Cultural 24-08-2018

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suplemento semanal de la hora, idea original de Rosauro CarmĂ­n Q.

Guatemala, 25 de agosto de 2018

Un pez gordo de la guerrilla: Guillermo Paz CĂĄrcamo


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presentación

l enfrentamiento armado interno fue un acontecimiento doloroso que produjo innumerables muertes y sufrimiento a la población guatemalteca. El contexto, muy parecido al nuestro dicen algunos, permitió la aparición de innumerables actores que se desempeñaron según el guion que su propia conciencia les dictaba. Así es como nuestra edición ofrece los hechos vividos por uno de los tantos protagonistas de la historia reciente: Guillermo Paz Cárcamo. El guerrillero, un pez gordo para el ejército que lo tuvo en prisión por algún tiempo, relata en su libro, “Insurrectos”, no solo las motivaciones que dio impulso a su aventura de hombre armado, sino la vivencia multiforme de una experiencia de esa naturaleza. Por ello, el texto va más allá de lo cruento, las tácticas en las montañas o las ideologías, para dar paso, además, al desengaño, las traiciones, los sentimientos y las ilusiones de un Patojo marcado casi desde sus orígenes por el destino. Evidentemente, presentamos solo un aspecto de la realidad de esos años de lucha fratricida. La complejidad fue mucho mayor y no dudamos que haya todavía muchas versiones y sesgos a la hora de narrar los hechos. Lo importante es permitir una polifonía de voces que con respeto exprese el caos de lo que fue en su momento, “la noche oscura” guatemalteca. Junto al texto anterior, presentamos obras de creación literaria con la intención de que más allá del placer que genera ese tipo de lecturas, nos introduzcan en las ensoñaciones del universo ficcional de sus autores. Creemos que la aproximación a las letras puede generar esa flexibilidad mental que nos aleje de todo fanatismo y certidumbre que hasta ahora nos ha hecho mucho daño como país. Que tenga un reparador fin de semana. Buen descanso.

Insurrectos

Guillermo Paz, Yon Sosa y Cahueque, Cuernavaca, México, 1967.

Insurrectos es una obra que puede ubicarse, si los estudios y críticos literarios me conceden la licencia, en ese género que llaman “literatura testimonial”. Se trata de un relato que sigue esa tradición que rememora las luchas personales con el interés, quizá entre tantos, de dejar constancia histórica de las vicisitudes vividas en un período determinado.

es una publicación de:

M

i texto, sin embargo, quizá para fortuna o desolación de algunos, no se centrará en la exposición de la naturaleza, importancia o función de ese género particular de las letras. Lo mío es más modesto: deseo comentar el trabajo del autor para subrayar los elementos que considero de valor, dignos de lectura y posterior estudio especializado. En ese sentido, llamo la atención en primer lugar, al deseo de Guillermo de

Eduardo Blandón

referirse al Patojo en tercera persona. Esa decisión le ofrece al autor, me parece, aunque puede ser discutida, la oportunidad de distanciarse para no verse involucrado en protagonismos innecesarios ni poses que muestren la singularidad de sus acciones. De ese modo, aunque el Patojo no oculta sus sentimientos, aparece como uno de los tantos personajes de la trama desarrollada. En esa misma línea, el relato describe unos acontecimientos en el que los personajes son parte de un concierto

donde las acciones de unos afectan a los otros y la armonía a veces no se consigue por las notas discordantes de una humanidad siempre frágil. Así, el texto es, muy a lo Nietzsche, “humano, demasiado humano”. Lo cual es un valor porque obedece a un relato franco en los que el Patojo muestra el zigzagueo de unas circunstancias a menudo insalvables. Cruda realidad de la que no todos participamos de la misma manera. Esa conciencia de los desajustes existenciales y el destino aparentemente


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oprobioso de algunos es la que conduce al Patojo por senderos que quizá solo ahora comprenda. Algo que por lo demás, si fuéramos un poco audaces podríamos suponer ya estaba contenido en su “código genético”. Ello por la genealogía que el mismo Paz Cárcamo hace de su propia familia. Quiero decir, que su sensibilidad hacia las clases desfavorecidas puede ser atribuida también a esa larga línea consanguínea que da pruebas de una familia con conciencia social. Un rápido examen a la obra, testimonia que más allá de la formación militar de algunos de ellos (si puede ser esto un óbice), hay una preocupación real hacia la gente humilde que los circunda. Creo que esa sensibilidad del Patojo lo habilita para recuperar detalles de su propia historia. Como cuando Guillermo relata el “calorón” sufrido en alguna reunión, “los nubarrones negros” y “la brisa gélida” sentidas a campo abierto; y hasta “los pertinaces ahuevamientos” pasados al escapar de un cerco militar. El libro es un intento también por recuperar la idiosincrasia de su pueblo. La memoria de hombres con temple, rudos, valientes y laboriosos. La simplicidad de sujetos aferrados a la tierra y a la vez con apertura a lo sobrenatural. Esa magia la vive el Patojo, por ejemplo, cuando el abuelo lo despierta y le anuncia el fin de su vida.

En esa clave de interés, centrado en lo guatemalteco, es que se comprende el apodo de la mayoría de los compañeros de lucha del escritor. Al punto que puede hablarse de un compendio de pseudónimos que recoge esa manera de llamarse entre ellos: El Bolo, El Patojo, Chucha Flaca, Cabezotas, El Picudo, La Canche, La Watusi, El Judío, Pata de Trapo, Mochilitas, Cabra Loca, El Rata, El Pizarrón, El Cura y un más o menos largo etcétera. Asimismo, queda plasmado ese lenguaje coloquial cuando en el texto, los hombres al orinar se la sacuden; al evocar el peligro ocasional de romperse el sereguete o cuando se menciona a la cashpiana. Sin olvidar, cómo no, la convicción de que la gente es huevuda. Más allá de lo que pueda parecer gracioso, el Patojo mantiene una crítica fundamental hacia dos actores que identifica como los artífices de nuestro mal nacional: Los militares, a quienes llama “chafarotes de mierda”, y los gringos, de igual naturaleza. A la postre, sin embargo, y al parecer con justicia, la crítica la extendió hasta la dirigencia guerrillera por esas actitudes definidas como “chafarotiles y caudillistas”. Hasta aquí pareciera que el libro sea un compendio de sacrificios y luchas. Pero hay momentos emotivos que el autor se encarga de darnos a conocer. El primero, se refiere a la valentía con que el coronel Herculano Hernández, defiende al Patojo de la muerte, frente al jefe del Estado Mayor del Ejército, coronel Miguel Ángel Ponciano. “Verguéenlo si quieren, tortúrenlo si quieren, pero no lo maten, porque si lo hacen, tu alma se perderá en el infierno del desprecio de todos nosotros… Y

como hombre te digo que, si matan al hijo de Paz H., militar también, mi sobrino también, te hago responsable de esa muerte y yo personalmente te la cobraré… y… vos sabés que siempre cumplo la palabra empeñada. Así que pensalo y pensalo muy bien, para que no nos veamos, vos y yo, en un problema irremediable”. El otro episodio emotivo tiene que ver con la relación amorosa del Patojo con Lubia. Un trato que al superar lo erótico revela la candidez en una edad que coincide con los ideales heroicos de los protagonistas. Un amor que queda sellado en las palabras de Guillermo: “Te quiero tanto… te llevo y te llevaré siempre dentro de mí… mientras esté vivo y viva porque lo estoy por ti… te

quiero… mi corazón…”. La última experiencia emotiva que quiero mencionar se refiere al sacrificio de la francesa Michelle Firk, muerta a manos del Ejército en su residencia. Ella se encarga de revelarnos la fragilidad de la vida que adquiere valor cuando se lucha en favor de los más desfavorecidos. Se podría seguir hablando del libro, con el peligro de aburrir y hasta evitar que lo lean. Evocar, por ejemplo, el surrealismo de la historia de “El Cura” quien continúa sus apariciones fantasmales en su pueblo; referirnos al fracaso de “El Pizarrón” en su entrenamiento por la Sierra Maestra o hablar de la experiencia del Patojo en Vietnam. Pero hay que dejar a los lectores con ánimo e interés por el texto.


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Papaíto pecaminoso Víctor Muñoz Premio Nacional de Literatura

Papaíto ha llegado ya a una edad en que todo puede pasar. De pronto aparece enfermo de algo y lo tenemos que llevar al doctor de aquí a la vuelta. El doctor lo revisa, le mira los ojos, las orejas, la lengua, le toma la presión y le manda sus medicamentos. La verdad es que goza de muy buena salud. Lo peor que le ha pasado es una mala gripe; pero la vez que resultó con diarrea perniciosa creímos que se nos iba. Es que de un día para otro se nos vino al suelo. Tuvimos que hospitalizarlo y a puro suero tomado e inyectado nos lo regresaron. La escandalosa de Adela hasta mandó a hacer, a las carreras, un vestido negro que de todos modos nunca usó y ahora ya ni siquiera le queda bien.

A

Papaíto a veces le entra la nostalgia y se pone pensativo. Otras veces está contento y se pone a escuchar sus óperas. A mí, en lo personal, me gusta más que esté triste porque luego de una tarde de óperas termino con los nervios hechos una miseria. Literal. -Esa sí es verdadera música, oí Chato, no como las chabacanadas esas que oye la gente ahora – dice, lleno de convicción. En cierta ocasión en que yo estaba haciendo alguna cosa en la mesa del comedor llegó a buscarme. -Ve chato –me dijo-, cuando tengás un tiempecito quiero platicar con vos, pero eso sí, muy en privado y muy en confianza. Yo le dije que por mí no había ningún problema, que podíamos platicar de lo que él quisiera en el momento en que él lo considerara conveniente y en el lugar que también lo considerara conveniente. -Puede ser aquí mismo –me indicó-, pero un poco más tarde. Tal cosa suponía que de verdad tendría que ser ya llegando la media noche. Es que en nuestra familia existe la mala costumbre de que todo el mundo se acuesta tarde, menos Papaíto, que parece pollo; a las ocho de la noche, y luego de rezar su rosario y hacer sus oraciones, ya está acostado. Y así se lo hice ver; pero me indicó que no había problema, que con un día que no se acostara temprano no iba a haber ninguna diferencia. Y ante la extrañeza de todos se sentó en una silla y se puso a leer el periódico. Adela, siempre alharaca y escandalosa, se puso a preguntarle si se sentía mal o si deseaba hacer algo. -Dejame, ¿querés?, yo sé lo que hago. La verdad es que yo no acostumbro acostarme muy temprano; o por decirlo mejor, por ahí por las 11 ya voy buscando mi cama, pero esa vez tuve que esperar a que pasara el tiempo. Es curioso eso del tiempo, que cuando uno quiere que se pase rápido se pasa despacio y al revés, cuando uno quiere que se pase despacio se pasa rápido. Lo peor fue que Adela dispuso quedarse ahí, como esperando a ver en qué paraba la cosa. A eso de la una de la mañana volvió a preguntarle

si se sentía bien, y él de nuevo le respondió que sí y que lo dejara en paz. -Bueno –dijo ella-, entonces me voy a ir a acostar –y no sin cierta indecisión dio las buenas noches y se fue. Cuando por fin nos quedamos solos Papaíto se me quedó mirando, se sonrió como con malicia y me dijo que lo esperara un momento, ya que iría a traer algo muy especial que tenía para mí. Y efectivamente, al cabo de unos cinco minutos estaba de regreso con un paquete de papel como de envolver, amarrado con unas cuerdas. Lentamente fue desatando los nudos hasta que quedaron a la vista tres revistas Playboy que según pude ver, eran de por ahí por los años 50, con fotografías en blanco y negro. -Mirá chato –me dijo muy ceremoniosamente-, estas revistas me han acompañado durante muchos años. Siempre las he mantenido bien escondidas porque como podrás ver, traen fotografías muy comprometedoras, de mujeres medio desvestidas. Me sirvieron mucho cuando tenía algún mi encuentro amoroso por ahí, vos sabés, para calentar motores, ¿verdad? Y ahora quiero dejártelas a vos para que te sirvan, mirá, mirá nada más qué belleza – me iba diciendo mientras me mostraba las fotografías de algunas muchachas en bikini, exhibiendo sonrisas medio cándidas y medio picarescas. Guardalas bien porque estoy seguro de que, así como a mí me fueron de mucha utilidad, algún día te van a servir. Medio asustado, medio divertido y medio muerto de sueño le di las gracias y nos fuimos a acostar; pero eso sí, puse sus revistas junto a otras que tengo guardadas por ahí, en donde aparecen mujeres enseñándose como Dios las trajo al mundo, y también enseñando todas sus cosas muy despreocupadamente; revistas que, si Papaíto las llega a ver, se nos va. Digo yo, pues.


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A partir de la lectura siempre actual y novedosa del Infierno de Dante Alighieri, surge la inquietud de recrear un canto al estilo dantesco ejemplificando un pecado de la época contemporánea. En esta recreación se integra la cosmovisión maya en su concepción de la Tierra como madre. A través del simbolismo y la alegoría, se hace un nuevo recorrido por el Infierno. Genoveva Cifuentes

¡Oh cielo de mi Patria! ¡Oh caros horizontes! ¡Oh azules, altos montes; oídme desde allí! Juan Diéguez Olaverri. Continuamos el sendero escabroso y salvaje; mi Guía me exhortaba a avanzar. Su compañía, su presencia activa, paciente y serena, me sostenía el ánimo a pesar de todo el monstruoso espectáculo ya contemplado por nuestros ojos. Presentía yo en mi corazón que aún faltaba visitar otro lugar de castigos terribles y continuamos penetrando por esos senderos de niebla como en los acantilados de islas tenebrosas. Así descendimos más, atravesamos dunas de arena candente, estas semejaban el fuego que fragua el hierro. Mi Guía me alzó en sus brazos para pasarme liberado de ellas. Conforme avanzábamos, el calor ascendía más y más. Llegamos al círculo cuya entrada estaba custodiada por el terrible Camazotz, un enorme y espantoso murciélago con sumas deformaciones en su cuerpo, sus alas emanaban fuego y lucía sendos colmillos afilados. Blandió sus enormes alas hacia nosotros. Mi Maestro le habló: —¡Detente! Camazotz, la Voluntad divina es quien nos permite llegar hasta tus recintos. Y cual ave herida por una saeta, cayó en la arena el terrible guardia; y sin más preámbulos llegamos al círculo constituido por una caverna, en donde como en Sodoma y Gomorra, llovía azufre y fuego sobre los seres que se retorcían hundidos en un pantano de arena movediza candente. Este lugar era una especie de caverna hermética, no tenía ninguna salida. Así como los bellos paisajes de mi tierra fueron aniquilados por los gases de la contaminación, así todas las paredes de esta caverna emanaban gases que aniquilaban a sus habitantes y les hacían arder los ojos, les despellejaban cada tramo de su piel. El dióxido de carbono, el metano y el óxido de nitrógeno asfixiaban a estas pobres almas. Del techo de la caverna llovían radiaciones fulminantes. Y cual efecto invernadero, el calor se condensaba cada vez más y más.

El matricidio Un ser, en medio de sus tormentos, se acercó al vernos y me habló así: —¿Qué vienes a hacer tú, ser viviente, aquí, al lugar de los tormentos? ¿Acaso te compadeces de nosotros y nos traes alivio? ¿Traes acaso una gota de agua que mitigue levemente la sed y el calor que sufrimos? ¿Nos traes acaso una pizca de oxígeno? —Un poder divino me permite estar aquí, —respondí — pero no me está permitido compadecerme de sus sufrimientos. Y continué: —Dime ¿Quién eres tú? Y por qué causa te encuentras aquí, en este horrendo lugar de castigo. ¿Quiénes son los que te acompañan? —Yo soy —me respondió— un empresario de tu mundo que vi grandes oportunidades de hacer mucho dinero creando fábricas de alto rango en distintas partes del mundo. Crecí mucho como empresario y llegué a ser de los más adinerados de la tierra. En ningún momento escatimé esfuerzos para hacer que mis negocios me dieran rentables ganancias. Nunca me importó la emanación de gases dañinos que producían mis fábricas. Nunca me importó derramar los desechos tóxicos a los ríos y mares. Nunca me importó contaminar los suelos con materiales no degradables y con elementos tóxicos. Causé mucha contaminación

y esto ocasionó en muchas ocasiones enfermedades y muchas muertes infantiles. Por eso me ves aquí sumido en este terrible castigo. —Aquí estamos,—continuó— todos los que colaboramos con la destrucción del Planeta Tierra ocasionando la contaminación y el sobrecalentamiento global. Los que contaminaron ríos, vertientes, lagos y mares y aniquilaron sus ecosistemas. Los que ocasionaron las talas inmoderadas de árboles, los que utilizaron todo tipo de recursos naturales de manera extravagante e irresponsable, también están aquí los explotadores mineros, los cazadores de animales que ocasionaron la extinción de los mismos. Los derrochadores y destructores, en fin, de los recursos hídricos, del suelo, de la flora y de la fauna del planeta. Es por eso que estamos aquí: porque cometimos el horrendo crimen de matricidio: matamos a nuestra madre Tierra. En ese momento se levantaron de las arenas candentes nubes de horribles insectos y alimañas que mordían las carnes de esas pobres gentes, como si sus tormentos no fueran suficientes. También, como sucedió en el Popol Vuh, se levantaron nubes de palos y piedras candentes con forma de diversos animales y todos les gritaban así: “Mucho mal nos hacías; nos comías, nos matabais sin razón. Éramos atormentados por

ustedes cada día, contaminaban nuestro hábitat, lo destruían. Por eso ahora que habéis dejado de ser hombres probaréis nuestra fuerza. . Os devoraremos, os destrozaremos…”. Y se lanzaron encima de toda la multitud, porque en este círculo infernal era incontable la cantidad de seres que estaban condenados a estos castigos. En ese momento mi Maestro me habló: —Vamos, ya es suficiente. —Vamos y no vuelvas hacia atrás la mirada, no sea que te suceda a ti lo de la mujer de Lot. Me levantó en sus brazos y me sacó de ese lugar tormentoso y candente. —Vuelve a la tierra —dijo— y da aviso a todo ser viviente del castigo que le espera si no reflexiona y retoma el camino para cuidar de su medio ambiente, de sus recursos y de su Planeta. Y ahora, imitando a Dante, El matricidio en tres tercetos. Un ser en medio de sus tormentos se acercó al vernos, y así me habló: ¿Vienes tú a mitigar mis sufrimientos? Cual Sodoma y Gomorra llovía sobre ellos gases, azufre y fuego; otrora, la Madre Tierra moría a causa de los seres humanos irresponsables, derrochadores de recursos que tienen en sus manos.


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POESÍA

Xavier Villaurrutia

C

Xavier Villaurrutia nació en Ciudad de México en 1903 y falleció en 1950. Sus primeros poemas datan de su adolescencia y fueron publicadas en la revista “Ulises” de la cual Xavier fue uno de sus fundadores, junto a Salvador Novo, otro distinguido autor mexicano.

ultivó diversos géneros, destacándose sobre todo en el teatro y la poesía y recibiendo diversos premios por sus creaciones. Además, estuvo involucrado en numerosas movidas culturales para dar a conocer la literatura y compartir esa pasión con otras personas; fue uno

de los animadores del grupo literario Contemporáneos, entre otras cosas. Entre sus obras poéticas pueden mencionarse “Reflejos” y “Nostalgia de la muerte”, también se hicieron muy populares sus “Nocturnos”; entre su dramaturgia se pueden citar “Invitación a la muerte”, “La mulata de Córdoba” y

“Tragedia de las equivocaciones”. Además, escribió un libreto de ópera que fue representado en el teatro y se llamó “La mulata de Córdoba”. Cabe mencionar también su extensa labor como crítico y traductor, siendo uno de los principales traductores de la obra de Antón Chéjov y André Gide.

AMOR CONDUSSE NOI AD UNA MORTE Amar es una angustia, una pregunta, una suspensa y luminosa duda; es un querer saber todo lo tuyo y a la vez un temor de al fin saberlo. Amar es reconstruir, cuando te alejas, tus pasos, tus silencios, tus palabras, y pretender seguir tu pensamiento cuando a mi lado, al fin inmóvil, callas. Amar es una cólera secreta, una helada y diabólica soberbia. Amar es no dormir cuando en mi lecho sueñas entre mis brazos que te ciñen, y odiar el sueño en que, bajo tu frente, acaso en otros brazos te abandonas. Amar es escuchar sobre tu pecho, hasta colmar la oreja codiciosa, el rumor de tu sangre y la marea de tu respiración acompasada. Amar es absorber tu joven savia y juntar nuestras bocas en un cauce hasta que de la brisa de tu aliento se impregnen para siempre mis entrañas. Amar es una envidia verde y muda, una sutil y lúcida avaricia. Amar es provocar el dulce instante en que tu piel busca mi piel despierta; saciar a un tiempo la avidez nocturna y morir otra vez la misma muerte provisional, desgarradora, oscura. Amar es una sed, la de la llaga que arde sin consumirse ni cerrarse, y el hambre de una boca atormentada que pide más y más y no se sacia.

Amar es una insólita lujuria y una gula voraz, siempre desierta. Pero amar es también cerrar los ojos, dejar que el sueño invada nuestro cuerpo como un río de olvido y de tinieblas, y navegar sin rumbo, a la deriva: porque amar es, al fin, una indolencia.


Júpiter y Tetis

E

ste fantástico lienzo, pintado en 1811, fue la última obra que Ingres terminó como estudiante en Roma; en él se ve a Júpiter, el dios supremo de la Antigüedad, sentado en su trono imperial. Sostiene un cetro en la mano derecha y el brazo izquierdo reposa sobre una nube; un águila observa atenta a un lado. Esta poderosa ave era el atributo de Júpiter por su gran fuerza, velocidad y alto vuelo. Júpiter se muestra indiferente ante las apasionadas atenciones de Tetis, una hermosa nereida (ninfa marina), ya que estaba profetizado que la descendencia fruto de su unión acabaría por usurpar el trono a Júpiter. Para evitarlo, éste ordenó a la nereida que se casara con un mortal llamado Peleo. A la izquierda, Juno, la celosa esposa de Júpiter, observa la escena con recelo. En 1811 Ingres envió esta obra a París para su revisión, donde fue criticada por su falta de relieve y las peculiares proporciones de sus figuras. Veintitrés años después, esta imagen de omnipotente autoridad fue adquirida por el Estado. ELEMENTO CLAVE TETIS: está profetizado que Tetis, la más bella de todas las nereidas, tendría un hijo que superaría a su padre. Cuando Júpiter le ordenó que se casara con Peleo, la joven trató de evitar la unión convirtiéndose en pájaro, en árbol y en un tigre, pero Peleo la poseyó a la fuerza. En su boda, la Discordia tiró una manzana dorada como premio para las más bellas de las diosas mayores presentes: Venus, Minerva y Juno. Esta acción dio pie al célebre juicio de Paris, que a su vez desembocó en la guerra de Troya. Aquiles, héroe de dicha guerra, era el hijo de Tetis y Peleo. La Ilíada de Homero cuenta cómo fue insultado por el rey griego Agamenón y cómo Tetis salió de las profundidades del mar hasta la casa de los dioses, en el Olimpo, para pedirle a Júpiter que vengara a su hijo. También le pidió a Vulcano, dios de la fragua, que le hiciera a Aquiles una magnifica armadura. Sarah Carr-Gomm. Historia del arte. El lenguaje secreto de los símbolos y las figuras de la pintura universal. Ed. Blume. Barcelona, 2009. Pág. 36.

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Jean Auguste Dominique Ingres (1780-1867)


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El precio de la obra de arte Miguel Flores castellanos Doctor en Artes y Letras

Abordar este tema es adentrarse en un asunto nebuloso y una pregunta de mal gusto. Tanto artistas, espectadores, galeristas y coleccionistas se han preguntado cómo surge un precio o sube de un año a otro. Estas preguntas son comunes en el mundo del arte, un territorio proclive a la connivencia.

U

na reciente publicación de Facebook de Aret Carta preguntaba, “Y usted estimado artista: ¿En base a qué le pone precio a sus obras?” En pocos minutos, cinco personas mostraron su gusto por la pregunta; después, quince comentarios. Lo interesante fueron precisamente los comentarios, unos desde el hígado y otros desde la cátedra. Algunos en forma llana expresaron aspectos como uso de materiales y sus costos, así como formas de vida del artista. A. A. expresó: “La respuesta es la misma de cualquier otra profesión. La respuesta es: en cuanto valora su tiempo. Ese valor no es fijo. Cambia conforme sus necesidades, compromisos, estado de ánimo, etc. Simplemente no hay un precio”. G.L. expresó: “aparte de los criterios anteriores también existe el criterio de exclusividad… cuando un artista ya es reconocido el exceso de obra afecta el precio de las mismas… no es lo mismo valuar una obra de un artista que produce poco, digamos por ejemplo… el maestro Manolo Gallardo, que valuar la obra de Valenzuela que produce mucha más cantidad de obras por año. A más oferta el precio baja. Esto lo escribo con todo respeto que me merecen ambos artistas pero no encontré otra manera mejor de ejemplificar”. Es de suponer que quienes dejaron un comentario están vinculados con

Fotografía: Rob McKeever

Damien Hirst: Colour Space Paintings, expuesta en la galería Gagosian West 24th Street, Nueva York. © Damien Hirst.

el mercado del arte. Es notorio que los artistas están conscientes de ciertos principios de mercadeo, así como factores de la oferta y la demanda. A todo esto, hay que sumar que el punto de distribución de la obra de arte –la galería– posee su propia ideología sobre qué mostrar, cómo y cuándo. Una galería especializada comenta fuera del mensaje de Facebook: “el valor de una obra es el precio que alguien está dispuesto a pagar por ello en un momento y lugar dado. Esta galería establece algunos criterios: reputación,

Fotografía: Tom Powel

Jeff Koons, instalación en la galería Gagosian 976 Madison Avenue, Nueva York. © Jeff Koons.

reconocimiento que el artista tenga en el medio, crítica especializada de la propia obra; también se toma en cuenta lo poco o mucho que la obra haya sido incluida en exposiciones. Demanda, este factor va de la mano al anterior, a mayor reputación, mayor será la demanda de la obra y a mayor demanda, mayor será el precio. Procedencia ¿qué historia tiene la obra?, ¿de dónde viene?, ¿ha formado parte de algún acontecimiento histórico? ¿ha sido parte de una colección? Las respuestas pueden hacer que el precio se multiplique. Mercado de venta, esto está ligado a los dos primeros factores, la buena reputación en un lugar no puede significar nada en otro lugar. Una obra no puede ser adquirida por el mismo precio en dos lugares distintos. El precio del arte dependerá del mercado en el que se ponga a la venta. Originalidad, este es el factor más común en pintura, ya que interviene la rareza de cada obra, de la cantidad de obras idénticas o similares, así como la disponibilidad en el mercado. Esta galería termina: creemos que el valor de arte va más enfocado en lo hace sentir, cuando es consecuente con su tiempo, con su entorno, cuando intenta decir algo en medio del silencio, cuando es luz en la oscuridad”. Esta galería consultada, además de aplicar los factores antes descritos, deja espacio para el rapto que una obra de arte hace al observador, elemento que pocos están conscientes y que el arte ejerce sobre el que colecciona.


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