Cultural 21-12-2018

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Carlos René García Escobar

In memoriam

Guatemala, 21 de diciembre de 2018

suplemento semanal de la hora, idea original de Rosauro Carmín Q.


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presentación

a presente edición quiere hacer memoria de un profesional entrañable cuya ausencia ha golpeado tanto a amigos cercanos, entre los que me incluyo, como al mundo literario e intelectual de nuestro país. Se trata de la desaparición física de Carlos René García Escobar, antropólogo, investigador, gestor cultural, novelista, pero sobre todo amigo de La Hora y colaborador de nuestro Suplemento Cultural. Nada me recuerda tanto a Carlos René que aquel pasaje evangélico de Juan, que refiere la opinión de Jesús sobre Natanael: “Jesús lo vio venir y dijo de él: Aquí viene un verdadero Israelita, en el cual no hay engaño”. Ese era Carlos, el hombre bueno que nos alegraba y departía generosidad a manos llenas. Lo conocí en la Comunidad de Escritores donde me lo presentó Mario Rivero. Era el año de 1996. De entrada y hasta el último día me llamaron la atención su trato cordial, amabilidad y don de gentes. Asimismo, era común en Carlos su pasión por la literatura y entusiasmo por la difusión de las letras. Se comprometía a cualquier actividad que se tratara de lecturas de libros, presentaciones o conversatorios. Lo llevé varias veces con mis estudiantes en la universidad y era fascinante escucharlo hablar de sus textos, a veces con exageración. “Creo que has dicho varias inexactitudes de tus libros”, le dije un día, “hablas demasiado bien de ellos”. A lo que me respondió: “¿De qué otra forma quieres que hable si son míos? Viajé varias veces con él, dentro y fuera del país, y siempre admiré la calidez con la que era recibido. Normalmente sonriente, preocupado por las personas e interesado en Congresos y encuentros para hablar de literatura y encontrarse con los amigos. Carlos René era toda una fiesta. Me unía con el amigo, el pasado conventual, las incursiones en el latín y cierta clerofobia que nos permitíamos con libertad por nuestros orígenes de sacristía. Conocía el santoral no por afanes de devocionales, sino por el tema de las danzas y sus investigaciones que giraban en torno a lo religioso. Como buen marxista ortodoxo (creo que estaría feliz que lo llamara así), desconfiaba de las religiones. Y cuando quería ofenderme, según él, me llamaba “Jesuita”. Los textos presentados en la edición han sido escritos por sus amigos escritores, Max Araujo, Juan Antonio Canel, Víctor Muñoz, Karla Olascoaga, Vicente Vásquez, Maco Luna, Dennis Escobar Galicia y Gustavo Bracamonte. A todos ellos, nuestro agradecimiento. A usted, una muy feliz lectura y una feliz Navidad. Hasta la próxima.

es una publicación de:

Para vos, Charli de los ángeles Max Araujo Escritor

Danza, danza, señor de los moros, caballero de La Florida, Charli de los ángeles como te bautizó el Gato Viejo, sombrerón y duende, noble como los moros de Lo de Bran, antigüeño nacido en la Avenida Bolívar, tan chapín como el tamal colorado, aunque medio salvadoreño, investigador de las morerías, antropólogo por vocación, casi cura, locutor en tus años mozos, novelero y novelista, gestor cultural, y miembro permanente de juntas directivas, comandante y guerrillero de la palabra, amigo y hermano Carlos René García Escobar, compañero de noches de bohemia y cómplice de sueños y aventuras, defensor de causas perdidas.

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e leí en el día de tu muerte un trabajo publicado en este mismo Suplemento, relacionado con los mitos y leyendas, del sincretismo y del mestizaje, de la trascendencia y de la vida, premonitorio de tu partida hacia mundos en donde te esperaban tus padres, familiares y amigos, que te hicieron un camino de avanzada. Y es que es difícil explicar lo que sucedió, pues justo cuando Luis Eduardo, uno de mis cuñados entró a mi cuarto a dejarme La Hora de ese día, yo estaba en comunicación con una amiga para saber si era cierto lo de tu fallecimiento, y de manera inconsciente tomé el periódico y lo abrí justo en las páginas donde se publicó el trabajo. Intuyo que fue tú despedida, realizada de manera elegante. Y aunque no escuché tu clásica carcajada, estoy seguro que la hiciste. Todavía recuerdo tres domingos antes, cuando de manera apresurada, de retorno de San Raimundo, en respuesta a un deseo repentino, toqué la puerta de tu casa, en la que hiciste nuestro pinol tu plato ceremonial, porque tenía como tres meses de no verte, aunque nos comunicábamos seguido por unos emilios, y apenas cruzamos unos saludos y un par de palabras cargadas de emoción y con un

gran significado para nuestra amistad. Te acompañaba Ruth, tu esposa. No sabíamos entonces que era nuestra despedida en esta tierra, el último abrazo, y un hasta pronto, para cuando nos encontremos nuevamente en una de las cantinas del cielo y nos tomemos el de ley, como tiene que ser, como decía otro de nuestros amigos, el William Lemus, y a lo mejor se une el Luis Ortiz y el maistro Quiroa, y de repente Margarita Carrera, Luz Méndez, Monteforte, Otto Raúl González, y otro montón de cuates que ya tienen años de habérsenos adelantado. Y fijate vos que ahora, que te escribo este correo, no electrónico, recordé cuando nos conocimos, y es que yo te mandé un telegrama, que te cayó de regalo de

cumpleaños, pues fue un mero 23 de diciembre, cuando ya te habías empinado unos cuantos, entre pecho y espalda, por el que te invité para que llegaras a mi oficina para que publicáramos “La llama del retorno”, tu primera novela, que narra cuando de mojado viviste en los yunait esteit, y las aventuras que pasaste como indocumentado. Lo que sufrimos para publicarla, pero salió, como lo contaste en tu novela siguiente. Y de cuando en Adesca, estando yo en la Junta Directiva, te autorizamos para que incluyeras en tu Atlas Danzario, algunos de los trabajos que teníamos en archivo, con consentimiento, por supuesto, de quienes nos los entregaron para que les financiáramos la compra de sus trajes. Si son tantas las cosas que podría contar, como cuando al alimón en la FLACSO, expusimos de nuestra literatura, y de los años ochenta que nos tocó vivir. Y no se me olvida cuando en una de las fiestas de Candelaria, para un 2 de febrero, en mi aldea La Ciénaga, grabaste hasta el alegato que tuviste con uno de los vecinos. Tantas cosas vos, las bromas, las veces que te fui a dejar en mi vehículo a tu casa después de la media noche, con unos tragos de más, y las cosas serias, como cuando te escuché dando tus amenas conferencias o en las decisiones, discutidas, que tomamos en el Consejo de Administración de ADESCA, en cuanto a los financiamientos que apoyamos. Y cómo olvidar tus cumpleaños que me gocé en tu casa, que eran como los fiestones de pueblo, como a vos te gustaba, o los almuerzos en el Establo o las reuniones en la Cofradía de Godot. Componíamos el mundo, y no dejábamos santos parados con los otros contertulios. Si hasta, en esas chupacolas, creamos la Casa de la Cultura del Centro Histórico, congresos de escritores, publicaciones, y otros hechos que con el tiempo serán relevantes. Si vos, Carlos, con tu muerte se fue una parte de mi vida, de esos años que compartimos, de los que siempre admiré tu entusiasmo y tu generosidad, como cuando Luis Alfredo Arango me dio un poema de Akabal, para que te lo entregara, que vos inmediatamente incluiste en La Teluria Cultural, esa sección, a tu cargo, que fue del suplemento en el que se publican estas líneas. El poeta inició así su camino que lo ha llevado al lugar que tiene. Termino vos, diciendo que de modesto sí que no tenías nada. Un abrazo, y hasta la próxima.


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Carlos René García Escobar, in memoriam Una mañana de hace unos treinta años, más o menos, después de haber escuchado música gregoriana durante toda la noche y estarle metiéndole combustible alcohólico a nuestros cuerpos en la casa de Carlos René García Escobar, el señor Sol nos dijo: “muchá, salgan un cacho a la calle para despercudirse un poco”. Después de una restregada de cheles y darnos cuenta de que dormimos doblados sobre nuestros brazos apoyados en el escritorio, que sirvió de mesa tabernaria, fuimos al mercado a comprar algo de comer; a continuación, caminando con la lentitud de una procesión del Santo Entierro, nos ubicamos en una tiendecita que estaba en la misma cuadra de su casa. Pedimos dos octavos de Venado. Nos dedicamos a observar los dos frascos como si se tratara de imágenes de algún santo milagroso. Así, sin pronunciar palabra, permanecimos un largo rato.

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e repente, Carlos René, comenzó a contarme una anécdota que él vivió. Lo memorable y casi mágico fue que, mientras hablaba, yo iba viendo las imágenes y escenas de lo que él contaba reflejado en sus anteojos oscuros; en ellos se espejeaba la ventanita de la tienda que servía de escenario a lo que Charly decía. Yo, como complemento de lo que él contaba, le iba añadiendo detalles de los ambientes en los cuales se realizaba la acción; incluso con descripción de colores y olores. Él se mostró tremendamente maravillado porque, a cada observación que yo hacía, me decía: “¡Puta, mano! Con todos los elementos que usté añade, me da la sensación de que usted estuvo allí”. Por supuesto, no le dije que todo lo que yo añadía lo estaba viendo en sus anteojos. Luego, como para ponerme a prueba, me preguntó detalles que no eran visibles al ojo común, y yo se los respondí con exactitud. Me preguntó de qué color era el calzoncito de la chava, de qué color y tamaño eran sus pezones; si la aureola era grande o pequeña. Si hacía el amor a gritos o a lo mudo. A todo le respondía con cabalidad infinitesimal.

Juan Antonio Canel Cabrera Escritor

–No puede ser –me decía–, es imposible que usted haya estado allí. –Yo no le estoy diciendo que haya estado allí, solo respondo a las preguntas que usted me hace –riposté. Luego de otras muestras de su sorpresa, me expresó: –Lo que está pasando entre nosotros, en este momento, me está devolviendo la fe en los milagros. Me recuerda un milagro que sentí hace algunos años, lo cual me hizo escribir “Vista de Argenteuil”. Cuando el licor había obrado el milagro de encendernos las mejillas y levantarnos el ánimo me contó, de manera oral, uno de sus cuentos más queridos, precisamente: “Vista de Argenteuil”. Hoy, al escribir estas líneas, después de que ayer estuve en el cementerio, acompañándolo en el momento en que ingresó a su tumba, viene a mi memoria ese cuento al cual él tanto afecto le tuvo. Me parece como si, después de una larga conversación amena, él, de pronto, se hubiese levantado y, sin decir agua va, se hubiese integrado como danzante al baile de toritos y me hubiese dicho: “Ai´ nos vemos”. Me pareció verlo bailar con entusiasmo, a sabiendas que sería el último baile de su vida. Allí estuve con pintores amigos suyos, tomándonos unos tragos en su memoria. Después de bailar con denodado entusiasmo, me pareció verlo cansando. Volteó a vernos y, enseguida, con su memorable sonrisa, nos dijo: “Ai´se cuidan, muchá”. Entonces, con todo y

traje de bailador se metió a la caja mortuoria y se dispuso a dormir para siempre. Una enorme tómbola de recuerdos comenzó a revolverlos; con una alegría velada por la tristeza acechante, me pareció que nos echamos los brazos a los hombros y comenzamos a caminar por los caminos de la vida, por las rutas de la amistad, a carcajearnos de nuestras ocurrencias, a buscar una cantinita para darles remanso a las palabras y, como decía Quiroa, “a hablar de los hondos problemas de la patria”. De pronto volví a la semirrealidad; me percaté que su féretro estaba descendiendo en el foso y me pareció oírlo: “bueno, ahora voy a descansar. Ai nos vemos otro día”.


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Genio y figura Víctor Muñoz Premio Nacional de Literatura

Desde que conocí a Carlos René García Escobar supe que se trataba de alguien especial, uno de los últimos bohemios del mundo, sí, pero no por eso precisamente, sino por su calidad humana y su entusiasmo ilimitado.

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or ese tiempo estábamos sumergidos dentro de una guerra que no daba visos de querer terminarse y él, según tengo entendido, a raíz de sus ideales políticos había tenido que emigrar a los Estados Unidos y se fue apareciendo por acá por ahí por principios de los años 80. Por esos días algunos escritores nos habíamos constituido como “Grupo Literario RIN 78” bajo la sombra y el entusiasmo de Max Araujo y otras personas. Durante una de nuestras sesiones, y luego de que terminara la elección de la novela ganadora del extinto “Certamen Guatemalteco de Novela” de ese año, alguien propuso la publicación de una novela que no había resultado la ganadora, pero que el Jurado Calificador había recomendado su publicación. El nombre de su autor no me dijo nada. Se trataba de un alguien totalmente desconocido que había presentado una obra titulada “La llama del retorno”, cuyo tema giraba sobre la vida de un emigrante radicado en los Estados Unidos. Luego de las correspondientes lecturas de los que más sabían, que para el caso y si no estoy mal fueron Mario Alberto Carrera y Lucrecia Méndez de Penedo, se armó una discusión sobre el lenguaje escatológico y la conveniencia de usarlo o no dentro de las obras literarias. Después de escuchar las opiniones de todo el mundo se convino en que se haría la edición bajo el sello editorial “RIN 78”. La verdad es que yo no leí la novela sino hasta que estuvo editada y pude darme cuenta de que se trataba de algo nuevo, de algo que se salía totalmente de lo que hasta ese tiempo había sido la novelística guatemalteca, que para ser franco y dadas las circunstancias de violencia política, eran bastante convencionales. Deseo aclarar que todavía no había leído la obra de Marco Antonio Flores porque aún no había venido nada de él a Guatemala. En esa ocasión no hicimos mayor amistad con Carlos René,

y no fue sino hasta que a alguien se le ocurrió que se hacía indispensable fundar alguna institución que agrupara a los escritores, que comenzamos a tener cierto acercamiento. Luego de varias deliberaciones, consultas, discusiones y pláticas se llegó a constituir la “Comunidad de Escritores de Guatemala”. Siempre he tratado de huir de enredos tales como asociaciones, corporaciones, hermandades, clubes, juntas directivas, etc., pero siempre termino metido en algo. Carlos René fungió como presidente de la Comunidad durante varios períodos aun cuando ya nadie estaba dispuesto a hacerlo. Luchó con todo su entusiasmo por que la Comunidad siguiera con vida, pero por razones que no viene al caso mencionar, la Comunidad se terminó. Me consta que hubo varias ocasiones en que de su propio peculio sostuvo algunos gastos que hubo que afrontar ante la exigencia de acreedores; y lo más inaudito, llegó al extremo de hipotecar su casa para honrar el pago de la edición de una revista. Ahora bien, tanto en el Grupo Literario Editorial RIN 78 como en la Comunidad, ocupé el cargo de tesorero. En la Comunidad siempre apoyando y apoyándome en Carlos René y de esa cuenta llegamos a fomentar una amistad muy grande, al extremo de que en algún momento descubrí que ya no éramos amigos sino un poco hermanos. Hablar de su obra antropológica y de su obra literaria no me corresponde porque creo que a estas alturas sale sobrando. A Carlos René lo quise mucho por ser quien era: un hombre humilde, modesto, sencillo, muy noble y trabajador. Un ciudadano indispensable, incapaz de ocasionar daño a nadie, consecuente con sus ideales y dueño de cierta inocencia de la que nunca pudo despojarse desde su niñez. Ah, y también un soñador incorregible. Cuándo voy a poder olvidar nuestras noches de alegre plática y de tragos, su gran afecto y lealtad para sus amigos, su risa franca, el amor por su familia, su entrega por dejar a Guatemala su trabajo honesto y honrado, su obra literaria y más que todo su legado antropológico de altísima importancia, a lo mejor poco apreciado por algunos pero de enorme trascendencia, incluso allende nuestras fronteras. No puedo expresar con palabras mi dolor al recibir la noticia de su muerte. Estuve con su familia en la funeraria donde lo velaron pero no quise asistir a su entierro. No me gusta que me vean llorar.


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¡Honores a un humanista imprescindible! Conocí a Carlos René García Escobar en la sala de Redacción de “7 Días” en la Usac, en 1981. Él llegó acompañado del licenciado Celso Lara Figueroa y a mí me nombraron para que los entrevistara y redactara una nota informativa. Recuerdo que era sobre un evento académico que se llevaría a cabo en la Escuela de Historia. Yo era un principiante redactor en el más periódico y revolucionario semanario que ha tenido dicha casa de estudios, mientras que García Escobar ya era un experimentado académico y crítico social. Con su «Paciencia Franciscana» supo escucharme y contestar con sencillez a mis bisoñas preguntas.

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Dennis Orlando Escobar Galicia Periodista, escritor y editor

iempo después, a través del periodista Mario Rivero Nájera, envié a Carlos René mis colaboraciones para La teluria cultural del suplemento del Diario La Hora, dirigido por él. Sin ningún reparo el licenciado García Escobar dio cabida a mis textos literarios que se convirtieron en mis primeros pinitos en el mundo de la literatura y que dejé de enviar cuando él se retiró de tan leído anexo del vespertino. El tiempo y las presentaciones de libros nos acercaron y nos convertimos en contertulios de diversos cafés y lugares de bohemia. Esto cada vez fue más frecuente porque ambos nos identificamos con el mundillo cultural de Guatemala y nos hicimos amigos. Y porque, además, con Carlos René el tiempo pasaba sin sentirse. En muchas ocasiones, junto a otros platicadores ansiosos de conocimiento, vimos llegar la aurora de un nuevo día. Como buenos feligreses abandonábamos satisfechos los lugares que nos habían cobijado, en virtud de que con Carlitos todo había sido buena plática. Con él aprendíamos de antropología, de literatura, de historia, de política…y de todos esos temas que enaltecen al humano y contribuyen a edificar una nueva sociedad. En lo personal jamás vi altanero y agresivo al amigo Carlos René, ni siquiera cuando alguno de sus acompañantes se pasaba de copas y «pelaba cables». Él siempre era el que mediaba para que las situaciones no se violentaran y tuvieran consecuencias

desagradables. Otra de las cualidades de Carlos fue su desapego al capital. Editaba sus libros con su dinero, obtenido de sus trabajos docentes y de investigación. Y no se preocupaba de la venta porque los obsequiaba a los ávidos lectores. Evoco que en muchas ocasiones le hice ver que quería leer su nuevo libro, pero siempre y cuando me lo vendiera. Accedía a mi insistencia, pero al rato me estaba invitando a unas «chelas bien frías». En casi todas las asociaciones y grupos culturales a los que se afilió siempre sacó de apuros a los tesoreros. No hay duda de que Carlos René fue consecuente con su postura ideológica apegada al socialismo. «Don Calitos» (como le decía la Chinita del restaurante Long Kei) fue todo un personaje al que nunca le faltó la buena y culta plática, y la mano solidaria para animar al amigo e incluso al que aún no lo era. Así como fue parroquiano de casi todos los abrevaderos frecuentados por la intelectualidad de izquierda, también recorrió todas las calles de la urbe donde desfilan en protesta los estudiantes, los obreros, los campesinos, las amas de casa…y todos los que luchan por una nueva Guatemala. Nunca faltó a las marchas del Primero de Mayo y a las del 20 de Octubre. Su casa, situada en la populosa colonia La Florida, era todo un centro de documentación al que acudían estudiantes de varias edades y doctos de gran prestigio para realizar consultas sobre la antropología y la variopinta cultura guatemalteca. Las

visitas eran recurrentes porque el anfitrión era de buenas respuestas y no era egoísta con su variada bibliografía. Muchas veces viajé con Carlos René a diferentes lugares de Guatemala para conocer riquezas culturales de nuestros ancestros o para asistir a eventos académicos y artísticos. También lo acompañé a algunas representaciones que nos delegaron los colegas del Centro PEN Guatemala en países como El Salvador, Nicaragua y México. Uno se sentía cómodo con él porque todos lo conocían y éramos acogidos como si estuviéramos en casa. No hay duda de que personajes como Carlos René cierran los ojos y se quedan vigilantes, dejándonos señalado el camino hacia un mundo mejor. Nos deja sus libros y el ejemplo de que a través de la educación y el respeto a la cultura es posible una Guatemala con justicia social. Aplausos y honores a quien se nos adelantó pero que dejó huellas positivas imborrables, mismas que guiarán el camino hacia algo mejor. PD Cuando redactaba este texto recibí un correo del agrónomo Boris Paiz, lamentando la partida de Carlos René y recordándome cuando impartió pláticas a los estudiantes del curso sobre incendios forestales, de la Fausac. Su tesis antropológica sostenía que los incendios controlados contribuyen a mejorar la biodiversidad. «El fuego para los antepasados era vida por eso lo sacralizaron», decía el maestro.


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Carlos René García Escobar Vicente Antonio Vásquez Bonilla Escritor

Antes que escritor, mi amigo. Sin embargo, cuando conocí su obra literaria, mi admiración por él, creció. Fue autor de varias obras, entre las que se pueden mencionar, las muy ya conocidas: El Valle de la Culebra, La Llama del Retorno, Ofensiva Final y Avatar, las cuales integró en su última publicación, a la que llamó con el novedoso título de: Novelario.

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arlos escribió con el corazón, sirviéndole de base la experiencia personal, su formación profesional y la imaginación creadora. Hablar de su obra total, es una tarea que involucra la investigación, el conocimiento literario y gramatical entre otras cosas. Que esta tarea quede para los críticos literarios y para los profesionales del conocimiento lingüístico. Y muchos, lo han hecho ya, con justicias y amplio conocimiento de su obra. Yo solo quiero hacer notar, que las bases de su labor literaria parten: a) de su experiencia personal, como

guatemalteco conocedor de la historia pasada de su país y de la que se desarrolló durante su vida personal; b) de su gusto y conocimiento literario para darle rienda suelta a la escritura y luego, c) de su imaginación creadora y muchas cosas más que suelen estar en el interior del escritor y que sólo él conoce. A todo le puso corazón, a los actos de su vida que le dieron la experiencia, tales como su etapa de emigrante, el desarrollo de su profesión de antropólogo, el involucramiento en las artes populares de nuestra Guatemala, como los bailes tradicionales, en su estudio y acción. Su fase de maestro universitario, su entrega a las organizaciones artísticas literarias y muchas facetas más que adornaron su fructífera vida. Estas humildes letras sirven para recordar al amigo que siempre estuvo dispuesto a apoyarme con sus consejos y con la acción y entrega necesaria para el logro de mis pequeñas metas. El estudio profundo de su obra como escritor y de su carrera profesional queda, como ya lo dije, para eruditos en esas materias y agotar sus contenidos no es tarea fácil por su extensión y riqueza. Amigo Cargadoraso y Bailador, sólo no precediste en el viaje sin retorno, ya te alcanzaremos, solo es cuestión de tiempo, mientras tanto te recordaremos con cariño y admiración. Chente


Renembranzas

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íganle a Beethoven, escuché en las oficinas de La Bodeguita del Centro. Aquél es buena onda y aceptará conducir el programa, continuó la voz detrás del escritorio. Por mi oficio musical, me intrigó el sobrenombre del personaje. Y cabal, como había presumido la gerencia, Beethoven aceptó. Esa noche se presentaría un concierto de Canto urbano. La actividad era un tributo a la mujer, un 8 de marzo, ocho de la noche. Micrófono en mano se presentó el conductor, vestido impecablemente para la ocasión. Con voz suave y certera, presentó al primer trovador. El programa fue llevado de manera correcta y sobresaliente. Al final atronadores aplausos acompañaron el descenso de Beethoven. Entonces el escenario quedó vacío y en silencio. La luna y el

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Maco Luna Escritor

sol dieron muchas vueltas alrededor de los edificios, el tiempo se sentó. En un rincón a juntar años. La vida y la literatura me situaron junto a Carlos René. Ahí lo conocí y aprecié como el solidario compañero que siempre demostró ser. Me motivó muchas veces a escribir y publicar mis libros y se pintaba solo para presentarlos. Entre sus muchas cosas buenas le gustaba el rock, admiraba a Bob Dylan. Y fue entrañable amigo de Cracker, cantante del Caballo Loco. Fue tanta su admiración por este que hasta escribió un cuento con el título de Satisfaction dedicado al finado Cracker. Una tarde de diciembre, en la Biblioteca Nacional moderó el conversatorio de los viejos roqueros y fundó El PEN capítulo Guatemala. Al igual que Beethoven, el músico, Carlos René fue el Romántico de la literatura y el rock en Guatemala.

Adiós Maestro Karla Olascoaga Poeta

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n poco huérfana con el alma rasgada, en un rincón viendo fotos almacenando un ahora que ya no existe enumerando instantes que no volverán porque usted ya no estará –como siempreincansable, compartiendo bondades, hablando quedito arqueando las cejas ante lo inesperado, resistiendo, cambiando el mundo, cambiándonos y sonriendo siempre libre feliz… Un poco huérfana aturdida con el alma dolida pero fuerte, como usted tantas veces me enseñó con el ejemplo sin siquiera sospecharlo… Adiós Maestro que su viaje sea luminoso y lleno de amor como lo fue usted


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La danza del adiós Gustavo Bracamonte Poeta

La última vez que nos propusimos alcanzar los sueños de escritores, Carlos René brindó con una miniatura de vino, desenroscó la botellita como si lo hiciera con las palabras que se escriben en una novela, con cuidado y mucha entereza para saborear después el brebaje que produce en el alma un poema o una novela.

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espués que salió del hospital le dije a Carlos René que escribiera su quinta novela, únicamente esbozó una sonrisa, parece ser que había iniciado a escribir, no sé si la quinta novela u otro documento de interés para los lectores o como apuntalaba Roberto Bolaño poniendo sobre la mesa su vida, su última gota de la vida, sigue Bolaño diciendo, sabiendo de antemano que va a salir derrotado. Esto último es importante saber

que vas a perder. Unos días antes a su deceso sentí la necesidad de llamar y preguntarle cómo estaba, si había escrito algo, qué pensaba de la vida mientras el corazón se resistía a seguir palpitando, pero no lo hice, y ahora tengo la sensación de un vacío de futuro, de palabras, de sustancia literaria. Cuando me llamó Carlos, su hijo, que su padre había muerto me encontraba viendo la película acerca de la vida de Freddie Mercury. La película se convirtió en una narración de dos vidas, porque entonces, empezó a discurrir la vida de Carlos René. Lloré con un desconsuelo terrible como se debe llorar a un amigo que emprende el viaje a ignotas tierras y que se sabe no retornará jamás, pero que, con una melancolía elaborada de acontecimientos insospechados, se le recordará. Y tal como comenta Juan Villoro aludiendo a Roberto Bolaño, recordar a alguien es permitir que siga peleando, porque precisamente Bolaño respondió cuando le

preguntaron cómo le gustaría ser recordado, contestó: “Esa es una batalla futura”. Yo recordaré siempre a Carlos René Escobar danzando intensamente la vida y amando el arte y la escritura.


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