Suplemento Semana Santa 2018

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Semana Santa

Guatemala, 28 de marzo de 2018

Suplemento especial de diario la hora


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La reorganización de la Semana Santa en Guatemala a finales del siglo XIX Mtro. Mario Alfredo Alvarado V. Usac-Escuela de Historia

El siglo XIX fue muy convulso para la sociedad guatemalteca, debido a las luchas entre conservadores y liberales por el control del naciente estado que se terminó de consolidar en 1847 con la fundación de la República por parte de Rafael Carrera.

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n 1871 se termina de caer el llamado régimen conservador y se instaura la llamada Reforma Liberal un período de regímenes cafetaleros y de corte dictatorial que concluye en 1944 con la Revolución de Octubre. Es este período que se buscó tratar de realizar una reorganización de la sociedad guatemalteca bajo la bandera de la separación de la iglesia y Estado y con ello proceder a instaurar una modernización de la nación bajo los parámetros del laicismo y la consolidación de un modelo republicado. Las conmemoraciones de la Cuaresma y Semana Santa en Guatemala no fueron ajenas a esta serie de cambios que comenzó Justo Rufino Barrios y que llevó no solo a la confiscación de bienes al clero sino también de la expulsión de sus miembros y con ello toda expresión de religiosidad popular. Un claro ejemplo de esto es la expropiación y destrucción del Oratorio de San Felipe Neri, cuya entrada se encontraba en la parte trasera de la Biblioteca Nacional, esto lo podemos deducir al consultar la

nomenclatura antigua que llamaba a la hoy conocida 4ª avenida como la Calle del Oratorio. Este acontecimiento dado en 1884 es una muestra más de la agresividad del Gobierno para con la fe del pueblo guatemalteco. Precisamente a finales del siglo XIX llegara a la Presidencia del país el general José María Reyna Barrios, pariente del Reformador y destacado miembro de la masonería guatemalteca, quien comenzara una política de mejora entre las relaciones con la Iglesia y Estado concediendo una amnistía a los clérigos desterrados incluido el Arzobispo de Guatemala Ricardo Casanova y Estrada y la reapertura del Seminario Menor. Estos cambios en la política religiosa por parte del Estado marcaron una nueva reorganización de las conmemoraciones de piedad popular en todo el país bajo la presidencia de un joven militar y con una visión laica del Estado, pero que respetara la religión que mayoritariamente profesaba la nación en esta época. En este mismo sentido se da un claro ejemplo que demuestra porqué en esta época se dan importantes movimientos que al día de hoy nos muestran cómo estas nuevas libertades obtenidas por parte de la Iglesia, este momento de finales del siglo XIX ayudaron a dar forma a varios aspectos que aún tienen vigencia en la Semana Mayor. LA REORGANIZACIÓN DE LA ANTIGUA COFRADÍA DE JESÚS NAZARENO DE CANDELARIA Está probado documentalmente la existencia, desde el siglo XVII en el barrio de La Candelaria de la ciudad de Santiago de Guatemala de una entidad de Pasión, para rendir devoción a una escultura de Jesús con la Cruz a cuestas que se veneró en primer lugar en la antigua Capilla del Rosario de los Naturales, a la vecindad del convento de Santo Domingo y que posteriormente pasó a la entonces Ermita de Nuestra Señora de Candelaria que desde mediados del siglo XVI hasta el XVIII administraron los padres dominicos. Este grupo compuesto por indígenas

El general José María Reyna Barrios comenzó una política de mejora entre las relaciones con la Iglesia y Estado concediendo una amnistía a los clérigos desterrados incluido el Arzobispo de Guatemala Ricardo Casanova y Estrada y la reapertura del Seminario Menor.

cachiqueles y tlaxcaltecas mantuvo vigente esta devoción incluso tras el traslado de esta mística imagen en 1784 a este Valle de la Ermita. Citado lo anterior tenemos evidencia documental de una patente de finales del siglo XIX y un borrador de estatus de la Hermandad de Jesús Nazareno de Candelaria, demostrando cómo esta entidad de Pasión aprovechó los procesos de amnistía dados por el gobierno de Reyna Barrios y el llamado a los laicos de participar más activamente dentro de la Iglesia Católica que desde Roma el Papa León XIII pregonaba. Lo anterior demuestra cómo una de las organizaciones de Pasión más antiguas del país aprovechó este mismo momento para reorganizarse como una hermandad de laicos comprometidos con su Iglesia y que con ello le llevó a ser pionera en varios aspectos que vale la pena citar: 1917: Se logra la Consagración de la imagen de Jesús Nazareno de Candelaria por el entonces Arzobispo de Guatemala Fray Julián Raymundo Riveiro y Jacinto OP. 1923: Lanzamiento del semanario

El Nazareno siendo la primera organización de Pasión en contar con un medio de comunicación propio que se editaba en la Tipografía San Antonio de manera semanal. 1924: Aprobación por parte del Arzobispado de sus primeros estatutos siendo motivo de elogio por la Curia. 1927: En el marco del X aniversario de la Consagración de la imagen de Jesús Nazareno de Candelaria celebrar por primera vez la festividad de Cristo Rey. Es importante señalar como lo hemos hecho en este caso, que toda la Semana Santa para este periodo logró nuevamente retomar los brillos y solemnidad que se perdió dada las restricciones que se impusieron por parte del Estado, el mejor ejemplo de ello lo podemos apreciar cuando el Lunes Santo de 1896 por primera vez sale en solemne cortejo la imagen de Jesús Nazareno, de la Escuela de Cristo, y venerado desde 1884 en la parroquia vieja. Agradezco al diario La Hora la oportunidad de poder aportar este pequeño grano de arena en tan prestigioso suplemento.


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El Nazareno que escogió su barrio Luis Méndez Salinas Universidad de San Carlos de Guatemala

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En 1714 alguien tatuó la palabra “cárcel” en la piel de una imagen religiosa que, 300 años después, será el principal objeto de culto en un barrio de la parte norte de la Ciudad de Guatemala. Este quizá parezca el inicio de una pieza de ficción, pero no lo es: el torso completo de la imagen de Jesús Nazareno de los Pobres, que hoy se venera en la parroquia San Antonio de Padua –en el Barrio San Antonio, de la zona 6– es un manuscrito fuera de lo común.

l texto-tatuaje-documento fue encontrado durante un proceso de restauración en el año 2007 y dice, literalmente: “De la cárcel soy P.D.F. Jacintho Santa Corleto año de 1714 me costó 40 pesos”. Debajo de esta enigmática línea inicial se escribió un inventario completo de varias imágenes que también datan de principios del siglo XVIII. A partir de este descubrimiento, la imagen misma ha venido a contar su historia y son los vecinos del barrio quienes han sabido resguardarla, asimilarla y construir a partir de ella un asidero importante de su identidad comunitaria. Se sabe que la talla original, elaborada en 1714, correspondió a la imagen de San Pedro Pascual –obispo, mártir y santo de la orden mercedaria. Desde entonces, formó parte del acervo escultórico del templo de La Merced y fue trasladada a la Nueva Guatemala de la Asunción junto con la mayor parte de bienes de la iglesia – incluyendo a Jesús de La Merced– en 1778. Tiempo después, la imagen cayó en desuso y muchas de sus partes se perdieron. No es sino hasta mediados del siglo XX que el sacerdote jesuita José María González la encuentra prácticamente tirada en una bodega del templo mercedario con varias imágenes que ya no estaban en veneración. Entre 1956 y 1966, el padre José María ejerció como párroco en el Barrio

San Antonio, y recordó la imagen que encontró varios años antes en la bodega de La Merced. Los vecinos del barrio se enteraron del hallazgo, se organizaron y pidieron –por intermediación del sacerdote– lo que se conservaba de la talla para acondicionarla como Nazareno y sacarla en procesión cada Semana Santa. Su restauración y modificación fue encargada al escultor Emilio Vassaux, quien la entregó oficialmente el 24 de marzo de 1966. Ese día, se publicó una extensa nota sobre la imagen en el diario El Gráfico, que aún hoy es testimonio de la alegría que provocó el Nazareno de los Pobres –bautizado así por el propio padre González– al llegar a su nueva casa. Los vecinos lo llevaron en procesión, y fue bendecido en el interior de la iglesia del barrio, junto con la imagen de la Virgen de Dolores, que también proviene de la iglesia de La Merced. Desde entonces, el Nazareno ha sido uno de los ejes sobre los que gira buena parte de la vida comunitaria en el Barrio San Antonio. En los años 60 y 70, su procesión se llevaba a cabo la mañana del Viernes Santo, y desde 1978 hasta la fecha su día grande es el Miércoles Santo. Muchas son las personas que han trabajado activamente durante más de seis décadas para mantener y acrecentar el culto a la imagen y para dotarla de un sentido que se extiende más allá de la religiosidad popular.

Toda la información consignada líneas arriba no está escrita en libros costosos con magníficas fotografías a gran formato. Los cronistas e historiadores “oficiales” de la Semana Santa guatemalteca no le han dado la atención que merece. Sin embargo, sus propios vecinos, sus propios cargadores la han recopilado, sistematizado y difundido generosamente1, como parte de un ejercicio de memoria que tiene como eje a su objeto sagrado, pero que se desborda hacia el barrio mismo, hacia sus dinámicas, hacia su vida y su práctica cultural –pese a cualquier carencia de carácter económico y pese al prejuicio que implica vivir en una “zona roja” de la ciudad. Durante casi 25 años viví en lo que antes fuera el Cantón 21, a pocas cuadras del Cementerio de la Villa de Guadalupe. Justo ahí estaba el extremo de la ruta de buses urbanos 14A. El otro extremo de esa ruta era el Barrio San Antonio. Recuerdo que esas tres palabras escritas con letras fosforescentes en pequeños rótulos negros estuvieron siempre presentes, pero nunca pude dotarlas de contenido alguno porque nunca visité el lugar. Los años pasaron, y 1 Véase, por ejemplo, “La historia de Jesús de los Pobres”, video publicado el 29 de abril de 2014 por Edwin Tzi en su canal de YouTube. Disponible en: https://www.youtube.com/ watch?v=hyGLjOVazD8&t=7s

el concepto del barrio empezó a definirse en mi cabeza a través de las imágenes de nota roja que aparecían en las portadas de los diarios. Cuando eso sucede, uno deja de pensar en lugares vivos, y múltiples puntos de la ciudad se reducen a zonas grises que no tienen nada que ver con nosotros –los que estamos fuera y rara vez pensamos en quienes viven dentro de esas zonas. ¿Quién elabora ese relato? ¿Quién define qué es lo que vemos de los lugares que están cerca de nosotros? ¿Quién marca las diferencias sobre un mapa? ¿Quién anula el sentido que tiene un espacio para los sujetos que lo habitan? ¿Por qué y para qué lo hace? Encontrarme con el Nazareno de los Pobres, conocer su historia a través de los relatos que conservan sus fieles, e intuir el importante trabajo que activa la parroquia en la dinámica comunitaria me han otorgado una certeza que agradezco: la potencia de los símbolos proviene de su verdad, de la honestidad con que se construyen. La imagen que algún día fue olvidada en las bodegas de un templo suntuoso escogió el barrio que debió habitar desde siempre, y es ahora un imán importantísimo para su comunidad. Pese a tenerlo todo en contra, pese a haber estado en el olvido, el símbolo del Nazareno está vivo, al lado de sus vecinos, y les ayuda a afirmar: “Esto hemos sido. Esto somos. Éste es nuestro lugar”.


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El entierro del Rey

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Fernando Barillas Santa Cruz* * Periodista y Comunicador Social por la Universidad de San Carlos de Guatemala. Impulsor de la declaratoria de la Semana Santa como Patrimonio Cultural de la Nación. Cucurucho.

Cuánta ansiedad se vive en la 12 avenida antes de que sean las tres de la tarde. Es Viernes Santo. El atrio dominico se ha teñido de luto, y tras irrumpir el Señor Sepultado por la puerta principal de la Basílica, en su urna de oro y bronce, se reza a sus pies: “Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso…”

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ste acto de recogimiento marca el inicio del que se considera el desfile procesional más antiguo de América. Lleno de misticismo y de catequesis, el Santo Entierro de Santo Domingo ha delineado mucho de la cultura popular tradicional y la religiosidad de Guatemala. Sus orígenes se remontan a la Época Colonial. En el Valle de Panchoy, era, sin duda, la procesión. Era la más esperada; la más importante. Para 1607, todas las autoridades civiles y eclesiales, los gremios, criollos, ladinos e indios la acompañaban en Santiago de Guatemala1 Era un cortejo lleno de suntuosidad, elegancia y distinción, cuyas características se han tratado de mantener a lo largo de los siglos. El historiador Federico Prahl ubica sus inicios a finales del tercer cuarto o comienzos del último cuarto del siglo XVI.2 La leyenda romántica nos narra que la imagen vino del mar, que era propiedad de la reina Catalina de Aragón y que, tras su divorcio con Enrique VIII embarcó sus pertenencias más preciadas, entre ellas el Señor Sepultado, las cuales resultaron encalladas en el puerto de Trujillo, Honduras. El hallazgo fue considerado como un regalo divino, razón por la que fue trasladado a la Capitanía General, donde empezó su veneración3. Más investigaciones históricas determinan que es una imagen de corte neoclásico, que muy probablemente sustituyó a un Cristo Crucificado que se procesionó durante la Colonia, y que por el paso del tiempo y los gustos de la época fue suplantado por una imagen de un Cristo Yacente de gran belleza y sobriedad, que es la que conocemos en la actualidad. De hecho, existen indicios de que su autor sea el escultor Pedro Gallardo, entre 1852 a 1860.4 La Hermandad del Señor Sepultado de Santo Domingo fue constituida formalmente en 1852, aunque para 1717 fray Francisco Ximénez ya reseñaba sobre una cofradía relacionada con la procesión del Santo Entierro de dicho templo. Al respecto, Prahl Redondo afirma que la cofradía que fungía en ese entonces giraba en torno al culto y veneración de Nuestra Señora de la Soledad, por mandato expreso del Papa Clemente VIII a la Orden de los Predicadores. A ella pertenecía la imagen de Jesús que se procesionaba en la Guatemala hispánica e inicios de la era republicana5. Pero su presencia a lo largo de nuestra historia postindependencia la ha convertido en una de las más emblemáticas, y sus aportes durante el siglo XX fueron determinantes en la formación de una identidad procesional que ha sido replicada por muchos otros cortejos en todo el país. Por ello, no puede negarse que el Santo Entierro dominico es uno de los que más ha contribuido con la innovación y la modernidad en la Semana Santa guatemalteca. La Hermandad del Señor Sepultado del Templo de Santo Domingo fue la primera agrupación establecida canónica1 Luján Muñoz, Luis. Semana Santa Tradicional de Guatemala. 1982. Pág. 40-43. El autor, citando a fray Francisco Ximénez, indica que la procesión adquirió mayor prestancia a partir de 1650, cuando “empezó a celebrarse el Sto. entierro (sic) de Cristo con mucha solemnidad la cual se ha ido continuando de modo que es hoy la procesión más devota que tiene la Ciudad de Guatemala.” 2 Prahl Redondo, Federico. El Señor Sepultado de Santo Domingo. 1997. Pág. 38. 3 Prahl Redondo, Federico. Ibid. Pág. 39-40. Prahl cita al historiador Víctor Manuel Díaz en su obra “Las Bellas Artes en Guatemala”, y descalifica esta versión por considerarla una mera leyenda sin base documental, y porque en términos generales la obra de este autor “no es más que una alegre mezcolanza de datos ciertos con una fantasía sin límite”. 4 Prahl Redondo, Federico. Ibid. Pág. 69-76. 5 Prahl Redondo, Federico. Ibid. Pág. 21. El historiador concluye: “Hasta mediados del siglo XIX nunca hubo cofradía independiente del Señor Sepultado en el templo de Santo Domingo en la ciudad de Santiago de Guatemala ni en la Nueva Guatemala de la Asunción. Hubo una sola cofradía a la cual pertenecían ambas imágenes, siendo su nombre oficial “COFRADÍA DE NUESTRA SEÑORA DE SOLEDAD Y SANTO ENTIERRO DE CRISTO DEL TEMPLO DE SANTO DOMINGO”. La actual “Hermandad del Señor Sepultado del Templo de Santo Domingo” fue fundada en 1852”.

mente, integrada por una junta directiva y regida por estatutos. Su estructura organizativa fue el molde que muchas asociaciones y hermandades de Pasión siguieron, en la mayoría de sus características, para integrarse jerárquica y administrativamente en Guatemala. Esto, hasta que se registró una serie de situaciones a lo interno de la hermandad en la primera década del presente siglo, que concluyó con una intervención administrativa directa por parte del Arzobispado. Fue la primera procesión que incorporó pasos españoles. Aunque en la Época Colonial ya desfilaba el Paso de la Muerte, junto con las Siete Palabras y los Ángeles de Pasión, los pasos otorgaron un matiz claramente didáctico a su camino por calles y avenidas. Esculpidos entre 1930 a 19606, estos conjuntos escultóricos se procesionaban inicialmente en andarillas por los aspirantes a cargar al Sepultado. Era normal a mediados del siglo XX que un cucurucho pasara muchos años cargándolos antes de poder llevar en hombros a Jesús, pues previo a lograrlo debía llevar cada año un paso diferente, desde el Paso de la Muerte hasta La Piedad. Esta costumbre murió entrada la década de los 70, debido al peso de los mismos y porque al final del cortejo hacían falta hombros para procesionarlos. Juan Pablo Arce Gordillo, cronista oficial por muchos años de la hermandad, relata que en la Asamblea General del tercer sábado de mayo de 1972, “los hermanos enfurecidos amenazaron con el hecho de que, si los hacían cargar pasos para el año siguiente la sabotearían. En el año de la consagración, salieron en carrozas, que fueron destruidas con el terremoto de 1976.”7 En los años 90 fueron incorporados nuevos pasos, elaborados por el escultor antigüeño Sergio González, y desde esa época son conducidos igualmente en carrozas por el escuadrón de Caballeros del Señor Sepultado. Independiente de las complicaciones logísticas que conllevó su incorporación al cortejo dominico, los pasos fueron bien recibidos y asimilados por la feligresía, al punto que su uso fue replicado por la procesión del Cristo Yacente del Calvario, que también trajo sus conjuntos escultóricos de España a mediados del siglo XX, así como por los Santos Entierros de la Escuela de Cristo en La Antigua Guatemala, y San Nicolás en Quetzaltenango. El Señor Sepultado fue la primera imagen de un Cristo muerto consagrada en el país. El acto se realizó el 11 de marzo de 1973 en el atrio de Catedral Metropolitana, ante la presencia de la jerarquía eclesiástica, hermandades invitadas y feligresía en general que abarrotó los alrededores del entonces conocido como Parque Central. En su honor se dispararon 21 salvas de artillería, y luego continuó el cortejo procesional conmemorativo. Esta fue una de las pocas ocasiones en las que el Sepultado fue procesionado en las calles sin su tradicional urna francesa. En este año se conmemora el 40 aniversario de dicho acontecimiento. Fue también la primera agrupación de piedad que incorporó medios propios de comunicación como herramienta evangelizadora y para dar a conocer sus actividades cotidianas. En septiembre de 1976 se publicó el primer “Santo Entierro”, órgano informativo de la Hermandad del Señor Sepultado del Templo de Santo Domingo, que era distribuido entre sus integrantes a través del correo nacional. A la fecha, este periódico se sigue entregando a los cucuruchos en las jornadas anuales de inscripción. Sus evidentes raíces criollas y conservadoras hicieron que en julio de 1992, la Hermandad se vinculara con las cofradías de pasión de Zamora, España, colocándola así como la primer 6 Arce Gordillo, Juan Pablo. El Viernes más Santo de los Viernes 2008. Pág 2. El cronista no especifica una fecha exacta de su burilación, pero determina que los mismos fueron esculpidos en Olot, un pequeño municipio de Gerona, en Cataluña. Luis Luján Muñoz, por su parte, afirma que los mismos parecen ser elaborados de escayola o pasta. (Semana Santa Tradicional en Guatemala, 1982. Notas Capítulo VI, numeral 7. Pág. 264). 7 Arce Gordillo, Juan Pablo. Cronista de la Hermandad del Señor Sepultado de Santo Domingo (1995-2009). Datos proporcionados en entrevista virtual.

agrupación de pasión guatemalteca que buscó proyectarse allende las fronteras. Es la más reconocida de todas las hermandades. De su estandarte penden, entre otras, la Orden del Quetzal, conferida por el presidente de la República, Ramiro De León Carpio, la noche del Martes Santo de 1995; la Orden de Isabel la Católica, conferida por el Rey Juan Carlos I, de España, el Martes Santo de 1996; la Gran Cruz al Mérito Militense, de la Orden Militar de Malta, el 19 de marzo de 1997, y la Medalla del Ayuntamiento de La Antigua Guatemala, con motivo de la peregrinación penitencial que realizó la consagrada imagen a dicha ciudad en febrero de 20028. Las innovaciones se continuaron dando. El Viernes Santo de 1996, el anda del Señor Sepultado estrenó el denominado “bolillo central”, que era básicamente un tercer armazón de madera incrustado dentro del mueble procesional, acondicionado con 20 almohadillas. Esta invención permitió aumentar su capacidad de 80 a 100 devotos cargadores. Fue el único mueble que tuvo tal característica, hasta que fue suplantado por una nueva anda de gusto ecléctico y extravagante. Los turnos que correspondían a ese espacio se les conocían como “turnos penitenciales”, por su naturaleza íntima y mística a la hora de llevar la procesión en hombros. Fue el primer cortejo que incorporó un sistema de iluminación LED, por medio del cual los reflectores quedaron totalmente incrustados dentro de las alegorías procesionales, generando efectos de luz impresionantes durante su paso de noche. La más antigua ha sido también la más moderna. Desde un punto de vista semiótico, los elementos que integran el Santo Entierro dominico contienen una estructura organizada rica en signos, que alimentan la memoria cultural colectiva. En él descubrimos un texto general9 que descansa bajo significaciones evangelizadoras, pero también con base en altas connotaciones de poder, distinción y riqueza. A partir de la última década del siglo XX, fue sencillo advertir la función evangelizadora del cortejo, que se hace notoria con más intensidad en los elementos que preceden el mueble procesional, particularmente en las Insignias de Pasión, los Pasos y las Siete Palabras. El anda, aunque se supone debiera ser la principal herramienta catequizadora, generalmente ha contenido mensajes evangelizadores que se extravían ante la opulencia y orientación retórica que suele darse a los adornos. Pareciera entonces que existe premeditación en este aspecto, pues no importando la complejidad de los significados que se otorguen, quien siempre sobresale es la figura del Señor Sepultado, que se muestra ante los espectadores como un rey, de los queridos, que va rumbo a su entierro y al que se le brinda un tributo sin igual. En la procesión dominica se pueden percibir también figuras semánticas que connotan poder, distinción y riqueza. A través de estas figuras podemos presenciar un cortejo que muestra orgullo por su historia y antigüedad, y en el que no se escatiman esfuerzos para darle mayor realce y belleza10. Es tanto lo que Santo Domingo y su Sepultado han dado a la cultura popular tradicional de este país. Tantas leyendas y tantas historias. Tanto poder, tanta alcurnia, tanta elegancia; tanta inspiración, tantos poemas. Tanta fe, tanta devoción, tanta tradición. Tanto aporte, tanta innovación; tanto reconocimiento. Guatemala tiene en el Cristo del Amor a un rey que venera todo el año allá en la 12 avenida, y al que entierra con fervor cada vez que el calendario marca el Viernes más Santo de los Viernes. 8 Arce Gordillo, Juan Pablo. El Viernes Más Santo de los Viernes 2008. Pág. 5. 9 Barillas Santa Cruz, Fernando. La Semana Santa de la Nueva Guatemala de la Asunción como texto semiótico: Aplicación del método de Lotman. 2002. Pág. 38-39. Citando al semiólogo ruso Iuri Lotman, el texto es entendido como una estructura múltiple en donde se manifiestan varios lenguajes y símbolos a la vez, y como una fuente de simbolización de los elementos que rodean una cultura. El texto es, entonces, un conjunto de mensajes distribuidos o captados en torno a una temática específica. 10 Barillas Santa Cruz, Fernando. Ibid. Pág. 93.


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¿Qué ya no hay en nuestras Semanas Santas? Mauricio José Chaulón Vélez Escuela de Historia, Universidad de San Carlos de Guatemala

Como todo fenómeno social, la Semana Santa se ha transformado. Como tradición, mantiene sus elementos centrales. Sin embargo, el contexto sociohistórico de las relaciones que le dan forma corresponde a un sistema de producción, el cual afecta de diversas maneras el todo. Y cada uno de los cambios, presencias y ausencias en la Cuaresma y Semana Santa tienen su explicación social e histórica.

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eso se refiere este breve artículo, intentando aproximarse a lo que ya no hay en nuestras Semanas Santas y por qué. Es posible que muchos de los elementos que se mencionen los hayamos vivido, o no. Causará diversas reacciones en las lectoras y lectores, aunque no se aborde la totalidad de lo que ya no existe. Usted, de seguro, recordará datos muy particulares de su barrio, de su colonia, de su aldea, de su municipio. Pero, posiblemente, también de su casa, de su familia, de sus relaciones más cercanas. Comienzo hablando de las matracas en los templos. Desde el Jueves Santo hasta el Sábado Santo, el toque de campanas no se hacía. Lo que se escuchaba era el sonido lastimero y duro de la matraca. Grandes matracas de madera, como molinos, anunciaban los oficios del Triduo Pascual, pero también la salida y la entrada de las procesiones. Jesús de Candelaria, Jesús de la Merced y los Santos Entierros se acompañaban desde los campanarios de sus iglesias con este sonar fúnebre y de temor. Ya no hay matracas, sólo las de los inspectores de filas en las procesiones. ¿Por qué? He encontrado múltiples respuestas e hipótesis: lo caro de su mantenimiento, perdiendo así el interés de párrocos y capellanes que no le prestan importancia a las tradiciones populares. La pérdida de solemnidad en la tradición misma, debido a la movilidad agitada en grandes centros urbanos, propia del capitalismo, que se traslada a los cortejos procesionales. Muchas personas se trasladan rápidamente para no perderse el espectáculo de los desfiles procesionales, y pierden el sentido de la solemnidad. La matraca ya no importa, y al dejar de ser importante se pierde la que era la estética sonora de esas horas solemnes. Hay otro sonido que ya no se escucha: el de las máquinas de escribir durante las inscripciones para la compra y venta de turnos. La computadora y los sistemas electrónicos de archivos han sustituido en todos los ámbitos sociales a la máquina de escribir. Sólo algunos tramitadores alrededor de edificios públicos las utilizan. Era común entrar a los salones de inscripción y escuchar el tecleo. Miembros de hermandades y asociaciones llevaban sus propias máquinas de escribir. Otras, tenían las propias. Y en algunos casos, se prestaban a oficinas. La inscripción hoy es a través de la electrónica y la banca. Son muy pocas las asociaciones, cofradías y hermandades que recurren al recibo escrito a mano y casi ninguna lo hace con la máquina de escribir. Han pasado a ser objeto de museo u objetos decorativos. Y mientras el cucurucho-cargador se dimensione como un cliente, el proceso de facilitación a través de la rapidez tecnológica seguirá dándole su lugar a la electrónica y no a la escritura mecánica y menos manuscrita. En ese sentido, también ha desaparecido la figura del “deudor”. En el proceso de inscripciones para poder cargar las imágenes de devoción, muchas personas no tenían la disponibilidad de dinero en efectivo. El precio de los turnos ordinarios oscilaba entre 1 y 5 quetzales hace algunas décadas atrás. Y para varias personas era difícil inscribirse y pagar en todos los cortejos procesionales, por lo que las hermandades y asociaciones contemplaban al sujeto deudor. Se colocaba un sello o una nota en el recibo, y para recoger el turno correspondiente debía de cancelarse la suma adeudada. Aproximadamente hace una década, los últimos deudores desaparecieron en definitiva. Las asociaciones pequeñas aún los mantuvieron, hasta que el nivel de los gastos por el encarecimiento de los elementos materiales que construyen

FOTO LA HORA: josé orozco.

la procesión, determinó que toda persona pague su turno en el momento de inscribirse. Las diferencias sociales entre las entidades organizativas de las procesiones de la Semana Mayor, se evidenciaban en la venta de los turnos. Muchas no las completaban. Por ejemplo, era común observar cómo en cortejos procesionales tradicionales iba una persona delante de los ciriales y la Cruz Alta vendiendo turnos, en un maletín. En las procesiones grandes esto era impensable, pero en las pequeñas no. Se necesitaba cubrir los gastos y si había personas dispuestas a comprar turnos eran bienvenidas. Si bien es cierto que actualmente algunas hermandades no venden la totalidad de sus turnos, ya es mucho menor este fenómeno de vender las cartulinas en los mismos cortejos. Lo que no se vendió, se queda y se van completando los espacios en las mismas cuadras. Muchas asociaciones quedan satisfechas con lograr completar los turnos de salida y entrada, los cuales tienen un precio más alto, pero que en el caso de las procesiones pequeñas no se comparan nunca, por alto que parezca su precio, con las más grandes. Esta dinámica económica también se observa a nivel macro. Hace unos años atrás, a partir del día Miércoles Santo al mediodía, y sobre todo desde el Jueves Santo, la mayoría de comercios en los distintos centros urbanos cerraba. Era frecuente escuchar que había que “apartar el pan” con anticipación, o llenar la alacena con todo lo necesario, ya que los mercados, las abarroterías, las misceláneas, las tiendas, las panaderías, los supermercados, los restaurantes y hasta las farmacias no abrirían en Semana Santa. Se encontraban abiertas aquellas cafeterías o comedores por donde pasara la procesión. Sin embargo, el silencio comercial dominaba y la actividad normal mermaba. Hoy es diferente. La dinámica capitalista del flujo de dinero circulante exige no detenerse. No obstante, hay tiendas de barrio y de colonia, así como panaderías y otros negocios pequeños que cierran. Esto tiene que ver con una dinámica de pequeña y mediana empresa, en las cuales las relaciones aún son familiares o más cercanas. Los propietarios y los trabajadores mantienen una relación social distinta a la frialdad y anonimatos de la gran empresa. Y aunque no se gane en dos o tres días, se prefiere el descanso y en algunos casos mantener la tradición. No obstante, muchos comercios abren y muchas industrias no se detienen en la producción. Un ejemplo lo constituye la zafra azucarera, uno de los procesos de explotación laboral más profundos que existen en Guatemala. Para el capitalismo, cualquier oportunidad de generar plusvalía es aprovechada y más si

se trata de una época de alto consumo, generando el mismo sistema necesidades que son potencializadas para aumentar la cuota de ganancia. Volviendo al tema más específico de los cortejos procesionales, ya no se observan “lloronas” en los mismos. Era común que en procesiones de barrio y de colonia, mujeres detrás de las andas acompañasen con llantos lastimeros toda la procesión. Asimismo, delante de las andas, era común ver a hombres representando la pasión de Cristo, con autoflagelaciones actuadas o verdaderas. Estas también han desaparecido, debido al impacto causado sobre todo en los niños y niñas. También han ido desapareciendo las y los acompañantes con velas, en completo silencio, porque la iluminación eléctrica y en tecnología denominada “led”, como desarrollo de las fuerzas productivas, han sustituido esta práctica. En este sentido, ya no hay cortejos procesionales silenciosos. Ni siquiera la llamada “procesión del silencio”, del Primer Jueves de Cuaresma con la imagen de Jesús Nazareno de los Milagros, del Santuario Arquidiocesano del Seños San José, lo es ya. Desde 1983 lleva una banda que la acompaña con marchas fúnebres. Su sentido de Vía Crucis en la madrugada o en horas de la noche, en completo silencio, no existe más. Ahora, se trata de un cortejo procesional siempre como Vía Crucis, pero con toda la parafernalia común. El sentido penitencial se ha transformado. ¿Qué sucedería si retornásemos a esos silencios? Era lo que sucedía el Sábado Santo, en la vigilia de la resurrección de Cristo, pero dentro de la solemnidad del Triduo Pascual con sentimiento fúnebre. Para expiar pecados, a las niñas y niños se les daba una “tunda” pequeña con cinturones de cuero, preferiblemente. No era nada peligroso, sino meramente simbólico. En algunos casos, ni siquiera se bañaban algunas personas, ya que decía la tradición popular que se podían convertir en sirenas. La sirena, como símbolo de las tentaciones en la iconografía cristiana renacentista y barroca, está ligada a estas creencias. Esto ha quedado en el olvido de manera paulatina, siendo sustituido por una dinámica de modernidad. Las transformaciones, entonces, afectan también a un fenómeno como la Semana Santa guatemalteca. No está exenta, porque antes de ser religiosa es social. Y ningún fenómeno social, por más acentuado que se encuentre en la tradición, está libre de ser transformado. Ninguno se estanca y se establece en las dinámicas de relaciones complejas del modo de producción al que pertenece.


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De la autoría de la imagen del Señor Sepultado de la Recolección Mario Alfredo Ubico Calderón Universidad de San Carlos de Guatemala

En el año 2017 fue publicado un trabajo de este servidor titulado: “Acerca del escultor Blas Joseph Rodríguez y algunas de sus obras coloniales en Guatemala”, el cual resume el resultado de diversos análisis de obras escultóricas entre documentadas y aquellas analizadas desde la perspectiva del método Indiciario, llegando a la conclusión que entre las obras atribuibles al escultor colonial Blas Joseph Rodríguez se encuentra el Señor Sepultado de la Recolección de la Capital de Guatemala.

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n los párrafos siguientes es posible leer un resumen de dicha publicación. Al inicio del trabajo se encuentra un estudio del Señor Sepultado aludido cuya imagen guarda filiación estilística con la imagen de San Jerónimo que se encuentra en el Museo Arquidiocesano de Santiago de Guatemala, esta última efigie se cree que es el santo patrón de la ermita del barrio de San Jerónimo de la hoy Antigua Guatemala, la cual, según fray Jacinto Sánchez Corleto cura doctrinero mercedario a cargo de dicha ermita en 1723 hace ver que la talló Blas Rodríguez. Existe aún discusión en torno a cómo esta escultura pasó a la Nueva Guatemala y encontró resguardo por muchos años en la sacristía de Catedral, pero se conoce que poco después de la ruina de 1773 la ermita de San Jerónimo siguió funcionando un tiempo hasta que la despoblación del barrio hizo que ese sacro lugar fuera cerrado por las autoridades eclesiásticas, pasando las imágenes al templo de San Sebastián, al inicio con sede en el templo de San Antón y luego en el rehabilitado de San Sebastián. En el escrito del religioso Sánchez Corleto se advierte que si se intentaba cambiar de lugar la escultura de San Jerónimo ésta debía pasar al templo jesuita, esa disposición debió ser conocida por los arzobispos Francos y Monroy así como Peñalver y Cárdenas quienes hicieron visitas pastorales a La Antigua Guatemala en los años 1786 y 1804; de tal manera que la escultura de San Jerónimo en la visita del arzobispo don Ramón Casaus y Torres de 1816 figura aún en

Portada de la publicación titulada ACERCA DEL ESCULTOR BLAS JOSEPH RODRÍGUEZ Y ALGUNAS DE SUS OBRAS COLONIALES EN GUATEMALA, de Mario Alfredo Ubico Calderón impreso en 2017; allí se encuentra el estudio que atribuye a Blas Rodríguez la autoría de la imagen del Señor Sepultado de la Recolección.

el templo de San Sebastián, pero después de esa fecha en los sucesivos inventarios de bienes, tanto de San Sebastián como al pasar la sede parroquial al templo de la Merced hasta hoy día, no hay escultura de dicho santo. Se cree que el aludido Arzobispo trasladó esa efigie a Catedral porque no había templo jesuita a donde enviarla, al ser expulsados dichos religiosos de los dominios de España en 1767. El traslado debió suceder en 1816 o un poco después, aunque debía acatarse la disposición del fraile Sánchez Corleto desde 1808 aproximadamente, cuando es abandonado el templo de San Jerónimo por decisión de las autoridades eclesiásticas y reunir su imaginería en la sede del templo de San Sebastián. En el estudio de las esculturas de San Jerónimo y Señor Sepultado se comparó 16 rasgos escultóricos existiendo coincidencia en la mayoría de ellos, lo que permite según el método Indiciario una filiación consistente con el escultor Rodríguez.

El trabajo prosigue con las imágenes del Señor Sepultado de la Recolección y S. San José del Calvario capitalino, esta última imagen perteneció al antiguo templo de Los Remedios y fue trasladada a la Nueva Guatemala. En la sede del Calvario fueron reunidas imágenes de varios templos de la arruinada Capital del Reino. La comparación de estas esculturas, principalmente en detalles del rostro, manos y pies; nuevamente establece una filiación consistente, es decir es el mismo escultor quien las talló mediando posiblemente poco tiempo entre una y otra. Prosigue una comparación entre la escultura de San José antes mencionada con la de San Jerónimo que con anterioridad fue comparada con la del Señor Sepultado, de tal manera que se comprueba la relación estrecha en muchos detalles escultóricos en la ejecución de estas obras. En seguida con documentación histórica procedente del Archivo histórico Arquidiocesano “Francisco de Paula

García Peláez” se demuestra que las esculturas de Virgen de Dolores, Santa María Magdalena y San Juan Evangelista que acompañan al Cristo Negro de Esquipulas son obras de Blas Rodríguez, aspecto que permite relacionar estas obras con las anteriores. Dicho sea de paso desde años antes, en 2007 este servidor publicó un estudio de la imagen de Santa Gertrudis titulado: “Datos históricos de la escultura de Santa Gertrudis del templo La Recolección, Guatemala” donde por medios documentales fue posible conocer que esa escultura fue mandada a tallar por el obispo Juan Bautista Álvarez de Toledo, fue esculpida por Blas Rodríguez y encarnada por Manuel del Corral. El trabajo continúa con otro aporte, esta vez se compara las imágenes del Señor Sepultado de La Recolección y la del Cristo Flagelado del Calvario de la Ciudad Capital, estas obras tienen al igual que las otras, sorprendentes similitudes de muchos detalles escultóricos que las vinculan entre sí, al grado que por ejemplo la talladura de las venas de ambas esculturas es prácticamente igual. Finaliza el trabajo con una descripción del derrotero profesional del escultor Blas Rodríguez, quien desarrolló su mayor actividad en Santiago Capital del Reino de Guatemala, tallando allí las siguientes imágenes, aunque sin duda esculpió más: Santa Gertrudis, Señor San José, Señor Sepultado, Cristo de la Columna, luego partió a Esquipulas y allí talló el conjunto escultórico de Virgen de Dolores, Santa María Magdalena y San Juan Evangelista que se encuentran junto al Cristo Crucificado, pasando al poco tiempo a El Salvador específicamente al pueblo de Tejutla, aunque en el cercano Santa Ana se cree que talló una réplica del Cristo de la Columna. A Blas Rodríguez se le designa como “indio” y fue un escultor de gran talento que para cuando escribe el religioso Sánchez Corleto acerca de él lo señala como “escultor famoso”, es decir que era conocido por sus contemporáneos debido a sus obras las cuales eran variadas y de gran belleza. Hacia el año 1761 o 1762 muere en Tejutla El Salvador. No se conoce de momento más información de la vida de este notable artífice cuyas obras constituyen notables ejemplos de la escuela escultórica guatemalteca. El método Indiciario usado en esta oportunidad permitió una vía diferente para establecer la vinculación de imágenes y por ende de un escultor, se espera que algún pueda aparecer más datos de esta y otras esculturas, sin embargo, ese es el reto: hallar algún día nueva información.


Semana Santa

Guatemala, 28 DE marzo de 2018 / Página 7

La procesión como danza y poema Mauricio José Chaulón Vélez Escuela de Historia, Universidad de San Carlos de Guatemala

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Era un Domingo de Ramos. No recuerdo el año exacto, pero es reciente. Posiblemente 2012. Me encontré al Maestro Carlos Navarrete Cáceres, Premio Nacional de Literatura, antropólogo, historiador, arqueólogo y Doctor Honoris Causa de la Universidad de San Carlos y la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas. Lo vi caminando yo en la fila izquierda del cortejo procesional de Jesús de los Milagros, y él en la banqueta de la 1ª. avenida y 12 calle de la zona 1, junto a su esposa e hija, viendo la procesión. Nos saludamos efusivamente, con el abrazo de la amistad.

o primero que me dijo fue “lo envidio”. Luego me presentó a su familia, y les explicó en mi presencia algunos de los elementos más importantes del traje de cucurucho y de las procesiones guatemaltecas. Hablamos unos cuantos minutos, y al aproximarse las andas me expresó: “¡Esto es un poema!”. La marcha la recuerdo perfectamente: “Mujer por qué lloras”, del Maestro Mariano de Jesús Moreno Díaz. Una marcha de ritmo acelerado y fuerte. Y con esas notas, el doctor Navarrete soltó esas palabras. A partir de ellas, ya no pude dejar de pensar en el movimiento de las andas como poesía viva. El concepto de lo poético es muy profundo y amplio. No podemos referirlo solamente a la letra escrita o dicha. También hay poesía en el movimiento, así como hay música en la poesía. Cada persona que observa el paso procesional, construye sus pensamientos en torno a él. Recuerdos, plegarias, esperanzas, meditación, instantes presentes, estampas, sentidos diversos. Pero la sensibilidad es inevitable. Se construye un discurso, un diálogo entre lo que monumentalmente se tiene enfrente y la percepción. Todo un conjunto estético se articula para que esto penetre en el espíritu, que es en sí la conciencia, y a partir de ahí se mueva mucho en el receptor y la receptora. La descripción que la persona hará de su experiencia sensorial estética, es dialógica. En otras palabras, produce un diálogo con el fenómeno y con sí mismo, en principio, y luego con quién o quiénes se pueda o desee compartir. Pero al inicio, es decir en la relación con la misma conciencia, se manejan los mismos cimientos que la poesía, porque se crea un mundo inteligible desde la belleza captada. Claro, esto si así se considera, porque también puede ser rechazado. No estoy afirmando que toda persona que capta la estética de la procesión como belleza, lo hace en términos poéticos. Sin embargo, su intercambio dialogal, inevitable con el fenómeno, permite construir la

relación en términos del espíritu, el cual no es religioso sino humano, eminentemente humano. Como sucede igual al observar cualquier manifestación estética que a través de su belleza mueve. Y la primera descripción que el ser humano hace de lo que observa y le mueve, es con sí mismo y con sí misma, siendo la palabra el fundamento. Ya las capacidades permiten hacer poesía. Lo otro es la danza. El movimiento sincronizado de un anda procesional, acompañada con el ritmo del redoblante, del bombo, del tambor, del bombín, y no digamos de la banda entera. Si los timoneles le dan estabilidad al paso, la experiencia del cucurucho y de la cargadora también hace la suyo. Se sigue el movimiento de manera natural. Cada paso hacia adelante, hacia atrás o para sostener en un mismo punto se compenetra entre todas o entre todos. Sólo quien no sabe cargar o tiene muy poca práctica se equivoca. Y es notorio. Porque al ser una danza, desequilibra al resto. Pero el cuerpo danzario lo retorna y le va integrando. Mientras guías de andas y cada timonel hacen su trabajo, las dos filas de cargadores y cargadoras encuentran rápidamente su ritmo. Se mueven sintiendo a través de la marcha fúnebre y de una serie de pensamientos e imágenes que surgen en ese momento que durará pocos minutos en la longitud de una cuadra. ¿Qué pasa por la mente de quien danza? No hay culturas sin danza en el mundo. Históricamente, el ser humano ha danzado como uno de los rituales comunes y fundamentales de la construcción social. Se danza para celebrar, para conmemorar, para protegerse, para reconectarse con la naturaleza, para seducir, para interiorizar, para pensar. Los sonidos del tiempo y del espacio nos mueven. Los cuerpos reaccionan ante ellos, y cuando nos damos cuenta ya estamos danzando. El cargar una procesión es parte de ello. No se lleva de un lugar a otro en línea recta como se traslada cualquier cosa. Se conduce en un compás que la música y los sentidos definen. Así, la estética

está más completa: diálogo, música, movimiento. Y si a eso le sumamos la escenografía del arte efímero (alfombras, adornos en los balcones y puertas, olores, alegoría de las andas), la puesta en escena se hace mayor. ¿Acaso no se baila con mayor intensidad cuando las condiciones del espacio lo propician? ¿No es ese el objetivo de las grandes fiestas, sean cuales sean? Y si la procesión se convierte en una fiesta de esperanza.

Entonces, ¿por qué no danzarla? Pienso en el Maestro Navarrete y sus palabras. La estética la vimos como belleza, y nuestras sensibilidades convergieron. Así nació esta reflexión. Ahora, al levantar el anda en cualquier procesión, no puedo dejar de maravillarme observando los movimientos de pies de mis compañeros de turno, que se mueven junto a los míos -cada quien en sus pensamientos- pero todos en el mismo movimiento poético.


Página 8 / Guatemala, 28 DE marzo de 2018

El marketing en la Semana Santa guatemalteca

Semana Santa

Mauricio José Chaulón Vélez Escuela de Historia, Universidad de San Carlos de Guatemala

La dinámica socioeconómica transforma y define las relaciones sociales en todos los ámbitos. Los símbolos se resignifican de acuerdo a esas formas y a los objetivos que se plantean. Surgen nuevas construcciones sociales alrededor de lo que se considera como tradición, y nada resulta estático o permanente. En ese sentido, aunque es innegable que algunos elementos constituyen la estructura de las tradiciones como, por ejemplo, ciertos ritos y caracteres simbólicos materiales e inmateriales, los grupos que controlan y dominan las prácticas de culto devocional a través de las cofradías, hermandades y asociaciones de pasión en la Semana Santa central guatemalteca, los han resignificado.

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os intereses han sido básicamente en función de acumular capital simbólico y social. ¿A qué me refiero con esto? A que cada entidad organizativa de las procesiones de Semana Santa pretende colocarse en el imaginario de la feligresía, con el fin de mantenerse no sólo en las herencias culturales, sino también de sobresalir en la que es la manifestación más grande en cuanto a rituales de cultura popular se refiere en Guatemala. La competencia entre asociaciones de pasión ha sido moneda corriente en el centro de las procesiones guatemaltecas. Me refiero a la ciudad capital, la Antigua Guatemala y Quetzaltenango. Abordar esta temática requeriría un espacio más grande, incluso un foro de discusión amplio. Pero es uno de los puntos de partida para reflexionar el porqué de la aplicación del mercadeo en la promoción de los cortejos procesionales. Estamos hablando de las tres ciudades con la mayor cantidad de procesiones y las más grandes y complejas que existen en el país. La demanda de cargadores para muchas de ellas ha ido en aumento en los últimos años, generando que se reorganicen las ventas de turnos y la participación de cucuruchos. Varios, incluso, se han quedado sin poder cargar sus imágenes de devoción. Sin embargo, la proyección de las imágenes en custodia también se ha modificado. Con el objetivo claro de obtener la mayor cantidad de ingresos económicos por la venta de cartulinas para tener el derecho de cargar, se han diseñado estrategias mercadológicas que funcionan a nivel empresarial. Los rostros de las imágenes de

culto devocional ya no son representados con la mística espiritual-religiosa nada más, sino con un sentido de proyección mercantil. Se convierten en mercancías, al igual que los turnos. Se adquiere una posesión de exclusividad sobre lo que se compra, es decir sobre lo que se adquiere a través del intercambio con el dinero. Así, la imagen de culto devocional (el Jesús Nazareno, la Virgen Dolorosa, el Cristo Yacente, la Señora de Soledad) y sus ritos principales, son representados en las formas en que se publicitan todas las mercancías que el sistema está interesado en vender. Sólo que en el caso de la Semana Santa, los capitales simbólico y social juegan un papel fundamental. No sólo es lo económico, que de por sí ya es importante, sino otras formas de capital que no se ven fácilmente. Se trata, utilizando los términos empresariales, de posicionar la imagen. Literalmente la imagen de devoción, pero también como imagen de mercadeo. Se imprimen afiches, mantas, postales. Se fabrican suvenires como pines, tazas, vasos, platos, medallas conmemorativas, rosarios, camisetas, chaquetas, sudaderos. Se venden los discos de marchas fúnebres con los rostros de las esculturas de culto devocional, y así adquieren más valor simbólico. En la esfera de la captación de capitales, nada queda fuera de la lógica de vender, y lo central es el santo místico que se resignifica en el posicionamiento a quien lo adquiere como devoto, pero también como comprador de un espacio para estar más cercano en la dinámica establecida. Recordemos que la venta de turnos para cargar las imágenes de culto devocional se convirtió en el sostén de las sociedades de pasión a finales del siglo XIX y principios del XX, en la reorganización que permitió el liberalismo, a partir del gobierno de José María Reyna Barrios.

Muchas de las procesiones tenían sus feligreses en gran número. A otras, debieron de construirles una feligresía más grande, no porque no tuviesen devotos y devotas, pero no se comparaban a las que traían una raigambre desde la época colonial. Por ello nos podemos referir a las procesiones que ocupaban el sitial de prestigio en los imaginarios de la Ciudad de Guatemala, como rectora de la Semana Santa: Jesús de Candelaria, Jesús de la Merced y el Santo Entierro de Santo Domingo. Luego, surge el denominado “boom” de la Semana Santa guatemalteca a mediados del siglo XX: Jesús de San José. Y en el último tercio de dicha temporalidad, se da el crecimiento de procesiones como las del templo de la Recolección (Jesús Nazareno del Consuelo y el Señor Sepultado) y del Calvario, esta última en la Parroquia de Nuestra Señora de los Remedios, con el Cristo Yacente y sus monumentales andas y adornos. El ritmo de participación de cucuruchos y cargadoras crece, siendo los años 80 y 90 de la centuria pasada los que definen el aumento. Muchas y muchos quieren cargar todas las imágenes posibles. Así, las hermandades y asociaciones se convierten en mediadoras para que eso sea factible, pero también en captadoras de cargadores-clientes. El servicio debe brindarse de la mejor manera. Unas lo logran mejor que otras, por supuesto, y otras hasta entran en serias contradicciones y tropiezos, pero en sí la lógica se vuelve empresarial: facilitación de inscripciones, pertenencia a través de un carné que al mismo tiempo es control, organización de eventos como cenas y conciertos pagados, repartición de revistas y calendarios, uso de la tecnología para que el cargador y la cargadora se sientan cómodos en sus turnos, antes y durante los mismos, por mencionar

algunos ejemplos concretos. Si la Hermandad del Señor Sepultado de Santo Domingo fue pionera en esto, luego del cisma que la golpeó a finales de la primera década del siglo XXI, la Asociación de Jesús de Candelaria tomó ese papel. Y otras continuaron en su proyección mercadológica, a través de la hegemonía marcada por el sistema. Hoy, el manejo de la publicidad y de las técnicas de comunicación hacen uso de la estrategia del marketing, así como se hizo uso del arte (art noveau y art decó) en el diseño de los turnos, invitaciones y adornos de procesión a finales del siglo XIX y primeras décadas del XX. El objetivo ha sido, históricamente, captar más personas dentro de las lógicas de la modernidad capitalista. Los recursos son, al final de cuentas, mecanismos para esa captación, y el arte ha realizado un papel elemental. Sólo que hoy es una manera posmoderna de aplicarlo, con todas las técnicas de resignificación neoliberal. Por eso, no importa si el estandarte de una procesión de Jueves Santo se coloca en el podio de un salón de la industria cervecera más grande del país (y posiblemente de Centroamérica), para promocionar la cena con orquesta incluida (perteneciente, por cierto, a la Municipalidad capitalina) a quienes lograron pagar el evento como una mercancía más. Cuando se supone que la mística de los símbolos que conforman la estructura de un cortejo procesional debiese permanecer lo más posible apegada a la tradición de un día especial. Pero esto al capitalismo no le interesa, y si es necesario mercadear el símbolo y el misticismo, lo convertirá en mercancía propicia. De eso se encarga el marketing que vende.


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