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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 6 de julio de 2014 ■ Núm. 1009 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

Luis PuLido RitteR

El Canal de Panamá: una historia literaria El cuento español actual, Antonio RodRíguez Jiménez • Borges y Pacheco, mARco A. cAmPos Vista de la Plaza Río de Janeiro, LeAndRo AReLLAno • Querido Prometeo, FAbRizio AndReeLLA


6 de julio de 2014 • Número 1009 • Jornada Semanal

bazar de asombros Reflexiones de un futbolista toRpe

Hugo Gutiérrez Vega

Todos los países, pueblos y culturas cuentan al menos con un acontecimiento que determina su historia; en el caso de Panamá, sin duda el hecho que marca un antes y un después es la existencia del Canal transoceánico, controlado por Estados Unidos hasta 1999 y entregado, no sin renuencia y dificultades, al Estado panameño. El artículo del panameño Luis Pulido Ritter pormenoriza la literatura conocida genéricamente como novela canalera, que retrata, con la fidelidad y la exactitud de la ficción emanada directamente de la realidad, la transformación de toda una sociedad cuya soberanía estuvo en juego durante décadas. Publicamos además un texto de Antonio Rodríguez acerca del cuento español contemporáneo, un cuento de Guillermo García Oropeza, y un ensayo de Marco Antonio Campos sobre los vínculos literarios entre Jorge Luis Borges y José Emilio Pacheco.

Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

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n el número del suplemento de la semana pasada un grupo distinguido de escritores analizó a fondo distintos aspectos de ese excelente deporte, fenómeno social único y espléndido negocio para empresarios, fiferos y medieros. En mis mocedades jugué futbol con más torpeza que entusiasmo y seguí con cuidado y emoción los acontecimientos de la liga de primera división, cuya temporada duraba un año entero. Pertenezco a la arqueología futbolera: un portero, dos defensas, tres medios y cinco delanteros. Recuerdo que el centro medio, puesto que yo ocupé para preocupación de mis compañeros, era el que repartía el juego a las alas (ahora carrileros). Las alas daban el pase al interior y el interior le ponía en bandeja de plata la oportunidad al divo futbolero de aquellas épocas, el centro delantero. Los equipos que recuerdo son el Atlante, el Necaxa, el Oro, el Guadalajara, el Atlas, el Marte, el ado , el Veracruz, el España y el Asturias. Mis jugadores predilectos eran Isidro Lángara, el Chato Iraragorri, Vantolrá, Casarín, el Dumbo López, el Moco Hilario, el Cazuelas Grajeda, el Jamaicón Villegas, el Pirata Fuente (personaje de un cómic muy leído), y un portero de personalidad y figura muy originales: el Gordo Urquiaga, vasco fortachón y hasta panzón que aumentaba su peso con tobilleras, rodilleras, musleras, un peto, guantes y cachucha. El gordo volaba por los aires, dominaba el despeje zamorano y mantenía su portería casi cerrada, tanto por su volumen como por su habilidad. Casi todos los peninsulares eran originarios de Euskadi; habían pertenecido a la selección vasca que vino a hacer la América, el estallido de la Guerra civil española los sorprendió en México y la mayoría prefirió quedarse en tierras americanas y se acomodó en distintos equipos, especialmente el España y el Asturias. Isidro Lángara fue campeón de goleo en varias temporadas y en una de ellas marcó más de noventa goles. No olvide el lector que un futbol tan abierto producía marcadores abultados... Seis a cuatro, ocho a seis, diez a seis, etcétera. Vino después el catenaccio de los italianos y el gol se volvió una perla preciosa.

La selección mexicana jugó en la Copa Mundial de este año con pundonor, entusiasmo y honradez. No soy técnico en estas cosas y mis torpes antecedentes me impiden dar opiniones enfáticas, pero tengo la impresión de que pesa sobre nosotros una maldición gitana o de que nuestro equipo es y será por los siglos de los siglos de segunda ronda. Lucinda, mi compañera, me dice que me porté enfático habiendo prometido no hacerlo. Corrijo y quito lo de los siglos de los siglos. El caso es que, al margen de toda la basura comercial, la gritería mediática y la inaceptable homofobia del macherío nacional, la selección cumplió con creces su papel y se quedó, de acuerdo con su calidad de juego, en la segunda ronda. Los analistas que mencionaba al principio nos hablaron del orgullo tribal, del escape de la realidad durante noventa minutos, de la histeria provocada por los medios, sobre todo los electrónicos, con el simple y obsceno objeto de ganar dinero, y de la angustia que viven los espectadores, especialmente los niños, provocada en buena medida por las falsas expectativas creadas por esos mismos medios. Estoy de acuerdo con los autores de nuestro número anterior, pero quisiera ponerles un ejemplo de fiesta popular que ha derrotado a los comerciantes y a los locutores: el carnaval brasileño. El futbol triunfa sobre los carroñeros que lo rodean y explotan. Es más fuerte que todos los que medran con su comercialización. Por último, quiero recordar a dos locutores inteligentes, entusiastas, eruditos y autores de interesantes neologismos: Fernando Marcos y Ángel Fernández. Los actuales, en mi humilde y nuevamente torpe opinión, son más bien bembos y cortesanos. Además, su ignorancia los lleva a considerar que los suizos son los helénicos. Así lo dijo el más histérico y gritón de ellos, autor de alburcillos clasemedieros y de neologismos rudimentarios. A pesar de todo esto, triunfa el deporte y la tribu escapa de la realidad y une sus pobrezas para vivir un momento de euforia en torno al Ángel de la Independencia

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Portada: Canal de libros Collage de Marga Peña

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La balada de

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gary CooPer

Gary Cooper en The Westerner

Guillermo García oropeza

ces y las descargas de sus pistolas. Tienen la misión de salvar al pueblo de los peligros de la sobrepoblación y la cumplen con la obstinación metódica de unos burócratas del mal. Saben, sin embargo, que su vida no será gris totalmente, que ya vendrá Cooper y habrá un duelo y con inquietud laurina lo esperan. No tardará mucho, hace unos días pasó ya por Carson City.

Toma 3 gary CooPer aL gaLoPe

Gary Cooper cabalga haciendo sonar la tierra como un instrumento inmemorial. Se apresura, pues tiene una cita con la violencia. Cita a la que ya han acudido los villanos negros, las casas de utilería y los árboles de paja. Llega al pueblo y su entrada por el final de la larga calle tiene un aire preciso de liturgia. Entra solemnemente, porque como héroe está condenado al yugo de todas las virtudes. Ama sin placer y sin pecado, trabaja con la infinita fatiga y formalidad de un dios que amasa mundos inútiles, y sus peleas son de severa coreografía.

Toma 4 Toma 1

C

abaLga gary CooPer . El desierto naranja, los mon-

tes: una vieja arquitectura erosionada. El polvo ensaya en el viento galaxias elementales, el caballo corre y su jinete es Martín Fierro Cooper, Cid Campeador Cooper, el caballo corre cuando el cielo ya se pintó de magentas. CLoSe uP : Rostro de Gary Cooper. Rostro no de piel, no de carne, de corteza, piedra rugosa: quemadura. Rostro máscara, rostro yelmo. Gary Cooper lleva a América en la cara. Ha grabado en su cara todas las heridas del viento, todos, todos los soles. ¡ Oh, tener un rostro propio! Nosotros que llevamos una cara borrada e irreconocible. Tener un rostro espejo que ha reflejado cada uno de los días, donde hay recuerdos de todas las lluvias irrecuperables. Un rostro que sea epítome de una vida, que sea un breve cuento que lo cuente todo. Llevar a América en la cara.

Toma 2 deSierto y PuebLo

El desierto es tan amplio y palpable, tan inconteniblemente real que los pueblos ahí tienen incongruencia de espejismo. Las casas, el saloon, el templo, el banco que honorablemente es robado una vez a la semana, se sostienen a lo largo de la calle con dificultad de bambalinas. Los hombres y las mujeres que parecen tan sanos son en realidad enfermos crónicos de irrealidad, por las ventanas se asoman rostros de muñecos que nos saludan con sus movimientos atolondrados de guiñol. En el pueblo sólo están vivos plenamente los villanos solemnes y trágicos y las prostitutas rojizas y biológicas. Los villanos se agrupan en el saloon como un coro de eríneas, acentúan los días largos y polvosos con sus vo-

eL Héroe Ha LLegado . Y por un momento las gentes des-

piertan de su siesta de irrealidad, y los cobardes tienen tiempo de acomodarse en sus ventanas entreabiertas, plateas al escenario de la calle.

atados al polvo de la calle, sus hombros al alto cielo amarillento, sus manos al “revólver” que es una bestia pequeña, negra y repulsiva. El tiempo ha quedado en el cautiverio de una angustia. CLoSe uP : Revólver, ametralladora diminuta, símbolo de lo que es malo en América, sin gracia, sin gallardía, sólo vulgarmente eficiente. Pequeña máquina. Pequeño gadget. Frente a la galanura de las espadas o de las ballestas, o ante el prestigio de los venenos, el revólver tiene la sordidez y eficacia de las fábricas. Espanta con su grito súbito (recordemos que las espadas sonaban noblemente, algunas, como Excalibur, o la Tizona del Cid ¡hasta lograban cantar canciones de gesta medieval!). Las flechas dibujaban trayectorias de precisa geometría. Las balas, en cambio, entran en el cuerpo tan de improviso que no nos permiten adoptar alguna expresión respetable. Son los revólveres bajamente serviles. Desatinadamente democráticos, igualan a los héroes con los cobardes e ineptos. a éstos les permiten parapetarse tras un muro de lejanía. Sin embargo aquí, en el oeste, en el duelo de los dos hombres, el revólver que está a la vista se dignifica. Como los hombres están uno junto al otro, sin que los separe ninguna cobardía, los revólveres son casi espadas, casi manos golpeadoras. La lucha a quemarropa es ya una esgrima, una lucha de cuerpos.

Toma 5 Hombre SiLenCioSo

Toma 7 baLaCera

Para comenzar la pelea no será menester prólogo alguno, tanto el héroe como los villanos, estadunidenses auténticos, son viciosamente lacónicos. A la pelea no precederá ninguno de aquellos encuentros que hacían los combatientes de Homero, no habrá invectivas ni palinodias. Qué extraño se oiría en tierra americana algo de este tenor: “¡ Funesto Paris, célebre por la gran belleza y por tu afán de mujeres!”“ Pérfido, seductor, ¡ si Zeus nos hubiera ya concedido tu deseada muerte! ¡si ya moraras en el oscuro averno!” Afortunadamente, los hombres del oeste no tienen talentos literarios. Estamos en la comarca del silencio. Sólo antes de morir bailarán un poco su danza elemental con los puños y con movimientos atolondrados, como niños torpes que jugaran a la ronda.

Toma 6 eL enCuentro

El pueblo ha enloquecido en perspectivas desencajadas, el cielo ha asumido apresuradamente su aspecto de mortaja. La calle se ha hecho larga como una desesperanza, se han colocado los combatientes. Todo ha enmudecido y sólo en el saloon que es insensible hasta a los funerales, suena impertinente una música prostibularia, obsesionada. Los dos hombres avanzan, y como quien ha ensayado una obra muchas veces ya no se equivocan. Sus pies van

Una última mirada, un último paso, un silencio final, los hombres se convierten en estatuaria y repentinamente se disparan. El villano caerá ejemplarmente. Su sangre se mostrará. Sus ojos se convertirán en vacío. Morirá. Y alguno del pueblo citará la Biblia. Gary Cooper sabe que todo ha terminado, su puritanismo le impide llevarse el botín; su caridad, sentir alguna euforia de triunfo. En el Estados Unidos pragmático, él tiene su misión precisa de ángel exterminador y ya la ha cumplido. Sólo queda irse, hay que seguir corriendo con los ojos brillantes de virtudes.

C LoSe uP : Las prostitutas lo ven marcharse por la callecarretera. En sus caras hay un desencanto, una frustración en su conciencia de mujeres sólidas y vivas, saben que el ángel exterminador no les puede pertenecer. Saben que en vano desearán su cuerpo consagrado. C uadro FinaL : Cooper se ha ido. El pueblo regresó a la irrealidad. En las calles las mujeres-muñecas siguen haciendo sus compras inútiles e interminables. Hay un sentimiento vago e incomprendido del tiempo. Y en el aire, el verano incontenible ya se raptó a la tarde


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a evolución del cuento español en los últimos cien años tuvo una accidentada problemática, pues se convirtió en objeto de acoso por crisis editoriales que muy de tarde en tarde ofrecían repertorios de cuentos, aquellos que los autores habían ido publicando en periódicos semanarios –es decir, como sueltos– y que una vez conocidos se pretendían recopilar en forma de libro. Hubo cierto auge en los años cincuenta y luego se produjo un silenciamiento hasta los años ochenta, cuando comenzó a recuperarse de nuevo la tradición cuentística. Aparecieron diversas antologías en esa década, como la de Medardo Fraile, titulada Cuento español de posguerra (1986), la de Óscar Barrero, El cuento español 1940-1980 (1989), o la de José Luis González y Pedro de Miguel, Últimos narradores. Antología de la reciente narrativa breve española (1993). Por aquellos años se editan Páginas amarillas (Lengua de Trapo), que selecciona Sabas Martín; Cien años de cuentos (Alfaguara) y Los mejores relatos españoles del siglo xx , ambas preparadas por José María Merino. También se publicaron Los cuentos que cuentan (Anagrama), de J . a . Masoliver Ródenas y Fernando Valls, que demostraron que el cuento gozaba de un momento muy próspero. Se generaron innumerables títulos más que convierten la década de los noventa en una avalancha, donde abundan los aciertos y desaciertos. Fernando Valls manifestó en aquellos años que predominaba la variedad de registros e intenciones en el cuento español y destacó la libertad con que cada autor utilizaba el estilo, los temas o la estructura. Los maestros del género fueron Cela, Zamora Vicente, Torrente Ballester, Delibes o Laforet, a los que siguieron Aldecoa, Fraile o Fernández Santos, aunque en los años sesenta al cuento se le llamó relato. Luego vendrían Merino, Mateo Díez, o más jóvenes como Satué, Bonilla y Nicolás Casariego, entre otros. Fue muy interesante la aparición de una antología en la editorial Páginas de Espuma (Vidas sobre raíles. Cuentos de trenes, 2000). Se recogían narradores como Onetti, Cabrera Infante, Laura Freixas, Masoliver Rodenas, Lourdes Ortiz, Aldecoa, Sampedro, Rosa Chacel, Gonzalo León, Mateo Díez, Rivas, Merino, Imbert, Torri, Ribeyro, Moya, Coloane, Peri Rossi, Menchaca, Rodoreda, Ory, Llamazares, Ibarrola, Dieste y García Márquez. Se trataba de una selección muy variopinta realizada por Viviana Paletta y Javier Sáez de Ibarra. La moda de lo breve también se abordó en los primeros años de la década de los dos mil con la aparición de varios volúmenes de microrrelatos: Lavapiés, Galería de hiperbreves y Por favor, sea breve. Entre los narradores más comunes que cultivaban ese relato corto estaban Luis Landero, Hipólito g . Navarro, Quim Monzó o Sergi Pàmies. El microcuento nació a mediados del siglo xx y su esencia está en la médula cultural del postmodernismo. Participó de varios de sus caracteres: renuncia al gran relato, fragmentariedad, fácil digestión e ironía. Ha sido calificado como forma lúdica y mestiza y se le ha emparentado con el poema breve o con el haiku japonés. Como manifesté antes, en los últimos años han aparecido numerosas antologías de cuentos, entre las que destacan Páginas amarillas (1997), Perturbaciones: Antología del relato fantástico español actual (2009) y Aquelarre. Antología del cuento de terror español actual (2011). Editoriales de envergadura como Anagrama, Seix Barral, Tusquets o Alfaguara publicaron en años pasados numerosos libros de cuentos, aunque realmente la importancia del auge actual del cuento en España se debe al empuje de las pe-

antonio Rodríguez Jiménez queñas editoriales, por un lado, tales como Páginas de Espuma, Menoscuarto, Salto de Página, Lengua de Trapo, Xórdica, Impedimenta, Caballo de Troya, Pre-Textos, Calambur o El Páramo, entre otras, además del impulso de revistas como Lucanor, Quimera, Barcarola, Cuadernos Hispanoamericanos, Turia o Ínsula, entre otras. También han influido en la importancia del cuento actual español los galardones literarios, tales como Hucha de Oro, Ignacio Aldecoa, Antonio Machado, Vargas Llosa nH , Setenil o Ribera de Duero, cuya última edición recayó en la escritora mexicana Guadalupe Nettel. La eclosión del cuento español contemporáneo se recopila en buena medida en un volumen que acaba de editar la editorial Cátedra titulado Cuento español actual (1992-2012) –Madrid, 2014–, en edición minuciosamente preparada por una de las especialistas en el género, Ángeles Encinar, cuya labor de estudio sobre el relato es de las más intensas y extensas que se han hecho en España en los últimos años. El volumen completa otro de la misma autora de 1993, titulado Cuento español contemporáneo, que se enriquece ahora con este volumen que acoge a treinta y ocho autores españoles nacidos entre los años cincuenta y ochenta del pasado siglo. Antes de entrar en los autores, que son tantos que apenas podré enumerar, hay que señalar la pluralidad de tendencias que se cultivan actualmente en el cuento español e hispanoamericano –por cierto, no ha incluido la antólo-

La moda de lo breve también se abordó en los primeros años de la década de los

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dos mil con la aparición

de varios volúmenes de microrrelatos.

ga a ningún autor nacido fuera de España, excepto al argentino Andrés Neuman, cuya vida se ha desarrollado en su mayor parte en la Península Ibérica. Se trata, pues, de un eclecticismo abierto y rico y de una gran riqueza temática. Se escriben cuentos en clave de narrativa fantástica, ciencia ficción, realistas, surrealistas, absurdos, metaliterarios, experimentales, irónicos, satíricos, sarcásticos, dramáticos, etcétera. Posiblemente predominen los textos realistas de diferentes tipos, como realismo urbano, intimista, psicológico, etcétera. Predomina la amistad, el cinismo, los lazos familiares, los asuntos matrimoniales, las relaciones de pareja, el amor en general y la muerte. Esta antología, pues, es una excusa perfecta para poner sobre la mesa a los protagonistas del cuento en los primeros doce años del siglo xxi en el orbe peninsular, en un campo extenso y repleto de escritores que cultivan con pasión el arte del relato, tras aquellos narradores fascinantes como Jesús Fernández Santos o Ignacio Aldecoa, se-

El cuento guidos de Luis Mateo Díez, José María Merino, Javier Tomeo, Medardo Fraile, Pereira, Cristina Fernández Cubas, Juan José Millás, Soledad Puértolas, Vila-Matas y otras figuras que dejaron una huella digna de seguir por los más jóvenes. Los nuevos llegan con la bandera de la heterogeneidad. Es decir, vienen con variedad de temas, de técnicas, de recursos, pero sobre todo con pluralidad de tendencias. Entre los más destacados figuran Ángel Olgoso, que se adscribe al género fantástico en sus diferentes modalidades; abunda en su obra tanto lo inquietante como lo asombroso. Félix J . Palma envuelve sus relatos de imaginación. Abundan en ellos las anécdotas extraordinarias. Sus personajes muestran preocupaciones por la identidad, la adversidad, la soledad y la muerte, en obras como El vigilante de la salamandra (1998) o El menor espectáculo del mundo (2010). El humor está muy presente en los Horrores cotidianos (2007), de David Roa. Elementos oníricos aparecen en la obra de Julia Otxoa, que aborda temas de violencia, la vida política o la reflexión metaliteraria, en libros como Un extraño envío (2006) o Un lugar en el parque (2010). La variedad en torno a lo fantástico es el eje central de la obra de Jacinto Muñoz Rengel en 88 Mill Lane (2005). La diversidad temática también forma parte de las características de la cuentística de Juan Gómez Bárcena, autor de Los que duermen (2012), donde leyendas, fábulas y ciencia ficción coexisten con normalidad. Temas como la metamorfosis y las pesadillas están presentes en los cuentos de Patricia Esteban Erlés, autora de Manderley en venta (2008) y Azul Ruso (2010). Por su parte, Alberto Méndez recoge la antorcha testimonial enarbolada por José Eduardo Zúñiga en Los girasoles ciegos (2004). También los personajes de Fernando Aramburu están impregnados de elementos testimoniales en colecciones de cuentos como Los peces de la amargura (2006) y El vigilante del fiordo (2011).


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oesPAñoLactual Ilustración tomada de la portada de Aquelarre. Antología del cuento de terror español actual, 2011

Ricardo Menéndez es autor de libros como Los caballos azules (2005) y Gritar (2007), donde cultiva tanto lo realista como lo fantástico, a la par que lo sórdido y lo culturalista. Irene Jiménez acerca el lector a la realidad cotidiana en Lugares comunes (2007). Por su lado, uno de los mayores narradores representados en este joven plantel (nacido en los años cincuenta), Ignacio Vidal-Folch, realista urbano por antonomasia, aproxima a su interlocutor a una obra cosmopolita y atractiva en conjuntos de relatos como Amigos que no he vuelto a ver o Noche sobre noche (2009). En esta misma línea estaría también Giralt Torrente en su libro El final del amor (2011). Por su parte, Cristina Cerrada (profesora en talleres literarios que han ayudado a enaltecer el cuento en España) estaría en una línea de la cotidianidad de la vida humana, con títulos como Noctámbulos (2003) y Compañía (2004). La influencia del cine y del realismo norteamericano es clave en el seguimiento de la obra de esta autora. El cine también ha influido en los textos de Cristina Grande, como puede observarse en su libro Tejidos y novedades (2011). Sus relatos se caracterizan por la brevedad extrema y por sus personajes, al borde del precipicio, que están repletos de ironía y humor. Manifiesta la narradora en la declaración de principios que hace en esta antología que “el florecimiento del relato breve es síntoma de que el lector agradece que la buena literatura no lleve demasiado envoltorio”. Ángeles Encinar recuerda en el amplio estudio introductorio a esta antología que el tema del intimismo –a veces con un tono confesional– se da en los jóvenes como antes se dio en generaciones de narradores anteriores como Esther Tusquets, Álvaro Pombo, Marina Mayoral, Juan José Millás, Soledad Puértolas, Eduardo Mendicutti, Vicente Molina Foix o Javier Marías, entre otros. La soledad la trata Carlos Castán en Temporada de huracanes (2007) y en El prisionero de la avenida Lexington (2008).

Por su parte, Juan Bonilla aborda temas como la soledad y la insatisfacción, donde no falta la ironía, el humor y el sarcasmo. Entre sus libros de relatos destacan El que apaga la luz (1994), El estadio de mármol (2005) o La noche del skylab (2000). La mirada hacia el mundo personal, con personajes acuciados por la soledad y el aislamiento, aparece en Intemperie (1996) y en los monólogos de Solos (2000), de Care Santos. Ignacio Martínez de Pisón es autor de Foto de familia (1998) y Aeropuerto de Funchal (2009), en los que trata temas sobre las relaciones familiares o sucesos desconcertantes e insólitos, aunque presentados como si fuesen hechos cotidianos. También aborda temas laborales, familiares y amistosos desde una perspectiva irónica y con elementos del absurdo y lo metafórico Pedro Ugarte en Manual para extranjeros (1993), La isla de Komodo (1996), Guerras privadas (2002) y El mundo de los cabezas vacías (2011). Los personajes de Juan Bilbao son seres repletos de insatisfacciones desarrollados en climas tensos, como en Bajo el influjo del cometa (2010) o en Como una historia de terror (2008). Óscar Esquivias es autor de La marca de Creta (2008) y Pampanitos verdes (2011), situados en espacios tanto urbanos como rurales, siempre en torno a lo cotidiano. Narra historias sobre la incomunicación, el miedo o la incomprensión. El humor y la ironía son los asuntos preferidos de Mercedes Abad, autora de Felicidades conyugales (1989), Amigos y fantasmas (2004) y Media docena de robos y un par de mentiras (2009). En sus relatos predominan las paradojas, el humor negro o el erotismo, junto a la fantasía. Almudena Grandes, más conocida como novelista, es autora de dos libros de cuentos como Modelos de mujer (1996) y Estaciones de paso (2005). Berta Marsé es la autora de Fantasías animadas (2004), conjunto de cuentos en los que utiliza recursos retóricos como la sátira o el esperpento. También Mercedes Cebrián –El malestar al alcance de todos (2008)– dirige su mirada a la sociedad actual con una prosa mordaz y aguda y se centra en relaciones familiares o laborales en tono humorístico. Entre los maestros del humor está Hipólito g . Navarro al que se le atribuye la apertura de un camino nuevo, de renovación en la cuentística española de los años noventa, con El aburrimiento Lester (1996). También publicó El cielo está López (1990) y Manías y melomanías mismamente (1992). Por su parte, Ángel Zapata cultiva un relato onírico en Las buenas intenciones y otros cuentos (2001) y en La vida ausente (2006). El surrealismo y el absurdo están presentes en sus textos. Otros de los escritores de moda en el panorama del cuento español, que aparecen en la antología de Ángeles Encinar, son Isabel González, Cristian Crusat, Eloy Tizón (uno de los narradores más destacados de la narrativa contemporánea), Pilar Adón, Berta Vias Mahou, Javier Sáez de Ibarra, Miguel a . Zapata, Andrés Neuman, Esther García Llovet y Elvira Navarro. Llama la atención en este volumen de 522 páginas el hecho de que la autora ha abarcado tanto para ofrecer una panorámica tan completa que ha reducido al mínimo la muestra creativa de cada autor, y sabe realmente a poco, ya que, en cierta medida, ha convertido la antología en un catálogo o muestrario reducido a la mínima expresión. No se trata de un reproche, ya que el intento de reunir a los cuentistas más destacados es palpable. La conclusión a la que se llega tras leer este panorama es que el género goza de un momento de salud excelente

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Vista de la plaza

Río de Janeiro

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Foto tomada de: www.wikiwand.com

leandro arellano

os espacios públicos se colman cada vez más, y acotados por el hacinamiento, la barbarie o la incuria, ven limitadas sus virtudes y posibilidades. Las razones son de doble índole al menos; naturales algunas, provocadas otras. Entre las primeras se halla el crecimiento imparable de la población. El fenómeno no es exclusivo del dF , desde luego. Todas las grandes metrópolis padecen la misma presión. Durante una visita reciente a Londres reparamos en las dificultades para circular por la acera de cualquier calle en el centro de la ciudad, frente al tumulto ambulante. La más grave entre las provocadas es producto directo de la mano del hombre: la barbarie. Proviene del estado mental primitivo del ser humano y representa el extremo opuesto de la civilidad; la civilidad que adopta su nombre de civitas: ciudad. Entre los sitios que se afanan por sobrevivir en esta ciudad arrebatada y gris se halla la Plaza Río de Janeiro, espacio emblemático de la Colonia Roma en el centro de Ciudad de México. Creada en 1903, al mismo tiempo que la Colonia Roma, en el cruce de las calles Durango y Orizaba, fue originalmente un terreno donado para crear áreas verdes. Su primer nombre –nos cuenta Wikipedia– fue Parque Roma, que después mudó a Parque Orizaba. En 1922 fue rebautizada como Plaza Río de Janeiro a iniciativa de José Vasconcelos, entonces ministro de Educación Pública, posiblemente en celebración del centenario de la independencia de Brasil. A más de un siglo de su creación, la plaza continúa siendo un rincón privilegiado de la ciudad, por su belleza tranquila y el sosiego que priva en el vecindario y contagia al viandante. Junto con esa sensación, el transeúnte se percata de la calma. Es suficiente mirar con cuidado para descubrir la belleza: la plaza alberga luz, sol, una arboleda, vida plena de sus paseantes continuos. De tiempo atrás mantiene una arquitectura original. El edificio simbólico por excelencia es el llamado de las Brujas, cuyo verdadero nombre es Edificio Río de Janeiro, construido en 1908 por el ingeniero r. a. Pigeon. El centro

de la plaza lo domina una fuente monumental que contiene una réplica del David, de Miguel Ángel, ubicado allí en 1976, seguramente por el arquitecto Álvarez Ordóñez. Y, desde luego, la plaza lleva el nombre de la más atractiva ciudad de Brasil. ¿Claroscuros? Como las sombras que se montan a la tarde y tornan difuso el panorama, varios deslices van afianzando su territorio en la hermosa plaza. Algún funcionario aprobó la instalación de unos espantosos juegos infantiles de plástico en uno de sus costados, justo en la ruta cotidiana del Turibús, ocultando la visión de la estatua del David. En la confluencia de las calles Orizaba y Durango, de poniente a oriente, donde se ubica el único semáforo de la plaza, se transparenta mejor que en cualquier otro signo la barbarie: por lo menos la mitad de los conductores violan los ordenamientos de tráfico, ignorando el semáforo rojo. Otra señal –más desgarradora aún– es que sirve todavía de dormitorio a algunos indigentes: los reos de la desigualdad. Igualmente penoso es que cada vez más las autoridades permiten, durante los fines de semana, apoderarse de la plaza a comercios o tianguis que privan de espacio al vecindario y limitan las posibilidades de la convivencia. Tan lamentable como el hurto de los espacios de ocio y de recreo es la perversión de quienes autorizan esas actividades. Más que menos, la plaza se llena de basura en pocas horas, en tanto que los responsables de su limpieza se aparecen menos cada día. La plaza, como en otras partes de la ciudad, no cuenta siquiera con un eficiente depósito de basura. Quién sabe cuántos años hace que se pusieron en desuso aquellos programas de embellecimiento que mantenía el Gobierno de la Ciudad. El mantenimiento actual es deficiente, basta ver la oscuridad que se cierne sobre la plaza apenas el sol se pierde. Las farolas, las lámparas que supuestamente la iluminan permanecen a oscuras por meses. La memoria no recuerda cuántos años hace que coincidieron iluminando juntas.

Cosa diferente es el mercadito de productos orgánicos que cada tercer domingo se instala en un costado de la plaza y con cabal orden y limpieza se levanta de mañanita y se retira antes de cerrar la tarde. Otro espectáculo digno de verse ocurre los sábados, cuando se puebla de castores y gacelas que con sus gritos, carreras y juegos infunden alegría y vitalidad. La plaza es, también, espacio de concentración de canófilos. Las amistades perrunas se congregan y mezclan a toda hora en un arco iris envidiable: hombres y mujeres, jóvenes y viejos, clase media y no tan media, además de muchos extranjeros. Plaza pública al fin, abre su espacio a la convivencia, al conocimiento de otras personas y al forjamiento de nuevas amistades. Parece allí comenzar la disolución de las fronteras. La plaza alberga actualmente a un gran poeta, a una escritora y a otras personalidades del mundo cultural, un café, una galería... Un atractivo particular emana del doblar de las campanas de la iglesia de la Sagrada Familia, cuando de mañanita se escuchan los repiques que se han reducido a sólo tres tañidos. Con pocas excepciones, las ciudades europeas se encuentran entre las más habitables del mundo, no sólo por razones de seguridad. Casi todas califican como las más habitables del planeta en las mediciones de la calidad de vida que anualmente preparan la onu y otras organizaciones. Esa lista incluye también dos o tres ciudades de Australia y Nueva Zelanda. Esos estudios toman en cuenta varios elementos e incluyen los servicios públicos. Ciertamente en esos países la cultura del pago de impuestos –entre los más elevados del mundo– va a la par de la exigencia de la ciudadanía. Pero entre nosotros no es sólo cuestión de cultura impositiva, sino de civismo en general. Una palabra puede cambiar el color de la luz o puede extinguirla. La conducta de sus habitantes puede tornar habitable el espacio cotidiano común. La ciudad es nuestro territorio de cada día, y cada ciudad crea su propia forma de vida espiritual


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caRtas imPosiBLEs fabrizio andreella fabrizio108@yahoo.com

QueridoPrometeo Querido Prometeo:

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ómo estás? Ya casi no se nota el costurón en tu costado y espero que tu hígado se haya recompuesto del todo. A pesar de tres mil años de picotazos por el águila de Zeus, te veo muy bien. ¿Acaso te aplicaste inyecciones de bótox o te hiciste una cirugía estética? Ah no, claro, ahora recuerdo: después de tu liberación por mano de Heracles, el centauro Quirón –¡que buena onda!– te cedió su inmortalidad. Por eso se te ve tan bien. Tal vez no sabes que en Occidente, tú y Adán (otro señor que vivió en un tiempo mítico) son los fundadores de la raza humana y responsables de esta civilización. ¡Y tienen en común el hecho de ser ladrones! De fuego y de manzanas. ¿Será por eso que en el mundo hay tanto rateros? En todo caso, la civilización occidental se funda sobre tu culpa y la de Adán: dos insubordinaciones han dado vida a la historia. Una historia que se parece a un largo castigo, pero déjame comentarte que ya estamos cansados de sufrir las consecuencias de las culpas de ustedes dos. Te lo digo con humildad y admiración, porque no olvido que, antes de donarnos el fuego, fuiste tú, y no Zeus, quien moldeó el barro para crear el hombre (tal vez porque ese dios griego, un señor más refinado de su colega judío, no quería ensuciarse las manos). Sin embargo, Prometeo, con todo el respeto, no creo que sepas todo lo que nos ha pasado después de tu donación ígnea. De hecho, debo decirte que seguimos pagando muy caro tu robo del fuego. Pero vayamos en orden. Antes que nada los hechos. (Sí, yo sé que en el mito no hay distinción entre hechos y opiniones, y menos entre verdad e invención, pero aquí en mi época es la dualidad que rige todo). Cuando Zeus te pidió diferenciar la suerte humana de la divina, tú mataste un buey sacrificial y lo dividiste en dos partes. Una no tenía más que los huesos del animal, pero los envolviste en un mantel de grasa suculenta y era muy atrayente. La otra era espantosa, porque la envoltura era el asqueroso estómago del buey, pero adentro escondiste todas las partes buenas y comestibles. Luego invitaste a Zeus a escoger. Él entendió la treta pero fingió no darse cuenta y eligió los huesos encubiertos. Zeus no se encabronó por los huesos, sino porque quisiste pasar por más listo que él. Trataste de favorecer al hombre con tu astucia y eso no te lo perdonó. Bueno, mi estimado Prometeo, es justo que sepas que la carne hizo del hombre un animal mortal y los dioses siguen siendo inmortales. El alimento mantiene con vida al hombre y al mismo tiempo lo conduce a la muerte. Los banquetes de los dioses son placeres; la comida del hombre, una necesidad. A pesar de esa donación dañina que quitó la inmortalidad a los hombres, Zeus, para vengarse de tu engaño, nos quitó el fuego divino. ¡Qué venganza sutil! Sin fuego, la carne que nos reservaste no se podía cocinar y comer. Entonces fuiste tan valiente que robaste el fuego. Pero ya no era el fuego celeste que estaba a disposición de todos en los árboles de fresno, sino un fuego que, por un lado, es vida porque calienta, cocina y moldea los metales, pero, por el otro, es muerte porque quema y destruye. Es un fuego de dos caras, reflejo de la civilización humana que tú inauguraste.

El fuego que nos entregaste es entonces la técnica y el trabajo, es decir la fatiga y el esfuerzo necesarios para adaptar el mundo a las necesidades de los mortales. Claro, nos permitiste no ser animales (cocinando el alimento y moldeando los metales), pero nos impediste ser dioses (porque estamos obligados a transformar la materia, hecho que siempre termina en la muerte). El Prometeo Quetzalcóatl, Tu fuego, el arte de convertir la natuFacultad de Ciencias, UNAM raleza bruta en una ventaja, ha tranformado el mundo en un jardín de atracciones para los dioses y en un yacimiento de recursos para el hombre. ¿Por eso se enojaron tanto los habitantes del Olimpo? ¿Por eso sus desaires hacia los humanos ya no son burlas juguetonas sino violencias en muy mala onda? Fíjate que, hasta la fecha, los que siguen creyendo en un dios no entienden por qué existe el mal. Han olvidado las enseñanzas del mito y, cegados por la dualidad, creen que el logos se recluye en el bien. Ni modo. Regresando a tu fuego, ahora le llamamos tecnología y, a pesar de ser fatuo, ha tomado el lugar de lo divino. Todo mundo lo venera y, cuando sale un aparatito nuevo de su invención, hay quien hace cola para comprar uno antes que los demás. Eso te puede enorgullecer, lo entiendo, pero no sabes cuántas habilidades nos quitan esas maquinitas. Ya casi somos incapaces de reconocer el olor del viento y de enamorarnos de un atardecer. Tal vez porque la técnica nació con tu violación del orden divino y, por consiguiente, tiene el estigma de esa culpa originaria. En fin. Quería comentarte algo sobre tu condena al picotazo. A ver qué opinas. El hígado es el órgano de la depuración y la transformación. Nos sirve para eliminar sustancias contaminantes que no podemos asimilar y, participando en el metabolismo, convierte la materia bruta en energía nutritiva. El hígado es el órgano que elabora los elementos externos para las necesidades internas. Además, representa el valor, la valentía. Creo que te picaron el hígado tan cruelmente para que entendiéramos que ir contra el orden divino (ahora le llamamos destino, suerte, hado, karma, pero es lo mismo) es un error que nos lleva al sufrimiento. También para que, mientras seguimos creyendo ser individuos aislados de la otredad, sigamos lejos de todo lo divino que se puede alcanzar con la fe, la imaginación, el amor, la poesía, y que puede transformarse en vida realmente vivida. Creo que con tu pena nos quisieron decir que lo divino no se puede traducir del todo a lo humano, hasta que no dejemos de creernos humanos. Esos tres mil años de picaduras en el hígado deben haber sido tremendos. Pero Zeus autorizó tu liberación y ahora eres inmortal. Nosotros, al contrario, seguimos echándole ganas, co mo decimos aquí, para poder comer lo que nos hace vivir y nos hace, al mismo tiempo, morir

Atentamente,

Un legatario de tu robo y de tu culpa


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n la historia literaria hay algo que se llama “novela canalera”, subgénero literario creado por especialistas de literatura latinoamericana para designar un conjunto de nono velas que han recreado la experiencia histórica y humana del Canal de Panamá, inaugurado en 1914. Especialistas de las más diversas universidades, tanto de las Américas como de Europa, como Alfredo Figueroa Navarro, Werner Mackenbach, Sonja Watson, Rhonda Denise Frederick, Valeria Grinberg Plá, Humberto López, Frances Jaeger, Maida Watson, Aristides Martínez Ortega, Ifeoma Nwankwo, Margarita Vásquez y Damaris Guerra Serrano, coinciden y coincidirían en que el fundador de este género fue el escritor panameño Joaquín Beleño con sus cuatro novelas Luna Verde (Diario dialogado) (1941), Gamboa Road Gang (1960), Curundú (1963) y Flor de Banana (1965). Especialmente Gamboa Road Gang, que se basa en un hecho sucedido en la exantigua Zona del Canal (territorio panameño administrado por los estadunidenses), cuenta la historia de Atá en la prisión de Gamboa. Atá es un joven panameño, bastardo, de padre estadunidense y madre barbadiense, condenado a cincuenta años de prisión por haber “violado” a una joven estadunidense. En Atá, que no es negro ni blanco pero sí chombo-blanco, se concentran todos los prejuicios, el complejo racial de un país que consideró a los negros y, especialmente, a los negros antillanos (llamados despreciativamente chombos) que construyeron el Canal, como una especie inferior y no perteneciente a la nación panameña, pues no eran católicos y, sobre todo, no hablaban castellano. La literatura, en este sentido, es clave para comprender la compleja historia de Panamá. Hasta que apareció la novelística de Joaquín Beleño, el Canal de Panamá no era parte del universo literario de los panameños. Al contrario, todo lo que giraba en torno al Canal era como un mundo aparte. Ya en las décadas de los años veinte y treinta del siglo pasado, académicos, ministros y negociadores de tratados del Canal definían a la población de la Zona del Canal como una “raza extraña”; por ejemplo, Ricardo J . Alfaro, refiriéndose a los anglosajones/estadunidenses. Un periodista como Olmedo Alfaro en El peligro antillano en la América Central (1924) tituló “Defender a la raza” el primer capítulo de su ensayo en contra de la presencia

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antillana en el país. Tampoco hay que olvidar que, en 1941, los antillanos habían sido despojados de su nacionalidad panameña al ser considerados dentro de la categoría “razas de inmigración prohibida”. Hasta bien entrada la década de los sesenta, los intelectuales panameños asociaban el Canal de Panamá a la pérdida de la nacionalidad, la degradación moral, la prostitución, la ocupación, el colonialismo y el racismo. Pero, por cierto, olvidaban que los mismos panameños practicaban y habían practicado el racismo y la exclusión dentro de sus propias fronteras, como se puede apreciar muy bien en la novela de José Isaac Fábrega Crisol (1936), texto racista que, en función de restituir una cultura hispánica, aborrece y denigra a los negros caribeños y convierte al español –dictaminado desde arriba– en la lengua de la llamada cultura panameña. Dentro de este contexto, entonces, surge la literatura de Joaquín Beleño. Con Luna verde había ganado ya el Premio Nacional de Literatura en 1941. En esa novela encontramos una voz crítica y fragmentada que recorre la ciudad de Panamá. Pero es sobre todo con Gamboa Road Gang y Curundú que la Zona del Canal no es con-

tada desde afuera sino desde adentro, con personajes que viven en el interior del monstruo. Es aquí que se rompe una frontera, un tabú, transgresión que llevó, sin embargo, a que el crítico panameño de la literatura local, Rodrigo Miró, escribiera lo siguiente con respecto al tema de Beleño: “Es una parte mínima de la realidad de Panamá.” (1972). No obstante, era imposible tapar el sol con la mano porque el Canal de Panamá (y la Zona del Canal, un territorio de mil 432 kilómetros cuadrados administrado por los estadunidenses), no sólo era el proyecto de ingeniería que consagró el dominio de Estados Unidos en la región, tras el fracaso del Canal Francés en el último tercio del siglo xix y la derrota de España en la Guerra del ’98, sino todo un proyecto de sociedad, una especie de socialismo de Estado subsidiado –con su estructura rígida de clases y castas– en el mismo centro de una república, cuya soberanía no era ejercida sobre todo su territorio.

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“Panamá es considerado como la caricatura de los países latinoamericanos. Definido como ‘nación artificial’ o ‘república de opereta’ por infinidad de intelectuales, quienes ignoran su historia –aun a finales del r Ma

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siglo xx–, el istmo pareciera estar destinado a encarnar una suerte de deus ex machina. con todo, tales pareceres son falsos.”

ALFRedo FigueRoA nAvARRo. (sociólogo, educador y escritor). Nacido en la ciudad de Panamá el 7 de octubre de 1950

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“Pero esa misma generación que en un momento crucial se creyó con el derecho de humillar a todos, pronto se quebró ante la vida y sus múltiples intereses. El hogar con sus nuevos problemas; la competencia como profesionales; la traición de altos cabecillas que se entregaron en manos de los oligarcas sin conciencia que dominaban el país; el deseo de ocupar altas posiciones en los estadios políticos y administrativos del gobierno, hicieron derrumbar toda la gallardía y soberbia de la generación de la post-guerra que se desplomó víctima de sus propias contradicciones... ”

En efecto, al lado de Joaquín Beleño no podemos olvidar la novela de César a . Candanedo, La otra frontera (1966), un clásico de la narrativa canalera. Tampoco sería justo olvidar al ecuatoriano Demetrio Aguilera Malta que, con Canal Zone (1935), fue un precursor de la novela canalera. No obstante, hay todo un grupo significativo de novelas y textos que, en Panamá, como en los estudios literarios sobre el Canal de Panamá y la inmigración caribeña, pasan normalmente desapercibidos por la crítica porque han sido escritos en inglés, confirmando así la vieja línea que excluye al “Otro” sea por lengua, cultura o religión. En este sentido, habría que mencionar a dos autores precursores en el Caribe que, en inglés, escribieron textos muy significativos con respecto al tema canalero: Herbert g . de Lisser, con Susan Proudleigh (1915), y Eric Walrond con Tropic Death (1926). Este último fue, además, precursor del importante movimiento cultural y literario del Harlem Renaissance en los años veinte del siglo pasado en Nueva York y trabajó junto con Marcus Garvey. ¿Y en el mundo francés? Allí tenemos la novela de la guadalupana Maryse Condé que, con su novela La Vie Scélérate (1987), recrea la vida de un joven caribeño que va a trabajar al Canal de Panamá; a este personaje, por cierto, se le conoce también como Panama Man y ha sido objeto de una canción del cantaautor panameño Rubén Blades: “West Indian Man”. Después de la entrega del Canal a los panameños por parte de Estados Unidos en 1999, el tema canalero en la literatura no ha dejado de trabajarse en la ficción. A pesar de que algunos se resisten a incluir este tema en sus textos por considerarlo del pasado o ya agotado, se han publicado novelas que han recreado, si bien no directamente el Canal, sí a todo lo que ha tenido que ver con el mismo; están, por ejemplo, la novela de Gloria Guardia, El último juego (1977); la de Carlos Guillermo Wilson, Los nietos de Felicidad Dolores (1991); de Rosa María Britton, No pertenezco a este siglo (1995); de Rafael Ruiloba, Manosanta (1996); del autor de estas líneas, Sueño americano (1999); de Justo Arroyo, Vida que olvida (2002), y de Juan David Morgan, Con ardientes fulgores de gloria (1999) y Caballo de Oro (2006). Finalmente, la magnífica novela del colombiano Juan Gabriel Vásquez, La historia secreta de Costaguana (2007). Esta selección, por supuesto, no puede olvidar a los poetas, dramaturgos y cuentistas que, como Gerardo Maloney, Carlos Russell y Melva Lowe de Goodin –los tres de origen antillano–, han recreado el tema del Canal en diferentes términos, pero todos coinciden en un punto: el Canal como experiencia humana que, en el Caribe, implicó la primera gran inmigración y movilización de caribeños de la región después de la esclavitud. Todas y cada una de estas obras recrean a un país que no ha terminado de cerrar un capítulo que determina su historia: el Canal de Panamá

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LEER

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La semana escarlata y otros relatos, Fracisco Tario, Lectorum, México, 2014. Filosofía para desencantados desencantados, Leonardo da Jandra, Atalanta, España, 2014.

EL INDISPENSABLE TARIO R.G. WOLFFER

“…provocación en pos de la sabiduría, confrontación que busca complicidad, no enemistades, estímulo para la disensión y para el conocimiento del extraño o del otro”: así define Guillermo Fadanelli la naturaleza del discurso del narrador, ensayista y filósofo Da Jandra, y aunque el prologuista se refiere concretamente al contenido de este volumen, la definición bien vale para toda la obra dajandriana; quien lo ha leído sabe que esa aparente hostilidad en el tono y la intención de este chiapaneco alguna vez avecindado en España y más tarde en la costa oaxaqueña, no es sino la parte más visible de una búsqueda profunda: precisamente la de asideros para no caer en alguna o algunas de las simas contemporáneas del espíritu, tales como el desencanto, el escepti‑ cismo y, en general, eso que ciertos pensadores denominan neonihilismo. Conciso, breve, metódico y también vehemente, Da Jandra levanta su espada teórica en contra de diversos propugnadores de una desespe‑ ranza contemporánea habitualmente traducida en egoísmo, aislamiento social y una relativización ética que conduce no sólo al desencanto sino a la desolación y, por esa misma vía, al extravío de cualquier sentido que pueda orientar la vida. Como bien avisa Fadanelli, podrá el lector discre‑ par de una o más de las afirmaciones tajantes, casi dictums, que inundan el discurso del autor de esta Filosofía para desencantados, pero en lo que no podrá estar en desacuerdo es en lo conveniente que sería lograr aquello que Da Jandra busca: instaurar, primero a nivel individual y de inmediato colectivo, a la vitalidad y a la responsabilidad como las rutas preferentes para transitar el mundo.

In memoriam Arnaldo Córdova (1937-2014)

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ario ha tenido la discutible suerte de no haber sido raptado por la oficialidad, así como el discu‑ tible privilegio de ser acogido, pero como a escon‑ didas, por cultos y culteranos. Como sus coetáneos Arreola y Rulfo ha pasado a mejor vida: ésa donde sólo se le juzga por su obra literaria, ya no por sus posibles excentricidades o por su contraposición a las camarillas editoriales, como se deduce de la falta de becas, reconocimientos o premios durante su vida terrena. Luego de que la editorial Lectorum hiciera hace casi una década la única recopilación reciente de todos los cuentos de Tario, ahora publica este deli‑ cioso libro con una buena selección (¿cuál no lo sería, vista la calidad de Tario?) para ofertar de nuevo a este autor que no debería dejar las librerías. Tario escribía de las partes oscuras de todo hombre, a partir de la individualidad que torna a universalidad. Podría concluirse, si se le equipa‑ ra con sus personajes, que era un hombre solitario, ajeno a su entorno, despreocupado de hacerse notar como mexicano. Apenas situados en una localidad específica, reconstruye a sus protagonistas. ¿Cómo podría agradar esto a la oficialidad literaria, si por produc‑ esas fechas era básico que la produc ción cultural fuera identificada como mexicana, lo suficiente para poderla exportar? Tario gusta de hablar y de mofarse de los delirios humanos: los saca de la zona oscura de la mente, los exagera, y nos muestra que cual cual‑ quier lector podría estar en las mis‑ mas condiciones que el histérico cruel, o que el creyente de fantasmas que termina de marido cornudo, o que el sociópata empedernido que piensa en cómo hacer repugnante el mundo para todos. Tario cuenta sobre lo deshumanizado y lo deshu‑ manizante, para evidenciar que una parte inexpug‑ nable de todo humano estará siempre sola y aislada, no sólo geográficamente, sino en su percepción de lo inmediato y de su propia “realidad”, en el implacable dominio de lo onírico. Esa forma de ver la vida tras‑ mina incluso al amor, tema ineludible. Desde los desconcertantes amores de “La puerta en el muro”, a los angustiantes amores de “Yo de amores qué sabía”, Tario muestra que, junto con la felicidad que uno supondría en el amor filial o el conyugal, también hay una sombra amenazante que camina al lado del objeto de nuestro amor. El rasgo más desconcertador de Tario es el juego de la muerte: la encuentra en lo más cotidiano y la asimila a la imaginería nacional en un suspiro que recorre las casas o que se vuelve un rumor, casi un insecto, que presagia la partida de la propia alma: “La noche de los 50 libros” apenas es un esbozo de lo mórbido con lo grotesco y la necesidad creativa: “escribiré libros que estrangulen conciencias, que aniquilen la salud, que sepulten los principios y trituren las virtudes. Exaltaré la lujuria, el satanis‑

mo, la herejía, el vandalismo, la gula, el sacrilegio: todos los excesos y las obsesiones más sombrías, los vicios más abyectos, las aberraciones más tortuosas”. La peculiaridad principal de leer a Tario es que cada texto puede ser un nueva aventura sin ninguna rela‑ ción con la anterior. El personaje de “La noche”... es un deforme y repudiado amante de los libros, en cuya lectura y creación se refugia luego de ser golpeado o insultado por familiares, maestros y compañeros; pero disfruta su condición y saborea la tortura que aplica a animales y niños: es un pequeño monstruo que asume su condición. Habrá quien quiera asimilar al autor a esta peculiar creación (o a las demás que se regodean en lo extraño), pero una parte de todo lector habrá de reconocer esa zona física o mental de sí mismo que le resulta inadmisible, pero sobre la que tiene un placer culposo (y que le da permiso para destrozar cuanto se le acerca). Igual sucede con “Un inefable rumor”, donde el próspero comerciante que pernocta para la reunión del ramo es perturba‑ do por un extraño rumor del que no logra encontrar la procedencia, hasta que la ira se apodera de él y lo lleva a morir con el sonido de su alma dándole tumbos por todos lados. En su frenesí, “hallábase actualmente en el centro de un universo mágico, plena y definitivamente identificado con él y apar‑ tado por completo de las mezquinas contingencias profesionales…” Estos relatos son una invitación magnífica a leer toda la obra del autor. Tario es una presencia ineludible en las letras mexicanas. Su lectura resul‑ ta obligatoria para cualquiera que se precie de conocerlas • Un humanista del siglo xx, Marcel Bataillon, Jacques Lafaye, Fondo de Cultura Económica, México, 2014.

EL HUMANISTA VIGENTE RICARDO GUZMÁN

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obre la obra de Bataillon (Dijon, 1895‑París, 1977) hay mucho escrito. Bastaría considerar el tamaño de su producción: más de quinientos escritos, libros, colaboraciones en ciento diez revistas. Acompañó a plumas que en México son más que respetadas: Reyes, Edmundo O’Gorman, entre muchos otros. La obra de Bataillon nos sorprende, no sólo por el tamaño y profundidad de sus escri‑ tos, sino por la afición a la lengua española y por las lecturas novedo‑ sas de clásicos, muchos españoles, que nos resultan cercanos. Al hacer su ensayo sobre La Celestina, de Rojas, pretende explicar qué quiso decir el propio autor en su libro. Resulta destacable que Batallion, entre la enorme producción litera‑ ria española, hiciera un alto consi‑ derable en la novela picaresca y sus alcances. Reduce la importancia de El Lazarillo de Tormes como precur‑ sora del género: importa más la eficacia del texto en su momento de publicación y cómo fue acogida por el público con posterioridad, que la clasificación que gusta tanto a los doctrinarios de la literatura. Destaca la vigencia del género autobiográfico para mostrar uno de los legados del Lazarillo. Hispanista profundo, Bata‑

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llion fue de los primeros en establecer la impor‑ tancia de Erasmo en España (nombra así uno de sus libros señeros) y mostrar sólo algunos rasgos de su quehacer literario y de análisis de la sociedad que le toco vivir. Llevado en parte por la tradición literaria espa‑ ñola que se nutrió de la historia mexicana, pero, sobre todo, por su relación con Alfonso Reyes, Bataillon también se ocupó de América: refutó a O’Gorman y situó ese “descubrimiento” fundamen‑ tal en nuestra historia como un “descubrimiento de hombres”: buscó la interiorización en las socieda‑ des criollas, rectificó la imagen del indio y dimen‑ sionó “la transición del finalismo trascendental del ‘gobierno divino’ al finalismo inmanentista del progreso humano”. Como en sus trabajos euro‑ peos, buscó en las fuentes: autores como Las Casas y otros son revalorados. Incluso toca a Colón, por los trabajos de Las Casas. Establece la importancia de los trabajos de Erasmo: cuando en Europa es una lectura inconfesable, en México se lee como una parte de la evangelización; menciona a varios evan‑ gelizadores indirectos (los que influyeron en quie‑ nes hicieron el trabajo directo). La forma en que el Nuevo Mundo fue recibido en Europa y en las comu‑ nidades locales, especialmente las criollas, también formó parte de sus investigaciones. Quetzalcóatl y la Virgen de Guadalupe eran inevitables en su estu‑ dio integral. El texto presenta, como un buen agregado, parte de las cartas intercambiadas por Bataillon con Reyes y otros destacados autores. Entre líneas reve‑ lan cápsulas de las conclusiones del autor y algu‑ nas preferencias (o repudios, como a las entrevis‑ tas: “esa moderna caricatura del diálogo”). Un libro interesante para rememorar a un histo‑ riador cuyos alcances siguen vigentes, incluso sin saberlo sus usuarios •

Mala farma, Ben Goldcare, Paidós, España, 2013.

Sospecha, mito urbano, rumor o secreto a voces, pero casi nunca certidumbre: la nula ética de los grandes laboratorios farmacéuti‑ cos, trasnacionales todos, que a la supuesta misión principal para la que han sido creados anteponen la mucho más pedestre de obtener ganancias económicas, así como la de prevalecer por encima de sus competidores. Neoliberalismo puro, en pocas palabras, a partir del cual es posible especular acerca de enfermedades inexistentes y enfermedades curables deliberadamente mantenidas como lo contrario, para vender mejor. De estos y otros

males, no clínicos por cierto, habla Goldcare en este libro incómodo para esa que ojalá no fuese posible llamar industria médica, puesto que el sustantivo prima sobre el adjetivo. Un tanto extraño para la usual seriedad de Paidós, vi‑ sualmente la edición tiene rasgos de banalidad, pero no desconfíe el lector: incluso a pesar del mal gusto de avisar, en portada, que Goldcare es “autor del bestseller Mala ciencia”, esta suerte de continuación del citado libro no carece de seriedad. Baste mencionar algo del currículo autoral: este inglés de nacimiento trabaja en el servicio nacional de sanidad británico, es autor de una columna sobre ciencia en el diario The Guardian y suele asestar atinados golpes a toda suerte de pseudociencias, alarmismos médico‑ sanitarios (un Goldcare nos habría venido muy bien hace poco, cuando la supuesta epidemia de influenza), mitos paracientíficos y, materia de este volumen, intereses farmacéuticos, en realidad bastante menos preocupados de lo que deberían por eso que uno imagina es lo único que justifica su existencia: la salud.

Comandante. La Venezuela de Hugo Chávez, Rory Carroll, Sexto Piso, España, 2013.

Más que un pajarito que le dice cosas al oído a Maduro, el actual presidente venezolano, Hugo Chávez representa con toda claridad un antes y un después en la historia contemporánea de ese país hermano al que nadie deja en paz principal‑ mente por ser, como bien se sabe, depositario de un porcentaje altísimo de las reservas mundiales de gas y petróleo. El contexto y la historia concreta de Chávez, el estado de las cosas en una Venezuela al mismo tiempo esperanzada, convulsionada, confrontada hacia fuera y hacia adentro, los aciertos y las contradicciones, las posturas tanto conciliables como irreconciliables de propios y extraños: esto y más es analizado, con aceptable objetividad, por el periodista Carroll, que trabajó como corresponsal en Caracas para The Guardian durante seis años.

La Jornada Semanal

El domingo 29 de junio apareció en La Jornada Semanal núm. 1008 (pág. 11) una breve nota sobre otra traduc‑ ción de Pedro Páramo al húngaro. Ahí se afirma que se trata de “la única lengua europea en la que no había aparecido el Pedro Páramo de Juan Rulfo”. No es así: en 1966 apareció la primera traducción de la novela de Rulfo al húngaro, en la editorial Euró‑ pa Könyvkiadó. El traductor fue Giör‑ gy Hargitai. En 1978 el mismo editor publicó de nuevo dicha traducción, acompañada por la de El Llano en llamas, en un solo volumen, con Ana Belia y Pál Kürti como traductores de los cuentos. Por otra parte, y para evitar esta clase de equívocos, la Fundación Juan Rulfo ha solicitado hace un par de meses a la Agencia Carmen Balcells que no acepte propuestas para tradu‑ cir la obra de Rulfo que involucren financiamiento del gobierno mexica‑ no, como fue este caso, pues está claro para nosotros que, por sus propios méritos, no necesita de ese apoyo. En la actualidad la obra de Rulfo está vertida a más de medio centenar de idiomas y se encuentra en librerías de unos ochenta o noventa países, todo ello a cargo exclusivamente de sus editores extranjeros. Víctor Jiménez Director de la Fundación Juan Rulfo.

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@JornadaSemanal

EL ROCK, LITERATURA Y EXPERIENCIA Xabier F. Coronado

Aclaración de la Fundación Juan Rulfo

próximo número

Antropología, contracultura y rock jsemanal@jornada.com.mx

La Jornada


ARTE Y PENSAMIENTO ........

Francisco Torres Córdova

Ricardo Venegas

Infierno Para obtener el dinero que creía que le haría falta, al pobre Andrés no se le ocurrió nada mejor que venderle su alma al diablo. Se vieron en la Tapo. Andrés compró unos pastes, pidieron dos americanos y se sentaron a una mesita. Andrés se hallaba tan impaciente que despertó lástima en el diablo. –Debo recordarte que mis ayudantes te cubrirán de carbones encendidos, te encadenarán con hierros candentes, te arrojarán a lagos de sangre ardiente; y eso es el principio. Además... –Si logro vivir en paz unos años –lo interrumpió Andrés–, no me importa. Quiero escapar del infierno en que vivo. Quiero... –No me has dejado terminar –lo interrumpió el diablo–; ése es el trato que reciben todos, pero además... –No te imaginas lo que es mi vida... –¡Déjame terminar! Además, cada condenado tiene algún suplicio propio. Y el tuyo... –¡No! –suplicó Andrés, que había adivinado. –Sí –dijo el diablo, y supo que había perdido el negocio–. Allí estará Dafne también •

Rogelio Guedea AL VUELO Cuerpo y Estado Pienso, a veces, que mi cuerpo es mi país, y que, una mañana, al despertar, me encuentro con que mi mano derecha le ha cortado un dedo a mi mano izquierda, mi ojo derecho ha puesto una venda sobre su vecino y mis muelas del juicio han entrado en batalla con los incisivos, ésos que aparecen siempre primero cuando sonrío. El asunto es que, al despertar, me encuentro con una disputa a muerte entre las partes de mi cuerpo, todo por la envidia de unas o la ambición y el egoísmo de las otras. Entonces yo, agradecido por haber despertado a tiempo, como presidente de mi cuerpo, empiezo a meter en cintura a manos, ojos, muelas, no sólo para salvarlos a ellos de la desgracia, sino, aún más importante, para asegurarme la vida yo mismo. Pienso, a veces, que mi país es como mi cuerpo, y que, a veces, el Estado olvida que la destrucción de sus partes (sociedad civil, instituciones de justicia, autodefensas, etcétera) es, finalmente, la ruina de sí mismo •

Dagas y puñales en la lengua

L

a polémica decisión de Conapred de sancionar y al mismo tiempo defender ante la fifa el uso del vocablo “puto” en los estadios de futbol, con una suerte de doctrina que predica pero no practica, ha despertado las heridas de muchos sectores de la sociedad. El Corominas menciona que es un vocablo italiano antiguo (putto), que equivale a “muchacho”. La rae advierte que uno de sus usos es: “Hombre que tiene concúbito con persona de su sexo.” A simple vista, la palabra parece inofensiva, pero es en la última acepción en donde la controversia se ha enfocado. A nadie le es ajeno que miniaturiza a quien se le adjetiva como tal. Lo curioso es que en algunos diccionarios sólo aparece “puta” y no “puto”, como forma de reivindicar la visión varonil de la cultura, y en este caso de la lengua. A muchos nos les parece tan grave su uso, pues al radicar en lugares en donde decirle “puto” a alguien parece tan cotidiano y llevadero, es nada frente a una mentada de madre, verbigracia. Hay quienes sostienen que los partidos son más amenos y que el grito de marras ha contribuido a la unidad nacional. Algunos aficionados aseguran que no se trata de una ofensa;“es más un desfogue en el momento”, afirman categóricos. Hay preguntas que saltan al meditar el uso de aquella voz. ¿Por qué depositar la imagen del país en los gritos de unos cuantos?, ¿serán éstas las primeras veces que la afición mexicana grita “puto” a todo pulmón? Sabemos que no, y es tanto como prohibirle el temperamento a alguien, o bien, responsabilizar a todos los mexicanos por los gritos de unos cuantos pudientes –y algunos que obtuvieron su boleto a cambio de una corcholata– con alma de verduleros (y hay vendedores de legumbres más educados que muchos que presumen sus títulos universitarios). Por lo tanto, sancionar esto es una medida tan hipócrita y falaz como la prohibición del uso de la minifalda. Una palabra como “puto” en México (quizá variante de “hecho en México”), que ha alcanzado ya la polisemia (puto es el hombre que anda con muchas mujeres, al que le gustan los hombres, el cobarde, el indeciso, el equivalente a una fémina, el rival al que se descalifica, aquel a quien simplemente se quiere minimizar o empequeñecer) será difícil de erradicar, y por ello imposible borrarla del florido léxico del mexicano. Ha echado raíces tan profundas que incluso en una celebración se escucha “a huevo, putos” como símil de “claro que sí, amigos”. Lo extraño es que, al asumir este vocablo como un insulto, haya quienes reclamen sus derechos como si hablaran en nombre de la humanidad. Lo cierto es que hay feminicidios, secuestros, ejecuciones, abusos, maltratos, desapariciones forzadas para las cuales no es necesario pertenecer a un sector determinado. ¿No sería más sencillo, incluyente y justo defender la vida y la dignidad del ser humano, del mexicano, tanto de los insultos como de la delincuencia? •

ftorrescordova@gmail.com

MONÓLOGOS COMPARTIDOS

MENTIRAS TRANSPARENTES

BITÁCORA BIFRONTE

ricardovenegas_2000@yahoo.com

Felipe Garrido

6 de julio de 2014 • Número 1009 • Jornada Semanal

Alba propicia

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ucho antes de las fibras que convergen en la letra, son mirada abierta y pensamiento a la deriva las palabras del poema, un desorden de ideas, sensaciones y sonidos, y una sed vaga y sin embargo minuciosa que perturba vísceras y sueño. Mucho antes de los labios o las manos que las ponen en el aire; de la incierta voluntad que cristalizan o al menos eso perseveran con su antigua inocencia inquebrantable, apenas son aliento y tacto de las cosas en el mundo, rumor de uno mismo o de los otros que a veces nos aturde o acaricia en una tibia y larga duermevela o en el suave temblor que nos dejan en el alma los golpes del dolor o de la risa. Porque a eso expone su silencio y lo guarda y lo cultiva, aunque parezca en otra parte imprecisa y desmedida, distraído o soñoliento, ocioso o aturdido, absorto en una lejanía sin motivo ni horizonte o a la orilla de las duras exigencias de la vida y sus muchas obediencias sin remedio, para que el poema sea, el poeta se concentra en esa íntima intemperie y se arriesga a sus encuentros y extravíos. En rigor, si es genuino, no hay poema sin peligro. La palabra que toca al mundo, si en realidad lo toca, el mundo la toca, la ciñe y la desmaya, la desarma, la seca y la vacía, y si resiste la devuelve reciente a la garganta de las cosas que conceden al fin su resonancia.“Los hombres nunca saben/ cuánta dulzura y cuánto/ quebradizo silencio/ hay en una palabra”, dice Efraín Huerta. (“Verano”). De ahí la ternura y la violencia que afloran en los roces de la voz con el sentido, y también, en el esfuerzo de sangre y pensamiento que pulsa en el poema, a veces un atisbo de verdad y de justicia ante los muros del horror y del absurdo que tanto nos hacemos. Sólo así en la palabra emerge el calor de la persona, no la lisura congelada de su estatua; la textura de un rostro cruzado con las sombras y destellos de la duda y el acierto si lo fuera, no la máscara perfecta de su mueca de fama y suficiencia. De inasible y contemplada a la distancia, el alba por ejemplo se desdobla entonces en un recinto propicio para hombres locos y valientes, “caídos de sueño y esperanza”. Cómo si no de esa manera hacer la voz que dice el cuerpo amado y ebrio, vulnerable en su belleza y apenas contenida su miseria en el amparo de un abrazo; cómo sin esa valentía tallar los goznes y peldaños que articulan y elevan la rabia o la plegaria para que no sean en la boca sólo ruido o sumisión, o la esperanza lúcida y rebelde que denuncia y participa, o el juego, el sarcasmo y la ironía que atrapan por el pelo a la conciencia y sus tantas cobardías. Porque hay voces que se atreven y otra cosa no esperan de sí mismas, y aun si desfallecen así se buscan y se piensan: “Si mi voz fuese nube, ira o silencio/ crecido con el llanto y el amor;/ si fuese luz, o solamente ave/ con las alas cargadas de tristeza;/ si el silencio viniese, si la muerte…// ¿Adónde ir con ella, iluminada/ con fuego de gemidos y caricias/ y gérmenes de mustias esperanzas?// Y una voz humana:/ –Donde no existan lágrimas de odio,/ ni pantanos con rosas y claveles.// Mi voz es la saliva del olvido,/ como pez en un agua de naufragio.” (“Primer canto del abandono”, Efraín Huerta.) •

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Jornada Semanal • Número 1009 • 6 de julio de 2014

........ ARTE Y PENSAMIENTO LA OTRA ESCENA

Miguel Ángel Quemain quemainmx@gmail.com

cleta, las periferias del teatro cleta : crónica de un movimiento cultural artístico independiente (Citru/ inba / cnca , 2013), de Julio César López, es un libro dedicado a la indagación sobre el tránsito de cleta en la cultura artística mexicana que muestra diversas zonas de la política y el periodismo cultural, también algunos desarrollos artísticos que corrieron paralelos y otros que, por su ausencia en ese proceso, muestran las equidistancias creativas de nuestro entorno creador. De manera oblicua, Julio César se atreve poco a señalar, de manera directa, el mundo autoritario en el que se convirtió cleta, opta por tratar de mostrarlo en la multiplicidad de testimonios que recoge. Procede más como un periodista que muestra sus fuentes que como un investigador

que ensaya a partir de la recolección informativa. Sin embargo, no deja de mostrar sin idealismos y filiaciones cómo cleta pasó de un horizonte autoritario a otro igual de autoritario (aunque más primitivo), con un discurso aparentemente revolucionario, militante y liberador. La bibliohemerografía muestra una gran pobreza sobre la reflexión temática: no hay libros que documenten y reflexionen sobre ese momento. La mayor riqueza es hemerográfica y es parcial. pues sólo unos cuantos medios y unos cuantos periodistas culturales documentaron ese periplo (Miguel Ángel Pineda –sin duda el mejor trabajo de reporteo e interpretación-, Juan Miguel de Mora, Olga Harmony, Manuel Blanco, Merry Mac Masters, Félix Cortés Camarillo, Miguel Guardia, Rodolfo Rojas Zea, Fernando de Ita, Antonio Magaña Esquivel y Malkah Rabell). Los apéndices siempre me han parecido espacios en los que el investigador muestra que no pudo hacer algo más creativo con la información que tiene o que no puede renunciar a colocar en un cuarto de trebejos lo enorme de un tema que tiende a ser ilimitado por las raíces y las ramas de que está compuesto. Claro, también sirven para que el lector saque sus propias conclusiones cuando se trata de un universo fundamentalmente cuantitativo, pero aquí no es el caso. La investigación de Julio César López ilumina también un territorio del periodismo donde se especula permanentemente sobre sus grandes momentos, sus figuras y los aspectos que definen un territorio que incluye el tema del trabajo de campo a través de la crónica, la entrevista y la cobertura informativa y, por otra parte, el de un periodismo de opinión que se expresa a través de la llamada crónica teatral, que a veces es reseña y en otras ocasiones alcanza la dimensión de la crítica, del ensayo breve. De 1973 a 2007 hay un recorrido de prácticamente tres décadas en las que el periodismo cultural ha sido ejercido

por una generación de periodistas que han transitado del ejercicio del reporteo al de la edición, la crítica y el ensayo, pasando por el reportaje de fondo y la crónica. Muchos de ellos desaparecieron con la creciente inanición de sus secciones culturales, el desinterés de sus editores y la falta de continuidad y solidez en su equipo de reporteros, priorizando a los “jóvenes”. La desaparición de estructuras que sostenían desarrollos que se iniciaron antes, durante y después de los años setenta, fue consecuencia del desgaste, cambio de administración o de propiedad de algunos medios de comunicación impresos, que por su desvanecimiento condujo a cambios importantes en la apreciación, cobertura y profundización de las artes escénicas en general y del teatro en particular. Me refiero a medios como El Heraldo de México, Novedades, The News, El Día, Excélsior, el semanario Punto, revistas como La Cabra, Escénica y Gala Teatral, así como el diario El Nacional y sus suplementos. Este trabajo carece de la visión que adoptaron los medios electrónicos en esas décadas. Tal vez la ausencia de mecanismos de consulta de las emisiones que hoy posibilita internet impidió contar con testimonios que ampliaran el registro. Queda por comentar el registro de las políticas culturales que hoy ya no incluyen del mismo modo a campesinos, obreros e indígenas que, desde las instituciones priizadas, eran considerados como el subsuelo de la patria, victimizados por oportunistas que le sacaron mucho provecho a sus situaciones desventajosas y reprimieron liderazgos auténticos. Empero, se trata de un libro fundamental para trazar la historia de un concepto que hoy tiene muchas aristas y que permite trazar el registro de prácticas culturales diversas, que van desde la planeación hasta el periodismo (¿a quién le importa el teatro?) y la creación artística: ¿qué es el teatro independiente? •

BEMOL SOSTENIDO Alonso Arreola

@LabAlonso

Lora, Los Locos, Batiz y La Revo. Piedras rodando

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ACE UNOS DÍAS LA revista Rolling Stone México tuvo un acierto histórico a manos de su director (Benjamín Salcedo) y editor (Alejandro Carranco). Con motivo del lanzamiento de una edición especial dedicada al rock latino de los años setenta (volumen 2) organizaron un concierto en el Plaza Condesa del Distrito Federal con Alex Lora, Los Locos del Ritmo, Javier Batiz y La Revolución de Emiliano Zapata. Por su relevancia y pese a la nutrida concurrencia, nos desconcertó que asistieran tan pocas figuras de la escena nacional. No diremos que su ausencia es la de los malagradecidos, flojos o ignorantes, pero sí que perdieron unas buenas clases de rock básico y la oportunidad de pagar respeto a figuras que, más allá de “su edad”, han diagramado leyes sobre cómo comportarse en el tinglado, cómo manipular un instrumento y cómo interpretar su lírica. Tal parece que los espantó la lluvia veraniega. Así de frágil se ha vuelto nuestro rock. Lora, el científico. Ponernos en plan biográfico resulta innecesario. Alejandro Lora ha estado al frente del Tri por más de cuatro décadas y, aunque muchas veces nos desconcierte su pluma, ha producido un cancionero insoslayable para incontables melómanos urbanos (treinta y siete discos). Cuando en este país no se escuchaba música en español, cuando no había conciertos, hubo la posibilidad de acercarse al rock gracias a voces como la suya. Es así. Fincado en una personalidad regañona, lo de Lora es entretener al público a través de una rebeldía ligera; conquistar la victoria desde su infalible laboratorio mental. Porque hace mucho que conoce la receta para nadar a contracorriente y gobernar la noche sin golpes de timón. Todos frente a él terminan sometidos, aunque su banda no suene tan bien, aunque a veces se vea tan ridículo, aun-

que sus peroratas sean tan complacientes y su técnica tan pobre. En otras palabras: el Lora de hoy subsiste sin exigirle nada al Lora de ayer, quien sigue conforme con el Lora de antier. Siendo honestos, mejor así porque no queremos a un Lora del futuro que esté fuera de foco. El de hoy cumplió y se fue a hacer maletas para su gira en Estados Unidos. Ni tan locos. Los Locos del Ritmo se llevaron la noche. Aplanadora aceitada a la perfección, el grupo sólo necesitó encender su “Pólvora” al son de “Aviéntense todos”, “La chica alborotada” y “Tus ojos” para que propios y extraños, viejos y jóvenes, se pusieran a bailar cada quien en su máquina del tiempo. El tecladista José Negrete y compañía, como hace cincuenta años, supo complacer al respetable con “números” (así les dicen ellos) de mayúscula fuerza interpretativa y mejor coreografía, ataviados con trajes idénticos y comportándose a la altura de sus anfitriones. ¡Cuánto se agradece que los de la tarima piensen en la sonrisa de los de abajo! Ahora entendemos por qué los Doors llegaron a ser sus teloneros. Abuelo Batiz. Intentó autohomenajearse verbalmente y resultó confuso. No importa. Tocó erráticamente. No importa. Sus músicos mostraron desconcierto al seguirlo. No importa. Se bajó del escenario para que su guitarra conviviera con los asistentes ocasionando un desastre en el audio del lugar. No importa. Desaprovechó el tiempo tocando demasiados covers. No importa porque a lo largo de cincuenta y cinco años, Javier Batiz ha tenido shows memorables en Latinoamérica, Estados Unidos y Europa y, la verdad sea dicha, no importa porque todos quisiéramos llegar a los setenta años con su energía, haciendo lo que nos gusta. Así, aunque desatendió la ocasión y se entregó a piezas como “Lucille” o “Gloria”, nos gustó que su melena inalterable flotara ante nosotros, recordándonos una tarde poética en el Palacio de los Deportes en un duelo con Santana.

Los virtuosos de la Revo. “La Revoooooo”, gritaba el guitarrista y líder de La Revolución de Emiliano Zapata, Javier Martín del Campo. “A güevoooooo”, respondía el honorable. Acompañado por Servando Ayala, César Maliandi y Daniel Kitroser, el grupo tuvo como invitado especial a José Luis Guerrero (saxofón del grupo Bandido) y sonó finamente. Sin embargo, abordó música tan variada –“Nasty Sex” incluida– que perdió solidez en un acto breve. A ello debemos sumar que, aunque se trata de ejecutantes notables, parecen vivir bajo el yugo de una guitarra que pocas veces cede terreno. Aun así, valió la pena quedarse a escucharlos junto a ese puñado de fieles que, a diferencia de tantos músicos y colegas, no teme que lleguen la lluvia o la madrugada entre semana. Dicho esto, lectora, lector, busque lo hecho por estos y otros pioneros del rock (Peace and Love, La Tribu, Love Army, Tequila, Tinta Blanca, Lucifer, Búfalo, David y Goliat, Luz y Fuerza, San Diego Band, 39.4), pero no pierda atención en los asuntos elementales de nuestro México. Verbigracia: el caso Mireles, las Reformas en Telecomunicaciones y Energía. Buen domingo. Buena semana. Buen rock •

Los Locos del Ritmo


ARTE Y PENSAMIENTO ........

6 de julio de 2014 • Número 1009 • Jornada Semanal

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Jorge Moch

Verónica Murguía

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OY QUE ESCRIBO ESTE artículo, murió la escritora española Ana María Matute. Estaba a punto de cumplir espléndidos, llameantes ochenta y nueve años, y tenía un libro en preparación. Voy a extrañar la imagen de su rostro en los periódicos: la nariz de águila, los ojos vivísimos ceñidos por las arrugas, el pelo blanco: la belleza de una anciana que supo ser al mismo tiempo alegre y melancólica, franca y enigmática. Ironizaba ferozmente sobre sí misma y desdeñaba las alabanzas, pero también apreciaba a los buenos lectores y amaba los libros. Comenzó a escribir muy joven. Terminó su primera novela, Pequeño teatro, a los diecisiete años, aunque la daría a la imprenta una década después. Ganaría entonces el Premio Planeta. Fue prolífica –publicó quince novelas– pero también hablaba con naturalidad de un bloqueo que le impidió escribir durante dieciocho años, años felices, pero ensombrecidos porque en ellos no hubo escritura. Y es que para Matute la escritura no era solamente un oficio: fue la tabla de salvación que le impidió naufragar en las tempestades familiares; el lugar desde donde consideraba el mundo y la pócima para sanar los maleficios de la guerra que la marcó profundamente. Escribo esto y no puedo huir del lugar común: la guerra la marcó. ¿Y cómo no? ¿Quién puede cerrar los ojos ante los muertos? El raro valor que le otorgó después a la vida, a los animales y las flores, quizás procede del contraste de la tierra yerma a fuerza de ser quemada y el mundo que construyó con sueños y palabras. Su obra tenía dos vertientes: la fantasía y la postguerra. Y estas dos vertientes de signo distinto fluían del mismo venero, la infancia. En 2010, durante la ceremonia en la que se le otorgó el Premio Cervantes leyó:“San Juan dijo que ‘el que no ama está muerto’ y yo me atrevo a decir que el que no inventa, no ha vivido.” Matute misma se burlaba de la aparente paradoja de su talante. Se le clasificó como una escritora neorrealista, pero su discurso de ingreso a la Real Academia de la Lengua se tituló “En el bosque” y es una apasionada defensa de la imaginación, en especial la que se expresa en los cuentos de hadas. Quizás por eso sus relatos están llenos de imágenes crueles y tiernas, de cadáveres de niños, de árboles devastados, de jardines donde crece la cizaña. Un día, en una entrevista le preguntaron por qué hay niños muertos en sus libros y contestó con sencillez: “Es que da la casualidad de que los niños también mueren.” Este aplomo tan poco cursi se despliega en el diorama de sus cuentos de hadas, muchos de ellos para adultos, como el inclasificable volumen Los ni-

ños tontos de 1956. En este libro, formado por veintiún cuentos protagonizados por niños, Ana María Matute se revela como una creadora de mitos: los niños juegan, desean, sufren, se transforman, tienen celos, matan y son muertos. La relación de sus protagonistas con la naturaleza es estrecha y tempestuosa, alejada de toda corrección política. El perro, eterno acompañante del hombre, es en estos cuentos la sombra benévola del mundo que atestigua a la distancia los dolores humanos. Es el único deudo en el entierro de un niño, le trata de salvar la vida a otro que desea morir. Rara vez callaba sus preferencias: sabía que muchos críticos y algunos de sus lectores valoraban los libros realistas sobre los de fantasía, pero ella no. El libro que prefería de su producción era Olvidado rey Gudú, un tomo de más de setecientas páginas y que ocurre, naturalmente, en la Edad Media, el espacio temporal de privilegio para los mitos. En el reino de Olar, Gudú llevará la corona, pero está maldito. A pesar de su valor y su belleza, no podrá amar y será condenado al olvido. El ritmo de este libro es el brioso saltarello medieval: el violento contraste entre la ternura y la furia, la carcajada y la muerte dolorosa. Abundan las batallas, los jefes valerosos y crueles, hay un eunuco flaco llamado Tuzo, jinetes bárbaros que se pierden en la brumas de los tremedales, una reina que urde conspiraciones tras el trono (Ardid se llama, para que no haya duda), un príncipe bueno y una princesa tonta. Todo lo mira y lo impulsa u n t ra s g o a f i c i o n a d o a l v i n o que, a su pesar, se va alejando del mundo humano, como fatalmente el mundo contemporáneo se ha ido distanciand o del espíritu para sustituirlo por el tosco culto al dinero y la fealdad. Matute lo sabía y le irritaba. Por eso escribía. Y por eso la voy a extrañar •

En el vórtice del absurdo

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N EL VÓRTICE DEL absurdo manda el rating, esa cacería del nicho comercial, del hit. El mundo es para los consorcios asunto de la percepción que logren inocular en la masa de su audiencia; las percepciones tienden a crear breves polarizaciones que pueden ir de la simple opinión hasta la crispación de grupo. O legislación a modo si se tiene el dinero para montar lo que conocemos como “telebancada”, ese pelotón de legisladores que en lugar de hacer leyes, cabildean a favor de empresarios: la corrupción en una de sus más sofisticadas manifestaciones. Los grandes medios de comunicación son esa careta del corporativismo gobernante. Son a ve-

ces el vehículo –sí, revolviendo por enésima vez el caldo de Marshall McLuhan aquel de “el medio es el mensaje”, pero en peculiares circunstancias, como la mexicana y su corporativismo de las telecomunicaciones, su viciada relación con el poder político, ese “funcionarismo” desmedido de conductores, locutores y no pocos periodistas como rampante andamiaje de un negocio éticamente reprobado al convertirlo en línea editorial, y parafraseando al mismo profesor canadiense cuando sabiamente reía de sí mismo haciendo mancuerna con Quentin Fiore en 1967, el medio es el masaje– y también quien lo conduce. O administra. Apropiarse del espacio de la discusión pública haciendo trampa o tenderla como distractor de lo genuino es avidez malsana que disfraza la consecución del efecto mediático a cualquier costo. Algunos ponemos allí el futbol o el absurdo histórico guadalupano y explicamos así que el discurso público del presidente destaque sus comunicaciones con el entrenador de la selección nacional o si se reunió con un rey sin abordar lo que se cocina en el senado, precisamente en telecomunicaciones o en temas igualmente sensibles para el futuro del país, como el energético, o que de plano Peña omita mencionar la violencia que destroza a miles de familias mexicanas o la inocultable crisis económica en que la impericia de los tecnócratas mantiene sumido a México a pesar, justamente, de contrarreformas neoliberales impuestas a rajatabla. O de cómo un ciudadano valiente como José Manuel Mireles termina traicionado por el gobierno que dijo ser su aliado para librar a su tierra de criminales porque no se quiso alinear o porque resultó demasiado incómodo a los poderes fácticos y sus intereses de grupo. Pero esa necesidad de sacrificar –¿qué?, ¿decencia?, ¿compromiso?, ¿ética profesional?–, hay que insistir en ello, es mundial. Sólo así se explica el absurdo y la histeria colectiva cuidadosamente cultivada por medios como el

canal Animal Planet que en lugar de emitir documentales avalados por naturalistas y biólogos o científicos auténticos saca al aire, tal que hizo el año pasado, falsos documentales, con actores que personifican científicos, para sembrar “la ilusión”, dicen, de que la gente crea en la existencia real de sirenas u “homínidos marinos” (sí, televidentes queridos, no existe el biólogo estadunidense Paul Robertson disidente presunto, como una especie de Edward Snowden de la biología insurgente, sino el actor canadiense David Evans, copropietario de una compañía de videojuegos que se llama Greenlit Gaming, radicada en Ontario). ¿Cómo explicar que un canal de divulgación naturalista (o eso suponíamos) alcanzó algunos de sus topes históricos de audiencia con programas de pseudo ciencia ficción astutamente disfrazados de documentales como el falso especial Mermaids y su secuela que se pretendía algo así como un noticiero que presentaba nuevas evidencias de que la leyenda encarna en especie recién descubierta, un lejano pariente del hombre que optó por evolucionar rodeado de delfines y ballenas? Es como una hipotética junta de trabajo de ejecutivos de Televisa o t v Azteca que se reúnen con sus directores creativos, con sus mejores guionistas y frotando palmas, porque serán ellos, ahora sí, quienes revolucionen el modo en que se hace televisión en México, acuerdan el diseño de… Sabadazo o Venga la alergia, digo, la alegría. Cómo explicar que una empresa televisiva, un canal internacional, decidan dinamitar su propia credibilidad. Supongo que habrán vendido muchos espacios comerciales sin pensar en la inercia del día después. Cómo explicar que en el vórtice del absurdo, ante toda esa otra demencial tormenta de información inútil, entretenimiento barato y simple vulgaridad nos limitemos simplemente a cambiar de canal desde la comodidad de la poltrona. Y seguir siendo la otra par te del problema •

CABEZALCUBO

Reina Matute

LAS RAYAS DE LA CEBRA

tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch


Jornada Semanal • Número 1009 • 6 de julio de 2014

........ ARTE Y PENSAMIENTO

Enrique López Aguilar

Luis Tovar

La risa literaria Para Alicia

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N UNA NOVELA POCO humorística, El nombre de la rosa, Umberto Eco propone la existencia de un manuscrito aristotélico dedicado a la comedia, simétrico al ensayo conocido como Poética, dedicado a la tragedia. Como se sabe, el eje de la trama es que Jorge de Burgos pretende escamotear la existencia de ese libro para que la supuesta exaltación de la risa expresada por El Filósofo no devenga en una actitud burlona y blasfema respecto a Dios y su obra: los lectores se sentirían facultados para asumir una conducta irrespetuosa, considerando la autoridad de Aristóteles (todavía, en el siglo xxi, hay quien sostiene con temeridad escolástica que “filósofos son Aristóteles y Tomás de Aquino; los demás sólo son pensadores”). Es imposible deducir el contenido del hipotético libro aristotélico dedicado a la comedia, salvo por la elaboración de simetrías previsibles respecto al dedicado a la tragedia. Inteligentemente, Eco eludió abordar los contenidos de esa otra “poética”. Tal vez, la única especulación sostenible sería la de considerar que la risa está dotada de una condición catártica semejante a la del horror y la compasión, emociones con las que se produce la purificación trágica. Debe recordarse que, para Aristóteles, la catarsis se produce porque el espectador no se identifica con los personajes trágicos, casi siempre héroes y dioses pero nunca personas comunes. La comedia clásica (y la que vino después), en cambio, aunque podía introducir a personajes de origen divino (como en Anfitrión, de Plauto), siempre se circunscribió a los seres comunes y corrientes (como en Lisístrata, de Aristófanes): mediante los mecanismos de la parodia, la burla, el escarnio, el albur, los trazos de brocha gorda y las situaciones excesivas, la comedia permitía la crítica política, social e intelectual (Las nubes, también de Aristófanes), o la ridiculización tanto de los defectos personales como de los usos sociales (El gorgojo, también de Plauto). Las diferencias señaladas indican que la comedia nació con una vocación más “realista”, en tanto que ubicaba problemas personales y sociales como materia de lo que pudiera ridiculizarse, e incluso a personajes contemporáneos para lo mismo. Baste recordar la manera como Sócrates es caricaturizado en Las nubes. Si esta vertiente realista fuera correcta, si toda situación fársica propiciara la risa por los defectos del otro, ¿existiría la posibilidad de que la comedia pudiera devolver esa risa hacia el espectador? Es decir, ¿al burlarme de los vicios de quien es como yo podría estarme burlando de mí mismo? Y si me burlara de mí mismo en el espejo de los personajes cómicos, ¿eso equivaldría a la purificación de-

rivada de la catarsis producida por la tragedia? Las máscaras de las personas teatrales donde se expresan la risa y el llanto (emociones que, se supone, sintetizan lo producido por la comedia y la tragedia, respectivamente) indican la finalidad de ambos géneros dramáticos en la Antigüedad. Aceptando el hecho de que ambas emociones son purificadoras, debería suponerse una catarsis simultáneamente individual y colectiva: el teatro, como la misa y las celebraciones religiosas, suponen una ecumene, una sociedad donde se comparten ciertos misterios (en el caso de la misa cristiana, esto ocurre durante el mysterium tremendum: la consagración eucarística, que es la transubstanciación del pan y del vino en la carne y la sangre de Jesús). Debería aceptarse, entonces, que ciertas actividades colectivas, como las religiosas, el teatro y el cine, tienen un sentido ritual que no me atrevo a comparar con las de los estadios y las arenas de box y lucha libre. Las primeras parecen purificadoras y las segundas, enajenantes. No se supone que al cabo de una catarsis cada individuo salga a la calle con ganas de madrear a otros que no opinen como él. (¿Jesús se reía? Los episodios de las bodas de Caná y el de los niños que se quieren acercar a él, no obstante el mal humor de los apóstoles, indican que sí. De acuerdo con la tradición recogida por Umberto Eco, la persona de Jesús aparece recargada con un hieratismo inhumano por la tradición occidental, lo cual contradice la idea de una persona trinitaria que pretende ser Dios y hombre, simultáneamente. Algo de esto se debate en La última tentación de Cristo, en las versiones de Kazantzakis y Scorsese, donde la humanidad de Jesús implica asuntos humanos como los de la risa y la sexualidad). Se dice que la risa volteriana –dieciochesca e ilustrada– acompañará a la humanidad durante el resto de los siglos. ¿Qué es, entonces, la risa literaria? •

De huecos y modos de llenarlos

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UE ME PERDONEN MEDIOMUNDO y Lamayoría cuando sostienen que su intención al ver una película es “olvidarse un rato de la realidad” y, por esa razón, el último de sus deseos es ver reproducida en la pantalla precisamente esa realidad, pues les guste o no les guste, y no únicamente a ellos sino también al cine que prefieren, lo cierto es que cualquier película, sin importar que se trate de una adaptación histórica, un relato de ciencia ficción, o que su tiempo presente corresponda al del contexto cronológico metacinematográfico; sin importar que pueda encuadrársele en cualquiera de los innúmeros casilleros fílmico-conceptuales habidos y por haber, tales como realismo, neorrealismo, hiperrealismo, cine fantástico, no-narrativo, más todo lo que cabe en un dilatado etcétera; sin importar, en fin, de qué tipo de película se trate, todas son un reflejo, una interpretación del momento en que fueron hechas. Ya sea crasa, elocuente, manifiesta, extrapolada, insinuada, poco o apenas evidente; ya sea literal, metafórica o alegórica, la realidad nunca deja de estar ahí: es tan inexorable como el tiempo mismo y, al igual que de éste, resulta imposible escapar de ella. A menos que Uno se conforme con el epitelio de considerar al cine como una mera y, por lo tanto, pobrísima fuente de la que sólo es posible obtener aquello que Tantosotros conoce como “entretenimiento” –concepto que este sumaverbos es incapaz de no asociar a la imagen de un perro royendo concienzudamente un hueso–; a menos que ese Uno ignore, o sepa pero se niegue a reconocer, que hasta el cine producido con la intención más elocuente y deliberada de sólo “entretener” guarda en su entraña más de un elemento susceptible de ser analizado, entendido, relativizado, contextualizado, historiado, en suma, aprehendido, vale decir no sólo y simplemente visto y consumido; a menos que, por lo tanto, se renuncie a la posibilidad de vivir una experiencia cinematográfica integral, infinitamente más gozosa y enriquecedora que aquella otra consistente nada más que en mirar y casi de inmediato olvidar… A menos que todo lo anterior, para ver cine bastaría con ir al cine. Es decir, para verlo nada más por encima, sólo para entretenerse, no hace falta más que comprar el boleto y entrar a la sala, o presionar el botón Play en el reproductor.

A leer cine Todo lo antedicho es cosa bien sabida por ese infalible llamado Perogrullo, pero como suele hacérsele poco caso no está de más recordarlo, y viene a cuento para calcular las dimensiones de la que todavía es una gran escasez de literatura cinematográfica generada localmente. Dicho en otras palabras: sin contar la cada vez más abundante generación mediática de discursos relativos al cine, sean escritos o no, cuya mayoría no sólo abrumadora sino por desgracia desoladora consiste en recomendaciones mercachifles, sinopsis infrapueriles y reseñas preñadas con el veneno de la opinionitis; descontada esa faramalla producida y regurgitada nada más que para

vender –o para vender/se–, es demasiado poco de lo que se dispone, textualmente hablando, para que la experiencia cinematográfica sea algo más que un modo de ocupar los ojos mientras se manducan palomitas de maíz. Anémicos como nos encontramos en México de textos que no estén sometidos a la temporalidad y la fugacidad de la publicación periódica, la edición de libros que se propongan lo que se apunta líneas arriba –analizar, entender, relativizar, contextualizar, historiar, en suma, aprehender el cine– es una tarea pendiente y urgente, máxime ahora que

la producción fílmica nacional ha vuelto a alcanzar niveles históricos, al menos cuantitativamente. La reflexión teórica sobre ese cine que ahora producimos, pero también sobre todo el que se exhibe, es condición indispensable para no permanecer en la minoría de edad consistente en el escueto consumo de un producto. En ese sentido, bienvenida sea la aparición del volumen Paisajes de la Muestra, editado por la Cineteca Nacional y concebido para dar cuenta, desde diez diferentes puntos de vista, de lo que ha sido y cómo, de qué se ha compuesto, qué ha tenido y qué le ha faltado, lo que ha significado y significa la Muestra Internacional de Cine, que ya rebasa las cincuenta ediciones. Salvo quizá el capítulo que los editores tuvieron la gentileza enorme de pedirle a este juntapalabras, el libro no tiene desperdicio; pero como decía un clásico: no me crea, mejor compruébelo por usted mismo, hágase con un ejemplar y, con él, de una herramienta utilísima para robustecer su ya de por sí robusta cinefilia •

CINEXCUSAS

twitter: @luistovars

A LAPIZ

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ENSAYO

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l pasado 30 de junio José Emilio Pache‑ co habría cumplido setenta y cinco años. Una sucesión de ausencias de poetas amigos, desde enero de 2013, no deja de llegar al alma: Rubén Bonifaz Nuño, Víctor Sandoval, Juan Gelman, José Emilio P a c h e c o , J o s é L u i s S i e r r a , M a r i a n o F l o re s Castro… Antes, en 2009, se habían ido Alí Chumacero y Carlos Montemayor. Salvo Boni‑ faz, que se sentía desde años atrás muy fatigado, y aun diría harto de las limitaciones físicas que da la vejez, ninguno tenía las mínimas ganas de morir, y varios trabajaron hasta horas antes de la última despedida… Lo conocí hace cuarenta y cuatro años. Nume‑ rosas veces desde entonces, cuando escribía mis artículos para los periódicos, me preguntaba lo que opinaría José Emilio, quien fue hasta su muerte nuestro gran periodista literario. Cuan‑ do escribí, en 1970, mi primera reseña de un libro suyo (No me preguntes cómo pasa el tiempo) apunté que la gran presencia detrás de su e s c r i tura era Jorge Luis Borges. Cuarenta años después, en la conferencia que di sobre José Emilio en la Univer‑ sidad de Salamanca, en abril de 2010, a propósito de unas jorna‑ das en torno de su obra por el otorgamiento, el año anterior, del Premio Reina Sofía, insistí en que la gran presencia detrás de su obra era Jorge Luis Borges. La mejor muestra de una admira‑ ción que nunca declinó es el espléndido libro de José Emilio, La invención de Borges, publicado en 1999, con motivo del centena‑ rio del natalicio del argentino. Desde luego, no pretendo paran‑ gonarlos y el propio Pacheco hubiera sido el primero en p re v e n i r : “ M a rq u e m o s m u y bien las distancias.” Borges, como escribió José Emilio en el libro, era un genio, el clási‑ co de clásicos del siglo x x de nuestras letras, y al siglo que nos dejó lo vio como el Siglo de Borges. Sin embargo, hay simi‑ litudes que en ambos son altas virtudes: en la pluralidad de géneros que trabajaron todo lo vivido y leído al escribirlo lo volvían literatura, y la lectura de sus libros es una alegría o un agrado continuos para la sensibilidad, la inteligencia y la imaginación; los dos tuvieron afición por la literatura fantástica, la literatura en lengua inglesa y la tradición judía, y a través de libros o publicaciones periódicas, divulgaron amable‑ mente las varias literaturas que conocieron; buscaron ‒lograron‒ lo que exigía o quería Henríquez Ureña de sus discípulos: “la práctica constante de una prosa cada vez más simple, clara, fluida y exacta”, y les divertía escribir esa suerte de textos inventivos donde no se sabe bien a bien dónde comienzan los hechos y personajes reales y dónde los hechos y perso‑

6 de julio de 2014 • Número 1009 • Jornada Semanal

la narrativa latinoamericana fue la mejor del orbe en la segunda mitad del siglo y la poesía todo el siglo. De los “maestros y guías” de Borges, José Emilio resalta en especial al andaluz Rafael Cansinos Asséns, al dominicano Pedro Henrí‑ quez Ureña y al mexicano Alfonso Reyes. Pero ninguno, visto a la distancia, como don Alfonso. Tres son los aspectos que un Borges agradecido subraya con frecuencia: lo consideraba el mejor prosista de la lengua española, y trayéndolo a un nivel personal, fue la primera figura grande que lo vio como escritor y no como el hijo de su padre, y por último, que, gracias a su ejemplo y proba‑ blemente a sus observaciones, lo ayudó en defi‑ nitiva a quitarle a su prosa lo que había de deco‑ rado y recargado. No sólo fue el maestro y guía por excelencia; lo quiso entrañablemente. Uno de los mejores poemas de Borges es el que escri‑ bió cuando nuestro enciclopedista murió. Recor‑ demos las dos emotivas cuartetas finales: “Sólo una cosa sé, que Alfonso Reyes,/ dondequiera que el mar lo haya arrojado,/ se aplicará dichoso y desvelado,/ al otro enigma y a las otras leyes./ Al impar tributemos y al diverso,/ las palmas y el clamor de la victoria./ No profanen las lágrimas el verso,/ que nuestro amor consagra a su memoria.” En el libro, Pacheco analiza de B o rg e s b re v e y e x a c t a m e n t e e l porqué de la mitología de los ante‑ pasados y la mitología de los cuchi‑ lleros, su residencia en España y Suiza, la importancia, desde muchacho, que tuvo para él la Enciclopedia Britannica, sus primeras afinidades e influencias, su paso por el ultraísmo, las enseñanzas en Sevilla de Cansinos Asséns, su vuelta a Buenos Aires y, con ello, en su juventud, la publicación de sus primeros libros de poesía y de ensa‑ yo, su participación en revistas, su trato con Macedonio, Henrí‑ quez Ureña y Reyes, sus trabajos de traductor y, más tarde, en los treinta y cuarenta, la relevancia definitiva, para él y para la revista, que repre‑ sentaron por décadas sus colabo‑ raciones en Sur, su dirección de colecciones ‒al lado de Bioy– como La Puerta de Marfil y El Sépti‑ m o Círculo, su antiperonismo y su antifascismo, sus libros en colabo‑ ración (especialmente con Bioy), y Ilustración de Juan Puga en la cima, sus creaciones inigua‑ lables como poeta, ensayista, cuentista y autor de prosas breves. ¿Algún posible cierre de José Emilio que resu‑ ma en pocas palabras los altísimos logros de aquél a quien vio como clásico universal? Cito: “El mismo Borges, que en 1921 lleva a Argentina la vanguardia, a partir de los años cuarenta inicia sin saberlo lo que hoy llamamos ‘posmoderni‑ dad’, rompe las fronteras entre arte culto y arte popular, creación y crítica, escritura y lectura, originalidad e imitación.” ¿Quién logró eso en Campos lengua española en el siglo xx ? •

najes imaginarios, falsos o paródicos; ambos tenían la vista impecable para hallar, aun en los libros mediocres, relámpagos de belleza o privi‑ legio, y amaron y odiaron las grandes ciudades que los vieron nacer y crecer, y en el caso de Pacheco, morir (Buenos Aires y Ciudad de Méxi‑ co). Una diferencia: a José Emilio le ha faltado el ensayista que escriba un libro crítico creativo como el que él hizo acerca de Borges. En las páginas de La invención de Borges está no sólo lo que el autor de Ficciones significó para él, sino para la literatura occidental. Como si fueran dos puntas o extremos, José Emilio ejem‑ plifica con dos árboles máximos: uno, don Juan Manuel (1231‑1348), quien con El conde Lucanor fue “el primero que escribió en lengua vernácula o romance” y, por ende, “fundó la narrativa euro‑ pea de imaginación y al mismo tiempo la prosa castellana”; el otro, Borges, quien se volvió un clásico inmediato dondequiera que publicaron sus numerosos libros. Si como repetía Octavio Paz, política y económicamente América Latina ha sido los suburbios de Occidente, en cambio,

Borges y Pacheco Marco Antonio

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