las covachas periféricas de predios a orillas del barranco, muertes por falta de medicinas, o alimentación. Su título –INRI Posnatal- cuestiona al observador, esas iniciales propias de una escena de crucifixión, hacen ver que la muerte de infantes es igual que crucificarles. Para muchos la obra de Juan Pensamiento es incómoda, pero en una sociedad con doble moral, la verdad parece que no merece entrar a una colección de arte.

Niño Maximón (2012), Juan Pensamiento.


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