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Jeanine

■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 21 de mayo de 2017 ■ Núm. 1159 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

Meerapfel arte, cultura y autenticidad

EsthEr AndrAdi

UbErto stAbilE: España, América y la bibliodiversidad José Ángel Leyva El Premio Xavier Villaurrutia a AlbErto blAnco José María Espinasa JAcqUEs bEllEfroid y Los caballeros de la tabla rasa Vilma Fuentes El aplaudidor Juan Manuel Roca

Entrevista exclusiva con la presidenta de la Academia de las Artes de Berlin


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21 de mayo de 2017 • Número 1159 • Jornada Semanal

Lenin Guerrero

Arte, culturA y AutenticidAd

Bajo el ala

Con más de veinte filmes en su haber, Jeanine Meerapfel es la primera mujer en dirigir la Academia de las Artes de Berlín, en los más de tres siglos de vida de esa institución. La de Meerapfel es, como afirma Esther Andradi, “una vida entre culturas y lenguas: el español argentino, el francés de su madre y el alemán de su padre”. En entrevista exclusiva para La Jornada Semanal, la cineasta alemana habla de la importancia que tienen arte y cultura como bases de la existencia humana, así como de lo urgentes que son hoy en día el respeto y la integración de la diferencia. En consonancia, además de la entrevista con la artista germana, conforman este número textos de o sobre autores provenientes de Colombia, Italia, Francia y México.

Érase una vez que los hombres, que las mujeres y sus hijos…

A

l sentir las canicas de hielo rebotar en las puntas de sus zapatos, Felipe comprendió por alguna razón que el mundo se abría frente a él. Terca, la lluvia sobre su cabello lograba reavivar con cierta nostalgia las cosas que más amaba de su tierra: el alucinante espectáculo de la puesta del sol visto desde la baranda del quiosco oriente, el tierno olor de la cantera mojada, el capricho de los globos de Cantoya, la nieve limón, la sonrisa de Amanda, sus interminables aventuras en los jardines de la plaza… Andando, a veces, sus pies se hundían en el lodazal. En terreno resbaladizo la tarea será difícil, se decía, mirando la cuesta. Su reloj marcaba las 7:30. Con agilidad de gato montañés lograba llegar a las Cruces dando alcance a la brigada de Mariano donde éste, impaciente, hacía señas adelante y atrás con el puño en alto para sincronizar los movimientos de la formación triangular: que los del fondo oteen el terreno con las telescópicas del rifle; alisten también los radios y las luces de bengala; recuerden que pase lo que pase, el objetivo es proteger lo que nos pertenece… y cuídense bien las espaldas, terminaba alertando a los muchachos en el momento de rotar las posiciones de avance. Con un ojo, Felipe, echando un rápido vistazo a la montaña cada vez más parecida a una cabeza rapada a la

mohicano, se cercioraba, en contrapunto, de que por los llanos un pabilo de humo emergía del nuevo campamento de soldados. Cesaba la lluvia. Allá, las cortadoras de los talamontes paraban su mecanismo en el evidente sobreentendido de haber sido descubiertos. En aquel crujido donde la cacería audaz de un petirrojo por un halcón mostraba el cielo magnificente, se crispaban los nervios, se perlaban las frentes de sudor, sobre cuya piel, el silbo del viento delineaba prietos arabescos. Sin tanto averiguar, en pocos minutos, los rifles automáticos comenzaron su trabuco. El movimiento fue veloz. A lo lejos se oía el rugido de camiones en huida. Con toda seguridad sus centinelas habían dado cuenta del avance de nuestras brigadas y en su franca desventaja no quisieron responder. La brigada, ahora, se desplazaba desde las puntas de atrás hacia adelante para alcanzar la formación lineal y un nuevo frente. Entonces era el turno de Felipe, quien, retrocediendo unos cuantos metros, se encaramaba casi en la copa del pino más alto. Desde esa posición Porfirio quedaba perfectamente fijo en la mira. Era él sin lugar a dudas. Felipe preparó la mejor focalización de su ojo. Se podría decir que el punto central del eje cartesiano de la lente circular perseguía los pasos de esos pies que aparecían y desaparecían entre la maleza. Pies descalzos que evocaban brutales carcajadas diluidas en la imagen del polvo alborotado por el rechinar de neumáticos el día de la ejecución de su Viejo… Entre la alharaca de pájaros asustados… la dinámica del disparo fue infalible. Al reventar la rodilla izquierda, se vio rodar a Porfirio hacia los bordes del acantilado. El trabajo de perseguidor daba inicio: en segundos Felipe corría tras él en su búsqueda, mientras

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novela

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del sur (fragmento)

Mariano desde una roca seguía los movimientos con su catalejo. En la montaña el olor a miedo y las primeras gotas de sangre reconocidas en los arbustos, eran sentencia y guía. Al llegar al sitio donde la bala encontró su blanco se aplastaron algunas ramas bajo la hojarasca por la presión de sus suelas. En el contorno se notaba el uso de cocaína, el rocío en la yerba, el sonido suave de un aleteo. Sólo era cuestión de abrir muy bien los ojos, tener paciencia, dejar en libertad la circunstancia. No precipitar las cosas. En realidad Felipe no sentía prisa, ni siquiera el ansia del primitivo impulso de un ajuste de cuentas. Era cierto que la imagen del abuelo, de ángel caído, la llevaba bien metido en el alma pero… ahora se trataba de algo más profundo. Como en cualquier confusión de sueños el ojo desprenderá la roca donde tus dedos se sostienen y todo será ceniza, puñados de polvo. Nervioso, sin encontrar, Felipe tanteó el devenir de esa voz. Notó en la yerba el arrastre de una pierna rota y huellas de pie. Sospechó de viejos trucos de despiste, pero no, porque en breves instantes, agudos quejidos y la maraña de zarzales que tanto rayaban el cuero de Porfirio comenzaron a maquinar en contra. A Porfirio de nada le sirvieron las últimas descargas a bocarriba del rifle. El desangre lo debilitaba. Emitía lamentos que se fueron convirtiendo en súplicas de ayuda, en alucinados reclamos a su padre y a Dios porque entre la minúscula rendija de sus parpados en una estela de luz, quizá, se pensó del otro lado de la muerte y con lágrimas pidió trastornado que se le concediera ese milagro, el perdón, la limpieza de toda mancha de culpa. Comenzaba a arrastrarse en círculos, a chillar, ahogado como cerdo en el matadero, cuando Felipe apareció imponente; iba hacia Porfirio, accionando el mecanismo que hizo brotar la filosa hoja de la navaja bandolera empuñada en su mano enguantada. Impasible. Mátame ya, mátame por favor, mátame por lo que más quieras, rogó Porfirio, mientras sus ojos se encontraban con la negrura de los de Felipe. Y sin comprender el misterio, Porfirio se reconoció en la tinta de una quietud insobornable; perdido en la inmensidad, en el frío territorio donde no sólo escuchaba su memoria, también un murmullo lejano, quizá de madre. O tal vez ecos. Invenciones. Otro idioma. Entonces, Cristo mío, a espumarajos dijo sin decir. Su oración olvidada fue a dar hacia el barranco rebotando en los peñascos hasta romperse. Después de mirar fijamente unos instantes, Felipe quiso cargar con el cuerpo pero no pudo, estaba tan pesado. De la mano derecha desaprensó el rifle manchado en sus bordes de tinto. Reconstruyó entonces la silueta de aquel niño botija, taciturno y descalzo, y deseó con toda la fuerza del mundo que el tiempo, en maravilloso acto de magia, retrocediera hasta recuperar esa época casi olvidada cuando, niños, todos eran ajenos a la conformación de bandos. De repente, le vino un instante de extraño presentimiento.

El EJército, ApostAdo cErcA , hAbíA dEsplEgAdo UnA intEnsA logísticA dE intEligEnciA .

conclUyEndo qUE si AhorA los pUEblos pEriféricos tAmbién hAbíAn optAdo En sUs AsAmblEAs gEnErAlEs por constrUirsE A pArtir dE lA idEA propiA dE Un AUtogobiErno , Esto lE rEprEsEntAbA En lo inmEdiAto , A Ellos , Un pEligrosísimo problEmA .

Y en ese momento lo comprendió todo porque de golpe recuperaba la noción exacta de las cosas. Al darse cuenta hizo un guiño de coraje enarcando las cejas. Era cierto, se constataba: mordieron el polvo. Inexorablemente quedaban, ahí, envueltos en una telaraña. Bajo las nuevas condiciones no existía ni un mínimo de posibilidades. El ejército, apostado cerca, había desplegado una intensa logística de inteligencia. Concluyendo que si ahora los pueblos periféricos también habían optado en sus asambleas generales por construirse a partir de la idea propia de un autogobierno, esto le representaba en lo inmediato, a ellos, un peligrosísimo problema. Tras varios meses de planeación entendió que únicamente en esa zona y de manera radical sofocaría los brotes de sublevación en la meseta. El anzuelo exigía un sacrificio: Porfirio. Un motivo. El plan daba sus frutos. En el avance, los de Mariano nunca protegieron su retaguardia. Los militares, mucho más avezados en táctica y estrategia, detrás de

ellos fueron tendiendo un resistente cordón que comprimía toda ruta de escape. Los mensajes transmitidos por la radio llegaban confusos a las otras brigadas que, en la emboscada, luchando valientemente, iban cayendo una a una. Todo fue inútil; finalmente, los muchachos al tomar la decisión de lanzarse carrera abajo hacia la barranca para salvaguardarse no maliciaron que también el equipo especial de camuflaje los esperaba en el fondo. El primero en caer fue Mariano, después siguieron los demás. Felipe se defendía, era un furioso león acorralado, su cuerpo sin embargo en pocos segundos quedaba a la deriva, tendido a modo de cruz sobre una piedra descarapelada por los impactos de bala.

Bajo una impotencia soterrada. En las siguientes horas su tía Ofelia y su abuela, acompañadas de Bruno, fueron requeridas para reconocer el cuerpo. A la ciudad, hicieron dos horas de camino. Mientras él miraba a su primo tendido sobre la plancha fría, la tía Ofelia le decía al oído: dicen que hay un sobreviviente. Por la tarde unas manos entregaban una bolsa negra con las pertenencias del criminado: un sobre, el reloj de plástico, algunas monedas, ropa sucia, un zapato claveteado. Al salir de la morgue poco después de cumplir las mujeres con la engorrosa tarea de los procedimientos ministeriales, Bruno aspiró con fuerza el aire no viciado, conteniendo la respiración, el vértigo, la náusea provocada por la fetidez del gran peso de preguntas, de las que, nadie, ni Dios, bajo la noche recalentada por el viejo sol sobre el asfalto, podrían ofrecerle un mínimo de certeza


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José María Espinasa

Foto: Francisco Olvera/ La Jornada

El Premio Xavier Villaurrutia a

Alberto Blanco

PREMIAR A UN LIBRO DE POEMAS ES TAMBIÉN PREMIAR A LA EDITORIAL QUE SE ARRIESGA A PUBLICARLO.

C

uando leí en la prensa que se le había concedido el Premio Xavier Villaurrutia a Alberto Blanco, por El canto y el vuelo, tercera parte de una poética propia que el autor de Giros de faros ha ido elaborando en la última década, lo primero que sentí fue una cierta sorpresa. ¿No lo había recibido ya antes por alguno de sus libros de poesía? Casi podría decir que asistí a la premiación, tan convencido estaba de que así era, pero bueno, ese “error” –dárselo dos veces– no podría haber ocurrido, aunque, en todo caso, lo mereciera nuevamente. No son muchos los poetas que asumen esa aventura, la de reflexionar sobre su oficio, sobre su sentido, sobre su poiesis como dicen los franceses. Pero los ejemplos son ilustres y el propio Blanco los menciona en alguna de las entrevistas con motivo del galardón: Reyes y su Deslinde, Paz y El arco y la lira, Segovia y Poética y profética. Pero esta nota, a pesar de su título, no es sobre Alberto sino sobre ese premio visto como un (buen) síntoma. Es raro que se premien ensayistas; los narradores son porcentualmente mayoritarios, aunque también hay bastantes poetas. Pero poéticas no recuerdo ninguna premiada. Es buena señal que los jurados atiendan a un género tan minoritario y tan necesario. Por otro lado, Blanco es muy conocido como poeta, pero lo es mucho menos como teórico, si es que una poética es una teoría. Pero lo que me interesa resaltar aquí de esa designación no es al autor premiado, aunque sí, como se verá después, sino a la editorial, anDante, que lo publica. Los premios en general son recursos que las editoriales tienen para promover sus títulos y sus autores y por eso suelen “apoderarse” de los premios, una de las razones para que la narrativa sea más frecuentemente galardonada, pues es el género comercial por excelencia en esta época, y los sellos grandes mueven sus hilos para que sean libros suyos los reconocidos. Es natural.

No obstante, cuando el premio se inicia hace sesenta y siete años, nace en un contexto dominado por la exitosa editorial del Estado, el Fondo de Cultura Económica, y se premia a Juan Rulfo por Pedro Páramo y a Octavio Paz por El arco y la lira ¿Algo que discutir? Evidentemente no. Sin embargo, a partir de 1963 en que se premia a La feria, de Arreola, y a Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro, el premio va a servir para proyectar ante el público a las nacientes editoriales de esa década, Joaquín Mortiz, Era y Siglo xxi , es decir al fenómeno editorial que cambiaría nuestra literatura. Aunque peque de ingenuidad quiero ver en este premio a El canto y el vuelo un paso, aunque sea pequeño, en el reconocimiento a las editoriales independientes, a anDante, sello que lo publica, pero también a Aueio y a Taller Ditoria, que publicaron las dos entregas anteriores, y a la apuesta que hacen entre todas ellas. Sabemos que las mencionadas Siglo xxi , Era y Joaquín Mortiz tuvieron en su origen problemas similares a los de los sellos independientes actualmente, las librerías los recibían a regañadientes, y sólo una presencia llamativa en la prensa y en los suplementos y revistas culturales hizo que fueran aceptados, pero en aquella época la industria editorial mexicana no tenía la competencia tan abrumadora de la española, había más librerías per capita que ahora y los suplementos estaban muy activos, por no mencionar las muy buenas revistas de la época –Revista Mexicana de Literatura, Diálogos, Estaciones, Revista de la Universidad, Cuadernos del Viento, El Corno Emplumado, Revista de Bellas Artes, etcétera–, y el libro premiado era encontrado con cierta facilidad en las librerías. Ahora hice la prueba, busqué en varias El canto y el vuelo y no estaba. Algunas tenían en el sistema registrados los dos anteriores, pero no tenían ejemplares. Lo pude conseguir en la Quinta feria “Los otros libros” en Radio unam , espacio alternativo impulsado por la radiodifusora desde hace cinco años.

Justamente en ese encuentro supe que la editorial Aueio, notable proyecto animado por Marco Perilli, y editor de Alberto Blanco, había decidido cerrar. Desde hacía ya unas semanas antes era conocido en el medio editorial independiente que la feria anual que se organizaba en la Rosario Castellanos para estos sellos independientes no se llevaría a cabo, aunque hasta ahora ni el FCe ni la Asociación de Editores Independientes ( aeim ) han dado una noticia oficial sobre las razones de la cancelación. En todo caso, es una lástima que un espacio consolidado se pierda y que cierre una editorial con un catálogo admirable. La manera de evitar el crecimiento de este fenómeno editorial ha sido cortar su contacto con los lectores, aunque el mismo medio librero se haga daño con ello. Henri Michaux, el gran poeta francés, en la cumbre de su gloria, declaró que añoraba enormemente la época en que publicaba en editoriales pequeñas y de bajo tiraje. No ha sido el único escritor que hace declaraciones como ésa. Alberto Blanco escoge para publicar sus libros un sello adecuado, para ellos y para él, para su poética misma. Pero la reacción de la prensa ha sido rutinaria, dar apenas la noticia del premio, a veces incluso sin mencionar la editorial que publica el volumen premiado. Uno tiene esperanzas, pero constantemente se ven defraudadas. Por ejemplo, pienso en cuándo Carlos Puig, uno de los pocos periodistas famosos interesados en la literatura, invitará a un poeta a su programa –miento, invitó a Armando Alanís Pulido, pero por un proyecto muy interesante que desbordaba la edición tradicional– y a autores de editoriales independientes. En fin, ya sé, la ingenuidad es un lastre… En todo caso, la ingenuidad hace que una sola golondrina baste para que se ilusione y sea verano, aunque afuera esté nevando. Mientras tanto celebremos este premio para Alberto Blanco como un premio para la poesía y el riesgo editorial


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ensayo Juan Manuel Roca

El aplaudidor

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ay que verlo. Es un tipo singular. Como pocos. Hay hombres que caminan por el aire en una cuerda tensa entre altos campanarios sin llamarse Zaratustra y resultan verdaderos ejemplos de rareza. Hay otros a los que llaman tragaldabas porque todo se lo comen, inclusive las palabras cuando tienen que decir algo verdadero y hasta cuando quisieran pedir auxilio, atragantados por la espina de pescado de una palabra que no entienden. Hay, y todos lo saben, los peritos en mirar y controlar un pluviómetro. Estos hombres de campo hablan de las estaciones como lo haría un mago de sus hechizos. Hasta cuando lloran llevan la cuenta de sus lágrimas como dicen que hacía Nerón con las suyas, que sin duda eran de naturaleza divina. Los controladores de pluviómetros ejercen su labor dos veces al día desde los griegos, hace la nada de 500 años antes de la llegada de Cristo. Pues sí. Hay grandes hacedores de agujeros en el agua, como llaman a los ociosos los burlones y diligentes esquimales del “país de las sombras largas”. En esos paisajes albinos una sola noche dura seis meses y mientras pasa, pueden dedicarse a limpiar arrumes de pescados con su cuchillo glacial. En materia de oficios hay gente para todo. Pues bien. Entre tantas rarezas en ejercicio, como la de los cazadores de nubes del páramo o los contadores de sílabas y versos, nadie me sorprende más que el aplaudidor de oficio. Este hombre no parece distinguirse en nada de los demás cuando está solo. Ah, pero cuando está en rebaño revela su profesión de aplaudidor, su pasión y paroxismo. Hasta podría decirse que así como hay virtuosos del violín o el clarinete, del clavecín o la viola, los hay del aplauso, de un feroz palmoteo que llevan engatillado a los teatros. Intentaré describirlo. Posee un habla untuosa, una lengua pringosa, conoce bien unas palabras al dente que deja caer en las solapas del aplaudido como si le entregara una provisión de maná o agua bendita. A veces, impaciente, aplaude a destiempo. Cuando lleva las manos en los bolsillos muy seguramente se le agitan con ganas de salir de esos pequeños agujeros negros y aplaudir, aplaudir, aplaudir sin descanso, no importando la naturaleza de lo aplaudido. En verdad, en mi país son muy vistosos estos ejemplares de la fauna cortesana. Un amigo me dice que esos lamedores de suelas están en todo el derecho de paladear adulaciones, así como otros lengüetean helados de fresa. El aplaudidor sueña con tener un juego de manos de todos los tamaños para abrirlas y cerrarlas a compás, como quien junta dos sonoras panderetas. A veces logra coptar a otros aplaudidores que van por las salas convocados al santo y seña de una devoción por la lisonja. Y entonces es la apoteosis. La extensión de los aplausos mide lo que no podrán recibir de parte de todos los públicos del futuro. Aduladores en ejercicio permanente, así se pasan la vida, los días que unos tras otros son granados. Hay que verlos haciendo calistenia, calentando las palmas de las manos antes de que empiece el recital de turno, la serenata, el ballet, el discurso, la conferencia o el concierto. Resulta mucho más frecuente que triste su ritual. Hay que verlo, muy seguro de sí, medrando por las pasarelas del mundo y derrochando sonrisas y abrazos a órdenes del dios de los Tartufos. En verdad, no necesita que alguien cante, baile o toque un fagot para ejercer con disciplina su oficio. Para el aplaudidor de oficio, el mayor intérprete de la noche es quien toca una estruendosa sonata para gritos y aplausos. ¡Ay!, cómo se duele de no tener más de dos manos para aplaudir

Kaspars Grinvalds - Fotolia

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Vilma Fuentes

Jacques Bellefroid

y Los caballeros de la tabla rasa JEAN COCTEAU, RENÉ CHAR, IONESCO Y FOUCAULT, ENTRE OTROS GRANDES, SE REFIRIERON A LA OBRA DE BELLEFROID CON RESPETO Y ENTUSIASMO.

A

caba de publicarse uno de los más bellos y luminosos libros escritos en lengua francesa: Les chevaliers de la table rase, de Jacques Bellefroid (La Différence). A la vez libro de reflexión y narrativa, el autor pone en escena personas reales y personajes ficticios, transformando hombres y mujeres de carne y hueso, con nombre y apellido, en personajes novelescos así como reales vuelve a los seres de ficción. A través de unos y otros, Bellefroid (www.jbellefroid.free.fr) plantea cuestiones fundamentales. Una de ellas, el nostálgico anhelo de la tabula rasa, es propuesta a partir del juego de anotaciones escolares inventado en 1920 por los jóvenes surrealistas André Breton y sus amigos. El juego consistía en calificar, como ellos eran calificados por sus profesores, a los ídolos intocables de la cultura, como Platón, Dante, Shakespeare o Cervantes, quienes obtuvieron -15 o +3 a lo máximo. El tribunal de estos jóvenes terroristas deseaba hacer tabla rasa de la cultura. No sólo dictadores como Stalin y Mao, césares enloquecidos como Tiberio o Nerón o, en la remota antigüedad china o egipcia, emperadores y faraones, soñaron arrasar las civilizaciones anteriores para ellos comenzar la historia. El deseo de hacer tabla rasa del presente parece ser una aspiración que vuelve cada cierto tiempo a soplar entre los hombres. Guardias rojos o muchachos del ’68. Eterno retorno y amanecer diario, fugaz, perenne. Hoy, los talibanes. Marguerite Duras, Maurice Blanchot, Daniel Guérin, entre otros, aparecen en Les chevaliers de la table rase. Se les escucha hablar, reír, respirar. Se les puede ver, así sean fantasmales como Blanchot, el prolijo autor que aspiraba a la literatura anónima y plural en 1968. Se oye gritar a Duras el anuncio de la muerte de Balzac como si acabase de ocurrir. Se les oye discutiendo con personajes ficticios, como una pareja de hombres feministas siempre en busca de una causa por la cual militar, pero sobre todo en busca de seres condenables por su política incorrecta, para poder exclamar su indignación. Sus retratos arrancan la carcajada: la ironía de Bellefroid es fina y fría. Como es costumbre en este escritor, la reflexión sobre el ser y el tiempo es una constante. Sus raíces se hunden en el pasado remoto de Parménides y Heráclito. Jean Beaufret, a quien Heidegger dirigió su “Lettre sur l’humanisme”, escribió sobre La grand porte est ouverte à deux battants: “El libro de Bellefroid no es ni novela ni poema, pero es palabra. La palabra no revela ni demuestra. Ella no aporta al lenguaje más que la discreción del secreto. En una época de confesiones, manifestación, proclamaciones e insignificancias, saludamos el nacimiento en apariencia anacrónico de una palabra que visiblemente no ha dicho su última palabra.” Lector de la poesía de Bellefroid, Jean Cocteau escribió: “Sus poemas me placen. Les encuentro de vivo y de sombrío.” A su vez, René Char: “Soy su amigo, el de su obra.” Por su parte, Ionesco: “El mejor escritor de su generación.” Michel Foucault, con quien el autor de Les chevaliers de la table rase mantuvo una abundante y larga correspon-

dencia, habló de “la largueza de alas de Bellefroid”, a quien dedicó su Historia de la locura “en signo de entendimiento, este libro sin razón”. La escritura de este autor tiene también sus raíces en autores anónimos como el de “La chanson de Roland”, y se emparenta con la obra de La Fontaine, Molière, Nerval, Rimbaud o Proust, autores donde encuentra sus fuentes y descifra los secretos del pensamiento filosófico, el cual, según sus palabras, “pasa por el ensayo en alemán y se sirve de la literatura en francés”. En México, José Emilio Pacheco dedicó uno de sus “Inventarios” al prefacio que hizo a la traducción al español de El ladrón del tiempo, texto donde escribe: “Jacques Bellefroid es uno de los novelistas y poetas más originales de su país y de su lengua. No se parece a nadie en su generación francesa.” Creo que lo mejor es dar la palabra al autor y traducir unos párrafos de la prosa prístina de Les chevaliers de la table rase donde habla de México:

Una ruta estrecha, sinuosa, trepa en zigzag desde Oaxaca hasta el sitio de Monte Albán. En el autobús que nos trasporta, los viajeros tiemblan (Vilma también) un poco a cada viraje. Llegados al fin a nuestro destino, cada uno puede constatar que los arqueólogos aún trabajan en la puesta al día de lo que queda de una ciudad, un pueblo, una cultura, una civilización. Tesoro pobre, riqueza infinita: algunas piedras. El sitio se halla encaramado en altura, domina un panorama tan vasto que se extiende a pérdida de vista la inmensidad del vacío, y de esta plenitud, nombrada Naturaleza. Aquí, se posa una tabla rasa. Todo habría desaparecido si no quedasen esas trazas en el suelo, esas huellas, una escalera de piedras que sube a la cima de una muy antigua pirámide, desierta, olvidada ahí en un abandono espantoso y dominada por el silencio luminoso hasta el deslumbramiento de un día blanco, rayado de sombras que hablan. Nada habla con tal violencia como una superficie muda. No es tanto la altitud lo que da vértigo, es el precipicio de las desapariciones. Al regreso, Francisco Toledo, en su taller de Oaxaca, frente a un vaso de cerveza mexicana, nos dice: “Quiero dibujar o pintar alguna cosa como eso.” Misma turbación en Elea. Una mañana salimos al mar en la barca de un pescador, rumbo a Elea. Estaba, frente a nosotros, ese pueblo nombrado Velia en italiano. Allí, sobre una colina, algunas piedras. A medida que subíamos las pendientes de la colina, una vista se extendía sobre el mar hasta la línea de horizonte. Era un sitio, un observatorio privilegiado. Parménides había recorrido estos senderos con otros eleatos. Había ido lejos, subiendo hasta lo más alto. Se había asombrado y había escrito: esti gar einai, en efecto hay ser. De todas las cuestiones posibles, la interrogación es la más infinita, y sin más respuesta que la muda. ¿Qué pasa cuando uno se encuentra frente al vacío de la desaparición y el pleno de la presencia?

Fuente: www.lebrecht.co.uk


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uberTostAbilE:

España, América Latina y la bibliodiversidad

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lgunos prefieren llamarles animadores culturales; otros, promotores de la cultura, algunos los definen como gestores o mediadores culturales. En España, no obstante la monarquía que tantos dolores de cabeza ha causado a la sociedad, la transición de la dictadura franquista a la monarquía parlamentaria trajo cambios hondos. Ya lo apuntaba el teólogo Juan José Tamayo: su país transitó con éxito en la política, en la administración y en la cultura, pero no hubo transición religiosa; el dominio de la jerarquía católica permanece inamovible con sus privilegios y su exclusividad. En la democracia florecieron los deportes, las artes, la lectura y aparecieron agentes culturales desde la sociedad civil, como es el caso de Uberto Stabile en su natal Valencia. Uberto estudió geografía e historia, pero la poesía fue más fuerte que la academia. Eran tiempos de liberación en una Valencia centrada en sus afanes de modernización y de conversión hacia el turismo. El casco viejo era una zona oscura donde los jóvenes se jugaban la vida en el alcohol y las drogas, en la búsqueda y en la fuga. Allí montó Uberto una librería bar, un centro cultural donde se reunían los chicos que leían a la generación beat y escuchaban música de Johny Cash, enarbolaban banderas de utopías distintas y el amor libre. Muchos de ellos se quedaron en el camino, como lo cuenta Stabile en un poema que se titula justamente “Los chicos rebeldes”, presas de los excesos y el desfogue. El bar librería fue inaugurado en 1983 con el nombre de Cavallers de Neu (Caballeros de Nieve), un juego de palabras en catalán de deneu, diecinueve (número de la calle), y de neu, de nieve. Pero eso no es quizás lo relevante, sino la relación fraterna que Uberto ha establecido con América Latina, particularmente con México y últimamente con Colombia. Curioso, dos de los países más azotados por la violencia, con decenas de miles de muertos y heridas profundas en miles de familias afectadas por esta crueldad

que no cesa. Cuando los españoles y en general los europeos dicen “América” no piensan hacia abajo, sino hacia arriba del río Bravo. Los chicos rebeldes querían ser retratados con Allen Ginsberg, como se ve a Uberto en una foto de juventud, exultante, con el autor de Aullido. El sentimiento latinoamericanista se iba alejando de la España del cambio y el bienestar, del primer mundo. Recuerdo hace años a un joven periodista madrileño que me espetó sin tapujos: “Aunque hablamos el mismo idioma, poco nos une a los mexicanos, nuestro español está más cercano al alemán.” Uberto vino una vez a México, a Tijuana. Sin conocernos me escribió de parte de un amigo pintor a quien conocí en Bilbao y nada sabía de él. Me pedía que le presentara un libro y me enviaba su ficha biográfica; supe que estaba con un alma, si no gemela, hermana. Al final de la presentación alguien le preguntó si regresaba a la madre patria. Uberto lo miró con desconcierto y le respondió: “¿Tú crees que España es la madre de los mexicanos?¿De qué madre me hablas? Y los indígenas, ¿pensarán lo mismo que vosotros?” Desde hace veintitrés años Uberto Stabile organiza Edita, un encuentro anual en Punta Umbría, en Huelva, a donde se mudó hace decenios, y a donde concurren pequeños editores latinoamericanos y españoles con la intención de escucharse los unos y los otros hablar sobre bibliodiversidad, leer poesía y narrativa, presentar performances y darle vuelo a la imaginación. Para exponer de manera más reposada y reflexiva el tema, durante diez años convocó a los editores llamados independientes al Salón del Libro, en el marco del Otoño Cultural en Huelva, Andalucía. Allí se ahondó en el término bibliodiversidad para referirse a una mirada abierta y plural sobre los libros en papel y también en los soportes electrónicos. Se puso en tela de juicio el término independiente. ¿Independientes de qué, de quiénes? El mundo de las pequeñas casas editoriales tanto en España como América Latina se mueve aún

con intereses no del todo comerciales, se inspira en ideales de fomento a la lectura, de revelación y descubrimiento de nuevos autores. Allí la injusticia. Es en este nivel donde los escritores en su mayoría comienzan a publicar y a darse a conocer. Luego vienen las grandes editoriales y se los llevan con la certeza de publicaciones precedentes. Pero el riesgo y la primera apuesta la hicieron las llamadas “independientes” o “alternativas”, patrimonio cultural de los países. Pero los gobiernos latinoamericanos –México no es la excepción– brindan jugosos apoyos a los consorcios y grandes empresas. Conaculta, por ejemplo, otorga numerosos apoyos de coinversión y coedición a empresas grandes y gigantes que compiten al tú por tú con las pequeñas. Lo mismo sucede con la SeP en programas como Libros del Rincón o Bibliotecas Escolares y de Aula, diseñado para la adquisición de libros a las trasnacionales y sellos poderosos, y para dar migajas de consuelo a esas microempresas alternativas. Edita lleva veintitrés años y ha puesto su planta en México, Colombia, Portugal, Brasil y España. Ahora, en abril pasado se empató, con todos sus significados, al festival cultural “Pachamama”. Españoles y latinoamericanos conviven e intercambian experiencias artísticas y editoriales no sólo en el mismo idioma sino en un sensibilidad cercana. Uberto, ¿qué te pasa con México?, le pregunta la gente cuando ve su video documental Tan lejos de Dios, que comenzó a grabar en Ciudad Juárez, en 2011, durante el festival “Literatura en el Bravo”, dedicado a Juan Gelman y a Carlos Montemayor. Los encabezados de los diarios locales eran consignas del terror. No obstante, los hermanos Jorge Humberto y Miguel Ángel Chávez llevaban a los invitados a conocer los bares icónicos de Juárez, donde Stabile registraba atmósferas extrañas. Lo recuerdo bien, pues en medio de la tragedia y el miedo se leía poesía y se hablaba del dolor, de ese dolor tan cerca de Estados Unidos y tan lejos de nosotros mismos

Fuente: alpialdelapalabra.blogspot.mx

José Ángel Leyva


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DIRECTORA CINEMATOGRÁFICA, GUIONISTA Y PRODUCTORA CON UNA VEINTENA DE FILMES EN SU HABER, JEANINE MEERAPFEL TIENE NACIONALIDAD ALEMANA PERO NACIó EN ARGENTINA, DONDE ESTUDIó PERIODISMO, ENTRE OTRAS DISCIPLINAS. DESDE 2015 ES LA PRIMERA MUJER QUE DIRIGE LA ACADEMIA DE LAS ARTES DE BERLíN, EN LOS 320 AñOS DE VIDA DE LA INSTITUCIóN. ESTA ES UNA CONVERSACIóN EN TORNO A LA PERSISTENCIA DEL OBJETO ARTíSTICO, EL RIGOR DE LA CREACIóN Y LOS DESEOS DE UNA CINEASTA EXCEPCIONAL.

Sus películas ponen la amistad en el centro de la escena: la política de la relación entre las gentes, desde el road movie de un padre con su hijo a través de fronteras, hasta el ombligo de una protagonista, la amistad es el lugar de la solidaridad, del encuentro y el reconocimiento entre las personas, y el inicio, la esperanza de un mundo mejor. Nacida en Argentina en 1943, de padres judeoalemanes sobrevivientes del nazismo, Jeanine Meerapfel es una cineasta entremundos que despliega sus preguntas en películas. Una vida entre culturas y lenguas: el español argentino, el francés de su madre, el alemán de su padre. En Buenos Aires estudia guión con Simón Feldman, y periodismo, y descubre la literatura latinoamericana que va a marcar su trabajo futuro. Meerapfel llega a Alemania en 1964 con una beca y estudia cine con Edgar Reitz y Alexander Kluge, dos clásicos, por aquellos años a cargo del Departamento de Cine de la Escuela de Diseño de Ulm. En 1990 es nombrada profesora de Dirección de cine documental y ficción en la Universidad de Artes y Medios de Colonia, Alemania. Desde hace dos años es presidenta de la Academia de las Artes de Berlín, la primera mujer en más de tres siglos de existencia de la Academia.

-“s

er distinto te hace mejor persona”, dice la escritora india Jhumpa lahiri sobre su propia infancia, sobre el exilio lingüístico y voluntario. ¿Coincide con esa opinión? –Me parece un poco exagerado decir que te hace mejor persona. Creo que te hace más sensible al otro, al problema de los inmigrantes y a los conflictos, que cuando estás enraizado en tu propio país. Pero es sólo una teoría. En realidad, cada ser humano que puede leer, que puede pensar, tiene la posibilidad de llegar a ser un buen ser humano en el sentido de ser solidario con los demás; así comprendo yo eso de ser mejor. –Usted llega a alemania con poco más de veinte años, y en una de sus primeras películas, un documental, “explora” el país de sus padres…

entrevista con Jeanine Meerapfel esther andradi

Jeanine

–No es el primer documental pero sí uno de los primeros, En la tierra de mis padres, y fue un pedido de la televisión; estaban haciendo documentales autobiográficos. Hice entonces un recorrido hacia el interior de la Alemania que yo estaba viviendo en ese momento. Es un documental que se pregunta qué quiere decir “ser judía hoy en Alemania”, cómo los alemanes tratan su propia historia, cómo se acuerdan o no se acuerdan. Era una pintura de la memoria en Alemania. Estamos hablando de los años ochenta. Ya había tenido lugar el movimiento estudiantil, que fue muy importante para la revisión de la historia de Alemania, porque los jóvenes preguntaban a sus padres: “¿qué fue lo que ustedes hicieron durante la segunda guerra mundial?, ¿qué es esta herencia que nos han dejado?”, y ahí empezó una especie de anatomía de lo que fue la complacencia, el arreglarse con el poder. Creo que ahí cambió Alemania. Es un documental que tiene su vigencia. –Recientemente volví a ver Desembarcos, un documental de 1989, y me sorprendió su actualidad. ¿Qué es necesario para que un objeto artístico, lanzado en el tiempo, no pierda vigencia, sobre todo en esta época donde hay casi una invasión de lo visual? –Creo que es una búsqueda de la autenticidad. Cuando una está realmente tratando de saber algo, cuando se es auténtica con las preguntas que se tienen, existen muchas posibilidades de que eso quede, en el sentido de que una está buscando la verdad y está tratando de ver más allá de las fachadas de las cosas. Lo otro es una rigurosidad en cuanto a la forma, es muy importante no hacer juegos idiotas. En el cine que yo amo, y también en el cine que he hecho, siempre hubo una dedicación a lo simple, al cuento directo, a no ser superficial, no tratar de gustar, no hacer concesión a la moda. Es la rigurosidad en la forma de la narración. Es un estilo muy clásico, ayuda a que las películas no envejezcan. –Casi todas sus películas trabajan la amistad como eje argumental. ¿De dónde le viene ese deseo? –Para mí la solidaridad, la atención respecto del otro, es la base de la cultura humana. Si no aprendemos a respetar al otro, aunque sea muy distinto, no sé si este mundo va a poder seguir existiendo. Necesitamos abrirnos y aunque muchas culturas nos sean extrañas, a pesar de eso tenemos que comprender. Entonces la amistad es para mí una base de la convivencia entre seres humanos, y es una convicción mía que con un poquito más de amistad, un poquito más de solidaridad, este mundo sería otro. Insisto en esa actitud en mis películas porque, para mí, las películas son, de alguna manera, una propuesta de vida. –Usted fue periodista, cineasta, profesora, y ahora está en la gestión cultural. ¿Cuál de todos estos ofi-

cios traduce mejor a la persona Jeanine Meerapfel? ¿o es una mezcla de todas? –En cada momento de la vida de una persona hay ciertas cosas que son más importantes que otras, y tuve suerte. Pude hacer una biografía porque también los hados me ayudaron a que las buenas oportunidades que se me dieron las pudiese tomar. No digo que todo sea suerte, porque también hay que reconocer lo que está pasando y trabajar mucho, por supuesto. Nada es un regalo, pero tuve las oportunidades y las pude tomar, y no todos los seres humanos las tienen: tuve una buena preparación intelectual, tuve la suerte de nacer y crecer en un país que en ese momento no estaba en guerra, sino que era un país pacífico y había de comer. Estoy hablando de Argentina, ese país que a mí me dio la posibilidad de crecer en paz. Tuve la oportunidad de aprender idiomas, tuve la oportunidad de leer la maravillosa literatura latinoamericana, que realmente me marcó muchísimo. Son las vivencias de mi juventud y de mi adolescencia las que más van a influenciar mi trabajo más tarde. –Pero también tiene una capacidad para la autoridad, porque para ser directora de cine se necesita una mano fuerte, ¿no? ¿De quién tiene ese sentido de la autoridad? ¿de su madre, de las mujeres de la familia? –No tengo una respuesta clara para esa pregunta. Seguramente es algo que se desarrolló a través del tiempo, junto con la noción de que tenía una voz y la podía utilizar. Primero pasó por el periodismo, el hecho de poder publicar artículos en los que decía mi opinión ya es un paso hacia eso. Y de allí a aprender cine, a escribir guiones, hay que aprender a manejar un material que te confronta de alguna manera, y eso te lleva a comprender que tienes una forma de contar, y también te lleva a la posibilidad de convencer a los demás. Todo es preparación. También tuve la suerte de hacer un psicoanálisis de seis años que fue para mí como volver a vivir. Tuve un gran analista acá en Alemania, que ya no vive, y que seguramente me ayudó a que yo descubriera y pudiese desarrollar mi propia fuerza y perdiera mis miedos. –en sus películas hay mucho movimiento: cambio de países, derrumbe de situaciones conocidas, desarraigo... ¿Qué parte suya está en estos encuentros y desencuentros, caminos y viajes? –¿Parte mía? Escribí los guiones, hice las películas. Los periodistas preguntan siempre si el material es autobiográfico. El material es muy personal y muy biográfico. Pero no es autobiográfico, porque uno cambia los personajes, uno utiliza el material que conoce bien. Esa es otra base del trabajo artístico para mí: hay que conocer bien lo que se va a contar para contarlo de forma exacta. No se puede contar cómo se manejaba una mujer en la cocina de la rda [República Democrática Alemana] en los años cincuenta si no lo has estudiado o no


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Meerapfel

arte, cultura y autenticidad

lo has vivido. Creo en lo que decía Tolstoi: “Describe tu aldea y estarás describiendo el mundo.” Es lo que hago: mirar detalladamente las historias que tengo que contar, y las historias que tengo que contar son las que conozco más profundamente. Es una facilismo decir “esto es autobiográfico” porque no es así, sino que aquello que conozco profundamente lo utilizo para contar las historias que me importan. –es una pregunta muy común en la literatura: cuando los hombres escriben autobiografía se analiza como novela, y cuando las mujeres escriben novela se supone que es autobiografía. –Sí, eso pasa. Por eso en una de mis películas, El verano de Anna, empiezo con la toma del ombligo de la protagonista, que dice: “Oh… se está poniendo viejo mi ombligo.” ¿Por qué? Porque siempre nos dicen que las mujeres estamos mirando nuestro propio ombligo. Entonces empiezo con el ombligo, tematizo eso… muy poca gente se da cuenta de lo que estoy haciendo. Philip Roth, el escritor, dice que siempre que a él le preguntan si lo que escribió es autobiográfico, responde: “¿Por qué no se le pregunta eso al actor que está haciendo Otelo, si él en su casa está matando a su mujer?” –Documental o ficción, ¿dónde se siente mejor? –Cada historia tiene su propia forma. Son decisiones que se toman cuando aparecen los temas. La historia de La turca se va, aparece con una mujer turca que está viviendo en Alemania y decide irse, y yo le pregunto: ¿por qué? Y hago un retrato de ella. Eso no se podía ficcionalizar. Se pueden ficcionalizar fragmentos de la historia, pero eso es un documental. Son las historias mismas las que te llevan a ciertas formas. Hay formas también más literarias que otras y se van dando mientras estás trabajando con el material, mientras estás escribiendo el guión.

–¿Qué película le falta hacer? –¿Qué me falta hacer? Estoy pensando en algo… pero prefiero no hablar de cosas que todavía no están ahí. En realidad, creo que ya hice todas las películas que quise hacer, pero nunca se debe decir “nunca”. Tam poco necesito hacer cine todo el tiempo, sobre todo ahora, que estoy haciendo este trabajo honorífico como presidenta de la Academia de las Artes.

FilMograFía Confusión/Difusion (2015). ensAyo AudiovisuAl El amigo alEmán (2012). mosConi –o a quién lE pErtEnECE El munDo (2008). documentAl El vErano DE anna (2001). amigomío (1994). im glanzE DiEsEs glüCkEs (1990). documentAl. DEsEmbarCos (1989). documentAl. la amiga (1988). los EnamoraDos (1987). la turCa sE va (1985). documentAl. solangE Es Europa noCh gibt. fragEn an DEn friEDEn (1984). documentAl. En El país DE mis paDrEs (1981). documentAl. malou (1981).

Jeanine Meerapfel, durante el rodaje de El amigo alemán. Fuente: chulavista.mx

voZ InTeRRoGaDa

–la primera mujer en 320 años. ¿Cómo se siente? –No me siento como la primera mujer que hace esto. Me siento como una persona que tuvo el coraje de tomar este trabajo, porque la verdad es que es mucho más que el que yo pensaba. Creía que se podía hacer esto y, a la vez, seguir haciendo mi trabajo de cineasta, pero realmente toma mucho tiempo. Produce también muchas satisfacciones, porque cuando hacemos un programa como Uncertain States, sobre los riesgos y las inseguridades de la creación en el exilio y la migración, por ejemplo, una gran exhibición que hicimos a fines del año pasado, estoy convencida de que ese trabajo es muy importante, y estoy muy contenta de haberlo hecho, de haberlo iniciado, por supuesto con ayuda de toda la Academia. Y creo que esas cosas quedan y son importantes. –¿está descubriendo otro aspecto de su vida, de sus posibilidades? –No es nuevo, porque dirigir una película es lo mismo que dirigir una institución. Lo que sí es nuevo es que estoy conociendo montones de artistas, leyendo libros que no conocía, viendo arte que no conocía, es decir, estoy enriqueciéndome mucho con este trabajo. –¿y qué cosas le interesan especialmente? ¿Qué le gustaría modificar? –Lo más importante para mí fue internacionalizar este lugar. Es decir, que se comprenda que este mundo no es únicamente un mundo alemán. O va a ser un mundo internacional, con una apertura a otros países, a otras culturas, o se va a tornar en nacionalismos y en guerras nuevamente. Mi aporte es tratar de internacionalizar, que significa que se hable en otros idiomas, que se conozcan otras culturas. Insistir en esto. Es mi tarea en este momento


LEER Sala de redacción, Pablo Espinosa, prólogo de Elena Poniatowska, Secretaría de Cultura, México, 2016.

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Periodismo vuelto literatura ELENA MÉNDEZ

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ala de redacción es periodismo vuelto literatura. Híbrido lúdico creado por Pablo Espinosa, posee un estilo profundo y ligero, preciso y detallado, documentado sin ser farragoso, objetivo dentro de su subjetividad. Transmite el goce que el autor encuentra en realizar su oficio, aun en medio de las prisas, las fechas límite, los implacables cierres de edición. El volumen contiene sesenta textos que aparecieron, originalmente, tanto en La Jornada –donde es el editor de la sección Cultura– como en Revista de la Universidad. Fue editado por la Secretaría de Cultura y está juguetonamente prologado por Elena Poniatowska, quien ha sabido permanecer, como pocos, en este oficio tan sacrificado y a la vez tan noble. Dice Poniatowska: “Si ignora que Memoria de mis putas tristes es el libro de García Márquez con más alusiones a la música clásica, platíquelo con Pablo Espinosa.” “Si cree que las microóperas de David Bowie son una obra maestra, dígaselo a Pablo Espinosa.” “Si cree que la voz de Lisa Gerrard es un santuario, persígnese con Pablo Espinosa.” Destaca que al autor “nada lo hace más feliz que compartir”. Y sí. Este libro es un manifiesto de su generosidad. Alfonso Reyes, sabio mexicano pero universal, escribió, incluso, sobre gastronomía. Adolfo Castañón, su más ferviente discípulo, ha declarado pretender emularlo hasta en eso. El mismo esfuerzo hay en Pablo Espinosa, que aspira a la genialidad de Pascal Quignard. Quien haya leído algo del erudito francés, detectará enseguida esos atisbos en el veracruzano. Lo quignardesco se observa en su reiterado interés hacia la música –que el Premio Goncourt ejerció, además. Los textos de Pablo sobre este arte dialogan con las reflexiones de Pascal en La lección de música y El odio a la música. Asimismo, en ambos hay una perenne indagación sobre el lenguaje, un incesante cuestionamiento y contemplación del mundo, un perpetuo ironizar sobre sí mismos. Otra influencia vital para el autor es Ryszard Kapuscinski –uno de sus entrevistados-, quien sostenía que “todo periodista es un historiador”, pues “en el buen periodismo, además de la descripción de un acontecimiento, tenéis también la explicación de por qué ha sucedido”. Eso es justamente lo que hace Espinosa: Proporciona al lector contextos, referentes, recurre a los imponderables para ambientarlo. Pablo logra la nota porque la logra: hace años, cuando sus colegas volvían derrotados al serles imposible abordar a la diva francesa Catherine Deneuve, quien estaba de visita en México y no se comunicaba en español, él obtuvo la exclusiva, pues hablaba francés. Esa perseverancia resulta contundente en su entrevista al compositor estonio Arvo Pärt, precursor del minimalismo musical. Tras años procurándolo, consiguió charlar con él durante su estancia en nuestro país. Al acompañarlo a la Basílica de Guada-

lupe, el periodista atestigua sus lágrimas en un par de ocasiones: cuando brinda caridad a una dama enlutada y cuando contempla a la Virgen en el ayate. Epifanía pura. Alejandro Toledo sostiene que José Emilio Pacheco –uno de los más grandes periodistas culturales de nuestro país– no hablaba nunca “de oídas”. Lo mismo puede afirmarse de Espinosa, a quien es imposible pescar en un maquinazo, pues acomete sus textos como algo sagrado, si bien siempre accesible al lector. Aunque haya lugares donde nunca estuvo y tiempos que no le tocaron, dibuja atmósferas, recrea momentos. Incluso lo terrible se torna sublime, como cuando refiere el suicidio de María Callas, la divina, “esa mujer enamorada que nunca alcanzó el amor de quien ella amaba, Aristóteles Onassis, y cuando éste murió, ella entró en una depresión tan profunda que se encerró en su departamento de París, donde fue hallado su cuerpo físico la mañana del 17 de septiembre de 1977 flotando en la tina de su baño. Sola y su alma. Sola en la Ciudad Luz. Sola y un frasco de barbitúricos al lado de la tina. Sola entre una multitud de ángeles”. Espinosa desvela claves artísticas y vitales: el uso de la aliteración en las canciones de Caetano Veloso; la inconmensurable fe de Arvo Pärt; el aire festivo de Antonio Vivaldi, realzado por Max Richter; la lubricidad de James Brown; el incipit genial de Ígor Stravinsky en La consagración de la primavera, obra cuyas ocho notas, extendidas al infinito, pasaron a ser solfas en el sentido de “zafarranchos”; la ironía en Mozart, freelancer workahólico de gustos sibaritas; la pantomima como raíz del espectáculo que fue David Bowie; el encanto de la imperfección y la paradoja en el disco póstumo de Pink Floyd; la fluida transición de géneros en Nina Simone; la idea del mantra en Terry Riley… Incluso cuando Pablo habla de otras bellas artes acaba hablando de música, como en su crónica sobre la compañía dancística Marie Chouinard, basada en obras de Claude Debussy e Ígor Stravinsky –que, ¡oh, paradoja!, considera “creaciones nacidas del silencio”. Asimismo, en su reportaje sobre el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México –prodigio arquitectónico donde los haya–, entre cuyas esculturas alegóricas se hallan la Armonía, la Inspiración y la Música: “un gran ángel se sostiene del aire con sus alas a la manera de un colibrí, para inclinar su cuerpo hacia el violín que hace nacer músicas dormidas que despiertan en cuanto el hombre bajo el ángel, concentrado en su escritura, pone en papel de mármol esas notas, para la posteridad”. Se recomienda acudir a estas páginas acompañándose del Spotify o del Youtube, para disfrutar de su banda sonora, un viaje de lo culto a lo popular y viceversa. Sala de redacción bien podría implementarse como libro de texto en las carreras universitarias de Comunicación, Periodismo y Letras Hispánicas. Es una cátedra gozosa y portátil impartida por alguien que en realidad ama su oficio •

Cuerpo, intuición y diferencia en el pensamiento de Gilles Deleuze, José Ezcurdia, unam /Ítaca, México, 2017.

POR UN PENSAMIENTO LIBERTARIO Y POPULAR ORLANDO LIMA ROCHA

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ensar más allá de la mismidad, de la identidad homologante, es pensar la unidad con solidaridad y apostar por la unidad en la diferencia. Abordar la diferencia con la razón, la razón con corazón y sensación, es pensar desde la materialidad de nuestro cuerpo, con la intuición “como vehículo de pensamiento con la vida” y con un cariz de libertad para un devenir comunitario de nuestra existencia. Tal es el horizonte que explora el filósofo José Ezcurdia en el pensamiento de uno de los filósofos franceses más relevantes de los últimos tiempos en su reciente obra, Cuerpo, intuición y diferencia en el pensamiento de Gilles Deleuze. La libertad vitalista es dimensionada por Ezcurdia desde la existencia humana en su más sustancial dimensión: la corporalidad misma. De este modo, nuestra existencia se funda por los cuerpos que somos que, en tanto plano de inmanencia, tiene en la intuición el marco de su determinación “como fuente viva en la que la erotización de la existencia es el revés de un proceso creativo que se concibe como libertad”. La existencia como libertad se da entonces a partir de la vivencia de la intuición corporal entre ser y pensar que denota la diferencia como fundamento ontológico y expone la esterilidad de una metafísica de la trascendencia que omite al cuerpo como centro de la existencia.


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Así, Ezcurdia reflexiona los aportes de Deleuze en torno de una existencia más concreta que sigue la vieja máxima medieval: somos iguales en la diferencia. Este es un punto que resalta en la lectura deleuziana sobre el renacimiento, Spinoza, Nietzsche y Antonio Negri; épocas y autores que le permiten denotar la vía del amor para una reconfiguración del hombre contemporáneo reprimido por el capitalismo y la modernidad anclados en la metafísica de lo mismo. La que postula Deleuze es una vía que sólo puede constituirse si se dimensiona la humanidad desde su radical diferencia como vocación libertaria semejada corporalmente, y se construye a partir lo común el sentido comunitario de existencia y convivencia colectiva. Todo eso le permite a Ezcurdia reflexionar en torno al problema del devenir indio y la crítica de la modernidad, siguiendo el planteamiento deleuziano de la reterritorialización de la filosofía en torno al cuerpo vivo en experiencia por un “devenir indio” que, al devenir tierra y devenir cuerpo, posibilita la construcción de un pueblo donde el cuerpo tiene primordial importancia como vehículo existencial de intuiciones creativas que posibilitan la libertad como comunidad en un amor comunicativo de la diferencia •

El libro mayor de los negros, Lawrence Hill, traducción de Pura López Colomé, Almadía/Secretaría de Cultura, México, 2016.

JANE EYRE ENCADENADA EVE GIL

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l libro mayor de los negros, de Lawrence Hill (Ontario, 1957), es una fulgurante nueva rama del árbol genealógico de novelas como Oroonoko, de Aphra Behn (1688), o La cabaña del tío Tom, de Harriet Beecher Stowe (1852); más recientemente la excelsa El color púrpura, de Alice Walker (1982), que aborda la doble esclavitud de las mujeres, sometidas a los amos blancos y a sus esposos negros… o la desgarradora, bellísima Beloved, de la Premio Nobel, Toni Morrison (1987), por no mencionar la visión crítica sobre el trato a la servidumbre negra de Flannery O’Connor; la discriminación racial contemporánea, doblemente cruel cuando involucra la homosexualidad, por Maya Angelou; la perspectiva anti-apartheid de la también Nobel de Literatura, Nadine Gordimer, o la exitosa Criadas y señoras, de Kathryn Stockett (2009). El tema parece haber ocupado más a las mujeres; lo mismo blan-

cas que negras. Hill, hijo de padre negro estadunidense y mujer blanca, autor de varios libros aún no traducidos al español, emplea también el punto de vista femenino. Aminata Diallo, o “Mina”, es una Jane Eyre del siglo xviii , africana, negra y musulmana, con la marca de la luna en cuarto creciente sobre sus pómulos, que en vez de padecer el sadismo de filántropos fanatizados, es raptada por bestias no del todo distintas: los tubabs (hombres blancos); comparte penurias de adultos con adultos, algunos de su mismo pueblo. No con sus padres, arteramente asesinados. El único amigo perdurable que logra durante el trayecto, Chekura, es apenas mayor que ella. Al momento de ser raptada, Mina cuenta nueve años y es asistente de su madre, la partera del pueblo. Está a punto de pasar por “un pequeño ritual”, como amorosamente nombra su madre a la ablación del clítoris: Mina nunca se enterará de que su rapto la libra del peor de los dolores. Reducida hasta la animalización, tendrá su primera menstruación en alta mar y pasará buen rato antes de que alguien advierta la sangre corriendo por sus piernas y se apiade de ella. Para cuando desembarque en la que podría ser su prisión definitiva, la isla Santa Helena, en Carolina del Sur, Mina es una adolescente que ha presenciado las más atroces experiencias. Su experiencia como partera, no obstante, así como su inteligencia nata que habrá de florecer a niveles insospechados, la volverá no solo útil, sino imprescindible. En Santa Helena encontrará la mejor amiga que pudo soñar… se reencontrará con su querido Chekura y sufrirá una violación por parte de su comprador, el señor Appleby. Mina, que ejercerá el oficio heredado de su madre durante el resto de su vida, y cada vez mejor, se pondrá en manos de su amiga Georgia para abortar, a sabiendas de que no es dueña de su cuerpo; que Appleby no le perdonará disponer de un “producto” que podría cotizarse muy bien en el mercado de esclavos. Buscando acaso borrar la huella que el blanco maldito ha dejado en su cuerpo y en su alma, Mina se entrega a Chekura. Cuando a Appleby no le cuadran las cuentas, es decir, cuando se percata de que el embarazo de su esclava no puede ser de él, la somete públicamente a torturas físicas y denigrantes. Mina está dispuesta a lo que sea con tal de conservar a su bebé, pero es comprada por un socio de su amo y separada del recién nacido, vendido a su vez a alguien cuya identidad y paradero Mina desconoce por completo. Corre, sin embargo, con suerte al ser comprada por Salomón Lindo, un judío de buen corazón, casado con una mujer encantadora, con quien Mina habrá de llevar una relación que nos remonta a la de la sierva Eliza y su ama, la señora Shelby, de La cabaña del tío Tom, quien ayuda a escapar a Eliza con su hijo pequeño cuando el señor Shelby resuelve vender a éste. Salomón se niega a emplear el término “esclava” para referirse a Mina, que guarda similitudes con él: como judío, Salomón reniega de que se le denomine “blanco”: “…tú eres musulmana, yo

En nuestro próximo número

judío. Como ves, no hay gran diferencia entre nosotros […] Nuestras religiones proceden de libros semejantes. Tu padre tenía el Corán y yo tengo la Torá.” Pese a vivir con la incertidumbre del destino corrido por su hijo y su esposo, Mina se entrega de lleno al estudio de la mano del señor Lindo, y encuentra un refugio cálido y seguro en los libros… pero ni una barricada detendrá la peste, que entre otros se lleva a la querida señora Lindo… ni la traición de quien creía tan leal como los libros mismos. Se desata la guerra entre los estadunidenses independentistas y los leales a la corona británica, justo cuando Mina no es responsable sólo por ella, sino por su pequeña hija, May, producto de una última noche de pasión con Chakura. Mina se ve orillada a tomar una decisión. Algo que, políticamente hablan do, llaman “tomar partido”. Los británicos hacen irresistibles promesas a los negros para convencerlos de embarcarse con ellos hasta Inglaterra: la libertad, como premisa. La comunidad de esclavos negros no sabe qué pensar, en otros momentos han sido peones de las jugarretas de los británicos contra los independentistas. Por otro lado, éstos no han sido precisamente humanitarios. Mina ya cuenta con ventajas adicionales a la de su experiencia como partera. Resulta elegida para registrar a quienes deciden seguir a los ingleses en una bitácora denominada El libro Mayor de los Negros. Se decide a apostar por los ingleses, en el preciso instante en que May es raptada por unos blancos que creía de su absoluta confianza. ¿Decidirá finalmente quedarse, a la espera del retorno de esas personas que parecían tan buenas, trayéndole de vuelta a su hija? ¿O aceptará ser la portavoz que los abolicionistas ingleses necesitan para aniquilar tan abominable práctica? ¿Es posible esperar una tercera –y decisiva– vuelta de tuerca que reunifique lo que Mina ha ido perdiendo en el camino, como sucede con la aludida heroína de Charlotte Brontë? •

@JornadaSemanal

La Jornada Semanal

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LA POST-VERDAD: realidad y fundamentalismo Fabrizio Andreella


ARTE Y PENSAMIENTO ........

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Jair Cortés jair_cm@hotmail.com @jaircortes

Felipe Garrido

bitácora bifronte

MENTIRAS TRANSPARENTES Ruinas Para Coral Bracho

Nadie sabía de dónde había salido. Verla verla, lo que dice verla, nadie la había visto. La habían sentido pasar, pero nadie podía decir que sabía cómo era, qué aspecto tenía. Después de la catástrofe todo se había vuelto confuso y nadie podía decir cómo les había caído encima, qué había sucedido. La catástrofe misma era algo que no había acontecido en un momento preciso. Más bien había sido un deterioro imperceptible e incontenible, algo que nadie había advertido, que se había producido poco a poco; un proceso al que, al principio, nadie había dado importancia. Y luego ya fue tarde, ya no pudieron remediarlo, no pudieron contenerlo; cuando se dieron cuenta ya todo había quedado deteriorado, destruido, devastado, vuelto escombros. Y por encima de aquella desolación flotaba su lamento, su adolorida voz que una y otra vez repetía, quejumbrosa, su llamado.“Hace tiempo –dicen que decía– que busco entre estas ruinas mi habitación.” •

Rogelio Guedea rguedea@hotmail.com @rogelioguedea

AL VUELO De palabra Para Javier Valdez, periodista de palabra valiente

No se cansan mis palabras, ni se dejan arredrar contra la dura sombra, ni tiritan siquiera cuando las dejan a la intemperie, muertas de frío. Entre más las uso, más nuevas aparecen sobre la página blanca, más blancas incluso que la página blanca. Entre más las agreden, más se alzan y combaten, echan sus perros hacia adelante y golpean: pim pam pum. Entre menos esperanzas ponen en ellas, más perseveran y resisten. Entre más las azotan, más aventajan y resplandecen. Son como el amor de una madre, mis palabras. O como el amor de Dios, tan infinito: no cesan, no se arredran, no se cansan, no se agachan ante las balas ni los malos gobiernos, no se esconden ante la miseria humana, jamás nunca son indiferentes al dolor, por mínimo que sea. Siempre en pos de la verdad (o al menos de algo que se le parezca), van dispuestas a todo, con los dos puños por delante y la frente en alto. Quieren siempre un mundo mejor, y morirían por él, seguramente, si fuera necesario •

El yo que escribe: Huidobro, Girondo y Pizarnik

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ucho se ha escrito sobre la separación del autor y su obra; teóricos y críticos advierten sobre no confundir el tono “autobiográfico” con la biografía del autor. Los “estudiosos” siempre aluden al “yo lírico” o al “yo poético”, argumentando que una obra es independiente de su creador (como si tal cosa fuese posible). También, desde Aristóteles hasta nuestros días, han sido largas las disquisiciones sobre si un poema es reflejo de la realidad o desdoblamiento de ésta, imitación o invención, o mezcla de ambos ejercicios. Por fortuna, cada poema siempre es un desafío a cualquier regla; así, encontramos poetas que no se separan del polémico “yo poético” o que incluso libran una batalla contra sí mismos dentro del poema, como en el caso de Altazor, ese monumental “parasubidas”, caída y ascenso (según el lado desde el que se lea) de la existencia. Vicente Huidobro, el poeta como “pequeño dios” según los principios del creacionismo, concibe y bautiza a “Altazor”, personaje central del poema: “Altazor, ¿por qué perdiste tu primera serenidad?/ ¿Qué ángel malo se paró en la puerta de tu sonrisa con la espada en la mano? …”, para luego dejar que sea el mismo Altazor el hable desde su propia voz:“Soy yo Altazor/ Altazor/ Encerrado en la jaula de su destino/ En vano me aferro a los barrotes de la evasión posible …”; y en un gesto de absoluta y vanguardista libertad, Altazor se rebela (ángel caído o “subido”) contra su autor: “Justicia, ¿qué has hecho de mí, Vicente Huidobro?”. Inventar. En el mismo continente lingüístico, Oliverio Girondo se representa a sí mismo en el poema “Gratitud”, no desde la resistencia en busca de libertad (como en Altazor) sino desde la reconciliación, en un poema que agradece al universo entero, desde lo mínimo hasta lo sublime y abstracto:“Gracias aroma/ azul/ fogata/ encelo […]/ Gracias a lo que nace,/ a lo que muere,/ a las uñas/ las alas/ las hormigas/ los reflejos […]/ Gracias piedra./ Muchas gracias por todo./ Muchas gracias./ Oliverio Girondo,/ agradecido.” Aquí el poeta es el mismo autor, un “yo” que no encuentra conflicto alguno en ser testigo de sí mismo. En medio, entre la tensión rebelde de Altazor y el espíritu agradecido de Girondo, se encuentra el caso de un breve pero impactante poema de Alejandra Pizarnik, titulado “Sólo un nombre”: “alejandra alejandra/ debajo estoy yo/ alejandra”. El peso de las palabras sepultando una vida entera, un “yo” que aparece debajo de un nombre repetido (“alejandra” en minúsculas) como si el mismo nombre fuese máscara en el primer verso y en el tercero el rostro verdadero, revelado y oculto a un mismo tiempo. Lección invaluable: el “yo” no es un asunto de teoría literaria; Huidobro, Girondo y Pizarnik, son poetas que viven en el poema y que llevan hasta sus últimas consecuencias la escritura. La zona en la que sucede todo es el poema y el poema no se deslinda del mundo ni los poetas de su obra •

Circe en la otra luz Yorgos Yeralís Escuché que algo se movía en su pensamiento, repentino al principio, como si despertara, dudosa, en un mundo de eternidad– (o más sencillamente, como si se probara un vestido nuevo). Me pareció también como si oyera la luz correr por sus ojos en lágrimas gruesas. Después sentiría ella que todo era hermoso, la sombra que perdió y el rostro que obtuvo sellado por el olvido. Así se quedó pensando el cielo que llegaba como una certeza Al volver vi a Circe acostada sobre las aguas de la música, a lo largo de una esperanza, hacerme señas con una rama sin florecer. Aún jugaba. Recuerdo que le sonreí, pero fue como siempre una sonrisa al abismo. Cerré los ojos y entonces pasó a mi lado como un haz de colores mientras su mirada viajaba de estrella en estrella, buscando tal vez una patria inexplorada, una poesía sin amor. Circe: Maga, hija del Sol y de Persis que en la Odisea, al llegar Ulises a la isla Ea, encanta a sus compañeros y los convierte en cerdos. Ulises los salva con la ayuda de Hermes, quien le da una hierba mágica llamada moly que lo hace inmune a los hechizos de Circe. Ulises la obliga a desencantar a sus amigos y permanece un año con ella gozando de placeres y delicias. (Diccionario de Mitología Griega y Romana, Pierre Grimal). Yorgos Yeralís (1917-1996), abogado de profesión, nació en Esmirna, pero tras la Catástrofe de Asia Menor (1922) su familia, como miles otras, se refugió en Atenas. De 1942 a 1946 trabajó en Ferrocarriles Nacionales en Atenas, luego en varias editoriales y como parte del personal de redacción del Gran Diccionario de la Lengua Griega y de la Gran Enciclopedia Griega. Es autor de varios libros para niños y de seis libros de poesía. Su obra ha sido traducida al inglés, alemán, francés, italiano, polaco, búlgaro y rumano. Obtuvo el Premio de la Sociedad de Escritores Griegos (1950), el Segundo Premio Estatal de Poesía (1957) y el Premio del Grupo de los Doce (1961). Véase La Jornada Semanal, núm., 1053, 24/ v /2015 Versión de Francisco Torres Córdova


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Jornada Semanal • Número 1159 • 21 de mayo de 2017

Miguel Ángel Quemain quemainmx@gmail.com

Horizonte olvidado, desintegración de las fronteras escénicas

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ODAVÍA MUCHOS COREÓGRAFOS, dramaturgos y directores de escena confían en el trazo estricto de los géneros. No se diga periodistas culturales, críticos y comentaristas cómodos, cuando parten de registros donde acomodar incluso las obras que nacen de un diálogo entre géneros y que desordenan los papeles que se asignan en el proceso de los montajes: vestuario, escenografía, autoría, interpretación, composición musical. Desde hace ya casi tres décadas el mundo híbrido se ha instalado en nuestra escena y es muy difícil que la danza lo sea en rigor o en exclusiva, y que el teatro no incorpore multiplicidad de lenguajes que ya no permiten un acento único en la creación escénica. Esto pone en desventaja a críticos e investigadores que ya tienen sus etiquetas impresas y sus estrellas de malo, bueno y regular. En el Foro Casa de la Paz (uam), ya lo había dicho en este espacio, Lydia Margules logró quintaesenciar esta vanguardia todavía invisible para muchos, polémica para otros, incluso snob para unos pocos. Varios trabajos de tránsito reciente son un buen ejemplo. El de Marcela Aguilar que comentaré aquí, también traza nuevas relaciones entre pintura y danza. El que mira no tiene que coincidir con lo que el coreógrafo ve o quiere que vean. Creo que eso pasa con este trabajo estupendo de Marcela Aguilar. La idea es toda suya, pero las intervenciones de Mariana Granados y Amada Domínguez transforman la idea original, que viene de un mundo plástico sin fisuras aparentes, como este maravilloso cuadro homónimo señero y paradigmático de Dalí. No sé en qué medida Marcela Aguilar se sumerge en el ámbito de la plástica, pero trata el problema que Dalí plantea sobre la pérdida o el olvido del horizonte en su cuadro Horizonte olvidado, de 1936, en pleno auge del surrealis-

LA OTRA ESCENA mo, para trasladar el tema de los límites en todos los espacios pictóricos del plano. Y eso hace Marcela Aguilar con la observación de la ola, de una ola, como si se tratara de una tela preparada para colocar una paleta que tiene los colores semejantes a los que la imaginación de Dalí inmortalizó en ese lienzo. Si se ha leído Palomar, de Italo Calvino, y se comparten las visiones del señor Palomar sobre una ola, el disfrute es enorme, porque pareciera la realización de esa descripción interpretativa del fenómeno gravitacional de las olas, que con su fuerza en crescendo y decrescendo se tragan palmos de la orilla con voracidad y que, con la misma voracidad saciada, se retiran con desprecio mientras que en otros palmos crece la playa que creíamos perdida.

Lo mismo sucede si las meditaciones de Fernand Braudel, Claudio Magris o Predrag Matvejevitch sobre el género del mar tienen lugar (la mer, il mare) al ver emerger de esas olas de tela los cuerpos poderosos de dos bailarinas tan equidistantes como complementarias: Granados y Domínguez, y no la masculinidad de un músculo pétreo o madera que emerge de esas aguas que se han forjado en el telar del imaginario que desde Paseo nocturno construyó Domínguez, a semejanza del agua y su tejido de algas y plancton. Mujeres. Mujeres. Placeres placentarios dentro del agua que engendra lo femenino en un rompecabezas que ofrece piernas sin torsos, brazos sin tronco, sirenas, cantos bajo la superficie que alberga tanto moluscos como piezas firmes de cuerpos que se integran a medida que el reloj de arena acumula granos que materializan a dos mujeres que respiran desde el vientre en Graham, en sus posiciones equinas, como si semejara un parto de pie. Mariana Granados viene de un mar agitado, el de su maternidad, que exprimió músculos y afiló ligamentos hasta este escenario, ya dueña de una nueva musculatura y respiración que marca cada uno de sus movimientos de una seguridad madura, a veces sincopados, a veces en el fluido de una música que ya tiene cansados los oídos de los espectadores de danza, que cada vez más se encuentran con compositores que trabajan con los grupos y pulsan las cuerdas de los bailarines con propuestas sonoras que no son decorativas, como las del ya agotadísimo Keith Jarret (como el epígrafe obvio de Benedetti sobre el mar), con sus movimientos previsibles que, sin embargo, acompañan movimientos sorpresivos. La contribución de Amada Domínguez está en esa manera de adueñarse de la propuesta a través de varios territorios: el vestuario es el ritmo, la pesada ligereza de sus telas acompaña a unos cuerpos liberados de los narcisismos de la acrobacia, instalados en el pensamiento corporal que dialoga con el trazo coreográfico •

Alonso Arreola @LabAlonso

BEMOL SOSTENIDO

Les Luthiers, 50 años y una princesa

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L PREMIO PRINCESA de Asturias de Comunicación y Humanidades 2017 ha caído en manos de una troupe de artífices argentinos bien amados en el mundo de habla hispana: Les Luthiers. Con ello su jurado acierta por lo alto. Apuntar hacia el sentido del humor, la inteligencia y el juego es imperiosa necesidad hoy cuando tantos gobiernos, instituciones y personas desarrollan ceremoniosa y solemnemente la corrupción, el desasosiego. “No queremos cambiar el mundo, sólo que la gente se divierta”, dicen ellos. Y claro, los artistas que quieren cambiar al mundo no son tan artistas, pues su ambición atenta contra la naturaleza creadora. En otro sentido, lo que propone Les Luthiers es la generación de realidades paralelas que, de rebote en las butacas, termine por transformar a sus escuchas en el paso previo a la construcción de un futuro nuevo. Digamos que lo suyo ha sido transitar el complejísimo camino de pulir la intuición en vivo para que no pierda naturalidad en vivo; de depurar talento y balance sobre el tinglado a lo largo de cincuenta años, luego de su escatológico debut universitario vía el “Laxatón”, primera de sus magníficas e incontables ocurrencias. Así lo dijo la Fundación española que dio el reconocimiento al grupo: “[Les Luthiers] es uno de los principales comunicadores de la cultura iberoamericana desde la creación artística y el humor […] un espejo crítico y referente de libertad en la sociedad contemporánea.” Así respondieron ellos, como auténticos chavales:“¡Gracias, gracias, gracias! Este premio es una de las pocas cosas en toda nuestra historia, ahora podemos confesarlo sin rubor, que soñábamos con ganar.” Festejan entonces en el aire el dactilófono de Gerardo Masana, el bass-pipe a vara de Daniel Rabinovich (ambos

fallecidos prematuramente). A ellos se suman el latín, el cello legüero, el lirodoro, el tubófono silicónico, la mandocleta, la guitarra dulce y tantos instrumentos más del lutier emérito detrás de Les Luthiers, Carlos Iraldi, inventos todos que suenan y resuenan en manos de los polifacéticos Marcos Mundstock, Carlos Núñez Cortés, Carlos López Puccio, Jorge Maronna y del otrora integrante Ernesto Acher. Treinta y siete espectáculos llevados a escena en cincuenta años son fruto de una mecánica imparable –aceitada con casi dos décadas de psicoanálisis, según cuenta la leyenda–, de un entramado flexible en el que han cabido las más variadas y extravagantes canciones. Verbigracia:“La gallina dijo Eureka”,“Ya no te amo, Raúl”,“Añoralgias”, “Serenata mariachi”, “Lazy Daisy”, “La bossa nostra” y “Bolero de Mastropiero”, entre muchas otras que retan a la seriedad aprovechando o dinamitando estereotipos en derroteros francamente surrealistas. A propósito del compositor Johann Sebastian Mastropiero, por cierto, se pueden decir hartas cosas. Así lo prue-

ba la Wikipedia que, en este caso particular, resulta adecuada y más que confiable: “Se sospecha que nació un 7 de febrero, sin saberse el año, ni el siglo ni aun el lugar, diversos países se disputan su nacionalidad, sin que hasta el momento ninguno de ellos haya transigido en aceptarlo. Su nombre de pila, Johann Sebastian, es materia de discusión, ya que también fue conocido por otros nombres: Peter Illich, Wolfgang Amadeus, etcétera (por ejemplo, firmó su tercera sinfonía como Etcétera Mastropiero). Se sabe que nació de madre italiana y que tuvo un hermano gemelo mafioso, llamado Harold Mastropiero residente en los Estados Unidos.” Compositor ficticio, Mastropiero es un personaje toral en el continuum del grupo. Es argamasa en la historia completa de Les Luthiers. Es punto de apoyo “histórico” que permite enrarecer al presente, pues su falso legado es el mejor reflejo del universo paralelo que el conjunto ha pergeñado caprichosamente. Esperamos ansiosos que su eco vuelva con el grupo a México este año, pues está presentando en Sudamérica su antología Gran Reserva y, por lo que se mira en el público que se le renueva cada año, seguirá adelante por mucho tiempo más. Que así sea. Se trata de uno de los más grandes y longevos orgullos de Latinoamérica. Escuche pues a Les Luthiers y aplauda su nuevo premio, lectora, lector. Hágalo sin parar, como cuando decide acabar con la serie televisiva que le han recomendado. Dese una sobredosis con su Bromato de Armonio y por Humor al Arte déjese vencer. Ellos han hecho Todo Por Que Rías dejando atrás los Falsos Fracasos de Blanca Nieves y los Siete Pecados Capitales. Aproveche Las Obras de Ayer que estos Viejos Hazmerreíres escribieron con la esperanza de que usted se sienta Mastropiero Que Nunca. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •


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21 de mayo de 2017 • Número 1159 • Jornada Semanal

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Jorge Moch Verónica Murguía

tumbaburros@yahoo.com @JorgeMoch

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N EL MOMENTO PRECISO en el que escribo estas líneas, hay nueve enfermeras chiapanecas en huelga de hambre. Es la segunda vez que se ponen en huelga. Mientras, el gobierno de Chiapas se hace el sordo, a pesar de que Amnistía Internacional envió una carta recomendando que se atendieran las demandas de estas mujeres. Ellas protestan por varias razones, todas de peso: les han escamoteado pagos, hay desabasto de medicamentos y nadie sabe dónde quedaron 700 millones de pesos de prestaciones. El gobernador Velasco Coello se comprometió a subsanar parte del dinero; el depósito que hizo el gobierno es de 50 millones de pesos, aunque había prometido 280 millones. Esto, a pesar de que la administración del estado recibió en estos años de gestión de Velasco

Coello la friolera de 42 mil 339 millones de pesos para gastos en salud. Es de todos sabido en México que Chiap a s e s u n p a ra í s o donde los pobres viven en el infierno. Allí, miles de niños indígenas mueren por enfermedades curables y no hay agua potable en muchísimos hogares a pesar de que es el estado con más ríos. Como el suplicio de Tántalo, la gente padece hambre y sed rodeada de agua y tierra fértil, tierra que históricamente es explotada por ellos, pero cuyos frutos benefician a otros. Según un estudio hecho por el Instituto de Nutrición Salvador Zubirán, dos de tres niños indígenas padecen desnutrición grave. En Chiapas, pues, la gente vive en condiciones muy precarias, pero sobran los recursos naturales. Y para no ahorrar en corajes, a la pésima situación del sistema de salud habría que sumar el derroche representado por tres hospitales en construcción, comenzados pero no concluidos: en Huixtla, Ocotepec y Villa Las Rosas. Es decir, en Chiapas se replica la añagaza perpetrada por Yvonne Ortega Pacheco en Yucatán: con fanfarrias y propaganda cursilísima se anuncia el hospital. Llegado el día se amontonan los funcionarios enfundados en guayaberas, se cortan los listones, se pone el primer ladrillo y se espera pacientemente a que se cubra de lama y anide una culebra venenosa dentro. Mientras, los enfermos se mueren, los trabajadores son despedidos –aunque su labor es esencial– y Francisco Ortega Farrera, titular de la Secretaría de Salud en el estado de Chiapas, finge demencia. En mi opinión, el sistema de salud pública, pagado con nuestros impuestos, es una de las bases del contrato social. Entre todos pagamos el cuidado de todos: esa es la idea detrás de los impuestos, la idea original. Por razones de nuestra particular forma de padecer la corrupción (paralizados y con el Jesús en la boca) y porque a los funcionarios públicos mexicanos les

aqueja una variedad de locura que les hace creer que el dinero del erario es suyo, esta piedra angular de la sociedad se está resquebrajando. Me obsesiona. Pocas actividades de un gobierno están más llenas de repercusiones concretas y significados simbólicos. El buen samaritano, el amor al prójimo, la compasión, el no robarás, todo eso ha sido transfigurado en un ladrillo verdoso que se desmorona, hundido en la maleza chiapaneca (o yucateca o veracruzana…). Además, en estos días de pleitos en Estados Unidos por razones parecidas, es decir, la destrucción del Obamacare, es muy difícil escapar de la mirada puesta sobre el hospital a medio construir y abandonado, la imagen de las enfermeras en huelga de hambre. Y las comparaciones: los gobiernos de ambas naciones están actuando con una falta de solidaridad que tendrá como resultado el desamparo de millones. Es el “sálvese quien pueda” más descarado. En Estados Unidos, sin embargo, quienes votaron por el Trumpcare han tenido que enfrentarse a los gritos y a las reclamaciones en vivo de sus representados en asambleas donde la gente los llena de reproches. Los políticos aparecen contritos y avergonzados, hasta temerosos, aunque no sé qué alcance puedan tener esas sesiones de furia. Aquí no suceden estas cosas: es como si la vida política transcurriera en un planeta lejano, desde el cual se dictaran las órdenes que friegan la vida de la mayoría. Y cada día estamos más quietos, cabizbajos, apachurrados. No nos quedemos cruzados de brazos. Por lo menos, averigüemos quién nos representa y comuniquémosle que no estamos de acuerdo con el manejo del dinero en cuestiones de salud. O si me apuran, que no estamos de acuerdo con cómo están llevando el país, con la violencia y la corrupción. Punto •

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L EJÉRCITO MEXICANO no le gusta que los periodistas lo volteemos a ver, lo analicemos o mucho menos que lo critiquemos. A los mandos de las fuerzas armadas en general casi siempre los medios de comunicación, sobre todo aquellos desafectos al oficialismo y sus mentiras de propaganda, les causamos erisipela. Pero si les desagrada el escrutinio público (y sobre todo civil), para qué ponerse en palestra… ¿Por qué, en realidad, los soldados están fuera de sus cuarteles y patrullando nuestras calles, si esa no es la función que justifique su existencia? Hace muchas, demasiadas décadas ya, que el Ejército y en general las fuerzas armadas, lo que incluye también a la Marina Armada de México y desde luego, aunque en menor medida, a la Fuerza Aérea, no se enfrentan a las

fuerzas armadas de otro país, que es esencialmente la justificación, reitero, de que existan precisamente esas fuerzas armadas, y en cambio se desempeña entre una presunta, gloriosa prestancia a la salvaguarda de los connacionales cuando se suscita un desastre natural, con el plan de emergencia nacional dn-iii, pero en la cruda, cotidiana y sanguinolenta realidad mexicana los miembros del Ejército y las fuerzas armadas se dividen entre labores policíacas, que en principio corresponderían a otras instituciones cuyas jurisdicciones y soberanías han sido trastocadas por esa guerra demencial y fratricida en que Felipe Calderón siendo presidente nos enroló a todos, con sus iniciativas de corte fascista y en los hechos criminal, y una muy, muy lamentable vocación de ariete represor de movimientos sociales o del simple descontento que ya no ocultamos millones de mexicanos hartos de tanta violencia, de tanta corrupción, de tanto cabrón cinismo y tanto execrable politiquillo ratero trepándose a las gubernaturas, el Congreso y cualquiera de las instituciones del Estado incluyendo desde luego la presidencia. Un Estado diluido, fallido, ausente, cómplice en muchos frentes del expolio y la injusticia. Un Estado enemigo del pueblo mexicano. Y el Ejército es su brazo ejecutor. Surge el video, se riega como pólvora, de otra ejecución. La registró una cámara de seguridad en Puebla. La exculpación tácita que hace el general secretario de la Defensa Nacional, el general Salvador Cienfuegos Zepeda, es una débil estrategia no despojada de patetismo cuando afirma que lo de los huachicoleros, los ladrones de combustible, en las estribaciones de los estados de Puebla y Veracruz, es un problema previo a su arribo a la cúpula del Ejército. Pero subrayar la responsabilidad muy probable de que florecieran esas bandas criminales de ladrones de combustible, aun siendo verídico, no exenta al Ejército de rendir cuentas ante un acto criminal, premeditado, alevoso, como el asesinato que quedó registra-

do en video hace unos días, en ese video que circula en redes, en donde se puede ver a un hombre que fue detenido por soldados, de bruces, en el suelo, las manos en la nuca, y cómo se ve claramente que un soldado lo custodia mientras otro llega, le pone el caño del fusil en la cabeza y aprieta el gatillo, ejecutándolo extrajudicialmente. Matándolo en caliente. Sin juicio. Sin debido proceso. Sin sentencia. Así nomás. Porque un gorila de uniforme lo decidió en el instante, haciendo gala de un criterio de sicario, de psicópata, de absoluta indolencia, de pavorosa indiferencia por la vida humana. Esas escenas se ven menos en televisión que en redes sociales, como si el omitir las televisoras lo que sucede con esos soldados asesinos fuera a borrar el asunto. Estúpidos. Habrá desde luego el vocerito oficial que diga que el hombre asesinado estaba armado, que era peligroso, que iba a hacer algo terrible. Mentira. Estaba boca abajo y con las manos en la cabeza, custodiado por soldados que le apuntaban con armas largas. Mentira. A ese hombre el Ejército mexicano lo asesinó con una frialdad pavorosa. Y el Estado es cómplice y autor intelectual. Porque ese soldado cobra un sueldo federal. Su paga sale de tu dinero y del mío. Y también, aunque duela reconocerlo, de lo mucho que en impuestos, en iva , en mordidas, tuvo seguramente también que pagar la víctima a lo largo de su corta vida. Quizá, sí, como se emperra la “autoridad”, urgida de desacreditar nuevamente a una de sus propias víctimas, fue un delincuente. Pero que yo sepa, ningún soldado está facultado para despojarnos de nuestros derechos. Todavía. Porque la nueva Ley de Seguridad Interior no es más que, precisamente, el instrumento represivo ideal que necesitaba el régimen para partirnos la madre con cateos ilegales y detenciones arbitrarias. Y parecería que la están ensayando ahorita para aplicarla con toda dureza en unos meses. Cuando, bien lo saben, pierdan las elecciones… •

CABEZALCUBO

Y un soldado en cada hijo te dio

LAS RAYAS DE LA CEBRA

Donde duele


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Luis Tovar @luistovars

Javier Sicilia

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ARA LOS MEDIEVALES la salud del alma dependía de la legibilidad de los libros que contienen el infinito sentido de la vida, la Biblia (la palabra de Dios) y el mundo (la creación de Dios), una tarea diaria que, en la medida en que se avanzaba en su comprensión, mejoraba al hombre, elevándolo a lo divino: la culminación de lo humano. Por ello, la acedia –el rechazo de los bienes de Dios– uno de los pecados capitales sobre el que por desgracia se ha dejado de hablar, tiene como una de sus características principales la imposibilidad de leer. Sobre ella, el monje y eremita basiliano, San Nilo, un apasionado de la lectura de las Sagradas

Escrituras, escribió:“Cuando el monje atacado por la acedia intenta leer, inquieto i nte r r u m p e l a l e c t u ra [ … ] y m i e nt ra s t a nto s e l l e n a l a cabeza con cálculos ociosos […] y comienza a odiar las letras y las hermosas miniaturas que tiene frente a sus ojos, hasta que por fin cierra el libro y lo utiliza como almohada para su cabeza, cayendo en un sueño breve y profundo.” Nuestro mundo padece la acedia. Si algo lo caracteriza, además de su violencia y su desinterés por la vida de los otros y de la naturaleza en la que vive, es la ausencia de legibilidad que coincide con una ausencia de lectura. Tal vez –es mi convicción–, esa violencia y ese desinterés sean consecuencia de aquella. No es para menos; perder la legibilidad, en el sentido de entender la escritura del mundo, implica, de alguna forma, mirarlo, semejante al monje atacado por la acedia, como un mero dispositivo técnico al que puede atribuírsele un uso perverso, el de servir para un provecho personal, el de la comodidad. Ajeno a la legibilidad, el mundo y sus objetos, como sucede con el monje, dejan de contener una significación para convertirse en meras instrumentalidades al servicio de nuestros deseos más oscuros. ¿De dónde proviene esta ilegibilidad? De la autonomización racional del hombre que, al desencantar al mundo, es decir, al despojarlo de su carácter sagrado y trascendente, dejó de leerlo y, por lo mismo, lo convirtió en un objeto de manipulación técnica: un medio para los fines de un sujeto que, al haber conquistado su autonomía, quiere escapar de la necesidad, del trabajo, de la enfermedad y de la muerte.“Emancipado –dice Humberto Beck– de las relaciones de dependencia con un orden tradicional o simbólico, del vínculo con cualquier ‘afuera’, ‘antes’ o ’más allá’ de la razón [es decir, del orden de la legibilidad], el sujeto busca expresar y afirmar su autonomía en y mediante el dominio tecnológico del mundo.” Así, el mundo dejó de ser un sistema de signos para convertirse en una resistencia a vencer y a someter. Por desgracia, esa forma de lo ilegible, lejos de dotarnos de una mayor libertad, como era el propósito, nos ha conducido a la anomia, la violencia y el caos.

Estas condiciones no previstas del desencantamiento del mundo, han derivado, sin embargo, en una ilegibilidad mayor:“la transformación –vuelvo a Beck– en la naturaleza [en el texto de Dios] de los dispositivos tecnológicos, que pasan de ser propiamente medios para convertirse en fines en sí mismos”, haciendo imposible ya cualquier sentido, significación y comprensión, incluso la de la autonomía del sujeto. Al convertirse la técnica en un fin en sí misma, todo, desde un pedazo de tierra hasta un ser humano, se transforma en un puro artefacto en cuya ilegibilidad es casi ya imposible practicar el bien. Un mundo de artefactos transforma la naturaleza y las relaciones sociales en meras mercancías para cualquier tipo de uso. ¿Hay manera de revertir el proceso, de devolverle al mundo y a nosotros mismos nuestro carácter legible? No lo sé. A ciertos grados, la acedia llega a hacer tan ilegible la lectura de la vida que puede conducir al suicidio o, como en el caso del monje, a una ausencia de reacciones vitales: una especie de muerte en vida, un habitar en la breve profundidad de un sueño intoxicado de signos sin significado. Tal vez nuestra acedia social ha hecho tan imposible la legilibilidad del mundo que sólo nos queda el sueño en el que, como lo dice el poema “Los hombres huecos” de t . s . Eliot: “el mundo acaba/ no con una explosión, sino con un gemido”. Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar, a las autodefensas de Mireles y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia y juzgar a gobernadores y funcionarios criminales •

CASA SOSEGADA

Para José Manuel Mireles, al fin libre. A la memoria de Javier Valdez, colega insustituible, y en exigencia de verdadera justicia.

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NTRE EL BÚFALO de la noche, debut como largometrajista del nacido en Venezuela Jorge Hernández Aldana, y su segundo largoficción, titulado Los herederos, pasaron ocho años: la primera tiene registro de 2007 y la segunda de 2015, y una década entera divide sus estrenos comerciales, pues apenas el fin de semana pasado la última trascendió el ámbito de los festivales cinematográficos. Lo anterior no sólo resulta deplorable para la carrera profesional de cualquier cineasta –a razón de una película cada diez años, incluso es difícil hablar de una

carrera como tal–, sino también para la cinematografía en la que se inscriben cinta y hacedor, en el entendido de que la continuidad es condición esencial para el desenvolvimiento pleno y la potencial evolución de una propuesta autoral, y de esta última, sumada a la de sus pares, depende la buena o mala salud –la calidad, pues– de una cinematografía. A lo anterior deben sumarse los efectos nocivos, aquí tantas veces pormenorizados, del desfase que suele haber entre el momento en que un filme nacional se produce y ese otro, postergadísimo, en el que es estrenado fuera de festivales. En función del o de los temas que estén abordándose, un lapso como el transcurrido entre que Los herederos fue concebida –sus primeros apoyos a escritura de guión datan de 2012–, y finalmente exhibida comercialmente, puede generar un desfase sin solución entre lo que postula el discurso fílmico y la realidad. Si aquél fue concebido en respuesta a una situación específica y concreta, lo más probable es que cuando el filme llegue por fin a los ojos del espectador dicha situación se haya modificado, ya sea para bien o para mal y, por lo tanto, la recreación o interpretación cinematográfica termine viéndose prematuramente anacrónica.

Fortuna e inFortunio Para fortuna del filme y, al mismo tiempo, para infortunio de la realidad, el argumento de Los herederos no ha perdido un céntimo de actualidad ni de pertinencia; al contrario. Habrá quien sostenga que la cinta tiene por tema el nihilismo-no-ilustrado del adolescente contemporáneo, cuyo vacío existencial lo ha orillado a conductas claramente antisociales y hasta definitivamente delictivas. Habrá otros que, más bien, vean aquí un reflejo crudo de la disociación social a la que nos han conducido las monstruosas diferencias económicas de clase. Habrá quienes aduzcan que el tema de la cinta es la violencia, así, en términos generales y absolutos, sólo que reflejada en la

Escena de Los herederos

conducta del cuarteto de adolescentes protagonistas. Habrá también los que afirmen que el verdadero tema de fondo no es la violencia con sus múltiples manifestaciones, sino la decadencia y la innegable descomposición de una población cuyos gobernantes no es que en algún momento hayan abandonado la que se supondría su principal responsabilidad –es decir, la salvaguarda de la vida, que por si alguien lo ignora es el primer derecho constitucional–, sino que en realidad jamás se hicieron real cargo de la misma, dejando que dicha sociedad se las arregle como pueda en un entorno que ya sólo cabe calificar como salvaje. Nuevamente para fortuna de la cinta y para infortunio de la realidad, unos y otros tendrán razón, pues Los herederos versa sobre todo eso y más: recórranse en sentido contrario los conceptos arriba descritos y se tendrá completo no el tema, sino mejor dicho el horizonte temático, amplísimo, que se abarca en esta cinta que, para rematar el eficaz análisis al que somete un tiempo –el presente tal como es vivido en la última década por lo menos– y un contexto socioeconómico específico –la clase media alta, clara y voluntariamente escindida del resto de la sociedad, e indiferente a la suerte que corra todo aquel que no pertenezca a su estamento–, propone un fragmento literal de realidad: la carta de naturalización que a estas alturas ya adquirió la barbarie en el corazón mismo de la sociedad, y sobre todo en el pensamiento y la conducta cotidianas de quienes eventualmente tomarán el lugar de los detentadores del poder económico y político de dicha sociedad –de ahí el título del filme–; la compraventa de eso que solamente un ingenuo puede seguir llamando “justicia”; la impunidad no sólo como solución a un potencial conflicto sino como auténtico modo de vida y, al final pero no menos grave, la asimilación de una verticalismo social que anula cualquier idea realizable, ya no se diga deseable, de comunidad •

CINEXCUSAS

La descomposición

La ilegibilidad del mundo


CRÓNICA

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etrás de un toldo deteriorado, medio escondido entre los comercios adyacentes, se encuentra el restaurante Los Compadres, donde cada fin de semana se da cita un público que fluctúa entre los veinte y los sesenta y tantos años de edad y más… todos atraídos por la música en vivo, la comida y las bebidas que se sirven en el lugar. Al paso de los años, la actividad musical que se genera en Los Compadres ha convertido el lugar en un punto de reunión, no sólo de clientes y consumidores, sino de personajes del ambiente musical que llegan en busca de la oportunidad que ofrece este pequeño foro, de renovar sus fueros, establecer algunos contactos que les permitan continuar vigentes, activos y saludar a una serie de amistades que los alejen un poco del olvido. –Todo comenzó como un restaurante en el que se servía birria estilo Jalisco, hace más o menos trece años –dice Alejandro Villanueva, propietario del lugar y bajista de Tercera Llamada, la banda de la casa, que ameniza el lugar cada fin de semana. “Así fue como empezamos; tocando mientras la gente comía y bebía. Más adelante se fueron integrando elementos como Sandino Contreras, que es un muy buen guitarrista, Gustavo, que es un extraordinario tecladista, Germán González, maravilloso trompetista, Fer en el saxofón; a veces viene Papaíto, otro gran saxofonista; acabamos de cambiar al baterista... Todos son buenos músicos, el único malo soy yo, pues no es fácil administrar el restaurante y a la vez ser músico. Ya más adelante empezamos a contratar grupos, con la idea de dar oportunidad a todos por igual, aunque la paga no fuera muy buena. Hemos tenido a los Rockin’ Devils, a los Sleepers, todos ellos con algunos de sus elementos originales. En este momento tengo los viernes a Baby Bátiz, y también a muy buenas bandas, como s . o . s ., Rock Division y otros grupos que han venido a presentarse eventualmente.” La música que se escucha desde la calle causa revuelo entre los clientes y quienes pasan frente al local se detienen bajo el toldo, para ponerse a resguardo de la lluvia o para esperar a que se desocupe alguna de las mesas que, a cierta hora de la tarde, próxima al ocaso, se encuentran casi llenas; autos y motocicletas se estacionan frente al tugurio, a pesar del paso constante de trolebuses y camiones a escasos centímetros de los autos estacionados. El rock emerge a

Los Compadres: la catedral del rock mexicano

21 de mayo de 2017 • Número 1159 • Jornada Semanal

Juan Puga

Baby Bátiz y Los Místicos

considerable volumen; algunos permanecen en sus mesas y desde allí proclaman su entusiasmo por tal o cual rola, otros deciden integrarse a las parejas que bailan en los escasos espacios que quedan libres; varias mujeres jóvenes y mayores se alinean para moverse a ritmo de la música sin que para ello necesiten una pareja. También ellos se entusiasman, se integran al baile general y aprovechan para escoger pareja o “hacer su lucha” con alguna parroquiana. –El secreto está en la combinación de música y comida, pues en muy pocos lugares se logra esto –afirma Villanueva, quien a pesar de ser el que organiza y distribuye las responsabilidades del restaurante, debe cumplir con los compromisos que le exige su banda, y comenta: “Hace poco asistimos a un festival de jazz celebrado en Coyoacán; había grupos muy buenos, pero ¿quién crees que fue el que prendió más a la gente? Pues nada menos que Jorge Negro Orozco –el negro forma parte de Tercera Llamada, aunque sus actuaciones en Los Compadres se limitan a una hora. ”Al abrir nuestro show, tenemos a músicos jóvenes con los que tocamos principalmente estándars, esto para que se suelte Gustavo, mi hijo, porque yo sé que no quiere, no le gusta el rock y por eso tengo que pedirle que le entre a lo que tocamos, pues para él es relativamente fácil, y si no se sabe la rola, saca su tableta y descarga el cifrado o la partitura. El jazz, que él ha estudiado, es un excelente género pero lamentablemente el auditorio es muy escaso, ya ves, hasta los del New Orleans ya están contratando grupos de rock.” Rocanroleros de todas las épocas se dan cita en Los Compadres; algunos aún conservan las bandas que los dieron a conocer: Los Sleepers, Los Jokers, los Hitters, los Rebeldes del Rock, Los Locos, Los Sputniks, Los Ovnis… todos ellos

han compartido el escenario, a veces con sus bandas originales, a veces sustituyendo a alguien, como es el caso de Jorge Rossell, un gran bajista, o Rafa Miranda, quien a menudo sustituye a alguno de los guitarristas. Lo mismo sucede con bateristas como el Cartucho, o Mario, el tractor, otro excelente guitarrista, o Jorge Belmont, creador de “amarrado”, que ahora es comediante… Los planes de Alejandro son seguir tocando y grabar un disco que incluya a varios de los músicos más representativos de Tercera Llamada, pues comenta: “Ya tenemos rolas nuestras en las que debemos trabajar, pero lo malo es que después de tanto ajetreo ya no nos quedan fuerzas para entrar en esa dinámica. Pero está en los planes.” El bar, casi desierto a mediodía, lo ocupan algunos de los empleados y cocineras dedicados a la limpieza y a la preparación de los guisos que ofrece el lugar; Alejandro y un par de amigos conversan en la mesa exclusiva que usualmente comparte con su esposa e invitados. Al despedirme, vuelvo a preguntarme qué es lo que me atrajo de este lugar, al grado de haber actuado en su escenario varios años y aún querer seguir haciéndolo. No sé si son sus asistentes, su elenco, su comida; si son las parroquianas, si es la música compartida con una audiencia tolerante, cariñosa y entusiasta que ha quedado cautiva, tanto dentro del recinto como en la memoria y sentimientos de los que asistimos a Los Compadres. A un servidor, le tiemblan las piernas y lo recorre un escalofrío, al acercarse al escenario y escuchar el bajo, guitarras y tarolazos a todo volumen. A ello se añade la presencia del público flotante, los motociclistas, las parejas jóvenes y familias enteras, para quienes una tarde en Los Compadres significa una diversión fuera de serie y muy completa •

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