Cultural 27-07-2018

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Albert Camus

Guatemala, 27 de julio de 2018

suplemento semanal de la hora, idea original de Rosauro CarmĂ­n Q.


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presentación

resentamos a usted nuestra nueva edición en el que se reflexiona como tema central en la figura de Albert Camus. El filósofo nacido Argelia, perteneció a la pléyade de pensadores existencialistas con cuya obra renovaron las ideas antropológicas desde un horizonte nuevo. Por ello, la huella trascenderá las fronteras de Europa incidiendo sobre el desarrollo del pensamiento también en nuestros países de Latinoamérica. Fue un intelectual polifacético, de pluma ágil y estilo elegante (de hecho, mereció el Premio Nobel de Literatura en 1957, varios años antes que Sartre), con una sensibilidad particular, fruto quizá, como sugiere Jorge Carro, el ensayista que abre nuestra edición, de su experiencia vital argelina. Humanista de muchos quilates, no se abandonó al absurdo de la existencia, defendiendo más bien una vida con sentido relacionada con el compromiso hacia los más necesitados. Como todos, eso sí, un personaje complejo en el que no faltaron las contradicciones con las que luchó hasta el final de su vida. Este tipo de reflexión quizá pueda parecernos alejada de nuestra realidad guatemalteca, pero permite abrirnos a la historia del pensamiento para entender los derroteros por la que la humanidad ha atravesado en la búsqueda por significar la realidad desde diversas claves interpretativas. Así, es nuestra ilusión que usted valore el esfuerzo de los autores de nuestra edición. Con el trabajo anterior, ofrecemos a usted los aportes de Carlos René García Escobar y Karla Olascoaga. Ambos proponen experiencias que generan pensamiento, pero también mueven los sentimientos en los temas que se abordan. Esperamos que el Suplemento sea de su provecho y continúe gustando de nuestro trabajo editorial. Un feliz fin de semana. Hasta la próxima.

es una publicación de:

Nuestro compromiso con el futuro es dárselo todo al presente Jorge Carro L. Director de la Red de Bibliotecas Landivarianas presidente de la Asociación Enrique Gómez Carrillo

Como consecuencia del taller de lectura “Dios en la literatura” que desde comienzos de este año 2018 vengo compartiendo con la lucidez de algunos amigos, intento “regresar” a algunos pasajes de la vida y obra de Albert Camus, para asumir la desesperación por vivir de un hombre que, a pesar de sus enfermedades y complejos, siempre estuvo comprometido con la vida.

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amus, como muchos “pied-noir”, según lo reflejan sus ensayos, novelas y obras de teatro, nos ha brindado el retrato de un hombre comprometido con “su verdad”, a pesar de sus enfermedades, creencias o dudas filosóficas y religiosas, porque a diferencia de Jean-Paul Sartre, Camus fue un descubridor de oscuros senderos entre la razón y la locura, el cielo y el infierno, la fe y la incredulidad. A Camus le importaban las mujeres y el fútbol, más que los automóviles, y ocho (o tal vez más) fueron las mujeres que le dieron vida y amor: su abuela Catalina Cardona Fedelich, su madre Catalina Elena Sintés y su hija Catherine. Además de Simone Hié (su primera esposa), Francine Faure (su segunda esposa), y sus amantes http://es.wikipedia. org/wiki/Mar%C3%ADa_Casares, Patricia Blake y Catherine Sellers y Mi. Pero fue un carro el que le quitó la vida: un Facel Vega 3B, motor Chrysler de 8 cilindros en V de 4,500 cc y hasta 360 caballos, que podía alcanzar fácilmente los 250 Km/h. Albert Camus murió a los 46 años, como cumpliendo el designio de tantos genios para los que la vida fue mucho más corta que su arte. La estética de Camus –su prosa, una de las más bellas de la literatura francesa– le permite integrar, hic et nunc, lo que quizá la razón le había fragmentado. Su relación con la figura de Jesús, por ejemplo. Si bien es cierto que Camus descartaba radicalmente cualquier relación suya con la Iglesia Católica –a la que no dudó en calificar de criminal–, la

figura de Jesús parece haberlo atraído mucho e incluso, “amado”. En “La caída” hay líneas reveladoras en este sentido. “Jesús gritó su agonía y por eso lo amo, amigo mío… Lo malo es que nos dejó solos… solos… pasara lo que pasara… incapaces de hacer lo que Él hizo e incapaces de morir como Él”. La literatura de Camus es nostalgiosa, porque “el cielo no responde”. Max-Pol Fouchet recuerda que un día Camus y él paseaban por la orilla del mar, en Argelia. De pronto se encontraron ante un grupo de gente que rodeaba el cadáver de un niño árabe desfigurado, sangrante, recién aplastado por un autobús. La madre lloraba a los gritos. El padre padecía inmutable. La

multitud miraba estupefacta. Camus, después de un momento, alejado del grupo, mirando el cielo azul y señalándolo con el índice, le dijo a Max-Pol: “Mira, el cielo no responde”. Esta frase resume el drama de una sensibilidad –y de toda una literatura– marcada por el enigma más inescrutable, y que seguramente inspiró a Camus el relato de la dramática muerte de un niño en “La peste”, ante el cual el doctor Rieux pregunta: “Puesto que el orden del mundo está regido por la muerte de un niño, piénselo, ¿no es mejor para Dios que no creamos en Él, que no levantemos jamás los ojos al Cielo, donde Él siempre permanece en silencio?”. Variación, sin duda de la frase de Ivan Karamazov, inmortal personaje de


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Camus y Francine Faure, su segunda esposa.

Carta de Camus a Maria Casares.

Camus y María Casares.

Dostoievski: “Ante una Creación que tortura a los niños, regreso mi boleto”. Recordemos que también en “La caída”, Camus se refiere a la nostalgia de Jesús por los niños que murieron por su culpa. Él, Jesús, debía haber oído hablar de la matanza de unos inocentes. Si los niños de Judea fueron exterminados, mientras José y María –sus padres– lo llevaban a un lugar seguro, ¿por qué habían muerto, si no a causa de Él? Desde luego que Él no lo había querido así. Le horrorizaban aquellos soldados sanguinarios y obviamente también, aquellos niños asesinados. Pero estoy seguro de que, tal como Él era, no podía ni puede olvidarlos. Y esa tristeza que adivinamos en todos sus actos: ¿No era, acaso, la melancolía de quien escuchaba por las noches la voz de Raquel, que gemía por sus hijos y rechazaba todo consuelo? Queja nocturna de Raquel llamando a sus hijos muertos, ¡y Él estaba vivo!... conociendo profundamente al hombre y sabiendo lo que él sabía –¡quién hubiera creído que el crimen no consiste tanto en hacer morir como en no morir uno mismo!–, puesto día y noche frente a su crimen inocente, se le hacía demasiado difícil sostenerse y continuar… “¿Por qué me has abandonado?”. Fue mucho más que un grito sedicioso. Camus sabía que el dolor nos emparienta con Jesús por más que, como en su caso, se declarase ateo. En “Cartas a un amigo alemán” escribe: “Sigo suponiendo que este mundo no tiene un sentido superior. Pero sé que hay algo en él que sí tiene sentido, y es el hombre ante su prójimo. Porque ese encuentro le da sentido a todo”. Frase que se complementa con otra de “La peste”, donde se refiere de “aquéllos a quienes les basta el hombre, y su pobre y terrible dolor”. La muy buena biografía de Herbert R. Lottman sobre Camus, nos lo revela en toda su grandeza creadora y también, en toda su desesperación existencial. Muestra cuánto luchó Camus contra la tuberculosis (su enfermedad), contra la angustia y la depresión… En la siguiente frase de su diario, asumimos su relación con la tristeza y la culpa que heredamos de Jesús: “Morimos a los cincuenta años de una bala de nostalgia que nos disparamos al corazón a los veinte”.

Camus en una ocasión tomó un avión en Orán, dejando a su mujer y a sus hijos en Argelia. Pero poco después del despegue, el aparato perdió uno de sus cuatro motores y el piloto anunció que había que volver al aeropuerto. Camus comenzó a sentir la claustrofobia que solía apoderarse de él y se desmayó. Después de llevar tanto tiempo seguro de su curación, reflexiona en su diario a finales de octubre de 1949, que un nuevo retroceso debería hundirlo, y en efecto, lo hunde. Pero al venir tras una cadena ininterrumpida de abatimientos, por momentos ríe. En esos momentos, al fin se veo liberado. La locura es también liberación. Su estado de ánimo le llevó a escribir en su diario, a raíz del suicidio de un amigo: “Conmocionado porque lo quería mucho, por supuesto, pero también porque de repente he comprendido que tenía ganas de hacer lo mismo”. Cuentan que, en alguna ocasión, desesperado, le dijo a María Casares, la gran actriz española-francesa, su amante, que si en los siguientes meses no conseguía llevar una vida normal –si la enfermedad seguía amenazando la vida a la que estaba acostumbrado–tendría que tomar una decisión drástica. No le explicó cuál, pero se apresuró a tranquilizarla: intentaría vivir. En muchas de sus páginas Camus traza a grandes rasgos su porvenir literario y sus nuevos proyectos, y se percibe en ellas, su desolación. El 5 de febrero del 1953 escribe: “¿Morir sin haber resuelto todo, salvo…? Dejar al menos resuelta la paz de aquéllos a los que se ha amado…”. Al enviarle al poeta René Char su prólogo a “L’Allemagne vue par les écrivains de la Résistance française”, de Konrad Bieber, que iba a publicarse, le manifestó que ese prólogo era un texto muy malo: “Puesto que ya no sé escribir. Algo se acabó en mí y sólo queda el vacío”. Por suerte para él y para la literatura, esos pasajes de desolación se combinaban con otros de gran exaltación creativa. Su depresiva esposa, al enterarse de la relación amorosa del escritor con la actriz María Casares, empeoró gravemente, al grado de que intentó suicidarse. Camus escribió en julio de 1954 que en su familia vivía un infierno que le consumía la poca energía que

le restaba. Casi no salía de su casa, dejó de ver a María y se pasaba la mayor parte del día al lado de su mujer y sus hijos. “¿Sabes lo que ocurre conmigo? –le escribió el 17 de septiembre de ese año a René Char– Que tengo unas ganas enormes de desaparecer, en resumen: de no ser nada ni nadie”. Y seguidamente: “No he hecho nada durante este verano, en el que sin embargo tenía puestas muchas esperanzas. Y esta esterilidad, esta súbita insensibilidad me afectan enormemente y se transforman en angustia”. Cuando Camus después de recibir el Premio Nobel, volvió de Estocolmo, su gran amigo argelino Emmanuel Roblès, se encontraba en París. Un día de la última semana de 1957, quedaron de comer juntos. Como Camus no llegaba, Roblès, conociendo su puntualidad, telefoneó a su secretaria, quien le dijo que el escritor había salido del despacho a las doce menos cuarto. Cuando por fin llegó, Camus tenía la voz alterada, como si algo le ahogara. Explicó que cuando estaba buscando un taxi en el bulevar Saint-Germain había empezado a asfixiarse y, por fin, había conseguido que un transeúnte le buscara el taxi; entonces había dado la dirección de su médico y llegó a tiempo de recibir una inhalación de oxígeno. Le confesó a Roblès que se sentía ridículo por ser tan vulnerable, que el reconocimiento público no hacía sino aumentar su angustia. En ocasiones su secretaria, Suzanne Agnely, tenía que acompañarlo hasta su casa porque el simple hecho de salir a la calle parecía aterrarlo. Ahora que era célebre temía que se le acercaran, que lo rodearan, que le hicieran preguntas a las que no sabría qué responder, que los periodistas intentaran entrevistarlo con cualquier pretexto. Fue entonces cuando comenzó a verse con un psiquiatra. Camus se describía a sí mismo como un “disminuido”. Ya no viajaba en el metro a causa de su claustrofobia. Cuando lo hacía en avión, su secretaria advertía a Air France que el escritor deseaba ir de incógnito y que podía encontrarse mal de repente, en cualquier momento. Se metía en su apartamento como si este fuera su madriguera. Agregaba que, cuando se encontraba mal, sentía la necesidad de alejarse de todos, quedarse solo, como las fieras. A menudo utilizaba la expresión

“animal enfermo”. Y si la idea del suicidio le tentaba, en la práctica lo rechazaba por “indigno”. Sin embargo, se combina estos períodos angustiosos con momentos de gran exaltación. “Si pudiera prolongar la alegría que me provoca la pura visión del mar. Antes que nada hacerme dueño de mí mismo. Entregarme al puro momento presente, en donde la nostalgia se transforma en plenitud…” Ya lo había manifestado en “El hombre rebelde”: “Nuestro compromiso con el futuro es dárselo todo al presente”. Aceptar lo absurdo de todo lo que nos rodea es una experiencia necesaria, pero no debe convertirse en un callejón sin salida. Puede suscitar una rebeldía que puede transformarse en una visión reveladora. Visión que sólo consiguen, a pesar del dolor que lleva implícito, los grandes escritores. Albert Camus sentenció “Hay que imaginar a Sísifo feliz”. Por tanto, asumo como Meursault, el personaje central de “El extranjero” (que soy por decisión propia) que “El acto más importante que realizamos cada día es tomar la decisión de no suicidarnos”.


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Mi identidad del Centro Histórico

l primer recuerdo que guardo en mi memoria proveniente de mi niñez más temprana es el de la Avenida Bolívar, de una tarde entre el día y la noche en que mi madre me sacó a la puerta de la Radio Bolívar, puerta que aun existe, la única que se encuentra entre dos columnas dóricas y su tímpano en la 28 calle de dicha avenida, para observar el paso de la larga caravana que le daba la bienvenida al ganador de la maratón de Boston, el guatemalteco Doroteo Guamuch conocido posteriormente como Mateo Flores. Era una caravana que desde el aeropuerto La Aurora se dirigía hacia el centro de la ciudad de la ciudad de Guatemala. Yo tenía 4 años. El Centro. Una palabra mágica con la que crecí desde esos años y de la que tuve noción desde los doce años, cuando ya viviendo en la Colonia La Florida, hoy zona 19 de la capital, mi madre me llevaba de la mano, tomábamos la camioneta No. 7 e íbamos a hacer mandados para que yo aprendiera los lugares a donde después mis padres me mandarían a comprar las cosas que necesitaban en su diario vivir, en una colonia que aún no lo tenía todo cerca, como hoy. Fue así como incursioné y visité el Centro, convertido hoy en el Centro Histórico de esta nuestra ciudad. Asunto que vengo realizando desde mi adolescencia y juventud. De ahí que ahora guardo en mi memoria cada recodo urbano del Centro, con lo cual he ido formando mi muy particular identidad urbana de la Ciudad de Guatemala. Y es que considero que la identidad está formada de recuerdos y los recuerdos están formados de esencias de distinta índole ya sea temporal y territorial, así como familiar, sentimental o con mezclas de picardía y aventurerismo. Cosas de la vida de cada uno. El Centro, representa todos estos recuerdos en el imaginario de los guatemaltecos que lo han conocido y más fuertemente en aquellos que lo han vivido con intensidad y ya no digamos de aquellos que aquí han nacido y permanecido toda su vida. Obviamente, ese número de recuerdos alcanza el infinito. Empiezo con algunos de ellos, desde el punto de vista de un citadino que los ha vivido desde la periferia del Centro, es decir desde mi Colonia La Florida. La camioneta de la ruta 7 me llevaba por la calle San Juan, pasando por la Aldea El Rodeo, la Colonia Centroamérica, Kaminal Juyú cuando no estaba urbanizado, La Quinta Samayoa, El Trébol y toda la Avenida Bolívar. Se llegaba a Las Cinco Calles y entonces se bajaba toda la 18 calle para luego irse por toda la novena avenida hasta la octava calle. Allí tenía que bajarme para ir a los almacenes donde tenía que comprar lo que se me había encomendado por mis padres. Todo eso era para mí el puro Centro. Imaginémonos a un niño de doce y trece años metido en todo este enjambre de edificios la mayoría antiguos y la minoría modernos entre los que estaban los almacenes y comercios. Para mi caso hablo del año 1962. Entonces me movilizaba entre el Parque Central, el Parque Colón, el Parque La Concordia y la 18 Calle acompañando a mi madre primero y después en solitario. Poco a poco fui conociendo los nombres de los lugares que miraba con curiosidad y así sembré en mi memoria y corazón tantas imágenes del Centro Histórico. Mis recuerdos de aquellas antiguas sexta y quinta avenidas son indelebles. No se me olvida Santa Clara porque

Carlos René García Escobar Escritor y Antropólogo

allí mismo quedaban cerca los cines Cápitol, Pálace y Roxi, que después fue Tikal, pero sobretodo Radio City, donde le compraba sus repuestos de radiorreceptores a mi papá. A una cuadra de la iglesia del Carmen estaba Cantel, y más allá Los Dos Leones donde le compraba telas y retazos a mi mamá. A la vuelta de la Empresa Eléctrica, donde pagaba la luz, estaba Novatex donde buscaba telas para que nos hiciera nuestros pantalones un sastre amigo de la familia. Siempre pasé por la casa del Banco Agrícola Mercantil esquina opuesta al Portal del Comercio, hasta que un día la conocí por dentro cuando ya tuve cuenta en ese banco y quedé prendado de su belleza. Pasados los años, en mi juventud, pude ver la casa de la Escuela Normal de Música Jesús María Alvarado porque era mi camino al INCA para ir a esperar a ver si le decía algo a mi enamorada. Así también pasaba por la Escuela de Danza Marcelle Bonge de Devaux, hasta que un día entré a darle a las chicas una charla sobre danzas tradicionales y me di cuenta del estado deplorable en que los gobiernos insensatos han mantenido ese edificio. Cuando bajaba de la camioneta y subía al Parque Central pasaba por el antiguo almacén Paiz contiguo a donde ahora está Arte Centro que lleva el nombre de

su fundadora Graciela Andrade de Paiz. Incursionando a veces por el templo de Nuestra Señora de Guadalupe, por allí empezaba un lugar clínico donde se han encargado de reducir la población guatemalteca por todos los medios anticonceptivos posibles y que luego se llamó Aprofam y bajando de la Antigua Escuela de Medicina conocí la antigua casa de la familia Fernando Muñoz que se conoció siempre como el Bufete Popular de la Landívar. En mis tiempos en que viví por tres años en la novena avenida y primera calle de la zona 1, conocí en mi camino hacia la Catedral, el edificio de la Cruz Roja atrás de la iglesia de Santa Teresa, sin imaginarme que con el tiempo yo contribuiría relatando sucesos ancestrales, ante la exaltación que la Cruz Roja hizo al drama danzario Rabinal Achí, debido al específico tratamiento del prisionero Quiché Achí consignado en la historia del etnodrama. Por supuesto hay tantísimos lugares del Centro Histórico y su sexta avenida que impregnan mi existencia de recuerdos indelebles que nombrarlos se vuelve prolijo y entretenido. Llevaría mucho tiempo y el espacio en estas páginas del Suplemento es reducido por lo que opto por quedarme corto y mejor lo dejo para algún relato autobiográfico que en el futuro sea oportuno escribir.


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Zona Compartida 29.67:

nuevas épocas, cuerpos, nuevas voces entre una multitud que escenifica la convivencia urbana y esencial Karla Martina Olascoaga Dávila Académica y escritora

Del placer estético poco se habla. Pero el placer estético existe y continuará existiendo aunque poco se le mencione o se le atribuyan nomenclaturas académicas rebuscadas. El placer estético está vinculado directamente al arte y a cualquiera que sea la expresión o disciplina que lo provoque. Yo lo he experimentado no pocas veces, la primera fue con la interpretación de Giselle que hiciera la primerísima bailarina cubana, Alicia Alonso en sus últimas épocas. También lo he sentido a través de la música y alguna que otra vez en el teatro. También la pintura y la arquitectura me han provocado esa especie de complacencia y felicidad irrefrenable que nace de adentro y nos saca una sonrisa o un escalofrío intenso. Sin embargo, es importante reconocer que no toda obra de arte lo provoca.

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reo firmemente que el placer existe para ser experimentado ya que describirlo no lo equipara con las reacciones biológicas que se desprenden de nuestro ser al sentirlo. Me refiero ahora a cualquier tipo de sensación placentera. Sin embargo, son precisamente las distintas manifestaciones artísticas las que desatan esa producción de endorfinas que nos hacen sentirnos “felices” o profundamente conmovidos ante ese tipo de expresiones. Y son las artes precisamente las que transforman mucho en muy poco tiempo porque rozan la emoción escondida y hurgan en esos rincones donde siempre hay y habrá memoria colectiva, sensación, emotividad y empatía.

En ese orden de ideas y procurándome un cierto placer estético, llevo ya bastante de transitar por los pasillos de mi Alma Mater y centro de trabajo con los audífonos puestos. El noventa y cinco por ciento de las veces, oigo música electrónica. Por ello casi todo el tiempo me muevo y hago mis trámites administrativos de rigor con mi propio sound track. Esto me ayuda a mantenerme activa, de buen humor y enfocada. Así, más de una vez soñé con caminar por esos mismos pasillos oyendo la música que más me gusta a buen volumen y sin audífonos. Y esto nunca pasó de ser un sueño, hasta ayer. Mi trabajo en la Landívar, específicamente en el Centro de Danza me ha permitido relacionarme todo el tiempo con artistas jóvenes y con coreógrafas y directoras de teatro reconocidas por su talento y trayectoria. Desde hace cinco años he estado rondando los procesos creativos desde múltiples y casuales perspectivas. Este año, desde la comodidad de mi escritorio lograba oír de manera reiterada los ensayos de Momentum, que por cierto este año transita hacia su 30 aniversario de creación. Por ello su Temporada 2018 se llama Zona Compartida 29.67, ya que son cifras decimales las que nos faltan para alcanzar los treinta años. Pero no quiero entrar en otros detalles que no sean el de compartir mi experiencia el día de ayer durante el preestreno de esta obra. Experiencia que va –obviamente– vinculada a la experimentación del placer estético en una obra que funde de una forma desenfadada, la música de corte electrónico con la danza contemporánea interpretada por diez bailarines y un percusionista (Manolo Cruz) en escena. Contornos, espacios compartidos, cercanía que llega al roce de los cuerpos en movimiento, espontaneidad, energía, fuerzas en equilibrio, individualidades en acción, sincronía, movimiento y más movimiento que describe elipsis y órbitas que bien podrían ser la tuya, la mía o la de muchos de nosotros y que durante una hora mantiene al espectador en una cierta tensión cómplice. En esta producción escénica, nos dice Sabrina Castillo, directora y coreógrafa del Centro de Danza e Investigación del Movimiento de Artes Landívar, “la coreografía contó con una fuerte relación colaborativa entre coreógrafa y bailarines (…) de inspiración urbana, Zona Compartida 29.67 explora

lo individual, lo colectivo y las relaciones de movimiento que transitan de lo simple a lo complejo y de lo complejo a lo simple”. Los procesos creativos colectivos son difíciles, sin duda, pero enriquecen y renuevan repertorios porque se permiten licencias más atrevidas, fomentan el juego, la empatía y la inclusión de situaciones nuevas, así como la simultaneidad o no de movimientos y la innovación y frescura, sobre todo. Los juegos gestuales, la palabra y las repeticiones de “lugares comunes” mediante el lenguaje corporal son parte del juego. La coreografía tiene muchos simbolismos, pero lo que resalta a simple vista es la convivencia en un espacio medianamente limitado, de diez bailarines que jamás irrumpen ni violentan el espacio del otro, pero lo ven, lo tocan, lo impulsan, lo sostienen, le sonríen y todo el tiempo lo tienen presente porque calculan sus desplazamientos y bailan acompañados por los sonidos repetitivos y rítmicos de esa música electrónica y sus altibajos. El ritmo de la obra se sostiene porque no es lineal, sino que varía hasta alcanzar una cierta intensidad de movimiento, un descender casi lineal (siempre de la mano con la música que fluctúa y se acompasa con las órbitas corporales que se van dibujando) y que puede descansar acompasadamente en su desarrollo. El vestuario totalmente blanco y los recursos de una luminotecnia trabajada concienzudamente por Rob Martens aportan versatilidad y textura que se complementa con la heterogeneidad de los cuerpos en escena. Cada bailarín –hombre o mujer– describe su órbita perfecta en un universo comprimido donde no hay accidentes espaciales ni temporales. La música es un excelente conductor y acompañante. Además de los bailarines de la Compañía de Danza Contemporánea Momentum, Andrea Ayala, Sofía Barrios, Brayan Córdova, José Carlos Cox y Jeffrey Ortega, se contó con otros jóvenes bailarines que quisieron celebrar y compartir su creatividad y tiempo como invitados, ellos son: Amy López, Javier Granados, Carol Saldañas, Kira Leoni y María José Almírez. A todos ellos, a su vitalidad, esfuerzo, dedicación y compromiso, así como a su tenacidad y constancia, mi gratitud por regalarnos ese placer estético que tanto se extraña en estos tiempos convulsos.


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EPISTOLARIO

Carta del Subcomandante Marcos a Joaquín Sabina Ejército Zapatista de Liberación Nacional 18 de Octubre de 1996 (como a las no sé cuántas de la madrugada) A: Joaquín Sabina Planeta Tierra De: Subcomandante Insurgente Marcos CCRI-CG del EZLN Montañas del Sureste Mexicano, Chiapas México

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Don Sabina:

o sé que le parecerá extraño que le escriba, pero resulta que me duele la muela y, según acabo de leer, usted camina ahora por estas tierras que, mientras no acaben por venderlas también, siguen siendo mexicanas. Entonces pensé yo que, aprovechando que me duele la muela y que usted camina ahora bajo estos cielos, pudiera yo escribirle y saludarlo e invitarlo a echarse un “palomazo” con el Sup (a larga distancia, se entiende). ¿Qué dice usted? ¿Cómo? ¿Que qué tiene que ver el dolor de muela con el “palomazo”? Bueno, tiene usted razón, debo explicarle entonces la muy extraña relación entre el dolor de muelas, el que usted camine por estas tierras, la larga distancia y una muchacha. No, no se sorprenda usted de que ahora haya aparecido una muchacha. Siempre aparece una, vos lo sabés Sabina. Bien, resulta que cuando yo pasaba por esa etapa difícil en que uno descubre en que ya no es más un niño y tampoco alcanza a ser un hombre (esa etapa, vos lo sabés Sabina, en que las féminas se transmutan de molestas a interesantes y hay que ver la de problemas que esto provoca), conocí a un viejo que, sin que se lo pidiera, decidió que tenía que darme un consejo sobre esos seres incomprensibles pero tan amables que eran, y son, las mujeres. “Mira muchacho – me dijo– la vida de un hombre no es más que la búsqueda de una mujer. Fíjate que digo ‘una mujer’ y no ‘cualquier mujer’. Y por ‘una mujer’, muchacho, me

estoy refiriendo a una de “única”. El problema está en que el hombre siempre queda con la duda de si la mujer que encontró, si es que encuentra alguna, es esa ‘una mujer’ que estaba buscando. Yo ya estoy viejo y he descubierto una fórmula infalible para saber si la mujer que uno encontró es la ‘una mujer’ que estaba uno buscando…” El viejo se detuvo a ver hacia todos lados, como temiendo que alguien más lo escuchara. Yo sentí que algo muy importante estaba a punto de serme revelado, así que puse cara de circunstancia y saqué discretamente un papelito y un lapicero para tomar nota, no fuera a ser que se me olvidara la fórmula (de por sí batallaba mucho con las matemáticas). El viejo carraspeó y, sin poner atención en mi papelito y mi lapicero, me confió: “Si tú le dices a una mujer que te duele una muela y ella, en lugar de mandarte al dentista o darte un analgésico, te abraza y deja que recuestes la mejilla en sus pechos, entonces, muchacho, esa mujer es la ‘una mujer’ que andabas buscando…” Yo me quedé perplejo, pero como quiera tomé nota de la fórmula. A mí nunca se me había ocurrido que debía pasarme la vida buscando una mujer, por más que esa mujer fuera “una de única”. A mí se me ocurrían cosas más concretas y factibles, como ser bombero, conquistar el mundo o construir un avión que se controlara sólo con el pensamiento. Respecto a las mujeres, yo me tenía en muy alta estima y estaba más propenso a que esa “una mujer” me encontrara a mí, que a buscarla yo… Yo tenía como 10 años y una maestra de piano de la que, por supuesto, estaba enamorado. Mi mayor empeño consistía en mirarle unos pechos que se adivinaban como el mejor remedio dental que tenía a la vista. Por supuesto que le apliqué la fórmula, pero ella sólo se me quedó viendo y me dijo que era un pretexto para no practicar en el teclado. Yo de por sí ya sabía que ella no era la mujer de mi vida, 15 años y un piano se interponían entre nosotros. En fin, el caso es que, como quiera, seguí el consejo del viejo. Ya se imaginará usted, don Sabina, el desconcierto que provocaba en las muchachas el hecho de que, en cuanto se presentara la oportunidad de estar solos (ese momento en el que el resto de los mortales aprovechan para acercar una mano o unos labios), yo me llevaba la mano a la mejilla y declaraba solemnemente que me dolía la muela… Es cierto que en esa época no conseguí ninguna, pero acumulé una importante cantidad de analgésicos, antiinflamatorios, antibióticos y, por supuesto, tarjetas de dentista. A mí ni se me ocurrió que la fórmula estuviera mal. Así que achaqué mis primeros fracasos a la falta de autenticidad en mi dolor de muelas. Por tanto, me di a la dulce tarea de picarme las muelas.


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Y digo “picarme las muelas” en un sentido literal y no sólo comiendo dulces y bebiendo refrescos. Con clips y palillos, después de una paciente labor de meses, logré picarme dos muelas con tanto éxito que tuve que acompañar la estrategia con una fuerte dosis de antibióticos. Repetí la fórmula, ahora con la confianza de saberme auténtico, y los resultados siguieron siendo magros. Así hubiera seguido adelante, acabando con mis muelas, si no es porque, ya adolescente, encontré a otro viejo que, cruel, me dijo: “Mírate en un espejo y así sabrás por qué no tienes éxito con las chamacas. Tu problema está en la cara. Más bien en tu nariz. A los feos, las muchachas no les hacen caso… a menos que sean cantantes”. ¿“Cantantes”? Bueno, esta nueva fórmula le daría reposo a mis muelas (que por lo demás ya estaban definitivamente destrozadas) y me obligaría a un cambio radical en la estrategia. Claro que el problema entonces era saber qué se necesitaba para ser cantante. Resulta que no era tan sencillo como usar palillos y clips. Leí todos los manuales que pude: manuales de carpintería, cerrajería, electrónica, radio y tv, mecánica, y hasta tomé dos cursos por correspondencia, uno de piloto aviador y otro de detective privado. Créame don Sabina, que fue muy duro para mí darme cuenta de que, con todos los avances de la ciencia y la técnica, no existe todavía ningún manual para ser cantante. Después, escuchando canciones, me di cuenta de que el problema era mayor, ya que una cosa era ser “cantante” y otra más difícil era ser “cantautor” o “canta-autor” (vos lo sabés Sabina). Entonces hice trampa, es decir, escribí algunos poemas (o como se llamara lo que escribía) y dejaba siempre pendiente la música. Por supuesto que seguí cosechando fracasos con las mujeres, pero a cambio logré darle una tregua a mis muelas y juntar una gran cantidad de papeles, papelotes, papelitos y, sobre todo, papelones (vos lo sabés Sabina) con poemas. Seguro que todo este dilatado relato no le resuelve, don Sabina, el misterio de la relación entre dolor de muelas, su caminar por estas tierras, la larga distancia y una muchacha. No se desespere usted, ya verá cómo al final de todo (vos lo sabés Sabina) las piezas se acomodan. Bien, continúo: Resulta que (vos lo sabés Sabina) hay ahora una muchacha que está demasiado lejos y entonces pensé que usted, don Sabina, podría echarme una mano y una tonadita (mire que no es lo mismo, pero pudiera ser igual). Y usted podría echarme una mano si me permitiera tutearlo y, cómplice como ha sido antes sin saberlo, fingiera usted que nos conocemos desde hace mucho tiempo y que, por tanto, es perfectamente natural que usted reciba una carta del Sup redactada en los siguientes términos: “Sabina (sí, ya sé que te desconcierta este inicial e irreverente tuteo, pero tú compórtate como si tal cosa): “He trabajado arduamente en los últimos días en

la letra que me encargaste para tu nueva canción (¡vamos, quita ya esa cara de espanto!, ya sé que no me has encargado ninguna letra para ninguna canción, pero sígueme la corriente para despistar al enemigo) pero ha sido inútil. No me sale nada original. “Así las cosas, busqué en el cofre del pirata y sólo encontré un viejo y mohoso poema, que no es tan viejo y tal vez ni a poema llegue, que te puede servir si le das un poco de aliño. Es ideal para ponerle música y escalar con velocidad el hit parade internacional (no me preguntes si para arriba o para abajo), pero tú ya sabes que a nosotros los artistas (sigue fingiendo demencia, no denotes la menor sorpresa) no nos importa la fama (bueno, no mucho). “En este caso particular, a mí sólo me interesa una muchacha que está demasiado lejos para que pueda yo musitarle al oído este poema y arrancarle así, vos lo sabés Sabina, una sonrisa o una lágrima. Porque es de todos conocido que arrancar una sonrisa o una lágrima de una muchacha que está demasiado lejos, es una forma de que no siga estando demasiado lejos, vos lo sabés Sabina. El poema dice, más o menos, así: “Como si llegaran a buen puesto / mis ansias, / como si hubiera dónde / hacerse fuerte, / como si hubiera por fin / destino para mis pasos, / como si encontrara / mi verdad primera, / como traerse al hoy / cada mañana, / como un suspiro / profundo y quedo, / como un dolor de muelas / aliviado / como lo imposible / por fin hecho, / como si alguien / deveras me quisiera, / como si, al fin, / un buen poema me saliera. / Llegar a ti. “La tonadita puede ir más o menos así: tara–tarara– tarirara–etcétera, vos lo sabés Sabina. El título de la canción podría ser ‘Canción para una muchacha que está demasiado lejos’, o ‘Un dolor de muelas para ella’, o ‘Un dolor de muelas, Sabina, la larga distancia, una muchacha y el Sup’. En fin, ya se te ocurrirá algo. El crédito puede ser ‘Letra: el Sup. Música: Joaquín Sabina’, o ‘Letra y música: Joaquín Sabina (a petición del Sup)’ o como quieras. “Vale. Salud y ojalá ella entienda. “El Sup”. Esa podría ser la carta que usted recibiera y aceptara, don Sabina. Y todo esto viene a cuento porque estaba yo solo, con mi dolor de muela y leyendo que usted camina por estas tierras. Entonces pensaba yo que usted, tal vez, estaría de buen humor y magnánimo y que podría contarle yo la historia de los dolores de muelas, mi frustrada

carrera como cantautor y una muchacha que está demasiado lejos. Y pensaba yo que podría escribirle una carta tuteándolo y pidiéndole una tonadita para un mohoso poema. Y pensaba yo que usted me perdonaría el tuteo y el pedirle una tonadita para acercar a una muchacha que está demasiado lejos, y que así se completaría el rompecabezas del inicio. Y no para que me dispense es que le cuento todo esto don Sabina, sino para que comprenda. Y comprender, vos los sabés Sabina, es otra forma de absolver. Vale. Salud y ya sabe usted, si le sobran por ahí un analgésico o una tonadita, no dude en mandármelos. Ambas cosas se agradecen en este asfixiado pecho que le escribe… Desde las montañas del Sureste Mexicano. Subcomandante Insurgente Marcos.


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Tomado de: http://experimentarycrear.blogspot.com/2012/07/el-estudio-de-francis-bacon-una.html

Interior del estudio de Francis Bacon.

El cultivo del Capital simbólico Miguel Flores castellanos Doctor en Artes y Letras

El mundo del arte es el escenario de paradojas sociales. Un artista de humilde extracción puede, por ejemplo, llegar a estar de tú a tú con el CEO (término de moda en la administración de empresas) de una de las mayores marcas del país. ¿Por qué se da este fenómeno social al que muchos no ven importante? Se debe, creo, a la existencia de algo llamado por Pierre Bourdieu el capital simbólico.

L

a concepción de este capital no es igual al planteado por Marx. Los investigadores como William Fowler y Eugenia Zabaleta, sintetizan lo expresado por el francés diciendo que “el capital cultural se mide a partir de las habilidades y conocimientos especializados que confieren poder por medio del diploma. El diploma es un tipo de capital cultural institucionalizado por el Estado, que por medio de rituales de consagración separa a los más calificados de los menos, y por ello legitima sus papeles de dominación. Los demás tipos de capital cultural son el objetivado (posesión y uso de bienes culturales como cuadros, máquinas, pinturas, libros, etc.) y el incorporado (hábitos, percepciones y gustos moldeados por los niveles de escolaridad). El capital

social lo constituyen las redes de contactos durables que permiten que los agentes escalen posiciones más convenientes en el espacio social, por ejemplo, los círculos sociales a los que pertenecen los agentes. Y finalmente el simbólico es el tipo de capital que tiene la capacidad de convertir un capital en otro, por ejemplo, el honor, el prestigio social, etc. Estos tipos de capital pueden ser heredables o adquiridos individualmente. El funcionamiento de estos capitales varía según particularidades de las culturas y las estructuras sociales”. El artista cultiva su capital simbólico desde su proceso de creación. Deberá ser cauto al analizar dónde podrá exponerlo para darle réditos a un mediano y largo plazo. El problema –por situaciones coyunturales de la sociedad guatemalteca– se vive en el inmediato plazo, y estos artistas sitúan su trabajo en el primer espacio que se reciba. Hoy es común ver bares con exposiciones de arte. Realmente estos comercios lo que hacen es decorar sus muros y espacios vacíos, pero propagan en forma orgullosa que promueven el arte. Una obra colocada en un bar por más que se diga que la exposición fue curada, no es el espacio idóneo. En Guatemala, artistas

destacados llegan a “exponer” en lugares así, lo que no fomenta el crecimiento de su capital simbólico. Es muy diferente montar una exposición en un centro cultural (también los hay de pacotilla), una galería o un museo. ¿Por qué se hacen estas concesiones? Porque no hay suficientes espacios para el montaje de exposiciones de arte. En el mundo empresarial de Guatemala son escasos los que muestran indicios de interés y conocimiento del arte, la gran mayoría –poco formada en lo referente a este tema– lo que hace es otorgar ayudas a cambio de publicidad, o llegan a tragarse la actividad con su presencia de marca. Fue memorable el ver una elegante galería de la zona 14, limitar la presencia del equipo de mercadeo de una empresa licorera que quería llenar de banderines, cual feria cantonal, el espacio de la exposición. Es el reconocimiento del capital simbólico de un artista lo que permite el diálogo entre dos polos opuestos, el del artista y el CEO, hay conciencia de poder de cada uno frente a frente. La posesión de un capital simbólico conlleva tener un capital social que le ha permitido el ascenso, pero también un capital cultural –su obra–.


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