■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 24 de abril de 2016 ■ Núm. 1103 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
CERVANTES
La voz inagotabLe de
400
años de actualidad RicaRdo Bada ignacio Padilla antonio RodRíguez Jiménez shadi Rohana antonio Valle
Henning
2
y la
Kurt
Como es sabido en todo el mundo, el pasado viernes 22 de abril se conmemoraron los 400 años de la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra, indiscutiblemente el
Leandro Arellano
autor más importante en lengua española de todos los tiempos y,
EL NOVELISTA Y DRAMATURGO SUECO MURIÓ EN OCTUBRE DE 2015.
en opinión de muchos, junto con Shakespeare, uno de los dos pilares
WALLANDER ES SU ALTER EGO .
sobre los que se sostiene el andamiaje entero de la literatura occidental contemporánea. De esa importancia insoslayable, del vínculo indisoluble entre Cervantes y Don Quijote, su máxima creación, de las traducciones al árabe y las adaptaciones cinematográficas hablan los textos de Bada, Rodríguez Jiménez, Rohana, Padilla y Valle; pero también del hombre que además de novelista fuera poeta, dramaturgo, cobrador de impuestos y soldado, en sus primeros cuatro siglos de eternidad.
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Henning Mankell en Belén. Fuente: commons.wikimedia.org/ CC BY 2.0
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ada uno tiene su gloria. La edición de Le Monde del 14 de octubre de 2015 acogió en páginas interiores la fotografía de Henning Mankell, en blanco y negro y a plana entera. La foto muestra a un Mankell todavía mozuelo, de unos cincuenta años quizás. Ha muerto joven, sesenta y siete años no son demasiados en esta época. El semblante y la expresión del escritor revelan la simpatía que infunde a los lectores en el trato con su principal personaje novelesco. Mankell murió el 5 de octubre de 2015, un año que se llevó a tantos poetas. El escritor cuenta con miles de lectores en el mundo y goza de grandísimo reconocimiento en Francia. Al pie de la foto, Editions du Seuil, su gran editor allí, se anuncia sin nada más que el nombre de la casa editorial. En un país dotado de no escasas virtudes, su principal diario y la firma de su sello editorial rinden así homenaje al autor. En el mundo de habla hispana ha sido Tusquets su principal editora. La obra de Mankell data de hace varios lustros y ha sido traducida a más de cuarenta idiomas. A Mankell lo conocimos después que a Stieg Larsson, a quien habíamos descubierto en 2005, apenas publicada su formidable saga. Milenio fue la obra que popularizó a nivel mundial el Nordic Noire, la original y excitante literatura policial escandinava. En la actualidad abundan las series policiales de televisión de factura nórdica, en cuyo origen se halla la
copiosa literatura libresca. Mankell es precursor y tributario de ese caudal. Todo lo que uno escribe pertenece a una tradición. La trilogía novelística de Larsson revela para muchos que es fruto de una labor añeja, de un campo cultivado por largo tiempo en Escandinavia. Mankell (1948-2015) era apenas seis años mayor que Larsson (1954-2006), y también su ascendiente. Mankell nació en Estocolmo, pero vivió parte de su niñez en los poblados de Sveg y Boras, en la provincia sueca. Acaso influyó en su obra el hecho de que su padre haya sido juez y haber vivido en la parte superior del juzgado. Allí habría sido testigo de conflictos y discordias, de ingratos cuadros humanos. Pero él repetía que su inspiración tenía origen en la tragedia griega. En su juventud se enroló en un barco mercante y luego recaló en París por un tiempo. A los diecinueve años volvió a Suecia para trabajar en el Teatro Nacional. De su extensa obra narrativa, el volumen mayor pertenece al género policial y se divide, grosso modo, en dos notables partes, además de piezas teatrales y algunas novelas infantiles. Por un lado se encuentran las –digamos– novelas autónomas, independientes (como El cerebro de Kennedy, El chino, El hijo del viento, Un ángel impuro, etcétera) y, por el otro, la serie que lo ha hecho popular en todas partes, tanto como a su personaje: la saga del comisario Kurt Wallander.
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Portada: “Éste que veis aquí...” Miguel de Cervantes, retrato atribuido a Juan Jáuregui. Fuente: www.wikiwand/Dominio público
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Mankell E
pasión de
Wallander
La afición por Mankell nace de su excelente literatura. Como “thrillers literarios” calificó The New York Times las novelas de este autor, quien es escritor antes que escritor del género policial. Su prosa es fluida, rica y convincente. Los narradores conocen las dificultades del diálogo literario, un instrumento que Mankell maneja de modo formidable, quizás como consecuencia de sus orígenes teatrales. El crimen evoluciona con las sociedades. En sus novelas Mankell recrea la criminalidad de la que no escapa la civilizada Suecia. Sin miramientos describe sucesos terribles, rudezas y crueldades. Plantea sus tramas con la convicción, no obstante, de que los crímenes nacen de la ignorancia y la flaqueza humanas, a veces de la demencia pura. Kurt Wallander, un hombre más bien apacible, es el comisario de la policía de la ciudad de Ystad. Es también el personaje que preside la epopeya que forman las doce novelas de la serie, escritas por Mankell entre 1991 y 2013. El carácter del comisario es un atractivo no menor a la fortuna que ha tenido la colección. Ya en la primera novela de la serie, Los asesinos sin rostro (1991), Mankell asienta lo que serán la personalidad y las líneas dominantes del universo de Wallander: su familia, la ciudad, el personal que con él labora, pero sobre todo su infatigable obsesión por el trabajo. Clave en las investigaciones del comisario es la búsqueda de la justicia. No obstante que es sustancia torva y despiadada sobre la que desarrolla sus tramas, Mankell cree en un mundo menos injusto. En reconocimiento y admiración de su obra, la bbC realizó algunas series con varios episodios de la saga, con el actor Kenneth Branagh en el papel del comisario Wallander. En series de televisión suecas ha sido el actor Krister Henriksson el más leal intérprete del comisario. Para nosotros es ya inseparable la imagen del actor sueco con la figura del personaje literario. La serie de Wallander se compone de doce novelas. Por momentos dan lugar a confusión los títulos que imponen las traducciones a otras lenguas.
l personaje de Mankell cuenta con fecha precisa de nacimiento: el 8 de enero de 1990. Del físico de Wallander sabemos poco: tiene cuarenta y dos años de edad al iniciar la epopeya, no es precisamente un galán, su cabello es castaño y carga algunos kilos de más. De su vida inmediata sabemos algo más. Ha sido abandonado por su esposa apenas tres meses antes del comienzo de la saga, padece diabetes, mantiene una relación difícil con su padre a la vez que es padre de una hija inquieta, quien al final le sigue los pasos en el oficio. Duerme mal, mantiene malos hábitos alimenticios y trabaja excesivamente. Inusitado en un personaje del género, Wallander no fuma, bebe poco –whisky, la bebida de los hombres solitarios– y no es, ni de lejos, un conquistador con las mujeres. Es, también, aficionado a la ópera, se preocupa por sus subordinados y por su mascota, y teme no ser buen padre. Es un policía a quien le disgusta la rudeza. Mas nada de esto se conoce de golpe, porque el personaje evoluciona a lo largo de la serie y así lo va descubriendo el lector. En la última novela, El hombre inquieto, un Wallander cercano a la vejez revela principios de alzheimer, enfermedad acaso más terrible que la muerte misma. Desde Los asesinos sin rostro, primera novela de la colección, Hankell expone la violencia en forma cruda. El desentrañamiento del brutal asesinato y tortura de una pareja de ancianos es el argumento de la novela, cuyos asesinos resultan ser dos supuestos refugiados checos. En libros posteriores Mankell recrea la historia del Wallander joven, anterior a los orígenes de la saga. En Pirámide, formado por cinco episodios, Mankell expone los primeros pasos del joven e inquieto policía. Contaba entonces con veintitrés años, noviaba con su futura esposa y recibió una cuchillada que casi lo mata. El comisario Wallander no trabaja ni reside en la gran ciudad. Su radio de acción tiene lugar en una pequeña población en la provincia de Escania y alrededores, en la punta meridional de Suecia, frente al Mar Báltico. Esa circunstancia lo proveyó de sobrado material para sus argumentos y opera como veta de la imaginación. La trama de Los perros de Riga desata su acción en la costa sueca del Báltico y continúa en la capital letona, cuando aquel país se afanaba en despojarse del comunismo. Ystad, la ciudad donde reside y lleva a cabo su labor criminalística Wallander, no alcanza los doscientos mil habitantes. La fama que le ha creado a la ciudad la imagen del comisario ha hecho proliferar el turismo, por lo que en la actualidad recibe giras turísticas embarcadas en Estocolmo, Malmo, Gotemburgo, Copenhague y otras ciudades. Se vive en ella un culto al espíritu del personaje. La naturaleza está presente en Escandinavia de modo permanente. Ystad se halla expuesta a las inclemencias de un clima que Mankell va narrando a cada tramo, sin agobiar al lector. No pocos atribuyen a ese factor la melancolía del género policial nórdico. En una etapa de su vida, Mankell residía parte del año en Maputo, la capital de Mozambique, en donde participaba en la vida cultural, dirigiendo teatro. Su éxito editorial le aportaba un considerable volumen de ingresos, que él no escatimaba en apoyar a los necesitados de África y de otras partes. Lo hacía también en seguimiento a ese
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gesto muy escandinavo de solidaridad, del que Mankell estaba orgulloso. Los escandinavos y otras cuantas naciones de la Europa del norte son pueblos igualitarios, lo han sido desde los tiempos de Tácito. Los asuntos de Mankell en la epopeya del comisario Wallander son el maltrato a las mujeres, la migración, la trata de personas, la demencia criminal, la discriminación racial... En el postfacio a Huesos en el jardín, Mankell escribe que en su opinión, los actos racistas son acciones delictivas. En La quinta mujer –publicada en 1996–, hombres brutales y mujeres maltratadas, desaparecidas y asesinadas, marcan la esencia de la novela. Un complot para asesinar a Mandela desarrolla la trama intensa de la La leona blanca y en Cortafuegos el inspector logra desactivar una conspiración digital a nivel mundial. Mankell poseía la virtud de anticiparse o predecir muchos acontecimientos, como el dominio que han alcanzado las nuevas tecnologías sobre nuestras vidas. Mankell no rehuía tratar las razones de orden político, económico y social subyacentes en las investigaciones criminales que lleva a cabo el comisario. Reiteradamente, Wallander reflexiona y se interroga sobre los quebrantos a que se ve sometido el estado de derecho y el acoso que padece la democracia sueca frente a la criminalidad. Quién sabe cuánto tiempo sobreviva la obra de Mankell. No es improbable que su personaje siga creciendo al paso del tiempo ante un mundo cada día más violento. Mankell acostumbraba incluir prefacios o epílogos en sus libros. En uno de ellos advierte que, de haber puesto un subtítulo a la serie de Wallander, la hubiese llamado “la novela de la inquietud sueca”. A lo largo de los distintos episodios, una y otra vez se pregunta Wallander ante la brutalidad de los hechos: ¿qué pasa en este país? Con todo y tratarse de literatura de entretenimiento –es un decir–, Mankell induce a reflexionar sobre las motivaciones oscuras de la especie humana. Durante su lectura por momentos nos detenemos a meditar sobre las causas de tal conducta o hecho, con la misma estupefacción provocada por los hallazgos que va desenterrando Edipo Rey, en las pesquisas de su propio drama. Donde se obra con violencia, la moderación y la honradez son atributos del superior, escribe Tácito, quien se asomó a las regiones del norte europeo y escribió sobre ellas y sus pobladores. Wallander persigue menos el crimen que la justicia, casi con piedad, asombrado de la capacidad de violencia y crueldad humanas. “La seguridad y la justicia no significan únicamente que se castigue a las personas que hayan cometido crímenes”, escribe en Los asesinos sin rostro. Henning Mankell ha sido un escritor convencido de que el destino humano puede ser mejor. Si no el de un mundo sin violencia, sí menos expuesto a la barbarie y a la brutalidad. Y acaso del mismo modo que Don Quijote y Cervantes se nos confunden a ratos, Wallander se nos embrolla a menudo con su creador
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MIGUEL de CERV A CUATROCIENTOS AÑOS DE SU MUERTE, LA REPERCUSIÓN DEL AUTOR DEL QUIJOTE EN IBEROAMÉRICA Y EL MUNDO EN GENERAL CONTINÚA INCÓLUME.
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iempre me ha causado un gran respeto el oficio de los escritores. Es decir, el otro oficio, la ocupación para la supervivencia. Muy pocos han vivido de la escritura, de su creación. Los más afortunados se han buscado la vida con la escritura de artículos en los periódicos, pero la mayoría han sido oficinistas, agentes de seguros, empleados de la administración pública, reporteros, periodistas, abogados, ingenieros, profesores, médicos y hasta comerciantes, militares, camareros y marinos. Y algunos han pasado necesidades y se han tenido que morir para que se reconozcan sus obras o desaparecer para que los dejaran en paz. En España ahora hay una ley propugnada por la derecha que impide ser escritor a los mayores de sesenta y cinco años. Así, como se oye. Si un escritor está jubilado y percibe por derechos de autor premios literarios o por colaboraciones en prensa emolumentos que superen los 9 mil euros anuales, el gobierno los multa e incluso les suspende la paga de jubilación. De nada les sirve haber cotizado a la Seguridad Social durante treinta y cinco o cuarenta años, pues el Estado considera que si crean no tienen derecho a cobrar la pensión de jubilación. Esa España retrógrada y poco progresista es la que pretende enarbolar la modernidad europea. Es decir, está prohibido ser creador o a pocos les importa. El propio Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616), del que ahora hay legiones de expertos sobre su obra, conoció la miseria y el desprecio y tuvo oficios varios para sobrevivir, como el de soldado, recaudador de impuestos, secretario y otras labores que intentaba compaginar con su pasión por la poesía, la novela y la dramaturgia. Este español, ahora querido en el mundo entero y considerado como el escritor más grande, más universal de la lengua española, reverenciado como una figura planetaria, junto a Shakespeare en inglés, conoció la miseria del corazón humano. Estuvo cautivo y abandonado en tierras de Argel hasta que unos frailes lo rescataron tras pasar encerrado cinco años, y sufrió los desastres de la guerra en su brazo, lo que le valió el sobrenombre de manco de Lepanto. Me gusta Cervantes no sólo por haber escrito El Qui jote, La Galatea o las Novelas ejemplares, sino porque era diferente a los demás y ahí radica su éxito en generaciones posteriores a la suya: en su capacidad de ser contrario al resto de los escritores. Cervantes fue consciente de su diferencia, lo que le dio independencia e indiferencia en su época. Lo que destaca en él precisamente es su gran inventiva, su capacidad de introducirse en sus personajes y darles vida real. De alguna forma esta es la clave de la trascendencia de Cervantes, de que cuatrocientos años después de su muerte sea uno de los autores más vivos de la historia de la literatura. Pero la tristeza y grandiosidad del asunto es que no recibió reconocimientos en vida, pues sus cerca de setenta años de existencia transcurrieron entre la tristeza, la miseria y la injusticia. Hasta fue excomulgado dos veces por intentar cobrarle impuestos a la Iglesia católica de la época. Ahora pasa igual, pues esta institución no paga impuestos en España ni en México en pleno siglo xxi. Casi nada ha cambiado
Antonio Rodríguez Jiménez
a pesar de que hayan cambiado muchas cosas en estos cuatro siglos. Por eso hay una Iglesia que imita a Cristo, ayuda a los pobres, y otra gorda, rica, glotona que posee alforjas repletas de oro y mira con desprecio a los que sufren la miseria social. Cervantes supo un poco de eso y se refugió en la creación de don Alonso Quijano en su mundo ideal, abundante, platónico, amatorio, que prefirió adherirse a un plano imaginativo y rico antes que a uno real y lleno de miseria. Y a pesar de todo, debemos gratitud a su mala suerte, a la de Cervantes, porque gracias a ella creó a Don Quijote y elaboró magistralmente la figura de Sancho Panza. Se ha escrito tanto sobre estos personajes que intentar hablar de ellos de manera erudita es provocar la sonrisa irónica de tanto cervantista real y de ocasión. Lo que más me fascina de esta creación magistral es que algunos –sólo algunos– de los que hablan de la gran obra maestra ni siquiera la han leído. Eso es grandioso, sublime y, si existiera la otra vida, Miguel de Cervantes estaría riéndose incesantemente al escuchar tanta majadería, tanto desasosiego, tanta miseria literaria. Pero eso sí, gracias a los cervantistas Cervantes es más Cervantes. Recuerdo que cuando me nombraron director del Instituto Cervantes de Fez me puse al día repasando toda su obra y varias de sus biografías, y cuando pasaba el tiempo me sorprendía de que nadie me preguntara nada. Luego descubrí, ya en las últimas reuniones de directores, que los directivos que acababan de entrar poco antes de que otros y yo mismo saliéramos no habían leído ni una línea del tal señor llamado Miguel de Cervantes Saavedra, que por cierto pasó parte de su infancia en Córdoba, pero eso sí, eran personas muy relacionadas con lo que se denomina la derechona española y con los poderes fácticos de la Santa Madre Iglesia. Alcalá de Henares, en su acordado nacimiento allá por el 29 de septiembre de 1547, luego Córdoba, Sevilla, Salamanca, Madrid, Roma, Túnez, Corfú, Argel, Denia, Esquivias, Valladolid y muchas otras ciudades reales que vivió o hizo mencionar a sus personajes, forman parte del mundo urbano universal de este creador de la primera novela moderna de quien ayer, 23 de abril, se conmemoró el cuatrocientos aniversario de su muerte y que ratifica los cuatro siglos de inmortalidad y permanencia de su obra, un reconocimiento que no recibió en vida. Si ahora levantara la cabeza apenas se reconocería. “¿Quién es este del que se habla tanto?” “Eres tú, Miguel de Cervantes, en olor de multitudes.”
este españoL, ahora querido en eL mundo entero y considerado como eL escritor más grande , más universaL de La Lengua españoLa , reverenciado como una figura pLanetaria , junto a s hakespeare en ingLés , conoció La miseria deL corazón humano .
Miguel de Cervantes Saavedra, en un grabado de 1800
EL PRÍNCIPE DE LOS INGENIOS
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l Príncipe de los Ingenios conoció la necesidad desde pequeño, pues cuando apenas tenía dos años su padre fue a parar a la cárcel por deudas y sus bienes le fueron embargados. De ahí en adelante le acompañó la pobreza. Cervantes llegó a Córdoba en 1553, con seis años. Cuentan los estudiosos sobre su vida y obra que aquí aprendió a leer y a escribir, así como a apreciar el teatro. Vivió en la plaza del Potro. Y él mismo, aun habiendo nacido en Alcalá de Henares, en un pleito celebrado en Sevilla en 1593 declaró ser natural de Córdoba, para afirmar sus raíces cordobesas. También se ha subrayado que mucha parentela de Cervantes era de Córdoba. Los cervantistas han coincidido en afirmar que la relación de Cervantes con Córdoba es menor de lo que a muchos les gustaría. Se sabe, por ejemplo que sus abuelos paternos eran cordobeses, que Cervantes estuvo encarcelado durante unos meses en Castro del Río y que pasó por Montilla recaudando impuestos, pero poco más. La famosa Posada del Potro aparece en Don Quijote, pero no se ha podido probar que Miguel de Cervantes estuviera hospedado en dicha posada. Durante más de dos siglos compitieron por el lugar de nacimiento de Cervantes: Madrid, Toledo, Sevilla, Esquivias, Lucena, Consuegra, Alcázar de San Juan y Alcalá de Henares. Para aclarar el complicado laberinto de estas aspiraciones dedicó Jerónimo Morán, uno de sus más notables biógrafos, el segundo capítulo de la Vida de Cervantes que acompaña la edición del Quijote que se publicó en 1863. La candidatura de Madrid vino avalada por Lope de Vega en su Laurel de Apolo. Por su parte, Andrés de Claramonte y Corroy señaló Toledo en su Leta nía moral de 1613. Tomás Tamayo de Vargas dijo que era
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de la pobreza a la inmortalidad
Retrato atribuido a Juan Jáuregui
Esquivias, por ser de allí doña Catalina Palacios Salazar, esposa del escritor. Eran por aquel entonces las tres candidatas de mayor crédito. La de Sevilla se basa en una interpretación errónea del prólogo que Cervantes escribió para sus Comedias. Tampoco arraigó la candidatura de Consuegra, basada en la investigación de un supuesto incidente que llevó a la cárcel a Cervantes, cuando fue a cobrar a Argamasilla una deuda que tenían los vecinos con la priora de San Juan. No apareció ningún documento sobre tal suceso. Gregorio Mayans y Císcar pensaba en 1738 que la ciudad natal de Cervantes era Madrid, pero cambió de idea cuando en 1748 apareció una lista donde se enumeraban cerca de doscientos cautivos rescatados de Argel el año anterior. Allí aparece un Miguel de Cervantes, de treinta años, natural de Alcalá de Henares. Alcázar de San Juan fue candidata debido a la aparición de un documento correspondiente a un niño de nombre Miguel, nacido el 9 de noviembre de 1558, hijo de Blas Cervantes Saavedra y de Catalina López, en cuyo margen se había anotado tiempo después: “Ese fue el autor de la historia de Don Quijote.” Pero la más fiable fue la de Alcalá, pues Cervantes habría tenido sólo trece años en la batalla de Lepanto.
DON QUIJOTE CABALGA EN IBEROAMÉRICA
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a vinculación de Cervantes a Iberoamérica ha sido defendida por sus estudiosos, que constantemente lo han relacionado. Está presente, por ejemplo, en las grandes obras del Boom hispanoamericano, como puede observarse en las obras de Alejo Carpentier Los pasos perdidos y en Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.
Cervantes en un libro alemán de literatura del siglo XIX
La relación con México se detecta en El rufián dicho so, donde se habla de “la muy leal y muy noble Ciudad de México”, donde Cervantes relata los avatares de Fray Cristóbal de la Cruz a partir de las crónicas del lugar. El relato del cautivo que, rescatado de las mazmorras, guía por tierras cristianas a Zoraida que huye de su hogar y de su patria movida por la devoción a la Virgen, se plasma tanto en Los baños de Argel como en El Qui jote. Las mediaciones de don Alonso Quijano habrían logrado poner fin a las disputas de dos parejas que se habían visto envueltas en un sainete de devaneos amorosos, típico de la denominada “comedia de enredos” del Siglo de Oro. Conversaban entonces con grupos de comensales que se habían dado cita en una venta y se encontraban festejando el término de sus conflictos, cuando llegó la mora Zoraida acompañada del cautivo de Argel, que descubriría a su hermano entre los concurrentes, habiendo llegado de improviso en busca de albergue en su tránsito hacia su lugar de destino que era Ciudad de México, en donde tenía la encomienda de desempeñarse como Oidor de la Real Audiencia de su majestad el rey. La influencia de Cervantes en Iberoamérica posee diferentes ángulos, como el que ofrece Rubén Darío en una versión decadente del mito en su cuento DQ, ambientado en los últimos días del imperio colonial español, así como en las Letanías a Nuestro Señor Don Quijote, incluidas en sus Cantos de vida y esperanza, publicado en 1905, como observa muy acertadamente el cervantista, poeta y lexicólogo sevillano Francisco Rodríguez Marín. También el costarricense Carlos Gagini escribió un relato denominado Don Quijote se va, y el cubano Enrique José Varona, una conferencia
titulada Cervantes. El escritor argentino Evaristo Carriego escribió un extenso poema titulado Por el alma de Don Quijote, que participa en la extendida santificación del personaje quijotesco. También los argentinos Alberto Gerchunoff (1884-1950) y Manuel Mújica Láinez (1910-1984) son habituales cultivadores de lo que se ha denominado glosa cervantina, y se observa también el influjo cervantino en el Martín Fierro, de José Hernández y en otra obra maestra de la literatura gauchesca, Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes. El historiador colombiano Ignacio Rodríguez Guerrero publicó su libro Los tipos delincuentes del Qui jote, una investigación que presenta los diversos tipos de delincuentes y terroristas perseguidos por las leyes de su tiempo. También es destacable el influjo cervantino en la gran novela histórica de Enrique Larreta La gloria de Don Ramiro, y Jorge Luis Borges posee una relación tan compleja con la ficción como la de Cervantes, pues no en vano leyó la obra desde niño y la glosó en ensayos y poemas, y también se inspiró en ella para elaborar el cuento “Pierre Menard, autor del Quijote”, incluido en su antología Ficciones. Los especialistas sostienen que desde el siglo xix todos los escritores en lengua española poseen huellas de esta obra, desde Galdós hasta el mismísimo Borges. Aseguran que Don Quijote es una obra maestra porque es capaz de transformarse a lo largo de los siglos, desde libro de burlas a novela moderna, pasando por tratado filosófico. Estamos ante una verdadera obra literaria que lleva indiscutiblemente el marchamo de obra maestra. Cervantes ignoró que el Quijote se convertiría en lo que es hoy y que él mismo crecería en su dimensión actual
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EL QUIJOTE y CERV por la cuerda del tiempo
Antonio Valle
“‘EXISTEN POCOS SANCHOS PANZAS’. LA SOLEDAD ES EL COMBUSTIBLE DE LA LOCURA”. agrega: “hay en la obra una fuerza especial que consigue hacerse olvidar como tal, pero que deja su simiente… [porque] un clásico nunca termina de decir lo que tiene que decir.” Ahora mismo tengo la impresión de que algo del Quijote se me escapa pero que algún día vendrá a transformarme. Dejemos esta visión supersticiosa del andante y vayamos a dos o tres ejemplos con los que –a través del tiempo– Cervantes ha sido recordado para crear múltiples Quijotes. Comencemos con este poema de Rubén Darío que viene como anillo al dedo para estas onomásticas: Letanía de nuestro Señor don Quijote ¡Tú, para quien pocas fueron las victorias antiguas y para quien clásicas glorias serían apenas de ley y razón, soportas elogios, memorias, discursos, resistes certámenes, tarjetas, concursos, y, teniendo a Orfeo, tienes a orfeón!
La mano izquierda navega dentro de un tintero. Francisco Hernández
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I ace unos meses, mientras cavilaba en una pintura contemporánea de la Virgen de Guadalupe, suspendí por un momento el hilo de mi devoción por don Miguel León Portilla y su encomio de la lengua náhuatl, para decir: “Celebramos la exposición Espejos que presenta Sergio Cruz en el Casino Español, y aunque el tema es claramente mesoamericano, nos servimos, para entendernos, de la “lengua de Cervantes”. De pronto pensé que, más allá de la cortesía para nuestro anfitrión, aquella expresión de la jerga cervantina, erosionada por el tiempo, resumía un espacio disperso por múltiples historias del hastío; pero también por el llamado de la creación, es decir, de la poesía. Estaba seguro de que hay quienes, al hablar en “la lengua de Cervantes”, vislumbran algo oscuro y distante, algo que proviene, ineludiblemente, del hombre de la zurda herida en la batalla de Lepanto. II Volví a leer a Mario Vargas Llosa que, en su prólogo a la edición popular del Quijote de la Real Academia Española, dice: “Antes que nada Don Quijote de la Mancha… es una imagen.” Brotaron en mi mente decenas –si no es que cientos– de figuras del hidalgo en las ventas españolas, empolvadas en las “ventas de garaje” o brillando en plata y oro en lujosas residencias. Cuatro siglos después el antihéroe parecía observar su propia imagen, tenuemente erosionada, en un espejo paradójico, porque al parecer este libro clásico, de principio a fin, se lee muy poco. Es un libro cuyas lecturas y estudios pertenecen más a la academia, aunque existen escritores célebres –como el borgeano Pierre Menard– o no tanto, que se han convertido, muchas veces sin saberlo, en “autores” o “avatares” del ingenioso hidalgo. De cual-
quier forma, gracias a la “lengua de Cervantes” tenemos una imagen del caballero prodigioso para cada uno de nosotros; no en balde el icono sólo es comparable con el símbolo de la cruz y el de la media luna. III La primera vez que escuché una historia de ese hombre trashumando por los llanos secos de La Mancha, fue en la voz de mi maestro de español. Aquel preceptor fantástico de la escuela secundaria, gordo y morocho, debió ver algo en mi expresión porque al final de su lectura me preguntó: ¿Te ha gustado la aventura del Quijote? Sólo pude contestar que después de aquello estaba seguro de que yo no sabía hablar el español. La respuesta tenía que ver más con la maravilla que me provocaba el relato, que con las rarezas gramaticales propias de un español del siglo xVi . Así iba despertando mi memoria detrás la expresión: “la lengua de Cervantes”. IV En su Historia verdadera de la conquista de la Nueva Es paña, Bernal Díaz del Castillo citó al Amadís de Gaula. Todavía se dejaban sentir los últimos embates de la literatura de caballería, de esos relatos que no sólo servían para expresar la sensación de “lo maravilloso” que al historiador le provocaban las “imposibles” realidades del Anáhuac, sino que enunciaban (y enmascaraban) al espíritu que alentó a los conquistadores capitaneados por Cortés. Esa idealización –o fábula– no serviría de gran cosa, ya que gran parte del maravilloso mundo descrito por Díaz del Castillo sucumbía avasallado. Paradójicamente, lo mismo sucedía en España con Tirant lo Blanc, el propio Amadís de Gaula y las otras gestas de caballería ante la inteligencia de Cervantes. V En su tratado de ensayos, Por qué leer los clásicos, Italo Calvino dice que de un libro que se leyó en la juventud es muy probable que “poco o nada se recuerde”, pero
Por supuesto yo también me he unido al fervor, a ese encadenamiento que me sujeta al orfeón, al coro que divaga, per saecula saeculorum, tratando de aprehender al hidalgo inmortal. Supongo que como otros ciudadanos, le he pedido que interceda por nosotros, especialmente en estos tiempos tan aciagos para la República: Ruega por nosotros, hambrientos de vida con el alma a tientas, con la fe perdida, llenos de congojas y faltos de sol…
En los albores del siglo xx , el fundador del modernismo debió presagiar el momento al que hemos arribado en este año falto de gracia en el que recordamos al caballero andante. Desde luego existen excelsas miradas del hidalgo en trance. Por ejemplo, las visiones clásicas que tuvieron aquellos lectores españoles del siglo xVi , es decir, las miradas del Quijote como un loco extravagante que hacía las delicias de un público lector en plena ebullición política. Eran lectores que veían cómo se difuminaba, entre las tinieblas de la contrarreforma y para siempre, aquella prometedora realidad, como los libros de caballería, si es que alguna vez pudo existir algo semejante. VI Pasemos ahora a la visión que tuvieron los románticos alemanes de nuestro idealista occidental, cuando poetas deslumbrantes lo vieron como emblema del guerrero trágico combatiendo una realidad vulgar. Era el iluminado lidiando contra el mal, incluida su propia melancolía abismal. Luego está la visión de Dostoievsky, quien lo veía como avatar de Jesucristo, visión mística que coincide plenamente con la cáustica letanía de Darío. Es interesante citar a la Academia Española de la Lengua explicando que, dos siglos antes de que Cervantes pensara en usar la palabra quijote –del catalán cuixot, y este vocablo del latin, coxa, que significa cadera–, servía para designar una pieza del arnés que empleaban los caballeros andantes. Pero será con Cervantes cuando se acuñe el vocablo “quijotesco” que designa cierta forma de cabalgar o caminar de los hom-
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bres caóticos y/o ridículos. Los mexicanos no sufrimos por escasez de imágenes de esta naturaleza. Tenemos por ejemplo a Cantinflas en el horrendo filme Don Quijote cabalga de nuevo y, algo más atemperada –por la voz– la aparición de Claudio Brook en la obra teatral El hombre de la Mancha, estrenada durante el año aciago del ’68 –ironía suprema del tema The Impossible Dream, compuesto por Mitch Leigh, cuya versión al español se escuchaba en la voz del entonces promotor de los vehículos Chrysler. VI I Comentábamos que para Vargas Llosa, igual que para mí –y como para medio mundo– don Quijote es, antes que nada, una imagen.
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ontamos con el grabado clásico que sirvió como portada del Quijote en la versión que ilustró Doré en 1863, (imagen de la derecha) . En esta finísima y turbulenta estampa se aprecia la filigrana de los siguientes elementos: en primer término se encuentra el hidalgo con la diestra en alto empuñando una espada, símbolo de bravura y de justicia. Al lado el libro abierto, emblema del saber, sin embargo sostenido en la siniestra, presumiblemente herida; se trata de la mano zurda que alude al inconsciente. Enseguida los fantasmales caballeros tomando por asalto al lector, es un cierto tipo superior de humanidad por lo demás inexistente. Los caballos, asociados a las tinieblas, son fletes de la muerte y de la vida. Abajo, a los pies del lector en trance, yace la cabeza del gigante, es decir, de la trivialidad magnificada y de los trucos. Arriba flotan dos mascaritas aladas: son el teatro y su vasto repertorio de tipos y personajes humanos, o inhumanos; por ejemplo, el de dudosas majestades. Luego tenemos a las damas, representantes del decoro y la buena ventura, aquí voluptuosas y asediadas por los malos. Los escudos, que más que a una protección elemental, recuerdan a la Medusa, que convierte en piedra a quien la mira, que, enfrentada a su propia imagen, es decir, frente a un espejo, es vencida; el espejo: artefacto que revela la verdad y la pureza. Entre tanto revolcadero esplende la locura de quien ha sido iniciado en la ficción y en la poesía, en la locura de aquel que desafía las leyes, del que canta amores y delira. Por último, hasta atrás, las sombras, territorio de cosas irreales, fugitivas. A propósito de la mano impedida es muy posible, como apunta cierta hermenéutica avanzada, que Cervantes haya permanecido en “estado de sueño o muerte” desde el día en que le incrustaron una saeta en la mano izquierda. El caballero delirante de Doré, libro en mano, sería el poderoso símbolo que así restituye tan pavorosa pérdida. El manco, además de “curar su locura” con poesía, se hace garante de la palabra, del honor y la escritura. VI I I La veneración por nuestro hidalgo llega a un punto de “la más alta vigilia” en el relato “Pierre Menard, autor del Quijote”, de Jorge Luis Borges, cervantista inigualable a quien, gracias a los poderes de la literatura, debemos lo siguiente: “El Quijote –me dijo Menard– fue ante todo un libro agradable; ahora es una ocasión de brindis patriótico, de soberbia gramatical, de obscenas ediciones de lujo. La gloria es una incomprensión y quizá la peor.”
Don Quijote leyendo, grabado de Doré
Nueva coincidencia, que en realidad era una postrera cita con la gloria, con la punzante letanía de Darío. Así llegamos al famoso poema “Sueña Alonso Quijano” donde, entre versos de gran inteligencia, encontramos los siguientes: El hombre se despierta de un incierto […] Y se pregunta si está herido o muerto […] El hidalgo fue un sueño de Cervantes y don Quijote un sueño del hidalgo. El doble sueño los confunde y algo está pasando que pasó mucho antes. Quijano duerme y sueña. Una batalla: los mares de Lepanto y la metralla.
IX Recorriendo el laberinto cervantino y tropezando con las señales dejadas por Borges, llego a la escena donde converso con el psicoanalista Alberto Montoya. Estamos finalizando la edición de Acompañar la locura. En las encrucijadas de un Sancho Panza, personaje este último que, en este libro de historias experimentadas y reunidas por Montoya, representa al “segundo en el combate”. Sancho Panza es como el terapeuta trabajando con un grupo de pacientes abriendo una reflexión crítica sobre el tema de la locura y el canon psicoanalítico. El libro se integra por una serie de relatos, poemas y pinturas signados por el tema común de la violencia. Son trabajos realizados en comunidad, como dice Cristina Rivera Garza, donde lo importante es “construir con otros”. El libro incluye una conferencia de Françoise Davoine, autora de Don Quijote para curar la melancolía (Fondo de Cultura Económica). La psicoanalista francesa ha dicho que su tratado “está compuesto por escenas de psicoanálisis a través de las conversaciones que es-
tablecen el Quijote y Sancho Panza cuando están heridos y a punto de caer en coma”. “Cervantes –añade Davoine– participó en la batalla de Lepanto donde recibió dos disparos de arcabuz en el pecho y un tercero que le hizo perder el uso de la mano izquierda...” Otra coincidencia –que era ya otra cita– con el simbolismo del manco (que sueña y muere) y con el poema de Borges donde Alonso Quijano, antes de morir, sueña “una batalla:/ los mares de Lepanto y la metralla.” Coda neCesaria Sumada al “orfeón” donde habita un Cervantes para las necesidades de cada uno, cabe esta noticia que ha publicado La Jornada: “Aumentan gastos militares en el mundo. En México hubo alza del 3.6% por el disparo en los índices de violencia.” En ese contexto transcribo el testimonio de Fernando Fernández, poeta, paciente e impaciente que participa en el citado libro Acompañar la locura, de Alberto Montoya: “Existen pocos Sanchos Panzas. La soledad es el combustible de la locura. Antes iba solo contra el mundo; vaya tonto que he sido.” Agrego estas dos definiciones: Delirio: tentativa de curación. Permite que lo abolido adentro le vuelva al sujeto desde afuera. Melancolía: afectación profunda del deseo. Revela las estrechas relaciones que existen entre el yo y el objeto, entre el amor y la muerte. Recordando el taller La poesía locura, que Francisco Hernández impartió hace ya algunos años, la rúbrica es su breve poema “Hecho de memoria”, cuya asombrosa precisión –producto de “la más alta vigilia”, como piensa Borges de la poética de Cervantes–, da título y medida a esta vaina: El poeta no duerme: viaja por la cuerda del tiempo. El poeta está hecho de memoria: por eso lo deshace el olvido. El poeta no descansa: el tiempo lo desgasta para probar que existe
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CERVANTES y DON entre monstruos, héroes y fantasmas EL HIDALGO CARTESIANO “QUE SE PIENSA Y SE SIENTE, EXISTE”. UN JUEGO DE LOCOS ENTRE EL AUTOR Y EL PERSONAJE.
LA FE DE CERVANTES
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on Quijote, se ha dicho, no era malo pero estaba malo. El sugerente retruécano sólo es posible en nuestra lengua, como lo es también preguntarnos si el hidalgo manchego está loco o se hace el loco. Afirmación y pregunta resumen a mi entender los mayores dilemas irresueltos de la gran novela cervantina pues atañen a las muy difusas líneas que separan lo moral de lo clínico y la responsabilidad de la enfermedad. Aun cuando en ocasiones don Quijote ejecuta actos social o moralmente condenables, sus lectores propendemos a disculparlo con la atenuante de su locura. Y aunque a veces sospechemos que el hidalgo está consciente de sus infracciones a las leyes tanto de su antes como de su ahora, lo redimimos con los mismos argumentos que Foucault vampirizó a Beccaria: el loco no puede ser juzgado como si fuese un criminal ordinario por cuanto no es responsable de sus actos. Afortunado en su tiempo, el argumento ha devenido problemático en el nuestro: la persistente mutabilidad del concepto mismo de locura se traduce aquí y allá en
Ignacio Padilla
un persistente cañoneo contra principios cada vez menos claros y menos sólidos. En esta era, donde el terror fanático mantiene un matrimonio insano y cruento con la ética indolora, se vale todo porque nada vale en un mundo que ha acudido a la retórica de la locura para librarse al fin de la maldita culpa del judeocristianismo. Con el elusivo argumento de la locura –a la que estamos expuestos todos si la buscamos por la ruta adecuada– se hizo posible y se ha hecho habitual evadir la responsabilidad en una hipérbole del vitalismo picaresco: en una sociedad malvada, el loco que la transgreda será bueno y puede que hasta cuerdo. Por esta frontera estrecha y lábil han transitado algunos de los más lúcidos lectores del Quijote y más de un biógrafo de Cervantes. Muchos de ellos aventuraron respuestas categóricas y derrumbaron por eso en el callejón sin salida de la imposibilidad diagnóstica de la locura del hidalgo manchego lo mismo que de la melancolía barroca de Cervantes. Quienes mejor lo entendieron supieron dejar abiertas las preguntas insolubles que conlleva el dilema de responsabilidad e insania. Mientras Rosales proponía un esperanzador debate sobre
Concept art de Terry Gilliam para su película sobre Don Quijote
Ilustración de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, edición adornada con más de 350 acuarelas de Salvador Tusell, sacadas de las célebres composiciones de Gustave Doré. Barcelona, Luis Tasso, 1894
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N QUIJOTE
Don Quijote de la Mancha / Dudutki / Belarus / 2010
Dibujo de S.Casas
una justicia cierta que premiase el comportamiento heroico de sus mocedades se ha desmoronado gradualmente. Él mismo imitador frustrado de modelos melancólicos, él mismo marginado e incapaz de reconocer abiertamente su propia derrota para adaptarse a regañadientes al mundo que le tocó en desgracia vivir, inepto para rebelarse contra él, Cervantes se instala en la imitación de la melancolía para construir un personaje que actúa la melancolía. Su alcoholismo, su ludopatía, su misantropía, su ineptitud para el trato amable y la diplomacia, su bifrontismo religioso, su rencor, su estoica preferencia por los perros, en fin, sus trastornos obsesivos compulsivos, sus reincidencias en prisión, todo es mal y de malas remediado en la
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é L mismo marginado e
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la relación intermitente del hidalgo con la libertad, Unamuno terminó por cargar a Cervantes con la esclavización de su criatura. Mientras Julián Marías ponía sobre la mesa las preguntas necesarias sobre la posibilidad de que don Quijote fuese un simulador intermitente de su insania, Torrente Ballester declararía categóricamente que don Quijote sólo juega a estar loco. De cualquier modo, unos y otros asumieron que no es posible leer el Quijote ni comprender a su autor si no es desmontándole la psique. Una historia tan violenta como es la de don Quijote y una tan llena de fracasos y desilusiones como la de Cervantes obligan a reflexionar sobre ella desde los tormentos de la interioridad, no sólo los del hidalgo, su escudero o los demás habitantes de la ficción cervantina, sino los de su autor y la sociedad en la que nace. Neurótico uno y psicótico otro, ambos marcados por la cultura de la melancolía e imbricados en la marginalidad foucaultiana, tanto Miguel de Cervantes como don Quijote –por no hablar de otros personajes a los que la psicología consideraría sensiblemente deprimidos y paranoicos, seres con delirios persecutorios y cuadros autodestructivos en los que se deposita las responsabilidad del daño infligido o del arte creado o de la historia creada en enemigos, plagiarios, agresores, encantadores y perseguidores externos que en realidad sólo vienen de dentro. ¿Qué busca don Quijote para completarse o quién persigue con tal saña en su melancolía imitatoria que lo mueve a salir al mundo a defenderse y defenderlo? ¿Quiénes persiguieron a Cervantes en el corazón vacío del abismo barroco? Los encantadores y sus aliados los demonios acosan al hidalgo pero al mismo tiempo le sirven de excusa para instalar en otros o lo otro su propia destrucción, su constante y bien procurado fracaso por agredir a una realidad que de antemano iba a vencerlo. Cervantes tiene que haber sufrido un proceso similar: su confianza en las instituciones y su esperanza de
incapaz de reconocer
creación del monstruo don Quijote, que es idéntico y distinto de él. Su obra a fin de cuentas son sus demonios, y en ese sentido él es su criatura y al mismo tiempo es sus encantadores, es sus duques, sus clérigos, la sociedad que condena y maltrata a don Quijote y a Sancho, un mundo condenado en el Quijote y redimido más tarde en el Persiles. Encantadores, judíos, moros, mutaciones en la institución, demonios de la monomanía depresiva o melancólica. Vuelvo a preguntar entonces: ¿Quién persigue a don Quijote y quién a Cervantes? ¿Quién es el monstruo y quién es el héroe del cuento cervantino? ¿Hasta qué punto nosotros mismos somos el melancólico héroe y el deprimente monstruo del milagro quijotesco? Ya sabemos que los monstruos en cualquier sentido se llamarán siempre Legión, porque son muchos, diferentes y ellos mismos sus pulsiones, sus deseos, sus dudas y su libertad para aceptarlas o huir de ellas.
abiertamente su propia
derrota para adaptarse a
LOS FANTASMAS SOLITARIOS DEL QUIJOTE
regañadientes aL mundo que Le tocó en desgracia vivir ...
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n la obra más conocida de Cervantes predominan los fantasmas plurales, lo cual nos obliga al estudio de visiones fantasmales colectivas. Dejo sin embargo tal estudio para otro espacio, pues hay en el Quijote otro tipo de fantasmas que, aunque menos numerosos, también vale la pena tratar. Me refiero a espectros individuales o poco numerosos descritos indistintamente en la novela como almas en pena, fantasmas o demonios que lo mismo pueden pulular entre batanes, sendas manchegas, cimas, ventas encantadas y cementerios tobosinos. Señalo en primer lugar que hay un prurito de soledad en la insania o en el apasionamiento que hace que sigue
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en el Quijote la realidad se vuelva fantasmal y amenazante. En su carrera hacia la muerte y la derrota, don Quijote se va desencarnando, es decir: se convierte paulatinamente en un fantasma que ve fantasmas, y es de pronto él mismo quien provoca espanto y es espantado a un tiempo. Así, en el capítulo xxi de la primera parte, el barbero ve venir a don Quijote como quien ve un fantasma y huye horrorizado dejando atrás la bacía que su atacante cree que es el Yelmo de Mambrino. Semanas antes, en la aventura del cuerpo muerto, don Quijote ha luchado con lo que piensa que son demonios, pero queda reducido él mismo a una visión tan maltrecha y tan irrealmente melancólica en la noche, que su propio escudero lo ha bautizado con el nombre Caballero de la Triste Figura, epíteto que bien podría ser el de un fantasma shakespierano. A medida que don Quijote se va disolviendo en una realidad a la que no admite porque no va acorde con su gesta imaginativa, la sombra de la duda comienza a corroerlo y su impotencia ante lo fugitivo se vuelve cada vez más poderosa. En el capítulo xxix , dice Sancho Panza, aludiendo a Malambruno, quien supuestamente los aguarda en Trapisonda: “…y más si mi amo es tan venturoso que desfaga ese agravio y enderece ese tuerto, matando a ese hideputa dese gigante que vuestra merced dice, que sí matará si él le encuentra, si ya no fuese fantasma; que contra los fantasmas no tie ne mi señor poder alguno.” La intuición sanchopancesca no podía ser menos profética. Bien entiende el escudero que el fantasma es un ser dominante e imbatible en el orbe de lo fronterizo, y que contra él puede poco quien no tiene miedo ni mucho menos respeto a la realidad. Si el gigante es de carne y hueso, seguramente será vencido, mas no lo será si se desplaza en el ámbito de la ilusión, donde don Quijote tiene cada vez menos imperio. Esta última impotencia ante la propia fantasía queda clara en la pasividad testimonial del hidalgo dentro de la Cueva de Montesinos. En la gruta don Quijote ve y escucha, apenas participa. De pronto se tienta “la cabeza y los pechos, por certificarme si era yo mismo el que allí estaba, o alguna fantasma vana y contrahecha; pero el tacto, el sentimiento, los discursos concertados que entre mí hacía, me certificaron que yo era allí entonces el que soy aquí ahora”. El hidalgo en este momento es desesperadamente cartesiano: puesto que se piensa y se siente, existe. Sin embargo, la amenaza de la inexistencia está presente cada instante en el ánimo del caballero, que debe pagar su culpa por haber optado libremente por aquello que los fantasmas nunca eligieron: su instalación en lo fronterizo, dominio por antonomasia del loco, el soñador, el agonizante y el solitario. II
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uizá el epítome del fantasma individual en el Quijote sea la dueña Rodríguez. Ambigua en su sexualidad, su lucidez y su virtud; la triste segunda dueña es el fantasma ensabanado más notable en la galopante soledad de la locura quijotesca. Separado de Sancho, melancólico, atenazado por el deseo que en él va insuflando la malvada Altisido-
ra, el hidalgo en el palacio de los Duques está más vulnerable y más insulado que nunca. En esta clara indefensión es visitado nada menos que por doña Rodríguez, tan macabra como sandia. Abre el hidalgo la puerta pensando que quien toca a su puerta es Altisidora –es decir, el deseo que más de una vez lo ha atribulado y castigado–, pero ve en cambio la encarnación misma de su propia decadencia. La dueña que lo visita a deshoras es la caricatura de su propia sexualidad. En ella don Quijote reconoce su reflejo porque él mismo es ya un ser fantasmal y grotesco cuando acude a abrir la puerta “envuelto de arriba abajo en una colcha de raso amarillo, una galocha en la cabeza, y el rostro y los bigotes vendados: el rostro, por los aruños; los bigotes, porque no se le desmayasen y cayesen; en el cual el traje parecía la más extraordinaria fantasma que se pudiera pensar.” De
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esta manera, convertido él mismo en fantasma que ve fantasmas, don Quijote accede a celebrar con patetismo una noche de bodas espectral entre un remedo de caballero y un remedo de doncella. No cae lejos este encuentro disparejo de la noche en que Maritornes fue para el ingenioso hidalgo la doble grotesca de la hija de Juan Palomeque en la venta del Moro Encantado. Como en la venta, un fantasmoso y lastimoso don Quijote espera al objeto de su deseo y abre la puerta anhelando “ver entrar por ella a la rendida y lastimada Altisidora.” A trueco, empero, es nuevamente castigado, y enfrenta ya no golpes sino la visión de “una reverendísima dueña con unas tocas blancas repulgadas y luengas, tanto, que la cubrían y enmantaban de los pies a la cabeza”. Trae ade-
más la dueña una vela encendida en una mano mientras que con la otra se hace sombra sobre los ojos cubiertos de grandes anteojos: óptica difusa de un esperpento antaño sexual pero ya asexuado, metamorfoseado hacia lo bajo y subrepticio, pues venía “pisando quedito, y movía los pies blandamente”. Mira pues don Quijote a esta fantasma y “cuando vio su adeliño y notó su silencio, pensó que alguna bruja o maga venía en aquel traje a hacer en él alguna mala fechuría, y comenzó a santiguarse con mucha priesa”. La visión que se aproxima es interpelada duramente por el caballero: “Conjúrote, fantasma, o lo que eres, que me digas quién eres y que me digas qué es lo que quieres. Si eres alma en pena, dímelo, que yo haré por ti todo cuanto mis fuerzas alcanzaren, porque soy católico cristiano y amigo de hacer el bien a todo el mundo; que para esto tomé la orden de la caballería andante que profeso, cuyo ejercicio aun hasta hacer bien a las ánimas del purgatorio se estiende.” Con esta invocación queda en evidencia que el fantasma es menos perverso que la bruja, y que el alma del Purgatorio puede ser inclusive virtuosa y hasta tener necesidad, como sucede a Dulcinea en la Cueva de Montesinos. Al conjuro del hidalgo manchego responde la dueña, ella misma como espectro que duda si está viendo a su vez un espectro: “Señor don Quijote, si es acaso vuestra merced don Quijote, yo no soy fantasma, ni visión, ni alma de purgatorio, como vuestra merced debe de haber pensado, sino doña Rodríguez, la dueña de honor de mi señora la duquesa, que, con una necesidad de aquellas que vuestra merced suele remediar, a vuestra merced vengo.” El espanto de don Quijote aumenta cuando comprende que su visitante ni es Altisidora ni un fantasma, sino una dueña, oficio que para Cervantes fue el más deplorable y monstruoso de cuantos pueda haber. Accede no obstante a los ruegos de doña Rodríguez, y si bien mantienen ambos una prudente distancia, no podrán evitar que su epitalamio tenga un final tumultuoso similar al triquitraque de violencia física en la venta del Moro Encantado: ahora una legión de sombras, encabezadas quizás por la duquesa misma, molerán a golpes tanto al hidalgo como a la dueña: “Y no fue vano su temor, porque, en dejando molida a la dueña los callados verdugos (la cual no osaba quejarse), acudieron a don Quijote, y, desenvolviéndole de la sábana y de la colcha, le pellizcaron tan a menudo y tan reciamente, que no pudo dejar de defenderse a puñadas, y todo esto en silencio admirable. Duró la batalla casi media hora; saliéronse las fantasmas, recogió doña Rodríguez sus faldas, y, gimiendo su desgracia, se salió por la puerta afuera, sin decir palabra a don Quijote, el cual, doloroso y pellizcado, confuso y pensativo, se quedó solo, donde le dejaremos deseoso de saber quién había sido el perverso encantador que tal le había puesto.” Una vez más los fantasmas niegan su naturaleza encarnándose en la pura solidez de la violencia física sobre sus endebles, espectrales, casi inexistentes víctimas. Y así también los fantasmas individuales y solitarios quedan a merced de los fantasmas colectivos, que son en el Quijote aún más abundantes que los solitarios
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Ricardo Bada
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DON QUIJOTE y el CINE: otro Retablo de las maravillas
Peter O'Toole en Man of La Mancha,1972, dirigida por Arthur Hiller
AL CABALLERO DE LA TRISTE FIGURA SE LE VIO POR PRIMERA VEZ EN LA PANTALLA GRANDE EN EL AÑO DE 1913. EL MENSAJE SUBLIMINAL DE LA VERSIÓN SOVIÉTICA FUE: “SÓLO LOS LOCOS PUEDEN ATREVERSE A UNA AVENTURA INÚTIL Y DESCABELLADA COMO VIVIR EN LIBERTAD”.
A
l llegar a la figura de Don Quijote, en su notable Diccionario de argumentos de la Literatura Universal, Elizabeth Frenzel hace una reflexión de mucho fundamento, y aunque no la relaciona con ninguna de las adaptaciones cinematográficas del libro de Cervantes que ya existían, sino sólo con las teatrales y operísticas, vale sin embargo también para aquellas. Elizabeth Frenzel: “La técnica marcadamente épica y serial de Cervantes dificulta la concentración dramática del argumento, resolviéndose con la dramatización de episodios aislados y posiblemente su reunión en una continuidad de escenas sin ligazón. Es revelador que las dramatizaciones más antiguas no se ocupasen de la acción de Don Quijote, sino del argumento de Cardenio y Luscinda, así como de la novela corta intercalada El curioso impertinente.” Es inútil buscar en ese Diccionario de argumentos... referencias al cine; a lo más que llega la Frenzel es a mencionar el musical My Fair Lady, como tal, no como filme, en el tramo dedicado a Pigmalión. No cita en cambio Man of La Mancha, que es de 1964 y perfectamente podría haber incluido en alguna de las muchas ampliaciones que añadió a su libro. Lo que nos deja como única fuente fiable para acercarnos a Don Quijote como personaje cinematográfico el recurso a www.imdb.com Gracias a ella sabemos que la primera vez que el Caballero de la Triste Figura se asoma al cine es en 1913, en una producción francesa, de Pathé Frères, en blanco y negro, y muda, con Claude Garry en el papel del protagonista, mientras que la primera vez que es tomado en cuenta por el cine español tiene lugar nada menos que treinta y cuatro años después, en 1947, con Rafael Rivelles. Es una película que recuerdo haber visto de niño, a mis ocho años, y no me dejó sino el recuerdo de su cartel y que un joven Fernando Rey, de treinta años, incorporaba al bachiller Sansón Carrasco, y una Sara Montiel de diecinueve años era Antonia, la sobrina de don Alonso Quijano.
Repaso la lista de los intérpretes que ha tenido la figura de Don Quijote a lo largo de más de un siglo, y encuentro tantos nombres ilustres, y algunos tan inesperados como el de Boris Karloff (1952, en un telefilme para la CbS ), que no me resisto a enumerarlos, poniendo entre paréntesis la fecha de la producción y si se trata de película o producción para la tele. Así, Lee J. Cobb (1959, tV), en un papel no tan lejano de su grandioso Willy Loman; Josef Meinrad (1964, en Dulcinea del Toboso, coproducción franco-germanoespañola, y 1965 en los cuatro capítulos de una adaptación a tV, también en esa coproducción, y por cierto que en ambas actúa Fernando Rey en el papel del Duque); Caetano Veloso (1967, en un cortometraje de Haroldo Marinho Barbosa); Peter O’Toole (1972, en la adaptación de Man of La Mancha, con una interpretación triple –Cervantes, Alonso Quijano, Don Quijote–, mientras Sophia Loren la tiene doble: Aldonza y Dulcinea del Toboso); Fernando Fernán-Gómez (1973, en Don Quijote cabalga de nuevo, donde en el papel de Sancho Panza se luce un Cantinflas que ya en 1969 le había hecho su reverencia al personaje de Cervantes en Un Quijote sin mancha; y en 1978 el mismo Fernán-Gómez de nuevo, pero sólo su voz, en la serie tV de dibujos animados dedicada al inmortal hidalgo; Rex Harrison (1973, en una producción de la bbCtV ); Alec Guinness (1987, t V , como monseñor Quijote); Fernando Rey (1991, por fin en el papel protagonista de una serie de tVe , y varias veces premiado por él); Pepe Mediavilla (1992, la voz de Don Quijote en la producción de Orson Welles); Juan Luis Galiardo (2002, en El caballero Don Quijote, de Manuel Gutiérrez Aragón, una adaptación de la segunda parte del libro de Cervantes); José Luis Gil (2007, la voz del hidalgo en Donkey Xote, la peli española de dibujos animados cuyo título es un juego de palabras en inglés); y Andy Garcia (2012, la voz de Don Quijote en otra de dibujos animados, Dora’s Royal Rescue, donde al gigante Malambruno, que tiene secuestrada a Dora, le presta la suya Plácido Domingo).
Hay que consignar además el nombre de Corey John Fisher como intérprete del caballero en la comedia musical gringa Las aventuras amorosas de Don Quijote y Sancho Panza (1976), sobre la que mejor es correr el mismo tupido velo que sobre el Quijote de Avellaneda. Y consignar que para 2017 está previsto el estreno de El hombre que asesinó a Don Quijote, con John Hurt como protagonista, y dirigida por Terry Gilliam, uno de los miembros más conspicuos de The Monty Phyton. Rancho aparte merecen dos filmes donde Don Quijote fue incorporado respectivamente por dos de los mejores bajos de todos los tiempos. En la coproducción franco-inglesa de 1933, bajo la dirección de g.w. Pabst, el papel del hidalgo lo interpretó nadie menos que Feodor Chaliapin, y en la producción (2010) de la tV de la Bélgica francófona, nadie menos que José van Dam. He dejado ex profeso para el final la película que pasa por ser la mejor adaptación hecha hasta el momento del libro de Cervantes a la pantalla. Me refiero a la producción soviética Дон Кихот, dirigida por Gregori Kozintsev, con decorados del gran Alberto Sánchez, y Nikolay Cherkasov en el doble papel del Caballero de la Triste Figura y el hidalgo Alonso Quijana. Ahora bien: en estos días volví a ver al cabo de los años esa famosa versión soviética de 1957, y me encontré con dos sorpresas. La primera es que la recordaba en blanco y negro. Y la segunda, que aunque Stalin había muerto en 1954, el mensaje subliminal de la película sigue siendo el que hubiera valido en vida del sátrapa: sólo los locos pueden atreverse a una aventura tan inútil y descabellada como vivir en libertad. Me reafirmo en algo que ya pensé años atrás, al verla despejado de las telarañas de los sesenta, cuando una peli soviética, por el mero hecho de serlo, contaba con nuestro prejuicio a favor: esta versión del libro de Cervantes es tan pobre como esquemática. Y la interpretación, a la luz de lo que hoy entendemos por prestación actoral, es bastante más que esquemática: simples clichés
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en nuestro próximo número:
William shakesPeaRe, cuatro siglos
http://semanal.jornada.com.mx/
La Jornada Semanal @JornadaSemanal jsemanal@jornada.com.mx
ARTE Y PENSAMIENTO ........
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Jair Cortés jair_cm@hotmail.com @jaircortes
Felipe Garrido MENTIRAS TRANSPARENTES Despedida Recuerdo que hubo un tiempo en que yo vivía sin preocuparme por tener alguna propiedad, un doctorado, una familia, y fui por el mundo con un par de libros, un cuaderno y un lápiz. Pero pasaron los días y las noches y finalmente sucumbí: busqué cuatro paredes, eché raíces y comencé a llenar el espacio que tenía con objetos y con compañía. Encontré a alguien a quien querer y compré una cama, una mesa, cuatro sillas, un brasero, una guitarra, unos versos, dos hijos. Eso fue el principio. Luego, ya no pude parar; me convertí en una máquina de consumir y fui acumulando todo esto que ahora me rodea: negocios y mansiones que apenas conozco, libros que no he leído, cuadros que no tengo dónde colgar, vinos, viajes, relaciones, otros hijos. Aprendí a codiciar y reuní todo esto que tengo. Ahora que comienzan a aparecer las señales de que voy acercándome al final, lo que sigue es el tiempo de despedirme, de ir perdiendo todo esto que soy •
Rogelio Guedea rguedea@hotmail.com @rogelioguedea
AL VUELO La paradoja de la vida Tengo un pie flotando sobre el aire y un pie pisando sobre la tierra. El pie que flota sobre el aire quiere pisar la tierra y el pie que pisa la tierra quiere flotar sobre el aire. Tengo una mano que lee y otra mano que escribe. La mano que lee quiere escribir y la mano que escribe, leer. Tengo un ojo que mira la espalda de una mujer y un ojo que mira el paisaje en sombras. El ojo que mira la espalda de una mujer quiere mirar el paisaje en sombras y el ojo que mira el paisaje en sombras, viceversa. Tengo una oreja que escucha un corazón latir y una oreja que escucha un solo para violín de Bach. La oreja que escucha un corazón latir quiere escuchar el solo para violín de Bach y la que escucha el solo para violín de Bach quiere escuchar un corazón latir. Tengo un cuerpo partido siempre en dos mitades, una mitad que mira al sur y otra mitad al norte. Ambos, por supuesto, quisieran mirar lo que mira su opuesto. Tengo una sola alma, pequeña y enjuta, sin nombre, que no se puede ni dividir ni multiplicar. Es pura esencia nomás: absorta y sola frente a las tristes paradojas de la vida •
bitácora bifronte Juan Domingo Argüelles y sus lectores
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n poeta verdadero, como lo es Juan Domingo Argüelles, no escribe, ciertamente, para ser reconocido, aunque en el camino su obra coseche, inevitablemente, premios y reconocimientos, como el que recibió en la ciudad de Tlaxcala, el pasado 8 de abril, dentro de las actividades del Primer Encuentro de Autores con Lectores, organizado por la escritora Tzuyuki Flores Romero. En este encuentro, al que asistieron poetas de diversas partes de México, Juan Domingo Argüelles leyó parte de su obra poética y dialogó con sus lectores que, también, conmemoraban el 111 aniversario del poeta y escritor tlaxcalteca Miguel n. Lira. Quien se acerque a la obra poética y ensayística de Juan Domingo Argüelles notará que su escritura nace de una búsqueda espiritual, como en los versos de su poema “Nuevamente, al lector” incluido en su libro A la salud de los enfermos: “Podré, tal vez, hacer que te equivoques;/ lograré confundirte aun si lees bien;/ pero será imposible engañarme a mí mismo,/ pues quien ama lo sabe/ y quien odia no ignora/ que también la desdicha/ mueve a veces la pluma/ para escribir amor.” Juan Domingo Argüelles, quien nació en Chetumal, Quintana Roo, en 1958, estudió lengua y literaturas hispánicas en la unam. Ha sido coordinador de diversos proyectos editoriales y colaborador de las revistas y diarios más importantes de Hispanoamérica. La obra de Juan Domingo Argüelles ha merecido una gran cantidad de premios entre los que se encuentran el Nacional de Literatura Efraín Huerta (1987) y el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes (1995) por el maravilloso libro. Final de diluvio se publicó en la prestigiosa editorial española Hiperión. Juan Domingo Argüelles es uno de los autores contemporáneos más lúcidos de nuestro país, ilumina al lector con sus disquisiciones y aborda una amplia gama temática. A él le debemos una antología que organiza, de forma panorámica y crítica, nuestra tradición poética, la imprescindible Antología general de la poesía mexicana. De la época prehispánica a nuestros días (Océano, 2012). Pero el poeta no sólo ha dedicado su vida a la poesía, sino también a defender al lector del veneno de la imposición que las políticas culturales han ejercido sobre la población: “La lectura de libros no debería ser jamás una obligación, y menos aún un deber estéril que es aquel al que somos sometidos sin encontrar ni saborear jamás el fruto prometido”. De todos los reconocimientos que un autor puede obtener, es el de sus lectores el que mayor trascendencia alcanza en un oficio cuyo misterio no termina de revelarse nunca. La palabra del poeta Juan Domingo Argüelles ha sido escuchada y leída por sus lectores, quienes alcanzamos a decirle gracias por una vida dedicada a la poesía que le da un sentido más tangible a este mundo •
Cristo rebelde Teófilos d . Frangópoulos
I En las noches, a la hora en que despiertan las ventanas y en las cimas de las casas asoman las luces de la espera, en barrios populares, del padre que lava de sus manos el cansancio y la malicia del día y entra a la habitación con los niños dormidos y la trémula sonrisa de su madre, en ese momento, escapando de sus doradas iglesias que lo mantenían prisionero, baja Cristo con un cigarro en la oreja, gorra de pescador y las uñas llenas de aceite del motor, y sonriendo mira las casas de estos pobres aquí.
Teófilo d . Frangópoulos (Atenas 1923-1998) estudió Derecho. Durante la Ocupación (1941-1944) participó en la resistencia en las fuerzas armadas del general Zervas. Más tarde fue empleado del Banco Nacional de Grecia, luego emigró a Beirut y a su regreso a Atenas (1959) fungió dos veces como director del Organismo Nacional de Turismo. Fue maestro de literatura griega moderna en varios colegios de Atenas, en la Universidad Ruhr de Bochum, Alemania, y en la Universidad de Boston y el Queens College, Estados Unidos. También trabajó como comentarista de libros en la radio griega y fue columnista regular del periódico El Cotidiano. Tradujo al inglés los Ensayos, de Seferis, y al griego obras de Jack London y Mark Twain, Peter Weiss, Heinrich Böll y Günter Grass. Escribió teatro y ensayo. Sus poemas han sido traducidos al inglés y al italiano. Véase La Jornada Semanal, núm. 790, 25/ iv /2010, Versión de Francisco Torres Córdova.
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........ ARTE Y PENSAMIENTO
Jornada Semanal • Número 1103 • 24 de abril de 2016
Miguel Ángel Quemain quemainmx@gmail.com
Teatro entre 2, el arte de las convergencias escénicas
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A PALMERA, CUENTOS y mentiras para todos, es un montaje al que concurren un conjunto de artistas escénicos para mostrar en qué consiste la combustión armónica de talentos que no suelen citarse a menudo sobre un escenario. Se trata del relato de unas historias que son infantiles por su sencillez y ambición de eternidad, por su melodía elíptica y circular, por sus poderosas y seductoras repeticiones dirigidas a un oído que ya se inició en el difícil y complejo horizonte de la escucha y la puesta en atención. Dicen que son para toda la familia, pero en realidad son para una familia donde los niños sean mayores de tres años y puedan digerir y entender el desarrollo cronológico de un relato y puedan ir sumando las peripecias tanto de los personajes como de los objetos, y sean capaces de escuchar una música que jamás es de fondo sino acto protagónico de un hecho escénico que también encuentra sobre la pantalla una historia que se escribe, que se dibuja y desdibuja en el acto. Siempre hay en las funciones niños pequeños que asisten de manera inevitable porque son llevados para que sus hermanitos mayores se diviertan. No deja de ser interesante observar cómo esos pequeños menores de tres o dos años dejan de poner atención y cómo en momentos recobran el aliento y vuelven a mirar a la pantalla, escuchan la guitarra, el sax, o las percusiones que llaman la atención, o el caracol que de pronto saca a más de un niño de su sueño coral, porque no es lo mismo dormirse en este butaquerío que en otro espacio donde no existe la armonía sonora que puede arrullar a un pequeño fatigado o somnoliento. El corazón de este montaje late por partida triple: Olivier Dautais (pintura y proyecciones hechas a mano), Omar Medina (música en vivo), Arnaud Charpentier y José Ponce
LA OTRA ESCENA (narración y actuación). Axel Tamayo y Francia Castañeda forman parte también de la compañía y se alternan para cumplir tareas narrativas y musicales. Cada uno tiene un poder singular en lo que hace. Medina y Ponce, además de tocar cuentan y elaboran un ejercicio vocal conmovedor y ejemplar, son unos músicos que se esfuerzan por entrar en el relato para unos niños que aguardan el desenlace de una historia que se sabe de ficción, pues cada actor alberga más de una voz, como sucede con muchos padres que al pie de la cama actúan un ejército de personajes. Impresiona el arte de Olivier Dautais, que en un proyector de cuerpos opacos ilumina una historia a través de contrastes de alto expresionismo, construidos en el contraste gráfico, sin concesiones y sin rasgos previsibles. Se trata de un trabajo autoral cuya característica consiste en hacerse y deshacerse en cada función. Como en los libros infantiles ilustrados por grandes maestros de la plástica y el diseño, este tejido sonoro, plástico, musical y verbal pasa y pasa páginas que se configuran de manera libresca, pero también cinematográfica, pero también de concierto, de estas formas de incorporación de lo corporal a lo instrumental. Esta compañía franco-mexicana, creada en 2010, posee un repertorio que vale la pena seguir en su sitio electrónico (http://www. teatroentre2.org) porque el espectador se dará cuenta de que lo visto en escena corresponde a un entramado que aspira a adueñarse de una lectura compleja y muy rica de la tradición escénica múltiple. En la función que vi, había muchos niños francomexicanos que de alguna manera no están lejanos a estas expresiones, mucho menos que los públicos crecientes que ahora asisten a los espectáculos de teatro infan-
til que se han consolidado en el Centro Cultural del Bosque. Este hecho permite pensar en cómo se recibe un teatro tan rico e internacional por un público tan arropado en lo económico, lo cultural y además bilingüe, donde las historias clásicas tienen una doble circulación lingüística. Valdría la pena preguntarse qué teatro ven y qué entienden por lo escénico los distintos públicos de escuelas gubernamentales y privadas del país. Sobre todo porque nuestro teatro está hecho de esa hibridez que representan los mexicanos educados en colegios de habla alemana, italiana, francesa e inglesa con lecturas y aproximaciones culturales tan diversas y con un sentido de lo clásico tan equidistante como lo define Calvino en “Por qué leer los clásicos” y sitúa el problema de la domesticidad de los textos llamados clásicos. Estarán en el cine Tonalá, en la Colonia Roma, este domingo 24 y el próximo sábado 30; consulte el sitio web •
Alonso Arreola @LabAlonso
Música que habla de músic
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OY ES DOMINGO de Vive Latino. Ayer fue sábado de Vive Latino. Contraído tras un crecimiento que parecía salirse de foco en los últimos años, el mayor festival del país vuelve a la talla de dos días para salud de sus finanzas y para intentar reconquistar la cumbre perdida. ¿Por cuál ruta? Según parece: reuniendo de golpe a varios grupos que calienten la taquilla (Enrique Bunbury, Café Tacuba, Vicentico, Carla Morrison, León Larregui, Natalia LaFourcade); reduciendo a los invitados no latinos ( The Prodigy, Of Monsters and Men); volteando un poco al pasado ( Toreros Muertos, Rock en tu Idioma Sinfónico); intentando nuevos conceptos (Casa Comedy) y, claro, manteniendo espacios que validen su carácter experimental, su pulso underground (Carpa Intolerante y Carpa Ambulante). Pues bien, entre los invitados de este 2016 está Nach, figura señera del hip hop español cuya visita celebramos. La pieza que comparte en el sitio del festival es “El idioma de los dioses”, un homenaje a la música y sus efectos, a la imperiosa sed que tantos sentimos por ella. Leyéndolo nos vinieron al magín o t ra s c a n c i o n e s dedicadas al oficio de la composición, a lo que significa rondar los misterios del sonido or-
BEMOL SOSTENIDO
ganizado. Aquí un fragmento de la letra de Nach: “Entre acordes de Mark Knopfler, redobles de Hancock Herbie, de Vivaldi hasta Elvis, desde Verdi hasta Chuck Berry… Inmortales piezas musicales hacen que el tiempo se pare, estallan como bombas provocando ondas letales de esperanza, de aliento y vida, mi gran amiga [...] Eres la métrica enigmática que envuelve mi ser y lo salva, el idioma con el que los dioses hablan, eres música.” Sus palabras nos llevaron directamente a Lenine, compositor brasileño que, recordando a las musas que inspiraron grandes canciones de la historia, desata un laberíntico listado:“De Jackson do Pandeiro nem Cremilda; de Michael Jackson nem a Billie Jean; de Jimi Hendrix nem a doce Angel, nem Ângela nem Lígia, de Jobim […] Das doze deusas de Edu e Chico. Até das trinta Leilas de Donato, e da Layla, de Clapton, eu abdico.” Hay letras, empero, que fallan apenas comienzan, pues tratan el asunto de manera boba. Ejemplo es el español Juan Pardo: “Bravo por la música, siete notas clásicas forman cualquier clase de combinación. Unas son tristísimas y otras son muy trágicas. Otras veces son más alegres que el sol.” Un trabajo fallido en sus arreglos e interpretación grandilocuentes, y que contrasta con el de su coterráneo Alejandro Sanz, quien llega a un plano casi metafísico cuando dice: “Lo que améis en el tiempo siempre quedará. Quedará cuando no estemos. Quedará cuando no estéis [...] Larga vida a la música, su majestad […] La música no se toca.” En el mismo sentido nos gusta la postura del grupo argentino El Otro Yo (nombre tomado del cuento de Benedetti), que aprovecha la aproximación metamusical para criticar al sistema: “La música que escuchan todos, la música que escuchan todos, yo no la escucho y está sonando.” Frase cáustica que equilibra los empalagosos clichés de,
verbigracia, el cubano Francisco Céspedes:“Con esta música se alivia un rato el corazón de madrugada, y entonces la canción sale volando por mi boca, desde el alma”; o del italiano Andrea Bocelli:“Vivo por ella sin saber si la encontré o me ha encontrado.” Mucho hay que citar, por otro lado, si nos vamos al terreno anglosajón. “¿Qué sería la vida? ¿Qué seríamos sin una canción o el baile?”, preguntan los suecos de abba mientras Leonard Cohen apunta desde Canadá:“Escuché que hubo un acorde secreto que David tocó y regocijó al Señor. Pero a ti no te preocupa realmente la música, ¿verdad?” Muy distinto de lo que Erick Sermon canta con Marvin Gaye (resucitado tecnológicamente):“La música es mi corazón y mi alma, es más preciosa que el oro.” Idea materialista frente a las palabras de James Taylor, quien confiere poderes sentimentales, casi curativos, a los sonidos musicales:“Nunca sabes qué hacer, a menos que le permitas a la música estar allí también.” Algo que September refuta con su pop de discoteca:“No lo sobreanalicemos, simplemente rindámonos [ante la música], no debemos pelear. Paz y amor, rock & roll.” Estamos de acuerdo. Rindámonos. Por más que lo imaginemos y por atractivo que parezca este “idioma de los dioses”, no hay manera de encarnar al aire. La música es así: un tatuaje que nace y muere entre silencios, sobre ningún cuerpo. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •
Ilustraciones de Saner
ARTE Y PENSAMIENTO ........
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tumbaburros@yahoo.com @JorgeMoch
Inky, el escapista
Para la neurosis, videítos
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NTES QUE NADA, debo confesar que este artículo iba a tratar del dinero, ese emperador que gobierna las cosas humanas. Es que traigo un pleito pírrico con él. Apenas hay zonas de la vida en las que el dinero no controle, obvia o secretamente, y eso me da tirria. Soy una inepta para ganarlo y administrarlo. Mis pendientes hacendarios, además, han hecho que desde que se dieron a conocer los Panama papers piense mucho más de lo normal en este asunto. No puedo evitar comparar los paraísos fiscales donde prosperan corruptos del mundo entero –las empresas fantasma de Juan Armando Hinojosa valen, al menos, cien millones de dólares– con la situación de los mexicanos de a pie. Resulta que ahora, si quiero pagar mis impuestos, Hacienda exige que entregue copias de mis estados de cuenta. No quiero. Son irrisorios, pero son míos. Las autoridades hacendarias afirman que es una estrategia más en la lucha contra el narco. Podría contestarles que sólo el delincuente más torpe tendría tan pocas ganancias. Sería el narco hipotético que tuviera en el banco lo mismo que yo, un pobretón incapaz de solventar las espantosas listas de gastos que, supongo, tienen. Pistolas, sobornos, balas, sicarios, yo qué sé. ¿Y qué con los Panama papers? ¿Hacienda pidió ver todos los estados de cuenta de estos ilustres inversionistas cuyos nombres engalanan las listas de tramposos? Quiero pagar, pero no se me da la gana. Me resisto, con mi anticuado pundonor, a mostrar al fisco si ahorro o no, cuánto se venden mis libros y esas cosas. Vengo de una familia donde hablar de dinero se ve muy mal. Ignoro cuánto ganan mis hermanos, mis padres, mis amigos, mis colegas. De niños se nos prohibía una y otra vez mencionar esas cosas. Somos en mi familia unas papas para ganar y administrar, aunque supongo que no debido a la actitud de mis padres, sino a otras razones. La vocación de escritora, por ejemplo. Pocos escritores son ricos. Sé cuánto gana mi marido porque, en un arranque de romanticismo, nos casamos por bienes mancomunados. Esto, que provocó una indulgente rechifla entre nuestros conocidos, se decidió para que, si algún día nos daba por divorciarnos, lo tuviéramos que pensar muchísimo. Dividir los libros que poseemos en común y que constituyen nuestra única riqueza, sería una tarea titánica. Tenemos miles. Que uno de los dos se separe del gato es otra faena imposible. Seguiremos juntos, por las razones mencionadas y otras más importantes, privadas y maravillosas, hasta que la muerte nos separe. Pocas cosas me repelen más que toparme con alguien que habla mucho de dinero. Seguro que mi puritana actitud me ha perjudicado. Hasta hace poco me abstenía de preguntar si pagaban cuando me invitaban a participar en ferias, por ejemplo. Eso terminó una tarde en la que, en Ciudad del Carmen, en una feria, con un calor de 32 grados, se nos informó a Mónica Lavín y a mí que tendríamos que pagar nuestras comidas y transportes, y eso que no íbamos a cobrar por las presentaciones. Mónica protestó educa-
damente. Yo me quedé con la boca abierta como un caimán. Debí apoyarla de viva voz, pero el pasmo me dejó muda. Eso, y la idea de tener que buscar un taxi, porque allá no abundan. Las dos estábamos soñolientas. El pan de cazón nos cayó pésimo. Así, tuvimos que caminar por las aceras incandescentes en busca de un taxi, convers a n d o e nt re co r t a d a m e nte p o rq u e cuando inhalábamos se nos rostizaba el interior de la nariz. Llegamos a hablar sudadas como un par de mixiotes. Lo de Hacienda me indigna porque me siento expuesta en algo privado. Puedo argumentar lo obvio: el sat está viciado pues atornilla a los trabajadores que ganan poco y deja en libertad a quienes pueden pagar operadores que les fabrican laberintos para construir empresas fantasma en Nueva Zelanda. Los ricos tienen un amplio margen, mientras que la clase media vive corriendo con zapatos dos número más chicos y camisa de fuerza. De los pobres, ya ni digo. Si mis impuestos fueran a parar adonde deben ir, a mejorar la vida de todos, yo no diría ni pío. En fin, lector, yo quería hablar del grandioso pulpo Inky. Un pulpo que se escapó del acuario y volvió al mar. Lo admiro con toda el alma. Quisiera tener sus habilidades para escapar del reino del dinero, porque en ese campo tengo las mismas habilidades que un cefalópodo. Pero ya ves: poderoso caballero es Don Dinero. Escribí sobre Hacienda aunque quería hablar del pulpo, caray •
LAS RAYAS DE LA CEBRA
Verónica Murguía
UNCA PENSÉ, COMO SUPONGO que pasa a muchos de nosotros, que fuéramos a ser testigos de tanta podredumbre, degradación y envilecimiento de la sociedad; tanto ya ni siquiera disimulado intento de chingar al prójimo en México. Soy asiduo visitante y usuario de las redes sociales, más de twitter que de otras por sus características de agencia informativa, y es innegable (y apenas soportable) el verdadero alud de mala entraña que a los mexicanos se nos viene encima cada minuto. Demasiada gente sale de casa pero no llega a destino aunque esté en la esquina. Yúniors asesinos y violadores que salen impunes. Fichas de desaparecidos de toda laya: jovencitas, chamacos, niñas, bebés, ancianos, señoras y charros panzones de todos los estados de la Respública. De todos. Por miles. Decenas de miles, dicen, pero algunos creemos que son cientos de miles si no millones… Malas noticias constantes: abusos de empleados gubernamentales o empresarios gandallas, patadas politiqueras bajo la mesa sobre la que se multiplican hipócritas sonrisas y las consabidas traiciones del régimen: devaluaciones, inflación, pobreza, gasolinazos, despidos, robos, asesinatos, violaciones, desplazados, despojos muchas veces (demasiadas veces) orquestados por funcionarios acompañados de policías que han terminado, sobre todo a partir del absurdo regreso al poder del priismo represor y autoritario, convertidos en enemigos de buena parte de la gente y no en los agentes del orden que nos deberían cuidar y proteger, pero en esta realidad demencial se cuentan por miles los gendarmes que son policía de día y sicario de noche. Gobernadores que no gobiernan pero son sumamente hábiles para hurtar el dinero público –ahí Javier Duarte en Veracruz, por ejemplo– y convertirlo, en lugar de clínicas o escuelas más o menos decentes, en casotas, viajes, propiedades en el extranjero, trácalas, negocios privados, transas viles. Ocasionalmente brinca alguna noticia de estudiantes mexicanos que ganaron esta Olimpiada matemática o aquel torneo de robots. Pero muchos sabemos o sospechamos que al regresar a México esos mismos chavos sin duda brillantes tienen que volver a preocuparse por el asalto en el semáforo o en el micro o en plena vía pública a las 3 de la tarde, o cuidarse del arrimón y manoseo en el Metro. Y es muy posible que en lugar de directivo de una empresa de mecatrónica, ese mismo chavo termine con un coruscante título profesional de científico colgado en la sala de la casa de sus papás, pero manejando un taxi, porque ya sabemos que acá las oportunidades reales de éxito y crecimiento, con tanta delincuencia, corrupción e impunidad, son imposibles o casi. El país y el mundo se han vuelto horribles. Por eso para algunas personas es tan importante y valiosa la neurosis, su bendito estrato falso que se aferra a cualquier asomo de evasión para sacarle el bulto a esta realidad siniestra y desalentadora de mirreyes podridos, hábitats arrasados y consumismo idiota. Por eso algunos atesoramos tanto esos videítos de animales que pululan en las redes en los que una gatita adopta patos, o un perro y un tigre son buenos compadres. Y lo estoy afirmando sin sarcasmo: los contenidos informativos son tan lamentables que hay días en que prefiero quedarme solamente con
la cacatúa que detesta que le siembren el pasillo de torres de plástico de colores y las destruye a patadas (las cacatúas por cierto son ya grandes personalidades de internet, varias tienen su propio canal de Youtube). Por otro lado, siempre serán mejores los videítos de animales (o de tropezones, o de bromas, o de cosas sorprendentes) que las frases de autoayuda, que también proliferan como hongos virtuales y, según se ha dicho hace poco, denotan pocas luces, sobre todo las de Paulo Coelho. Já. ¿Quién podría preferir ver un discurso del odioso rábido Trump, atestiguar los tropezones declarativos de Peña Nieto en Dinamarca o los dislates de Vicente Fox, si se puede perder primorosamente el tiempo viendo videos de orangutanes que juegan con perros, de perros que juegan con urracas y de urracas declamadoras? Si la única manera de soportar tanta adversidad es la enajenación, mejor con videos chistosos de animales en lugar de aburridísimos partidos de futbol llanero o el resto de esa sobada programación que no divierte. Al final las cosas quizá pinten mejor, cuando hayamos visto el video del pastor alemán que habla con su dueña. Porque va a ser verdad que el mejor amigo del hombre es el perro. Sobre todo si trae su cámara •
CABEZALCUBO
Jorge Moch
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Jornada Semanal • Número 1103 • 24 de abril de 2016
Luis Tovar
Mirando al otro lado (i de ii)
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A MEDICINA NO ES una ciencia. Es, a excepción de las matemáticas y a semejanza de cualquier cosa arropada con el abrigo de la ciencia, una disciplina especulativa que, en su caso, usa sustancias químicas para intentar curar. A veces lo logra, a veces no, a veces, incluso, como lo demostró Iván Illich en su Némesis médica, enferma y mata. “Desconfíe del diagnóstico”, solía decirme cuando hablaba de la bola que le había salido del lado derecho de la cara y que los médicos diagnosticaron como cáncer.“Me daban un año de vida si me mutilaban media cara y garganta, y me entregaba a la quimioterapia; dos meses si no lo hacía.” Los mandó al diablo. Se trataba con opio, meditación y homeopatía. Vivió dieciséis años más. No desconfiaba de los médicos sino de sus pretensiones científicas y de sus diagnósticos, basados en tecnologías y
CASA SOSEGADA
La clínica y Sherlock Holmes
L 15 DE NOVIEMBRE del año pasado, en este espacio fue dicho lo siguiente: “el principal distintivo de 600 millas, Chronic y Desierto consiste en su vocación de extranjería: si bien se trata de producciones registradas en este país y dirigidas por mexicanos, las tres apuntan su principal foco, tanto narrativo como formal, a la realidad, la cotidianidad y la idiosincrasia estadunidenses, y son relacionadas con México, en el caso de Desierto, de manera directa; en el de 600 millas sólo tangencialmente, y en el de Chronic sin relación identificable. No se enarbola aquí el péndulo de decir si esto es ‘bueno’ o ‘malo’, sólo se registra la naturaleza de este cine que prefiere mirar hacia el otro lado.” Los filmes en cuestión son dirigidos, respectivamente, por Gabriel Ripstein, Michel Franco y Jonás Cuarón; el primero es coproductor del segundo y viceversa; además de él mismo, a Cuarón le produjeron, entre otros, su célebre padre y su no tan célebre tío, y únicamente Franco escribió solo su guión.
Mirada uno: la Mirilla del rifle
lenguajes crípticos. Para Illich, el sentido profundo del diagnóstico, que se funda ancestralmente en la experiencia de las sensaciones del paciente, la auscultación del médico y el diálogo entre uno y otro, se había perdido sometido al sistema médico, hecho de burocracias, estructuras tecnológicas y lenguajes incomprensibles, que convierten al paciente en un enfermo crónico sometido al profesionalismo “científico” de la medicina. Conocí, sin embargo, en mi adolescencia y juventud a un gran médico, en el sentido en que Illich lo concebía: Ignacio Illescas. Verlo y entrar a su consultorio habría hecho salir del lugar a muchos: gordo, como un Balzac, mal vestido, la camisa con lamparones, se sentaba detrás de un escritorio polvoso sobre el que a uno y otro lado se apilaban libros que se continuaban a lo largo de las paredes. En un cuartito contiguo y humilde estaba el camastro y los instrumentos médicos. Era un profundo lector de literatura y un buen escritor de ella. Publicó varios cuentos y novelas influido por Maupassant, su narrador favorito. Recuerdo y guardo su libro Mi prima Wanda. Al entrar, uno se sentaba frente a él, en el hueco dejado entre las pilas de libros. Illescas abría entonces un cuadernito de pastas rojas e iniciaba el interrogatorio cuyas respuestas, mientras observaba atentamente cada gesto del paciente, apuntaba en él. “Dígame más. ¿Cómo define su malestar? Busque las palabras por más absurdas que puedan parecerle.”“¿Cómo le duele?, ¿qué siente?”“¿Qué hizo ayer?”“¿Y hace una semana?”. El interrogatorio, a veces el diálogo –uno podía intervenir y dar su opinión, que escuchaba atento y apuntaba también en el cuaderno–, duraba incluso media hora. Después, pasaba al paciente al cuartito contiguo, lo desnudaba tras una bata, lo acostaba y comenzaba me-
ticulosamente a palpar con los dedos el vientre, las axilas, las costillas. Dialogaba, a través de sus dedos, con el lenguaje somático que se halla detrás de la piel. Después, uno volvía al hueco entre los libros y escuchaba el diagnóstico, que Illescas explicaba con las palabras más sencillas, y prescribía el medicamento. “Hábleme en unos días para que me diga cómo se siente.” Si el diagnóstico sobrepasaba su saber, enviaba al paciente con un especialista. Si sobrepasaba lo que un médico y su medicina podían hacer por su salud, lo decía también con palabras sencillas y cargadas de consuelo. Perdió a su único hijo –médico como él– en un incendio que consumió su casa y su consultorio. Nunca hizo de la medicina un negocio. Cobraba mucho menos que cualquier médico y, cuando la gente era pobre, nunca cobraba. Murió como uno de ellos a mediados de los ochenta, en el pabellón común del issste de Avenida Universidad en Ciudad de México. Todos sus diagnósticos y sus curas en mí fueron certeros. Nos hicimos amigos. A veces iba a su consultorio a conversar con él y hablar de literatura. Un día le pregunté: “No he conocido a un clínico más agudo y brillante que usted, Dr. Illescas. Dígame dónde aprendió la clínica.”“No me lo va a creer –me respondió–, pero no fue en la universidad. Fue leyendo a Sherlock Holmes. Recuerde que Conan Doyle era médico y todo el método deductivo de Holmes es hijo de la clínica. Esa es la verdadera práctica médica.” Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a José Manuel Mireles, a sus autodefensas y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, boicotear las elecciones, devolverle su programa a Carmen Aristegui y exhumar los cuerpos de las fosas de Tetelcingo •
Desierto (México-Francia, 2015) es una de esas películas que, para bien o para mal, están condenadas a ser vistas tomando en cuenta uno o más factores extradiegéticos; en este caso se trata de la presencia/influencia/relevancia participativa de Alfonso Cuarón, y el asunto ha sido empeorado por el propio Alfonso, padre de Jonás, pues a pesar de que aquel figura como coproductor, más de una vez ha sentido la necesidad de “aclarar” que sólo estuvo “cerca del proyecto” casi a modo de apoyo moral, y nada tuvo que ver con las decisiones creativas. Difícil creerlo, tanto como suponer que la calidad del filme es la única razón por la que se le ha brindado una atención mediática merecida por muchas otras cintas, cuyo único defecto pareciera ser que no cuentan con la tácita bendición de tener involucrado, sea como sea, a un ganador de un Oscar. Poco importaría todo lo anterior si ese nivel de atención tuviera sustento en el valor narrativo, cinematográfico e incluso temático que ofrece Desierto, pero claramente no es así. Planteado como un filme de persecución –chase movie dirían algunos, evocando la interminable lista que nutre a este subgénero perteneciente al cine de acción–, Desierto peca de una elementalidad similar a la que ofrecen los dibujos animados del Coyote y el Correcaminos, o la canción de los diez perritos del gran Cri-Cri: por culpa del punto de vista, dividido entre la mirilla del minuteman que debe matar a todos los migrantes del cuento salvo dos, para que pueda haber algo qué contar, y por otro lado la terquedad, aquí no sólo innecesaria sino contraproducente, de enfocar desde el principio a un Gael García por completo
Gabriel Ripstein
ayuno de verosimilitud y más adelante por completo librado a sus propios tics histriónicos; por culpa de ese punto de vista, binario del modo más esquemático, la tal persecución se resuelve sin la menor posibilidad de yerro, pero no por parte de la trama sino del espectador, que desde el minuto tres del pietaje sabe a la perfección quiénes son los dos que van a sobrevivir; es decir, se resuelve sin verdadera tensión dramática, virtud que sólo puede alcanzarse cuando el desenlace, o en su defecto las rutas de la trama que conducen a él, no son previsibles al cien por ciento. Añádase a esta trama, lineal como juego de video de Mario Bros, al menos un par de pifias que sorprenden si se considera la intervención productora de Cuarón padre: celebrado por muchos como el mejor histrión del filme, el perro que acompaña al minuteman en la cacería humana acaba rostizado en una nopalera, pero en calidad de monigote plástico que vuelve ridículo aquello que en Tiburón –su referente directo– había sido épico. La segunda pifia es de las que no se sabe si provocan más risa que molestia: mordida por una serpiente y por lo tanto incapaz de seguir huyendo, Gael deja a la sombra de un huizache entre miles a la mujer joven que es la segunda sobreviviente, luego de lo cual recorre azarosamente –es el desierto, no hay rutas ni nada parecido a un camino– una larguísima distancia mientras huye del minuteman, sin embargo de lo cual, cuando por fin se deshizo de éste no sin antes practicar la superioridad moral de perdonarle la vida, ¡regresa derechito por la joven, como si en lugar de un huizache cualquiera la hubiese dejado en un estacionamiento perfectamente rotulado! Por todo lo cual, amén de otras cuestiones para las que faltó espacio aquí, Desierto está muy lejos de ser esa bofetada nacionalista que Mediomundo ha querido ver, pues no hay relevancia extrafílmica posible cuando al filme lo afecta la mediocridad •
CINEXCUSAS
@luistovars
Javier Sicilia
ENSAYO
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¿Qué habría pensado Cervantes de la traducción al árabe, en el siglo xx , de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha? [...] ¿Habría reído Cervantes, como rió el morisco en la calle de Alcaná de Toledo, al abrir el libro al azar y leer de sus páginas?” Hallé estas preguntas en el primer ensayo que compila Juego limpio, de Bárbara Jacobs. Jacobs tiene razón al preguntar sobre la traducción del Quijote en el siglo xx : a pesar de su aparición en España en 1605 y 1615, el Quijote apareció en árabe sólo a partir del siglo pasado. El Instituto Cervantes, en su catálogo de la exhibición de las traducciones del Quijote, menciona cuatro: El Cairo, 1965, traducido por Abd al-Rahmán al-Badawí (publicada de nuevo en Damasco en 2007); Beirut, 1999, de Joseph Elias; El Cairo, 2002, de Sulaiman al-Attar; Damasco, 2004, de Rifaat Atfeh. Faltan tres traducciones menos conocidas, cuya bendición por la imprenta, como diría Borges, ha sido incompleta. Los primeros dos esfuerzos llegan desde tierras de “moros” (una palabra inexistente en árabe) al otro lado del Estrecho de Gibraltar, en el Magreb árabe (es decir, los países árabes occidentales). Nayib abu-Mulhim y Musa Abbud, de origen sirio, eran empleados de la administración colonial española en Marruecos como traductores. Su traducción de la primera parte del Quijote terminó en 1948 pero no llegó a ser publicada por razones que desconocemos. El segundo es de Tuhami al-Wazzani, de la ciudad de Tetuán, y fue parcialmente bendecido por la imprenta ya que sólo fragmentos aparecie-
24 de abril de 2016 • Número 1103 • Jornada Semanal
ron en el periódico El Rif en 1951 y comienzos de 1952. El resto del manuscrito, que nada más llega al capítulo xiv de la segunda parte del Quijote, se conserva en forma de cuadernos escritos a mano en la biblioteca pública de la ciudad. Para el tercer intento volvemos al Mashreq árabe (es decir, los países árabes orientales), a 1957, cuando el Anglo-Egyptian Bookshop de El Cairo publicó una traducción de la primera parte del Quijote, hecha por Abd al-‘aziz al-Ahwani. Sin embargo, comentarios como el “falso profeta Mahoma” ofendieron a las autoridades políticas y religiosas del país, que por su parte pidieron al traductor que censurara tales blasfemias en la segunda parte. Ofendido como traductor, se cuenta que Al-Ahwani tiró el resto de su manuscrito a la basura. ¿Habría reído Cervantes? Al menos hay dos o tres manuscritos –cartapacios y papeles viejos– donde se cuentan, en caracteres arábigos, las aventuras del hidalgo.
La risa de Cervantes Shadi Rohana
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Cabe decir algo sobre los títulos de las traducciones del catálogo del Instituto Cervantes, que seguramente habrían hecho a don Miguel soltar la carcajada. Las de Damasco, fieles a los sonidos del original español, dicen, en árabe, “Don Quijote”. La de Beirut, basada en las traducciones inglesa y francesa, donde cada capítulo está abreviado por el mismo traductor, y por lo cual es una edición saboteadora del Quijote, dice “Don Quichotte”. La de El Cairo, y aquí ya podemos escuchar a Cervantes reír si lo leyera o escuchara, dice, en traducción del árabe: “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, famoso entre los árabes bajo el nombre de Don Quichotte”. ¿Por qué famoso entre los árabes como “don Quichotte”, si todos los sonidos que conforman la palabra española “quijote” pueden ser perfectamente pronunciados en árabe? (Y esto lo supo Cervantes mismo, quien conoció algo de árabe no sólo por ser cautivo en Argel, sino también como hijo de aquella España donde, todavía, andaban por allí moriscos bilingües que hablaban, escribían y rezaban en árabe y español. Sólo había que levantar la cabeza y buscarlos, como hizo el narrador del Quijote en Alcaná de Toledo al encontrar el manuscrito de Cide Hamete.) Bien puede ser que el nombre de don Quijote\ Quixote fuera pronunciado como “don Quichotte” en el español de los primeros lectores de la obra, pero la respuesta es más sencilla: ¡los árabes modernos lo leyeron, primero, en francés! Antes de su traducción al árabe, el personaje de don Quijote y la concepción romántica del mismo ya estaban impresos en los textos fundacionales de los “renacentistas” árabes del Mashreq, a finales del xix y principios del xx. Éstos, que buscaban la “re”/construcción de una nación y cultura árabe, así como liberarse del Reino Otomano de Estambul, primero, y del colonialismo político y militar europeo, después, eran culturalmente afrancesados al igual que muchas de las otras inteligencias en Asia y África. El más famoso de ellos, el egipcio Taha Hussein, conocido como “decano de las letras árabes”, graduado de La Sorbona y futuro ministro de educación en su país, ya había declarado que: El más alto ejemplo y el más puro estilo de las humanidades de todos los tiempos ha sido la figura de don Alonso Quijano [sic] […]. España tiende a reunir y sintetizar los factores de universalidad humana [a causa del] espíritu árabe lo que le proporcionó los sentimientos y los gestos.” (En De Cervantes y el islam, editado por Nuria Martínez de Castilla y Rodolfo Benumeya Grimau, Madrid, 2006.) A diferencia de los centenarios anteriores, donde se conmemoró la obra, esta vez se conmemora al autor que fue poeta, dramaturgo, cobrador de impuestos, novelista, soldado y, a su manera, traductor, entre otros oficios, y que deseó ser gobernador en Chiapas o corregidor en la ciudad de La Paz. En árabe, el nombre de Cervantes sigue siendo casi sinónimo de su célebre personaje, y cabe preguntarse qué habría pensado Cervantes, y qué habrán pensado sus lectores árabes, de la traducción al árabe, en el siglo x x i , de otras obras suyas como Los baños de Argel, por ejemplo •