La Jornada Semanal

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SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA DOMINGO 9 DE FEBRERO DE 2020 NÚMERO 1301

1929-2020

GEORGE STEINER

O LA CULTURA DEL ALMA

Los que queman los libros George Steiner

Cultura de masas: la aspirina del pueblo Entrevista con George Steiner

La prolongada primavera de George Steiner Antonio Valle


LA JORNADA SEMANAL

Portada: Rosario Mateo Calderón

2 9 de febrero de 2020 // Número 1301

GEORGE STEINER O LA CULTURA DEL ALMA El pasado lunes 3 de febrero, a los noventa años de edad –celebraba su cumpleaños cada 23 de abril–, murió George Steiner, considerado “el último de los grandes intelectuales de Occidente” de manera casi unánime, y con razón: políglota que dominaba seis idiomas, traductor, teórico del lenguaje, crítico literario, académico, ensayista y pensador de lucidez deslumbrante, el nacido en Neuilly-surSeine, Francia, a finales de los años veinte del siglo pasado, escribió más de treinta libros en los que dejó testimonio no sólo de una inteligencia fuera de serie sino, sobre todo, de una capacidad inusitada para transmitir y compartir –con calidez y auténtico amor por el saber– sus vastos conocimientos, no únicamente sobre literatura y lenguaje, sino acerca de todo aquello que atañe a la cultura, fenómeno de mil aristas en el que, para él, consistía el más hermoso gesto del alma humana. ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| DIRECTORA GENERAL: Carmen Lira Saade DIRECTOR: Luis Tovar EDICIÓN: Francisco Torres Córdova COORDINADOR DE ARTE Y DISEÑO: Francisco García Noriega FORMACIÓN: Rosario Mateo Calderón LABORATORIO DE FOTO: Jorge García Báez, Ricardo Flores, Jesús Díaz y Felipe Carrasco PUBLICIDAD: Eva Vargas y Rubén Hinojosa 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. CORREO ELECTRÓNICO: jsemanal@jornada.com.mx PÁGINA WEB: http://semanal.jornada.com.mx/ TELÉFONO: 5604 5520. ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauhtémoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cuitláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.

NEIL PEART, RUSH Y EL TIEMPO DETENIDO Crónica entrañable de un recuerdo adolescente, o mejor dicho de un adolescente detenido en el tiempo, acaso como la canción “Time Stand Still”, por el descubrimiento de un disco de una “banda llamada Rush”, a la que aquí se rinde homenaje en nombre de muchos, junto al cálido lamento por la muerte de su gran baterista Neil Peart.

para Juan Carlos Peña (Jhonny) y sus hermanos, para Alan Urbina y Víctor Rodríguez

Exit…Stage left: Una evocación DECÍAN LOS PERIÓDICOS y la televisión que el peso se devaluaba, las divisas se fugaban y el dólar emprendía su camino aniquilante hacia las nubes: era el año de 1982. Pero yo más bien recuerdo el cuarto secreto, gigante y repleto de discos muy bien acomodados en estantes igual de gigantes colgados en las paredes. Estaba en una casa vieja a la vuelta de la mía: el cuarto cósmico lleno de sonidos que se expandían en mí como si yo mismo fuera la galaxia. Las luces se apagaban cuando algún disco que alguien consideraba memorable empezaba a sonar y a destilar su poder oculto y diamantino en nosotros. Porque ese nosotros era una agrupación cavernosa de infantes que ya se presumían como adolescentes y se imponían la rutina de escuchar dos o tres tardes a la semana lo que el hermano mayor de Johnny nos quería compartir. Por ejemplo: la ópera-rock de Raúl Porchetto, Cristo rock; o ese álbum de fondo negro con los rostros extrañamente delineados en colores brillantes y cuyo título resonaba en mí como un enigma: La máquina de hacer pájaros; o el bigote bicolor de Charly García en la portada de Clics modernos y ese tango rock con su suave carga poética que también nos hacía forasteros en nuestro propio mundo: “No soy un extraño.” También Deep Purple y el hechizo de Lou Reed y su Rock and Roll Diary: 1967-1980, sin saber nosotros que eso también era poesía, porque apenas alcanzaba el tiempo para concentrarnos en las voces trans-

Gustavo Ogarrio ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

versales que nos apabullaban entre guitarras de colores drásticos y tambores que se nos metían en las rodillas mientras agachábamos la cabeza para respirar mejor esas explosiones. Sin embargo, no fue en esos estantes de sonidos en combustión donde descubrí el disco Exit… Stage Left, de una banda llamada Rush. Quizás eran las primeras veces que salía de la caverna y que me encontraba con un acetato que elegía por mi cuenta. Pero es seguro que lo llevé con cierto orgullo bajo el brazo de metal y lo colocamos en el tornamesa. Así comenzó, en la oscuridad del universo, el disco grabado en vivo en Toronto, el 27 de marzo de 1981: “The Spirit of Radio” y la guitarra que giraba en círculos concéntricos o que subía y bajaba por los escalones de la batería. “Red Barchetta”: el drama de la guitarra muriendo ante las metáforas de la máquina… en fin, era como si esa música casi sinfónica y dura pudiera producir una herida, una herida más bien luminosa, algo que sabíamos que se quedaría girando en nosotros por mucho tiempo. Quizás lo que más me gustaba era que había una canción con el título de “Tom Sawyer”: yo también me había conmovido con el tesoro y la casa embrujada, con el amor de Becky y el heroico Huck y la cueva de McDougal, con el trazo de Mark Twain de ese mundo a la orilla del río que ahora era también una canción en la que Tom significaba un orgullo compartido: “Today’s Tom Sawyer/ Mean…mean pride.” El mundo era entonces ese río de canciones que nos desbordaban, era ése no saber que Xanadú había sido la capital del imperio mongol y también una canción con guitarra de doce cuerdas en vivo y con la mujer en la portada abriendo el telón desde un costado de aquel escenario imaginario donde el universo apenas comenzaba. Ahora me pregunto: ¿qué querían de nuestras vidas las letras de Neil Peart (apenas comprendidas en un raquítico inglés que más bien se parecía a un balbuceo gutural sin heavy metal) y su batería en esa multiplicación de tambores y platillos que nos atravesaban como un relámpago?

Time Stand Still: tres huellas digitales SIEMPRE ME LLAMÓ la atención esa simbología triangular: tres bolas sombreadas en el rojo apagado de la portada del disco Hold Your Fire; tres huellas digitales de colores en cierto álbum recopilatorio; el show en vivo de las manos intrépidas una larga noche de octubre de 2002 en México; la extensión de ese cuarto viejo de la infancia, proyectado mucho años después en el campo de energía en el que las lavadoras y el fuego del dragón en la gira Vapor Trails estallaban en la mirada y en los tímpanos. Y ahora, en esa confusión de épocas, Rush y su tiempo por siempre detenido con la muerte de Neil Peart.


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El acoplamiento entre el bajo, el teclado y la voz de Geddy Lee (al comienzo bastante aguda, pero después ya templada por el tiempo y por la arquitectura de un estilo), la guitarra de Alex Lifeson (“hijo de la vida” y de ese viaje tan suyo que va del blues al hard rock… una guitarra de rock progresivo, cruda y limpia al mismo tiempo, al menos eso dicen) y la batería de Neil Peart (un milagro de constancia y precisión jazzística que da vuelcos de claridad hacia los cambios de compás… que también es locura de pies y manos que avanzan atados en su independencia motriz). Quizás fue la ternura de “Closer to the Heart”: filósofos y labradores en marcha hacia la utopía de un mundo simplemente más cercano al corazón. También pudo ser esa columna de acordes básicos en “Working Man” y que escalaban hacia

la mano araña en la guitarra para volverse la apoteosis trágica de un trabajador del capitalismo metropolitano que no tiene tiempo para vivir, sino sólo para beber una cerveza y preguntarse por qué no sucede nada. O la guitarra inicial de “Fly by Night”, que es casi una leyenda emocional, una invocación giratoria de la partida: vuela de noche y lejos de aquí. Pero, para nosotros, fue esa oración pop del tiempo congelado, el aprendizaje de la vida que se detiene en los platillos: “Time Stand Still”. Cerrar los ojos mientras la inocencia se fuga entre los coros de Aimee Mann, la letra del mismo Neil Peart y esa dulzura con la que Lee canta el tiempo indetenible y que, al adaptarse a las descargas solares de 1987, nos dejaba incomprendidos y breves, hermosamente fugaces en el río de estas canciones l

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Imágenes del discoThe Spirit of Radio, Rush.

Percusiones desde el centro del Universo Saúl Toledo Ramos Breve pero puntual homenaje al baterista canadiense de la legendaria banda Rush recientemente fallecido, su enorme talento al centro de su grande y compleja batería, misma que controlaba y tañía a la perfección, su personalidad discreta y sus libros. FUE 1982 EL año en que se editó Signals, noveno álbum de la banda canadiense Rush. Tal obra significó una ruptura entre sus propuestas anteriores y las que vendrían después: el grupo dejaba el hard rock y se internaba en los derroteros del rock progresivo. La grabación contiene al menos dos cortes que se volvieron clásicos: “Subdivisiones” y “New World Man”. Toda la obra, sin embargo, es de un excelente nivel y, al escucharla con atención, se cae en la cuenta de que es una verdadera cátedra de cómo hacer sonar bombos, platillos, tarolas,

tambores y toda una serie de elementos percutivos, cuya ejecución estaba bajo las baquetas del recién desaparecido Neil Peart. Peart formó parte de Rush desde 1974, luego de que audicionó para Geddy Lee y Alex Lifeson, bajista-tecladista y guitarrista, respectivamante, del conjunto. Para Peart la experiencia fue desastrosa, pero Lifeson declaró que el estilo del Neil era una mezcla de Keith Moon (The Who) y John Bonham (Led Zeppelin). A partir de ese momento se inició una relación musical que aportó productos apreciados por los amantes del género progresivo, Tom Sawyer, por mencionar sólo el más popular. Más allá de las grabaciones, el verdadero gozo era apreciar la labor de Peart en vivo. Su instrumento era una megabatería que lo circundaba por los cuatro puntos cardinales –mitad acústica, mitad electrónica–, montaba sobre una base giratoria que se movía al antojo del músico, según la pieza a interpretarse. Eran cúspide sus solos de batería: la iluminación caía sobre su persona y el ritual comenzaba. Baquetas en mano, Peart y sus percusiones eran como

un centro gravitacional alrededor del cual giraba el universo. Era un alucinante ir y venir de sonidos arrancados a campanas, marimbas, gongs y crótalos, enriquecidos con otros, dulces o impetuosos, previamente grabados y contenidos en la memoria de un midi. Ires y venires, ritmos lentos y rápidos, redobles que pasaban del rock al jazz y viceversa. Caer y flotar a un tiempo en las edificaciones sonoras erigidas por el artista canadiense. Neil Peart exploró la literatura como otra forma de desarrollar su intelecto. Publicó cuatro libros: son diarios de viaje, intercalados con reflexiones de vida, creencias y eventos que Neil vivió en su paso por este mundo. Peart fue una persona solitaria y discreta. Como todo mundo, vivió acontecimientos que marcaron su existencia, como las muertes de su hija y primera esposa, asuntos que no permitió se convirtieran en comidilla de los medios de comunicación. Hace un tiempo, a Neil Pert se le detectó un tumor cerebral, para nuestra desgracia, maligno. Falleció por esa causa el pasado 7 de enero. La enorme batería permanecerá en algún lado, pero nunca mas será el centro del universo l


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4 9 de febrero de 2020 // Número 1301

LA PROLONGADA PRIMAVERA DE GEORGE STEINER El 4 de febrero de 2020, justo al día siguiente de la muerte de George Steiner, el ensayista italiano Nuccio Ordine publicó el diario español El País, una entrevista que le había hecho seis años antes. La fuerza y la claridad ética es la gran vía por la que se deslizan las respuestas de este maestro que, hay que decirlo, tal vez sea el último de los grandes intelectuales de Occidente. En la entrevista, Steiner le obsequia a sus lectores (que deben contarse por legiones en el mundo) una clase póstuma y magistral producida por una inteligencia congruente con una vida dedicada al estudio y a la enseñanza.

Antonio Valle ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

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specialista en literatura comparada, George Steiner realiza un ejercicio, que a la manera de los grandes pensadores y escritores del género confesional, nos ofrece una parte sustancial de sus más íntimos y profundos pensamientos. Aquí descubrimos la delicada forma de operar de una de las mentes más brillantes de la historia literaria y cultural de Occidente. Es un hombre cuya educación se forjó con la lectura de libros canónicos, así como en la rebelión paradigmática de una galaxia de lugares comunes y de máximas que han forjado la cultura promedio de la humanidad occidental. La entrevista en cuestión sólo pudo haberla realizado su amigo Nuccio Ordine, quien nos advierte de la enorme capacidad y elocuencia de Steiner para comunicarse por medio del discurso hablado, ya que, como se sabe, una de las grandes pasiones de Steiner fue precisamente la enseñanza. Un viejo George Steiner, ante la cercanía de la muerte, se confiesa, diciendo que si bien ha vivido a través de sus lecturas, es la vida misma la que es objeto de sus meditaciones más profundas. Sin embargo, no se trata de cualquier forma de lectura, sino de una intensa, vasta y profunda actividad mental y espiritual, como la que empleó para escribir una serie de libros que se consideran obras maestras. Baste con mencionar algunos títulos, como los lejanos Tolstoi o Dostoevski (1960) o La muerte de la tragedia (1961), hasta Los libros que nunca he escrito (2008) o La

poesía del pensamiento. Del helenismo a Celan (2011). Justamente en el prólogo de este libro, en la traducción del inglés al español de María Condor, dice que: “Todos los actos filosóficos, todo intento de pensar, con la posible excepción de la lógica formal… Son hechos realidad y tomados como rehenes por un movimiento u otro de discurso, de codificación en palabras y en gramática.” Justamente esa es la preciosa materia de su entrevista póstuma –una auténtica confesión–, sorpresa intensamente agradecida por sus lectores, quienes apreciamos la fina manera en la que este gran hombre, ya alejado de los reflectores de los medios y de la prensa literaria y cultural cosmopolita, sometido desde 2014 por la enfermedad, también nos hace vislumbrar a un ser extraordinariamente lúcido y equilibrado por el tiempo (ese gran constructor acerca del que profundizaron escritores como Marcel Proust, Borges o Marguerite Yourcenar). Se trata de un viejo lector que nos obsequia algunas respuestas con las que se podría integrar una antología de ética y belleza literaria, pero que también da respuesta a temas cotidianos y humanos. Por ejemplo, nos cuenta cómo, a través de un intercambio epistolar, al paso de los años fue integrando una especie de diario al alimón con cierta mujer, cuyo nombre no se dará a conocer hasta el año 2050, diseñando una especie de literatura de no ficción, aunque seguramente forjando una de las historias literarias más esperadas por quienes vivan (o sobre-


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George Steiner , Foto: Bertrand Guay / afp.

vivan) en el futuro de un planeta diagnosticado con alarmantes posibilidades postapocalípticas a mediados del presente siglo.

“Alimentar algunas esperanzas” En la ya famosa entrevista con Steiner, una de las cosas que más se agradecen es el tono íntimo y profundamente honesto con el que trata temas personales. A manera de ejercicio de balance y despedida, Steiner articula joyas verbales como esta: “habría debido tener el valor de probarme en la literatura ‘creativa’. De joven escribí cuentos y también versos. Pero no quise asumir el riesgo de experimentar algo nuevo en ese ámbito que me apasiona… es mejor fracasar en el intento de crear que tener cierto éxito en el papel de parásito, como me gusta definir al crítico que vive de espaldas a la literatura”. ¿De qué habla Steiner cuando se refiere a un futuro interior sino de la posibilidad de hacer un ajuste de cuentas con los recuerdos? Independientemente de las inimaginables vicisitudes, malestares y dificultades físicas, el filósofo vital se propone “alimentar algunas esperanzas”. Resulta fascinante observar cómo el maestro –que enseñó a leer y a pensar a incontables generaciones de

La distancia entre quienes crean literatura y quienes la comentan es enorme; una distancia ontológica (por usar una palabra pomposa), una distancia del ser. Mis colegas universitarios nunca me perdonaron que apoyara estas tesis; muchos barones y cierta crítica estrictamente académica no aceptaron que me burlara de su presunción de ser, a veces, más importantes que los autores de los que estaban hablando…” George Steiner

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estudiantes de literatura en universidades de Europa y Estados Unidos– realiza un último ejercicio literario y existencial que apunta hacia su futuro interno, es decir, hacia el presente de sus potenciales lectores (de nosotros), en los que continúa pensando. Un poco a la manera de Mozart en su Requiem, aunque ya no ante la “Víspera del confesor” sino ante la presencia del confidente; aquí, el maestro de la vida, es decir de la literatura en el sentido más humano y profundo, nos cuenta con ternura y lucidez, conectando con su más fino pensamiento, expresado como prosa poética, con el que alimenta su mente para así estar en condiciones de esperar todavía vislumbres de vida para, inmediatamente, imaginar el trance de su propia muerte, momento culminante para un hombre extraordinario (que no cree en “la otra vida”) y a quien el proceso de exhalación final todavía le resulta sumamente interesante y atractivo. Porque toda esperanza –lo mismo para Steiner que para una buena cantidad de seres humanos– contiene aunque sea un leve resplandor, una súbita iluminación. El suyo es un proceso mortuorio que, sin embargo, está lleno de generosa solidaridad; es el proceso de una verdadera “práctica mortal” que recuerda a gurús y sanyasis de India ofreciéndose (en el caso de Steiner, a una miríada internacional de lectores); por eso piensa, antes de que se pierdan el honor y el decoro básico, que todavía los días, o más precisamente cada día, “debe considerarse un valor añadido, un regalo que te da la vida”. Por este tipo de reflexiones, George Steiner nos lleva a que re-pensemos nuestra propia vida, nuestro propio tiempo, en nuestra propia muerte; en lo que pensamos y hacemos con el pasado (justo cuando, paradójicamente, en México un pequeño y turbio sector insiste en negarse a pensar en la historia colectiva), un pasado que, para Steiner, a la vez constituye futuro y horizonte. Un poco como lo plantea el psicoanálisis, en el sentido de que es necesario recordar para verdaderamente olvidar, es decir, para que seamos capaces de ser verdaderamente libres, recordando, como dice Milan Kundera que “la lucha contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”, porque el poder del olvido es tan intenso que, sin darnos cuenta, nos hace tan inauténticos como infelices. Por eso Nuccio Ordine, amigo y fantástico confesor de Steiner, citando a Gabriel García Márquez, dice que el “secreto de una buena vejez no es más que un pacto honesto con la soledad”, aforismo que nos obliga a reflexionar en la calidad de la vejez de nuestros seres queridos, en la vejez propia y en la de quienes –tal vez por rigidez muscular, ósea o conceptual- no podrán tener futuro ni en el pensamiento, que por otro lado es donde el futuro comienza a existir. El Alzheimer es metáfora y símbolo, además de realidad atroz, de quienes no tienen más remedio que olvidarse de sí mismos, de la historia regional, colectiva o nacional, pensando que no existe la muerte, sin saber que en cierta forma obligamos a la mente a que permanezca en una especie de estado vegetativo. Tal vez lo más sensato sea pensar, como Saramago, que la vejez comienza cuando se pierde la curiosidad. En ese sentido, la vejez de George Steiner parece el tiempo luminoso de una prolongada primavera, ya que, por lo leído en su entrevista póstuma, es decir en su futuro (en cierto sentido, nuestro presente), nos regaló fragmentos inolvidables de un pensamiento poético, inagotable y lúcido l


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6 9 de febrero de 2020 // Número 1301

CULTURA LA ASPIRINA DE MASAS: DEL PUEBLO El pasado viernes 3 de febrero, a los noventa años de edad, falleció George Steiner, el filósofo, teórico del lenguaje, académico, ensayista, traductor y crítico literario, considerado por muchos como “el último pensador universal”. Autor de un libro monumental sobre la traducción (Después de Babel), de un ensayo definitivo sobre la gran novela rusa (Tolstoi o Dostoievski) y de un ensayo sobre el valor trascendente de la interpretación literaria (Presencias reales), entre muchas otras obras, en esta conversación Steiner arremete contra los excesos de la cultura de masas.

Entrevista con George Steiner ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

-Usted ha escrito: “El mármol se pulveriza, el bronce se descompone, pero lo escrito sobrevive a su autor.” Y cita usted a Flaubert, que muere como un perro, mientras que esa “puta de Bovary” sobrevive... ¿Sería entonces eterno un libro? -Existe una gran paradoja entre la fragilidad física del manuscrito, del texto, y la supervivencia de lo escrito. Píndaro, el gran poeta griego, dijo con asombro y orgullo: “Mi canto sobrevivirá a la ciudad a la cual le canto.” El libro es entonces el buque fantasma, el vehículo de esa paradoja de supervivencia. Y es un milagro maravilloso llevar, en un libro de bolsillo comprado a bajo precio en un andén de estación, una voz humana que se remonta a tres mil años... -Sin embargo, usted compara el libro de bolsillo con una suerte de producto desechable y efímero que, contrariamente al “verdadero” libro, no constituye una memoria... -Un texto metafísico, un poema bello, una gran novela, necesitan paciencia, silencio, tiempo y una especie de intimidad. El libro de bolsillo, y tiene usted razón al señalar allí una contradicción, es un milagro de accesibilidad, pero no conforma una biblioteca. Yo temo la desaparición de los anaqueles cargados de libros; tengo miedo de lo efímero, de lo inmediato. Pero me comportaría como un snob insoportable si negara que, gracias al libro de bolsillo e incluso a ciertos cómics, millones y millones de hombres han tenido acceso a Shakespeare. La condición es que esto represente sólo un primer paso hacia la lectura en grande. No obstante, el poder de los medios de comunicación y la brutalidad de otros estímulos cotidianos son tales que, quizá, permaneceremos en los cómics. No quiero ser dogmático, pero no se me forzará a aceptar la doctrina liberal que propone mejorar el nivel de cultura general.

Benoit Rayski ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

-Usted es manifiestamente hostil a la cultura de masas, a lo que usted ha llamado “los objetivos igualitarios y populistas de las sociedades de consumo”. -Es una cuestión capital. Nosotros luchamos en cuerpo y alma contra el horror de la censura, de los libros incendiados y los poetas asesinados. Pero me pregunto si no hay otra censura, también poderosa: la del mercado y la de los medios

de comunicación, cuyos valores no persiguen, de ningún modo, liberar la imaginación de los hombres. Ese mercado es el causante de que, hace unos cuantos años, los dos nombres más conocidos en el planeta fueran Maradona y Madonna: el dios y la diosa del super-kitsch planetario. Frente a esto, sólo cuarenta o cincuenta personas pueden leer a Kant... Esto representa el poder de nivelación por lo bajo, en donde el dinero es el motor. Los amos del populismo, los poderosos organizadores de la televisión omnipresente, no tienen otro propósito que el cebo de la ganancia. Poseen un desprecio profundo hacia los hombres, a quienes que juzgan incapaces de instruirse, de tornarse más complejos, más ricos intelectualmente. -¿Nada más que desprecio? -No, no solamente. Un desprecio enorme de las capacidades humanas y una confianza cínica en el poder del dinero. Al desdén se añade el cálculo. El hombre del mundo industrial contemporáneo regresa en la tarde, extenuado, fatigado, vejado. Y bueno, se le pone delante del televisor, que no exige nada de él, que le demanda lo menos posible. Los amos de la cultura de masas le proporcionan reposo y sueño, esa aspirina que su alma le exige constantemente. -Su condena de todo esto suena como un manifiesto revolucionario... -Me gustaría ser definido como un anarquista platónico. Para mí, el capitalismo que produce ese supermercado cultural es responsable de un gran pecado: intenta privar al hombre las tentaciones del ideal. En el marxismo hubo un inmenso error que halagaba al hombre: tú serás más altruista, tú seras más justo. Un error terrible que ha llevado al infierno del despotismo, ¡pero al menos ese error tomaba en cuenta al hombre! El sueño revolucionario tenía en mente al hombre. En el último párrafo de Literatura y revolución, Trotski habla de las montañas que son Goethe y Aristóteles y dice que no representan sino el anuncio del hombre del futuro. Y ese hombre del futuro no es ni un campeón de futbol ni una diva que gana millones por minuto. -Se le va a encontrar extrañamente elitista. -Ser elitista es saber que ciertas cosas son mejores que otras. Acepto entonces ese calificativo. -¿Puede un libro ser “peligroso”? Hay en su obra más reciente, Pasiones impunes, una imagen inquietante: un soldado de infantería que durante la guerra de 1914-18 transporta en su mochila un libro que lee y relee: El mundo como voluntad y representación, de Schopenhauer. Ese soldado era el cabo Hitler...


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-Hitler encontró en ese libro ideas radicalmente inhumanas, pero Thomas Mann sacó de allí otra cosa. Hay que arriesgarse constantemente al peligro de la lectura. Sí, un pensamiento es la cosa más compleja, la más peligrosa que hay en el mundo. Algunos versos de un pobre poeta judío, Ossip Mandelstam, le parecieron a Stalin capaces de hacer que su régimen se tambaleara y por ello ordenó que lo asesinaran. Me encantaría saber qué poeta hubiera podido inquietar a un presidente de Estados Unidos durante la guerra de Vietnam, qué poeta podría hoy inquietar a ciertos sistemas llamados democráticos. Una sociedad que se deja turbar por un gran texto, por un gran cuadro, es una sociedad que quizás esté en una situación trágica, pero es una sociedad con posibilidades de recuperación. -¿Qué necesidad de poetas pueden tener las sociedades que se presentan como pacifistas? -Lo más grave es que no son pacifistas sino que están drogadas. ¿Es un azar que, al interior de esas sociedades, una tercera parte de la población adulta tome tranquilizantes? Esas sociedades duermen de pie. -Usted va más lejos al denunciar a la civilización estadunidense, una civilización que, según ha escrito usted, “proclama y reivindica como su bien supremo el apetito feroz de retribución material...” -Ese capítulo, “ Los archivos del Edén”, ha provocado un clamor en el mundo intelectual estadunidense, que ha adivinado perfectamente el sentido último de mi argumentación: las dudas fundamentales sobre la democracia y sobre sus relaciones con el ejercicio intelectual y artístico. Creo

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Obra de Sigmar Polke, representante del realismo capitalista.

Hay que arriesgarse constantemente al peligro de la lectura. Sí, un pensamiento es la cosa más compleja, la más peligrosa que hay en el mundo.

haber tocado el nervio mismo de la esperanza de esa sociedad -una sociedad democrática por excelencia, que prometía a cada uno vivir mejor y ser dichoso. Acuérdese usted de Saint-Just, cuando afirma: “La felicidad es una idea nueva en Europa.” Unos meses más tarde fue enviado a la guillotina. Porque cuando uno comienza a divertirse con la felicidad, los dioses, que no aman nada eso, se ponen a reír. -¿Tiene nostalgia de una edad de oro, cuando algunos pensadores podían cambiar la faz del mundo? -Sé que uno de los grandes reproches formulados contra mi vida y mi pensamiento es el arcaísmo, o la nostalgia, si se prefiere. No eludiré su pregunta, pero le quisiera decir lo que está en el centro de

mis interrogaciones. Entre el 3 de agosto de 1914, inicio de la primera guerra mundial, y el 8 de mayo de 1945, fin de la segunda, según estimaciones concordantes de los historiadores, ochenta millones de hombres, mujeres y niños fueron muertos por la guerra, las deportaciones, la enfermedad, el hambre, los campos, los bombardeos... Yo no sé si, después de esta negrura indecible, tenemos el derecho a un renacimiento de la cultura. Auschwitz, Bergen-Belsen, el Gulag, esa es la historia europea. Y después, milagro: Europa se rehace, sale de sus ruinas y de sus muertos. Todo recomienza como si nada hubiera pasado: he ahí un animal más tenaz que el legendario gato con sus nueve vidas. O que yo, que trabajo como maestro en Europa, Y me hago preguntas... -¿Sobre qué? Bueno, acerca de todo eso; se ha reconstruido la vieja ciudad de Varsovia al milímetro, en todos sus detalles, según los diseños del arquitecto veneciano que la concibió. Todo es igual y nada es igual: es falso, nada más que falso... ¿Acaso tendría que haberse dejado el mar de cenizas que era la ciudad en 1945? Sin duda era imposible. ¿Cuando el hombre ha hecho del hombre lo que nosotros hemos hecho de nosotros mismo, tiene derecho a existir una cultura del alma, una cultura de la esperanza? No tengo la respuesta l Tomado de L´evenement du Jeudi, 22/V/1997. Traducción de Humberto Rivas.


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8 9 de febrero de 2020 // Número 1301

LOS QUE QUEMAN LOS LIBROS* He aquí un enorme elogio del libro y sus procesos, desde el enigma aún indescifrado de la creación literaria, hasta los impredecibles derroteros que puede seguir el lector para llegar al encuentro que propone la palabra escrita, ese “acto clásico de la lectura” que mueve, mediante el libro, los goznes de una civilización entera, a contrapelo de la “lectura fácil” que pulula cada vez más en nuestros tiempos de internet y redes sociales, explicado todo ello con la inigualable lucidez del gran maestro que fue George Steiner.

George Steiner ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

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os que queman los libros, los que expulsan y matan a los poetas, saben exactamente lo que hacen. El poder indeterminado de los libros es incalculable. Es indeterminado precisamente porque el mismo libro, la misma página, puede tener efectos totalmente dispares sobre sus lectores. Puede exaltar o envilecer; seducir o asquear; apelar a la virtud o a la barbarie; magnificar la sensibilidad o banalizarla. De una manera que no puede ser más desconcertante, puede hacer las dos cosas, casi en el mismo momento, en un impulso de respuesta tan complejo, tan rápido en su alternancia y tan híbrido que ninguna hermenéutica, ninguna psicología pueden predecir ni calcular su fuerza. En diferentes momentos de la vida del lector, un libro suscitará reflejos completamente diferentes. En la experiencia humana no hay fenomenología más compleja que la de los encuentros entre texto y percepción, o, como observa Dante, entre las formas del lenguaje que sobrepasan nuestro entendimiento y los órdenes de comprensión con respecto a las cuales nuestro lenguaje es insuficiente: la debilitade de lo’nteletto e la cortezza del nostro parlare [“la debilidad de lo entendido y la pequeñez de nuestro discurso”, t.del e. Dante, Convivio, iii-iv-4]. Pero en este diálogo siempre imperfecto –los únicos que pueden ser plenamente comprendidos son los libros efímeros y oportunistas; son los únicos cuyo significado potencial se puede agotar– puede haber una apelación a la violencia, a la intolerancia, a la agresión social y política. Céline es el único de nosotros que permanecerá, decía Sastre. Existe una pornografía de lo teórico, incluso de lo analítico, lo mismo que existe una pornografía de la sugestión sexual. Las citas de libros supuestamente “revelados” –el libro de Josué, la epístola de Pablo a los Romanos, el Corán, Mein Kampf, el Pequeño Libro Rojo de Mao– son el preludio de la matanza, su justificación. La tolerancia y el compromiso suponen un contexto inmenso. El odio, la irracionalidad, la libido del poder leen deprisa. El contexto se evapora en la violencia del asentimiento. De ahí el dilema profundamente enojoso y problemático de la censura. Es sucumbir a la hipocresía liberal dudar que determinados textos, libros o periódicos puedan inflamar la sexualidad; que puedan llevar directamente a la mimesis, a la imitatio, hasta el punto de dar a unas vagas pulsiones masturbato-


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Por encima de todo, con algunas obras de arte, han encarnado la ficción suprema de una posible victoria sobre la muerte. El autor debe morir, pero sus obras le sobrevivirán, más sólidas que el bronce.

rias una concreción terrible y una urgente necesidad de ser saciadas. ¿Cómo pueden justificar los libertarios el torrente de erotica sádicos que inunda hoy nuestras librerías, nuestros quioscos y la red? ¿Cómo defender a esta literatura programática del maltrato a los niños, del odio racial y de la criminalidad ciega con que se nos machacan los oídos, los ojos y la conciencia? Los mundos del ciberespacio y de la realidad virtual se saturarán de programas gráficos y revestidos de una pseudoautoridad, de las sugestiones de ejemplos validadores de la bestialidad hacia otros seres humanos, hacia nosotros mismos (la recepción, el disfrute del trash, de la basura, es automutilación del espíritu). ¿Está equivocado totalmente el ideal platónico de la censura? Por el contrario, los libros son nuestra contraseña para llegar a ser lo que somos. Su capacidad para provocar esta trascendencia ha suscitado dicusiones, alegorizaciones y desconstrucciones sin fin. Las implicaciones metafóricas del icono hebreo-helénico del “Libro de la Vida”, del “Libro de la Revelación”, de la identificación de la divinidad con el Logos, son milenarias y no tienen límites. Desde Súmer, los libros han sido los mensajeros y las crónicas del encuentro del hombre con Dios. Mucho antes de Catulo ya eran los correos del amor. Por encima de todo, con algunas obras de arte, han encarnado la ficción suprema de una posible victoria sobre la muerte. El autor debe morir, pero sus obras le sobrevivirán, más sólidas que el bronce, más duraderas que el mármol; exegi monumentum aere perennes (he hecho un monumento más perenne que el bronce). La Polis que celebra Píndaro perecerá; la lengua en la que la celebra puede morir y tornarse indescifrable. Pero a través del rollo de papel, a través del elíxir de la traducción, la oda pindárica sobrevivirá, seguirá cantando desde los labios desgarrados de Orfeo mientras la cabeza muerta del poeta baja por el río hasta el país del recuerdo. Una concha puede inmortalizar. Al traducir a Villon, Thomas Nashe había escrito: a brightness falls from her hair (un resplandor sale de su cabello); el impresor isabelino se equivocó y escribió: a brightness falls from the air (un resplandor sale del aire), ¡que se ha convertido en uno de los versos talismánicos de toda la poesía en lengua inglesa! El encuentro con el libro, como con el hombre o la mujer, que va a cambiar nuestra vida, a menudo en un instante de reconocimiento del que no tenemos conciencia, puede ser puro azar. El texto que

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nos convertirá a una fe, nos adherirá a una ideología, dará a nuestra existencia una finalidad y un criterio podría esperarnos en la sección de libros de ocasión, de libros deteriorados o de saldos. Puede hallarse, polvoriento y olvidado, en una sección justo al lado del volumen que buscamos. La extraña sonoridad de la palabra impresa en la cubierta gastada puede captar nuestra mirada: Zaratustra, Diván Oriental y Occidental, Moby Dick, Horcynus Orca. Mientras un texto sobreviva, en algún lugar de esta tierra, aunque sea en un silencio que nada viene a romper, siempre es capaz de resucitar. Walter Benjamin lo enseñaba, Borges hizo su mitología: un libro auténtico nunca es impaciente. Puede aguardar siglos para despertar un eco vivificador. Puede estar en venta a mitad de precio en una estación de ferrocarril, como estaba el primer Celan que descubrí por azar y abrí. Desde aquel momento fortuito, mi vida se vio transformada y he tratado de aprender “una lengua al norte del futuro”. Esta transformación es dialéctica. Sus parábolas son las de la Anunciación y la Epifanía. ¡Conocemos tan mal la génesis de la creación literaria! No tenemos, por así decirlo, ningún acceso a la posible neuroquímica del acto de imaginación y sus procedimientos. Hasta el borrador más informe de un poema es ya una etapa muy tardía en el viaje que conduce a la expresión y al género preformativo. El crepúsculo, el “antes del alba” y las presiones a la expresión que se ejercen en el subconsciente son casi imperceptibles para nosotros. Más concretamente: ¿cómo es posible que unas incisiones sobre una tablilla de arcilla, unos trazos de pluma o de lápiz, muchas veces apenas visibles en un trozo de frágil papel, constituyan una persona –una Beatriz, un Falstaff, una Ana Karénina– cuya sustancia, para innumerables lectores o espectadores, excede a la vida misma en su realidad, en su presencia fenoménica, en su longevidad encarnada y social? Este enigma de la persona ficticia, más viva, más compleja que la existencia de su creador y de su “receptor” –ese hombre o esa mujer ¿son tan bellos como Helena, tan complejos como Hamlet, tan inolvidables como Emma Bovary?– es la cuestión fundamental, pero también la más difícil, de la poética y la psicología. La imagen clásica ha sido la de la creación divina, la de Dios haciendo el mundo y el hombre. Explícitamente o no, se ha entendido al gran escritor y al gran artista como un simulacrum del decreto divino. Con frecuencia, se ha sentido rival amargo o amante de Dios, su competidor en el acto de la invención y la representación. Para Tólstoi, Dios era “el otro oso del bosque”, al que había que hacer frente, con el que había que luchar. Toda la metáfora de la “inspiración”, tan antigua como las Musas o como el soplo de Dios en la voz del vidente o del profeta, es un esfuerzo para dar una razón de ser a las relaciones miméticas entre la poiesis sobrenatural y la poiesis humana. Con una diferencia capital. El problema de la creación divina ex nihilo ha sido debatido en todas las grandes teologías y en todos los grandes relatos mitológicos del misterio del comienzo (incipit). Hasta el escritor más grande entra en la casa de un lenguaje preexistente. Puede, dentro de unos límites muy estrictos, añadirle neologismos; puede, como Pascoli, tratar de insuflar una vida nueva a las palabras “muertas”, incluso a lenguas muertas. Pero no forma su poema, su obra teatral o su / PASA A LA PÁGINA 10


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VIENE DE LA PÁGINA 9/ LOS QUE QUEMAN...

novela “de la nada”. En teoría, cada texto literario concebible está ya potencialmente presente en la lengua (de ahí la fantasía borgesiana de la biblioteca total de Babel). No por eso dejamos de seguir sin saber nada de la alquimia de la elección, de la secuencia fonética, gramatical y semántica que produce el poema perdurable, Y con el abandono progresivo, hoy, de la imagen de la creación divina, del concetto de la inspiración sobrenatural, nuestra ignorancia se hace mayor. En el otro lado de la dialéctica, las cuestiones son casi igualmente desconcertantes. ¿Cuál es, exactamente, el grado de existencia de un poema o una novela que no se lee, de una obra teatral que jamás se representa? La recepción, aunque sea tardía, aunque sea por una minoría esotérica, ¿es indispensable para la vida de un texto? Si es así, ¿de qué manera lo es? El concepto de lectura, concebido como un proceso que revela en lo fundamental una colaboración, es intuitivamente convincente. El lector serio trabaja con el autor. Comprender un texto, “ilustrarlo” en el marco de nuestra imaginación, es, en la medida de nuestros medios, re-crearlo. Los más grandes lectores de Sófocles y de Shakespeare son los actores y los directores de teatro que dan a las palabras su carne viva. Aprender de memoria un poema es encontrarlo a mitad del camino en el viaje siempre maravilloso de su venida al mundo. En una “lectura bien hecha” (Péguy), el lector hace con él algo paradójico: un eco que refleja el texto, pero también que responde a él con sus propias percepciones, sus necesidades y sus desafíos. Nuestras intimidades con un libro son completamente dialécticas y recíprocas: leemos el libro, pero, quizá más profundamente, el libro nos lee a nosotros. Pero, ¿cuál es la razón de lo arbitrario, de la naturaleza siempre discutible de estas intimidades? Los textos que nos transforman pueden ser, desde un punto de vista tanto formal como histórico, trivia. Como un estribillo de moda, la novela policíaca, la noticia ligera, lo efímero puede hacer irrupción en nuestra conciencia y huir a lo más profundo de nosotros. El canon de lo esencial varía de un individuo a otro, de una cultura a otra, pero también de un período de vida a otro. Hay en la adolescencia textos maestros que son ilegibles más tarde. Hay libros repentinamente redescubiertos en la escena literaria o en la vida privada. La química del gusto, de la obsesión, del rechazo, es casi tan extraña e inaprensible como la de la creación estética. Seres humanos muy próximos entre sí por sus orígenes, por su sensibilidad y por su ideología pueden adorar el libro que se detesta, pueden juzgar kitsch lo que se considera una obra maestra. Coleridge hablaba de los “átomos ganchudos” de la conciencia, que se entremezclan de maneras imprevisibles; Goethe hablaba de las “afinidades electivas”; pero no son más que imágenes. Las complicidades entre el autor y el lector, entre el libro y la lectura que hacemos de él, son tan imprevisibles, tan vulnerables al cambio, y están tan misteriosamente arraigadas como las del eros. O, tal vez, como las del odio, pues hay textos inolvidables, que nos transforman y que acabamos odiando: yo no soporto ver el Otelo de Shakespeare en el teatro ni puedo enseñarlo, pero la versión de Verdi me parece, en muchos aspectos, la más coherente, un milagro humano. La paradoja del eco vivificador entre el libro y el lector, del intercambio vital hecho de confianza recíproca, depende de ciertas condiciones históri-

¡Conocemos tan mal la génesis de la creación literaria! No tenemos, por así decirlo, ningún acceso a la posible neuroquímica del acto de imaginación y sus procedimientos.

cas y sociales. El “acto clásico de la lectura”, como he tratado de definirlo en mi trabajo, requiere unas condiciones de silencio, de intimidad, de cultura literaria (alfabetismo) y de concentración. Faltando ellas, una lectura seria, una respuesta a los libros que sea también responsabilidad no es realista. Leer, en el verdadero sentido del término, una página de Kant, un poema de Leopardo, un capítulo de Proust, es tener acceso a los espacios de silencio, a las salvaguardias de la intimidad, a un determinado nivel de formación lingüística e histórica anterior. Es tener asimismo libre acceso a útiles de comprensión como diccionarios, gramáticas y obras de alcance histórico y crítico. Desde los tiempos de la Academia ateniense hasta mediados del siglo xix, muy esquemáticamente, dicho acceso era la definición misma de la cultura. En mayor o menor medida, éste fue siempre el privilegio, el placer y la obligación de una élite. Desde la biblioteca de Alejandría hasta la celda de San Jerónimo, la torre de Montaigne o el despacho de Karl Marx en el British Museum, las artes de la concentración –lo que Malebranche definía como “la piedad natural del alma”– han tenido siempre una importancia esencial en la vida del libro. Es una banalidad constatarlo: estas artes, en nuestros días, están muy erosionadas; se han convertido en un “oficio” universitario cada vez más especializado. Más del ochenta por ciento de los adolescentes estadunidenses no saben leer en silencio; hay siempre como telón de fondo una música más o menos amplificada. La intimidad, la soledad que permite un encuentro en profundidad entre el texto y su recepción, entre la letra y el espíritu, es hoy una singularidad excéntrica, que resulta psicológica y socialmente sospechosa. Es inútil detenerse a hablar del hundimiento de nuestra enseñanza secundaria, sobre su desprecio del aprendizaje clásico, de lo que se aprende de memoria. Una forma de amnesia planificada prevalece ya desde hace mucho tiempo en nuestras escuelas. Al mismo tiempo, el formato del libro en sí, la estructura del copyright, de la edición tradicional, de la distribución en librerías están, ustedes lo saben mejor que yo, en plena transmutación, hasta en plena revolución. A partir de ahora, los autores pueden atender a sus lectores directamente por internet y pedirles que entren en comunicación directa con ellos (es así como se ha “publicado” todo el último John Updike). Cada vez se leen más libros on line, en la pantalla de la computadora, o se consultan en la red. Ochenta millones de volúmenes de la Biblioteca del Congreso, en Washington (no) están (ya) disponibles (más que) por medios electrónicos. Nadie, por bien informado que esté, puede predecir lo que sucederá con el concepto mismo de autor, de textualidad, de lectura personal. Sin ninguna duda, estas evoluciones son maravillosamente excitantes. Suponen liberaciones económicas y oportunidades sociales de primera importancia. Pero también van acompañadas de profundas pérdidas. De manera creciente, los libros escritos, editados, publicados y comprados “al estilo antiguo” pertenecerán a las “bellas letras” o a lo que en alemán se denomina, peligrosamente, la Unterhaltungsliteratur, la “literatura fácil”. De manera creciente, la ciencia, la información, el saber en todas las formas se transmitirán, registrarán y encargarán por medios electrónicos. Las fracturas, ya grandes en nuestra cultura y en nuestras letras (alfabetismos), se harán más hondas l *Tomado de Los logócratas, Fondo de Cultura Económica/Siruela, México, 2014 (segunda reimpresión).


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DEVOTASDELAPALABRA La locura divina, poetas místicas de la India, Elsa Cross (compiladora), Era, México, 2019

T Elsa Cross. Foto: La Jornada/ Guillermo Sologuren

Eve Gil |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

ratándose de poesía, de quehacer literario en general, se recurre demasiado a menudo al término “inspiración”, y no falta quien cite a Hemingway o a Cortázar, a quienes se atribuye la frase de los desproporcionados porcentajes, que también varían (1por ciento de inspiración y noventa y nueve porciento de trabajo), pero al parecer fue pronunciada por algún científico (Alva Edison o Einstein). El caso es que cualquiera que se dedique profesionalmente a la literatura, ha experimentado ese arrebato de buscar, súbita y desesperadamente, dónde anotar una idea… o se ha despertado con la maravillosa sensación de que ha resuelto su poema o su historia a través de un sueño, y para los poetas de épocas remotas –incluso actuales, aunque les avergüence admitirlo– este fenómeno se debía a una conexión divina. La más preciosa poesía mística se ha escrito bajo esta premisa. Pienso en una estampa de santa Hildegard von Bingen sacudiendo la pluma con la mirada puesta en el cielo, y en todas las religiones podemos localizar poetas a quienes se atribuye haber escrito en medio de un trance divino. Incluso poetas no necesariamente religiosos vinculan la escritura con un llamado misterioso, fuera de este mundo. Alguna vez sentí el impulso de preguntarle a Elsa Cross, de las más grandes poetas mexicanas vivas (o no), si ella había llegado a experimentar esa gozosa iluminación que se equipara, incluso opaca, al orgasmo, pero estábamos en un auditorio demasiado lleno e inhibidor. Creo que a través de su bellísima compilación de poetas místicas de India, La locura divina, ha respondido aquella duda mundana. Aunque son muchas más las poetas (que es como se refiere Cross a estas mujeres, y no poetisas, como todavía muchos insisten en hacerlo) que conforman la divergente tradición india, la autora se decanta por ocho, que vivieron entre los siglos vi y xvii, bajo una serie de criterios que van desde el más práctico, que es la ausencia de traducciones del sánscrito y otras lenguas vernáculas al español (algunos han sido tomados del francés y el inglés), hasta un gusto personal, que no sólo tiene ver con la calidad literaria, sino también con las asombrosas historias que rodean a estas mujeres, muy probablemente tocadas con elementos fantásticos pero definitivamente reales. Princesas, sirvientas, esposas abnegadas… todas tienen en común: ser consideradas santas, pero no santas antes que poetas, como si la ejemplaridad de sus vidas no pudiera ser completa sin haber consagrado su talento literario a Shiva o a Krishna y sus múltiples advocaciones. Seis de estas santas poetas o Poetas, incluida Mirabai, princesa del Rajasthán del siglo xvi, optaron por el

ascetismo y la errancia, algo extremo dada su condición femenina, en una época particularmente represora. Por otra parte, la sirvienta Janabai (12651350) y Bahinabai, ofrendaron sus sufrimientos, más Bahinabai que Janabai, cuyo patrón era un hombre bueno y religioso, a sus Dioses. Bahinabai dejó escrita una autobiografía en verso de donde Cross toma los fragmentos que la representan en este libro. Con excepción de Muktabai, que era muy pequeña, niña prodigio, diríamos hoy, que murió antes de convertirse en mujer e inició la errancia junto con sus hermanos a los cuatro años, las poetas que optaron por el ascetismo eran casadas y abandonaron a sus esposos terrenales para correr en pos de un esposo divino. Una de ellas, Akka Mahadevi (1130-1160), entregada en matrimonio al rey de su región, empezó a escribir una serie de poemas en que alude a Shiva como “su amante secreto”, cosa que, lejos de escandalizar a sus futuros lectores, encendieron su leyenda. En lo personal, fue la cachemir Lalléshvari, afectuosamente referida como “Lalli” (1320-1392), la que me cautivó con su poesía más que con su vida: “Sólo perdiendo algo/ puedes alcanzar algo./ ¡Miren a Lalli!/ Del fango/ un loto ha florecido.” Podrán sernos desconocidas, pero, según explica Cross en el prólogo, sobre cada una se han producido novelas y películas y, más recientemente, series de televisión y cómics. En los festivales escolares de India se les honra a través de representaciones teatrales. No obstante lo anterior, agrega la compiladora, existen poemas de estas y otras notables poetas no incluidas en este tomo que ni siquiera han sido compilados en sus lenguas originarias; que como en cualquier otro rincón del mundo, existen antologías poéticas de los bhaktas (devotos) que no incluyen a una sola mujer; que hasta hace poco algunos de estos poemas le fueron atribuidos a varones y que la crítica misógina, en particular la occidental, insiste en realizar comparativos entre ellas y otros poetas (varones), poniendo en duda su capacidad y raciocinio para crear algo asombroso.


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TODONAUFRAGIOESTÁHECHODECERTEZAS Presencia del naufragio, Gaspar Aguilera Díaz, Silla Vacía Editorial, México, 2019.

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Jorge Bustamante García |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

En nuestro próximo número

esde los poemas de viaje de Zona de derrumbe y Diario de Praga, y los poemas de amor y desamor de Los Ritos del obseso y Tu piel vuelve a mi boca, todo vuelve a ser de otra manera en estos nuevos poemas de Gaspar Aguilera Díaz, juguetonamente duros, descarnados y descreídos. “El que pierde las palabras tiene los días contados/ el que las ha comprometido ante el mejor postor/ casi está condenado”. Y de pronto, el lector puede detenerse y verificar cuántos de los que se dicen o se creen poetas en la actualidad tienen los días contados, porque extraviaron la palabra; cuántos perdieron la expresión y el lenguaje por exhibir sus veleidades en redes sociales y muros de olvido. Redactan una línea, que confunden con poesía, y corren a colgarla en Facebook para que otros incautos adeptos de su burbuja les den likes de complacencia y facilismo. Nunca antes en la historia de la cultura había habido una forma más efectiva de abaratar la poesía, de hacerla intrascendente y prescindible. Por eso, el que ha comprometido la palabra ante el mejor postor “casi está condenado”. En alguna parte de Naufragio y Agosto salta esta línea poderosa: “Ni siquiera en esa frivolidad contemporánea que es el Facebook, pude hallar cómplices en esta hora aciaga.” Leyendo los poemas breves de este libro uno puede entender cómo la soledad le ha ocurrido al poeta, así como si nada, lenta pero eficaz; cómo el abandono lo ronda, lo asfixia, le oprime en lo íntimo toda la geografía del cuerpo: “qué maravilla/ conocerla íntimamente (a la soledad)/ y tocar a fondo sus partes/ más húmedas y más recónditas…” Pero la sensualidad y la ironía no logran escapar ni en el naufragio ni en el dolor de sus versos de desamor: “y en el colmo del delirio/ escucharé tu aliento agitadísimo/ pronunciando con avidez otro nombre”. El erotismo sinuoso de Tu piel vuelve a mi boca se convierte aquí en fino tejido de lo que aún queda en el fulgor de los sueños y el quebranto del tacto: “Cuando en los sueños/ Me encuentro con tus labios/ Son un bálsamo contra los males del mundo.”

EL PRIMER SIGLO DE SEMANAL FEDERICO FELLINI SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA

En este nuevo libro Gaspar Aguilera desarrolla toda una poética, casi descarnada, del naufragio. Él ya ha recorrido un gran trecho en sus quehaceres de creación, en su convivencia con la palabra sin nunca traicionar lo que cultiva su espíritu, lo que le permite decir sin rodeos, por fin, todo lo que quiere, lo que imagina y piensa, lo que inventa de manera a veces dura e implacable: investiga con poesía no sólo el amor, el desamor y el sentimiento, sino que también escudriña el vacío, la caída, el atroz abatimiento. Para el autor el naufragio está construido de duras certezas que conducen, tal vez, a una suerte de tenue tristeza del pensamiento. Y de lo único que se precisa es conversar con alguien: “Cuando todo lo que necesitas urgente e inevitablemente, es hablar con alguien, contarle los detalles de este desasosiego, de este feroz desaliento, este pesar por todo lo que vergonzantemente nos rodea y oprime”. Estos poemas de náufrago son vislumbres de la memoria amorosa, del beso salobre que la humedece, del simple hecho de dialogar “sobre nuestro maravilloso y fatal destino”. Sólo hablar, balbucir y luego el olvido... nada más: “De nuevo, la muerte nos enseña sus huellas inefables (…) A cada respiración, a cada aliento, se siente más lejana e inalcanzable la orilla… Qué maravilla no haber creído nunca en paraíso alguno”. El autor de este libro es un hombre cabal, es decir un rebelde, un náufrago de casi todo, que ha ido por el mundo con los ojos bien abiertos en la “barca entrañable del adiós”. Y en ese recorrido impar ha descubierto que la patria no es ésta donde vivimos, no es este lugar en sí, sino todos los lugares donde hemos podido cantar o mirar con inocencia, recordar, convalecer, sufrir y, sobre todo ser, crear, imaginar l

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Arte y pensamiento Fotograma de: ¡Sube, Pelayo, sube!

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La otra escena/ Miguel Ángel Quemain

Teatros latinoamericanos y de México: 27 fitu de la unam

Las rayas de la cebra /Verónica Murguía

Tú sí estás nominado CUANDO YO ERA niña había un programa de televisión que nos angustiaba a mis hermanos y a mí. No era un programa de miedo, ni de aventuras. Era de concursos y se llamaba ¡Sube, Pelayo, sube! El título del programa venía de una prueba en la que un pobre padre de familia debía trepar por un poste ensebado –hasta la fecha me pregunto de qué estaba embarrado ese poste, pues todos los hombres que trataban de subir se deslizaban irremediablemente al suelo– y recoger un premio colocado en la punta. Esto, ensordecido por las porras del público, los alaridos de la familia y las exhortaciones de Luis Manuel Pelayo, el conductor del programa. Debo decir que Luis Manuel Pelayo, a diferencia de los anfitriones de programas de concurso que le han seguido, era un hombre afable, poco dado a humillar a los participantes, aunque la humillación, con la pena, ya estaba implícita en los nombres y reglas de las competencias. Para mis hermanos y para mí, el peor era Pa’rriba, papi pa’ rriba. El padre de familia se colocaba a ras de piso, separado de la mujer y los hijos por una especie de rampa, igualmente ensebada. Los niños gritaban, le extendían las manos a su padre, la mujer se mesaba el pelo, el señor se arrojaba con heroico denuedo contra la cuesta hasta que, derrotado, se dejaba resbalar con una sonrisa resignada y triste. Esta metáfora de la realidad nacional nos hacía polvo: llorábamos amargamente imaginándonos a mi padre, un flaco de solemnidad y fumador empedernido, deslizándose por esa misma pendiente, echándose a perder los pantalones y el carácter. No sé cuánto mediría la rampa; para mí tenía el tamaño de la resbaladilla grande del parque. Como yo medía a la sazón un metro veinte, mis ideas de lo grande eran distintas a las que tengo ahora. Años después, sentí el mismo estupor de ver a personas que se prestaban a ser humilladas por televisión, pero en versiones de mecánica menos simple y más canalla como Big Brother, ¿Cuánto

quieres perder? y la horrorosa Extreme Makeover. Estos no son programas en los que los concursantes triunfen por sus habilidades deportivas, la buena memoria, como en la lejana La pregunta de los 64,000 pesos o la destreza en algún oficio (Top Chef o Pasarela a la fama). Son programas en los que los defectos físicos, reales o percibidos, son “curados”, reforzando así nuestra frivolidad e incapacidad de ver más allá de la superficie. Para los castings de Extreme Makeover en Estados Unidos se le advertía a las personas del público que no intentaran concursar si su fealdad era promedio (¡!): se buscaban personas con anomalías físicas sobresalientes para convertirlos “de patitos feos en cisnes”. Desde problemas dentales y dermatológicos hasta condiciones médicas como el labio leporino, todo debía ser expuesto y analizado para regocijo de los espectadores y la falsa compasión de quienes conducían el programa. Lo mismo con The Biggest Loser: no se trataba de individuos que quisieran bajar diez o veinte kilos, se buscaban personas con problemas de obesidad para exponer ante millones de televidentes sus miedos, sus cuerpos, sus vulnerabilidades. Big Brother, ese banal y popular experimento surgido de la mente de John de Mol en 1997, no sólo se apropió del nombre del ente sobrecogedor de la novela de Orwell y lo trivializó; también permitió al público mexicano atestiguar cómo un puñado de personas hacía el ridículo en grupo, se bañaba con calzones o se peleaba por estupideces (aunque nunca sabré cómo le hicieron para que jamás discusión alguna fuera interesante), para luego ser nominados por Adela Micha en uno de los rituales televisivos más esperpénticos jamás grabados. En lo personal, detesto estos programas. Los culpo por arruinarnos los modales, por alentar la vanidad y la estridencia, por distraernos de los problemas que importan de veras, por fortalecer nuestra falta de empatía. Y me apabulla que hayan sido exitosos en todo el mundo, durante muchos años. Caray l

A PESAR DE que solemos creer que los presupuestos lo son todo, el teatro mexicano se mueve con una fuerza que cuesta trabajo imaginar, instalada fuera de los grandes programas y asignaciones que, episódicamente, han favorecido a la escena nacional, así como otros impulsos que también hacen posible un teatro ejemplar y de grandes grupos en Chile, Argentina y Uruguay. También, y a pesar de la enorme crisis económica, en Venezuela y, desde luego, en la poderosa escena colombiana, que ni en los peores momentos de guerra ha bajado la guardia ni el telón. Este paréntesis no es más que una continuidad de la idea, que he venido persiguiendo, de presentar en estas semanas iniciales los impulsos más importantes del teatro independiente en México. Parte de dicho impulso tiene que ver con la Muestra Nacional de Teatro de 2018, que fue un gran punto de llegada del esfuerzo que, en la Secretaría de Cultura capitalina, cobijó la buena mano de Ángel Ancona, quien, pese a la aquiescencia de Suárez del Real, no tuvo el reconocimiento que merecía un proyecto que prometía hacer de ésta la ciudad del teatro, la ciudad de las artes escénicas. Pero como todos los movimientos, las inercias del vigor creativo van a parar a donde menos se piensa. Un teatro para la ciudad podríamos pensarlo como fuente muy importante para la creación de públicos que ahora encontramos, emergentes unos, consolidados otros, en los Faros de distintos puntos en cdmx. Muchos de los jóvenes que se han sumado a esas iniciativas vienen de escuelas universitarias de educación media superior; por ejemplo, el teatro tiene ciento cincuenta años de presencia creativa en la Escuela Nacional Preparatoria. Deslumbra la presencia de la escena en la unam, la gran trayectoria de un ejercicio cuyos logros pudimos ver desde este viernes 7 y que concluirá el próximo 16 de febrero en la edición 27 del Festival Internacional de Teatro Universitario, enriquecido y francamente confrontado con los logros de la escena nacional en el último año. Desde el año pasado el mundo escénico ha celebrado la presencia y la visita de los grandes maestros de la escena latinoamericana y europea, y esta oportunidad reafirma esa vocación cosmopolita de nuestro teatro. En esta edición participan Argentina, Canadá, Chile, Colombia, Estados Unidos y Francia. Del interior de nuestro país están Michoacán, Veracruz, Estado de México, Jalisco y Ciudad de México. Pongo aquí la liga para que se consulte la cartelera y puedan nuestros lectores reconocer el origen de estos grupos: www.teatro.unam.mx. Verdaderamente entusiasma esta fuerza creativa que hace posible el teatro universitario, con sus capacidades y exigencias conceptuales que permiten entender el alcance de este esfuerzo como una gran inversión espiritual y artística, aleccionadora, estructurante y de un poder vinculador entre creadores que, seguro, es una incubadora para futuros encuentros. No queda mucho espacio para hablar de los catedráticos, talleristas, la perspectiva de género, los espacios alternativos y el teatro de calle. Ya habrá espacio para desarrollar gradualmente la comprensión de esta experiencia. No es evidente, pero en este ciclo lo que veremos es una gran final integrada por veinticuatro obras de acceso gratuito (tome las previsiones necesarias para no quedarse fuera). Son obras divididas en seis categorías participantes, que después de un amplia exposición han llegado a esta etapa final. Vale la pena acercarse y conocer las seis categorías que configuran esta final de montajes de teatro para niños, niñas y jóvenes audiencias, esta última, una nueva modalidad en la convocatoria de la edición 27. Las obras ganadoras de cada categoría se presentarán en el llamado Ciclo Especial de Obras Ganadoras del fitu,entre marzo y mayo de 2020, en el Teatro Santa Catarina de la unam. Será una gran prueba de consolidación de los esfuerzos que ahora la unam congrega pero, en realidad, la medalla de este esfuerzo es totalmente nacional, totalmente colectiva l


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14 9 de febrero de 2020 // Número 1301

Arte y pensamiento

Prosaismos / Orlando Ortiz

Don Artemio de Valle-Arizpe HACE VARIAS DÉCADAS tuve la mala suerte de acercarme a don Artemio de Valle-Arizpe por una de sus obras dedicadas a santos y milagros. Ni acabé el libro ni volví a pasar por ahí. Fue años después que de nuevo inicié otra aproximación, y esta vez tuve mucho más suerte y comencé a encontrarle el sabor a sus escritos. Fueron sus crónicas y relatos los que me jalaron a leer cuanto encontraba en las librerías de viejo y no fueran consideradas “joyitas bibliográficas”, es decir, para nada al alcance de mi poder adquisitivo. En la segunda intentona, lo primero que leí fue Historias de vivos y muertos, que me sorprendieron porque eran más que simples crónicas de añejos asuntos; había en tales relatos malicia narrativa en la construcción, a más del lenguaje florido, barroco pero de una cadencia embriagante, seductora y natural, valga el oxímoron (lo digo porque toda seducción tiene algo o mucho de artilugio, a menos que el fenómeno se reduzca a cuestiones hormonales y confunda las “ganas” con el afán seductor.) También en esa ocasión dejé atrás la idea de que un escritor como él debía ser aburrido, solemne, excesivamente serio y enemigo de la ironía o el humor. La mayoría de sus textos están salpimentados con detalles humorísticos, picardías sanas pero al fin picardías, y usa para ello vocablos adecuados al nivel social o cultural de los personajes. Eso se me hizo más evidente desde el inicio de El Canillitas, novela espléndida, para mí tal vez lo mejor que escribió, aunque no podía dejar a un lado algunos de sus relatos que bien podrían llamarse cuentos por su estructura y eficacia narrativa. Fue precisamente en algunas páginas de don Artemio que me enteré de la asombrosa trayectoria militar de Ignacio m. Altamirano, que debió ser excelente jinete, pues llegó a comandar escuadrones de caballería que combatieron en el sitio de Querétaro y en otras batallas durante las intervenciones y la Reforma. Su admiración por el “maestro” Altamirano es absoluta. Algo similar expresa respecto a Guillermo Prieto, no como guerrero sino como persona honesta, que sirvió en diversas ocasiones a los gobiernos liberales, incluso como secretario de Hacienda, y nunca robó ni un peso, pues entró en esos puestos siendo pobre y salió igual: pobre. Don Artemio era católico irredento; su faro en la formación intelectual fue Ipandro Acaico, a la sazón arzobispo de

San Luis Potosí, Una muestra de su integridad intelectual la encontramos cuando asegura que “no buscó ganancias fáciles don Guillermo Prieto, como tampoco las buscó ninguno de los miembros del gabinete juarista; todos eran hombres íntegros, de probidad indesviable. No perseguían dinero, sino un ideal alto, limpio”. Sí criticaba los abusos que se dieron durante la Reforma y con la Ley Lerdo, incluso los califica de arbitrario despojo de bienes a la Iglesia, pero no era antijuarista recalcitrante. Emmanuel Carballo, en su 19 protagonistas de la literatura mexicana del siglo xx, asegura algo con lo cual concuerdo: “Sus manos y sus ojos cargan de ironía o de veneno la conversación más ingenua”, lo cual me recuerda otro de sus para mí fascinantes textos: Don Victoriano Salado Álvarez y la conversación en México, arte muy frecuentado en otros tiempos y posteriormente —por desgracia— olvidado. Para terminar me referiré a un escrito obligado si se quiere entender a don Artemio: Historia de una vocación. Al parecer fue uno de sus últimos escritos y en él da cuenta de su formación, hace recomendaciones de lecturas, da consejos a los aspirantes a escritores y platica anécdotas divertidas. Algo más: en las última líneas se disculpa por “el tedio que les causé con este largo escrito. Salió muy extenso de mi pluma porque no tuve el tiempo suficiente para hacerlo corto”. Lo que coincide con: “Lamento escribirte una carta tan larga, pero no tengo tiempo de hacerla más corta”, que aparece en una carta de Carlos Marx a Federico Engels. Curioso, porque Marx no pudo leer a De Valle-Arizpe y no creo que éste haya leído a Marx l

Camino privado Odysseas Elytis

IV (I DE II) EL CAMINO PRIVADO corta por el tiempo. Llegas más rápido a tu casa por Constantinopla. Y además, tu casa no es exactamente la que conocías. Es una casa rural, grande, con escalera doble de piedra, como la de Pushkin en Crimea. Pongo un ejemplo al azar. Incluso a veces pasa que alcanzas a las cosas en su infancia: el patiecito, la cocinita, el limonero, los estanques. Percibes la poca importancia que tiene el tiempo si no llevas el registro. Y lanzas tu anzuelo a los sucesos para sacar, simplemente, un poco de elocuencia de agua, un reflejo, una transparencia azul marino. Lo demás, aun en estado crudo, para nada te sirve. Genera interés, no oxígeno. Y cerca, la prudencia del olivo. Para cada uno de nosotros está abierto un camino privado. Y sin embargo muy pocos lo siguen. Algunos sólo cuando una o dos veces en su vida se enamoran. Y el resto nunca. Son éstos los que se retiran de la vida sin siquiera haberse dado cuenta de qué les ocurrió. Y es una lástima. Es una lástima ese encierro de por vida en el arca de la Necesidad, con los sentidos inmovilizados en el nivel utilitario. ¿Es culpa sólo de la ausencia de educación? En esto, incluso un viticultor o un pescador, si son auténticos, en cuanto a la toma de conciencia de los actos llegan al mismo nivel al que también llega el poeta. Millares de imperceptibles vibraciones de la tierra ardiente o del mar de la mañana actúan sobre ellos, y su alma, en consecuencia, recibe y atesora cinceladuras anónimamente divinas. Entonces es otra cosa la que ocurre, que sella el alma y te impide tomar posición ante el dilema que, de la manera más sencilla, tanto teórica como prácticamente nunca ha dejado de plantear la vida. O permaneces con los cinco sentidos sin ejercitar y tu mundo anímico expuesto a acontecimientos de la superficie que simplemente registras y entonces, salvo la diferencia de calidad, te colocas en el mismo paralelo de las canciones populares y la lectura de revistas semanales; o aceptas, en principio, la existencia del misterio, y entonces cuestionas los resultados de toda experiencia primera y penetras con un corte profundo en la realidad, aspirando a reintegrar el fenómeno de la vida a partir de los elementos que se te ofrecen, con el pensamiento libre de todo prejuicio, por un lado y, por el otro, ejercitados como un galgo los sentidos, a los que de vez en cuando, si tienes suerte, miras volver del campo en que los has soltado trayendo en los dientes presas de la misma importancia que las que de tiempo en tiempo han conseguido “cobrar” las religiones. (Continuará.) Versión de Francisco Torres Córdova


Arte y pensamiento Bemol sostenido / Alonso Arreola @LabAlonso

Son tiempos de Carnaval en Cádiz

Aprende a escuchá; si no vibran tus entrañas, ni tú siente a Cai, ni tú sientes ná”. Comparsa Encajebolillos

FIESTA ORIGINALÍSIMA QUE sucede en estos días de febrero, la del Carnaval de Cai (Cádiz) ha resistido por centurias el paso de reyes, presidentes, gobernadores, regidores y hasta dictadores de conservadurismo extremo manteniendo el espíritu y voz de un pueblo ocurrente, talentoso como pocos. En ella coinciden numerosas agrupaciones que a lo largo de once días suenan en calles y el Gran Teatro Falla (así nombrado por su hijo predilecto, Manuel de Falla). Esto atrae un voluminoso turismo interesado en la diversión de fiestas, cabalgatas, disfraces, comida y alcohol inagotables, pero sobre todo música tradicional de altos vuelos con coplas de enorme factura literaria. Dedicada a los más diversos temas, la lírica de sus canciones impulsa la parodia política; el cariño por la ciudad y sus personajes notables; el espíritu del propio carnaval y, claro, la lucha contra las vicisitudes que enfrenta el pueblo llano (desempleo, injusticias, modificación forzada de su cultura…). Porque antes que nada el Carnaval de Cádiz es una celebración popular que sobrevivió a restricciones religiosas, bandos prohibitivos, menosprecio de las clases ricas e incluso a Franco, quien lo vedara durante cuarenta años. Festejo emblemático de Andalucía, mezcla de la Italia carnavalesca, los cantos moros y el calendario cristiano, desde su restauración en el año ’77 se abrió camino, aunque un carácter local le resta atención en las demás provincias españolas, todas con sus propias celebraciones. Ello se entiende al escuchar su acento, referentes e intimidad “puertas

adentro”, lo que no detiene una fama internacional en aumento gracias al compromiso de autoridades, comités, jurados y asociaciones que concurren para que persistan tradiciones, sí, pero también evolucione con el ingenio natural proveniente de bares, cafés y tertulias donde nace su contenido. Dicho esto, el Patronato del Concurso Oficial de Agrupaciones Carnavalescas (coac) y de las Fiestas del Carnaval de Cádiz, establece que las modalidades en que las agrupaciones pueden participar son: Coros, Chirigotas, Comparsas y Cuartetos, cada una con diferencias en cuanto a número de integrantes, instrumentación, guión y distribución de voces. Asimismo, determina fechas de ensayos y fases a transitar: clasificatoria, cuartos de final, semifinales y final, esta última con un máximo de cuatro conjuntos por modalidad. Sin embargo al inicio –hay que decirlo para que nuestra lectora, lector, no imagine una competición deportiva– participan todos los inscritos, en los cuartos de final un máximo de cincuenta y cuatro y en las semifinales la mitad. Al final, un mes entero. Sobre las actuaciones, casi todas comparten estructura aunque con variaciones decisivas. Hay la presentación y luego, dependiendo la modalidad: tangos, pasosdobles, cuplés, estribillos, parodias, popurrís y temas libres. Los dos últimos suelen ser más divertidos, pues ocupan piezas de moda para cambiar letras y se toman mayores riesgos que coincidan con los llamados “tipos”: la suma de disfraces, vestuario y maquillaje que, llevada a un extremo impensable, combina hasta en mínimos detalles con escenografías elaboradas pacientemente a lo largo de un año. ¿Qué más hace tan especial al carnaval? Para empezar, Cádiz misma. Lo que digamos sobre la belleza de su casco antiguo, malecón y Caleta será insuficiente. En sus callejuelas empedradas perviven antiguos negocios y los gritos de los viejos que juegan dominó alejan a las grandes empresas. Allí las costumbres son sagradas, el café poderosísimo y los mariscos tratados como joyas salidas del mar. Otra cosa paralela a esta vida abierta es, ya lo decíamos al principio, su corazón latente: el Gran Teatro Falla. En sus tablas ocurre el concurso oficial que puede verse a través de Onda Cádiz, televisora oficial con canal de Youtube. Acérquesele y mire la mejor cultura gaditana; sea paciente si al principio la estridencia confunde sus esquemas. Busque la belleza sumergida. Es mucha. En ella sobrevive una verdad perdida en otras partes de la Tierra. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos l

LA JORNADA SEMANAL 9 de febrero de 2020 // Número 1301

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Cinexcusas/ Luis Tovar

Los académicos “EL DIRECTOR SUPO explotar la debilidad de los académicos por la segunda guerra mundial.” La frase, de Daniel Martínez Mantilla –con subrayado cortesía de este juntapalabras–, parecería profética y referirse a Taika Waititi, director de Jojo Rabbit (2019), si acaso esta cinta gana hoy el –dígase otra vez– tremendamente sobrevalorado premio Oscar, ya sea a mejor director o a mejor película. Salvando el detalle de que no se trataría de la segunda sino de la primera guerra mundial, también aplicaría en el muy probable caso de que el ganador sea Sam Mendes, director de 1917. El aserto puede ser profético no sólo este año sino, con toda seguridad, muchas veces más en el futuro. Para comprobarlo basta con esperar a las siguientes entregas del muñequito hollywoodense, donde más pronto que tarde se reeditará la insuperable debilidad de esos académicos –¿realmente lo son? Mejor dicho, ¿alguien cree honestamente que lo sean?– por el consabido y resobado cuento de los-ejércitos-pero-sobre-todo-los-valores-éticos-deOccidente-ganando-la-guerra-contra-los-malos, repetitivo y cansino por más alarde formal y apantallante factura técnica que le pongan. Pero si alguien quiere más pruebas de la tozuda querencia de esos dizque académicos por las alegorías de su “victoria cultural”, échele un breve ojo al pasado: ¿qué fue si no una variante del más obsceno autoelogio –por aquello de que la historia la escriben los vencedores– premiar la burda victimización en que consiste La lista de Schindler (1993) o, todavía peor, la sensiblería insufrible que penetra hasta la médula a Rescatando al soldado Ryan? Desavisados y desmemoriados en general son propensos a creer que hay alguna novedad en este asunto del Oscar, pero nada más falso; el par de costosos y cursis petardos de Steven Spielberg no son sino dos entre muchos otros ejemplos de algo que comenzó con La señora Miniver (1942), de un tal William Wyler, con la que obtuvo su estatuita –y que es la cinta aludida por Martínez Mancilla. De ahí p’al real, durante casi ocho décadas y contando.

Muy antiacadémicos BASTARÍA CON ESE gusto insano –y convenenciero– por toda suerte de justificaciones fílmicas a favor del belicismo, para desautorizar las opiniones cinematográficas y las posturas éticas de esos académicos tan evidentemente parciales y limitados. ¿O acaso Full Metal Jacket ganó el Oscar a la mejor película por su contundente crítica antibelicista? ¿Lo hizo Apocalypse Now por lo mismo? Bastaría con eso, pero hay mucho más en el costal de prejuicios, oportunismos, blanqueado de sepulcros, lavado de manos, omisiones de escándalo y francas estupideces que distingue las decisiones de unos académicos ya torpes, ya maiceados, y muy de cuando en cuando forzados por la realidad a premiar lo inevitable, so pena de hacer más hondo aún el desprestigio que los acompaña, y con razón. Los fanáticos del Oscar, que los hay, han elaborado una y otra vez la lista de lo obvio y lo inexplicable, donde por ejemplo caben, en la primera columna, El padrino (1972), Gigi (1958), De aquí a la eternidad (1953) por mencionar sólo tres, así como en la segunda columna figuran –hágame usted el favor– tomaduras de pelo de muy diverso tipo como Slumdog Millionaire (2008), ¡Titanic (1997)!, El chofer y la señora Daisy (1989)… y párele usted de contar. También puede verse exactamente al revés: para decirlo con la conocida fórmula matemática, el pobre nivel de lo que suele ser premiado con el Oscar es directamente proporcional a la mediocridad de los académicos que deciden dichos premios. En consecuencia, por mucho que su poder mediático y económico resulte inalcanzable y, al parecer, indestructible, es insensato esperar que unos galardones concebidos esencialmente como mecanismo promocional y no en calidad de reconocimiento artístico, reflejen otra cosa que no sean los intereses y las pulsiones de una sociedad muy poco interesada en esa antigualla conocida como “cultura”. Curioso, por decir lo menos, viniendo de unos académicos l


LA JORNADA SEMANAL

16 9 de febrero de 2020 // Número 1301

Alejandro García Abreu

Chantal Maillard y el augurio de la propia desaparición Chantal Maillard, una extraordinaria poeta de lengua española de origen belga, padeció una terrible enfermedad y se enfrentó a una tragedia, acontecimientos que se reflejan en su literatura.

C

hantal Maillard (Bruselas, 1951) transfiguró el dolor en su escritura. La ganadora del Premio Nacional de Poesía en España por Matar a Platón (2004) escribió en Husos. Notas al margen (2006): “Cuéntame tu vida, me escribe S... No la conozco. Hace apenas dos días que encontré la página web de esa organización de duelo. Abrí la página por el ‘tema del mes’. Si esto fuese una novela vendría bien contarlo. Pero no lo es. Así que el guión se debe al eco. A las resonancias. El suicidio era el tema del mes. Colgué, pues, un mensaje en la página: ‘Mi hijo se ha suicidado en abril…’” En La actitud contemplativa a través de la obra de Chantal Maillard, Nuño Aguirre de Cárcer Girón asevera que la propuesta de la poeta de origen belga y autora de India –volumen en el que ahonda en “los árboles-templo en Benarés, en la creación del observador como método de conocimiento de los diversos planos de la conciencia”– se manifiesta en dos temas graves: el dolor y la muerte, elementos que están presentes en toda su obra pero que en Husos se convierten en resonancias del suicidio de su hijo, del dolor del duelo. Maillard indaga todas las facetas del sufrimiento, desde el dolor físico hasta el psicológico. En 2000 Maillard padeció cáncer, cuya fase más aguda tuvo lugar entre 2000 y 2001. Una manguera de irrigación la ayudaba a limpiar sus intestinos. En octubre de 2002 dictó la conferencia “Sobre el dolor”. Después, en abril de 2003, su hijo Daniel se suicidó, acontecimiento que propició la escritura de Husos. En Poemas a mi muerte (2005) se refirió a la propensión al “final ineludible”. La escritora afirma que el poema está dedicado a Daniel de manera póstuma. Modificó el texto para Hainuwele y otros poemas (2009): “En la más densa oscuridad es fácil/ recurrir a las fauces de un león/ y decir ‘He cumplido’. Pero/ acelerar la herida, provocar el final ineludible/ no exime del cuidado/ de crearnos el alma.// Ante el umbral definitivo conviene detener/ el impulso y, atentos,/ sentir clavársenos las fauces/ y hacerse luz la herida.” Husos es el resultado del desmoronamiento psíquico. Hubo “un ligero conato de suicidio por parte de la autora”, dice Aguirre de Cárcer Girón. En el libro ella confiesa que en la escritura no hay deserción: “Escribo, porque escribir es lo único que cabe hacer cuando ya nada hay que deba hacerse. (No me tomé el Valium que guardo en el

armario, antes del agua. La voluntad de espectadora me mantiene, en toda circunstancia, viva para poder decir, para poder decirme, para poder contarme como me cuento los sueños, el dolor de la carne o el de la memoria).” Para la publicación de Hainuwele y otros poemas, Maillard devolvió a Poemas a mí muerte el orden cronológico original. Pensó mostrar dos concepciones opuestas con respecto a la muerte: “la del Occidente postilustrado, que la entiende como la sombra que nos acompaña, y la oriental –india, en este caso– que la integra en el eterno periplo de la existencia. No obstante, hasta entonces, mi contacto con la muerte había sido poco más que literario. Más tarde, tendría ocasión de averiguar que lo que nos ocurre no es la muerte sino algo peor: la desoladora ausencia de los que nos dejan y el angustioso augurio de la propia desaparición”.

Voces en duelo: Daniel MAILLARD Y PIEDAD Bonnett (Amalfi, Antioquia, 1951) –autora de Lo que no tiene nombre (2013), relato en torno a la muerte voluntaria de su hijo– presentaron Voces en duelo: Daniel en 2018 en Málaga. Bonnett recuerda que Maillard descubrió coincidencias: ambas nacieron el

mismo año, ambas son poetas y, escribe Bonnett, “las dos tuvimos hijos llamados Daniel, que a edades semejantes decidieron abandonar la vida de la misma forma, lanzándose al vacío. En su momento, las dos, sin saberlo, escribimos un mismo poema sobre ese último instante. Descubrirlo nos llevó, por iniciativa suya, a hacer un performance en la ciudad de Málaga: en un escenario, apoyadas en una música bellamente perturbadora, concebida para la ocasión, realizamos lo que Chantal –una mujer austera, de pensamiento riguroso– llamó ‘un Oficio’. ‘A veces ciertos puentes se disfrazan de coincidencia. Éste es uno de ellos. Y había que cruzarlo’, escribió a sus amigos en una invitación colectiva. Voces en duelo: Daniel se presentó así: ‘Un mismo nombre. Dos hijos. Una misma decisión. Un mismo gesto. Dos madres frente a un mismo abismo. Contra el tabú. Por esa libertad. Por el coraje del suicida. Como homenaje’. Y así, con un acto simbólico, a través del arte, nos manifestamos por el respeto a la autodeterminación y a la más definitiva prueba del alcance de la libertad humana.” A modo de plegaria: “escribir el dolor/ para proyectarlo/ para actuar sobre él con la palabra”, clama Maillard a una deidad fugitiva que alguna vez habitó Benarés l


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