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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 12 de abril de 2015 ■ Núm. 1049 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

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Xabier F. Coronado PatriCk Modiano y el encanto de la melancolía, MarCo antonio CaMPos Luna Negra, al son del son en el sur de Veracruz, a lessandra G aliMberti • Entrevista con M eMPo G iardinelli


12 de abril de 2015 • Número 1049 • Jornada Semanal

BAZAR DE ASOMBROS LA NOIA ITALIANA

Casi cuatro mil años de historia no han bastado para que la ética y la política tengan, en los distintos tipos de sociedad humana, un sitio definitivo y ni siquiera una definición concluyente: lo que Platón y Aristóteles afirman es negado por Maquiavelo, mientras el replanteamiento de Max Weber ubica al tiempo presente en una encrucijada. En su ensayo, Xabier F. Coronado revisa las distintas posturas históricas de la relación entre ética y política, de cara a la urgente necesidad de transformar radicalmente la realidad social, hoy en franca descomposición. Completan el número un ensayo de Marco Antonio Campos sobre el novelista francés Patrick Modiano, reciente premio Nobel de Literatura, así como una entrevista con el escritor argentino Mempo Giardinelli.

Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

L

legué a trabajar a Roma en pleno ferragosto de 1963. A principios de los sesenta habían pa­ sado ya por completo los devastadores efec­ tos de la segunda guerra y de la famélica postgue­ rra que se manifestó con especial fuerza en las barriadas donde vivía el subproletariado romano y que fueron descritas por Pasolini en sus primeras películas y en sus primeras novelas. Hay que recor­ dar que también en los poemarios Las cenizas de Gramsci y El ruiseñor de la Iglesia católica, el poeta de Casarsa nos habla de las barriadas de la destruida capital italiana, de sus mujeres rudas y luchadoras, y de los muchachos de la calle y sus turbias esperan­ zas. El poema “El llanto de la excavadora” es, posi­ blemente, el testimonio más sobrecogedor de la áspera y entrañable realidad subproletaria. Me tocó ver el paso de la vespa a la cinquecento, así como el desarrollo velocísimo de la sociedad in­ dustrial, del consumismo, del capitalismo monopo­ lístico, de la decadente dolce vita y del naufragio de una sociedad hundida en lo que Alberto Moravia llamaba la noia, que puede traducirse como el abu­ rrimiento y mucho tiene que ver con la náusea sar­ treana y con el tedio simbolista. Antonioni fue el cineasta que trató con mayor profundidad esas ma­ nifestaciones de desencanto de una sociedad que había llegado a su momento de mayor altura fi­ nanciera y que, al mismo tiempo, iniciaba su decan­ dencia y caída provocadas en buena medida por el consumismo y por la voracidad de la clase dominan­ te. Para esa época, la democracia cristiana ya se ha­ bía olvidado de la decencia y de la austeridad de De Gasperi y, en alianza con los poderes fácticos, en­ Escena de Il porcile de Pier Paolo Pasolini

Hugo Gutiérrez Vega tronizaba un capitalismo salvaje atenuado por un débil estado de bienestar. Antonioni , con sus claro­ soscuros, pinta la sociedad decadente paseando por los jardínes de la noche y la aventura. Se vivían en esa época las consecuencias del horror atómico y todos pertenecíamos, de una o de otra manera, a la generación de la bomba, al Hiroshima mon amour de la nueva ola francesa. Las novelas de Moravia, el cine de Antonioni, Teorema e Il porcile, de Pasolini, son los testimonios más hondos de esa decadencia moral. También La dolce vita, de Fellini, analiza, con insuperable fuerza lírica, las consecuencias de la guerra atómica, la suspicacia feroz de la Guerra fría, el desencanto ante un mundo que parecía no tener ya remedio, la perplejidad de las religiones y el vacío vital que presidían todos los actos y las relaciones humanas. Hace unas semanas, la maestra Annunziata Rossi publicó en este suplemento un excelente ensayo sobre el manierismo, Pasolini y la gente pobre. Nos habló ampliamente sobre una gran película corta del maestro friulano, La ricotta. En este episodio de una película que buscaba reflejar el clima espiritual de los sesenta, se hizo la crítica directa y despiada­ da del miracolo italiano y de la corrupción de la clase política. En párrafos anteriores hablé de la demo­ cracia cristiana que había olvidado sus principios y había caído en un pragmatismo que llevó a su últi­ mo líder, Andreotti, a la complicidad con las mafias y al establecimiento de los caciquismos industriales. La zozobrante democracia cristiana sacrificó a su último líder honesto, Aldo Moro, y fue desapare­ ciendo poco a poco del mapa político italiano. El partido comunista también se desdibujó y todo ca­ yó en el horror berlusconiano. La película de Kubrick que termina con la música de un vals acompañando las explosiones atómicas y muestra a los científicos del capitalismo levan­ tando la mano para mostrar sus reminiscencias na­ zis, estremeció a la sociedad italiana de los sesenta. El fin del mundo, el horror de la bomba, el feroz mi­ litarismo y los laberintos de la Guerra fría eran los pronósticos de un mundo que se había cerrado ya todas las puertas. Terror y descontento. Entre esos dos polos oscilaba la sociedad de la noia

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Portada: Idealismo y pragmatismo Collage de Marga Peña

Directora General: Carmen Lira Saade, Director: Hugo gutiérrez Vega, Jefe de Redacción: LuiS toVar, Edición: FranCiSCo torreS C órdoVa , a Leyda a guirre r odríguez y r iCardo y áñez , Coordinador de arte y diseño: F ranCiSCo g arCía n oriega , Diseño de portada y dossier: marga Peña, Diseño de Columnas: J uan g abrieL P uga , Relaciones públicas: V eróniCa S iLVa ; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: a LeJandro P aVón , Publicidad: e Va V argaS y r ubén H inoJoSa , 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: jsemanal@jornada.com.mx, Página web: www.jornada.unam.mx La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauhtémoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cuitláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/ SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.

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VOZ INTERROGADA

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entrevista con Mempo Giardinelli

Mempo,

Paula Mónaco Felipe

Mempo Giardinelli nació en el Chaco argentino, en una ciudad llamada Resistencia, donde reside, aunque también en Buenos Aires y otros destinos. Es periodista y escritor.

el resistente

PERIODISTA Y ESCRITOR DEL BUENOS AIRES HERALD ESTÁ POR PUBLICARSE SU PRIMERA NOVELA QUE FUERA DESTRUIDA POR LA DICTADURA ARGENTINA

Publica en el Buenos Aires Herald (que se edita en inglés); en Página/12, y también es muy activo en su blog (htpp:// corsario-de-mempo.blogspot.mx). Hizo doce libros de cuentos, dos de poesía, ocho para niños, diez ensayos, una antología y once novelas. La última, ¿Por qué prohibieron el circo? (Edhasa, 2014), fue en realidad la primera.

-¿P

or qué no había salido en Argentina? –La empecé a los veintiún años. En 1973 la presenté al Concurso Latinoamericano de Novela del diario La Opinión, cuyo jurado era intimidatorio: Juan Carlos Onetti, Augusto Roa Bastos, Julio Cortázar y Rodolfo Walsh. No gané pero mis expectativas se cumplieron con holgura: Roa Bastos y Walsh destacaron explícitamente mi novela. Fue un estímulo inmejorable pero, como siempre, fue difícil encontrar editor para un primer original. Jorge Lafforgue decidió incluirla en la Editorial Losada, aunque por naturales demoras se fue postergando la publicación, que finalmente se produjo después del golpe de Estado del 24 (24/iii/1976, inicio de la dictadura militar) y la edición completa de tres mil ejemplares fue retenida en las bodegas, hasta que una noche del invierno de ese espantoso año argentino fue incinerada junto a miles de otros libros que los dictadores ordenaron quemar. Fue la causa principal de mi exilio en México, hacia donde partí en cuanto pude. En el oscuro trayecto perdí el único ejemplar que tenía pero, por fortuna, conservé unas viejas galeradas de linotipo, sucias y entintadas, que me habían enviado de la editorial un par de años antes. –Aquí se hizo una sola edición, ¿y luego? –Pasaron tres décadas hasta que la encontré en la biblioteca de Alderman, en la Universidad de Virginia, Estados Unidos. Mi editor y amigo Fernando Fagnani se entusiasmó. Me propuso rescatarla y contratarla a ciegas, sin haberla leído. No me sobraba el tiempo ni andaba yo sin otros proyectos, pero comprendí que en esa tarea (de auto-arqueología) estaba reconociendo mi irrenunciable pasado literario. Y eso es, finalmente, casi todo lo que un escritor posee.

Los críticos lo ubican entre los mayores representantes del “neo policial latinoamericano”, junto a autores como Paco Ignacio Taibo ii . Al leer sus crónicas tejidas con descripciones minuciosas, el lector siente que está en medio de la balacera, en un bar de mala muerte u oliendo a contrabandistas en su madriguera. –En muchas de tus publicaciones aparecen el terrorismo de Estado y la violencia. ¿Por qué? –Simplemente porque son fundantes de la historia de nuestras vidas, de mi generación. Fue inevitable que mis primeros libros, escritos y publicados todos en el exilio, estuviesen fuertemente determinados por la tragedia argentina. Y fue un proceso natural porque un autor no decide previamente el marco ni el tono de un texto, eso va saliendo a medida que se escribe. En mi caso, como en el de muchos colegas, en aquel tiempo y aquellas emergencias todo eso condicionaba la escritura. –Ahora hay una segunda generación que escribe incluyendo esos temas. ¿Qué opinas? –Es que la temática de la dictadura atraviesa el pasado, el presente y posiblemente buena parte del futuro de los argentinos. Lo quieran o no, lo admitan o no, lo nieguen o no, diría que es consustancial a nosotros. Y en la literatura argentina de hoy esto es evidente: se narra, se desdeña, se discute, se cuestiona, se idealiza, se repudia, pero siempre giramos en torno a la tragedia. Estamos todos y todas atravesados por ella. Me parece que esto va a signar todavía a por lo menos una generación más. –¿Qué piensas sobre los personajes, tramas y enfoques elegidos? –Cada autor o autora escribe sobre lo que se le da la gana, cree y siente. Pero hay algo que me parece notable y feliz de la creación en democracia: nadie que yo sepa le ha dado vida literaria a los genocidas. No hay en literatura argentina contemporánea un [Jorge Rafael] Videla como persona ni un [Emilio] Massera ni un [Luciano Benjamín] Menéndez. Eso me parece interesantísimo, sobre todo porque nadie lo propuso como actitud colectiva sino que es así por una natural repugnancia literaria. Hay, sí, muchísimo ensayo histórico y político sobre el período, desde ya, pero literatura no. Ningún poeta, ningún narrador los ha elevado a categoría literaria y eso me parece perfecto. –¿Cómo ves la literatura argentina por estos tiempos?

–Con mucho optimismo. Desde hace años sostengo que nuestra literatura goza de muy buena salud. En tres décadas de democracia se puede observar una evolución notable no sólo por la profusión de autores y el resurgimiento actual de editoriales nacionales pequeñas y medianas, sino porque hay un mayor equilibrio de género con la destacable irrupción de mujeres que escriben, con la recuperación de la historia como asunto literario en completa libertad, y con el hecho de que hoy no hay trabas de ninguna índole. Eso ha ampliado como nunca antes las posibilidades de la imaginación. Mempo siempre ha actuado como intelectual en sentido gramsciano, atento a la responsabilidad social y política de los creadores. Ha sido militante en sus letras pero también en sus acciones, poniendo el cuerpo en cuanta protesta o debate postdictadura se le ha invitado. Se dice “simpatizante crítico” del gobierno de la presidenta de Argentina, y por eso publicó el libro Cartas a Cristina [Fernández]), sobre logros y asuntos pendientes (Ediciones B, 2011). Durante la última dictadura militar (1976-1983) huyó de su país para salvar la vida. Eligió venir aquí, donde pasó ocho años de exilio y amistades. –Ahora, ¿Cómo ves a México? –Mantengo profundos vínculos, puesto que tengo una familia mexicana que ha crecido notablemente y es parte de mí como yo de ella. Nunca me fui o en todo caso sucede que siempre estoy volviendo. Por lo tanto, comparto plenamente la realidad y los dolores del México profundo, como ahora mismo con la brutal tragedia de los normalistas de Ayotzinapa. En cuanto a la literatura, también goza de buena salud y en todo caso lo único lamentable es que se lee poca literatura mexicana contemporánea en Argentina, como acá se lee muy poco de la producción argentina. Es algo que urge corregir


Patrick M y el encanto d

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NUNCA SE SINTIÓ HIJO LEGÍTIMO NI MENOS HEREDERO DE NADIE

El Premio Nobel reciente Foto: commons.wikimedia.org

Marco Antonio Campos

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uizá hay un libro clave (no el mejor ni el más ameno) para adentrarnos en la vida y obra de Patrick Modiano, el último Premio Nobel de literatura, titulado con alguna ironía Un pedigrí, suerte de confesiones de infancia, adolescencia y primera juventud, que nos sería útil para entender en algo las dos temáticas cardinales de las que parte su obra: el lustro de la Ocupación (1940-1945) y los años de la desolada y árida primera juventud en la década de los sesenta. Ante todo, Modiano parece haber escrito Un pedigrí, como muchas de sus espléndidas novelas, para responderse dos interrogantes sobre la identidad: ¿De dónde vengo? ¿Quién soy? Stendhal adujo que escribió de corrido su autobiografía (Vie de Henry Brulard) para no mentir, o mejor, no adornar la realidad; algo parecido, tenemos la impresión, buscó Modiano, pero cuidó mucho no herir inútilmente a la gran mayoría de los mencionados. En el mundo parisiense de la postguerra, tres personajes familiares hacen un triángulo que apenas se sostiene de lo roto que está: el padre, un italiano-francés judío (Albert Modiano), la madre flamenca (Louisa Copelyn), “una muchacha bonita de corazón seco”, de la que sabemos que fue una mediana actriz, y el hijo (Patrick). Podría añadirse un hermano (Rudy), con quien se entendía muy bien, pero murió muy pronto, y sabemos que su muerte le afectó de manera muy honda. Astutamente ese padre judío no se inscribe durante la Ocupación alemana en “el censo de judíos” (1940-1945) y de milagro no es atrapado por los nazis o los colaboracionistas y mandado a un campo de concentración durante la Ocupación. ¿Cómo? ¿Por qué? Queda un halo secreto. Para sobrevivir, el padre se mueve como Pedro por su casa

en el dédalo sórdido del mercado negro y de los negocios turbios. Salvo una fugacísima prosperidad, vivirá gran parte de su vida en “una miseria dorada”. Por demás, siempre comentó escasamente sobre su pasado. Modiano vive una infancia y adolescencia sin ternura, en las que los padres casi siempre están ausentes. Una vida, hasta los primeros éxitos juveniles en la literatura, no exenta de pobreza y, en momentos, de miseria, que aun pudo llevarlo a cometer robos de hambre y en la cual estuvo muchas veces a punto de perderse, y si no ocurrió fue por una mezcla de extraña fortuna, por el éxito temprano en la literatura y por algo intrínseco que rechazaba la desviación a la mala vida. En general al padre y a la madre busca no juzgarlos, sino comprenderlos, pero hay algo íntimo, triste, que lo lleva a describirlos en varios libros de manera despiadada en una prosa neutra. Al padre jamás le perdonará haberlo mandado a internados y cuarteles, y menos, que lo haya llevado alguna vez a la comisaría para que lo consignaran, hechos que aparecen en pasajes de algunas novelas como recuerdos de desolación e incomprensión. Eso le hará decir alguna vez que, pese a los lazos consanguíneos, nunca se sintió un “hijo legítimo, y menos aún, heredero de nadie”. Fiel a la profesión, fiel a la mediocridad, la madre trabajará en obras de teatro y en filmes, casi siempre en “pequeños papeles”. Quizá la más triste de las imágenes que resuma una carrera con escasos resplandores es cuando, hacia 1960, actúa en el Theâtre des Arts de Lyon en una obra subvencionada, Las mujeres quieren saber, financiada por un sedero de la ciudad y su compañera. “La sala está vacía todas las noches”, recuerda Modiano. En su novela El horizonte (2010) la madre y su amante se vuelven, para el joven protagonista Bosmans, sombras temibles que no dejan de perseguirlo. Alrededor de los padres y el hijo, o si se quiere, alrededor del joven protagonista, cruzan en esta autobiografía (Un pedigrí) una cantidad de personajes incidentales o fugaces, un verdadero “desfile de fantasmas”, que al lector, que no conozca su obra, lo pueden llevar a abandonar la lectura si comienza con este inventario, el cual lleva a pensar más de una vez si no está escrito para los franceses, en especial parisienses, y para la gente de su generación y, claro, en un término central, para él mismo y sus fieles lectores. Incluso en el libro aparecen chicas que uno supone que mantuvo con ellas una aventura, pero las deja como entre niebla y sombra. II Se ha repetido que la obra de Modiano parece un solo libro; tal vez sea cierto; pero hay tres novelas contadas treinta o cuarenta años después de los hechos, que podrían publicarse en un solo tomo las cuales nos parecen variaciones de una sola historia, y cuyos hechos acaecen al promediar la década de los sesenta: Más allá del olvido (1996), Accidente nocturno (2003) y El café de la juventud perdida (2007). Son bellísimas, en especial las dos

últimas. Salvo El café de la juventud perdida, que se cuenta a cuatro voces, están narradas en primera persona por un joven veinteañero, quien nunca dice su nombre, aprendiz de escritor, que parece caminar casi todo el tiempo en arenas movedizas. En las tres novelas los personajes femeninos principales, una más fascinante que otra, se llama Jacqueline, quienes están entre los veinte y los veintiséis años. Las Jacqueline elegidas suelen ser antes de otro y ser también al mismo tiempo o poco después de otro. Vaya talento de Modiano para volver inolvidables, pese a las variaciones y adaptaciones, aquellos días, cuando no se tenía con frecuencia un céntimo y se vivía a la mala de Dios. Vaya talento para lograr que aquellas muchachas con escaso suelo económico o de clase baja o de la pequeña burguesía, se suban a un tranvía llamado deseo. Muchachas ligeras, algo inconscientes, que a menudo juegan, sin saberlo o sabiéndolo apenas, a la aventura de vivir, a aprovechar lo que iba llegando a cada momento, y que un día desaparecerán o partirán dejando una imagen sin desgaste, y el novelista, muchos años después, tratará de desentrañar, hasta el último detalle, quiénes eran, hallando que cada descubrimiento lo llevará a una nueva duda o a un nuevo misterio. Muchachas sin demasiadas ambiciones, o si alguna las tenía, se intuía que no llegaría a cumplirlas. A un ferviente lector de su obra podría parecerle que si en una novela de Modiano no hay una joven deseable y finalmente alcanzable, se volvería una narración sin luz. No sólo en esta rara trilogía, sino en novelas donde aparecen con otros nombres, como en Villa Triste (Ivonne Jacquet), o en La calle de las tiendas oscuras (Denise Coudreuse) o en El horizonte (Marguerite Le Coz), tendrán estas jóvenes, como las Jacqueline, una fugacidad luminosa. Dentro de toda la grisura juvenil que vive, el narrador encuentra de súbito destellos, sobre todo en alguna muchacha que da la ilusión de que el sol ha salido, ya encontrándola por azar en algún café de la rive gauche, en un hotel ínfimo o por un accidente de tránsito, la que tarde o temprano desaparecerá, o se irá silenciosamente con otro, o se suicidará por una razón tan íntima que la causa sólo puede ser pasto para las conjeturas, o quedará junto a él por un breve tiempo y acabará por irse a Berlín o a un lugar que siempre se ignorará. Ya pasados los años o los muchos años, al escribirlos y describirlos, renacerán esos relámpagos intensos que iluminarán de nuevo, para darse cuenta de que al terminar de recrearlos se han apagado y son sólo sombras o espectros. Por demás, las relaciones eróticas en las novelas de Modiano nunca están explícitas, sino entendidas o sobrentendidas, salvo de alguna manera en las ávidas páginas finales de Accidente nocturno, donde el erotismo se vuelve difícilmente respirable por la intensidad con que está insinuado, en especial cuando el joven y Jacqueline (Beausergent) van subiendo en el elevador al piso de ella. Si en Más allá del olvido hay un triángulo amoroso que puede ser un cuadrángulo, pasa lo mismo en El café de la juventud perdida. En Más allá del olvido el joven narrador es pareja de Jacqueline, que lo fue antes de otro joven, pero surge aún otro, de mayor edad, más peligroso, llamado Pierre Cartaud, y En el café de la juventud perdida el joven aprendiz de escritor es pareja de Jacqueline Delan-


Modiano de la melancolía

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que (Louki), pero aun antes hubo un esposo al que dejó, pero al último descubrimos que probablemente fue también pareja de Caisley, un investigador alquilado por su esposo para buscarla. III Modiano escribe en un estilo sencillo y elegante, como si buscara que sus períodos fueran a menudo lances de esgrima. En sus libros es una obsesión tratar de recobrar, a través de la memoria, el mínimo detalle de personas y hechos, para integrar, hasta donde es posible, esa variedad o multiplicidad de fragmentos. Su máxima podría ser: reconstruyamos al máximo lo que es posible indagar, dejemos los agujeros negros imposibles de llenarse, y volvamos con lo que tenemos páginas de bella o alta literatura. Uno no puede tomar una novela de Modiano sin que se adentre de inmediato en la intriga, lo envuelva un misterio o una situación indeterminada, y quiera saber ávidamente qué sucede después. Tienen algo de policiales y son mucho más, van más allá. En sus novelas hallamos la reflexión incisiva, donde no está exenta la emoción, y el sentimiento que nos deja a lo largo de las páginas es ante todo de tristeza. “Sólo tengo para escribir una memoria lejana”, podría haber dicho, y con esa memoria, modificándola de continuo en sus detalles, con sus matices y anfibologías, retoca admirablemente las mismas experiencias y a veces los mismos personajes. Sin embargo, Modiano sabe, como lo supo Marcel Proust, que el rompecabezas no puede armarse del todo, y la realidad y la vida de alguien, incluyendo la de uno mismo, tampoco puede armarse del todo. Mientras más lejano es, el recuerdo se parece más a las figuras y las sombras del sueño. Los territorios del recuerdo son infinitamente más pequeños que los del olvido. Pero en Modiano encontramos aun la memoria de lo que no se vivió o del hubiera sido o pudo ser… ¿No dice acaso en un momento de nostalgia inútil algo que podría referirse a cualquiera de sus novelas en las que recrea su vida gris y opaca de los años sesenta que fueron para él como la edad de nadie?: “A veces me gustaría dar marcha atrás y volver a vivir todos esos años mejor de lo que los viví. Pero ¿cómo?” O en otra ocasión: “Me pregunto si esos años muertos vale la pena rememorarlos”. O: “A veces se te oprime el corazón cuando piensas en las cosas que habrían podido ser y no fueron.” El hubiera sido es tan triste y doloroso como los momentos tristes y dolorosos que le fue dado vivir. No sé si por una angustia oscura o por feroz claustrofobia, el destino de los personajes primordiales, sobre todo el que tiene la voz narrativa, que solemos identificar con el propio Modiano, es huir. Huye de los internados de provincia o parisienses, huye de las amistades incómodas, huye de las situaciones embarazosas, huye del servicio militar para no ir a la guerra de Argelia, huye de su madre que lo acosa para pedirle dinero, huye a París y huye de París, huye del Mediodía francés o de una ciudad que tiene frontera con Suiza, huye a Londres con la Jacqueline de Más allá del olvido, quiere huir a Mallorca con esta Jacqueline y con la inolvidable Louki de El café

de la juventud perdida, quiere huir ante todo de su miedo y aprensión... La fuga lo exalta y lo embriaga, pero a donde vaya –o imagina que va a ir– suele extrañar París. París es su centro, o más bien, ciertas zonas, como el Barrio Latino (en su franja marginal), Auteuil, Neuilly, Pigalle, Montmartre y L’ Étoile, donde en algunas áreas puede uno desaparecer y nadie se daría por enterado. Por lo demás, mucha de la vida de sus personajes suele pasar en calles sin lujo, en hoteles de mala muerte, en cines, y sobre todo en cafés, de los cuales destacan El Dante, en Más allá del olvido, y Le Condé en El café de la juventud perdida. En esta trilogía de novelas, Modiano se distancia o se aproxima a los personajes según lo crea conveniente. Puede haber en ellas una abundancia de protagonistas, que se desarrollan poco o no se desarrollan: meros personajes de paso, o a lo más, incidentales. Y sin embargo al lector no le parece eso un defecto. Por ejemplificar, entre muchos casos, en El café de la juventud perdida la gran mayoría de parroquianos que rodean a Jacqueline (Louki) no acaban de tomar vida en la novela; igualmente pasa con Caisley, que parece de principio tener una importancia vital en Accidente nocturno, o con los amigos ingleses que hacen en Londres él y Jacqueline en Más allá del olvido. Me atrevería decir que casi no hay libro de Modiano que no sea de una intensa belleza melancólica, pero El café de la juventud perdida, incluyendo el desenlace trágico, es para mí el que más. “Había habido muchas Jacquelines en mi vida. Esta sería la última”, se prometió el narrador en algún momento de la novela. Y no (lo) fue. El encanto, según Stevenson y lo repitió Borges, es quizá la mayor cualidad de un escritor. Desde luego, Modiano no es un autor de la grandeza de sus antecesores Flaubert y Balzac, Proust y Malraux, pero en ningún novelista francés he encontrado en los últimos años tal encanto en sus libros como en los de él. Leer sus novelas se vuelve pronto una muy grata adicción

Patrick Modiano en París, 1969

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espera

Víctor Vásquez Quintas

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enía la impresión de que muy temprano tía Celeste dijo que el doctor Ayala venía en camino. La confusión se debía a la herida en el pie, que no le había dejado descansar. Toda la noche había estado abriendo y cerrando los ojos. Al llegar al sueño profundo tenía que abandonarlo; como un viajero que trasladan con prisas al siguiente destino sin darle tiempo de pasear más tiempo por la ciudad. Pero le daba gusto que la tía lo hubiese encontrado despierto, como si con eso bastara para darse cuenta de que el clavo oxidado que le atravesó la suela del tenis hasta salir por el empeine había tenido pocos efectos negativos en él y, en cambio, le había atizado los deseos de vigilia, de conocer desde el dolor. –Dijeron que el médico estaría aquí antes de la dos –dijo tía Celeste con su voz de solterona fumadora, poniendo la mano a centímetros del pie que, envuelto en los vendajes, lucía más hinchado–. El doctor Ayala es de los mejores, muy amigo de tu papá, de cuando iban al Instituto. Puedes estar tranquilo. –Estoy tranquilo –dijo Ulises con sequedad, molesto por usar esa expresión que le producía el efecto contrario. Pero dejó pasar el exabrupto porque le interesó la manera en que tía Celeste miraba el cuarto entero con aire de recordar algo que hasta ese momento había creído ausente. Se detenía en los posters enmarcados de los grupos de rock que Ulises padre había colgado en la juventud, antes de entrar a la política, y luego volvía a mirar a su sobrino, postrado en la misma cama donde el señor gobernador, unos años más grande, ya se las arreglaba para meter a las hijas de los indios. Tía Celeste se dio cuenta de que el muchacho la miraba en silencio, tan parecido a su padre, lo que podía tensar los nervios de cualquiera. –¿Sabe si Chávez le pasó el recado a mi papá? –dijo Ulises, queriendo apaciguar el momento. Pensativa, tía Celeste se cruzó de brazos como si deseara sentirse más segura al tocar la pashmina morada que adquirió en un viaje a India, cuando seguía viéndose con el cubano que le prometió divorciarse de su mujer, lo cual nunca hizo. –¿Cuál recado? –Uno que le mandé con Chávez –dijo él–. Sólo para decirle que estoy bien y que no se preocupe –añadió, bajando los ojos hacia la pierna porque sabía que era imposible que alguien llegara en el jeep tan pronto a la ciudad. –No lo sé –dijo tía Celeste–. Pero lo importante es que te sientas bien. ¿No tienes fiebre? –puso el dorso de la mano sobre la frente y mejilla de Ulises, dejando que sintiera la caricia fría de los anillos. –No tengo nada –contestó–. No se preocupe, tía. Ya estoy mejor, ¿sabe? Ahorita mismo iría a desayunar si no fuese porque la pierna me duele mucho al apoyar. –Entonces le voy a decir a Paulina que te traiga el desayuno; y cualquier cosa que se te ofrezca, toca la campana

En –señaló la copa de metal invertida, con más de un siglo en la finca, para llamar a la servidumbre. Cuando escuchó que tía Celeste se alejaba por el corredor, una sombra le cruzó la mente. Ulises tuvo que mirar hacia la ventana con la urgencia de las ranas que asomaban a la superficie del estanque a tomar aire, sin saber que la piedra, lanzada con la resortera desde otro punto, venía dando vueltas hacia ellas. Al otro lado del vidrio estaba el patio de cemento donde en otra época los indios llegaban con los costales de café y los vaciaban pensando que alguna vez les alcanzaría para pagar su deuda con la tienda de raya. Esa misma extensión, ahora en ruinas, donde a él le gustaba imaginar que se alzaba la plaza de armas que guardaba un gran parecido con la capital, donde las llantas ardían en las calles y los rebeldes pedían la cabeza de su padre, el gobernador. Había visto esas imágenes y voces por la televisión que él sentía que también iban dirigidas contra él. ¡Traidor! ¡Asesino! Una tarde se acercó a su padre a preguntar la razón de ese odio entre la gente, pero el señor gobernador estaba en la sala de equipales, reunido con el círculo más cercano de su gabinete, respondiendo a uno de los consejeros que le propuso un poco de mesura: –No podemos tener mano blanda, amigo. El orden necesita el uso de la fuerza. O de lo contrario tendríamos a los lobos sueltos, comiéndose a cuanto pendejo se le cruce en el camino. Hay que cumplir con la ley, seguir los pasos de Juárez y Díaz. Sin ellos, nuestro estado no sería nada. La gente tardará en hacerlo, pero lo entenderá. Y si de todas formas vemos que siguen insistiendo con sus movilizaciones y golpeteos, hay que mandarlos a chingar mucho a su madre. Para eso somos la autoridad, carajo. LoS aLtoS PaStizaLeS terminaban donde empezaba la for-

mación militar de los árboles. El follaje verde protegía al antiguo huerto que el abuelo –a quien nunca conoció– había cuidado hasta que falleció en la recámara donde ahora tía Celeste, con el aroma de sus Marlboro, custodiaba ese museo de cortinas cerradas y objetos antiguos. Afuera el día era todo verano y algunas nubes estaban suspendidas sobre las montañas. El paisaje le hizo rememorar el calor que desprendía la vegetación salvaje del huerto abandonado, su sitio preferido en la finca. Al centro el manantial; ese borbotón de agua clara que surgía de la tierra y formaba el estanque lleno de vida donde a su padre –le había narrado la vieja Paulina– le gustaba zambullirse de chamaco. Un poco más allá, entre las ramas de una jacaranda, la casa del árbol donde don Ulises había marcado con una navaja el año de 1968 en las tablas de la escotilla. En ese momento su puño se cerró con la velocidad de un caracol sobre la tierra. Fue el único gesto que dejó expuesto el reproche interior por estar a esas horas encerrado, en vez de aguanCollage de Marga Peña

tar el escozor en los brazos al trepar el tronco de los árboles, o sintiendo el corte de la hierba muy cerca de las rodillas, aunque más tarde debiera soportar que la vieja Paulina le pasara en la noche un cigarro sobre la piel para sacar a las garrapatas de su escondite. ¡A qué hora se había lastimado el pie! Tal vez lo tengo merecido, se dijo tirado en la cama al recordar los cadáveres de las ranas abiertas en canal, las pieles tornasol de las lagartijas secándose sobre los carrizos, el pájaro amarillo al que le había chamuscado las alas para que se pareciese a un avión caído. En su último ascenso a la casa del árbol, abrió la escotilla creyendo que había una forma de salvar su corazón antes de ser devorado por todos los animales que había matado. Cerró la escotilla y se alzó con la visión de la inscripción de 1968, grabada hacía muchos años en las tablas por su padre. Miró por las ventanillas y la extensión de la antigua finca le pareció una marea verde y carnívora. Dentro de la casa del árbol tampoco estaba a salvo. El viento que olía a humedad movió la construcción; los clavos dijeron sus advertencias. Y Ulises en lo único que pensó fue en las rendijas que había entre las tablas podridas del piso, a un lado de la fecha. No sabía por qué había pisoteado entonces la marca, sí sabía que las tablas cederían bajo su peso. Sorpresivamente la pierna izquierda se le sumió como si el jardín salvaje lo estuviese llamando, y el clavo oxidado le atravesó la carne mientras él gritaba como si sirviera de algo para no hundirse más en el aire. Al oír sus gritos, Chávez vino corriendo desde el establo. Batalló para bajarlo colgado de sus hombros. ¿Quién hubiese imaginado que el hijo del gobernador fuese una roca que se desmoronaba en llanto? El tenis izquierdo rezumaba una miel roja para las hormigas. Ulises sintió más dolor cuando la vieja Paulina le extrajo el clavo frente a la mirada inconmovible de tía Celeste, quien parecía saber de dolores más grandes. Luego fue el desmayo y finalmente ese despertar en la noche con la compañía de la eterna sirvienta a su lado, diciéndole que no se moviera, que Chávez había ido a buscar un doctor a la ciudad, mientras le pasaba sobre la


de las luces herida el trapo humedecido en agua de sal con epazote para evitar la infección. uLiSeS aPartó La ViSta de la ventana y se fijó en el bulto

que su pie formaba bajo la ropa de cama. Intentó mover los dedos, pero la descarga eléctrica que le recorrió la pierna hizo tomarse el muslo con ambas manos. Sintió que la fiebre empezaba a moverse dentro de su cuerpo como si ahora fuese un animal con ganas de correr. La vieja Paulina ya se lo había dicho, cuando en el entresueño de la noche anterior él le advirtió de las luces que había visto bajar de las montañas: “Estas fiebres causadas por los fierros son traicioneras, pero usted ya ha aguantado cosas peores.” Sumió la cabeza en la almohada hasta que su propio sudor le refrescó la nuca. Sus cabellos estaban tan húmedos que le parecieron algas lanzadas hacia la orilla del mar. Sintió un poco de placer al experimentar esa agitación de la fiebre, que removía todo lo que le rodeaba como si el mundo fuese una esfera de invierno que necesitaba sacudirse cada cierto tiempo para que la nieve volviera a caer. Hizo el intento de hablar, pero no pudo seguir. Le sorprendió que ahora las palabras pesaran tanto, y la luz de la recámara se hubiese vuelto más oscura, más espesa, como de tinta. Alguien en ese momento abrió la puerta. La sombra entró y se detuvo al pie de la cama. –Tía, ¿eres tú? –dijo, restregándose los ojos, queriendo aclarar el ambiente de la habitación. Qué raro que haya oscurecido tan pronto, pensó. Pero el olor a leña impregnado en la ropa le dijo que se trataba de la vieja Paulina, quien llevaba viviendo en la finca desde los cinco años de edad. Así como la veía, con sus enaguas blancas, se había juntado con un soldado raso que conoció cuando el ejército pasó por el rancho en busca de guerrilleros. Bastó un mes de vivir en un cuartucho de la ciudad, a los alrededores de la zona militar, para que extrañase la finca. “Lo que pasa es que a la india le gustó la buena vida”, había explicado alguna vez su padre. Fue así que la vieja Paulina regresó al sitio donde había aprendido a hablar el español, preñada de Antonio, quien trabajaba

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Dentro de la casa del árbol tampoco estaba a salvo. El viento que olía a humedad movió la construcción; los clavos dijeron sus advertencias. como secretario particular del gobernador, y siempre cargaba pistola aunque no fuese policía. –¿Cómo sigue su pierna? –dijo la anciana, avanzando hacia la silla de madera donde había pasado la última noche cuidándolo–. ¿Pudo dormir? –Un poco, no lo sé. Apenas hace un rato era de mañana y vino mi tía Celeste. ¿Qué hora es? ¿El doctor ya llegó? –Pasan de las seis –la vieja se acercó e intentó descubrirle la pierna herida–. Pronto va a oscurecer. –¿Qué haces? ¡Por favor no me toques la pierna! Déjala así. Estoy bien. De todas formas el doctor Ayala no tarda en venir, él me va a revisar. –Pero necesita limpieza. Tiene las sábanas mojadas. No ha ido al baño en todo el día. La mirada de Ulises zigzagueó como un gorrión buscando escapar del cuarto maloliente. India cabrona, pensó. Se cree que sabe más que yo. La lépera respuesta que iba a dar la dejó para otro momento cuando se dio cuenta de que en la ventana estaban otra vez los destellos de una noche antes. –Paulina, hazme un favor y acércate a la ventana. Dime si ves las luces. Bajan de la montaña, por el camino que lleva a la carretera. Tal vez… –se interrumpió, como si la fiebre hubiese asentado dentro de su cabeza las dudas con las certezas–. Creo que vienen por mí. Traen sus antorchas para vengarse de mi padre. Buscan justicia. ¿Las ves? La anciana no quiso desobedecer al patrón y se asomó a la ventana con la intención de seguir el punto que don Ulises señalaba. Sabía que ahora el exgobernador olvidaba muchas cosas, como que la podredumbre de su pierna se debía a la diabetes. Miró los golpes del viento recorriendo las copas de la selva profunda y ausente de luz. Pero ahí no había nada, salvo la tumba del joven Ulises donde hacía años que su padre lo enterró

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Xabier F. Coronado

ÉticayPo

UTOPÍA, PENSAR QUE ES POSIBLE MORALIZAR LAS ESTRUCTURAS DEL PODER CUANDO EL GOBIERNO EJERCE MÁS FUERZA REPRESORA ES PORQUE SU PODER ES MÁS DÉBIL. HANNA ARENDT

A Carmen Aristegui

S

ra desatinada a la autodestrucción que nuestra civilización y nuestros dirigentes parecen haber asumido.

El difícil –y necesario– equilibrio entre la actitud ética y la actitud política se pierde tan pronto como se absolutizan una u otra.

ALGO DE HISTORIA

José Luis Aranguren Es obvio que la política no es una cuestión ética

i nos detenemos en el estudio del desarrollo de las ideas a lo largo de la historia del pensamiento humano, podemos encontrar claves que son útiles para entender la realidad actual de nuestra sociedad. Hay dos conceptos, ética y política, que desde el comienzo de la civilización han sido pilares básicos de nuestra razón de ser como individuos y ejes de la trasformación social. La relación que en nuestro tiempo existe entre estas dos doctrinas y la importancia que como sociedad les asignamos, repercuten de manera determinante en el momento histórico que vivimos a nivel mundial, donde la ética ha sido desplazada por una realidad política totalmente pragmática, cada vez más alejada del bien común, que satisface solamente los intereses de una clase dirigente convertida en casta superior, obsesionada por mantenerse en el poder. Sin duda, existe un creciente deseo de cambio en los individuos que formamos esta sociedad. La mayoría sentimos la necesidad de encontrar otra manera de relacionarnos con el poder para conseguir que se frene esta carre-

Max Weber

Antes de analizar la relación que a lo largo de la historia han mantenido la ética y la política, tenemos que definir términos. También conviene aclarar otro concepto que muchas veces se confunde e identifica con la ética: la moral. Para no hacer de ello un tedioso y confuso ejercicio, exponiendo sus innumerables definiciones filosóficas, he optado por acudir al drae (edición 23ª, 2014). Entre las muchas acepciones que estos términos tienen en su definición, nos quedamos con dos de cada uno. Moral (del lat. morālis): “Perteneciente o relativo a las acciones o caracteres de las personas, desde el punto de vista de la bondad o malicia.” “Doctrina del obrar humano que pretende regular el valor de las reglas de conducta y los deberes que implican.” Ética (del lat. ethĭca, y éste del gr. ήθική): “Conjunto de normas morales que rigen la conducta humana.” “Parte de la filosofía que trata del bien y del fundamento de sus valores.” Política (del gr. πολιτική): “Arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados.” “Actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos.” Desde el Código de Hammurabi (siglo xViii aC), primera compilación de leyes de la historia que regulan la actuación de dirigentes y cargos públicos, y los Analectas, de Confucio (siglo V aC), conversaciones sobre los principios morales que se deben seguir en las relaciones humanas, la filosofía se ha ocupado del estudio de la ética y del problema de su compatibilidad con la práctica política. En la antigua Grecia existía una total interdependencia entre ética y política. Platón expuso la imposibilidad de separación entre ellas: “El Estado nos pareció justo cuando los géneros de naturaleza en él presentes hacían cada cual lo suyo.” (República, 435a). Por un lado, el régimen político se adapta a la condición moral de sus ciudadanos, “nace del comportamiento de aquellos ciudadanos que, al inclinarse hacia un lado, arrastran allí a todos los demás” (544d-e); y a la vez, “un régimen político es alimento de los hombres: de los hombres buenos, si es bueno, y de los malos, si es lo contrario.” (Menéxeno: 238c).

Incitados por el placer y al no ser capaces de dominar sus impulsos los gobernantes obran mal. Aristóteles

Aristóteles no contradice la visión de Platón, sus teorías sobre la política (Política) están sustentadas en una sólida base ética (Ética a Nicómaco, Moral a Eudemo) y considera que el Estado es una comunidad moral que tiene fines éticos. Política y ética van unidas y su labor es alcanzar el bien supremo: la felicidad. La política busca el bien y se preocupa de que los ciudadanos realicen acciones justas y respeten las leyes establecidas, porque éstas “se ocupan de todas las materias, apuntando al interés común de todos […]; de modo que, en un sentido, llamamos justo a lo que produce la felicidad o preserva sus elementos para la comunidad política.” (En V , 1129b14 y SS .) Otros filósofos de la Antigüedad, como Plutarco (Obras morales), Cicerón (Sobre los deberes) y Séneca (Tratados morales), también vinculan ética y política en sus planteamientos. Lo mismo sucede con los pensadores cristianos del Medioevo, y no fue sino hasta el comienzo de la modernidad cuando se disocian de forma definitiva. El responsable de este divorcio es el escritor Nicolás Maquiavelo (1469-1527); en su obra El Príncipe y en sus Discursos, el pensador florentino separa la ética de la política y confiere a ésta una identidad que hasta entonces no había tenido. Así, genera el concepto de ciencia política, que tiene y aplica sus propios códigos. Maquiavelo establece las reglas y marca los objetivos, es decir, la estrategia para obtener y conservar el poder: “Cuando hay que resolver acerca de la salvación de la patria, no cabe detenerse en consideraciones de justicia o injusticia, de humanidad o crueldad, de gloria o ignominia” (Discursos iii , cap. Lxi ). Para Maquiavelo el término virtù, que él asocia con virtudes antiguas como la voluntad y la inteligencia, no significa hacer el bien, sino saber cuándo hacer el bien y cuándo el mal. La autonomía entre los territorios ético y político tiene como consecuencia la implantación de una doble moral: una para los soberanos y otra para el pueblo. En contraposición, Kant (1724-1804) plantea un rigor ético –la moral es una y no hay excepción– que obliga tanto a los individuos como a los Estados: “La mejor política es la honradez.” A comienzos del pasado siglo, Max Weber (1864-1920) intenta ajustar las ideas en la polémica relación entre ética y política. El sociólogo alemán define dos tipos de ética: de la responsabilidad, que asume las consecuencias de los actos; y de la convicción, que se ajusta más a la ética kantiana. Weber afirma que los políticos se rigen por la ética de la responsabilidad; también resalta la diferencia entre los políticos que viven para la política y los que viven de la política (La política como vocación, 1919). Por último, dos pensadores contemporáneos que nos resultan cercanos culturalmente. El filósofo español José Luis Aranguren (1909-1996), un auténtico pensador disidente, autor de un libro esencial sobre este tema, Ética y política, 1963. Aranguren se manifiesta partidario de la existencia de una relación entre la ética y la política que,


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olítica aunque tensa, pueda ser equilibrada y fecunda: “Personalmente, yo prefiero la fórmula de la tensión viva y operante entre la política y la ética, el diálogo siempre difícil y con frecuencia crispado, entre los intelectuales y el poder” (La izquierda, el poder y otros ensayos, 2005). En su libro El poder y el valor (1997), el filósofo hispano-mexicano Luis Villoro (1922-2014) propone los “fundamentos de una ética política” y aporta a este debate el concepto original de “ética disruptiva” –en el sentido de cambio sustancial–, donde plantea una moral que “perseguiría la autenticidad frente a la falsía, la autonomía frente a la ciega obediencia”. Villoro nos deja una máxima que condensa el comportamiento ético en la política: “Obra de manera que tu acción esté orientada en cada caso por la realización en bienes sociales de valores objetivos.”

crónica de una tensa convivencia

se, pero sin descender a los abismos de la violencia, puesto que nunca es permisible traspasar esa frontera, es cuestión deontológica. Hay acciones que, a pesar de la hipotética bondad de sus fines, no pueden ser justificadas bajo ninguna circunstancia; además, esos pretendidos fines nunca llegan porque la violencia sólo genera dolor, sufrimiento, muerte y, casi siempre, más violencia como respuesta.

LO QUE NOS TOCA VIVIR Insisto en que quien se dedica a la política establece un pacto táctico con los poderes satánicos que rodean a los poderosos. Max Weber

DE LA TEORÍA A LA PRÁCTICA Incitados por el placer y al no ser capaces de dominar sus impulsos los gobernantes obran mal. Aristóteles

La separación entre ética y política de Maquiavelo y la propuesta de Weber de dividir la ética, nos metió en un callejón sin salida. Desde el comienzo del siglo xx, la política se mueve en tierra de nadie a nivel ético; actualmente no queda claro cuáles son los principios morales que los políticos deben respetar, ni qué tanto se les puede exigir a la hora de rendir cuentas sobre su actuación. Aunque Weber deje claro que “quien busque la salvación de su alma y la redención de las ajenas no la encontrará en los caminos de la política, cuyas metas son distintas y cuyos éxitos sólo pueden ser alcanzados por medio de la fuerza”, los profesionales de la política deberían tomar conciencia de estas paradojas morales y estar obligados, tanto a tener en cuenta las consecuencias de sus decisiones, como a mantener ciertos principios éticos. Esto implicaría que la distinción weberiana entre responsabilidad y convicción quedase superada. En el gobierno de la sociedad humana resulta difícil alcanzar una situación equilibrada en la inestable relación entre ética y política. Tal como están las cosas, resulta utópico pensar que se pueden moralizar las estructuras políticas, ponerles sistemas de control que no se corrompan, conseguir que se respete la división de poderes, que sea real la participación popular en las decisiones importantes, o que se establezca un estado de derecho inalienable que no se pueda enajenar. Quizás habría que regresar a la concepción platónica y aristotélica, en donde la política sea parte de la ética, con características propias pero sin atravesar los límites de una moral básica, de mínimos. Una política que respete la moral de la razón, con una ética de banda ancha para mover-

Es obvio que la política no es una cuestión ética

Decía Maquiavelo que el gobernante necesita ser un maestro de la manipulación y de la seducción, y eso nos están haciendo. En México, quienes nos gobiernan conocen la manera de aplicar la peor versión del maquiavelismo –mentir y engañar, manipular y coartar, amenazar y desaparecer– con el fin de mantenerse en el poder a cualquier costo. Toda una gama de recursos desarrollados y perfeccionados a lo largo de muchos años. Los gobernantes siempre han sido la auténtica lacra que impide la correcta evolución social, política y cultural del país. Hannah Arendt comenta que cuando los gobiernos ejercen más fuerza represora es porque su poder es más débil. En ese sentido, quizá podamos ser optimistas, puesto que tenemos un gobierno consciente de su debilidad, que por esa causa regresó a las prácticas absolutistas, violando el estado de derecho, la libertad de expresión y trasgrediendo la separación de poderes con intención de perpetuarse. Habrá que levantarnos todos y decir ya basta, porque si la gente se levanta de a poquitos, se la van acabando. La historia reciente está llena de ejemplos y ahí están las estadísticas, los más de veinte mil desaparecidos y las decenas de miles de muertes violentas sin clarificar. Hay que hacerlo juntos, quedar de acuerdo un día, pararse todos y no movernos hasta que se hayan ido y nos dejen el espacio para intentar algo nuevo. Es preciso desechar esta forma de hacer política y repudiar a los políticos que nos gobiernan, una casta corrupta que carece de ética y moral, obsesionada por el dinero y por mantenerse en el poder pase lo que pase. Los ejemplos están aquí y en cualquier país del mundo, se trata de una pandemia que padece la humanidad. El objetivo es trascender lo que hay, aplicar el concepto disruptivo de la transformación, para convertir la política en algo diferente y no seguir intentándolo median-

Max Weber

te el rescate de fórmulas que ya fracasaron a lo largo de la historia. Hay que evolucionar las ideas, encontrar una práctica política que funcione en estos tiempos. El reto es el cambio radical sin violencia. Ya es hora de trascender a Maquiavelo y a Weber, dejar atrás la doble moral caduca; tiene que ser algo nuevo. Para hacer posible la disrupción hay que luchar, afanarse. Convertir lo viejo e inservible en algo original requiere de acciones y muchas inacciones, hay que dejar de realizar cantidad de cosas que hacemos porque somos nosotros los que mantenemos el sistema. Queremos transformar la sociedad y el mundo, pero no nos damos cuenta de que el cambio tiene que empezar en nosotros mismos. Hasta que no veamos eso y nos pongamos manos a la obra, nada se podrá lograr; el campo de batalla está en cada uno. Si corregimos las actitudes negativas se afectará nuestro entorno y podremos mejorar las relaciones personales, familiares, laborales, lúdicas. Si conseguimos la disrupción de las cosas más personales –transformar la pareja en algo armonioso, tener una relación familiar más amorosa, convertir el trabajo en una actividad gozosa– tendremos posibilidades de que se produzca la onda expansiva que transmute la comunidad, la ciudad, el país, el mundo. En nuestro interior sabemos que no existe otra salida; es hora de materializar las utopías

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Textos dispares. Ensayos sobre arte mexicano del siglo xx, Teresa del Conde, Siglo xxi Editores, México, 2014.

LO CONOCIDO REVISITADO

Poesía y prosa de hoy en sus mejores obras, Luis Miguel Aguilar, Marco Antonio Campos, Ana Clavel, Héctor de Mauleón, Luis García Montero, Héctor Manjarrez, Sergio Mondragón, Juan Villoro, issste, México, 2014.

visita nuestro PDF interactivo en: http://www.jornada.unam.mx/

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MODERNIDAD Y DIFERENCIA EN AMÉRICA LATINA

MARIANA DOMÍNGUEZ BATIS

ORLANDO LIMA ROCHA

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De cuando en cuando aparecen ediciones como ésta, acerca de las cuales cuesta decidir qué debe hacerse, o en qué orden: ponderar o deplorar. En cuanto a lo primero siempre será bueno, aunque rabie Borges, que otro libro sea publicado y la obra del o los autores difundida. Para lo segundo, véase al editor, un pauperizado instituto de seguridad social para trabajadores del Estado al que le faltan hasta vendas y gasas, pero publica libros y promete colecciones –se trata del número 1 de la “Biblioteca issste”–; en todo caso, es un no-editor metido a “la difusión de la cultura”, vaya uno a saber si por genuinas razones de interés intelectual o nomás para justificar un presupuesto. El remate, desde luego, es el título del libro: “en sus mejores obras” es, para decirlo con suavidad, altamente cuestionable, y a buen seguro no piensan así ni siquiera los autores convocados sino, ella solita, la persona a la que se le ocurrió tamaño despropósito.

América Latina. ¿Una modernidad diferente?, Gustavo Ortiz, educc , Argentina, 2015.

El arte es una droga que genera adicción. Marcel Duchamp

a doble faceta de historiadora y periodista cultural de Teresa del Conde queda muy bien plasmada en su último volumen publicado, que aparece como un nuevo mapa sobre el arte mexicano en el siglo xx , a partir de los ojos de una crítica de arte casi coetánea de la mayor parte de los protagonistas, lo que constituye una gema para estudiosos especializados y para el público en general. Textos dispares es una recopilación de los ensayos publicados en las últimas tres décadas por la también colaboradora de La Jornada. Los veintiún textos que la conforman –originalmente escritos en distintos contextos: para mesas redondas, coloquios, exposiciones o conmemoraciones–, reposados ya con el paso del tiempo, fueron ahora revisados y actualizados para urdir un solo ejemplar de tintes académicos pero, sobre todo, de difusión. En el libro, el lector encontrará temas sobre los que ya se han escrito ríos de tinta, pero abordados desde otros ángulos. Sin miedo a ser repetitiva, la historiadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la unam elige a personajes tan explorados como Diego Rivera, Frida Kahlo, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, José Luis Cuevas o Francisco Toledo, entre otros, y aporta enfoques distintos con un tenor analítico, porque simplemente “saber más cosas no equivale a conocer mejor”, en sus propias palabras. El rigor se exhibe como requisito esencial en cada ensayo, donde Del Conde se cuida de no emitir juicios propios y flotantes; no aventura ni dice algo sin un sustento teórico bien fundamentado. Por el contrario, la autora se ancla en herramientas científico-sociales, como el análisis mitológico, técnico, contextual, comparativo y, en especial, histórico, para arrojar luz sobre un período en el que se gestó y consolidó el arte mexicano del siglo pasado. Es así como en uno de sus escritos, por ejemplo, ensaya un parangón entre el Renacimiento italiano y lo que fue denominado por varios el Renacimiento mexicano en el siglo xx. Este último, corporeizado en el muralismo de la triada fundacional ya por todos conocida, en la que han abrevado las nuevas generaciones: Rivera, Siqueiros y Orozco. La investigadora conduce al lector por un recorrido a través de la Escuela Mexicana de Pintura de los muralistas, los disidentes, la etapa de la ruptura, hasta llegar a los años ochenta del siglo pasado. Lo hace a través de ensayos no concluyentes, que aportan un panorama general de tendencias y artistas, y significan un detonante para la curiosidad, a la par de una puerta abierta a las futuras generaciones, con la que podrán explorar, a placer, enfoques y aproximaciones atípicas sobre el tema •

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l problema de las formas en las que, durante la llamada “modernidad”, ésta fue conquistando y colonizando territorios hasta inventarse una América ceñida por esa occidentalización que conllevó un proceso de modernización singular, es lo que el filósofo argentino Gustavo Ortiz, recientemente fallecido (2014) presenta en su obra América Latina. ¿Una modernidad diferente? Editada recientemente por la Universidad Católica de Córdoba (Argentina), el libro compendia agudas reflexiones elaboradas entre 2003 y 2011, tanto publicadas como inéditas. Desentrañar sus problemáticas formas de producción de modos de ser culturales desde un ámbito filosófico y científico social latinoamericanista es uno de los objetivos principales de la citada obra. La obra del filósofo argentino nos conmina y propone problematizar tal noción de “modernidad”, vista desde la óptica del pensador alemán Max Weber. Siguiendo a Ortiz, el sociólogo europeo signó a la modernidad occidental con una racionalidad técnica que enfatizara “aquel tipo de saber que nos dice cómo producir algo” pero, no obstante, nos indica el pensador latinoamericanista, también advierte en sus textos que “la modernidad capitalista no es necesaria ni universal”. Cuestión que pone el pie de inicio en el hilo conductor de América Latina. ¿Una modernidad diferente? En tal sentido, Ortiz plantea dos ejes de reflexión y discusión desde el pensamiento filosófico y sociológico: uno, donde examina la racionalidad moderna a partir de problemáticas como la secularización, la religión y los valores; el segundo, donde examina las formas de gestación de tal modernidad en los linderos de nuestra América en distintos momentos de su historia, desde finales del siglo xv hasta la actualidad, así como en distintas problemáticas y temáticas, tales como la identidad, la historia de las ideas, la ciudadanía, los intelectuales y científicos y el pensamiento nuestroamericano. Especial mención merecen las filosofías de la liberación (de las cuales el mismo Ortiz formó parte en los primeros años de gestación), el marxismo y las teologías de la liberación, pues ellas denotan la intencionalidad política con la que el autor produjo este y otros escritos: el de la transformación de nuestra América. En suma, tenemos en América Latina. ¿Una modernidad diferente?, una obra de imprescindible valor político y práctico que permite problematizar el quehacer intelectual propio para repensar y (auto) criticar las formas historiográficas, históricas, teóricas y políticas en que se han debatido las distintas formas del pensamiento de nuestra América. Gustavo Ortiz nos deja sin duda un legado inalienable y fecundante, que marca un camino fundamental para el filosofar latinoamericanista •

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LEER

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Revolución cubana: política exterior hacia América Latina y el Caribe, Ricardo Guadarrama, cialc - unam . México, 2013.

POLÍTICA EXTERIOR LATINOAMERICANA: CUBA Y MÉXICO HÉCTOR LERÍN RUEDA

I

ndependientemente de las perspectivas ideológicas de los gobernantes en turno, un país hace política exterior para tener o aumentar su influencia y autonomía, para sumar amigos a sus proyectos internos e internacionales y para contrarrestar presentes o potenciales peligros a su soberanía. Desde esta perspectiva, pude comprobar personalmente que en el año 2003, la política exterior cubana tenía un músculo superior al de México, por lo menos en el Caribe. Como han pasado algunos años de eso, ya no me asiste la obligación de discreción para decir cómo nuestro esfuerzo de entonces para que un candidato mexicano a la dirección de la importante Organización Panamericana de la Salud, fuera derrotado en toda la línea, porque La Habana se propuso no sólo no apoyarlo, sino recurrir a sus amigos latinoamericanos para que esto fuera así. ¿Porqué Cuba jugó tan fuerte contra nuestra candidatura? Muy sencillo: un año antes el arrogante pero torpe canciller Jorge Castañeda indujo al locuaz Vicente Fox a insultar al presidente Fidel Castro pidiéndole que se retirara de una reunión en Monterrey para que no se encontrara con el genocida de Panamá e Irak, George Bush. Genuflexiones aparte de los altos funcionarios mexicanos ante Washington, me quedó claro un año después que Cuba había conseguido los suficientes apoyos latinoamericanos para derrotar la mencionada candidatura mexicana de una cancillería mal jefaturada por el aventurero Castañeda. Pero el asunto que quiero plantear no es condenar a La Habana por su actuación más o menos entendible en este asunto, sino observar cómo su política exterior ha venido cosechando cada vez más el apoyo latinoamericano, lo que quizás no puede decirse de México. Este apoyo se ilustra más si observamos las condenas unánimes contra sus bloqueadores estadunidenses, tanto que éstos han reconocido el rotundo fracaso de su política y, por el contrario, el mundo reconoce sin regateos el éxito diplomático de la Revolución cubana. A lo que quiero llegar es a considerar que las partes más importantes de este recorrido diplomático, en general exitoso, están reflejadas ahora en este libro de Ricardo Guadarrama, del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe ( cialc ) de la unam , quien sostiene que hacen falta más estudios sobre la política exterior cubana contemporánea hacia sus hermanos latinoamericanos. Si esto es así, entonces hay que decir al hombre modesto que es el investigador Domínguez, que su libro es una contribución muy importante en esta línea sobre la que él llama la atención.

Ahora habrá que preguntar: ¿por qué a los mexicanos nos habría de interesar la política exterior de Cuba hacia nuestra región? Respondo con una hipótesis que en el trabajo de Ricardo ya se refleja: Cuba es con creces la nación latinoamericana con la cual hemos tenido más afinidades, más cercanías, más hermandades y más proyectos históricos comunes relacionados con la independencia, la soberanía, la justicia e, incluso, la revolución. Y conste que dije afinidades nacionales, no gubernamentales ni de relacionamiento diplomático, ya que Cuba llegó tarde a su primera independencia nacional y, por ello, a las relaciones diplomáticas con México. Así que no me propongo historiar este proceso porque Ricardo lo hace muy bien en este y otros trabajos, aunque eso sí, sólo menciono la preocupación mexicana por la independencia de Cuba desde principios del siglo x i x y nuestra alerta porque desde la isla aún no liberada, España mantenía en peligro nuestra independencia, que también Estados Unidos puso en peligro desde la misma con su asalto imperialista de 1898 contra Cuba y Puerto Rico. ¿Y qué decir de las estancias en México de los próceres Céspedes y Martí para recabar apoyo para la primera independencia cubana? ¿Y las posteriores muestras de solidaridad cubana hacia nuestra Revolución? ¿Y luego la afinidad política que los mexicanos tuvieron hacia la gesta heroica de 1959 encabezada por Fidel y el Che, cuyos puntos culminantes fueron tanto el apoyo para la salida del heroico Granma desde Veracruz, como la valentía diplomática de mantener sus relaciones con la isla en momentos aciagos para la misma? Desde luego, mención especial merece la actuación del honorabilísimo embajador cubano Márquez Sterling, quien durante la felonía del golpe de Estado contra Madero hace cien años, no se prestó a los planes del enloquecido y vulgar embajador estadunidense, Lane Wilson, quien conspiró contra nuestro país y fue central propiciador de los brutales hechos de sangre de la decena trágica y los que luego le siguieron, lección que hoy los diplomáticos estadunidenses en México siguen sin aprender. El músculo diplomático de La Habana se ha venido fortaleciendo en un proceso quizás contradictorio pero a la vez sólido y sistemático, porque ha tenido claros sus principios y sus objetivos, llegando a resultados bastante exitosos, considerando el duro escenario internacional; también son un ejemplo de aplicación de una política exterior congruente que merece no sólo estudiarse como lo hace Domínguez, sino considerarse por su sistematicidad y éxito, bien que ha debido levantarse de la lona que significó partir de cero cuando la mayoría de los gobiernos latinoamericanos –que no los pueblos– le cerraron las puertas por instrucciones de Washington en la oea . Y no se diga a escala internacional, donde ha sido objeto de bloqueo político y económico y de una verdadera persecución en organismos internacionales a los que debía tener acceso, cerrados por la mano de Washington que nunca le perdonó el mal ejemplo que significaba que en América Latina un país siguiera una vía independiente, soberana, cuestionadora del sistema de dominación imperante y ejemplo de que era y es posible luchar

contra la misma y salir adelante, así fuera con altos costos (véase Venezuela). Hay que reconocer también en este trabajo de Ricardo Domínguez la luz que arroja sobre la habilidad cubana para solidarizarse con las causas populares latinoamericanas y mundiales (léase África y Asia), y remontar el cinturón de hierro que a veces significan las limitadas relaciones diplomáticas interestatales que acercan sólo a los gobiernos, pero no a los pueblos. Las propias teorías de las relaciones internacionales fueron concebidas así por los centros de poder y para servir a los mismos; por eso Ricardo reclama aquí con razón teorías internacionales para los países que luchan por el desarrollo y la soberanía, y Cuba es un ejemplo de cómo con la diplomacia que Ricardo llama ”paralela”, fue posible ese acercamiento cubano con las aspiraciones más populares de América Latina, lo cual le permitió, con el tiempo, conservar y obtener los mejores créditos diplomáticos; y ni se diga en América Latina, su campo natural por excelencia desde los tiempos de José Martí y antes inclusive. Esta es una enseñanza de política internacional que no debemos olvidar en México, ahora que estamos tan alejados de América Latina tanto por un Tratado de Libre Comercio que ha significado ruina, pobreza y emigración para la mayoría de los mexicanos, como por una Alianza para la Seguridad y la “Prosperidad” de América del Norte, versión azteca y postmoderna de la Enmienda Platt, con la que Washington se arrogó el derecho “legal” de intervenir y someter a Cuba a principios del siglo xx . Si alguien cree que exagero con México, agrego también que la llamada “Alianza del Pacífico” es una extensión de la abortada alca , impuesta por Washington para aislar a México y a otros países de su región y para debilitar la verdadera integración latinoamericana. La última prueba la tuvimos con la ausencia de Peña Nieto, en enero de este año, en la tercera reunión de la Comunidad de Países de América Latina y el Caribe celebrada en Costa Rica. En cambio, el presidente cubano fue el centro de atención, felicitaciones y apoyo por parte de todos los países latinoamericanos en San José: son odiosas las comparaciones, pero el músculo diplomático cubano sigue viéndose fuerte y ese recorrido es precisamente el que el doctor Domínguez Guadarrama se encarga de analizar minuciosa y exitosamente en su libro. La calidad analítica del texto, su profundidad y erudición, es un punto de arranque y de inflexión para entender también la nueva realidad internacional que significan las relaciones de Cuba con Estados Unidos, y que este último no debería esperar que le sirva para que La Habana decline sus banderas, pues si Cuba sostuvo fielmente su política exterior de solidaridad en condiciones de debilidad, mejor lo hará ahora que cuenta con el total apoyo de la comunidad latinoamericana y el interés de académicos como Ricardo Guadarrama •

En nuestro próximo número

ELEntrevistaNEOLIBERALISMO como antihumanismo con el obispo Raúl Vera

El doble según Edmundo Valadés

Las sagas islandesas: la segunda piel de Islandia


ARTE Y PENSAMIENTO ........ Ricardo Venegas ricardovenegas_2000@yahoo.com

Felipe Garrido

bitácora bifronte

12 de abril de 2015 • Número 1049 • Jornada Semanal

Francisco Torres Córdova ftorrescordova@gmail.com

monólogos compartidos

MENTIRAS TRANSPARENTES Carnaval Para Mar Barrientos

Katia y yo abrimos las cortinas. Abrimos la ventana. Dejamos que la luna nos mire. Entran retazos de sones, tambores, lo que toca la charanga. Nos llegan la brisa que quema, el perfume pegajoso de la caña, el barullo de la gente que atiborra el malecón. Duro corrimos. Ahora no alcanzamos el aire que nos hace falta. Vemos las comparsas y los carros y un torito que echa bengalas; la gente se abre a su paso y regresa, lo provoca, vuelve a huir. Por encima de todos, con sus largas piernas de palo, con su cara pintada de blanco y rojo, con sus greñas como de estropajo, con su costal al hombro vemos al zancón. A todos nos asusta.“Tú no corres peligro, pero las muchachas le gustan –nos dice a veces la abuela–. Cada que puede se lleva alguna.” Apenas vimos que se acercaba salimos en estampida. Ahora lo vemos desde aquí. Katia me mira y se pone seria; le brillan los ojos. Nada tengo que decirle. Alargo la mano para rozarle un pezón •

Ricardo Yáñez DE PASO Tepoztécatl Ese es su segundo nombre, que no usa, lo suple con una simple T. Quiere decir, me dice: Dios del pulque,“y luego mi familia me critica porque tomo. ¿Pa qué me pusieron así?” Vive en Tlatelolco, en un departamentito que sólo es sala, cocina y baño, pero que está atestado de obra, un pequeño museo, donde hay un Bustos, un Rivera, una pintura de aquellas míticas de calendario, y no doy más datos, no se valdría. No sabe quién es Lezama Lima, pero una frase que pareciera del cubano le conviene a su lugar: el reino de la imagen. Ahora, son tantas las imágenes, y tan de calidad, que uno en realidad no ve nada. Le pregunté si no le daba miedo vivir ahí. No, me contestó tan tranquilo. A mí me asustaría. Hay vírgenes de no sé qué siglo, una de ellas, raro, naciendo de un maguey. Hay una mujer desnuda de madera sobre una nube de madera, un San Judas con los ojos más piadosos que en efigie haya yo visto. Me cuenta que en Tepoztlán, de donde es, tiene “una pirámide” y más obra y muchos libros, que le han querido comprar y no ha querido vender. Creo que le gusta la moda. Mientras escribo esto y curioseo en su Facebook, leo:“Desde hoy dejo el alcohol.” •

En las puertas de Ágora

Sonora nervadura

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Viene de afuera, del horizonte circular que hace posible a es-

na galería de arte joven es siempre una apuesta contra la voracidad del mercado; es ir contra la corriente. Pero, además, hay que distinguir entre galerista y vendedor de obra de arte. Para el primero, el arte es un sistema en el cual el artista es imprescindible, y tanto la promoción cultural como su trayectoria definen la calidad con la que proyecta a los creadores, mientras que, para el segundo, el factor económico es el leitmotiv de su interés. Si abrir una galería es el mayor error que cualquier empresario podría cometer, peor es creer que la cultura es un asunto de élite. O por lo menos así nos lo ha mostrado el neoliberalismo, empeñado en trivializar las expresiones de las artes (el perseguido –y acosado por el fisco– Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, de Francisco Toledo, es un buen ejemplo) y en minimizar el conocimiento que se adquiere a través de los libros. Este fenómeno ha transformado a la telenovela no sólo en la biblioteca sentimental, sino en la universidad de muchos incultos que han logrado, sin esfuerzo y con la gracia de un perro parado, escalar en la administración pública: “Es cierto porque es absurdo”, diría Carlos Fuentes. Ante este panorama abrió sus puertas recientemente la galería Ágora en la ciudad de Cuernavaca; desde su apertura, el recinto ha sido una muestra de aquella antítesis que contradice al mercado: la mercadotecnia dice que no hay sitio para los desconocidos que no están en las grandes colecciones. Si no hay garantía en el prestigio no se puede esperar un riesgo por parte de las galerías para ofertar “lo que no vende”; si el arte no es renovación de lenguaje, si no es aventura o búsqueda, entonces ¿qué es hoy el arte? Citlalli Ferrer dijo sobre un grupo de jóvenes que exponían en Ágora: “Es la propuesta de un grupo de artistas emergentes que va en busca de la verdad. Empleando el yo como lugar estético-sensible. De tal suerte que la verdad de cada uno de ellos revela el descubrimiento de su poder creativo. Hijos de una época convulsa y carente de ideologías, se han visto obligados a ofrecer la resituación de la obra con el medio lejos de discursos que avalan la tradición y la moda. ”Habitan sus mundos, saturados de información, se desconstruyen para volver a reconstruirse a partir de lo que son y no de lo que creían que eran. Alejandro Estrada: Provocación que remite a la frase:‘No es como usted dice.’ Eduardo Uribe: El pop es un pretexto, lo esencial son los personajes elegidos. Karen Mallida: Improntas del inconsciente que revelan sus emociones. Os Villegas: Finas líneas que muestran nuestro lado más oscuro. San Castillo: Resignificación de los objetos a partir de lo lúdico. Syeni Martínez: Con la fuerza de su río ulterior emergen texto y color.” Sin duda, Ágora es el prototipo de la empresa autosuficiente que no busca la fama, el reconocimiento o la ganancia desbordante, sino al destinatario de la obra quien, a su vez, le da sentido a su propia búsqueda •

cala humana la distancia del planeta; de la luz que en la entraña primigenia de las plantas se hace aliento, para luego penetrar y apoyase en los pulmones, donde empieza su sonora nervadura. Viene del aire que entonces se hace ritmo de agua, corazón y huesos, y de los roces de ese impulso con los pliegues vocales en su nicho en la laringe, el hueco de la boca y sus honduras, y el juego preciso y vigoroso de la lengua más allá o antes o al borde de los dientes y la pulpa de los labios. Es el soplo vital que desata en el mundo a la persona con la urgente sílaba del llanto, y cuando toca y se disuelve al final en un instante, es la última palabra de vocales astilladas, un suspiro apenas que la vuelve a atar a las fibras de la nada. Porque tiene cuerpo y rostro de alguien su sonido, deja su huella de timbre y tono en el nombre de las cosas, en la intención de su presencia, y porque en las cosas mismas es cómplice nativo, el silencio es uno de los hilos que la urden. Es común y propia, capaz de la intriga, la caricia y la mentira y sus tantas filigranas; del cinismo o la vergüenza, o la verdad más inmediata que destella al mismo tiempo en la mirada; conoce los dobleces del más íntimo secreto y el poder incontestable que retumba en la boca de una muchedumbre. Tiene un pasado salvaje que no pasa y en cada criatura se repite: al dolor le da una escala de gemidos y al placer un arpegio de jadeos; está en la risa de los juegos y en la tos de la miseria. Esa voz de todos y de uno, que nos viste, nos emboza o nos desnuda pero siempre nos pone en evidencia, lleva otra en su reverso; una alerta y a la espera en los bordes o en el centro inadvertido del flujo de la vida, en apariencia a la deriva en los planos y rincones de silencio, en el umbral del sueño y la vigilia, donde el mundo fluye solo y primitivo, a su propio ritmo, modo y tesitura, y ocurre a veces el encuentro que toma por sorpresa a las palabras, las vacía y desde adentro reinaugura en un acorde su sentido. El poeta sabe que la gracia de esa resonancia articulada es múltiple y severa y tarda en aflorar en el poema: “Pero el menor ruido te ahuyenta/ y te veo salir/ por la puerta del libro/ o por el atlas del techo,/ por el tablero del piso,/ o la página del espejo,/ y me dejas/ sin más pulso ni voz ni más cara,/ sin máscara como un hombre desnudo/ en medio de una calle de miradas” (“Poesía”, Xavier Villaurrutia). En ese espacio, la voz, que es el aire en que respiran las palabras, se asoma al vértigo de sí misma, se abre, se cierra y se desdobla en las muchas otras que convoca: “Y en ese juego angustioso de un espejo frente a otro/ cae mi voz/ y mi voz que madura/ y mi voz quemadura/ y mi bosque madura/ y mi voz quema dura/ como el hielo del vidrio/ como el grito del hielo/ aquí en el caracol de la oreja” (“Nocturno donde nada se oye” fragmento, Xavier Villaurrutia.) •

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Jornada Semanal • Número 1049 • 12 de abril de 2015

........ ARTE Y PENSAMIENTO O

Miguel Ángel Quemain quemainmx@gmail.com @mquemain

Sergio Tamayo, las versiones escénicas del yo

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L TEXTO, LA DRAMATURGIA, es para Sergio Tamayo sólo una guía, incluso un material explosivo, expansivo y asociativo que no estructura nada desde sus coordenadas espaciotemporales. La organización la activa la memoria y sí, la asociación, siempre y cuando lo simbólico sea el sustrato organizador de los sueños que ha logrado sobre la escena, desde posiciones diversas. Hoy, justamente, la de director y un inmiscuido actor que desde la otra orilla dirige el trabajo que propone Adrián Espinoza como un espejo, complemento, suplemento del personaje/símbolo que está encarnado en el propio director que se dirige desde la otra rivera, donde se mira mirar en un ejercicio narcisista que ha exhibido en juego y broma ya desde hace algún tiempo. A Mula de 6 lo signa su espíritu provocador, heterodoxo, personalmente colectivizador de formas de conciencia torturadoras, hipócritas, hipercríticas, destructivas; es la gran metáfora de un mundo que Tamayo visibiliza generosamente, pues no niega cierta voluntad didáctica, y del que se burla a antojo, con inteligencia y crudeza, que pone al borde del ridículo. Así sucede en su montaje, donde ha decidido manderlayeramente discutir y provocar a lo Von Trier, con esos dos personajes que son mucho más que dos y cuyo grosor, volumen, impone respeto por la ecuación que ha vivido desde hace mucho, desde varios frentes de lo escénico. Ver sus fragmentos en Youtube. Lo que sigue, lector, es lo que me atrevo a tematizar y a tomar de sus ideas que, en su momento, por semejanza provocan la angustia del callejón sin salida, el pudor y la vergüenza de los fingimientos de una comunidad artística que puebla las redes sociales en grupos que buscan neutralizar la vida teatral institucional

LA OTRA ESCENA cada vez más excluyente, parcial y prescindible en el sentido histórico. Muy poco de nuestro teatro tiene el poder de hacer del escenario una especie de plaza pública donde se puede discutir lo local, lo temporal, lo político, en lo que se envuelve nuestro minúsculo tránsito, tan vital, tan estructurante desde la visión teatral. En esta entrega quiero mostrar también cómo es descrito un ámbito de creación con sus miserias voraces, famélicas, hipócritas; lo que sigue le pertenece y no necesita comillas para deslindar su propiedad: La provocación escéptica: Tienes el teatro que mereces. La verdadera ficción es que te enseñen algo útil. Hacer teatro es ser cucarachas vestidas de grillos. El teatro es un viacrucis masoco, a menos que lo vuelvas deseo con la palabra plena, no institucional. Involucrarte con tus maestros es tragar su misma mierda. Provecho.

La comunidad de espíritus: vamos a empezar con las mamonas reservaciones para que no asistas aunque lo jures. Profesionalismo es ser agachón y con baja autoestima. La gente te usa para sus fines pero no le gusta que la uses para los tuyos. Que te usen no implica que te quieran. Sólo eres un empleado que ignora que lo es porque no tienes sueldo ni contrato. Originalidad y postmodernidad: fragmentación del discurso, irrupción de la realidad ya sea con documentos o fenómenos alternos que atraviesan la presentación con estímulos y signos para que tú construyas tu paisaje sonoro, visual o discursivo como te apetezca. Eso es postdrama. Mientras más alejas la acción física de la acción verbal, más postdramático es. El horizonte político: si durante siglos el teatro estaba prohibido o dirigido a los guarros, ¿por qué hoy tendría que ser institucional y avalado por las finas academias? Los que hablan del pueblo, no se sienten pueblo, he ahí el distanciamiento indolente del funcionario y profesionista. Te vuelves un promotor del gobierno y no quieres darnos asco... Contra(dicciones): en mi laboratorio de teatro personal la historia más nimia es inventada y la más increíble es real. El ridículo es edípico, mientras más huyes de él, más te alcanza. Mientras más te escondes en personajes, más te balconeas. Cortina de humo para tapar la cortina de humo que intentaba distraernos de no recuerdo qué. La estética actoral. El actor puede representar a los demás artistas (de danza, de música, visual) pero éstos no pueden representar al actor, algo les faltará siempre. Por eso no te quieren pero te usan. Enamorarse de los personajes que haces es como estimar tus heces y despedirte de ellas. Tu histrionismo narcisista: te enamoras de tus personajes. Mula de 6, Centro Cultural Kinakú. Refugio 89 col. Nativitas, 18 de abril, 20 horas . Donativo voluntario consciente. Tel. 63950872 •

Alonso Arreola @LabAlonso

Te recomiendo tres discos

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UY SEGUIDO ESCUCHO LA pregunta: “¿Qué proyectos nuevos e interesantes hay en el panorama musical de México?” Peor aún, escucho la aseveración: “Hacen falta grupos, músicos, compositores que tomen riesgos.” En ambos casos me asalta la vergüenza, primero por mi ignorancia y luego por la duda ajena. Suponer que en un país tan grande y vibrante –por lo malo y lo bueno– faltan artistas valiosos es absurdo. La música está allí, lo que cambia es nuestra relación con los fenómenos que la hacen relevante, con los puentes que nos llevan a ella. Es por eso que hace tiempo renuncié a actualizarme de manera forzada. Es por ello que, cuando me hacen las preguntas o comentarios citados arriba, recomiendo las cosas que voy hallando en bares, fiestas, juicios confiables o, por supuesto, en los discos que me hacen llegar quienes leen esta columna (¿tiene alguna recomendación que le parezca valiosa, lectora, lector?, haga contacto sin pudor alguno), como pasó con los nuevos lanzamientos de Dedo Caracol, Remmy y el dúo de Alejandro Colavita y Alejandro Saqui Salces, los tres vinculados por cierta animalidad. Colavita y Saqui Salces presentan Cinema, obra notable del sello Cero Records. Uno manipula sintetizadores y el otro la guitarra eléctrica (tuvieron como invitados a María Urtuzuástegui en la voz y a Sergio Robledo en el acordeón). Ambos juegan con la tímbrica de objetos variopintos y voces, así como con un diseño de audio que apuesta tanto por la naturaleza como por el mundo urbano. Diez piezas sin título ni separaciones recorren 43 minutos musicalizando, según sus autores, “una película surrealista imaginaria”. Aunque por momentos reconocemos el rasgueo de cuerdas, una progresión armónica, una melodía vocal bañada por pájaros y lluvia, es verdad que el encendido de motores, el paso de

BEMOL SOSTENIDO aviones, la escasez de ritmo, las voces susurrantes, todo nos deja en un estado de flotación onírica. Dicho de otra forma, la banda sonora de Cinema funciona para la película que decida imaginarse quien la escuche (ello no le quita unidad). A mí me asaltó un lunes temprano, angustiado por pendientes venideros, molesto por el inicio de las campañas electorales, sorprendido por la torcedura mental de quienes asesinan a estudiantes en África, impactado por la confirmación –según dicen los negociantes del aire– de quien, en el clímax de su oscuro narcisismo, forzó a los pasajeros de un avión a acompañarlo en su suicidio. Y funcionó. Amplificó mi guión. Mientras usted decide o no acercarse a su contenido, vale la pena decir que, involucrado en veinte producciones, Cero Records se autodescribe

como un sello independiente “que tiene como objetivo producir y difundir propuestas musicales serias, originales, interesantes y diferentes, específicamente a través de lenguajes contemporáneos en la música de cámara, la música electroacústica, la música experimental y la improvisación libre”. Visítelos en: www.cero-records.com. Por otro lado se nos aparece Remmy, quinteto de rock que confirma la inteligencia sonora del Jalisco actual. Trino, su guitarrista y cantante, me hizo llegar vía Facebook la canción “Corazón de Búho”, una suerte de diálogo con el libro Bestiario del escritor –también jalisciense– Juan José Arreola. Esa pieza nos llevó al resto de su nuevo disco, Animalario, que presentarán el próximo 8 de mayo en Foro Independencia de Guadalajara. Sí, hablamos de una obra que se inserta en la tradición zoológica pero de manera indirecta, merodeando la condición humana a través de alegorías en las que viven osos, reptiles, felinos, culebras, caballos, murciélagos, buitres y hasta un lagartoro mecánico. Con una dotación que suma otra guitarra, bajo, batería y teclados, Remmy produce rock, pero coquetea con el folk estadunidense, la música mexicana y una psicodelia latina que amplía su léxico en forma contundente. Animalario es su tercer disco luego de Ani y la manzana verde (cuento sónico en quince capítulos) y Vegetal. Búsquelos. Hágales eco. Finalmente le recomendamos a Dedo Caracol, banda chilanga que presenta su segundo disco, Segundos, una placa brillante donde la sofisticación vence al músculo, en la que importa menos la distorsión que la eficacia melódica, la relojería rítmica, la expansión armónica. Acompañando las letras y guitarra acústica de Thomas Cathomen están Chepo Valdés (batería), Gerardo Greaves (bajo) y Noel López (teclado, guitarra), todos abocados a un rockpop que se toma pausas para salir del horno pero que siempre parece estar a punto. Ojalá que encuentren la permanencia arriba y abajo del tinglado. Nos conviene a todos. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •


ARTE Y PENSAMIENTO ........

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Jorge Moch Verónica Murguía

tumbaburros@yahoo.com @JorgeMoch

Para Alberto Carral, por Los Guajolotes

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ESDE 2014, DE FORMA oficial y tajante, ya no hay sidra Pino Negra, sabor vainilla con plátano, en Yucatán. Es decir, ya no hay sidra Pino Negra en el universo. Tampoco hay Soldadito de Chocolate. Fue sustituido a la mala por el insípido Bevi, que no sabe a chocolate como debe ser y que sale de una planta embotelladora de la Coca Cola. Sólo falta que los Charritos (que no son churritos; son como almohaditas de harina fritas, saladas y enchiladas) La Lupita, exquisitos como ninguna otra botana, sean reemplazados por algún sucedáneo patrocinado por Sabritas. Y que los papad-

zules tradicionales sean suplantados por una versión light. Me parece horrible. Sé perfectamente que mi disgusto está atizado por la nostalgia –llegar a Progreso era beberse una Pino Negra helada y comerse un salbute– y que, fuera de los obreros que trabajaban en la embotelladora Pino, quizás no hay daño. Pero para mí es una señal de que avanzamos de forma inexorable rumbo a la homogeneidad más tediosa. No quiero imaginarme un viaje a Progreso en el que me encuentre con un 7Eleven en lugar de la tiendita olorosa a espiral mata mosquitos, aunque seguro ahí está ya. El 7Eleven como los de aquí y los de China, con aire acondicionado en lugar del ventilador de pie que se bamboleaba al lado del mostrador, ese ventilador que parecía que se iba a ir caminando a la playa de tanto que se movía. Ahí está el 7, con los Lonchibones en lugar de los panuchos. Qué friega. Cuando he viajado por Estados Unidos, una de las cosas que más me impresiona es la homogeneidad del paisaje. Las iglesias, que ejercen sobre mí una poderosa atracción, allá pueden ser un edificio de ladrillo, una especie de caja con ventanas exactamente igual a la compañía de seguros contigua, que a su vez es la hermana gemela de la sucursal regional de la ibm. Kilómetros más adelante aparecía un centro comercial con un Nordstrom, un Gap, un Target, una MacStore, antes una Barnes & Noble, etcétera. Luego una cuadra con un Starbucks, un McDonalds. Así. Ad infinitum. Excepto algunas ciudades, Estados Unidos me parece un monstruoso centro comercial. Ya lo decía David Byrne en la película Historias verdaderas: el mall ha sustituido al Ágora. Una de las cosas que enorgullece, con razón, a los neoyorkinos, a los parisinos, a los habitantes de las ciudades que resisten estas invasiones de forma deliberada, es que el carácter y la fisonomía de esas urbes han sido dibujadas por el tiempo y la historia, y que sus ciudadanos quieren conservar ciertos rasgos. No desean darle libertad irrestricta a la mano pesada y bruta del dinero. Yo creía que en México no podría suceder esto. En primer lugar, porque es pobre. Suponía que no podría haber un Puerto de Liverpool o un Palacio de Hierro cada dos cuadras porque están repletos de objetos suntuarios. Que era imposible que en un país tan caótico, donde cada quién levanta la casa según su idea

o fantasía, no sería posible aplastar con el mismo bulldozer las hermosas casas coloniales y los adefesios. Pero no contaba yo con el Gobierno del Distrito Federal y el empuje del puerto y el palacio. Nada de casas. Señores, les presento a sus vecinos: los maniquíes. Si quieren tomar un café, vayan al Starbucks más cercano y pidan lo que está bebiendo la mitad del planeta antes de platicar con desconocidos en sus redes sociales. Ya tenemos más 7Eleven que misceláneas, Office Max que papelerías, Walmarts que mercados.Y apenas ayer me di cuenta de que Los Guajolotes, ese restaurante ruinoso, laberíntico, cursi como sólo un restaurante mexicano puede serlo, ha sido derribado. Se me cayó el alma a los pies. Quizás porque allí me reí una vez hasta que rodé bajo la mesa. Reírse así es inolvidable. No había bebido ni fumado nada. Fue un chiste, una burla sin hiel, tan buena que me reí hasta que quedé adolorida y con el rímel corrido, pero feliz. Me reí (nos reímos) tanto, que hasta creímos con breve aprensión que nunca íbamos a parar. El mese ro no sabía qué hacer. Finalmente, la risa se apagó y cenamos sesos en mantequilla negra. Ahora pondrán allí un banco o un centro comercial como los que infestan la ciudad entera. Y la manzana horneada de Los Guajolotes, como el Soldadito de Chocolate, serán un recuerdo de cuando México no parecía Falfurrias. Seremos tan homogéneos como los gringos, pero sin dólares ni sidra Pino •

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NO CREERÍA QUE ENTRE las (pocas) cosas buenas de la reforma en telecomunicaciones del neoliberalérrimo régimen de Enrique Peña Nieto, tan entretenido en arramblar lo que nos quede de riqueza o dignidad nacionales, figura el surgimiento del Sistema Público de Radiodifusión del Estado Mexicano, mejor conocido como spr ; un organismo “descentralizado y no sectorizado”, es decir, con presunta autonomía programática, y decir eso es pensar en una entidad gubernamental mexicana que milagrosamente no recibe “línea” de Los Pinos, particularmente si se trata de un vehículo gubernamental de medios, y precisamente cuando en términos de libertad de prensa y expresión México corre veloz en sentido contrario al futuro y de regreso a 1975. La represión abierta y brutal se combina con amordazamiento y censura, muchas veces gestionadas desde los medios mismos, con tal de preservar el maquillaje orquestado desde las cúpulas: se reproducen loas y divertimentos mientras en la cruda y oculta realidad se multiplican los males que tanto padecemos acendrados en un devenir cotidiano donde ya nos hicieron callo la violencia, la miseria, la corrupción y la impunidad. Un organismo como el spr , si se lo exenta de la pleitesía característica de la corte bufa de hoy, puede ser en efecto propositivo y hasta nutriente en una sociedad tan consumida y traqueteada como la mexicana. En principio porque su sola existencia supone un incentivo a la televisión pública con fines no lucrativos sino de divulgación cultural y allí estaría implícito un claro deslinde de la televisión comercial y su programación vulgar, servil, manipuladora y saturada además de publicidad comercial y ahora, en año electoral, con caudales de propaganda electoral que representa miles de millones de pesos carranceados al erario para solaz de los magnates que ya sabemos. La duda surge, sin embargo, porque lo que ahora es el spr ya existía antes como el opma, el Organismo Promotor de Medios Audiovisuales, entidad de gobierno cuyos recursos materiales y presupuestales fueron simplemente transferidos de un acrónimo al otro. El opma, sin embargo, estaba sectorizado en la Secretaría de Gobernación y resulta paradójico que en un sexenio tan proclive al control gubernamental en medios, su brazo operador decida amputarse un par de dedos al desvincularse el organismo de la Secretaría. O todo el asunto no es más que otra jugarreta. La credibilidad que obsequiamos los mexicanos al gobierno y sus instituciones es tan baja que cualquier resquicio de duda acrecienta las descon-

Armando Antonio Carrillo Lavat

fianzas. Como que, por ejemplo, ahora en el spr reaparezcan nombres de funcionarios que formaron parte del entramado mediático de los gobiernos de la docena trágica panista, como Alejandra Mota Márquez, quien ya estuvo en la subgerencia de difusión en Pemex y en la dirección de difusión de la Secretaría de Energía durante el sexenio de Vicente Fox, ambas entidades estrechamente relacionadas ahora, por cierto, con la ola privatizadora peñista. O que el mismo presidente del spr , Armando Antonio Carrillo Lavat, ratificado ahora por el senado (cuya comisión de Comunicación y Transportes preside, curiosamente, el panista Javier Lozano, acusado en su momento de conflicto de interés por la cercanía de su cónyuge con Televisa) tenga en su haber una carrera en medios privados como Canal 40 o… mvs. Y que entre los recursos humanos del opma . Si bien el spr se jacta de una cobertura de una media de 40 puntos porcentuales en varias ciudades de México, lo cierto es que su red de antenas está presente en menos de la mitad de las entidades federativas y, aun en el mejor de los casos, hay un par de estados, como Veracruz y Guanajuato, donde tiene cobertura (parcial, insisto) en dos municipios. ¿Lo bueno? Su barra contempla canales comunitarios y culturales, como el Once, el 22, t v unam y variaciones locales. ¿Lo malo? Su entredicha independencia de un gobierno autoritario en año de elecciones. Y que sobran los indicios de que lejos de suponer un cambio novedoso, el s p r parecería apuntar a más de lo mismo. Un aliño cosmético. Un guiño a la exangüe cultura general del mexicano. La carantoña de una falsa democracia. Una raya más al tigre •

CABEZALCUBO

Sí, existe el spr

LAS RAYAS DE LA CEBRA

Entre el puerto y el palacio


........ ARTE Y PENSAMIENTO Luis Tovar

Ricardo Guzmán Wolffer

Baudelaire, el prosista

M

ÁS CONOCIDO POR SUS poemas, Charles Baudelaire (1821-1867) extrapoló en su novela La Fanfarlo la experiencia inserta en Las flores del mal, donde el poeta va a contracorriente de los valores de la sociedad burguesa. El joven poeta Cramer reencuentra por azar a un amor de juventud, quien le participa sus desavenencias maritales debido a que el consorte está empeñado en tener a la hermosa bailarina, la Fanfarlo; por ello, el poeta dedica sus esfuerzos a separarla del marido y obtener los favores de la esposa. Logra quedarse con la bailarina, pero no obtiene lo esperado.

Baudelaire, Gustave Courbet

La novela destaca por aspectos de fondo y de forma. Dentro del prosista está el poeta Baudelaire en el uso de oraciones sintéticas: decir mucho con lo menos. Hacer al lector parte de lo narrado, más con una mirada empática que como dialogante o como intérprete de lo sucedido. Cierra la novela en tres personajes a desarrollar a partir del engaño: el poeta es engañado por la casada, pues supone que obtendrá sus favores si separa al marido de la bailarina; la casada es engañada por el marido, y la bailarina es engañada por el poeta, al suponerlo su enamorado, cuando no lo es. La trama se divide entre lo moral (bueno, la moral de Baudelaire: famoso por carecer de ella fuera de su literatura) y lo chusco. Debajo de los diálogos hay un efecto humorístico, especialmente al final del texto, pero también en la construcción de la novela, pues la bailarina apenas aparece en el texto: tarde nos enteramos de cómo es interiormente y de la manera en que habrá de cobrarse el timo sentimental. A contracorriente de las novelas de la época, donde se anunciaba al personaje central en el título (Madame Bovary, de Flaubert; Manon Lescaut, de Prévost, etcétera), Baudelaire engaña al lector. Podría identificarse al autor con el personaje, como sucede en otros textos suyos: es diletante y busca los placeres terrenales, sin aparente dificultad moral para vencer cualquier obstáculo. Pero se enfrenta con la Fanfarlo, una bailarina que encarna al teatro y su enmascaramiento de la realidad, más por extenderlo fuera de los escenarios para tornar su casa una extensión de la escenografía para representar otra obra: la del poeta timador, con la vuelta de tuerca de que el embaucador será embaucado: puesto que el poeta es esencialmente la máscara verbal que coloca en su visión de la realidad, es sencilla su empatía con la otra encarnación de lo ficticio, esencialmente porque se complementan: él es la palabra que disfraza y ella es el disfraz de las formas, especial-

mente las sociales: en la unión de ambos, la vida imita al arte. Pero al final del texto, el arte se pierde y la vida también, en el castigo de una existencia superficial y un escarmiento impuesto con el dolo del rencor derivado del engaño profundo: para la Fanfarlo, la sanción recibida deriva de evidenciarla como mujer enmascarada, con la autoconvicción de la futilidad en sus gustos e ilusiones. Y no hay peor venganza que la pérdida conjunta de lo único que daba sentido a sus vidas: el arte como máscara del vacío existencial, la caída de la única barrera entre los excesos y el tedio en el abismo. El final se anuncia desde el inicio, en la descripción del poeta: “Entre todos los hombres semibrillantes que he conocido en esta terrible vida parisina, Samuel fue, más que ningún otro, el hombre de las grandes obras fallidas”; “se me ha aparecido siempre como el dios de la impotencia”. Su yerro deriva de apropiarse mentalmente de aquello con lo que se identifica: termina por creer que lo ha hecho él. De ahí que espere la recompensa de la esposa: “Sólo los poetas son lo suficientemente cándidos para inventar semejantes monstruosidades.” Al final, tras saber que el amor era una mentira, la Fanfarlo castiga al poeta: pierde su belleza, lo hace padre, lo hace autor de libros de ciencia, lo inserta en la academia y el poeta decadente funda un diario socialista y decide entrar a la política: “¡Qué inteligencia deshonesta!” Baudelaire pone al poeta en el peor infierno que puede concebir el autor y diletante. El humor también se le daba al escritor maldito, especialmente con una broma hecha a su propia costa, pero sin perder el impacto anímico por la lectura de un poeta mayor. Finalmente, el poeta se entrega al vicio (singularmente la prostitución y la droga), pero sólo consigue el tedio (spleen, como se decía en la época), al mismo tiempo que anhela la belleza y nuevos espacios (“El viaje”). Es la “conciencia del mal.”•

@luistovars

Polvo de silencio Silencio No el silencio como espacio entre un sonido y otro; no el que da su cuerpo al ritmo y armonía a cada cosa, ya sea el timbre del objeto que las manos resucitan cada día de la quietud, volviéndolo de nueva cuenta lo que ha sido ayer y antes: cacharro, utensilio, calzado, vestido y herramienta; ya sea en cambio y sobre todo el timbre de la voz, esa otra ondulación del viento modulado en el fonema que es vocablo que es sintagma y que, ya vuelto sonido articulado, rescata a cada hablante a veces de sí mismo o, sencilla pero poderosamente, prolonga el sentido que cabe en la palabra “sociedad”, lo mismo en el tiempo intenso de la cuenta corta, ése que transcurre cada hora en cada día, así como en el extenso de la cuenta larga, es decir el que da forma a la cultura y a la historia. No aquel silencio fecundante, humus del concepto y de la idea, sino el otro mórbido carente de salidas o asideros, como envuelto por sí mismo y, en definitiva, a sí mismo dedicado: a la prolongación infinita de otro tiempo, uno suspendido que no admite reconvención, consejo ni advertencia, mucho menos diálogo, que estaca a quien está en su posesión en el centro de la quietud más densa, que le provoca la coagulación de los sentidos, que le otorga una impasibilidad en las antípodas de lo heroico y lo gallardo pues más bien se trata de imposibilidad; que le aproxima, en fin, a la conclusión de todo, a un final que ya se anuncia en esa muerte en vida consistente en no moverse, no hablar, no espabilarse nunca porque cómo o para qué, si el alma ya no está con uno.

Polvo A la plaza, si así vale llamar al cuadrángulo inexacto casi siempre despejado y siempre terregoso que hay a la mitad del pueblo, y eso también si vale llamar pueblo al puñado de casas más o menos arremolinadas en torno a eso que no vale llamar centro del pueblo precisamente por lo mismo, y por más que tenga un nombre, Zapotitlán, por más que haya una parada de autobús en la que allá de tarde en tarde puede que alguien se apersone porque llega, pero sobre todo porque ya se va, aunque no tan rápido como se fue, sin siquiera apearse de su lujosa camioneta, el Candidato A No Se Sabe Qué Pero No Importa Porque Da Lo Mismo, cuando vio que la concurrencia no era concurrencia, que el mitin no era mitin, que las porras no eran porras y que la plaza no era plaza…; pero a la plaza, como sea, acuden de cuando en cuando los payasos desolados, viejos, como descerrajados de tanto sol y tanto polvo, con su trapecio enano, su columpio que rechina y su música de

banda más triste que el silencio mismo. “¿Cuántas almas mueren de tristeza?”, pregunta recitando uno de ellos al público presente, por cierto más escaso aún que la alegría, como si le hubieran platicado ya de Cheba, la mujer que, salvo la necesidad, no ha tenido nunca nada: ni al marido porque se había ido y más valdría que no hubiera regresado, ni al amante porque eso es algo que en el fondo no se tiene aunque pueda parecerlo, ni al hijo del que toca deshacerse porque de otro modo la deshecha será la vida misma, y sin embargo todo es una retahíla de deseos frustrados porque no vale llamar vida a esa postración enmudecida de la cual solamente Canelita, el único que ha sabido sacudir de su alma el polvo, quiere sacarla con los pétalos que arroja al río, uno por lágrima, aunque para que alcancen haya que cortar todas las flores de Zapotitlán. Si se mira bien, la sal es como el polvo: innumerable, fina e infinita, sabe meterse por los poros de la piel hasta que cuaja de mínimos cristales persistentes el ánimo y la voluntad, como le sucede a Serafina, que por edad y cero escuela y vejaciones asumidas como parte de lo cotidiano, muy poco o más bien casi nada sabe de todo y, por eso, se la pasa sola y silenciosa en el cerro de polvo blanco acumulado jornada tras jornada de trabajo en la salina, donde Silvestre se afana como un Sísifo que cree que va empujando hacia la realidad su deseo de salir de ahí volando, sin darse cuenta de que sólo consigue hacer más grande su desolación insolada en la salina, desde donde ha de seguir mirando cómo pasan los aviones. Es el campo mexicano, sumido en un polvo y un silencio solamente interrumpidos, y más valiera que no fuera esa la razón, por el paso de algún piquete militar cargando cuerpos muertos, como si sólo la muerte pudiera conjurar esa tristeza individual, que nuestro presente hace tender a colectiva, y que algunos conocen por tirisia. La tirisia, Jorge Pérez Solano (guión, coproducción, dirección), México, 2014 •

CINEXCUSAS

Jornada Semanal • Número 1049 • 12 de abril de 2015

GALERÍA

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CREACIÓN

12 de abril de 2015 • Número 1049 • Jornada Semanal

Luna Negra, al son del son en el sur de Veracruz

Alessandra Galimberti

N

o todo es violencia en México. Por debajo –o, mejor dicho, por encima– de las ráfagas de metralla, de las corruptelas, la impunidad, las violaciones (a los derechos humanos y a las mujeres), de los secuestros y las extorsiones, de Los Templarios, los templetes y los copetes, hay –qué bueno, menos mal, por fortuna– espacios de luz. Quién dijo que todo está perdido, cantaría la Negra de América. Y Luna Negra, siguiendo con eso de la negritud destellante, es sin lugar a dudas uno de esos espacios: un rancho de luz, un rancho de luz al son del son, un rancho de luz al son del son en el sur de Veracruz donde, año tras año, en el mes de abril, acontece la magia de la palabra, la memoria, la música y el maíz. En este rancho, rescatado laboriosamente del abandono y salpicado ahora de acotopes y sauces, de ilamas, jobos y anonas, en plena isla de Tacamichapam, a la orilla del río Chiquito, brazo y abrazo del gran Papaloapan, en el municipio sureño de Jáltipan, se celebra puntualmente, simultánea y paralelamente a las tumultuarias procesiones a los templos o a las playas de Semana Santa, el Seminario de Son Jarocho y Otras Culturas. Se trata de un campamento-taller vivencial donde los y las participantes tienen la oportunidad, durante un período de siete días bien contados, de iniciarse o perfeccionarse en las artes de la música tradicional jarocha, además de empaparse de la cultura local y alimentarse con platillos hechos a base del maíz que ahí mismo cultivan y cosechan, sin pesticidas ni Monsanto. Acuden a la cita un sinnúmero de personas; algunas repiten religiosamente cada convocatoria, otras llegan por primera vez y, casi nunca, por última. Pueden sumar un total de ochenta, noventa, incluso cien, depende del año y de quién sabe qué otra cosa. Proceden de los más

Ilustración de Juan Gabriel Puga

variopintos y diversos lugares, pudiendo así confluir bonaerenses, canadienses, gringos, latinos, chicanos del otro lado, chilangos mirando hacia adentro, yucatecos o, más cerca, de Coatzacoalcos o –más cerca todavía– del mismo municipio de Jáltipan, sobre todo jóvenes lugareños que a sus pocos veintitantos años transitan entre los estudios y el desempleo, entre el son de siempre y el hip hop moderno, entre el español, el inglés y el milenario popoluca. Todos, extranjeros y nacionales, foráneos y locales, hombres y mujeres, jóvenes y menos jóvenes, se encuentran unidos por el encandilamiento de una tradición musical, la jarocha, que como ninguna otra ha sabido traspasar fronteras, géneros, épocas y generaciones. Todos, durante la semana completa del seminario, hacen vida en común, al amparo de las tiendas de campaña y de las hamacas que cuelgan de tronco en tronco. Y los días transcurren, van y pasan, como el agua y las lanchas en la corriente del río, al compás perfecto de un ritmo medido en cuatro grandes tiempos: tempo uno, las clases, en las mañanas y en las tardes, donde los alumnos se dividen en grupos bajo la copa de un árbol y la batuta de un maestro, y se ejercitan en una u otra peripecia del son jarocho: el rasgueo de la jarana, la leona, el requinto, el marimbol, el zapateado o el arte oral de versar. Tempo dos: en las horas de comida, los grupos se disuelven y todos los alumnos se reagrupan y congregan para comer juntos en torno a las mesas de robusta madera, debajo de una gran palapa de techo de palma, donde diez o más mujeres se afanan a todas horas en desgranar el maíz, hervir el nixtamal sobre llamas de leña, echar tortilla y hacer tamales, gorditas o empanadas. Tempo tres: en las últimas horas de la tarde, mientras va cayendo despacito el sol, los alumnos vuelven a reagruparse. Es la hora de la palabra y la memoria en la

que se les explica detalladamente, con o sin ayuda de diapositivas o audiovisuales, la andadura histórica y cultural de la región, desde los vestigios olmecas a las comunidades campesinas, diezmadas hoy en día por malogradas políticas públicas, pasando por la Malinche, originaria de la zona, el actual mapa étnico indígena o el legado afrodescendiente. Tempo cuatro: para terminar el día, como ritual nocturno, el reagrupamiento de todos tiene ahora lugar en torno a la tarima, donde se inicia, donde se prende –como si fuera lumbre, como si fuera fuego– el fandango, la fiesta, ellos engalanados con guayaberas claras y ellas ataviadas de largas faldas, ceñidores y flores en el pelo. Y entonces retumba el verso, la nota, el baile y, sobre el cedro, el rítmico golpeteo de los tacones. Finalmente, se duerme la noche (lo que reste de la noche) hasta el día o el año siguiente, cuando de vuelta se vuelva a empezar. Y se duerme tranquilo con la certeza de que se logra así el cometido, macerando, con cada acorde y cada pisada, otro mundo alternativo, otro mundo posible, re-territorializando el territorio, dotándolo de nuevos sentidos, nuevas vivencias, nuevos, en un contexto regional, el sur veracruzano, marcado no solamente por la creciente ola de violencia a manos del crimen organizado, sino también por el saqueo de las industrias azucareras, madereras y azufreras que a lo largo de las décadas han arrasado con los recursos naturales y con todo el tejido social, dejando en su lugar desierto, olvido y una desoladora emigración. Al fin y al cabo, el Seminario de Son Jarocho y Otras Culturas es fundamentalmente eso: un proyecto comunitario, un proyecto de incidencia social, un proyecto de rescate cultural, un proyecto ecológico, un proyecto de luz en medio de tanta adversidad •

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