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Tekhne Iatriké
José Gabriel Ávila-Rivera *
Desarrollo como motor del subdesarrollo
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El diccionario de la Real Academia Española precisa al desarrollo, dentro de una de sus definiciones como la Evolución de una economía hacia mejores niveles de vida. Por supuesto, esto es bastante incompleto, pues este término requiere de una interpretación extremadamente compleja en todas y cada una de las palabras que enmarcan la misma definición.
La evolución de las principales corrientes de la economía genera un estudio de un carácter prácticamente infinito en sus variedades y el gradual refinamiento que adquiere, a medida que el tiempo pasa y que se hace cada vez más sofisticado, cambia mucho con lo que percibimos precisamente como un nivel de vida.
Eduardo Germán María Hughes Galeano (1940-2015), mejor conocido como Eduardo Galeano, lo describe en una forma tan cruda como puntual en su libro Las venas abiertas de América Latina. Cito textualmente el comienzo: La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder. Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos en que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar y le hundieron los dientes en la garganta. Pasaron los siglos y América Latina perfeccionó sus funciones. Este ya no es el reino de las maravillas donde la realidad derrotaba a la fábula y la imaginación era humillada por los trofeos de la conquista, los yacimientos de oro y las montañas de plata. Pero la región sigue trabajando de sirvienta. Continúa existiendo al servicio de las necesidades ajenas, como fuente y reserva del petróleo y el hierro, el cobre y la carne, las frutas y el café, las materias primas y los alimentos con destino a los países ricos que ganan consumiéndolos, mucho más de lo que América Latina gana produciéndolos.
Pareciera que el desarrollo de países “primermundistas” depende del subdesarrollo de países que, sin ser necesariamente pobres, carecemos de los elementos fundamentales para despegar y alejarnos de las dependencias políticas, sociales, económicas y tecnológicas. Es un círculo vicioso que nos mantiene en una desventaja ridículamente real.
Ocupamos el decimoprimer lugar en el mundo, considerando el Producto Interno Bruto (PIB) que es un indicador del valor que tienen la producción de bienes y servicios hablando en términos de dinero.
Tenemos aparentemente un Índice de Desarrollo Humano calificado como alto, que básicamente mide la esperanza de vida al nacer, la tasa de alfabetización de adultos, años de educación obligatoria, matriculación desde primaria hasta educación superior y finalmente, el nivel de riqueza. Sin embargo, existe un indicador denominado Coeficiente de Gini, en el que somos calificados mundialmente como nivel medio, considerando la desigualdad en ingresos y la desigualdad en riqueza.
Por supuesto estos valores son relativos y para quienes, como yo, manejamos prácticamente nulos conceptos económicos, resulta paradójico cómo vemos niveles de pobreza que alcanzan límites tan bajos, como para que haya gente que hurgue en la basura buscando comida, o sujetos que hacen, por solamente mencionar un caso, viajes al extranjero en forma extraordinariamente rápida, simple y llanamente para ver en vivo, un partido de fútbol.
Los denominadores de desarrollo y subdesarrollo implican aspectos teóricos, conceptuales, históricos y humanísticos; pero su interpretación resulta en una exégesis, comentario, explicación o glosa demasiado complicada y básicamente incomprensible. Las economías de los países como México tienen procesos históricos de transformación que nos resultan familiares, pero a la luz de los conocimientos en países desarrollados y su visión, somos tan improvisados como imprevisibles.
Lo cierto es que en la actualidad, como lo mencionaba Eduardo Galeano en 1970, las cosas casi no han variado y en estos momentos, enfrentando la pandemia condicionada por el coronavirus SARS-CoV-2 y la enfermedad Covid-19, en la que percibimos con lamentaciones realmente dolorosas cómo estamos sujetos a la dependencia de todo nivel, hablando en términos de salud (por solamente mencionar un caso), mientras se destinan recursos para curar, siguiendo lineamientos de investigaciones del extranjero que no necesariamente pueden tener los mismos efectos en nuestras poblaciones y encerrados dentro de un círculo vicioso en el que no hay suficientes recursos para fomentar las bases de experimentaciones del mismo nivel de universidades de países ricos, no podemos desligarnos de la subordinación económica y debemos pagar por el acceso a tratamientos en cantidades tan caras, que permiten a los países desarrollados, no solamente obtener una ganancia inimaginable sino además, la oportunidad de invertir en más investigación, cerrando un círculo vicioso donde gana quien invierte y pierde quien depende, en una ecuación de la que no podemos albergar duda alguna.
Obviamente en México podemos sentirnos orgullosos de honrosas excepciones que enarbolan la bandera de la alta calidad en investigación, pero no es suficiente para poder salir adelante en un retraso tecnológico que muestra un futuro realmente desolador para grandes cerebros mexicanos, que desgraciadamente en muchas ocasiones, deben de migrar al extranjero para contribuir a la desigualdad entre países desarrollados y subdesarrollados.
Pero si bien es fácil evaluar los fenómenos sociales y antropológicos estableciendo críticas que en la mayoría de las ocasiones son destructivas, no podemos dejar de ser prospectivos (ver hacia el futuro) y propositivos (tener propuestas de superación). No se trata de descalificar o acreditar las polarizadas posturas políticas que imperan en México durante estos dolorosos tiempos de pandemia. Debemos estar bien conscientes de que la única manera de salir delante de este hoyo o agujero universal, implica la inversión a mediano y largo plazo, en investigación y ciencia.
Sin embargo, hay una cuestión que considero crucial. La tecnología de alto nivel tiene poco tiempo de haber nacido; digamos que a partir de la “revolución industrial” que se inició en la segunda mitad del siglo XVIII en el reino de Gran Bretaña y que se extendería mundialmente a ciertos países que la aprovecharon precisamente en la inversión sin esperar un beneficio a corto plazo. Esta tecnología está en un límite crucial para el género humano, pues con la contaminación y la sobreexplotación de recursos, estamos en alto riesgo de perecer, no solamente como especie, sino que estamos poniendo en peligro todo tipo de vida.
Me pregunto cuánto tiempo tienen las humanidades como la literatura, la filosofía, el estudio de la historia, el análisis del arte o la misma deducción de la vida, encontrando que estos conocimientos se han generado con los mismos momentos del nacimiento del Homo sapiens. No podemos priorizar la tecnología a las ciencias humanas ni al pensamiento ético que nos lleva a la conclusión de que debemos contribuir al bien común.
Como lo escribió Charles Robert Darwin (1809-1882) en su extraordinaria obra El origen de las especies: ¿Quién puede explicar por qué una especie se extiende mucho y es numerosísima y por qué otra especie afín tiene una dispersión reducida y es rara?
Hablando del género humano, plantearía que necesitamos equilibrar la tecnología y el humanismo. Así, podríamos reducir las brechas marcadas por el desarrollo, que subordina, somete, avasalla y esclaviza al subdesarrollo que millones de seres humanos sufrimos en este momento, considerando las desigualdades del ser humano.
* jgar.med@gmail.com
El desarrollo tecnológico, controlado por un reducido número de grupos privados, ha llevado al Estado capitalista al cenit de su potencia; pero, al mismo tiempo, a un punto álgido de la crisis de ese tipo de Estado.
Santiago Carrillo (1915-2012) Político
Épsilon
Jaime Cid
El desarrollo es un banquete con escasos invitados, aunque sus resplandores engañen, y los platos principales están reservados a las mandíbulas extranjeras.
Eduardo Galeano (1940-2015) Escritor
Alberto Cordero *
Reseña (incompleta) de libros
** Daniel J. Levitin,
Tu cerebro y la música. El estudio científico de una obsesión humana. Traducción de José Manuel Álvarez Flórez. RBA Libros (2018).
INTRODUCCIÓN
La música es excepcional entre todas las actividades humanas tanto por su ubicuidad como por su antigüedad. No ha habido ninguna cultura humana conocida, ni ahora ni en cualquier época del pasado de que tengamos noticia, sin música. Algunos de los utensilios materiales más antiguos hallados en yacimientos de excavaciones humanas y protohumanas son instrumentos musicales: flautas de hueso y pieles de animales estiradas sobre tocones de árboles para hacer tambores. Siempre que los humanos se reúnen por alguna razón, allí está la música: bodas, funerales, la graduación en la universidad, los hombres desfilando para la guerra, los acontecimientos deportivos, una noche en la ciudad, la oración, una cena romántica, madres acunando a sus hijos para que se duerman y estudiantes universitarios estudiando con música de fondo. Y esto se da aún más en las culturas no industrializadas que en las sociedades occidentales modernas; la música es y era en ellas parte de la urdimbre de la vida cotidiana. Solo en fechas recientes de nuestra propia cultura, hace unos quinientos años, surgió una diferenciación que dividió en dos la sociedad, formando clases separadas de intérpretes y oyentes. En casi todo el mundo y durante la mayor parte de la historia humana, la música era una actividad tan natural como respirar y caminar, y todos participaban. Las salas de conciertos, dedicadas a la interpretación de la música, aparecieron hace muy pocos
Jim Ferguson, al que conozco desde el instituto, es hoy profesor de antropología. Es una de las personas más divertidas y más inteligentes que conozco, pero es muy tímido; no sé cómo se las arregla para dar sus cursos. Para su tesis doctoral en Harvard, hizo trabajo de campo en Lesotho, una pequeña nación rodeada por Sudáfrica. Allí estudió e interactuó con los aldeanos locales, y se ganó su confianza, hasta que un día le pidieron que participase en una de sus canciones. Y entonces, en un detalle muy propio de él, cuando los sotho le pidieron que cantara, Jim dijo en voz baja: “Yo no sé cantar”, y era verdad: habíamos estado juntos en la banda del instituto y aunque tocaba muy bien el oboe, era incapaz de cantar. A los aldeanos esta objeción les pareció inexplicable y desconcertante. Ellos consideraban que cantar era una actividad normal y ordinaria que todo el mundo realizaba, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, no una actividad reservada a unos pocos con dones especiales.
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MIS COSAS FAVORITAS ¿POR QUÉ NOS GUSTA LA MÚSICA QUE NOS GUSTA?
El feto, dentro del vientre, rodeado de líquido amniótico oye sonidos. Oye los latidos del corazón de su madre, acelerándose unas veces y otras aminorando. El feto oye música, como descubrió recientemente Alexandra Lamont, de la Universidad Keele del Reino Unido. Descubrió que los niños, un año después del nacimiento, reconocían y preferían música a la que habían estado expuestos en el claustro materno. El sistema auditivo del feto es plenamente funcional unas veinte semanas después de la concepción. En el experimento de Lamont las madres pusieron una pieza de música determinada a sus bebés repetidas veces durante los tres últimos meses de gestación. Por supuesto, los bebés estaban oyendo también (filtrados, a través del agua por el líquido amniótico) todos los sonidos de la vida cotidiana de sus madres, incluyendo la otra música, conversaciones y ruidos del entorno. Pero se eligió una pieza determinada para que cada bebé la oyese de forma regular. Las piezas seleccionadas se eligieron entre música clásica (Mozart, Vivaldi), los 40 principales (Five, Backstreey Boys), reggae (UB40, Ken Boothe) y world beat (Spirits of Nature). Después del parto no se permitió a las madres poner la canción experimental a sus hijos. Un año después Lamont puso a los bebés la música que habían oído en el claustro materno, junto con otra pieza elegida por corresponderse en el estilo y el tempo con la otra. Por ejemplo, un bebé que había oído el tema de reggae Many Rivers to Cross, de UB40, oyó de nuevo esa pieza un año después, junto con Stop Loving You, del artista de reggae Freddie McGregor, Lamont determinó entonces cuál de las dos preferían los niños. ¿Cómo se puede saber cuál de los dos estímulos prefiere un niño preverbal? La mayoría de los que investigan con niños utilizan una técnica conocida como el procedimiento de giro de cabeza condicionado, ideado por Robert Fantz en la década de los sesenta y perfeccionado por John Columbo, Anne Fernald, el difunto Peter Jusczyk y sus colegas. Se instalan dos altavoces en el laboratorio y se coloca al niño entre ellos (normalmente en el regazo de su madre). Cuando el niño mira hacia un altavoz, éste empieza a emitir música o algún otro sonido diferente. El niño aprende en seguida que puede controlar lo que se toque según mire a un lado o a otro, es decir, aprende que las condiciones del experimento están bajo su control. Los experimentadores se cercioran de que contrapesan (aleatorizan) la ubicación de la que llegan los diferentes estímulos; es decir, la mitad del tiempo el estímulo que se estudia llega de un altavoz y la otra mitad llega del otro. Cuando Lamont hizo esto con niños de su estudio, descubrió que tendían a mirar más tiempo al altavoz que tocaba la música que ellos habían oído en el vientre materno que al de la música nueva, lo que confirmaba que preferían la música de la que habían tenido experiencia prenatal. Un grupo de control de niños de un año que no habían oído ninguna música de la utilizada antes no mostraron ninguna preferencia, confirmando que no había nada en la música en sí que causase aquellos resultados. Lamont descubrió también que, si no intervienen otros factores, el niño prefiere la música rápida y alegre a la lenta.
Estos descubrimientos contradicen la idea predominante durante mucho tiempo de la amnesia infantil: que no podemos tener ningún recuerdo verídico antes de los cinco años, más o menos. Mucha gente asegura que tiene recuerdos de la temprana infancia, de en torno a los dos y tres años, pero es difícil saber si son verdaderos recuerdos del acontecimiento original o si son más bien recuerdos de lo que nos dijo alguien más tarde sobre el acontecimiento. El cerebro del niño de pecho está aún subdesarrollado, no se ha completado la especialización funcional y aún se hallan en proceso de construcción las vías neuronales. La mente del niño está intentando asimilar el máximo posible de información en el tiempo más breve posible; es característico que haya grandes vacíos en la interpretación, la conciencia y el recuerdo de los acontecimientos por parte del niño, debido a que aún no ha aprendido a diferenciar los acontecimientos importantes de los intrascendentes ni a codificar de forma sistemática la experiencia de la realidad. En consecuencia, es un candidato excelente para la sugestión, y podría archivar involuntariamente como propias historias que le contaron sobre él. Parece que en el caso de la música hasta la experiencia prenatal se archiva en la memoria, y se puede acceder a ella en ausencia de lenguaje o de coincidencia explícita del recuerdo.
Tu cerebro y la música **
* acordero@fcfm.buap.mx