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Nuevas estéticas literarias en de la Generación del 80 a la actualidad

España

■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 18 de junio de 2017 ■ Núm. 1163 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

Antonio Rodríguez Jiménez

La búsqueda de la identidad: C arlos F uentes cuentista. Enrique Héctor González

Diez voces de la nueva poesía española

Juan Carlos Abril, Blanca Andréu, Antonio Enrique, Concha García, Olvido García, Raquel Lanseros, José Lupiáñez, Luis García Montero, Ángeles Mora y María Antonia Ortega


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Diez voces de la Nuevas estéticas literarias en España En materia literaria proveniente de España, “lo que llega a este lado del Atlántico es apenas la punta del iceberg de una creación inquieta que lucha contra los grupos de poder que marcan las líneas de lo que es ‘necesario’ escribir”: lo dice Antonio Rodríguez Jiménez, filólogo y doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, coordinador durante más de dos décadas de Cuadernos del Sur, suplemento cultural de Diario Córdoba. Su breve y conciso ensayo, así como la selección de diez voces

El espía de Dios María Antonia Ortega Dios no habita en lo alto, sino en lo profundo, y su revelación dura lo que un libro que se escribe en una noche. Y en su familia, familia de Dios, por lo menos hay siempre un loco y un poeta. Aquel que con él se ve en secreto, quienquiera que pueda reconocer al Invisible, a los demás infunde miedo, a los demás hombres. Pues tiene ojos de puta que se sienta en la barra del bar sola, y más hambre que una buscona. Pues hace los mismos gestos que un mudo hablando con otro mudo. Y está acosado por sus acreedores como ciervo que saltando de un tejado a otro es perseguido hasta un alero por una rehala de podencos sueltos entre cúpulas, chimeneas y letreros luminosos porque sobre esta ciudad no solamente hay constelaciones, sino también extrañas cacerías. Así es el que ve a Dios. Porque el que Dios mira es aquel que verdaderamente se ha quedado solo. (De El Espía de Dios, 1994)

actuales de la poesía española, prácticamente desconocidas en nuestro país, buscan contrarrestar un fenómeno –el de los grupos de influencia y conveniencia– al que de ningún modo somos ajenos en México. Publicamos además un ensayo sobre el Carlos Fuentes cuentista, a cinco años de la muerte del autor de Cantar de ciegos y Agua quemada. Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

Cansancio Concha García Sentada es como si bebiera largos tragos de playa, pócimas de tonterías y me cortase las uñas, sin compañía. Es un cuento más, una residencia cara. Piso el suelo con bocados de ansiedad y me lleno de reliquias el cuerpo, salgo asustando. Repito en larguísimo silencio abulias y taconeo deslizándome sin prisa por las avenidas buscando un no sé qué, aquello que no se nombra porque no se sabe y acapara gran parte del día ponerme bajo una sombra. La que sea, a estas alturas elijo la que sea. (De Otra ley, 1987)

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Portada: Nuevos aires ibéricos Pablo Picasso, Guernica (fragmento), 1937 © Dominio público

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18 de junio de 2017 • Número 1163 • Jornada Semanal

a nueva poesía española Tú me llamas, amor, yo cojo un taxi

Amor mío Blanca Andréu Amor mío, mira mi boca de vitriolo y mi garganta de cicuta jónica, mira la perdiz de ala rota que carece de casa y muere por los desiertos de tomillo de Rimbaud, mira los árboles como nervios crispados del día llorando agua de guadaña. Esto es lo que yo veo en la hora lisa de abril, también en la capilla del espejo esto veo, y no puedo pensar en las palomas que habitan la palabra Alejandría ni escribir cartas para Rilke el poeta. (De Una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall, 1980)

Por de noche Antonio Enrique Por de noche, cuando mayor es la fragancia, vino un ángel a decirme que había llegado a la región de los muertos. A esa hora augusta, en que al tiempo le nacen venas en su frente temblorosa, vine a saber que ya había despertado, que estaba en mí viviente y convertido en príncipe de luz, estatua de olvido, soledad libre esparcida por los países de lo alto. Como columnas de fuego vi a lo lejos erigirse los umbrales del reino, las puertas del paraíso, temblorosa sed de vértigos los abismos que brillaban en torno al alma suplicante. Flotaban las aves entre la Luna, y así vine a saberme incorpórea, delicada y amante, escintilación pura en un bosque de nieve hiperreal y divina. Desde ahora moro al otro lado del silencio y mis esquinas son tan grandes como el color azul de un día encendido y tan angostas y elevadas como las de un ciprés en los jardines de la Tierra. Aquí, en esta aérea catedral de júbilos y pámpanos, de enramadas que crecen hacia los fustes de cánticos y aromas de asombro, entre los mundos como ánforas de maravilla navegando sobre los vinos y ambrosías del infinito, sentado, ocurrente y solo, voy a pensar. Voy a sentir el firmamento en mis venas que te esperan, oh tú engalanada joya, más altiva que una corona con resplandores siderales. (De Órphica, 1984)

Luis García Montero Tú me llamas, amor, yo cojo un taxi, cruzo la desmedida realidad de febrero por verte, el mundo transitorio que me ofrece un asiento de atrás, su refugiada bóveda de sueños, luces intermitentes como conversaciones, letreros encendidos en la brisa, que no son el destino, pero que están escritos encima de nosotros. Ya sé que tus palabras no tendrán ese tono lujoso, que los aires inquietos de tu pelo guardarán la nostalgia artificial del sótano sin luz donde me esperas, y que, por fin, mañana al despertarte, entre olvidos a medias y detalles sacados de contexto, tendrás piedad o miedo de ti misma, vergüenza o dignidad, incertidumbre y acaso el lujurioso malestar, el golpe que nos dejan las historias contadas una noche de insomnio. Pero también sabemos que sería peor y más costoso llevárselas a casa, no esconder su cadáver en el humo de un bar. Yo vengo sin idiomas desde mi soledad, y sin idiomas voy hacia la tuya. No hay nada que decir, pero supongo que hablaremos desnudos sobre esto, algo después, quitándole importancia, avivando los ritmos del pasado, las cosas que están lejos y que ya no nos duelen. (De Diario cómplice, 1987)

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Muda y hosca, se niega…

Amanecer frente al mar de Mármara

Olvido García Valdés

José Lupiáñez

Muda y hosca, se niega a entrar en casa, a pesar de la noche, a pesar del buen sentido. Él le habla con paciencia o la empuja y golpea con el puño. La insensata materia que el alma es, su obstinación eficaz o, contigua y exenta, esta vibración azul del azul luminoso y oscuro. Sólo me interesa el vacío. Ocurrió el mismo año en que frascos y líquidos se arrojaban contra la pared, a oscuras, en aquella alcoba italiana. Eran innumerables los huesos del cuerpo, incomprensibles sus nombres. Sincronizado estrictamente, rápido y melancólico, con este azul, aquel salto, olor de carbonilla, adherido a la piel.

Sé que mi corazón alguna tarde recordará estas aguas quietísimas del Mar de Mármara y este liviano encantamiento azul del cielo que las sueña. Sé muy bien que mi corazón alguna tarde, en el jardín, quizá, ya del crepúsculo buscará este frescor, estos reflejos del lento amanecer que ven mis ojos. El mar, el Mar de Mármara, con buques para siempre varados en sus aguas, con buques que renuncian a cualquier travesía, quietos también sobre las aguas quietas. Los pájaros escriben con sus vuelos en la celeste página de la mañana el salmo que recito de verdad y belleza. Esta visión, esta emoción viaja ya por el tiempo hasta ese día, para dejar temblando su milagro. Entonces, me acordaré de hoy.

(De Caza nocturna, 1997)

En vano Ángeles Mora En vano te he buscado. Atrás quedan las horas que tanto fueron tuyas. Murieron. Se fueron para siempre con tu beso, tu beso perdido en la cuenca de mi mano, roto de frío, mientras que aquel portal sigue en su sitio, y la casa se cae, me dicen. ¿Sabremos algún día por qué no merecimos tanta dicha? (De Pensando que el camino iba derecho, 1982)

(De El sueño de Estambul, 2004)

El beso

El clavo

Raquel Lanseros

Juan Carlos Abril

Por celebrar el cuerpo, tan hecho de presente por estirar sus márgenes y unirlos al círculo infinito de la savia nos buscamos a tientas los contornos para fundir la piel deshabitada con el rumor sagrado de la vida.

Todo lo revivido se estremece. Repites las historias muy despacio con los nombres del mundo de los muertos pues lo bello, al final, resulta triste.

No existe conjunción más verdadera ni mayor claridad en la sustancia de que estamos creados.

Las huidas sin carrera son la imagen grotesca de los sueños, el agua que se escapa entre las manos y, por eso, prefieres cambiar aquellos nombres y lugares, dejar sólo los hechos con los sentimientos que arrastran. Puede ser una señal y casi te deslumbra.

Esta fusión bendita hecha de entrañas, la arteria permanente de la estirpe.

En el dolor, no obstante, el abrazo es más rápido que un cepo.

Sólo quien ha besado sabe que es inmortal.

Ser uno mismo, sí, pero antes ser de otros.

Tú me miras colmado de cuanto forja el goce, volcándome la sangre hacia el origen y las ganas tomadas hasta el fondo.

(De Antología del beso, 2009)

(De Un intruso nos somete, 1997)


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Vilma Fuentes

Un verdadero parisiense La seriedad, la afectación y algunos hábitos de los habitantes de la Ciudad Luz son el centro y el pretexto de esta breve crónica de un encuentro entrañable con el gran José Luis Cuevas.

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na de las personas con quien más he reído es José Luis Cuevas. No sólo por sus imi­ taciones caricaturescas tanto de amigos y amigas como de políticos y actores. También a causa de su carácter, en todo caso en aquel entonces, cuando Bertha vivía y respetaba su libertad de ir y venir a su antojo, ver a sus amigos cuando se le pegaba la gana, meterse a un hotel de paso con una modelo durante algunas mañanas fijas donde yo podía localizarlo telefónicamente. Y, desde luego, por un sentido del humor, que lo hacía reír de todo y de todos y, para empezar, de él mismo. Así, no dejó de sorprenderme, y casi de asustarme, cuando, al llegar a una cita cerca de su taller de ar­ tista en la rue de La Condamine, se levantó de su silla con lentitud, me mostró una cara de seriedad lúgubre y me dijo con una voz sombría: “Vilmita, estoy muy deprimido.” Lo ametrallé de preguntas sobre su salud, las niñas, Bertha, sus dibujos, la impotencia que puede herir de muerte a un creador, sus próximas exposiciones, la crítica, su presencia constante en la prensa sin la cual yo sabía que José Luis no podría vivir. No obtuve ninguna respuesta, tal vez porque yo no paraba de hablar como una tarabilla en lugar de callarme para darle la oportunidad de decirme las causas de su depresión. –En fin, dime por qué diablos estás deprimido –terminé por decir sin avanzar yo misma la respuesta. –¿No te das cuenta de lo vulgar que es reír y, peor, reír a carcajadas? Si te fijas bien, los parisienses, crema y nata de la cultura francesa, están siempre deprimidos. No verás nunca a un escritor, a un filósofo, a ningún artista ni político que se respete, mostrar una sonrisa Colgate como un vulgar gringo. Un francés sabe conducirse con seriedad, angustiado por los problemas, guerras, hambrunas, epidemias, que aquejan y des­ bastan a la pobre humanidad. No, Vilmita, debemos guardar la seriedad, poner cara de angustia, faz atormentada, si no queremos pasar por unos ploucs, esos nacos y pelados sin educación.

Convencida por los argumentos irrebatibles de Cuevas, me esmeré en mostrar el gesto más fúnebre que me era posible fingir. Leímos en un silencio glacial el menú del restaurante La Truite, carta que nos sabíamos de memoria pues era nuestro lugar de citas. Con los tonos más macabros que pudimos emitir, pedimos nuestros platos y esperamos que los trajeran con la más pesada e insostenible seriedad. Nos miramos a los ojos sin parpadear. Y, antes de poder controlar su estallido, nuestra risa brotó como la lava ardiente de un volcán en erupción. –Perdiste –dijimos al unísono. En efecto, ambos perdimos y no por haber reído, sino por ser el primero en haber parpadeado aunque fuese en el mismo instante. Ese largo anochecer de verano, mientras saboreábamos nuestras truchas almendradas, procurando mantener una solemne seriedad, José Luis me propuso que nos convirtiéramos en dos verdaderos, si no auténticos, parisienses de hueso colorado y sangre azul. Así, tratamos de hacer la lista de las conductas y poses observadas en los capitalinos franceses. Siempre corriendo como si lo persiguieran o se muriese de ganas de ir al baño, el personaje en cuestión, al entrar en un café o un restaurante, se dirige al mesero mirándolo apenas de reojo para comunicarle que tiene mucha prisa, que traiga cuanto antes su pedido, el cual aún no ha hecho, tanta es su prisa en comunicar su prisa. Si no tiene cita con nadie, abre su diario con toda parsimonia y se sumerge en su lectura durante una buena hora, levantando de vez en cuando la vista para reflexionar sobre las graves cuestiones que lee y echar un vistazo a la clientela asegurándose de ser visto. Si tiene una cita y el amigo tarda en llegar, mira las manecillas de su reloj dos veces por minuto, vuelve la cabeza hacia todos lados buscando al culpable, se yergue como si fuese a irse, se deja caer en su silla y, cuando al fin llega su amigo, lo acribilla de reproches antes de saludarlo y ponerse a hablar del buen o mal tiempo, tema de conversación tan favorito como inagotable para el parisiense. Si el amigo ya se encuentra en el establecimiento, y es

uno quien llega tarde, en vez de presentar excusas, informa que está desbordado de trabajo, citas, negocios, compromisos, y no sabe qué hacer para tener un momento de soledad: el amigo comprende, así que le hace un favor inmenso aceptando una cita. El parisiense atraviesa las calles sin mirar a uno y otro lado para asegurarse que no viene un auto y conserva, haciendo gala de su audacia y su valor, la vista fija delante de él como si tuviese enfrente una aparición de la Virgen. En este punto, Cuevas y yo dudamos en seguir al pie de la letra esta regla. ¡Ah!, importante la manera de vestirse. Esta cuestión no habla en favor de la originalidad y la inventiva francesas: simplemente se imitan los principios británicos que ponen por encima de todo la negligencia en el vestir. Desde luego, jamás ponerse un traje o un vestido que parezcan nuevos y, si no se tiene, como debe un lord inglés, un valet para usar la ropa nueva, pues se la arruga cuanto se puede metiéndola en un canasto entre toallas húmedas. Desde luego, un hombre no se rasura a diario y cuando lo hace deja su barba mal ra­ surada. Una mujer evita el cabello con fijador, lo alborota y sale a la calle como si saliera de su cama después de hacer el amor. No vaya uno a parecer empleado de banco trajeado y con corbata o secretaria de dirección almidonada y tiesa. Jamás hablar de dinero pero dejar pagar la cuenta al otro para hacerle ver la poca importancia que se da la riqueza. Nunca aludir a su trabajo, cuando de ca­ sualidad se tiene, a menos que sea el de un creador. Se procede entonces a sugerir exposiciones, rodajes de películas, editores que telefonean. En fin, el parisiense se hace de “hábitos” que observa como si fuesen parte de un ritual religioso y tiene, así, su “café”, su “panadero”, su “quiosco” de periódicos, sus “tiendas”. Hecha nuestra lista de reglas de conducta, José Luis y yo, desbordados de trabajo y con prisa, hicimos una larga caminata sin prisas platicando del sueño de una noche de verano


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La búsqueda de la identidad: Enrique Héctor González

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Un acucioso acercamiento a la obra de un narrador emblEmático en las letras mexicanas, sobre todo en su faceta de cuentista en la que se ponen en evidencia los rasgos más finos de su gran talento y penetrante inteligencia.

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ace cinco años murió Carlos Fuentes y aun hoy en día su legado literario parece seguir pronunciándose en favor de las numerosas novelas que escribió antes que de los ensayos, las obras teatrales o los cuentos, aunque siempre alguno que otro (“Muñeca reina”, “Las dos Elenas”, “Malintizin de las maquilas”) será materia ineludible de recopilaciones del género. Pensando en que el escritor estuvo activo hasta el final, que le sobrevino a los ochenta y tres años, la suya es una obra de la que no nos hemos separado lo suficiente como para balbucir veredictos respecto de su eternidad, advirtiendo, sin embargo, que sus novelas más afamadas (La muerte de Artemio Cruz, Aura, Cambio de piel, por citar tres al azar) se publicaron hace unos cincuenta años, conviene mirar su narrativa de un modo más incluyente, pues no cabe duda de que el autor de Una familia lejana seguirá siendo referente natural entre los prosistas de ficción del siglo pasado.

ii Un enfoque plausible puede ser, sin duda, el del Fuentes cuentista, pues si bien, como queda claro, nunca alcanzó en este género la notoriedad que le sig­ nificaron sus trabajos más extensos, resulta evidente que, a diferencia de Mario Vargas Llosa, el autor mexicano no cultivó la narrativa breve de manera esporádica sino a lo largo de los sesenta años que se mantuvo activo. Por eso fue un acierto que en 2013 el Fondo de Cultura Económica encargara a Omegar Martínez la reunión, en casi un millar de páginas, de sus Cuentos completos pues, aunque es un tanto desaforado afirmar –como lo hace el editor– que es en los relatos breves “donde habita su esencia literaria”, sí es asumible que el espacio limitado del cuento le vino casi siempre bien a un autor dado a los efluvios líricos dentro de su prosa narrativa, desbordamientos de la escritura que en sus novelas pueden caber en la amplia gama que va de lo admirable a lo superfluo, pero que en un cuento, por sus limitadas dimensiones, a menudo resultan imperdonables. Fuentes supo casi siempre domar la intemperancia de esa voz retorizante en sus relatos; no así en las novelas, donde la complacencia de la escritura con la escritura misma fue uno de los ingredientes que dio al traste con sus últimos libros. Porque hay que decirlo con todas sus letras, y reconociendo siempre el aprecio que la literatura de Carlos Fuentes ha generado en la mayoría de sus lectores: desde Terra Nostra (1975), y según Antonio Alatorre desde Cambio de piel (1967), las novelas del autor a menudo fueron volviéndose cada vez más abstrusas y abigarradas, presas de un barroquismo que fue perdiendo el encanto de los primeros tiempos y ya sólo en contadas estaciones (Cristóbal Nonato, ciertos pasajes de Los años con Laura Díaz) cumplieron con la cuota de ese enmascarado magnetismo que atrapa la lectura: sus textos, a veces, se enfangaron en una suerte de derroche polifónico que coqueteaba, ya al final, con el aburrimiento. Es de justicia, no obstante, reconocer que su escritura mágica, sincrética, con la palabra mito a flor de historia y la metáfora latigueando siempre en su prosa pulida, nos da no sólo una “imagen” de México, como la de Juan Rulfo, sino un caleidoscopio cuyo afán totalizador es equiparable al que generan las obras completas de Alfonso Reyes y las de Octavio Paz, y lo convierte, ciertamente, en un “fenómeno de nuestras letras”, como lo señaló en su momento Elena Poniatowska.

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ada cuento está escrito con un fantasma sobre nuestros hombros”, anotó alguna vez Carlos Fuentes, y si tomamos la frase con el rigor que le debemos a todo lo que aviva el asombro y la extrañeza, resulta comprensible, entonces, que una de las recopilaciones más celebradas de sus relatos, Cuerpos y ofrendas, lleve ese título donde compiten la presencia carnal del ser y, al mismo tiempo, la naturaleza idolátrica, espiritual, propiamente fantasmal de muchos personajes de sus libros: la figura de la dualidad esencial que la crítica ya se ha encargado de reconocer en su prosa. Desde la primera colección de his­ torias breves, Los días enmascarados, denominación igualmente significativa pues, como se sabe, alude a los cinco días finales del año azteca, la ascendencia prehispanista y la casi fijación que desborda la obra de Carlos Fuentes por el pasado mexicano, es asimismo un punto de partida de “la búsqueda de la identidad en la pluralidad y la fugacidad temporal”, atributo que, según Paz, es el tema constante de la narrativa del autor. Sin embargo, la profanación y el horror o, por mejor decirlo, el énfasis que en su obra alcanzan el horror y el éxtasis de la profanación, la vuelta a los cotidianos o remotos fantasmas de una existencia anterior, la tentación del retorno imposible a los lugares sin límite, nos recuerda cómo los cuentos de Fuentes no sólo se escribieron con la ayuda de una presencia espectral sobre sus hombros, sino que esa misma criatura invisible encarna la irremediable violación de los espacios sa­ grados que pervive aun en los cuentos neorrealistas o francamente fronterizos con la crónica histórica, propios de la última etapa del Fuentes cuentista. La evocación de Amilamia en “La muñeca reina”, una de las piezas de narrativa breve más emblemáticas de su obra primera, revela cómo una nota perdida en un viejo libro provoca en el hombre de veintinueve años que cuenta y protagoniza el relato la necesidad de revisitar el jardín donde, quince años atrás, una niña lo sedujo con su facundia fantasmal y persistente. El apunte rescatado del olvido, además de estar escrito con la deliciosa sintaxis y heterodoxa ortografía de la primera infancia (“Amilamia no olbida a su amiguito y me buscas aquí como te lo divujo”), indica el lugar donde la niña vive. El diálogo que la historia establece con “Una rosa para Emily”, de William Faulkner, no deja lugar a dudas acerca de que, si no con el cadáver de la niña, el personaje se encontrará, luego de la resistencia que ofrece el matrimonio de viejos que ahora habita la casa,


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Fuentes cuentista Cuentista consumado, novelista de grandes vuelos, dramaturgo a veces y poeta “por omisión”, la obra de Carlos Fuentes no ha perdido aliento ni vigencia.

con un altar que la recuerda, un cuerpo de porcelana, pasta y algodón entre flores y olores y ornamentos conformados por los juguetes destrozados de Amilamia: el féretro de la muñeca reina. El hombre huye, mientras la madre alcanza a decir: “Si de veras la quiso, no vuelva más.” Sin embargo, y luego de un año, él regresa cuando entiende que la nota reencontrada en el libro puede ser un buen regalo para los viejos: otra ofrenda para el altar. Le abre una joven en silla de ruedas, contrahecha, que lo recibe tan familiarmente como suena el “Carlos” con que la voz cascada del viejo, desde el fondo de la casa, le pide que se vaya. Entre el realismo mágico de Rulfo y la sátira fantástica de Arreola, como observó el crítico Luis Leal, y aun podríase añadir, tensando la cuerda de la ficción con la fricción de la realidad, se ubica la obra de un autor que sabe muy bien, de todos modos, que “en literatura sólo se sabe lo que se imagina”.

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n los diez libros de cuentos de Carlos Fuentes –tres de ellos, en realidad, son volúmenes antológicos–, la nota de la dualidad ya señalada entretiene paralelismos y analogías de un poder de sugerencia que revela a un escritor pensante, alguien que construye su obra luego de haber trazado esquemas de afinidades y semejanzas cuidadosamente dosificados. La escritura, con pasmosa eficiencia, propicia tal entre­ lazamiento infinito de destinos y azares que algunos de sus libros de relatos están concebidos como novelas vertidas en forma de cuentos, trasvasamiento que devino devoción en El naranjo, La frontera de cristal y en su última colección de textos breves, Carolina Grau. Los cincuenta y seis relatos que recoge Omegar Martínez en Cuentos completos dejan suponer que el brumoso lirismo y la complaciente heterodoxia de las úl­ timas novelas del autor quizá deban leerse como el laboratorio de donde extrajo las mezclas adecuadas y las sustancias disolventes de ese mar de escritura (en el que a veces naufraga el lector de Carlos Fuentes) para verterlas con mayor eficiencia en su prosa breve. Hay, como en casi cualquier obra, una extraña lucidez en la obcecación con ciertas fórmulas o materiales, algunas recurrencias (el pasado mexicano, la inmundicia de la modernidad, la sofisticación y franca excentricidad de sus personajes) que se resignifican en la medida en que tienen la fuerza de parodiarse a sí mismas. Por ejemplo,

en sus ya citadas novelas en forma de cuentos, el afán tautológico del plan narrativo que caracteriza a su prosa obsesiona al autor con la idea de repetir el título general de la obra en cada historia, aludir al detalle del árbol de naranjo o la frontera cristalina en algún punto de todos los relatos. Algunos de ellos se sostienen difícilmente en su anécdota (la estadunidense que termina por aceptar a la sirvienta mexicana, vista su fuerza espiritual, en “Las amigas”, por ejemplo) y sin embargo la pertinencia del conjunto, las observaciones agudísimas de los personajes o el narrador terminan por convertir lo que pudiera rozar la más sorda elementalidad en acerba crítica de una realidad que rebasa inapelablemente las fronteras de la ficción: “Al principio, Miss Amy ni siquiera le dirigía la mirada a Josefina. La vio la primera vez y confirmó todas sus sospechas. Era una india. No entendía por qué esa gente, que en nada se diferenciaba de los iroquois, insistía en llamarse latina o hispana.” Hay, en varios relatos, párrafos de una línea que acercan o pretenden aproximar la escritura a la cadencia de la poesía; hay parrafadas –no tan abundantes como en las últimas novelas– que parecen retórica pura (“muros que no cerraban sino que abrían otros espacios en el espacio, más allá del espacio, para el espacio, pero también contra el espacio”, se permite en “Salamandra”), que se retuercen en detalles y consideraciones inútiles o saldan, en juegos de palabras o de sentido, su deuda natural de contar, la obligación implícita de todo narrador: entretener con una buena historia, ambientar las situaciones e involucrar al lector; seducir con algo más que la mirada su atención, emplear todo el cuerpo en ello y no reducirse a alentar guiños fementidos o felices de prosa lúcida. No obstante, cuando hace de la hipérbole y de cierto espíritu rabelaisano ocasión de liviandad (como en ese fragmento cercano al final de “El dueño de la casa”, donde habla del “pedo eucarístico” que se permite un monje); cuando muestra su espléndida aptitud para caracterizar de un plumazo impoluto determinada condición de algún personaje (“Era un ciego, uno de esos ciegos enfermos con la mirada borrada como por una nube interna que sólo le ofrece al mundo un par de ojos disueltos en un espeso esperma legañoso”); cuando emerge de su prosa cierta intuición que le permite deshebrar una realidad determinada, la naturaleza equívoca, estentórea y, en el fondo, vacía de un apelativo conocido (“con gusto sacrificaba ese nombre sin

Foto: Abderrahman Bouirabdane. Fuente: www.wikiwand.com/ CC BY-SA 2.0

nombre, esa ubicación fantasmal, ‘los Estados Unidos de América’, que era como llamarse, dijo su amigo Daniel Cosío Villegas, ‘El Borracho de la esquina’ o, pen­ saba el propio Dionisio, se reducía a una mera indicación, como ‘Tercer Piso a la Derecha’, por los nombres con prosapia, situación, historia, México, Argentina, Brasil, Perú, Nicaragua…”, apunta en “El despojo”), el Fuentes cuentista no le va a la zaga al autor de mo­ numentos literarios como La región más transparente y Terra Nostra, novelas donde su talento narrativo goza de una precisión que es idéntica a la que se reconoce en muchos de estos Cuentos completos.

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ovelista prolífico, avasallador; asiduo cuentista, dramaturgo ocasional, ensayista de mérito, poeta por omisión, es difícil saber dónde está el mejor Carlos Fuentes. Si examinamos, como hasta aquí, su incursión en el relato breve, parece evidente que, antes que pronunciarse por su a menudo lúcida densidad, como Omegar Martínez, o por la inagotable fuerza gótica y alucinante de su vasta obra novelística, según lo prefiere el crítico Richard Reeve, resulta más provechoso percibir cómo, luego de cinco años, muchos de los cuentos y un buen número de las novelas de este insigne miembro del cuadrivio del boom siguen siendo muestra inequívoca de su pertinencia literaria


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os movimientos poéticos o estéticas literarias españolas actuales parten de una fuerte discusión desarrollada en la década de los ochenta del pasado siglo, que todavía sigue en vigor. Varios críticos se empeñaron en aquellos años, auspiciados por las dos editoriales de poesía en boga y por algún diario, en patentar un tipo de “poesía útil para la gente normal”, según defendía Luis Antonio de Villena para auspiciar al granadino Luis García Montero, intentando así el establecimiento del discurso único. Un reducido grupo trató de instaurar una estética determinada, con un lenguaje similar. Ese grupo lo encabezaron vates como Álvaro Salvador, Felipe Benítez, Carlos Marzal, Ángeles Mora, Benjamín Prado, Álvaro García, Luis Muñoz, entre otros, que tratan en aquellos años de abrirse camino de manera persistente y exclusiva. Al grupo se le conoció con las denominaciones de Nueva sentimentalidad, Poesía figurativa o Poesía de la experiencia, imponiendo una poesía tan hegemónica como excluyente, que se extendió hasta bien entrada la década de los noventa. También la auspició intensamente el profesor y teórico Juan Carlos Rodríguez. Lógicamente había otras alternativas, pero el intento hegemónico se realizó con éxito. Aquella poesía rompía con el culturalismo y reivindicaba la in­ volución a los años cincuenta. Por eso sus referentes son poetas como Ángel González, Gil de Biedma y en menor medida, Caballero Bonald. Se le da la espalda, pues, a otros escritores de la misma generación, tales como José Ángel Valente, José Agustín Goytisolo, Antonio Gamoneda o Claudio Rodríguez,

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G e n e r ac i ó n

Fuente: Flickr/ CC BY-NC-ND 2.0

que marcan otras líneas de responsabilidad y pluralidad diferencial. Frente a un tipo de poesía oficialista, uniformada y estereotipada, surge en España a mediados de la década de los ochenta del pasado siglo la reivindicación de una poesía libre, heterogénea, universal, empeñada en que no se atienda específicamente a modas, sino que permita que todo tenga cabida y que sea el criterio de la originalidad y profundidad el único que se imponga. Críticos como Pedro Roso, José Luna Borge, Antonio Enrique, José Lupiáñez, Pedro Rodríguez Pacheco y Pedro j . de la Peña, entre otros, ana­ lizaron los hechos en diferentes medios de comuni­ cación lejanos al centralismo madrileño. Tanto en la crítica como en una serie de artículos de opinión se hace una defensa a lo largo de más de dos décadas de la libertad expresiva y estética. Se originó así un movimiento ético más que estético que recibirá el nombre de poesía de la Diferencia.

Poesía figurativa frente a la diferencial

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e remonta dicho movimiento ya como algo tangible a 1993. Se reúnen en Madrid los poetas María Antonia Ortega, Carlos Clementson, Pedro Rodríguez Pacheco, Antonio Enrique, Concha García, Jordi Virallonga, entre otros, para crear públicamente el movimiento de la Diferencia. También formaron parte del grupo José Lupiáñez, Carmelo Guillén Acosta, Manuel Jurado López, Federico Gallego Ripoll, a . Rodríguez, Pedro j . de la Peña, Fernando de Villena, Alejandro López Andrada, Juana Castro, Ricardo Bellveser

y Domingo f . Faílde, sumándose luego varias docenas de poetas más. La Diferencia fue un movimiento –nunca tendencia– de opinión crítica, de poetas que por amor, respeto y convivencia con la poesía, se sintieron obligados a replantear un estado de cosas y unos hábitos por los que las tendencias, constituidas en modus operandi institucionalizadas, eran las fórmulas de sistematizar lo que por naturaleza y gratuidad debía ser asistemático y libre. No existe definición genérica de la Diferencia al no darse un corpus teórico, unas preceptivas, unas líneas estructurales, canónicas o de escritura preestablecidas que identificaran, por su adscripción a ellas, a los componentes del grupo, pero si no existía una definición, sí existía una explicación y es en ella donde, se entendía, residía su legitimidad, su historicidad y también su destrucción, suerte última ésta consiguiente al intento de sistematizar, estructurar y jerarquizar lo que fue un movimiento en libertad que cuestionó el sistema hegemónico, las estructuras preceptivas y las jerarquías nominales. No se reconocía otra entidad que la de la gran poesía y ésta, condicionada por corrientes y tendencias, estaba siendo olvidada, y desde ahí, entraba en vías de extinción. Y éste fue el leitmotiv, generoso y altruista, que movió a aquellos poetas y críticos a tomar posicionamiento en la réplica a un estado de cosas que, pensaban, segaba injustamente a la propia poesía y por eso era intolerable. Aquellos escritores, cuyos versos y pensamientos literarios se convirtieron en una conciencia lúcida de la cuestión literaria en España y, como conciencia, a veces escarnecida por los usufructuarios de las culpas. Sólo hubo una coincidencia contrastable: la de la su-

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ti cas l ite r ar ias e n

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a l a ac t u a l i da d

Antonio Rodríguez Jiménez

Apretado pero sin duda ilustrador recuento crítico de los principales grupos, movimientos y posturas literarias e intelectuales de la nueva poesía española. Sólo uno por ciento de los poetas de alta calidad en España logra ser conocido fuera del país, en Hispanoamérica en general y en México en particular. EL ESTABLISHMENT SÓLO OFRECE UNA VISIÓN SESGADA, MANIPULADA DE LA REALIDAD CULTURAL.

Blanca Andréu, Antonio Enrique, Raquel Lanseros, José Lupiáñez, María Antonia Ortega, Juan Carlos Abril, Olvido García Valdés, Ángeles Mora, Concha García y Luis García Montero

plantación de grandes y meritorios poetas por aquellos preceptuales y modales que daban color uniforme a la coyuntura, no con valor de época, sino de tránsito; el canon preceptivo fue sustituido por el canon de los nombres. Esta es la explicación de los motivos que llevaron a cuestionar y denunciar el estado de la uniformidad estética, en cuyo concepto se sustituía el valor literario por lo espurio. Y esto fue en esencia lo que se dijo en los tres actos principales y únicos de “Las poéticas de la Diferencia”: Café Libertad (Madrid), Posada del Potro (Córdoba) y Ateneo de Sevilla. Al grupo se sumaron luego tanto publicaciones como personas, hasta que desapareció. La Diferencia llegó también a rescatar del olvido los nombres de estupendos poetas que agonizaban en los exilios inte­ riores, fuera de las corrientes al uso. Y así se auspició a Rafael Guillén, Ricardo Molina, Rafael Soto Vergés, Elena Martín Vivaldi, Concha Lagos, Rafael Montesinos, María de los Reyes Fuentes, Julio Mariscal, Alfonso Canales, Manuel Alcántara, Julio a . Egea, Manuel Mantero, etcétera, refiriéndonos sólo a poetas andaluces, aunque igual se hizo con otros muchos nacionales. Fue ésta una encomienda lúcida e inteligente, porque los poetas nombrados ya habían sido eclipsados en los años cincuenta por la poética del realismo social y, luego, por la preeminencia del culturalismo de los Novísimos. Nunca fue una idea sustituir la última poesía de la Experiencia por la Diferencia. En diversos artículos publicados por Antonio Enrique o Rodríguez Pacheco, entre otros, se llevó a cabo una crítica y un diagnóstico que a la postre resultó ser muy cierto, pues se cumplió el pronóstico: asentados

mediáticamente los cabezas de lista de las tendencias dominantes, los que siguieron sus pasos no ofrecieron para la estética literaria resultados relevantes. Otros poetas interesantes de las dos últimas décadas del siglo xx son Blanca Andréu, Jorge Riechmann, Miguel Galanes, Manuel Rico, Juan Cobos Wilkins, Olvido García Valdés, Chantal Maillard, Ana Rosseti, Eloy Sánchez Rosillo, Juan Carlos Suñén, Ana Merino, Almudena Guzmán, Diego Doncel o José Luis Rey y algunos más. En el nuevo siglo, la poesía española sufre una notable dispersión y sólo logran ser conocidos en el extranjero no los mejores vates, sino los que se preocuparon por su promoción y difusión; de ahí que incluso en Hispanoamérica, en México concretamente, apenas se distinga media docena de poetas hegemónicos, y los demás, a pesar de tener excelentes obras, apenas se conozcan.

Incertidumbre y palabra escindida

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os poetas nacidos a partir de los años setenta descartan, aunque miran líneas marcadas por los hegemónicos, la línea figurativa preponderante, y tampoco están en las fronteras del esteticismo. Ellos se recrean en la incertidumbre o en lo que se ha denominado estética del fragmento, donde hay restos reelaborados de la línea sentimentalista, aunque con una notable intensidad en la reflexión, donde no faltan los acentos introspectivos y los elementos de carácter simbolista. En esta línea figuran poetas como Raquel Lanseros, Fernando Valverde, Jorge Galán, Daniel Ro-

dríguez Moya, Francisco Ruiz Uriel, Carlos Irigoyen, Ana Wajszczuk o Natalia Handal, entre otros. Estos poetas se conocen como grupo a través de una antología denominada Poesía ante la incertidumbre (Visor, Madrid, 2011), que sirvió para agruparlos de cara al pú­ blico lector. Otra corriente posterior es la denominada poesía del fragmento o de la palabra escindida, cuyo resultado proviene de una poética fragmentaria, de una crisis múltiple típica de la sociedad postmoderna, heredada, sin duda, de la modernidad, que sigue al desplazamiento de una poética mimética por otra arraigada en los orígenes del romanticismo. Parte, pues, como explicó el crítico Juan José Lanz, de que la obra literaria es un texto abierto, inacabado, incompleto, que se lanza como proyecto a la búsqueda de la realización de los otros. En esta línea estarían poetas como Juan Carlos Abril, Rafael Espejo, Juan Carlos Reche, Abraham Gragera, Luis Bagué, Carlos Pardo o j .a . Bernier. Con tanta política de por medio, con tanto hegemonismo, con tanta manipulación en los medios de comunicación y en ciertas editoriales dedicadas a publicar en buena medida premios literarios auspiciados por las instituciones, lo que llega a este lado del Atlántico y a otras partes del mundo es un uno por ciento de la to­ talidad, es apenas la punta del iceberg de una creación inquieta que lucha contra los grupos de poder que marcan la líneas de lo que es “necesario” escribir. Y eso apenas ha cambiado en los últimos cincuenta años, pues son los mismos los que conducen el batiburrillo poé­ tico, tan escaso de lectores y tan proclive a ser manipulado mediante favores, promesas y tejemanejes


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Así era Lev Tolstói (i), traducción y edición de Selma Ancira Acantilado, España, 2017.

El retrato de un conde ANDREA TIRADO

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sí era Lev Tolstói ( i ) atesora una promesa en su título: el i anticipa otras entregas sobre Lev Nikoláievich Tolstói. Este primer volumen está integrado por tres textos seleccionados y traducidos por Selma Ancira, los cuales ponen al escritor bajo la lupa de tres distintos puntos de vista, a su vez complementarios: el de su lacayo, el del compositor Piotr Ilich Chaikovski y el del periodista estadunidense George Kennan. El primer texto es el de Serguéi Petróvich Arbúzov, lacayo principal en la casa de Tolstói; con la inocencia de su condición, revela la intimidad cotidiana del conde, a quien conoce de manera privilegiada: Serguéi Petróvich relata el camino al monasterio Óptina pustyn. El peregrinaje es una verdadera aventura, un cuento del cual se espera su correspondiente moraleja. Serguéi Petróvich retrata a un conde poco común: se viste de peregrino; se hospeda en las casas rústicas de labradores y duerme sobre la paja; comparte té del samovar de gente pobre a quien nunca revela su linaje. Llegados al monasterio, Tolstói sigue con la misma actitud renuente a toda ostentación. En cambio, aunque de manera involuntaria, Arbúzov revela la superficialidad de los monjes, quienes por la humilde vestimenta del conde y de su lacayo, los envían a cenar con los mendigos y a dormir en el albergue de tercera clase. Nuevamente, el escritor sorprende con su actitud serena y benevolente en todo momento. El relato pleno de respeto y cariño del lacayo por su amo, presenta a Tolstói como un buen hombre que comparte techo y comida con quien tenga que hacerlo, poniendo en práctica su máxima de “amar al prójimo”. El segundo texto pertenece a los diarios de Chaikovski. Este breve escrito funciona como transición entre el primero y el último. Texto-testimonio del encanto que producía la personalidad de Tolstói pues incluso Chaikovski se mostró “absolutamente cautivado por su personalidad ideal”. En esta confesión se retrata a un Tolstói sensible, a quien se le llenan los ojos de lágrimas al escuchar el andante del primer cuarteto de Chaikovski, y cuyo talento admira y elogia genuina y humildemente. El volumen concluye con el testimonio de George Kennan, periodista y viajero estadunidense. Su visita a Tolstói en junio de 1886 se debe a una promesa hecha a los presos políticos en las minas y en el penal de Transbaikal: decirle al escritor cómo vivían en Siberia; le entregaron además un manuscrito que él prometió dar a Lev Nikoláievich.

Kennan asiste a una serie de sorpresas: la primera al preguntar por alguna posada donde hospedarse, un cochero le contesta que en casa del conde, pues es una persona “accesible, un hombre absolutamente sencillo”. La segunda sorpresa es cuando, en vez de la formidable mansión señorial que se imaginaba, Kennan se encuentra con una casa “sencilla, blanca, rectangular, de dos pisos y hecha de ladrillo estucado”. La tercera sorpresa es cuando Tolstói saluda con un apretón de manos al cochero, descrito por Kennan como harapiento y sucio, estableciendo así una igualdad y respeto que abolían las diferencias sociales. Y así sucesivamente… El periodista, cumpliendo su promesa, en el transcurso del día dialoga con Tolstói acerca de la situación que padecen los presos políticos, pero también y más generalmente, sobre la violencia en sí, la opresión, las rebeliones, y cuestiona al escritor para que aplique sus principios y creencias a casos específicos. En todo momento se manifiesta la fuerza de convicción de Tolstói sobre la no violencia y la no resistencia al mal. Según el escritor, la violencia como medio para corregir el mal no sólo es inútil, sino que agrava al mal original, porque en la naturaleza de la violencia está el multiplicarse y reproducirse en todas las direcciones. La violencia siempre genera violencia. Así, gracias al debate entre ambos, se distinguen en las palabras de Tolstói los rasgos pacíficos y bondadosos que se esbozaban en el relato del lacayo. Los tres relatos parten de puntos de vista muy distintos: uno humilde que ve a Tolstói sin ningún filtro, sin ningún prejuicio; otro de un gran artista e intelectual, quien aborda la figura de Tolstói desde una sensibilidad común a ambos; y el último, más “analítico” y con un claro juicio preconcebido, producto quizás de una mentalidad occidental. Sin embargo, los tres relatos coinciden en la personalidad seductora de Lev Nikoláievich, llena de profunda fuerza moral e intelectual. Al estar redactados en primera persona, los relatos dan la impresión de que es el lector mismo quien descubre al escritor. Gracias a la meticulosa traducción de Ancira, el lector es llevado, sin traba ni tropiezo, a la pluma de los autores, como si éstos hubieran escrito originalmente en español. El primer volumen es una introducción que hace esperar con ansia la continuación del retrato del conde pincelado por biógrafos involuntarios, y quizás en ello resida el resultado de una imagen más sincera, desprovista de una mirada preconcebida.

En nuestro próximo número

Se revela un Tolstói que preconizaba una sociedad en la que todo ser humano hiciera el bien en vez del mal, y en la cual, la única forma de abolir la opresión y la violencia era negarse rotundamente a actuar con violencia: “alguien tiene que dar el primer paso en esa dirección” decía el escritor. La lectura de Así era Lev Tolstói ( i ) es también un buen primer paso para entrar de lleno al pensamiento de Tolstói, quien conecta con nuestro lado más sensible y más humano en toda su obra •

In memoriam Lucinda Ruiz Posada Lamentamos el deceso de quien fuese compañera inseparable de nuestro extrañado Hugo Gutiérrez Vega. La generosidad, el entusiasmo y la solidaridad de nuestra querida Luci fueron siempre una inspiración para quienes laboramos en este suplemento.

La Jornada Semanal

@JornadaSemanal

AMY WINEHOUSE: lo femenino y lo sagrado Antonio Valle

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Jornada Semanal • Número 1163 • 18 de junio de 2017

Cultura de paz, palabra y memoria. Un modelo de gestión cultural comunitario, Varios autores, Fondo de Cultura Económica, México, 2017.

CULTURA PARA LA RECONSTRUCCIÓN SOCIAL LAURA MARTÍNEZ

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n 2013 el Fondo de Cultura Económica diseñó un modelo de gestión cultural basado en una cultura de paz para desarrollar un centro que generara, a través de la palabra, vínculos de reconstrucción del tejido social. Esta enorme apuesta por vencer el miedo y erradicar la violencia a partir del poder de la creación literaria y la lectura, se desarrolló en una de las comunidades más violentadas del país: Apatzingán de la Constitución, Michoacán. El proyecto incluye una librería, espacios para talleres de escritura creativa, lectura con bebés, artes plásticas y música; ludoteca, un espacio de cultura digital, un auditorio en el interior y otro al aire libre. El centro cultural surgió gracias al trabajo en conjunto de los tres órdenes de gobierno: El municipal, el estatal y el federal, la estrecha participación de la comunidad y la generosa colaboración de escritores como Julián Herbert, Eduardo Antonio Parra, Antonio Ramos Revillas, Jaime Mesa, César Silva, Agustín Cadena y Armando Alanís, entre otros. Cultura de paz, palabra y memoria. Un modelo de gestión cultural comunitario recupera la experiencia del proyecto impulsado por el fce . En esta publicación podemos dar fe de los logros que tuvo el m o d e l o e n l a c o m u n i d a d d e Apatzingán de la Constitución. En México, segundo país más violento según el informe del International Institute for Strategic Studies, la violencia se ejerce de diversas maneras: acallando la voz de las ideas y ultrajando las emociones; además, ha ido acrecentando el volumen de su perversidad (como es posible constatar todos los días). Esto nos urge a detonar una respuesta de signo contrario. La paz, explica Philip j . Grossman, exige el esfuerzo de que “aprendamos paulatinamente a ser más pacientes con las opiniones y las voces de los otros en los ámbitos, tanto en el de la política como en el arte, el de orientaciones sexuales, el de las relaciones”. El fce , preocupado por la actual crisis social, busca promover espacios en donde las personas violentadas puedan poner en práctica vivencias basadas en una cultura de paz y a favor de los derechos humanos, “para construir mediante la expresión y la creatividad, habilidades para la resolución no-violenta de conflictos en los ámbitos de la vida personal, familiar y comunitaria”.

El fce , a través de esta publicación, facilita al público en general, docentes e instituciones de carácter público o privado, las herramientas necesarias para lograr el desarrollo de nuevos centros culturales en el país, probando con Apatzingán que la apuesta por la cultura es la mejor arma contra la violencia. El objetivo que persigue el fce , como señala Estela Vázquez, es “crear alianzas donde sea posible transformar y recrear un mundo interior; también a través de la palabra, reparar, reorientar y reformular el lugar donde vivimos”. México necesita, entre uno de tantos recursos, fomentar este tipo de modelos para quizás erradicar desde la raíz el odio sembrado por todo aquel que nos roba la esperanza •

Rey de picas, una novela de suspense, Joyce Carol Oates, traducción de José Luis López Muñoz, Alfaguara/Penguin Random House, México, 2017.

EL DOBLE Y SU OTRO EVE GIL

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uente inagotable de imaginación y creatividad con ochenta años de edad, Joyce Carol Oates no deja de sorprendernos con cada nuevo libro. Autoridad en materia de thrillers, prácticamente todas sus novelas, incluida la que dedicó a “autopsiar” a Marilyn Monroe, o la que explora la cotidianidad de una familia caída en desgracia, ¿Qué fue de los Mulvaney?, presentan personajes complejos, enfrentados a circunstancias intrincadas y/o inexplicables que los llevan a sacar lo peor de sí, casi nunca –o nunca– lo mejor. Y Rey de picas no es la excepción, sin importar que sea considerablemente más breve que la gran mayoría de lo que no pocos críticos perezosos y misóginos denominan “ladrillos joycecaroloteanos”. La intensión de la autora es clara: escribir una novela negra sobre la novela negra. Entretejer un prototípico conflicto de las novelas de este género –el doble, la personalidad escindida– y, a partir de allí, llevarnos por el sendero de la producción de este tipo de literatura que, al menos en Estados Unidos, goza del mayor éxito comercial. Entre las líneas de esta apasionante historia, cuyo protagonista es un autor del género llamado Andrew j. Rush, es perfectamente factible entresacar un ensayo crítico sobre tópicos como la recepción crítica, la disparidad en la calidad literaria –que poco o nada tiene que ver con las ventas–, los prejuicios contra la novela policíaca y –mucho ojo– el machismo preponderante en la misma, tanto en su contenido como en la ínfima minoría de nombres femeninos comercialmente competitivos, a pesar de que no hace mucho la novela policíaca tenía una indiscutible reina y precurs o r a q u e e r a A g a t h a C h r i s t i e … p o r n o mencionar la indiscutible genialidad de Patricia Highsmith que, sin embargo, jamás amasó fortunas como las de Stephen King o Dan Brown. Andrew j . Rush, como Joe Hill (casualmente, hijo del autor de El resplandor, que emplea pseudónimo

y lo rebasa por mucho en calidad literaria), todavía no alcanza las súperventas de Stephen King, personaje tácito en la novela… pero va en el camino correcto; es el personaje más notorio de la pequeña población de Nueva York –como alguna vez King lo fue en su natal Maine– y sus regalías le han permitido adquirir una casa del tamaño de un rancho y lleva una armoniosa vida con su comprensiva esposa, Irina, la prototípica esposa de escritor afamado que vive para procurarle comodidad, que casi no se atreve a tocar la puerta de su estudio, donde él se encierra hasta diez horas diarias, y resuelve los conflictos de los hijos, ya adultos e independientes. De hecho, como se advierte algo más adelante, Irina misma era una prometedora –y exquisita– autora “del tipo Virginia Woolf”, aunque termina poniendo fin a una carrera que nunca termina de despegar, para corregir la no tan cuidada prosa de su esposo, conocido por los críticos literarios como “el Stephen King de los caballeros”. Rush es lo que llaman “políticamente correcto”: nadie se atrevería a acusarlo de machista; sus personajes femeninos son preponderantes en sus tramas y siempre castiga a los malvados de formas contundentes y originales, sin excesiva violencia. Pero de pronto, Rush tiene el irrefrenable impulso de levantarse de madrugada a escribir, en forma automática, una novela que jamás se hubiera atrevido a firmar con su nombre. Es así como surge Rey de Picas –como el Richard Bachman con que King firma novelas más bizarras–, pseudónimo bajo el cual escribe una serie de novelas perversas, repugnantes y misóginas que su propia familia no lo imaginaría capaz ni de leer. Cuando una de las novelas de Rey de Picas cae en manos de Julia, la hija menor del escritor, cree reconocerse en uno de los personajes: una niña a quien su padre le provoca un accidente mortal, prácticamente calcado de uno al que, por supuesto, Julia sobrevivió… gracias a su padre. Pero las cosas se ponen en verdad feas cuando una respetable dama de la comunidad, autora inédita de novelas negras, acusa a Rush de plagiar varias de sus creaciones. Seria acusación que el representante legal de la casa editorial del acusado no sólo se toma con mucho sentido del humor, sino incluso desestima, al grado de decirle a su cliente que no es necesario que se presente al juicio. Pero la curiosidad carcome a Rush: quiere saber a qué se enfrenta, cómo es la mujer que se ha obsesionado con él y se las ingenia para conocerla sin ser reconocido. Nadie puede estar más seguro de su inocencia que él mismo, pero Rey de Picas parece adquirir presencia en su cabeza, pese a que el desenlace del incidente jurídico le es favorable, e incluso se descubre que la escritora inédita ha denunciado -¿con razón– a otros tantos escritores por la misma razón, comienza a obsesionarse con lo que poco a poco va adquiriendo el cuerpo de un delito del que él y su alter ego deben borrar las huellas. Más que lograr una novela negra de la vieja escuela –o de la nueva–; mucho menos una parodia o una exhibición de los entretelones del Hollywood literario, Joyce Carol Oates se revela como una apasionada del género y asimismo lectora voraz de Stephen King, cosa que algunos puristas no le perdonarán a la más firme candidata estadunidense al Nobel de Literatura. Lo destacable es su maravillosa creación de un personaje escindido que es, a un tiempo, héroe y villano de su propia historia… no lo arruinemos con etiquetas clínicas •


ARTE Y PENSAMIENTO ........

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Jair Cortés jair_cm@hotmail.com @jaircortes

Felipe Garrido

bitácora bifronte

El naufragio

MENTIRAS TRANSPARENTES San Macario Dice Paladio que Macario nació en Egipto en 310 y murió después de 400. Que de joven hacía dulces y es patrono de los pasteleros; que pasó 60 años en el desierto haciendo penitencia; que era quien más ayunaba y rezaba. Que disfrazado fue con Pacomio y le solicitó entrar a su convento. Que el abad no creía que pudiera aguantar la regla. Que Macario permaneció siete días a las puertas del convento, rezando, sin dormir, hasta que lo dejaron entrar. Que los monjes ayunaban tres días; Macario, toda la cuaresma. Que los monjes le pidieron al abad que no lo recibiera. Que Pacomio supo quién era Macario: le agradeció el buen ejemplo y le pidió que rezara por ellos. Que un día le regalaron un racimo de uvas. Que se lo dio a otro monje que siguió su ejemplo y, por mortificarse, se lo dio a otro monje, y así fue pasando de monje en monje hasta que volvió a Macario, quien lo dejó en el altar y bendijo a Dios por lo sacrificados que eran sus hermanos •

Rogelio Guedea rguedea@hotmail.com @rogelioguedea

AL VUELO Árbol Este árbol que está frente a mi casa canta, aunque no tiene pájaros. Este árbol frente a mi casa vuela, aunque no tiene alas. Es un árbol frondoso y alegre que sube al cielo aunque no tenga escalera o elevador. Es verde este árbol y danza, es un árbol danzante aunque no se escucha música a lo lejos, ni adentro de alguien ni en la calle. A este árbol que está frente a mi casa la lluvia no lo moja, aunque lo hace reverdecer durante las aguas. No lo trepan niños ni niñas que vienen cansados de la escuela, sino nubes, espuma o nieve, cosas blanquísimas que lo hacen desaparecer durante el invierno. Es un árbol sin pies pero que camina. Un árbol sin corazón pero que late. Es un árbol portátil que puedes llevar adentro, o sobre el hombro, o incluso arrastrando a donde quieras. Es el único árbol que puede ir a donde quieras aunque no se mueva del mismo lugar. Se parece mucho al aire o a la poesía: lo sientes en lo profundo, te remueve las entrañas, sin que jamás lo puedas definir •

Don Cellini, poeta y traductor Para Nico

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a traducción y crítica de la poesía son ejercicios, en la mayoría de los casos (y afortunadamente), realizados por poetas. El trabajo del poeta traductor es motivado por una condición doble: la de lector y creador. Proceso altamente complejo, la traducción busca no sólo trasladar el sentido de un poema de un idioma a otro sino también dotarlo de una nueva musicalidad, inherente a un contexto antes extranjero, para que el poema renazca en otra geografía lingüística pero bajo la luz de un mismo sol: la Poesía. Este es el complicado trabajo que desde hace algunos años realiza Don Cellini, poeta y traductor, a quien le debemos Elías Nandino: Selected Poems (publicado en 2010 por la Editorial McFarland), el primer libro de traducciones del gran poeta jalisciense que circula en Estados Unidos. Don Cellini, quien ha sido profesor emérito de la Universidad de Adrian, en Michigan, ha vertido al inglés, trabajando en colaboración directa con los autores, una parte considerable de la nueva poesía mexicana como los libros Imágenes para una anunciación (Images for an Annunciation), de Roxana Elvridge-Thomas y Otra versión de mí (Another versión of me), de Ingrid Bringas, así como poemas de Pedro Serrano, Julio César Toledo y Óscar David López, entre otros. Cellini colabora de manera activa en Ofi Press, sitio web dedicado a la traducción de poesía dirigido por Jack Little. También ha recibido las becas de la fundación Rey Juan Carlos y del National Endowment for the Humanities. Como poeta, Don Cellini ha publicado Approximations (Aproximaciones, 2005), Inkblots (2008), Transalate into english (2010), Candidates for sainthood and other sinners (Aprendices de santos y otros pecadores, versiones al español en colaboración con Fer de la Cruz, 2013) y Stone poems (2016). Su poesía ve lo cotidiano como un milagro que sólo el lenguaje revela, como en este poema de Aprendices de santos y otros pecadores, donde vida y lenguaje son un mismo movimiento poético: “El oleaje se arroja/ contra los arrecifes/ todo el día./ Ella lee poemas/ y mira/cada ola/ al intentarlo una y otra vez,/ entre una y otra estrofa./ A la deriva quedan olas yámbicas,/ poemas coronados de espuma/ esta noche, ella, junto a sus primos,/ pasará.” Trabajar en una traducción con Don Cellini, como ha sido mi caso, nos revela a un poeta traductor, atento y meticuloso, interesado en que un poema surja en el idioma inglés y que no sólo comunique, sino que emocione y sacuda a su nuevo lector, para que ambos se encuentren y comulguen. Don Cellini deja claro que el poeta es a final de cuentas un traductor de lo sagrado que habita el mundo, su labor consiste en ayudar a que el poema (como el alma) pase de un cuerpo (idioma) a otro •

Thanasis Kostavaras Pasé meses y años enteros esperando algún mensaje

No sé qué espero todavía. Cuando los demás han cruzado la frontera y en alguna parte encontraron un espacio o sólo un sueño. Sólo sé una cosa: aquí permaneceré. Atado a este amargo deber. Obligado a hablar a cada vez más pocos. A ver mi voz perderse volverse una hoja seca un trozo de madera que flota después del naufragio y que nadie atiende y nadie requiere nadie sospecha algún mensaje de aquellos que murieron de aquellos que no dudaron en mantener hasta el final este alto deber que es el peso más difícil sobre ellos.

Thanasis Kostavaras (Anakasia, Volo, 1927-Atenas 2017). Desde muy joven participó en la lucha de Resistencia Nacional contra la ocupación alemana y fue herido. Durante sus estudios de odontología fue detenido y, en marzo de 1949, enfrentó una corte marcial y fue enviado a Macrónisos, la más occidental de las Cícladas. Es autor de veinte libros de poesía, dos de narrativa (cuento) y tres obras de teatro. Colaboró con las revistas Anti, Lexi, Revista de Arte y Mandrágora. Fue miembro fundador de la Sociedad de Escritores en 1981. En 1983 recibió el Premio Estatal de Teatro y en 1987 el ii Premio Estatal de Poesía por su libro, Poemas eróticos, del cual renegó después. Ha sido traducido al francés, inglés, polaco y alemán. También fue pintor y escultor de miniaturas. Véase La Jornada Semanal, núm. 1075 / xi / 2015 Versión de Francisco Torres Córdova.


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........ ARTE Y PENSAMIENTO

Jornada Semanal • Número 1163 • 18 de junio de 2017

Miguel Ángel Quemain quemainmx@gmail.com

Rosario Armenta: estridencia del rostro silente

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A SOLEDAD CREADORA del periplo escénico que presenta Rosario Armenta con el nombre de Mascarada... obra para fragmentos del cuerpo y rostro silente, incluye en su última versión una nostalgia y una certeza que encarnan en el cuerpo y la energía de Graciela Cervantes (esa bailarina tan anómala y llena de gracia en los años ochenta y buena parte de los noventa), que cumple la función de mostrar un desdoblamiento del sujeto enunciador del movimiento y la teatralidad. Mascarada… es un recorrido que prescinde del rostro y, desde luego, del gesto, para garabatear con el cuerpo un susurro, un llanto sordo, una congoja y una celebración muscular y postural que nos obliga a repensar en la eficacia del gesto frente al habla de un cuerpo que sólo puede ser el suyo, que no es instrumento ni herramienta sino la melodía de una visión que corresponde a un trabajo particular, su mascarada, pero que también es portador de una clase de pasado material que no necesita ni de la palabra ni de descripciones porque su ejercicio es la carta de presentación. Todo empieza y todo termina en un predominio de las sombras, la media luz y la luminosidad propia, reflejante, de una ruta de piedras que repartirá entre los espectadores, que se las llevarán como si se tratara de una consagración, una piedra que es un fragmento del camino y el cuerpo que gesticula y danza dividido, duplicado y empedrado. Rosario Armenta ha tenido oportunidad de hacer público el registro de su proceso artístico, así como el vínculo definitivo con la experiencia personal que ha significado enfrentar el paso del tiempo en ese instrumento suyo, siempre tan afinado y poderoso, que es un cuerpo flexible y preciso en su construcción de bambú.

LA OTRA ESCENA Armenta es una bailarina y coreógrafa de cinco décadas que atraviesa un desierto dancístico donde los mejores habitantes han resistido el sol quemante y cegador, y también las noches heladas y paralizantes de una oscuridad omnipresente. Si utilizo estas metáforas es para señalar que el bailarín siempre está a ciegas: tanto en el mayor reconocimiento como en el más absoluto abandono, en unas condiciones de trabajo que no garantizan la posibilidad de un futuro que no tenga que ver con la ausencia de seguridad económica y de salud. Al principio dije nostalgia y certeza. La presencia de Chela Cervantes es la constancia del desdoblamiento, del testimonio de una década fecunda en los años ochenta para muchos bailarines que hoy son la bisagra entre dos momentos de la danza mexicana fundamentales: el paulatino ocaso de las grandes compañías de danza contemporánea, el invierno definitivo y último de los precursores que, en su mayoría, murieron en la aurora de un reconocimiento insuficiente en lo personal y lo grupal: Flores Canelo, Guillermina Bravo, Michel Descombey.

Patricia Cardona lo documentó en un libro que no tiene desperdicio: El rostro del bailarín mexicano, la historicidad de un momento que todavía no recibe ni el registro ni el análisis suficientes para insertarlo en una red más compleja y rica de significaciones artísticas. A falta de periodismo cultural (Paso de gato es excepción), lo hacen hoy las secretarías de cultura y los promotores independientes con boletines que tienen fecha de caducidad. Años señeros fueron los ochenta y noventa, a los que sobrevive con longevidad y fuerza un conjunto de bailarines al que pertenece Rosario Armenta, y que se adueñaron de los escenarios dancísticos y teatrales de una manera singular: borrando fronteras y diluyendo esa categoría tan útil en esos años y un poco ridícula en éstos: teatro-danza. En el caso de Rosario Armenta, deshacerse de las etiquetas ha sido toda una tarea, pues formó parte de un conjunto muy afortunado de bailarinas bajo la dirección de una coreógrafa y maestra, Farahilda Sevilla, quien dejó una huella que todavía espera el reconocimiento de los historiadores del teatro y de la danza. Los críticos siempre llegaron tarde. Allí Rosario brilló y mostró que en su trabajo se cocinaba lo que hoy es una promesa cumplida: ideas propias, una poética personal que se sostiene en una gramática corporal original, pero cuyas deudas y aprendizajes pueden identificarse por quienes cruzamos los años ochenta y noventa como testigos de un desprendimiento que en este siglo ya sería muy claro: dota a una bailarina como Armenta de una personalidad singular, sin mimetismos, autónoma e independiente. Fragmentos de un cuerpo moldeado por el agua, la arena, el viento, la maternidad, el amor, la soledad y el desafío de reconstruirse en cada consagración gestual silente de su cuerpo estridente •

Rosario Armenta

Alonso Arreola @LabAlonso

Alejandro Castellón, afinador de pianos

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SA FUEGO, USA DESARMADORES, usa púas. Combina en sus manos el oficio del carpintero con el del mecánico mientras su mirada juega a la ortopedia y su oído a la relatividad aérea. Con su trabajo prosigue el oficio de tres generaciones. Se llama Alejandro Castellón. Afina pianos. Mucho tiempo atrás, nos dice mientras extrae la columna vertebral del instrumento con el que grabaremos, su abuelo los rentaba para eventos sociales. Días sin reproductores de discos, cuando los melómanos se veían forzados a juntarse cara a cara y alrededor de un músico, profesional o amateur, si querían disfrutar perfumes auditivos. Tiempos de “hágalo usted mismo” en que hasta la música debía generarse al momento. Años después, agrega, entendieron que el mundo cambiaba en pos de la tecnología y que la radio y la televisión transformarían al vehículo musical, por lo que la empresa familiar se adaptó. Ya no se trataba sólo de rentar y reparar pianos sino también de componer aparatos caseros. Más tarde, empero, la gente se alejó de los instrumentos buscando practicidad y oferta mayores. Ya podía escuchar todo tipo de géneros e instrumentaciones sin limitarse a repertorios pianísticos de antaño. Heredero de tal historia, Alejandro fue más lejos y aprendió sobre teclados y sintetizadores electrificados, entendió las posibilidades del lenguaje midi y ayudó a actualizar la empresa que en 2019 llegará a cien años de vida. Claro, a diferencia de su padre y de su abuelo, él vive su madurez en la era de internet (www.castellonpianos.com). Tiene una personalidad interesante, por cierto. A todo responde agregando opinión o anécdota. Con una lamparita de minero en la frente, sabe que su carrera es altamente especializada y exigente. Lograr la docilidad de un instrumento así requiere tratamiento y fuerza particulares.

BEMOL SOSTENIDO Apretar decenas de tornillos, suavizar martinetes con violencia asesina, lubricar pedales y resortes, todo es domar a la bestia para que, al final y frente a tres micrófonos hipersensibles, la más frágil nota pueda registrarse en el destino de una pieza dedicada, por ejemplo, a una costurera llamada Ofelia. Lo mejor de conocer a Castellón, sin embargo, sucede al llegar un recuerdo señero en nuestras experiencias musicales. Esa noche en el Teatro Degollado de Guadalajara cuando, poco antes de empezar su concierto ante la más refinada audiencia literaria de la Feria Internacional del Libro (Saramago y García Márquez incluidos), el pianista Gonzalo Rubalcaba exigió de mala gana la presencia urgente de un afinador, pues había descubierto un sonido incómodo en una cuerda. Al poco rato un hombre buscaba la solución a un problema que sólo existía en la mente del cubano. Y sí, ese afinador era el mismo Alejandro Castellón quien, buceando en las profundidades de un hermoso Steinway & Sons, llevó la noche a buen puerto. Así las cosas, verlo en su ejercicio por segunda ocasión, empleándose ahora en el calor de este verano extremo, fue un raro privilegio que muchos deberían tener. ¿Por

qué? Presenciar el arreglo y afinación de un piano nos hace valorar la mecánica del alumbramiento. Pasar la mirada por los detalles que encadenan al dedo con la cuerda es tan asombroso como contemplar una locomotora o nave espacial que exhiben incólumes su potencia dormida. En fin. Terminada la tarea de Castellón continuamos con la producción de un nuevo disco. Registrando el desempeño de piano y alientos (sax y trompeta) pensamos mucho en el asunto, precisamente, de la entonación. Créanos: hay un desafine mínimo que dota de expresividad a la música popular. En los instrumentos con posibilidades microtonales esta “falta” nos devuelve a la naturalidad de cuando el hombre creaba lejos de la “perfección” prefigurada (inicio de la discriminación y el clasismo sonorosos). Porque si bien en un estudio de grabación debemos dar lo mejor, resulta triste cuando nos excedemos en el maquillaje. Dejar huellas exige traje de gala pero nunca desfigurarnos. Esa es la filosofía del Photoshop que se complica en la mente inmadura cuando, paradójicamente, celebra la vitalidad de géneros tradicionales con “desafine”. El son huasteco y sus violines, verbigracia.“Ese es el chiste de esa música”, argumentan sabiendo que es lo políticamente correcto. Pero no lo asumen en carne propia. Desde su ignorancia suponen que un intérprete popular rechazaría mejores condiciones interpretativas si se las ofrecieran o que de plano nunca intentó superarse. Soslayan que en ese desafine involuntario, que en ese coqueteo con el “error”, se refleja una vida paralela y sufriente, ocupada en sobrevivir. Dicho esto, ¡qué fácil es confundirse! Rechazarse a uno mismo en pos del narcisismo. Justo lo que no tiene ni tendrá nunca un buen afinador de pianos como Alejandro Castellón. Gente como él trabaja en la zona diáfana que precede al ego. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •


ARTE Y PENSAMIENTO ........

18 de junio de 2017 • Número 1163 • Jornada Semanal

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Jorge Moch Verónica Murguía

tumbaburros@yahoo.com @JorgeMoch

C

OMO LA MAYORÍA de los free-lancers soy mi propio jefe. Todo depende de mí: el tiempo que destino para la comida, el fodongo atuendo que decido ponerme para trabajar, los encargos que acepto. Esto tiene un lado maravilloso: soy la única que toma las decisiones y asume las responsabilidades. No checo tarjeta, como en mi casa y, si quiero, me quedo todo el día en bata. El gato puede estar dormido en mi regazo el tiempo que se le dé la gana y no creo que exista oficina en México donde contestar correos con un gato en las piernas sea considerado profesional. También tiene un lado horrible: soy una jefa desconsiderada y ñoña, razón por la cual no me he dado vacaciones en cuatro años.

Como la mayoría de las mujeres que trato, siempre tengo la sensación de que debería estar haciendo algo más, incluso mientras estoy trabajando. Si me ocupo de cosas domésticas, me inquietan los asuntos laborales. Cuando estoy escribiendo o leyendo, me atormenta saber que 1) debo llamar al electricista porque hay, por lo menos, cuatro enchufes que no sirven, 2) hay un rosal marchito que no he tirado, 3) hay que retapizar dos sillones a los que se les asoman los resortes (el gato) y 4) no he ido al dentista en siglos. Nunca estoy en paz. De forma casi imperceptible, además, he aumentado las horas que trabajo. Supongo que es una respuesta a la intranquilidad que me provoca la situación del país, una escapatoria inocua, pero agotadora. Las últimas veces que he estado algunos días sin mover un dedo fue por enfermedad. La cosa, creo, tiene que ver con ser no sólo mi propia jefa. También soy mi departamento de finanzas y de planeación. Mi marido, un ser mucho más sensato que yo, hace por ayudarme, pero no me dejo. También es escritor, pero planea mejor la vida. Además, él da clases y eso le estructura la semana de forma inapelable. Las vacaciones se las da la ley: nada de que no tengo ganas o tiempo. Llegan. Es la señal: hay que descansar. El año pasado, harto de mis reticencias, se fue de vacaciones a Guadalajara. Se alojó en un hotel bonito, comió con amigos, hizo sobremesas largas, fue a ver el partido Atlas-Toluca, paseó por la barranca de Huentitán y leyó como un poseso. Llegó descansado y con cara de felicidad. Mientras él paseaba por Jalisco, yo embestí los libreros con la intención de ordenar todo y deshacerme de las fotocopias. Cuando mi marido volvió a casa se encontró con pirámides de libros encima de la mesa del comedor, de la cama y en el piso. No llegué a las fotocopias, pero las metí en una caja para revisar-

las en mejor ocasión, que, claro, todavía no llega. A él no le gusta la playa. Detesta empanizarse con arena, que su libro se manche de bronceador, que lo piquen los moscos y andar en traje de baño. El sol lo aturde. Es un hombre de ciudades, mientras más librescas, mejor. Le gustan los cafés, los cines, los museos, las librerías. Su ideal es subirse al Turibús, comer en restoranes donde sirven cosas que jamás ha probado y leer cuanta placa se le atraviese:“Aquí vivió Fulano, inventor”, “En esta casa Zutana escribió su inmortal libro de poemas”. En cambio, yo sueño con los años en los que Puerto Escondido era una sola calle por la que se paseaban surfers con la tabla bajo el brazo y no había sino un hotel y un trailer park. También conocí Playa del Carmen cuando era una sola calle y algunos hotelitos. Allí visité una playa nudista donde atestigüé un robo. Un señor sombrerudo salió de la maleza, se llevó la cartera de dos pobres canadienses que estaban en el mar y huyó por donde había aparecido. En lo que las víctimas se ponían el traje de baño y las chanclas para poder corretearlo, el ladrón se perdió de vista, riéndose como una hiena, además. Nadie le tomó video. No existía. Eso garantizaba un descanso más radical, digamos. La obligación de los selfies, de retratar los chilaquiles no se había inventado. El periódico llegaba al día siguiente y los vacacionistas sólo podían ser notificados de las emergencias por telegrama. Para llamar a casa había dos teléfonos en una tienda de abarrotes. Para hablar uno se metía en una especie de confesionario y la misma señora que vendía las jícamas era la operadora. Imagino que algunas personas leerán esto con cara de horror. Nada de WhatsApp, mensajes, fotos. Se me antoja. Estoy agotada. Como dice la “Autonecrología” de Sabines: “¡Carajo! Estoy cansado. Necesito morirme siquiera una semana.” •

H

ACE MUCHO TIEMPO que decidí que no vale la pena informarme por medio de la televisión en México porque precisamente hace lo opuesto: desinforma. Y desinforma no por accidente, ni por azar, sino por deliberado propósito, y porque el medio televisivo es el gran cómplice del régimen. Un régimen cuyos saldos de décadas de promesas y falsos proyectos son miseria, violencia, profundas desigualdades e incordios. La obra pública como negocio privado. Un sempiterno desencuentro generalizado mientras un puñado de cabrones halan todos los hilos. De un lado estamos los televidentes, ciudadanos por mayoría, gente de a pie. Del otro están las televisoras, pero en este país, detrás de las televisoras, siempre ha estado el gobierno. Y en el gobierno, por demasiados años, o sea todos, un grupúsculo enquistado de lo que Paco Ignacio Taibo ii bautizó certeramente (y esta columna no se cansa de reproducir) como los perfectos perversos hijos de la chingada. Ahí los gobernadores, casi siempre del pri, hoy en chirona o a salto de mata porque se robaron billones, porque suplantaron medicinas y simularon obra pública en cuyos enjuagues obtuvieron jugosos filetes de corrupción. Porque por dinero, por pinche dinero, fueron capaces de cualquier cosa, hasta de involucrarse con grupos criminales que secuestran niñas. Así de mierdas. Así la calidad ética y moral de la mayoría de los políticos. Ahí, también, los supuestos legisladores, diputados y senadores que solamente sangran al erario, hacen negocios particulares y hasta dirigen cauces legales en contra de los intereses del bien colectivo para satisfacer ambiciones particulares (de dinero, claro), como Diego Fernández de Cevallos. Traidores a la democracia como él sobran en la televisión. Y su hábitat natural son los mal llamados noticieros, donde a cierta clase de parásitos del erario les fascina aparecer, engolados y con jeta de severos, opinando sandeces. Fuera de las noticias coyunturales, de urgencia por, digamos, una catástrofe (y aun ni así, a veces), las “noticias” de la televisión suelen ser objeto de un cuidadoso diseño de impacto de opinión. Asimismo, los espacios informativos en la televisión mexicana, y decir “televisión mexicana” en estos ámbitos es hablar indefectiblemente de Televisa, de alguna manera forman parte fácilmente de la idiosincrasia nacional y se vuelven hasta entrañables compañías, qué asco, a la hora de la cena. Jacobo era, en el afecto público, mucho más que un simple conductor gobiernista. Lo mismo que López Dóriga o Carlos Loret. Pero son personajes falsamente amistosos, cocinados con la intención de erigirles en creadores de tendencia de opinión.

Los mexicanos, por esa misma idiosincrasia, o simples abulia del intelecto o pereza, hemos sido fácilmente maleables en ese sentido, al grado demencial de considerar que algo es verdadero simplemente porque lo mencionó alguno de esos lectores de boletines oficiales, o peor, llegamos a negar la existencia de algo, de un suceso, si no lo hemos visto refrendado en un súper en pantalla. Fue la televisión, fueron las televisoras y los noticieros de Televisa, tv Azteca, Imagen, Milenio t v , Antena Tres y también las de canales vinculados a organismos de gobierno, como Once t v del Instituto Politécnico Nacional o hasta los breves espacios informativos del Canal 22 del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes los que manipularon a la opinión pública ante los evidentes, aberrantes, burdos y constantes atentados contra la democracia en que devinieron las pasadas elecciones del domingo 4 de junio, particularmente signadas por una ola de trapacerías, atropellos y crímenes electorales cometidos con toda prepotencia y descaro por las ratas que siempre se roban las elecciones en este país –con la criminal complicidad, precisamente, de Lorenzo Córdova, pseudopresidente del Instituto Nacional Electoral, gigantesca comparsa del priismo y sus satélites de siempre– en las narices de sus pobladores. Siempre estará la televisión mexicana al servicio de particulares y por lógica oposición en contra del interés público. ¿O alguien recuerda el noticiero que nos hiciera saber que los terrenos que les carranceó el gobierno federal a los habitantes de Xochicuautla le fueron “conferidos” al grupo Higa? Por eso las televisoras en México riegan felizmente cualquier campaña de guerra sucia en contra de la oposición, pero disimulan explicar las mezquinas estupideces de Peña Nieto y sus compinches. Porque perro no come perro •

CABEZALCUBO

Los noticieros, esas mentiras

LAS RAYAS DE LA CEBRA

Hacer adobes


........ ARTE Y PENSAMIENTO

Jornada Semanal • Número 1163 • 18 de junio de 2017

Luis Tovar

Javier Sicilia

@luistovars

Un granjero de Minneapolis

Vivimos en un mundo amenazado, un mundo en el que cada día podemos causar el fin del mundo; vivimos, por lo tanto, en el tiempo del fin. Günther Anders

L

A TRADICIÓN CRISTIANA piensa que llegará un día en que el tiempo y lo que los modernos llamamos Historia terminará para dar paso al regreso de Cristo y a la instauración definitiva del reino de Dios fundado por él con su encarnación, muerte y resurrección. Ese día, conocido como el final de los tiempos, está descrito en el libro del Apocalipsis, que quiere decir “revelación”. ¿Cuándo sucederá? Nadie lo sabe. El propio Jesús, al describirlo en su prédica, que la tradición llama

“La gran tribulación”, así lo refiere:“Pero en cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni siquiera los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mt. 24: 36). Hay, sin embargo, condiciones que lo anuncian, condiciones que están descritas, de manera aterradora, por el propio Jesús en esa misma prédica (Mt. 24: 1-35) y que se refieren al tiempo del fin, a las cosas penúltimas. Cada vez que vez que la humanidad en Occidente se ha enfrentado a ese tipo de horrores, grandes sectores de la sociedad cristiana piensan que surgió el tiempo del fin y que el final de los tiempos se acerca. ¿Hoy vivimos un tiempo del fin, semejante al que desveló a la cristiandad durante el primer milenio de la era cristiana? Si comparamos aquella prédica de Jesús con lo que hoy sucede en todas partes –crímenes atroces, destrucciones inimaginables de la naturaleza, guerras, amenazas atómicas, xenofobias, profetas de toda laya, redes inmensas relacionadas con el crimen organizado y el Estado, y ascenso al poder de hombres que, como Trump, ponen en peligro la precaria estabilidad del mundo– habría que afirmarlo. Hoy como nunca la humanidad, en su estrechamiento del mundo, en su condición de “aldea global”, en su desmesura tecnológica y su pérdida de las fronteras entre el bien y el mal, puede haber entrado realmente en su fase terminal. Sin embargo, si comparamos con los sucesos de otras épocas en las que el tiempo del fin apareció con evidencias incuestionables, tal vez sólo asistimos a un cambio de época que, como sucede con todo gran cambio histórico, está acompañado de las espantosas atrocidades del tiempo del fin, un cambio de época que podría apuntar, como me decía Humberto Beck, hacia el fin de la humanidad tal y como la conocíamos. Sea lo que sea, lo único que podemos afirmar realmente es que, ante las inmensas dimensiones que ha adquirido el mal y su capacidad destructora,

nos encontramos en un evidente tiempo del fin –en ése ya, pero todavía no, con el que el cristianismo habla del reino– y que frente a él –porque “nadie sabe ni el día ni la hora"–, lo único que es válido hacer es tomar nuestra posición en él, es decir, entre los que caminan del lado de la destrucción y los que, a pesar de los signos de los tiempos, se resisten a ello y buscan aplazarlo o, como señala la carta de San Pablo a los tesalonicenses (2 Tes. 2: 1-11) , retenerlo, evitar el choque final que describe el Apocalipsis. El misterio del mal, que está profundamente imbricado con el tiempo del fin y el final de los tiempos (es el mal desencadenado a grandes niveles el que lo establece y lo precipita), es un drama histórico siempre presente que, a veces, como en nuestra época, adquiere dimensiones aterradoras. En ese drama histórico, cuyo desenlace desconocemos, pero en el cual, paradójicamente, el tiempo del fin coincide con el presente, los seres humanos estamos llamados a tomar nuestro lugar y hacer nuestra parte sin reservas ni ambigüedades. En estas condiciones, la parte de los que resisten sólo puede adquirir –me parece– la forma que adquirió en la época de San Pablo y que Illich, que vio con claridad las condiciones actuales de nuestro tiempo del fin, expresa con el término de comunidad, que siempre define un aquí y un ahora donde se preserva la vida, y de celebración, que agradece los dones que aún no han sido arrasados por el mal; un tiempo que, en medio de la catástrofe, imita la vida del Espíritu y del establecimiento del reino que está fuera del tiempo y con el que paradójicamente se resiste y retrasa la llegada del fin. Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a las autodefensas de Mireles y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia y juzgar a gobernadores y funcionarios criminales •

CASA SOSEGADA

El tiempo del fin

B

IEN PODRÍAN ESTAS LÍNEAS reducirse a decir “no se lo pierdan”, “léanlo”, “es una verdadera delicia”,“no tienen idea de cuánto van a disfrutarlo” y así por el estilo pero, al igual que el autor del libro que suscita dichos entusiasmos, este juntapalabras no ha de perder la oportunidad que le brinda la atención de sus cuatro lectores para pergeñar el encomio de Terry Gilliam, ese cineasta al que actualmente muy pocos consideramos sin regateos como lo que es, un genio, condición que sólo la ceguera tacaña de un tiempo presente acostumbrado a confundir la calidad con el éxito le ha regateado –o sólo retrasado, pues de seguro cuando Gilliam esté muerto medio mundo dirá que siempre lo supo. El libro en cuestión es Gilliamismos, memorias prepóstumas, editado en 2015 por Canongate Books Ltd en inglés y publicado en español por Malpaso Ediciones este año. Para quien lo ignore, dígase aquí que Terry Gilliam, nacido en Minneapolis hace siete décadas, seis años, siete meses y veintiséis días, ha sido entre muchas otras cosas el director de los largometrajes de ficción Jabberwocky (1977), Bandidos del tiempo (Time Bandits, 1981), Brazil (1985), Las aventuras del Barón Munchausen (The Adventures of Baron Munchausen , 1 9 8 8 ) , El re y p e s ca d o r ( Th e Fi s h e r K i n g , 1 9 9 1 ) , D o c e m o n o s ( Tw e l v e Monkeys, 1995), Miedo y asco en Las Vegas (Fear and Loathing in Las Vegas, 1998), El secreto de los hermanos Grimm (The Brothers Grimm, 2005), Tideland (2005), El Imaginarium del doctor Parnassus (The Imaginarium of Doctor Parnassus, 2009) y El teorema cero (The Zero Theorem, 2013). Habría que añadir al menos su codirección en La vida de Brian (The Life of Brian, 1979) y El sentido de la vida (The Meaning of Life, 1983), así como una decena de cortometrajes y la escritura del guión y/o la codirección de un cifra difícil de determinar de cortos, sketches y segmentos animados, muchos de ellos pertenecientes a las obras colectivas para cine o televisión del mítico grupo inglés Monthy Python, del que Gilliam fuera el sexto integrante y el único no nacido en Inglaterra.

De su puño y letra A cualquier espectador debería bastarle con recordar –o verlas por primera vez, si aún no lo hace– Miedo y asco en Las Vegas, Doce monos o Brazil, quizá el más conocido de sus filmes, para saberse frente a un cineasta fuera de serie, cualquiera que sea la perspectiva desde donde se le tome: temas, tratamientos formales, discurso cinematográfico, referencialidad extrafílmica, etcétera. Lo que cuentan estas memorias prepóstumas –y ya desde el mismo título se reconoce la proverbial ironía y la capacidad de reírse de sí mismo de Gilliam– es el proceso personal que lo llevó de una granja en Minneapolis a Nueva York, y más tarde a Los Ángeles y a Europa, de manera especial a Londres, donde terminó residiendo y convirtiéndose en ciudadano británico. Quien ignore todo, o casi todo, de quien antes de ser la celebridad que hoy es fue porrista universitario, ilustrador de revistas, obrero en una armadora de automóviles y soldado estadunidense que evitó ingeniosamente ir a Vietnam, entre otros oficios, encontrará en estos Gilliamismos el autorretrato de alguien que, a pesar de su genialidad innegable, siempre ha tenido los pies bien

puestos en la Tierra –y quizá de ahí viene la fuerza del famoso y gigantesco pie pythoniano que en cualquier momento llega y todo lo aplasta. Vayan, a manera de perlas para fascinar la vista, las siguientes citas, todas de puño y letra de este otrora granjero: La falta de sueño, la falta de tiempo, la falta de dinero y la falta de talento: estos son los factores clave que contribuyen a definir la obra. Esa misma metodología me conduciría finalmente al cine. Durante un tiempo, breve, la verdad, intenté ir a la escuela de cine. […] Asistí una vez a la semana durante un mes. […] Mi actitud vital era un tanto diferente de la de los jóvenes neoyorkinos. […] Después de un par de broncas, pensé: “A la mierda, por aquí no vuelvo.” Uno de los aspectos más importantes de Jabberwocky es que fuera una película antiamericana en un sentido cinematográfico (es decir, no de una forma política, sino simplemente contraria a la lente deformadora de Hollywood bajo la que yo había crecido, donde los poros de la piel desaparecían misteriosamente y todo el mundo tenía la dentadura refulgente de Doris Day y Rock Hudson). A medida que el elemento tipo videojuego cobra importancia en las películas, se deja menos a la imaginación. Parece que mi vida ha consistido en una serie de círculos en bucle continuo, casi orientales en su forma de girar. Una cosa se conecta con otra y las mismas cosas vuelven a ocurrir una y otra vez. Ni siquiera quiero entenderlo, sólo sé que así es •

CINEXCUSAS

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CRÓNICA

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l rumor empezó hace más de un año: Mario Vargas Llosa estaría en Chicago. Sería invitado por la Universidad a dar una serie de charlas. El rumor se concreta. A fines de abril Vargas Llosa llega a la ciudad de los vientos y bajo el título “El escritor y sus demonios” lleva a cabo semanalmente presentaciones sobre algunas de sus novelas. La primera es sobre La ciudad y los perros, y en ella indica como premisa general que su obra surge de determinadas experiencias y, en el caso específico de su primera novela, por haber sido enviado por su padre al Colegio Militar. Confiesa, en tono de broma, que en cierto modo es allí donde se produciría su primera experiencia como escritor profesional: al escribir relatos eróticos que leían sus compañeros. También indica que el novelista posee dos tareas fundamentales al iniciar su trabajo: la elección del narrador y la construcción del tiempo, que puede diferir del tiempo real. Para la segunda charla la novela escogida es Conversación en la catedral y, en este caso, la experiencia que es la fuente de inspiración fue la dictadura del general Manuel Odría. Resulta sugerente su confesión sobre la elección del tipo lenguaje en Conversación en la catedral. En su novela inmediatamente anterior, La casa verde, el lenguaje se encuentra en primer plano, expresa Vargas Llosa. En contraste, en Conversación en la catedral opta por un “lenguaje invisible” y también para que la técnica literaria tuviera la misma característica de invisibilidad. El motivo de esta decisión era darle mayor jerarquía a lo narrado, a que la historia estuviera en primer plano. La guerra del fin del mundo es el tema de la siguiente charla. En este caso, Vargas Llosa expresa que la experiencia que le sirve de fuente de inspiración es literaria: la lectura de Os Sertões, de Euclides da Cunha. Para él, recrear la historia de fanatismo expresada por da Cunha se transforma en una “obsesión” que se impone sobre ciertos obstáculos iniciales, por ejemplo, que se basara en personajes que se comunicaban en portugués y el ser un escritor hispanoparlante. A treinta y tantos años de la publicación de La guerra del fin del mundo, y por las características del contexto político actual, la novela tiene una total vigencia. En la cuarta charla aborda La fiesta del chivo y comenta que la idea surgió en un viaje a Repúbli-

18 de junio de 2017 • Número 1163 • Jornada Semanal

hay una respuesta, con mucha calma, con mucha paciencia. Para todos tiene una foto, con m u c h a calma, con paciencia. Le pregunto si, luego de vivir varias décadas en Europa, en algún momento sintió que Perú podría dejar de ser una fuente de inspiración: –Yo creo que nunca un país –responde Vargas Llosa–, o una región o una ciudad se le agotan a un escritor. Pensé que siempre escribiría historias situadas en el Perú porque soy un escritor d e v o c a c i ó n re a l i s t a . S i n e m b a rg o , u n d í a me encontré con un tema que me resultó muy fascinante, la guerra de Canudos, y desarrollar esta novela fue un reto diferente debido a que los personajes hablaban un idioma distinto del que yo escribo. Pese a esos obstáculos me lancé a escribir este libro, muy diferente de los anteriores, por estar situado no sólo fuera del Perú sino fuera del ámbito del español. Después he escrito novelas ubicadas en la República Dominicana y una en el Congo e I r l a n d a . L a v e rd a d e s q u e n o planif i c o e s t o . A v e c e s s u rg e n unos temas que me seducen muchísimo y me estimulan para fantasear alrededor de ellos. Por eso, no descarto la posibilidad de escribir novelas en otros ámbitos, pero las raíces siempre están en el Perú, que es donde yo pasé los años decisivos para la formación de la personalidad. Yo diría que aunque escriba sobre otras realidades, la experiencia peruana siempre se manifiesta en m i obra. Posteriormente, le pregunto en qué medida su cambio de posición política puede haber afectado el desarrollo de su obra literaria: –No creo –responde–. Pero eso lo ven mejor los críticos, los lectores, que uno mismo. Los autores Ilustración de Juan Gabriel Puga no tienen suficiente distancia de lo que escriben para tener un juicio objetivo. Yo creo que puedo hablar con más seguridad sobre otros autores que sobre mi obra. Entonces vuelven la preguntas sobre política, sobre Macron, sobre Venezuela, y el trabajo fundamental del escritor queda fuera de la lista de interrogantes. Luego vuelven más fotos. Queda pendiente la pregunta: ¿cómo se resiste ante ese acoso, ante esa solicitud de un minuto, de un apretón de manos, de una firma, de una foto y otra y otra?; ¿cómo se resiste para continuar escribiendo, que es, aunque tal vez decirlo sea como llover sobre mojado, la tarea principal de un escritor? •

ca Dominicana, en el que constató que la dictadura de Trujillo poseía características de control, represión y denigración que la diferenciaban de otras dictaduras latinoamericanas. Durante la charla se refiere a la investigación histórica que realizó, la cual le serviría de base para su novela. Durante toda su estadía en Chicago las fotos abundan. Se le pregunta mucho más sobre política que sobre literatura; sobre Trump, sobre M a c ro n , s o b re l o s m e d i o s a u d i o v i s u a l e s , sobre el español en Estados Unidos. Para todos

La tarea del escritor: Mario Vargas Llosa en Chicago José A. Castro Urioste

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