Suplemento Semanal

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Entrevista con Juan Villoro Alejandro García Abreu Terremotos: la danza de la Tierra Norma Ávila Jiménez El mercado del arte: todo es falsificación José María Espinasa

SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA DOMINGO 29 DE SEPTIEMBRE DE 2019 NÚMERO 1282

EL GENIO FEMENINO Y LA RECUPERACIÓN DE LO SENSIBLE

JULIA KRISTEV A Eve Gil

ESCRITORA, FILÓSOFA Y PSICOANALISTA FRANCESA


LA JORNADA SEMANAL

Portada: Rosario Mateo Calderón

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EL GENIO FEMENINO Y LA RECUPERACIÓN DE LO SENSIBLE JULIA KRISTEVA, ESCRITORA, FILÓSOFA Y PSICOANALISTA FRANCESA “Más que lacaniana, escuela a la que se adhiere en tanto psicoanalista, Julia Kristeva es proustiana”, afirma la también narradora Eve Gil en su semblanza-ensayo en torno a la crítica literaria, narradora, filósofa y psicoanalista francesa de origen búlgaro, discípula teórica de Claude LévyStrauss y colega eminente de numerosas cumbres del pensamiento, entre las que se cuentan Umberto Eco, Michel Foucault, Jacques Derrida, Phillippe Sollers y Roland Barthes, nada menos. La memoria “como prótesis del eros”, el ejercicio constante de la lucidez y la honestidad a ultranza, incluso a contrapelo de las posturas cerradas de grupos a los que la propia Kristeva ha pertenecido, son las principales prendas de esta intelectual que, por sobre todas las cosas, cree en la fuerza y la belleza consustanciales a la vida y la palabra.

Sucio el Tíber… Marco Antonio Campos Escucha: Todos los caminos no van a Roma ma pero Roma lleva los caminos Es noviembre. De los árboles caen hojas de color pajizo. Marchito es el ramaje. aje. Bello es el Tíber si lo caminas de tarde La Virgen de Loreto cuida de los desprovistos vistos Me vienen los ojos de Ninfa Santos aquell mediodía lluvioso en la embajada de México: “Ten –me dio un sobre–. Parece que es dinero”. Y yo la quise como un domingo de cuatro meses es Yo tenía 23 años y han pasado dos veces 23 En cafés y vestíbulo de la estación de trenes nes el otoño llegaba con las mujeres ligeras “Desde aquí nos arengaba el Duce”, me decía aquel viejo señalándome la altura del balcón enmudecido de Palazzo Venezia zia ¿Por qué este país de artistas prodigiososs ha sido gobernado por raza de bufones? Yo no había entonces publicado un libro. o. No sabía si era poeta –un buen o un mal poeta–, y debo decir que tal vez equivoqué el camino o no se oyó la guitarra

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Es día de sol. Es jueves. Roma es bella a contratiempo Ninguna ciudad da al viajero el seguimiento ento de la historia aun entre columnas, foros y teatros despedazados pedazados Pero hoy a la orilla del Tíber, dos veces 23, 3, no hay árboles que canten ni ramas que parezcan un largo rgo petirrojo Los últimos años de la vida nos disminuyen uyen el alma y acaban quebrantándonos en debilidad, d, añoranza y desvelo De aquel incierto año del ‘72 me quedan n días grisáceos, calles cenicientas, rumores apagados y tristes de John Keats en el aire alto de Piazza di Spagna, el tranvía pletórico y lentísimo, La Piedad que me llora, el horror al martirologio, tirologio, el cielo que creí perdido en las naves de Santa Maria Maggiore, largas caminatas de joven solitario por Via del Corso, el presagio de una vida de zozobra que tuvo uvo cumplimiento y la conclusión de que la juventud no es todo, pero casi


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ELMERCADO DELARTE: TODOES FALSIFICACIÓN O Oportuna reflexión sobre la rrelación, más bien mórbida, del m mercado con el arte, la creación cconvertida en gesto y luego en ssimulacro para una sociedad cconsumista de objetos y posturas ssignadas por el absurdo y el eengaño.

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olver sobre la situación del mercado del arte ya no es asunto de la crítica sino de la novela. La noticia de que Rabbit, de Jeff Koons, había sido vendida en 91.1 millones de dólares podía ser enmarcada en el contexto absurdo de d un mercado que poco tiene que ver con el apellido ll el arte. Es asunto de esa competencia entre los lo millonarios del mundo, tan ofensiva para el resto re del planeta, en que rivalizan por ver cuál es el e que tiene peor gusto. En el caso citado el hecho es e evidente. Hay, sin embargo, otros que no lo son. so Por ejemplo, el artista que ocupa el segundo lugar en precios es David Hockney con Retrato de lu artista. (Piscina con dos figuras), que se vendió a en e 90.3 millones y Hockney sí es un pintor. La confusión está servida a la mesa para el narrador c que q se la quiera medir a ese mundo sin legitimidad d de los marchantes y galeristas. Por un lado, es evidente ev que se produce una artesanía para ricos y por otro que hay un fundamento especulativo en e ese absurdo: lavado de dinero, exención de impuestos, im protagonismo publicitario. No valdría la pena ocuparse de eso, al menos en México, país pobre, sin dinero para la cultura y el arte, pero con p una u extraordinaria tradición plástica, si no fuera porque la noticia “coincide” con la inauguración p en e el Museo Jumex de una muestra, Apariencia desnuda, que contrapone, confronta y compara la d

JJosé María Espinasa |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| ||

obra de Marcel Duchamp con la de Koons. Podemos esperar lo previsible: largas colas para ver la exposición. Hace unos años, un reportaje sobre las bodegas aduanales especializadas en arte me dejó asombrado. Creo recordar que las pinturas y esculturas depositadas en el puerto de Rotterdam, en tránsito, es decir que no estaban ni en el territorio de origen ni en el de destino ni en la propia Holanda, servían para deducir impuestos, especular con los precios y competir entre los millonarios. Pero las obras físicas no estaban a la vista de nadie, sino embaladas y así podían permanecer durante años, se volvían virtuales, una cifra en un inventario. Ya en décadas anteriores se había hablado y fantaseado mucho de esos millonarios que tenían pinturas en su poder, metidas en una caja fuerte, que sólo ellos y algún invitado podían apreciar de vez en cuando. Como soy de los que cree que el arte es un hecho social, compartido, así sea entre pequeños grupos, esa historia me hacía sonreír: prefiero el paisaje pintado por una prima con aficiones de artista que tengo en la pared de mi habitación: está más cerca de la experiencia del arte. Claro que la duda está ahí: ¿es sólo eso lo que ocurre o es una estrategia del mundo del capital para debilitar, excluir y eliminar la presencia de las obras artísticas entre nosotros como hecho cotidiano? Ahora que hablamos tanto del derecho a la cultura, valdría la pena discutir el asunto más allá de lo anecdótico. Hay que volver a establecer diferencias entre arte y artesanía y entre ellos y la publicidad que tiene en su horizonte la obra como un hecho virtual, consumible. Por ejemplo: el planteamiento didáctico de las reproducciones de alta calidad, de una reproducción de la Capilla de Miguel Ángel a las muestras organizadas en Ciudad de las artes en Churubusco. ¿Cuál es su función? ¿La misma que tenía el poster de Miró en la habitación de un joven clase-mediero hace treinta años? ¿O la construcción de una demagogia de la difusión cultural para pobres? Es tan inútil celebrar como condenar el asunto: hay que ver cómo funciona ante el espectador. La Capilla Sixtina

Imagen de la exposición Apariencia desnuda, del artista Jeff Koons, Museo Jumex, mayo de 2019. Foto: La Jornada/ María Luisa Severiano

reproducida tuvo un enorme éxito de público en los lugares en donde se presentó. Como no tuve oportunidad de verla no puedo juzgar su calidad como reproducción. Sin embargo, el arte en su época de reproducción técnica, casi un siglo después de que Walter Benjamin propusiera sus hipótesis, ha cambiado de signo, más que reproducción deberíamos hablar ahora de simulacro, y eso es lo que conecta la técnica con Jeff Koons y con el mercado: el barroco, y después el kitsch, se dieron cuenta claramente, del riesgo que implicaba el simulacro, tentador y fascinante, de la transformación de la creación de un objeto en un gesto (mucho antes que Duchamp) y del gesto en una impostura. Lo único que podía terminar con el arte, esa incómoda práctica, era el arte mismo, había que dejar que se envenene. Y pagar mucho por ese gesto, otro lujo que se puede costear el neoliberalismo. El notable y acelerado envejecimiento de la práctica del performance, el happening y las instalaciones, cuya caída libre ya empezó, se debe a que su práctica la legitimaba una postura lúdica que se agotaba en sí misma. Su condición efímera los volvía una fiesta, con algo de fuegos artificiales de feria de pueblo, aunque el pueblo sea Nueva York o Berlín, y el entusiasmo tuvo su legitimidad y su razón de ser, esa práctica, como nosotros sus espectadores, envejecimos, mientras que Cezanne o Modigliani siguen y seguirán teniendo una frescura sin tiempo. ¿En qué momento la vanguardia se volvió ese simulacro? No acepto del todo, aunque haya razones para pensarlo, que ya lo era desde el principio y no supimos verlo. En todo caso es importante dar la lucha para distinguir el grano de la paja. De lo contrario, la paja volverá bagazo al grano. En cambio, corra a ver la extraordinaria exposición, nada mediática, de Brassai en El Palacio de Bellas Artes ●


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Cuento

MAR MUDO Guillermo Vega Zaragoza Matamos lo que amamos. Lo demás no ha estado vivo nunca. Rosario Castellanos

–Deberíamos ir al mar. Así lo dijo, como lo dicen las madres y las esposas: una orden que no es orden, una orden disfrazada de sugerencia, como lanzada al desgaire, una indirecta sin destinatario preciso, pero de la que el aludido debe acusar recibo. Y como desayunaban ellos dos solos –desde que la más pequeña de las tres hijas se casó y había abandonado aquella casona de seis recámaras, cinco baños y tres sirvientas, un chofer-ayudante y un jardinero–, él ni siquiera asintió. Tan sólo la miró por encima de las hojas del periódico y le dio otro sorbo al café. Aunque se opusiera, se terminaría haciendo lo que ella deseaba. –Hace mucho que no vemos el mar. Ella hizo los arreglos respectivos sin pedirle opinión alguna. No era necesario. Ella ya sabía lo que le gustaba a él, pues asumía que era casi siempre lo mismo que ella deseaba. –Todavía existe el mismo hotel al que fuimos antes de que naciera la Nena. Eso había sido hacía veinticinco años. Él apenas recordaba aquel viaje. Ella arregló las maletas, les dio santo y seña a las hijas, giró instrucciones a las sirvientas y el chofer los llevó al aeropuerto. Una semana en Manzanillo. En el avión, ella hizo migas de inmediato con la vecina de asiento. La cantinela de las voces le sirvió de arrullo. Pidió dos vodkas y empezaba a cabecear, mientras trataba de sumergirse en las páginas de la novela policíaca recién comprada, cuando el capitán avisó por el altavoz que iniciaban el descenso. El cielo estaba encapotándose sobre el mar azulísimo. Había amenaza de tormenta para la tarde. Marbella era el nombre del hotel. Él no lo recordaba tan grande, quizá lo habían ampliado, pero el mostrador de la recepción sí parecía el mismo, como parecía el mismo estilo del mobiliario, que se afanaba en recrear una especie de ambiente familiar que se había esfumado hacía mucho.

Esperaron un rato para que atendieran a las cinco parejas jóvenes que habían llegado antes que ellos: treintañeros con chanclas, bermudas e incipientes barrigas ellos; ellas, con vestiditos vaporosos o shorts mínimos y hasta con sombrero. Parejas de más o menos la misma edad que ellos tenían cuando nació la Nena. En un pizarrón estaban registrados los horarios del restaurante, el bar y la discoteca, con los nombres de los grupos musicales que amenizarían las veladas. Él se acercó a mirar. –Antes no había tanto relajo como ahora – escuchó la voz susurrante de ella detrás de la oreja, en el papel de conciencia guardiana de las obviedades que le gustaba interpretar. Se instalaron en la suite “imperial” –que era una habitación como cualquier otra, pero con vista al mar– y él decidió darse un regaderazo antes de bajar a comer. Cuando salió del baño, ella estaba recostada en la cama, dando breves bufidos mientras cambiaba nerviosamente de canales en la televisión. Él ya sabía lo que significaba, pero había que descubrir la causa. Aunque no hubo necesidad de preguntar, él la supo casi de inmediato, al distinguir en el tocador el brillo de la pantalla de su teléfono: Mensaje de Isabel: ¿Cuándo vas a regresar? Ella le clavó la mirada, exigiendo una explicación, pero ni siquiera esperó a que le contestara: ¿No has dejado de ver a esa fulana, verdad? Y dijo “fulana” con la aviesa intención de ofenderla, como si fuera el más bajo insulto que sus labios se podían autorizar a proferir sin sonrojarse. Él se vistió en silencio. La miró en el reflejo del espejo mientras se peinaba. Se acomodó el cuello de la camisa y sólo entonces inclinó la cabeza. Ella se levantó de la cama. Los labios y los puños apretados. –Deberíamos bajar a comer –dijo, y la siguió el estruendo del portazo.

◆◆◆ El cielo seguía encapotado, pero la tormenta apenas se atrevía a asomarse. El mar empezó a embravecerse y a cambiar de color. Ella estaba ya sentada en una mesa exactamente en medio del restaurante, la que permitía una visión panorámica de la playa. Tres o cuatro mesas más estaban ocupadas. Apenas se hubo sentado, el mesero dispuso ante él una fría bebida roja, con sal escarchada y un pedazo de apio. –Como siempre te tardas tanto, ya ordené. Él empinó el vaso y dio un trago largo. Se relamió los labios y miró la playa en lontananza. Sonó el teléfono de ella: –Hola, Nena. Sí, ya estamos a punto de comer. ¿Cómo está la bebé? ¿Le preparaste la papilla como te indiqué? Ay, qué bueno. Sí, hija, muchas gracias. Sí, sí, yo le digo. Bye. Colgó y puso el aparato en la mesa. –La Nena te manda saludos. Él asintió con una sonrisa y le ofrendó el vaso en señal de brindis. Le dio otro trago largo a la bebida. Buscó con la mirada al mesero y le hizo la seña de que le trajera otro igual. Ambos se pusieron a observar lo que sucedía en la costa. Alejado de la playa y zarandeado por las olas, algo que semejaba un oscuro y diminuto barco de papel, aparecía y desparecía ante la potencia de las aguas. Era una mujer que hacía aspavientos para llamar la atención de dos hombres que guardaban sus avíos para retirarse ante los barruntos inevitables de tormenta. Finalmente, los hombres atendieron a los gritos de mujer apagados por el rugir del mar. Uno de ellos, el más atlético, se deshizo de la camisa y se lanzó al rescate. Tres personas más ya se habían acercado a la playa para ver lo que sucedía. –Alguien se está ahogando, deberían hacer algo –dijo ella. La pareja de la mesa más cercana miró por fin hacia el mar. Dos meseros se acercaron a la barandilla que separaba el restaurante de la playa para ver más de cerca. A lo lejos, el hombre había llegado por fin a la mujer, pero ella manoteaba tanto que le era imposible sujetarla. Tras unos largos segun-


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dos de forcejeo, la mujer dejó de moverse y ahora el hombre era el que agitaba un brazo desesperadamente, mientras con el otro retenía el cuerpo inmóvil. En la playa ya se había formado un nutrido contingente de curiosos. Otro hombre se lanzó al mar para ayudar al rescate. Después de muchos esfuerzos, debido a lo picadas que estaban las aguas, los hombres pudieron sacar a la mujer, inconsciente, y tenderla en la arena. Era morena y voluminosa. Estaba totalmente desnuda, pues la violencia del mar le había arrancado el traje de baño o cualquier cosa fuera que traía puesta. Los demás comensales ya habían dejado sus mesas y se arremolinaban en la barandilla, profiriendo obviedades y lanzando québarbaridades a tutiplén. Pero ella y él seguían sentados, en silencio, observando todo, desde sus lugares privilegiados en medio del restaurante. Mientras, en la playa, alguien le aplicaba los primeros auxilios a la mujer, que seguía ten-

dida desnuda y rotunda en la arena, a la vista de todos, con el aguacero encima. Una de las comensales exigió que alguien llevara una toalla o una sábana para tapar a la mujer. Un mesero atinó a quitar el mantel de una de las mesas y echó a correr hacia la costa. En la entrada del restaurante se escuchó un breve barullo y tres rescatistas con una camilla atravesaron el salón y bajaron a la playa por la pequeña escalera que daba al exterior, junto a la barandilla. En la lejanía, con evidente esfuerzo, los rescatistas levantaron a la mujer, ya cubierta pudibundamente con el mantel, y la subieron a la camilla. Mientras dos de ellos la cargaban, el tercero, más pequeño, se montó en el abultado abdomen para seguir tratando de resucitarla. Entraron de nuevo por la escalerilla y atravesaron raudos el salón de restaurante. Por un instante, en medio del escandaloso silencio provocado por la lluvia, todos los

Paul Cézanne, Las grandes bañistas, 1900-1906, Philadelphia Art Museum.

presentes permanecieron quietos, impasibles, como si no pudieran desentrañar si lo que habían presenciado era real o parte de un sueño. Pero, de pronto, como si alguien hubiera dado el pistoletazo de salida, todos se pusieron en movimiento y volvieron a lo suyo. Los parroquianos regresaron a sus mesas a cuchichear. Los meseros salieron rumbo a la cocina y al poco tiempo volvieron al salón con las viandas que habían quedado pendientes. El mesero les sirvió los platillos: sendos pescados a la plancha, y a él la bebida que había encargado hacía una eternidad. Ella miró los platos sobre la mesa, lo miró a él, miró hacia el mar, que se había vuelto verde y oscuro, y se echó a llorar desconsolada ●

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JUAN VILLORO Y LA LECTURA COMO AUTOBIOGRAFÍA La utilidad del deseo (Anagrama, 2017) es la continuación del itinerario ensayístico de Juan Villoro (Ciudad de México, 1956), precedido por Efectos personales (Era, 2000), De eso se trata (Anagrama, 2008) y La máquina desnuda (Conaculta/ Taller Ditoria, 2009). La tetralogía revela a un crítico literario excepcional, a un lector sagaz interesado en compartir sus hallazgos y presentar los libros que ha leído como parte de su autobiografía. En La utilidad del deseo Villoro escribe, entre otros, sobre Julio Cortázar, Daniel Defoe, Gabriel García Márquez, Nikolái Gógol, Peter Handke, Jorge Ibargüengoitia, James Joyce, Karl Kraus, Ramón López Velarde, Juan Carlos Onetti y Manuel Puig. El autor de El vértigo horizontal conversa sobre la influencia de Kraus en Elias Canetti, el juego percibido como elemento significativo de la cultura y la grandeza de Gregor von Rezzori.

Alejandro García Abreu ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

Entrevista con Juan Villoro |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

–¿Cómo percibes la inmensa red compuesta por los ensayos literarios incluidos en la tetralogía integrada por Efectos personales, De eso se trata, La máquina desnuda y La utilidad del deseo? –Es el itinerario de un lector que trata de compartir sus entusiasmos y que trata de servir un poco como de cartero entre los libros que quiere y los lectores que pueden recibirlos. Es un trabajo de correspondencia. No tiene un orden muy lógico porque, por ejemplo, toco autores del siglo XVIII en distintos libros. Podría tener un apartado más ordenado sólo de autores del siglo XVIII, como Giacomo Casanova, Jean-Jacques Rousseau, Johann Wolfgang von Goethe, Georg Christoph Lichtenberg. Estos textos nacieron también con el favor de los azares y de los editores cómplices que me han pedido ensayos y me han motivado a escribirlos. Son escalas en la vida de un lector que constituyen una especie de autobiografía. Pienso que la autobiografía de un autor es como un striptease al revés, porque en vez de descubrirte y desnudarte te vas cubriendo de cosas para definirte. Te cubres de lecturas, de citas, de una tendencia literaria que te interesa. Lo que te pones encima de alguna manera te define intelectualmente. Hay autores a los que no les he dedicado un ensayo propiamente dicho. Pero esos escritores aparecen en muchos otros textos, como Borges o Benjamin. Se puede hacer una lectura transversal de un autor a partir de las citas en otros ensayos. En Efectos personales, De eso se trata, La máquina desnuda y La utilidad del deseo he tratado de pagar tributo a los escritores sin tomar en cuenta jerarquías o modas. Los jóvenes lectores cultos que conozco leen a Walter Benjamin, a Gilles Lipovetsky, a John Berger, a Ricardo Piglia. Son todos autores prestigiados con mucho valor. Yo he tratado de ser fiel a una diversidad de intereses y también he procurado “recuperar” a autores un tanto olvidados como Rodolfo Usigli, “precursor del teatro mexicano moderno”. Por otra parte, tuve la suerte de participar en el revival de Jorge Ibargüengoitia. Es un autor que se consideraba demasiado popular. Ibargüengoitia carecía de valoración crítica pero no de lectores. Entonces Víctor Díaz Arciniega y yo hicimos la edición crítica de El atentado y Los relámpagos de agosto (FCE, 2002). Hoy en día hay una valoración distinta de Ibargüengoitia a partir del cambio que significó entender la importancia del humor en la literatura. Implica la revaloración de la literatura


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–Von Rezzori fue uno de los grandes autores de la lengua alemana. Tuvo el gran problema de haber perdido su patria. Nació en Czernowitz, capital de la Bucovina cuando era una provincia oriental del imperio austrohúngaro. Vivió en Berlín. Nunca se identificó del todo con la cultura alemana y posteriormente se casó con una mujer italiana, que vive hasta la fecha. Von Rezzori se convirtió en un apátrida de alguna manera. Ningún país lo ha reclamado como propio. Nadie lo pudo impulsar o respaldar lo suficiente para que obtuviera el Premio Nobel de literatura. Se ha quedado como una especie de outsider de la cultura de Europa central, pero fue un grandísimo escritor. Memorias de un antisemita es una novela de corte proustiano que evoca el período entre guerras y de manera paradójica cuenta las distintas historias de un hombre que ha sido educado para odiar a los judíos pero que acaba involucrado con ellos. Von Rezzori rinde un enorme homenaje. Es un libro muy rico y con una voluntad de estilo muy especial. Traducirlo pone a prueba la riqueza de nuestro propio idioma y he tratado de seguir las largas cadencias de la lengua alemana y adentrarme en temas muy ajenos a nosotros. Por ejemplo, la cacería. Yo tenía un tío que era cazador de coyotes en San Luis Potosí, pero no tiene nada que ver con el tipo de cacería que se hacía en Europa central ni con el lenguaje que se utiliza al respecto. Dediqué seis meses de mi vida a esa traducción y fue muy importante para mí. Anagrama público la llamada La gran trilogía, a la que pertenecen Un armiño en Chernopol, Memorias de un antisemita y Flores en la nieve. –Es un portento. La introducción de Claudio Magris a La gran trilogía publicada por Anagrama es magnífica. –Estoy de acuerdo. Gregor von Rezzori quiso mucho a Claudio Magris. Lo conoció cuando Magris hacía el servicio militar. Fue a una lectura. Se hicieron amigos. picaresca. Comprendimos que estábamos ante un inventor mayor de realidades literarias. –Como germanista, en La utilidad del deseo abordas a Karl Kraus –surge en “Los procesos del señor K”—, Benjamin siempre está presente, aparecen Ingeborg Bachmann, Ernst Theodor Amadeus Hoffmann, Friedrich Hölderlin, entre otros. En “Karl Kraus: el arte de condenar” evocas Die Fackel [La Antorcha]. ¿Qué significado le das hoy a la revista de Kraus, que desde 1899 y durante treinta y siete años editó y escribió? –Karl Kraus fue un interventor absolutamente radical en la lengua alemana. Él consideraba que era su defensor número uno. La sentía envilecida por los publicistas y sobre todo por los periodistas; también por los políticos. Procuraba que hubiera una crítica no sólo de la literatura sino del lenguaje. Die Fackel se preciaba de ser una revista sin erratas: la única en su tipo en el campo alemán. Una persona encontró una vez una errata y celebró con una botella de champaña. Por otra parte, he visto videos de sus conferencias. Resultaba un torrente volcánico, un apasionado poseedor de una oralidad inflamada. Elias Canetti registró en sus libros de memorias el impacto que le causó escuchar esas conferencias y cómo le reveló que el idioma es algo que debe ser defendido, custodiado y analizado. Entender el idioma como un organismo vivo que se tiene que defender fue una de las grandes virtudes de Karl Kraus. Fue un autor de aforismos extraordinario. El libro de memorias de Canetti La antorcha al oído tiene

que ver con tomar la antorcha de Kraus. Sabemos que ilumina pero según la cercanía te alumbra o te quema. Esa era la prosa que manejaba Kraus, una prosa quemante pero al mismo tiempo iluminadora. El mejor retrato de Kraus que se ha hecho en nuestro idioma es el que le dedicó José María Pérez Gay, traductor notabilísimo del alemán. Desde luego J. M. Pérez Gay, quien fue el mejor intérprete de Karl Kraus en español, nos hace mucha falta. –En “La utilidad del deseo” –ensayo que da título al libro– escribiste: “El arte, el juego y el deporte son una segunda infancia recuperada a voluntad.” ¿Qué opinas del concepto homo ludens estudiado por el historiador neerlandés Johan Huizinga, quien plantea que el juego es tan importante como el intelecto en el desarrollo humano? –Una de las capacidades más originales de la condición humana es justamente la de jugar. Es decir, la de hacer algo gratuito que no tiene otra función que el juego mismo. Es muy significativo y estructura buena parte de nuestro desarrollo. El juego en los niños no es solamente una manera de relacionarse con el mundo, sino de ejercer con absoluto compromiso y seriedad su contacto con él. El juego es algo serio. Por eso vale la pena. –¿Cómo fue el proceso de traducción de Memorias de un antisemita, de Gregor von Rezzori (1914-1998), referido en “Te doy mi palabra. Un itinerario en la traducción”?

–Has recurrido a Walter Benjamin en diversos textos. ¿Qué destacas del escritor? –La influencia de Benjamin ha sido esencial para entender las grandes ciudades. Él pedía que el paseante, el flâneur, se perdiera en la ciudad como quien se pierde en un bosque. Decía que extraviarse requiere aprendizaje. Por supuesto que él hablaba de las ciudades de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, que todavía tenían un modelo ordenado. Ahí el extravío era una condición voluntaria y se requería cierto mérito. Hoy esa es la condición normal del habitante o del paseante, en el sentido de que estar desorientado, estar perdido, forma parte de la experiencia esencial de estar en la ciudad. Cuando estuvo en Tokio, Roland Barthes sintió el vértigo de estar en una ciudad que parecía una constante orilla, una ciudad que se definía como un límite que a su vez era una unión de sucesivos límites. Nunca se sentía el centro de nada. Y esa es una manera de percibir una ciudad moderna. –En “La pasión y la condena. Viaje en torno a una mesa de trabajo”, incluido en La utilidad del deseo, evocas Bartleby y compañía, de Enrique Vila-Matas. –Quiero mucho a Enrique Vila-Matas. Es un gran amigo. He escrito sobre él. Mi exesposa –la madre de mis hijos–, Margarita Heredia, reunió el primer material crítico sobre los libros de Enrique en VilaMatas portátil, publicado por Candaya. La obra de Vila-Matas resulta estupenda ●


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JULIA KRISTEVA: EL GENIO FEMENINO Amplia semblanza crítica de una escritora francesa de origen húngaro, vinculada con el famoso grupo de la revista Tel Quel, casada con su fundador, Phillippe Sollers, y cercana a Jacques Derrida, Roland Barthes, Michel Foucault, Gérard Genette y Umberto Eco, entre otros notables; psicoanalista lacaniana pero proustiana por convicción (El tiempo sensible, Proust y la experiencia literaria), feminista, intelectual, viajera, atenta a las ideas de su tiempo, aquí se afirma que su único compromiso es consigo misma.

Mi único criterio moral es literario. Julia Kristeva

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ientras un tumulto de jóvenes parisinas hacían piras con sus brasieres, la jovencísima Julia Kristeva (1941), recién llegada de Bulgaria, con pasaporte comunista, cuestionaba no al feminismo, sino a la militancia: “el espíritu se separa de los grupos”. Enemiga de dogmas, Kristeva ha sabido conservar su individualidad hasta del poderoso grupo que la vio nacer, reunido en torno a la vanguardista revista Tel Quel, fundada en 1960 por un joven y muy arrebatado Phillippe Sollers, que tuvo en ella su gloria femenina (aunque no la única colaboradora), junto con Jacques Derrida, Roland Barthes, Michel Foucault, Gérard Genette y Umberto Eco, entre otros no menos notables. Un grupo imperfecto –ha dicho Julia sin inmutarse–, como toda colisión de egos que pretenden crear una ruptura, del tipo que sea, y Tel Quel. Julia Kristeva pertenece a la corriente fundada por el antropólogo Claude Lévi-Strauss –causante directo de que la muchacha se haya trasladado desde su natal Bulgaria hasta el Instituto de Antropología Social, en París–, en colaboración con otros brillantes teóricos como Barthes, Todorov y Christian Metz: el estructuralismo. Ha ido mucho más allá de la crítica literaria académica al incursionar en diversos géneros literarios, desde los tratados de semiótica y el psicoanálisis hasta la novela policíaca, lo cual, por supuesto, le acarreó un sinfín de críticas virulentas, pero ninguna más que las de feministas en torno a sus conceptos de “amor” y “maternidad”, tópicos sobre los que

Eve Gil |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

se tendió una espesa tela de juicio al localizar en ellos el ancestral origen de la opresión de las mujeres. Digamos que, contrariamente a la gran mayoría de las mujeres que se dedican a las letras, Julia mantiene un matrimonio de más de cincuenta años con el muy exitoso escritor Phillippe Sollers, quien además no tiene reparo en expresar públicamente lo mucho que admira a su esposa (y viceversa) y tuvieron un hijo, David, sobre el cual también se regodean en narrar anécdotas de infancia en los grandes coloquios, como se lee en las ponencias y entrevistas que componen el libro Del matrimonio como una de las bellas artes.

Romper, rememorar, rehacer... El depresivo, ha dicho una de las pocas escritoras felices de las que se tenga noticia, es, ante todo, un incrédulo del lenguaje. Estamos enfermos cuando no somos –o no logramos sentirnos– amados, pues dejamos de ser la encarnación del objeto, esto es: lenguaje. Tanto el amor como la escritura, reitera Julia Kristeva, son actos de placer y de guerra por antonomasia. La creación literaria es aventura del cuerpo, creada a partir de los signos que dan testimonio del afecto que empieza con la separación. Más que lacaniana, escuela a la que se adhiere en tanto psicoanalista, Julia es absoluta e irremediablemente proustiana. La memoria no es sino prótesis del eros, afirma. Pocos imaginaron que su espíritu e intelecto serían una calca de su apariencia: exóticos, diáfanos, intrépidos. Mezcla genética un tanto insólita, a quien un travieso gen remató con una cabellera rojiza que todos creían teñida, como la Olga Morena de Los samuráis, Kristeva es una extraordinaria fusión de centroeuropea y china. Una anomalía más en el estereotipo de mujer intelectual: uñas manicuradas; un retoque de polvo en el rostro cada tanto. Ni un cabello fuera de su sitio. La certeza de que la tan despreciada “vanidad femenina” no está en lo absoluto reñida con la genialidad. Cursaba el parvulario al instante en que las dominicas francesas eran expulsadas del país, por lo que se crió entonando “Arriba parias en la Tierra…”, en vez del tradicional cántico “Cristianos, es la hora solemne…”; quizá por ello fungió como testigo activo pero distante de los hechos de mayo del ’68... por solidaridad con su novio, Phillippe Sollers (Burdeos, 1936), que en Los samuráis aparece como el alocado Hervé Senteuil. Julia


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Y LA RECUPERACIÓN DE LO SENSIBLE sabe ponerle diques a sus pasiones. No se queda nunca en la superficie, como en sus controvertidos estudios sobre Céline, cuyo antisemitismo intentó comprender antes de atajar o justificar. Igual hizo con los ideales de sus compañeros de generación en La revuelta, resultado de su visión delicadamente construida de los hechos del ’68: “[…] la vida psíquica sabe que su salvación reside en brindarse el tiempo y el espacio necesario para las revueltas: romper, rememorar, rehacer”. En su revoltosa búsqueda de experiencias radicales e insólitas, probó el hash con miel para entender por qué estaba tan de moda en su círculo. Los samuráis es un poco lo que Memorias de una joven formal para Simone de Beauvoir –aunque se le ha comparado también con Los mandarines, donde Simone retrata a sus coetáneos–, aunque Julia tome distancia respecto a sus personajes autobiográficos, lo que pudiera equipararse con la reserva (que no pudor) de Simone. Pero Julia no esperó a un hombre que la forjara: ella ya estaba completa y satisfecha con su feminidad antes del apuesto Phillippe. Ya se había “viajado” (empleando un neologismo suyo que quiere decir ensimismarse para autorreconocerse al margen de impresiones externas). De ahí, quizá, su feminidad desprejuiciada que de pronto recuerda los manierismos de Proust, que la obsesiona más que Freud. Julia luce convencida de que hay muchas más clases de mujer que las heterosexuales y las lesbianas. Hay mujer-mujer y mujer-hombre: “[…] el sexo de la identidad –escribe en El tiempo sensible, Proust y la experiencia literaria– asegura nuestra unidad física, sin embargo y siempre, intrínsecamente amenazada […] Algunos intentan contrarrestar esta perturbación encontrando un lugar reconfortante dentro del lenguaje convencional: su sintaxis estricta compensaría la sexualidad errante […]” En su magnífico ensayo en tres tomos, El genio femenino, aborda tres circunstancias esenciales con las que ella misma ha cohabitado: la vida, la locura y las palabras, encarnadas respectivamente en Hannah Arendt, Melanie Klein y Colette: “[...] vivieron, pensaron, amaron, trabajaron con hombres, con sus hombres: a veces sometidas a la autoridad de un maestro o dependientes de su amor; a veces asumiendo el riesgo de esas insurgencias de inocencia inapelable; siempre arrancando su independencia más o menos respetuosa”. La joven Julia, apolítica, “la ardilla”, como Phillippe la llamaba –Simone de Beauvoir era “el castor” para Sartre–, no tenía más ideal que estudiar, leer, aprender, viajar… y construirse como intelectual. Y en este último aspecto es profundamente debeuvoriana (quizá sólo en ése). Más que pupila, sombra o devota de Phillippe, como fuera la propia Simone de Sartre… o Arendt de Heidegger –aunque es probable que lo haya sido de Barthes, abiertamente homosexual–, Julia hizo de Phillippe su cómplice de sueños. Sin grandes alardes, este macho rubicundo y sensual ha indagado con seriedad y compromiso en el tema del feminismo, aunque para ello prefiera la narrativa que el ensayo. “El feminismo –ha dicho

monsieur Kristev– es un movimiento capital en los últimos años, que va más allá de la izquierda occidental y que resulta irreversible.”

Julia juzgando a Julia En su mundo, un mundo que combatía frontalmente los convencionalismos, el matrimonio era una transgresión. Esto, y no la orgía. Esto y no que el querido profesor Bréhal, nombre bajo el que se agazapa Roland Barthes, acepte magnánimo las pleitesías de hermosos jóvenes. Antes de llegar al matrimonio, el que por cierto se efectúa al poco de conocerse, Julia acompaña a Phillippe en alocadas aventuras, y cuando éste sucumbe al deseo de hacer feliz a su madre, una aristócrata católica, Julia vuelve a ser su más querida cómplice. No es sumisa, en lo absoluto. Se deja llevar por el placer que le produce la compañía de este hombre tan radicalmente distinto a ella: pasional, arrebatado, histriónico, que nunca le reclama ni cuestiona nada porque tampoco quiere ser reclamado ni cuestionado. El único compromiso de Julia es consigo misma. Jamás pierde su libertad, ni cuando se entrega gozosamente a la maternidad como una perpetuación de su proyecto intelectual: “Un embarazo es la más absoluta de las complicidades […] Cuando te arrastra el diluvio de la biología –por un embarazo o una enfermedad–, te separas de los humanos, pero tu aparente soledad está repleta de especies animales o vegetales cuyo destino has elegido compartir el azar de tus sueños […]”. Pero Olga Morena no es, presiento, el único personaje autobiográfico de Los samuráis. Lo es también Joëlle Caburus, versión adulta de Julia, que ejerce la crítica no sobre los textos, sino sobre quienes los escriben y consideran que con esto se incorporan a una élite cuasi celestial: “Todo ese mundo intelectual y literario que frecuenta su seminario: me pregunto qué entienden. Y sobre todo, ¿cómo se puede escribir novelas –es decir, construir falsedades, un mundo tal como se desea y no tal como es– cuando todo el mundo está enfermo de mentiras? Se cree que se cura la mentira mediante una mentira piadosa […]” A través de estos dos personajes, la autora no sólo deslinda a la Julia literata de la Julia psicoanalista, también a la Julia joven de la madura. La madura que contempla a la joven con el pelo recogido en una coleta como de ardilla y a la que se refiere como “la atracción de la temporada”. La doctora Caburus juzgando a la pequeña novia de Hervé, autorreconociéndose en ella como un ser susceptible de sufrir pérdidas. Julia juzgando a Julia, renegando un poquito de sí. Ahondar en lo femenino, freudianamente ligado al narcisismo, la ha llevado a buscar posibilidades de resignificación, para lo cual parte del estudio de la obra de Proust. Comparte con su maestro Barthes la obsesión por esta obra monumental, aunque la de Barthes haya sido una obsesión más próxima a lo estético y a las potencialidades de la novela como género. Julia le dedica un voluminoso (y fascinante) libro, El tiempo sensible, Proust y la experiencia literaria, donde descifra caracteres sexuales, tanto de los personajes como del propio autor ●


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LA MÚLTIPLE ESTATURA DEL CUENTO A qué volver, Mónica Lavín, Tusquets, México, 2018.

Carlos Martín Briseño ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

HE SEGUIDO LA trayectoria cuentística de Mónica Lavín desde que cayó en mis manos, hace más de veinte años, su libro La isla blanca. De aquel volumen de portada rosa publicado por Lectorum, recuerdo especialmente la historia que daba nombre al libro, un relato memorable de ambiente cerrado que exhalaba un erotismo sutil y perturbador. Ese fue el detonante para buscar otros libros de la autora y confirmar que me encontraba ante una cuentista pura, poderosa; de ésas que –como ella misma ha dicho–, respiran a través del cuento. A qué volver, antología reunida a partir de los diez volúmenes de relatos ya publicados por Mónica Lavín, constituye una magnífica oportunidad para acercarse al trabajo de esta narradora capitalina que, no obstante haber cosechado algunos premios como novelista, sigue cultivando con prolijidad y profusión el género breve. “Siempre tengo sed de cuentos, de leerlos y escribirlos. Interrumpo novelas para ello, olfateo su reptar y quiero que me tomen por asalto y me recuerden su estatura”, dice Mónica en el prólogo a esta colección. Efectivamente, es esa necesidad de contar –primigenia y desinteresada– la que ha hecho de Lavín una autora capaz de seducirnos con relatos concebidos con una atinada mezcla de malicia y destreza. No hay que olvidar que la misma Mónica, en su incansable defensa del cuento, se ha encargado de poner en blanco sobre negro las principales teorías relacionadas con el arte de escribir relatos en un estupendo trío de ensayos (Leo luego escribo, Cuento sobre cuento y Es puro cuento) de indispensable lectura para todo aquel que desee incursionar en este exigente género literario. Esta antología, publicada en 2018 por Tusquets, reúne cuarenta y cuatro relatos que apuestan, en palabras de la misma Mónica, a ser “piezas de peso”. Puros pesos pesados, nada de plumas o moscas. Y para no abrumar al lector con tanto jab, la autora ha dividido convenientemente A qué volver en tres secciones (El otro, Lo otro y Nosotros), cuyos subtítulos ayudan a delimitar las temáticas. Casi todas las historias de El otro aluden a las relaciones de pareja. Celos, infidelidades, complicidades y deseos insatisfechos pululan en esta primera parte, destacando, sobre todo, el trío compuesto por “La felicidad”, donde una joven que viaja de Belice a Guatemala por carretera en compañía de su novio y su suegro, de pronto se ve envuelta en una situación erótica involuntaria que califica como una “definición de la felicidad

que desconocía”; “A qué volver”, que da título al libro, en la que un hombre, al descubrirse cornudo, decide echar a su mujer del hogar hasta que acuerdan un regreso envuelto en una escalofriante cotidianidad, y “La corredora de Cuemanaco y el aficionado a Schubert”, una historia amorosa de paralelismos y casualidades en la que el narrador participa activamente. En el segundo apartado, Lo otro, lo inesperado juega un papel fundamental en la trama central de los cuentos. Así, en “La isla blanca” asistimos a la hecatombe de una pareja por culpa de su exceso de amor. Y en “Uno no sabe”, relato que gira alrededor del incesto, somos testigos de la sutil seducción de un hijo hacia la madre que lo abandonó de niño y quien nunca lo reconoce. “Los hombres de mar” y “Los diarios del cazador”, además de contar con finales sorpresivos, son también ejemplos de que la curiosidad femenina puede llevar a las mujeres a situaciones límite. En el primero, una reportera se cuela en un carguero de azúcar que va de Veracruz a Marruecos sin importarle el peligro; en el segundo, una investigadora extranjera renta una casa en México y se obsesiona con su casero ausente a través de sus diarios de caza. En esta selección, uno de los mejores cuentos es el titulado “Intromisión”, donde una señora de clase media y su sirvienta intercambian roles y la primera termina atendiendo a la última que ha caído enferma. El tercer apartado, Nosotros, es también el que contiene las historias más intimistas y nostálgicas. La mayoría transcurre en la capital y sus protagonistas, gente mayor atrapada en las garras de la modernidad, parecen desesperados por no hallar sitio en una urbe que ya no les pertenece. José, por ejemplo, el anciano de “La casa ya no es la casa”, intenta encontrar inútilmente en España, la tierra de su infancia, su lugar en el mundo. Algo similar le acontece a Haydeé en “Amor de madre”, quien a sus setenta años decide contratarse como escort para suplir las necesidades maternales de sus adinerados clientes. Dicen los que saben que los buenos cuentos surgen de la morbosa mirada del escritor que descubre en las acciones de otros una historia oculta digna de ser narrada. Ni el lector ni el protagonista deben salir ilesos al término de la historia. Los relatos que Lavín ha incluido en A qué volver cumplen con estas premisas: calan hondo en nuestro subconsciente y nos provocan un resplandor en el cerebro que impide olvidar sus argumentos z


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LEONARD COHEN Y LAS VELEIDADES DEL FUEGO La llama, Leonard Cohen, prólogo de Adam Cohen, traducción de Alberto Manzano Lizandra, Salamandra, España, 2018.

Moisés Elías Fuentes ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

AQUEJADO DE LEUCEMIA, en sus últimos días Leonard Cohen organizó una antología personal en que incluyó poemas, canciones, textos de sus cuadernos y autorretratos, material que fijó casi por completo pero que no pudo publicar, lo que hicieron los editores Robert Faggen, Alexandra Pleshoyano y Adam Cohen, hijo del autor y también compositor, quien tituló al volumen La llama, porque el fuego fue constante en la obra de su padre, por lo que la antología deviene autobiografía hecha de trazos y versos.

Nacido en Canadá en 1934, se dice que Cohen escribió poesía de 1951 a 1966, cuando se consagró a la canción hasta su muerte en 2016. Pero esto es inexacto, ya que varias canciones primero fueron poemas, además de que escribió poemas aun al final, fiel al brío contestatario que lo caracterizó desde los primeros versos, como confirma la sección poética de La llama, signada por preocupaciones constantes: incomunicación, represión emocional, miedo a la felicidad, soledad del individuo. He ahí “Le pasa al corazón”, que declara: “Trabajé siempre con firmeza/ Pero nunca lo consideré un arte”, develando cómo la sociedad de consumo vulgariza y consagra al artista y lo inutiliza, que no por nada Cohen rehuyó su mitificación y por ello apenas se habló de su mal, lo que le consintió morir con intimidad y no como tótem. El rechazo al artista-mito es a la vez rechazo a la cosificación del ser individual y colectivo en las sociedades modernas; he ahí “No puedo descifrar el código”, que con versos escuetos entrevé una relación amorosa reducida a informática: “No puedo descifrar el código/ De nuestro amor congelado/ Es demasiado tarde para recordar/ Cuál es la contraseña.” Hábil con las imágenes áridas, Cohen también usaba una ironía desafiante, como en “Chuletas de cordero” que espeta: “si el loco dios no hubiera querido que nos comiésemos unos a otros/ ¿para qué hacer tan dulce nuestra carne?” Cohen querellaba a dios por nuestra naturaleza voraz y escribía dios en minúscula, para expresar su difícil relación con la religión, hecha de suspicacias y arrebatos (se convirtió al budismo en 1994): rechazo al ser que nos hizo rapaces y anhelo de amparo espiritual y carnal, místico y erótico. Así, “María llena eres de gracia”: “Me encanta oírte reír/ Hace que el mundo desaparezca.” Si en “Chuletas de cordero” asistimos no al sacrificio redentor del cordero de dios, sino al asesinato del cordero humano, engullido por el ser humano para su gozo mezquino, en “María llena eres de gracia”, encontramos la esperanza en versos engarzados por el asíndeton, que les otorga una sugerente plasticidad. Claro, el misticismo de Cohen es terreno, consciente del tiempo y del signo irrepetible del instante, como indica “Dimensiones del amor”: “Mi amor salta para recibirte/ recibirte en el aire/

llevarte de vuelta a casa/ y reanudar nuestra larga vida juntos.” La presencia del ser amado es única y única su ausencia. Pero si Cohen sorprende en su unión con la belleza, no menos perturba su intimación con la fealdad, como en el lacónico “Mirando el canal de naturaleza en la tele”: “el aburrimiento de Dios/ es desgarrador/ ñigu ñigu ñigu”. Aquí, el título entraña el cruel mensaje que el poema remata: lejos de la naturaleza, vista por televisión, descubrimos que también somos “el aburrimiento de dios”, tedio divino que deforma en onomatopeya nuestra desazón al no poder enunciar todo lo que pensamos y sentimos, los aspectos impronunciables del alma, que agitan al poema “Mi carrera”: “Tan poco que decir/ tan urgente/ decirlo.”, que, cual epitafio, abrevia el azoro de ser silencio, aun con idiomas y canto y poesía. Pero, el desasosiego no empujó a Cohen a la afonía, sino a la sublevación contra la mudez, según expresa “Hoy se ha puesto de pie mi guitarra”: “Hoy se ha puesto de pie mi guitarra/ y ha saltado a mis brazos para tocar/ una canción española para que orgullosos bailaores/ zapateen y griten/ contra el destino que nos doblega.” Aunque varios poemas de La llama los escribió o rescribió Cohen meses antes de morir, no creamos que determinó la presencia de la muerte en los mismos, ya que estuvo siempre en su obra. Más bien, por la recurrencia de vida, muerte, religión, ateísmo, belleza y fealdad, entrevemos las veleidades del fuego creativo: lúcido y delirante, armónico y discordante. Es la llama de la existencia, apasionante porque nos solivianta con el deseo de conciliar los extremos, esa llama que, ante la muerte, invocó Cohen con “En mis rezos pido valor”, uno de sus más bellos y sencillos poemas: “En mis rezos pido valor/ Al final/ Para ver llegar la muerte/ Como una amiga.”z

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EL DIABLO Y LA MAGIA DE LA SENCILLEZ A ojo de buen diablo (Poesía completa 1972-2018), Dante Medina, Amargord/Puertabierta/Cátedra Hugo Gutiérrez Vega/Secretaría de Cultura de México, Madrid, 2019.

Antonio Rodríguez Jiménez ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

ANTONIO ORIHUELA posiblemente lleve razón cuando dice que Dante Medina posee una inigualable capacidad creativa, travestismo lingüístico y una gran capacidad para pasar de un género a otro. Pero hay más, se trata de un poeta raro, productivo, rico, inagotable, siempre inspirado y ocurre que la inspiración lo pilla constantemente trabajando. Me encanta su acento francés (lo de francés es un frenillo que lo acompaña desde su nacimiento y él se ríe de sí mismo en las presentaciones de sus libros). También apunta Orihuela, pero con otras palabras, que Dante posee dotes camaleónicas –en el sentido positivo de la imagen- para adoptar ocasionalmente métricas, ritmos, rimas y cualquier figura literaria al uso, que lo hace un maestro indiscutible del dominio de la estética lírica en sus diferentes aspectos. Si sabe más el diablo por viejo que por diablo, aquí se cumple a pie juntillas, pero su espíritu sigue siendo joven, de enamorado de veinticinco años, que escribe con su experiencia forjada por la madurez que le dio la vida. Lo mismo construye sonetos, epigramas, epístolas y haikús, que poemas visuales. Es –sigo a Orihuela pero interpretándolo- una de las pocas voces mexicanas con tanta capacidad polifónica. Los textos de Dante Medina son asombrosos y se le descubre a cada poema, a cada verso, y esas líneas llenas de belleza, que pueden parecer caóticas cuando él las lee en público, las escribe con una perfección matemática. Dante –también lo dice Dolores Álvarez- es un mago con chistera que juega con muñecas rusas y extrae una y otra y otra y otra y parecen no acabarse nunca. Esa es la grandeza de su poesía, la magia de sus versos sencillos y complejos a la vez. De lo más hondo de sí mismo, saca todo lo que un gran poeta puede extraer y lo muestra poliédricamente para que cada lector lo haga suyo, lo sienta como expresión propia. Esto, ni más ni menos, es a lo más alto que puede llegar un artista.

El propio Medina confiesa que la materia de la poesía es el tiempo y en su obra completa no muestra ningún tipo de miedo cuando lo exhibe todo: lo que escribió durante nada menos que cuarenta y seis años. Y ha tenido la valentía de no autocensurarse, de no corregirse, como dando un mensaje a los lectores en estas más de 800 páginas espléndidamente ordenadas por una especie de musa y estudiosa llamada Sandra Ruiz Llamas. La ilustración de portada –genial y simbólica- es de Rocío Coffeen, que posee una mano artística genial. No faltan las palabras de aliento y de estudio, como las del citado Antonio Orihuela, las del poeta e investigador Jorge Souza, las de la “diablesa” Dolores Álvarez o epígrafes certeros de Adalberto Navarro Sánchez o José Ruiz de Torres, extraídos posiblemente de antiguas publicaciones. Siempre hay calidad y frescura: desde “Maneras de describir a Ana”, poemario de una gran frescura vital, “El agua, la luna, la Montaña y los puentes” o “Paisaje de amor recíproco”, “La muy fea”, hasta su famoso “Elogio de los mosquitos”, donde la ironía lo acompaña y contagia a sus lectores con una risa incontenible, o “Todos los ausentes buscan un espejo”, que vuelve con la juventud y el amor de la mano y escribe: “Mi amada no es un milagro/ es una cosa viva/ tiene veinte años y camina/ como si Dios estuviera inventando/ la poesía.” Dante Medina es un personaje fuera de lo normal, un poeta único, uno de los escritores mexicanos más auténticos que conozco. Él rompe todos los moldes, atraviesa todos los paisajes y saca de cada uno de ellos el poema más singular. Posee el encanto de hombre que siempre fue poeta y la poesía lo inunda, lo transforma, lo engrandece, y él la utiliza siempre para dialogar consigo mismo y con el tiempo, con ese tiempo trascendido al que se refería Antonio Machado, pero con la voz inconfundible de un mexicano enamorado de España, de Francia, de Europa en general y de toda Hispanoamérica z

EN NUESTRO PRÓXIMO NÚMERO

IDA VITALE

y la honradez cervantina Moisés Elías Fuentes


Arte y pensamiento

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Artes visuales/ Germaine Gómez Haro germainegh@casalamm.com.mx

Massimo Listri: arte sobre arte

Franz Xaver Messerschmidt

Terracota totonaca

QUÉ SIGNIFICA fotografiar una obra de arte y conseguir que ese registro trascienda en una creación estética per se? Ese ha sido el objetivo del prestigiado fotógrafo Massimo Listri (Florencia, Italia, 1953), considerado hoy en día a nivel internacional uno de los más importantes artistas de la lente. Se presenta actualmente en la Casa Lamm la exposición titulada No me quites tu risa (sugerente extracción del poema Tu risa de Neruda) que reúne trece ejemplos de su trabajo más reciente dedicado a las caritas sonrientes totonacas de nuestro pasado prehispánico, en diálogo con diez

Camilla, busto romano

piezas adicionales que dan cuenta de sus incursiones anteriores en el retrato de la estatuaria antigua. Es una pequeña gran muestra curada por el también italiano y erudito historiador del arte Giorgio Antei, quien ha acompañado y difundido el trabajo de Listri por todo el mundo. Antei presentó dos inolvidables exhibiciones en el Museo Nacional de San Carlos: La divina proporción (2013), dedicada al célebre editor parmesano Franco María Ricci, y Massimo Listri. Esplendor en la Roma Papal (2017), en las que el público mexicano pudo apreciar la faceta del florentino como fotógrafo de suntuosos espacios arquitectónicos interiores y sus imponentes retratos de bustos escultóricos de la Antigüedad. Este “curioso y extraño” género fotográfico del retrato de esculturas, como lo define Antei, se enlaza con su trabajo más reciente sobre las caritas sonrientes que se presenta por primera vez en la Casa Lamm. Estas estatuillas prehispánicas provenientes de la región veracruzana son uno de los enigmas aún por descifrar en la arqueología moderna. Las graciosas figurillas de una elegancia y sofisticación sublimes que presentan hombres y mujeres, jóvenes y viejos, finamente elaboradas en moldes de arcilla, siguen siendo motivo de estudios por parte de arqueólogos y antropólogos que no han llegado a una conclusión definitiva sobre su significado. Inclusive, pensadores como Octavio Paz han cavilado sobre ellas: recordemos el imprescindible ensayo publicado en 1965 en el libro La magia de la risa, donde el poeta se preguntaba de qué y por qué ríen estos singulares personajes. Massimo Listri también se cautivó con la misteriosa risita totonaca y le dedica una serie de retratos de una belleza excepcional que ofrecen al público mexicano la posibilidad de dialogar con obras tan significativas de nuestro patrimonio cultural desde otra perspectiva. Así lo expresa el curador en entrevista en la galería: “La novedad consiste en que unas piezas arqueológicas muy valiosas han sido reproducidas, fotografiadas, interpretadas por un maestro de la fotografía. Entonces hay un

doble valor: el de la pieza, y el valor del artista que la ha reproducido. Él no retrata gente, personajes vivos, sino que retrata principalmente esculturas.” El acercamiento de este fotógrafo poseedor de un oficio magistral nos permite ver los detalles de las estatuillas con una precisión increíble. Las fotografías de 100×100 cm develan ante nuestros ojos la calidad del modelado en arcilla con incisiones y pastillaje de las figurillas ricamente ataviadas con huipiles bordados, taparrabos, ajuares, tocados y joyería, así como la delicadeza de las líneas de expresión en esos rostros risueños que inclusive muestran su lengua y la limadura de los dientes. Para el curador Antei, “Massimo Listri es uno de los más grandes fotógrafos de arte contemporáneo. Su invención artística consiste en el equilibrio perfecto que introduce en la representación de la obra de arte. Su acercamiento a la escultura no es convencionalmente fotográfico sino autoral, en el sentido de que establece con las estatuas un lazo de confianza: es así, precisamente, como logra captar el concepto que el escultor les infundió.” Es por eso que la fotografía de Massimo Listri es arte sobre arte. (Se puede realizar el recorrido virtual de la exposición con el curador Giorgio Antei en YouTube) z


14 LA JORNADA SEMANAL

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Arte y pensamiento Biblioteca fantasma/ Eve Gil

Un árbol llamado Oswaldo Chanove Tomar la palabra/ Agustín Ramos

La prensa y la bolsa ESCUCHAR –DICTABA Karl Kraus– “los rumores del día como si fueran los acordes de la eternidad”. El 23 de septiembre es una fecha con fuerza de gravedad. Un 23, jóvenes revolucionarios trataron de asaltar un cuartel en Chihuahua. Para honrarlos otros jóvenes con propósitos similares le pusieron Liga Comunista 23 de Septiembre a su organización. Subrayo los adjetivos: atracción histórica, jóvenes revolucionarios, propósitos similares y organización comunista, todos ellos son tan discutibles como el peso de ciertas fechas. Para unos el 11 de septiembre tiene su núcleo gravitacional en el derribo de las Torres Gemelas en 2001, según otros lo más significativo es el derrocamiento de Salvador Allende en 1973 y habrá quien ponga el acento en el nacimiento de Theodor W. Adorno en 1903, para quien la reconciliación era un proceso ontológico. Cuestión de información, opiniones, cosmovisiones, ideologías, valores, intereses... Este 17 de septiembre un historiador con cargo público empleó mal un adjetivo. ¿Mal para quién? Puntualmente para el diario Reforma: “¡Ver para creer!”, comenzó escandalizado el gacetillero de turno. “Habría que preguntarle –continuó– al presidente… y a la secretaria de Cultura, Alejandra Frausto, si comparten esta santificación de los asesinos de Garza Sada y la justificación del asesinato de empresarios.” El resto fue puro trámite. No importó que el historiador retirara el adjetivo, ofreciera disculpas y hasta pusiera su renuncia a disposición de AMLO. El 20 de septiembre Reforma llevó su “noticia” a primera plana reforzada por la Secretaría de Cultura: “No estamos por abrir heridas del pasado sino por la reconciliación”, comunicó ésta. Porque ya no sólo era Pardinas sino cuanto resta del panismo, la Coparmex, el Consejo Coordinador Empresarial, Vicente Fox y el cabo Borolas quienes santificaron la paz causal y exorcizaron la violencia efecto. El 21 de septiembre, la noticia de la muerte del científico social Guillermo Almeyra se juntó con el citado derechazo al Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, derechazo que clausuró un diálogo para el que siempre pareció dispuesto el historiador Salmerón. Y antes, el 5 de septiembre, cuando moría el artista Francisco Toledo, la Cámara de Diputados se sometía al chantaje del panismo más devaluado. Como artilugio convencional de registro del tiempo, el calendario tiene días inolvidables y días para el olvido. Pero eso es un decir, porque las heridas de lesa humanidad no se remedian apostando por reconciliaciones de discurso sino con confrontaciones públicas, con polémicas que pueden y deben ser duras, porque si reconciliarse para reincidir es dramático, olvidar para reconciliarse resulta trágico. E imposible. El día 22, Mr. Operación Berlín hacía una semblanza de la vida “fructífera” de Eugenio Garza Sada, y dos exmilitantes de la Liga Comunista 23 de Septiembre y el Colectivo Madera Periódico Clandestino ofrecían una versión antagónica del mismo personaje: “apoyaba al nazismo”, “reprimió huelgas”, “despidió cientos de trabajadores”, “creó sindicatos blancos…” [Texto completo en https://www.losangelespress.org/tag/liga-comunista-23-de-septiembre/] El día de hoy L. F. Granados resume: “Antes de que Salmerón se diera cuenta -literalmente- Frausto nombró para reemplazarlo a Felipe Ávila”… Opino que así se clausuró la oportunidad de abrir una discusión imprescindible. Para Hayden White es el historiador quien da significado y forma a los hechos “del pasado convirtiéndolos en un todo cuya integridad es puramente discursiva”. Para otros, más que el historiador lo que importa es la historia como máximo acercamiento posible a la verdad de los hechos, no tanto para alcanzar la verdad como para contrarrestar el olvido. Y la mentira… Empecé con Karl Kraus y con él termino: “¡Tienen la prensa, tienen la bolsa, y ahora también tienen el subconsciente!” z

SEGÚN MARIO Montalberti, autor del prólogo de El motor de combustión interna, de Oswaldo Chanove (Fondo de Cultura Económica, Perú, Biblioteca Regional Mario Vargas Llosa, 2018), nos encontramos ante el poeta vivo más importante de Perú, aunque tiene la decencia de anteponer un “probablemente”. Montalberti mismo es un poeta muy interesante, tanto como el propio Chanove, que es quien nos ocupa de momento. Este libro de precioso diseño, con una portada que es surrealismo puro y resume de manera precisa lo que estamos por leer, adolece de un defecto: carece de datos biográficos y el prologuista restringe su análisis a la obra poética. Durante la lectura consideré la posibilidad de que se tratara de un poeta muy joven (no mayor de cincuenta, si se trata de alguien tan relevante) y que ostentaba otra profesión. Químico. Físico. Astrónomo. A esto, él respondería tajantemente: “La poesía es un género de ficción, a diferencia de los científicos que buscan acercarse a la verdad.” La realidad es que Chanove nació en Arequipa, Perú, en 1953 e intentó cursar, sin concluir ninguna, las carreras de arquitectura, psicología y sociología en la Universidad Nacional de San Agustín. La literatura, afirma, aprendió a hacerla directamente de los libros. Señala Montalberti que este, su más reciente libro, comienza donde termina una prematura Obra reunida (1983-2012) donde incluye un par de inéditos, uno de ellos, “Átomos deliciosos”, es “canibalizado” por Chanove aquí, como una especie de narrativa del Big Bang, donde el hombre, y no Dios, es el creador de nuestra limitada visión del universo, lo que alcanzamos a percibir –o adivinar– de él. En el poema titulado “Breve biografía (intento 1002)”, el poeta se pregunta en qué momento se convirtió en humano, ¿por qué no en árbol? Lo curioso es que no lo percibo como una interrogante capciosa u ocurrente. Hay algo en la forma de desarrollar esta, llamémosle, “duda existencial”, que va más allá de la poesía y, definitivamente, no pretende confundir ni ostentar una serie de conocimientos extraliterarios. Roba los términos con que trabajan los científicos –sólo los términos, pues la ciencia pertenece a la realidad concreta, no así las palabras– y los incorpora a su discurso existencialista: “...siempre me Oswaldo Chanove

despierto en un país extraño/ En cualquiera de los siete continentes/ y cuando atrapo el celular/ La voz es otra voz/ El idioma es otro idioma.” (“El autor que escribe esta palabra...”). Más que cuestionar la hipertecnología que comienza a apretarnos, o más que simplemente incorporarla a su discurso poético, Chanove la transforma en poesía por sí misma. Cada época tiene su propia “lacra”, por llamarla de algún modo. Los poetas decimonónicos sublimaron la depresión (o “melancolía”, como se le conocía entonces) cuando terminó por convertirse en una epidemia, claramente en una enfermedad que debía ser tratada y, de ser posible, curada. ¿Por qué no los poetas del siglo XXI podrían hacer lo suyo con las computadoras, la fibra óptica, los celulares? La diferencia entre Chanove y otros poetas, notoriamente más jóvenes, que más bien emplean dicha circunstancia como un pretexto para realizar “hiperpoemas” que a veces no alcanzan ni la calidad de aforismo al carecer de sentido, es que el peruano es un romántico que se comunica con el receptor en un lenguaje radicalmente cotidiano, sin por ello sacrificar la esencia misma del género y, lo que es mejor, el privilegio de interactuar con sus lectores: “Nosotros es algo donde estás tú y ellos/ (Tú estás enfermo de ellos/ Y cuando yo me sumo milagrosamente nos/ transfiguramos” (“¿En qué pensaba el Pensador de Rodin?”) La poesía de Chanove no sólo es lúdica. Es su lenguaje personal, si nos atenemos a las entrevistas y a su forma de responder preguntas que parecen näif, lugares comunes, y sus respuestas se transforman en algo que importa mucho: “Si me dedico al viejo tema de la fama, uno se corrompe y empieza a escribir cosas falsas. Ahí uno mismo destruye sus posibilidades. Lo último que quiero ser es un farsante.”z


Arte y pensamiento Bemol sostenido/ Alonso Arreola @LabAlonso

LA JORNADA SEMANAL 29 de septiembre de 2019 // Número 1282

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Cinexcusas/ Luis Tovar

@luistovars

Sobre héroes y sobrevivientes

El dios del rock exige sacrificios ANTE LA polarización que –alrededor de cualquier tema– impera en tantas discusiones cotidianas, hemos optado por frenar al pensamiento en pos de una segunda valoración que nos permita ser más justos, menos pétreos –sobre todo públicamente– allí donde ni el cariño ni la empatía minimizan las pasiones. No sabemos si lo hemos conseguido, verbigracia, en esta columna dominical. Lo que sí tenemos claro a últimas fechas es que esa postura intermedia incomoda aún más a nuestros interlocutores. Daremos tres ejemplos puntuales y breves. Uno fue a propósito de los conciertos que la cantante islandesa Björk diera en México. Sobre el concierto al que fuimos publicamos lo siguiente en redes sociales: “Björk en vivo es como el río. Siempre la misma, siempre distinta, te engaña, te fascina. Es como el fuego. Mutando permanece y repitiendo sus cualidades te cansa, te sorprende. Es discurso necesario, mas ingenuo. Visuales y audio encomiables en un foro mal pensado. El precio, injusto, ya se sabe. El todo, raramente, lo vale. Björk es tremenda artista. Inigualable.” No nos pondremos a explicarlo, a no preocuparse, lectora, lector. Es un párrafo de sentir honesto e intencionalmente contradictorio que no acaba de inclinarse a uno u otro lado de la balanza, pese a la calidad de esta gran artista. Ello nos parece válido y necesario para abrir una discusión que… resultó poco entusiasta. Otro texto de juicio intermedio lo publicamos alrededor de una obra de teatro: “Por si no era suficiente que actuara chingonsísimo, ahora el carnal Mauricio Isaac se vuelve bajista y cantante en una ‘instalación’ museística llevada al Berlín de David Bowie y Lou Reed: La Guerra Fría. Acompañado por esa otra bestia –hermosa– del tinglado llamada Mariana Gajá y el colega Jacobo Lieberman, estarán sólo dos fines de semana más en el Museo Tamayo. Aunque el texto de Juan Villoro parezca irregular y un tanto esnob, la escenografía de Abraham Cruzvillegas y la creativa dirección de Mariana Giménez enaltecen el virtuosismo escénico. ¡Bravo!”

El eco fue menos pirotécnico que si hubiéramos publicado una selfie al lado de un gatito sin hogar. El mayor involucrado, eso sí, lo celebró. Sin embargo, el que provocó salpullido en numerosos melómanos fue el dedicado a la visita de King Crimson, banda señera del rock progresivo británico. Compartido por un sector furibundo de su fanaticada, nuestro texto y persona fueron vapuleados cual piñatas decembrinas, pues quienes aún ostentan gustos sonoros para definirse socialmente no perdonan grietas en sus estatuas: “El problema de King Crimson es el aplauso histérico que soslaya la desaparición del bajo, los fraseos del saxo emparentados con Kenny G, la falta de carácter de la voz y las demasiadas pirotecnias visuales. Pese a ello, claro está, hay gozo y celebramos su carrera y su visita.” ¿A dónde vamos con todo esto? Entendemos que hace más de dos décadas la pertenencia a tribus, la demostración de “credenciales” que nos definieran y ayudaran a encontrar pares de vida resultaba indispensable. Pero hoy, cuando las vías de comunicación aumentan sin freno, sería deseable una tolerancia y análisis distintos. ¿Es cosa generacional? Mucho. Resistencia y extremismo son más de gente mayor a los treinta años de edad. Ahora bien... ¿Exageramos al usar como ejemplos conciertos u obras de teatro? Nos parece que no. Justo allí es donde debemos templar carácter, establecer desacuerdos y llegar a síntesis que nos entrenen para otras batallas de la vida. Hoy parece haber una fragilidad intelectual cuya primitiva supervivencia lleva a los polos del maniqueísmo; a la ausencia de crítica y al fortalecimiento de élites; a las orillas de un campo de batalla que en su centro era sano, deseable y necesario para la evolución colectiva. En fin. Se acercan los conciertos de Muse, The Cure, Les Claypool & Sean Lennon… Iremos con entusiasmo pero sin dejar el hacha en casa. Los precios son altos y no podemos regalar aplausos de museo por nombre y apellido. El dios del rock exige sacrificios. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos z

BIEN SEA QUE se haya nacido en Ciudad de México, bien sea que se haya estado en la otrora denominada “muy noble y leal ciudad” el 19 de septiembre de 2017 –y en lo que respecta a millones de personas debe añadirse, insoslayablemente, la misma fecha pero de 1985–, hay una muy alta posibilidad de ser lo primero, y casi la certeza de ser lo segundo que se indica en el título de estas líneas: sismo, temblor o terremoto, el estremecimiento telúrico sucedido hace exactamente dos años y diez días en la capital de la República Mexicana, convirtió a cada uno de sus habitantes/visitantes en protagonista, colectivo y anónimo en la totalidad de los casos, de la tragedia humana en su manifestación más básica y, por lo tanto, esencial: súbita, intempestiva, siempre inesperada e inoportuna aunque se le sepa e inconscientemente se le aguarde, la muerte sólo sabe dar dolor –atemperado a veces, pero casi siempre ciego y sin amarras– y hace sufrir por partida doble: a quien la muerte toma le inflige inexistencia, y a quien lo atestigua lo tatúa de impotencia, tristeza y desamparo. No importa si oriundos u honorarios, chilangos a quienes hermana la tragedia compartida repitieron la experiencia vivida treinta y dos años atrás: al colapso de las edificaciones, la varilla doblegada, el concreto vencido, de inmediato y entre todos opusieron la fuerza de sus puras manos, brazos, piernas, ojos, gritos y silencios. Aquella vez, en los ochenta, el único testimonio audiovisual de las miríadas humanas al rescate de sí mismas fue el que la televisión, omniprepotente entonces, pudo registrar; ahora, las imágenes y los sonidos del drama democrático se cuentan por miles incontables; cada celular, y son millones, capturó desde el colapso mismo de esta y aquella construcción, hasta el escombro y el laberinto repentino en cuyo fondo algún susurro, un movimiento, son indicios de que la muerte no es total ni en estas circunstancias y entonces no es que se pueda, sino que debe hacerse lo imposible por ese semejante ahí atrapado; si está vivo, puño en alto y en silencio para localizarlo; si no lo está, labor callada para que sus restos no queden sepultados en esa tumba involuntaria. La memoria, igual de terca que la muerte, se erige entonces como Némesis de esa Nada subrepticia, incruenta y ciega por necesidad desde la perspectiva humana, proclive a entender la inconsciencia del mundo bajo los insuficientes parámetros de causa y consecuencia. Memoria y, a renglón seguido, raciocinio: entender, o cualquiera de sus sucedáneos –resignarse, por principio–, si es que sucede, suele ser a posteriori, agua pasada que no altera un ápice los hechos pero cuyo afán de ordenamiento da consuelo, alivia del vacío de la sinrazón, la pérdida y la certeza de la indefensión futura. Eso debe ser, si está bien hecho, un documental en torno al sismo del 19 de septiembre de 2017 en Ciudad de México –y, por supuesto, extensible a cualquier suceso semejante en dimensiones y naturaleza–, el registro estructurado de lo que se le arrebata a la anarquía: hechos, circunstancias y protagonistas, que se multiplican hasta el vértigo, son representados en el micro-macrocosmos de la experiencia, el sitio y el suceso individuales, verbigracia el cardiólogo que en pleno terremoto no detuvo una cirugía a corazón expuesto, y sin alteración y sin alardes prosiguió ese día y los siguientes su labor callada, indispensable, de salvador de vidas; verbigracia el muchacho, casi niño, que en un colegio al sur de la ciudad, negativamente célebre a consecuencia de la ambición mediática y la labor mendaz, no encontró la muerte como tantos de sus compañeros y después, en su sobrevivencia tan temprana pero ya maduro a golpe de colapsos y reflexiones solitarias, encuentra en Nietzsche al interlocutor que necesita y de ahí desprende su sabiduría sin edades: “Es algo natural, creo yo, algo que siempre nos va a pasar; somos muy pequeños, insignificantes.” Septiembre 19. Pequeñas historias épicas, Rafael Rangel, México, 2019 z

Septiembre 19. Pequeñas historias épicas


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LA JORNADA SEMANAL 29 de septiembre de 2019 // Número 1282

Ensayo/ Norma Ávila Jiménez

TERREMOTOS: LA DANZA DE LA TIERRA Desde el Instituto de Geofísica y el Centro de Geociencias de la UNAM, aquí se nos habla de placas tectónicas, gabros, perfiles magneto-telúricos del subsuelo, aisladores de base, disipadores de energía y amortiguadores viscosos, términos y conceptos pertinentes para entender la naturaleza de los sismos y cómo en algo contrarrestar sus efectos. La temida brecha de Guerrero

B

ucear en la fosa de Silfra, en Islandia, significa sumergirse entre las placas tectónicas Norteamericana y Euroasiática, paredes rocosas separadas por cinco metros, cifra que aumenta dos centímetros cada año debido a su constante movimiento. Esta oportunidad de percibir y estudiar entre burbujas algunos de los aproximadamente trescientos sismos diarios que allí se originan, es única en el planeta. La mayoría de los sismólogos estudian los movimientos intraplacas en otras condiciones. Un ejemplo es la investigación que llevan a cabo los doctores Allen Husker y Luca Ferrari, expertos del Instituto de Geofísica y el Centro de Geociencias, para analizar los movimientos de la últimamente temida brecha de Guerrero. En un trabajo reciente, los especialistas de la UNAM plantean que esa brecha no dará lugar a un gran terremoto; la energía allí acumulada se ha dispersado en sismos lentos. Con la ayuda de una

red de GPS han observado que en la zona de subducción –donde la placa de Cocos, ubicada en el Océano Pacífico, penetra debajo de la de Norteamérica seis centímetros cada cincuenta años, aproximadamente–, el terreno se levanta de tres a cinco centímetros y en cuestión de pocos meses baja. Eso significa que se ha liberado energía en movimientos telúricos lentos. Ese comportamiento obedece a que los gabros –rocas negras similares al basalto cuando se cristalizan en áreas profundas–, acumulados en el subsuelo continental, forman una capa impermeable que impide que se detonen “grandes esfuerzos entre las dos placas. Cuando la oceánica penetra debajo de la continental, se deshidrata, libera agua y otros fluidos, y si la placa superior es impermeable, se crea una sutil capa de alta presión de fluidos que permite un deslizamiento suave”. Los gabros resultan del vulcanismo que durante 40 millones de años disparó material en el sur de México, asegura el doctor Ferrari, y esto lo ha comprobado con otros colegas universitarios, a través de perfiles magneto-telúricos del subsuelo. “Con estos perfiles se determina la conductividad eléctrica y, si la hay, significa presencia de agua, como ocurre en la brecha.” Eso no quiere decir que no pueda gestarse otro terremoto desde otra zona del Pacífico mexicano aledaña a la brecha.

La materia no se destruye: se hace añicos Lo anterior lo subrayó José Emilio Pacheco en su poema “Las ruinas de México”, dado a conocer en 1985. Mientras no se edifique con base en el Reglamento de Construcciones publicado en diciembre de 2017 y los inversionistas no apuesten por las nuevas tecnologías –quieren gastar lo mínimo–, las palabras del escritor son vigentes.

Afortunadamente, hay constructores que ya utilizan algunos dispositivos, entre éstos, los aisladores de base, que se colocan en la cimentación y su función consiste en confinar el movimiento del inmueble. “Al momento que inicia el temblor, se mueve el terreno mientras que el aislador logra que las deformaciones del edificio sean mínimas”, asegura el doctor Darío Rivera, presidente de la Sociedad Mexicana de Ingeniería Sísmica. El Centro Médico Siglo XXI cuenta con los disipadores de energía, una suerte de plaquitas metálicas que actúan como fusibles, colocados en puntos estratégicos de los edificios. Cuando arremete un temblor, “lejos de dañarse la estructura principal, se dañan los disipadores. Es el momento de retirarlos y colocar otros”. Los amortiguadores viscosos, cilindros con un émbolo y un fluido –similares a los pistones hidráulicos–, evitan alteraciones en las construcciones. “Existen empresas mexicanas que ofrecen precios competitivos por la venta de esta tecnología.” Estos amortiguadores remiten a los “gatos hidráulicos”, que entre los años setenta y ochenta del siglo pasado, según ciertos rumores, se colocaban en las estructuras para evitar su colapso. “Son un mito: no sé quién inventó esa idea.” Existe la tecnología para evitar catástrofes; sin embargo, la voluntad de utilizarla muchas veces queda en segundo plano por culpa de los intereses económicos. La danza de la Tierra continuará en nuestro país, con movimientos telúricos que, traslados al sonido, semejarían la Toccata para percusiones, de Carlos Chávez, o con desplazamientos suaves, como aquellos provocados por las fallas que atraviesan Ciudad de México y que últimamente han acelerado corazones z


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