SUPLEMENTO CULTURAL
NO. 355 /// 1 DE OCTUBRE DE 2018 /// AÑO 8
DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN
Imagen de HUA.RA.CHE Gráfica.
A 50 años del 2 de octubre de 1968.
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LA GUALDRA NO. 355 /// 1 DE OCTUBRE DE 2018 /// AÑO 8
La Gualdra No. 355
Editorial
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edio siglo ha transcurrido ya desde la Noche de Tlatelolco, aquel 2 de octubre tristemente recordado cada año por los acontecimientos violentos entre las fuerzas del Estado y las organizaciones estudiantiles en la Ciudad de México. 50 años de marchas, de manifestaciones de los estudiantes que siguen pidiendo justicia por los jóvenes desaparecidos y asesinados. “Ni perdón ni olvido” es una de las consignas más repetidas desde entonces, retomada con más fuerza a partir del 26 de septiembre de 2014 cuando se dio otra agresión en contra de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa. Si 1968 fue un parteaguas en las formas de organización estudiantil, 2014 es el año en que se incrementó todavía más un descontento histórico que parece no tener fin y continuará en tanto no se tenga noticia de qué fue lo que pasó con ellos. ¿Dónde están los estudiantes del 68, dónde los de Ayotzinapa? Es la pregunta constante. Hace 4 años, los estudiantes de la Normal Isidro Burgos se encontraban “boteando” precisamente para recaudar fondos para poder asistir al aniversario del 2 de octubre; la noche los encontró en el lugar equivocado y cubrió de oscuridad lo que pasó; hoy no tenemos más certeza que la de saberlos ausentes de las aulas en la que habrían de formarse como profesores rurales, saberlos ausentes en sus hogares y en este país en el que seguimos recordándolos. Quisimos dedicar La Gualdra 355 a este aniversario número 50 del 2 de octubre del 68 porque consideramos indispensable que no se olvide lo que pasó, que se sepa a cabalidad lo acontecido, para que las nuevas generaciones tengan como referencia histórica lo que la juventud mexicana ha hecho para organizarse en pos de mejorar las condiciones educativas en las que se encuentra inmersa. Así, Mauricio Flores nos comparte en este especial una reseña sobre el libro de Gonzalo Martré, Los símbolos transparentes, una novela cuya primera edición data de 1979 y en la que se retoma la narración de los hechos ocurridos durante la tarde de ese 2 de octubre; para muchos especialistas en el tema, es una de las publicaciones que recrea “los días más significantes del movimiento e incorpora personajes de entonces (la juventud, los estudiantes), alternándolos con los de la élite política y de los medios de comunicación, plenamente identificables entonces y ahora”. En páginas centrales, Eduardo Jacobo, académico universitario que ha estado publicando en redes sociales una cronología de cómo se fue generando el conflicto y recru-
deciendo hasta llegar a los hechos violentos que hoy seguimos lamentando, participa con el texto “En contra del olvido: 2 de octubre, a 50 años”, en el que afirma que “El ‘68 más que el fin de un movimiento significa el punto de partida de una lucha constante por parte de la juventud universitaria por ocupar un papel protagónico en la sociedad”, entre otras cosas. En ese mismo espacio, participan otros dos profesores universitarios: Carlos Flores y Pilar Alba; el primero nos hace un recuento de cómo es que tuvo noticia de estos hechos ocurridos antes incluso de que él naciera: “en mi cabeza de adolescente fueron miles los fallecidos, pero la cifra no es lo importante, sino la infamia mediante la cual el gobierno ha cometido y sigue cometiendo infinidad de crímenes atroces”, reflexiona. Pilar Alba nos comparte un cuento de su autoría también relacionado con cómo imagina que vivieron el momento los estudiantes que trataban de huir despavoridos tratando de salvarse. El cine también ha retomado el tema en reiteradas ocasiones, pero ha sido quizá el caso más significativo el de la película Rojo Amanecer, de Jorge Fons; al respecto, Adolfo Nuñez nos habla de cómo “el filme nos adentra en la vida de una familia común que vive en el edificio Chihuahua en Tlatelolco”; asimismo, establece similitudes con otro largometraje, Canoa (1975) de Felipe Cazals, que sin abordar el tema de 1968 sí encuentra cierto tipo de relación con el manejo fílmico de este tipo de conflictos sociales. Carlos Belmonte, por su parte, nos habla de la película de Paula Markovitch, Cuadros en la oscuridad. Amando Salgado, nuestro amigo poeta michoacano, ha querido que parte de su libro inédito de poemas Tierras altas de Mato Grosso (que obtuviera el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2017) apareciera aquí por la importancia del aniversario que nos ocupa. En contraportada se encuentran, para cerrar, las colaboraciones de Alberto Huerta y Eduardo Campech Miranda -quien habla de los libros de Elena Poniatowska y Luis González de Alba). A todos ellos y a Hua.ra.che gráfica por la imagen de portada, mi sincero agradecimiento. Cierro este espacio editorial recordando con respeto a Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, uno de los líderes del movimiento del 68 a quien tuvimos la fortuna de conocer y compartir el pan y la sal aquí en Zacatecas. A la memoria de él y de todos por quienes seguimos exigiendo justicia. Que disfrute su lectura.
Directorio
Contenido Cuando los símbolos se volvieron transparentes Por Mauricio Flores
En contra del olvido: 2 de octubre, a 50 años Por José Eduardo Jacobo Bernal El murmullo de un lamento Por Carlos Flores Yo no Por Pilar Alba
La noche de Tlatelolco en el artificio fílmico Por Adolfo Nuñez J. Desayuno en Tiffany’s, mon ku Paula Markovitch, deber de memoria con sus Cuadros en la oscuridad Por Carlos Belmonte Grey
Del libro Tierras altas de Mato Grosso Por Armando Salgado
Cuánto hemos logrado y cuánto nos falta Por Eduardo Campech Miranda El Santo Oficio Cuatro Por Alberto Huerta
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Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com
Carmen Lira Saade Dir. General Raymundo Cárdenas Vargas Dir. La Jornada de Zacatecas direccion.zac@infodem.com.mx
Jánea Estrada Lazarín Dir. La Gualdra lagualdra@hotmail.com Roberto Castruita y Enrique Martínez Diseño Editorial
La Gualdra es una coproducción de Ediciones Culturales y La Jornada Zacatecas. Publicación semanal, distribuída e impresa por Información para la Democracia S.A. de C.V. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio sin permiso de los editores.
Juan Carlos Villegas Ilustraciones jvampiro71@hotmail.com
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Aquella tarde, aquella historia…
Cuando los símbolos se volvieron transparentes Por Mauricio Flores*
jes recreados (con sorprendente agilidad narrativa) bien pueden insertarse en nuevas realidades, también imaginadas por los jóvenes y los estudiantes de hace cincuenta años. Prosigue la narrativa de Los símbolos… “¿Por qué no tenemos alas? Luego la muralla pierde de golpe su vital importancia. Sucede en el instante preciso que sientes, Andrés, un impacto seco, crujiente, lacerante, que te arroja de bruces. Un destello de esperanza te asegura que has sido derribado mediante un culatazo salvaje, que te desmayarás, que tal vez te pisotearán. Luego de un tiempo razonable durante el cual posiblemente pases por muerto, abrirás los ojos, aún con la espalda adolorida, quizá la columna vertebral lesionada, o menos grave, tan solo un hueso roto. Es falso, lo sabes. Soportas un fuego interno devastador, hay algo en el aire que lo hace insuficiente, tus pulmones no sostienen el ritmo natural de la respiración; al inhalar, aspiras miríadas de chispas, gases de un volcán o agujas de acero. Tu muerte es ineludible, Andrés […]”.
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La situación era desordenada e incierta, probablemente otros disparos derribaron ese cuerpo que iba delante de ti. ¿Una mujer? ¿Un hombre? Tú los veías doblarse como abatidos por una gigantesca segadora mecánica. Era la hora del caos y del pánico: cuando los estampidos ensordecen y los proyectiles silban al chocar en el suelo, junto a los pies. Cuando se presiona, cuando empujas una muralla de espaldas móviles, dislocadas, avanzando con lentitud desesperante. Muralla rígida y dura a pesar de ser de piel y músculos, sangre y hueso. Entonces, todas las espaldas son iguales, del mismo ancho y largo, los colores desaparecen, sólo queda el negro color del terror, el manto oscuro de la angustia, de la impotencia física […]”. El anterior es un pasaje de la novela Los símbolos transparentes, de Gonzalo Martré (Hidalgo, 1928), una de las primeras ficciones aparecidas en nuestro país “a partir y desde” la experiencia del movimiento estudiantil de 1968. Novela que publicada en 1979, cumple ahora cuarenta, en tanto que la experiencia social de entonces media centuria y su autor noventa. Motivos, todos, para conmemorar, y una manera de hacerlo es mediante la reedición de la obra, a cargo ahora de Librerías Tauro. Considerada como “la mejor novela” que recreaba aquellos hechos y ambientes, dixit Gustavo Sainz, Los símbolos… es una narrativa que avanza en diferentes planos, siendo el pasaje de la tarde del 2 de octubre uno de los más destacados. No resulta extraño que su autor haya decidido titular así esta obra, que incluye epígrafe del Nobel mexicano de Literatura Octavio Paz, donde se habla de “aquella tarde, aquella historia”, cuando “la visión fue sobrecogedora porque los símbolos se volvieron transparentes”. Los símbolos… (que tras su lanzamiento ha tenido una docena de ediciones en Claves Latinoamericanas, Lecturas Mexicanas y Alfaguara) recrea además los días más significantes del movimiento e incorpora personajes de entonces (la juventud, los estudiantes), alternándolos con los de la élite política y de los medios de comunicación, plenamente identificables entonces y ahora. Aunque no se detiene ahí, puesto que se prolonga a las secuelas de la rebelión libertaria: la opción de la lucha armada y las réplicas de la represión, específicamente la respuesta gubernamental a la manifestación, también
Verdaderamente libres
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estudiantil, del 10 de junio de 1971. La novela, primera que desde el género literario abordó la experiencia histórica, tuvo sus avatares iniciales. Y es que fue objeto de multiplicados desaires y hasta de abiertas censuras con el fin de impedir su publicación. Peripecias editoriales Se sabe que fue finalista de la segunda versión del llamado concurso Novela México 1974, convocado por la editorial Novaro, capitaneada por Luis Guillermo Piazza. Al ser finalista, se suponía, sería publicada por el sello, lo que no ocurrió. La ganadora, por cierto, fue Estas ruinas que ves, del guanajuatense Jorge Ibargüengoitia. Con el tiempo, Los símbolos… tiene ya un sitio de reconocimiento entre la crítica especializada y los lectores. Pasados los años nadie puede negar
que Los símbolos… reveló —lo sigue haciendo— los tejemanejes del sistema político mexicano —con el PRI a la cabeza— en contra del movimiento estudiantil de 1968 y su ímpetu de libertad. Como tampoco se puede soslayar que “la manera” en que lo hizo tuvo grandes virtudes literarias. “Uno de los grandes aciertos de Martré”, escribió entonces Ignacio Trejo Fuentes, “es la hábil estructuración que ha dado a su novela [...] la mescolanza de los planos narrativos tiene un parentesco cercano con la narrativa cinematográfica: las secuencias jamás son directas, sino que mantienen una ordenada anarquía”. Medio siglo después, en la perspectiva de los recientes cambios vividos en la sociedad mexicana, una nueva lectura de Los símbolos… resulta necesaria y apetecible. La historia y los persona-
lgo importante hemos ganado. Hemos ganado la conciencia de la acción. Ahora discutimos cómo romper las cadenas, no si se pueden romper. Hemos vivido libertad en las calles, hemos vivido democracia en miles de asambleas, mítines y manifestaciones. Cuando se conoce lo dulce de la libertad jamás se olvida, y se lucha incansablemente por nunca dejar de percibirla, porque ella es la esencia del hombre y porque solamente el hombre se realiza plenamente cuando es libre. Y en este movimiento miles hemos sido libres, verdaderamente libres. Palabras de Eduardo Valle, El Búho, al término de la marcha del 13 de septiembre de 1968, en el Zócalo de la Ciudad de México. *** Gonzalo Martré, Los símbolos transparentes, Librerías Tauro, México, 2018, 420 pp. @mauflos
A 50 Años del 2 de Octubre del 68
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A 50 Años del 2 de Octubre del 68
En contra del olvido: 2 de octubre, a 50 años “Tlatelolco es la escisión entre los dos Méxicos”. Luis González de Alba, delegado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM ante el CNH
Por José Eduardo Jacobo Bernal t
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a historia es la lucha de la humanidad en contra del olvido, es el rescate de la memoria selectiva, no para alimentar la nostalgia, sino para hacer presente el pasado y reconocer en el otro lo que aún vive de ello en nosotros. El 2 de octubre de 1968 es un acontecimiento que ha ganado “potencia histórica” a través del tiempo, pues el silencio de los medios, la falta de acceso a los archivos, y la propia cicatriz de la represión del Estado impidieron que el movimiento tuviera un impacto inmediato en la sociedad; las elecciones presidenciales siguientes al ’68, en las que el presunto culpable era el candidato, resultaron en un triunfo indiscutible del sistema sin mayor problema; más aún, la elección de 1976 fue particularmente a modo para el partido en el poder, pues ni siquiera hubo competencia. Sin embargo, hoy a 50 años, casi todos estaremos de acuerdo que lo ocurrido en la Plaza de las Tres Culturas ese verano marcó un antes y un después en la vida política del país, y aunque fue acallado en su momento, hoy la memoria sigue más viva que nunca. El ’68 más que el fin de un movimiento significa el punto de partida de una lucha constante por parte de la juventud universitaria por ocupar un papel protagónico en la sociedad; lo que inició con un pliego petitorio muy específico, en el que se pedía la eliminación del cuerpo de granaderos -quienes encarnaban la postura gubernamental, cerrada al diálogo y con la fuerza como único argumento- derivó en una exigencia de libertad y democracia a la que el Estado mexicano no pudo dar respuesta.
Para intentar comprender esta disputa irreconciliable es necesario ver más allá de lo ocurrido entre el 22 de julio y el 2 de octubre de 1968 en la Ciudad de México, hay que contemplar el amplio horizonte mundial y la Guerra Fría que exacerbó la paranoia del Estado mexicano, el cual, con la presión internacional y la vigilancia mediática que implicaban las Olimpiadas, no encontró otra forma de terminar con el conflicto, más que a través de la represión. Es necesario entonces conocer más acerca de ese explosivo ’68 en otras latitudes para comprender mejor lo ocurrido en nuestro país, pues Alemania, París, Praga y México tienen en común esa coyuntura político-cultural que buscaba transformar el status quo; la ascensión de la clase media generada a partir del Estado de bienestar post-guerra dio pie a un reacomodo social que desencadenó una serie de reajustes en el plano del imaginario político.
En este sentido el ’68 es un esfuerzo juvenil por desmarcarse de las tendencias culturales de la generación de la posguerra, un rechazo frontal al mundo capitalista, al consumismo y al conformismo social, la época de la reconstrucción del mundo había hecho que los jóvenes de las décadas de 1940 y 1950 aspiraran únicamente a la paz y a la estabilidad, pero sus hijos, sin haber vivido la crisis bélica, pugnaban por una sociedad dinámica, la paz y el orden ya no eran las aspiraciones de la nueva generación, sino que necesitaban dejar su huella en el mundo. Era una generación que tenía asegurado el futuro, las expectativas de empleo eran buenas y la economía iba en ascenso, era tiempo entonces de luchar por lo imposible, era el tiempo de las utopías. De esta forma es que el ’68 significó una crisis de civilización mundial, un reacomodo de fuerzas en el que la juventud luchó por ob-
tener un papel protagónico en la sociedad, pues había adquirido conciencia de su potencial papel como actor colectivo en el plano político, social, cultural y hasta económico. El movimiento estudiantil mexicano es suma y respuesta de lo que pasaba en el mundo, pero adquiere tintes particulares de acuerdo a su contexto específico, lo ocurrido en la Ciudad de México es diferente de París pues aquí no hay exigencias en contra del sistema educativo, aquí la lucha es en contra del Estado, en contra del Partido y en contra del Presidente, quienes a su vez, representaban para los jóvenes exactamente la misma cosa. La lucha inició con seis puntos fundamentales, pero soñaba con ir más allá, soñaba, como soñaron en Francia, con cambiar al mundo, con concientizar al pueblo, con hacer labor social entre los campesinos y obreros; las demandas no eran por mejoras económicas, ni por
cambios en la educación, la lucha era en el plano simbólico-político, se exigía democracia, libertad y diálogo público, justo lo opuesto a lo que era el régimen. Pero ¿por qué el ’68 no se olvida? ¿Por qué sigue tan vigente? El escenario mexicano ha cambiado, pero hay demandas que aún no se resuelven, hoy vivimos en un país en el que la violencia está presente en todos los ámbitos, la desaparición de estudiantes no es un episodio lejano, es una realidad presente, lo sucedido en Ayotzinapa hace apenas cuatro años, puso de manifiesto que la insurgencia estudiantil sigue vigente y el hecho de que los 43 estudiantes se dirigieran a la marcha del 2 de octubre en la Ciudad de México dotó de mayor impacto simbólico a su desaparición, demostrando que la lucha iniciada hace 50 años aún tiene saldos pendientes y que la juventud universitaria no está dispuesta a olvidar. La propia consigna que se grita cada 2 de octubre hace alusión a la memoria, a no perder de vista la importancia de lo ocurrido el verano de 1968, su repetición constante ha marcado la fecha en el imaginario nacional, ha impedido que “se olvide”; pero además alude a una memoria militante, en la que el olvido es sinónimo de derrota y el recuerdo implica seguir luchando. Si bien esta consigna, evidentemente, fue posterior a lo ocurrido, nos da cuenta del potencial de transmisión histórica que hay en una sola frase, pues las consignas son relatos breves donde se condensan deseos, miedos, odios, esperanzas, proyectos e identidades; son herramientas de memoria fundamentales para impedir que se repita la historia. Por eso a 50 años seguimos elevando la voz y gritando: “¡2 de octubre, no se olvida… es de lucha combativa!”.
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El murmullo de un lamento Por Carlos Flores
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acia principios de los años 90 yo era apenas un mozalbete que se paseaba por los pasillos de la prepa II, y recuerdo que la primera vez que tuve conocimiento de la fatídica noche del 2 de octubre en Tlatelolco del año de 1968 fue algo impactante. Por un lado, porque en las clases de historia de la secundaria o la primaria jamás se abordaron esos temas, por el otro, porque las imágenes que pegaron los compañeros eran terribles, pues mostraban jóvenes desnudos atemorizados por el ejército y cientos de muertos. Para rematar, proyectaron la película Rojo amanecer. En aquel entonces aún se podía respirar un pequeño tufo de comunismo en Zacatecas, pese a la caída del muro de Berlín, llegaban ecos de revistas como El viejo topo o Los agachados; y los yanquis se empeñaban a mostrar a los rusos como los malos del cuento. Por supuesto, ese espíritu, tal vez heredado por nuestros padres, nos impulsó a ser parte de la marcha del dos de octubre y defender las ideas de libertad y de justicia. En verdad creíamos que no dejando que ese lamento se perdiera en las arenas del tiempo podría hacer una pequeña diferencia, pero el gobierno de Peña Nieto nos dejó claro que no. Que hoy en día el Estado sigue teniendo esos terribles tentáculos
capaces de arrebatar las vidas de las personas como si de mala hierba se tratara. Antes era el ejército y la policía judicial quien se manchaba las manos de sangre, hoy en día grupos paramilitares que trabajan para la mafia en el poder. Decían los periódicos del gobierno de la parca Ordaz que habían sido 26 muertos y mil 43 detenidos y cien heridos; mientras que los periódicos extranjeros publicaban 500 muertos, al final, como si de una terrible broma orwelliana se tratara, fueron 350 los fallecidos de un tiroteo a diestra y siniestra sobre una multitud de miles de personas, las cuales
incluso fueron perseguidas y asesinadas. En mi cabeza de adolescente fueron miles los fallecidos, pero la cifra no es lo importante, sino la infamia mediante la cual el gobierno ha cometido y sigue cometiendo infinidad de crímenes atroces, el descaro con el que ocultan o cambian los números, lo vil y traicioneros que son cuando atacan a su propio pueblo para defender los intereses del imperialismo. Tlatelolco, Atenco, Ayotzinapa, México entero, son testimonios de un imperio que sigue sacrificando a sus habitantes a dioses sanguinarios y terribles, de que la vida
de la gente no vale ni el hoyo donde se pudrirá su cadáver: minas canadienses que envenenan a la gente, desapariciones, homicidios, secuestros, impunidad, corrupción, desviación de recursos, inseguridad, empresas que no pagan impuestos pero que mutilan el ecosistema del país. Nada ha cambiado, excepto el nombre de los asesinos: antes el gobierno del país, hoy los grupos criminales, y seguramente, bastaría con seguir la hebra del hilo para darnos cuenta que detrás de todo siguen estando las mismas mentes, los mismos apetitos, el mismo hedor y el mismo gusto por la carroña.
Yo no t
Por Pilar Alba
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o no estuve ahí, no los vi correr desesperados buscando un refugio donde no los alcanzaran las balas, los golpes, las malas palabras. Yo no sentí el miedo, el frío en las manos, el calor del chorro de orina correr entre mis piernas. No escuché los gritos propios ni de los demás, aterrados, llamando hasta a su madre, pidiendo a voz en cuello que los sacaran de aquel hoyo en donde los habían metido. Yo no me moría de hambre, no tuve ese hueco en el estómago, no se me inflamó el vientre por el vacío, ni se me resecó la saliva en la boca. Yo no estuve a punto de volverme loco, de dejar de creer en Dios, en el diablo, en la humanidad. Tampoco tuve tiempo de mentir, de acusar, de echar de cabeza a los demás, a los que me invitaron, a los que me dijeron que fuera aunque yo no quería. No tuve que jurar en vano, no tuve que prometer comportarme de manera diferente. Yo no estuve ahí, no quedé acostado por días, semanas y meses, sobre una plancha de hierro esperando a ser reconocido; no escuché los gritos de dolor de mi madre al reconocerme, no vi a mi padre quebrarse. No estuve, no fui, no. Pero lo imagino, lo intuyo, puedo pensarlo porque en este país no sólo pasó hace cincuenta, cuatro o un año, aquí eso sigue pasando.
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La noche de Tlatelolco en el artificio fílmico A 50 Años del 2 de Octubre del 68
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Por Adolfo Nuñez J.
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rtísticamente se han abordado los sucesos del 2 de octubre de 1968, a través de las diferentes expresiones como teatro, cine, literatura, música, pintura y escultura, y que han servido para dar diferentes enfoques de uno de los episodios más recordados de la historia de México. En el plano cinematográfico se han producido filmes que describen y caracterizan los sucesos desde el lugar donde ocurrieron, otros se han sostenido en imágenes y metraje real durante el momento de la tragedia, y algunas otras son reconstrucciones basadas en testimonios de quienes estuvieron en Tlatelolco en ese preciso instante. Existen dos películas en específico que han trascendido como clásicos del cine mexicano por su originalidad en términos narrativos y visuales, así como en su modo de contextualizar y exponer la violencia acontecida ese año. Hay un infierno palpable en Canoa (1975) de Felipe Cazals, una brutal cinta basada en un conocido caso de nota roja ocurrido en el mismo año 1968, en donde 5 trabajadores de la Universidad de Puebla, al intentar escalar el cerro de la Malinche son acusados de ser “estudiantes comunistas”, mote satanizado que acentúa el odio y la violencia hacia los grupos políticos con ideas distintas a las del establishment. Como es de esperarse, la anécdota termina en tragedia; la comunidad de San Miguel Canoa, fuertemente influenciada por el párroco del pueblo termina por atacar salvajemente a los 5 trabajadores. Si bien Canoa no narra los sucesos del 2 de octubre, su ADN es el mismo, al mostrar la represión del gobierno y la iglesia, su influencia y alcance en el pueblo mexicano, así como su paranoia constante ante los grupos estudiantiles con ideas políticas fuertes en el mismo
año en el que ocurrió la matanza de Tlatelolco. Sobre la icónica Rojo Amanecer (1990) de Jorge Fons, el filme nos adentra en la vida de una familia común que vive en el edificio Chihuahua en Tlatelolco. Conforme el día avanza, en el exterior se va organizando la manifestación de los estudiantes, y desde el interior de la casa son percibidos algunos signos extraños, como el corte de las líneas de teléfono y el suministro eléctrico. Al atardecer, con la manifestación en pleno, las luces de bengala se elevan en el cielo y comienza la masacre de estudiantes. El hogar inofensivo se transforma en una trinchera donde se vive en carne propia la tragedia del exterior; los dos hijos jóvenes son acompañados de estudiantes prófugos y heridos. Posteriormente los represores reaparecen, culminando la historia con una matanza despiadada. Filmada práctica-
mente de modo clandestino y repleta de imágenes gráficas que hasta la fecha continúan impactando a los espectadores, la cinta logró sobreponerse a sus limitados valores de producción apostando por los elementos estéticos como el sonido y la iluminación, además de las poderosas interpretaciones de todo su elenco, y que lograron conseguir el tono dramático, impotente y desolador que la cinta requería. El artífico fílmico empleado en uno de los momentos más definitorios de nuestro país se sostiene a través de una crudeza y visceralidad que han sido empleadas por cineastas mexicanos para señalar los crímenes y la represión política-militar que siempre han estado presentes en nuestra historia y que como tal, tienen que ser recordados de la manera más clara y realista posible.
Desayuno en Tiffany’s, mon ku Paula Markovitch, deber de memoria con sus Cuadros en la oscuridad Por Carlos Belmonte Grey t
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ste años se cumplen 50 años del 2 de octubre en Tlatelolco en México; pero también 50 años del mayo francés y 50 de que Argentina estaba sumida en la dictadura de Juan Carlos Onganía. Hay diversas formas del deber de memoria; de recordar y monumentalizar la memoria de la represión. Paula Markovitch cumple 50 años de vida. Ella es de la generación de los hijos que nacieron en pleno 68 y de quienes se supone han heredado el deber de recordar y de recuperar para que no se olviden los 68’s. Sus dos largometrajes están preocupados por el deber de familia. De una familia exiliada en el interior de la Argentina: Con El premio, ganadora del Oso de Plata en la Berlinale 2011, Markovitch
recuerda su infancia clandestina al cuidado de su madre; el exilio y su vida secreta e inventada. Con Cuadros en la oscuridad, pieza aún incon-
clusa al gusto de la argentina-mexicana, recupera la vida de pintor exiliado de su padre. Cuadros en la oscuridad es la historia de
un niño de la calle recogido por un pintor también hundido en la miseria pero con, al menos, una casa-taller. La compasión por sus mutuas soledades los va a unir, pero la marginación de su situación termina por enfrentarlos. Ambas historias, El premio y Cuadros en la oscuridad son historias binomios: niño/aadulto, marginación-escapes. Planos-secuencias extendidos preocupados en ralentizar los tiempos y en la movilidad de los niños pero cuidando no caer en rupturas dramáticas sentimentales y, cuando éstas suceden parecen ser tan solo una herramienta de chantaje. Cuadros en la oscuridad es además un homenaje a la obra artística de su padre. Por eso, en el cuadro vemos las pinturas que Markovitch recuperó y se llevó a México. En octubre, Markovitch, escritora de más de una decena de guiones entre los que se encuentran Temporada de patos (2004) y Lake Tahoe (2008) ambas de Fernando Eimbcke, ha sido invitada al Festival Viva México de París para presentar Cuadros en la oscuridad, para dar una clase magistral en la Sorbona y cerrar su gira en el Cine Utopia de Aviñón con el apoyo de la asociación Contraluz, con una muestra de la obra de su padre y para animar la proyección de la película que la acompaña.
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Del libro Tierras altas de Mato Grosso* t
Por Armando Salgado
buscarlo en la meseta de los desfiladeros. Hasta ofrecí uno de mis ojos como protección. En ese sitio nace el mar. Entonces, cerré mis párpados y me ahogué por vez segunda. El agua poco a poco llenó mis pulmones y fue sepultando mis creencias. Supe que podría sumarme al flujo eterno de las olas. Y justo cuando me iban a cubrir quise despedirme de todos. Por eso te hablo, para decirte que no dejes de escribir, Refugio, porque así mantienes despierto el fuego de los que ya no estamos. Si no te lo digo en este momento no hubiera tenido otra oportunidad. Sé que mi hermano estará bien y me voy tranquilo, me hundo en la serenidad de la gran ola […] Me dejas sin aliento y amarras mi corazón al árbol de limones en casa de mis abuelos. Es como un puntapié desbocado en mi estómago, dejándote el color de la huerta y su vista cuando se mira claridad y sombras entre las ramas de los aguacates. Qué bueno que no olvides a tu hermano, que te despidas de mí y que aún recuerdes nuestra escuela. A Rosa Isela la vi por última vez en la Ciudad de México; me murmuró que aún podíamos soñar. No quise cerrar mis párpados junto a los de ella y regresé al Zócalo con los ojos entumidos porque si los cerraba sentía que la iba a olvidar. Hoy no recuerdo su rostro. En ese entonces no estaba listo para el amor. Ella era de la Normal de Panotla, Tlaxcala. También recuerdo la Normal del Mexe, Hidalgo, y a Lety: verla llorar porque nadie hizo
nada cuando quemaron sus autobuses. Montaje de silencio, dijeron que los estudiantes los habían quemado. Supe de la angustia primitiva que llevamos en el cuello y que el llanto, la mayoría de las veces, no permite engullir saliva y recuerdos al mismo tiempo. Cuando sucede es común que la lluvia nos desmorone. Piezas entumidas. Figuras de arcilla sin doblez. Somos la tierra agreste que espera el dardo certero de la tristeza. Los recuerdos son troncos que el río se lleva a un sitio oscuro donde todos los ríos duermen. Cicatrices que flotan moribundas en la corriente sin brújula. Querido Mario, tantas cosas que remueves; sólo queda decirte que descanses en el fondo de ese mar, donde los difuntos además de transparentes, reposan y respiran. Nos vemos, Refugio.
la nariz. Ni la bofetada ni el disparo ni un martillo sobre los meñiques. Esa sensación de ahogarte mientras se sueña.
“Ve con Dios, hermano, respira un aire menos torvo”. El miedo es un respiro curvo; animal líquido que muerde nuestro hígado como si fuera alcohol. Fantasma que duerme a tu lado; cada soplido alimenta pesadillas. Bestia nómada que hurga —persona tras persona— las huellas del hambre.
“Ve, respira”. Repetición que astilla. Perforación de brazo, el quiebre y su dolor. Cementerio de ojos. Un autobús quemándose al fondo de este libro mientras los muchachos corren. Una explosión de lágrimas. Regresión constante al punto del quiebre. Tan letal, tan volátil.
“Ve con Él, respira aire menos curvo”. El origen de la maldad es vientre donde crece almizcle ciego. Telaraña y viudas negras. Se podría oler el espasmo sin intuir la autopista o el par de senos arrollándote dentro de
Justo donde el desencanto se vuela los sesos.
“Ve, respira aire menos agrio”. Es fácil. Todos nos acostumbramos a todo. A sentir vacía la nariz. A decir un río para asir la cabeza del tiempo — dejarla— y ahogarnos en él. Un libro cerebro. Habla —no habla— sobre los castigos, tratamientos crueles y degradantes aplicados a reses en peligro de extinción. “Ve, respira menos mierda”. Repetición austera. Nombrar islas, cualquier oasis. No debajo de la varilla que hurga en el piso hasta hallar olores fétidos. Señal amarga de la esperanza sin latidos.
Respira. * Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2017.
A 50 Años del 2 de Octubre del 68
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scribir es de maricones, Refugio, no sientes otra necedad más que hundirte en la parcela y esconder el respiro porque atrás nos alcanzan. Tú ya estás muerto, querido amigo, descansa en paz. Lo que dices es el envés del aire, lo que se siente por dentro como una mentira delgada. Tienes razón, sólo era una broma. Recordaba, sólo recordaba. Y me llegó el dolor en el estómago. Así los recuerdos. Sentí cómo el cólera nos persiguió al tomar aquellos camiones, ¿te acuerdas?, le rompieron la nariz a Manuel, Tonatiuh le zampó un madero a aquel comandante y el 300 ancló sus dientes a la ropa cuando lo quisieron desnudar. Después arribamos a la normal de Tenería, en el Estado de México y la base estudiantil nos recibió con aplausos y nos convidaron el pan más sabroso. Me acuerdo de Rosa Isela, tu primera novia. Bien supiste que bajo la lluvia no es posible amar ni creer en la distancia. De ahí nos fuimos a Cañada Honda en Aguascalientes y regresamos a México bajo el sopor y la falta de apetito. Tú te fuiste a Tamazulapan y descubriste el aguardiente. Ese mezcal como un relámpago ebrio dentro de la voz. No dejes de escribir, Refugio, es la memoria de los que ya no estamos. Es la memoria de la noche. ¿Les digo que tú creías en el amor? La Huacana era el punto de encuentro con tus padres, los amabas. La mujer de aquel rumbo aún te sueña. Diles que los migrantes siempre han existido, que yo quiero estar entre los vivos y cruzar su frontera para sentir el piso y su calor. Compárteles que los respiros apagan las tormentas en estos rumbos, por eso uno suspira entre sus hombros. ¿Has visto a mis abuelos? El mar tiene muchos caminos y cuando hallas a alguien la ola vuelve para movernos de lugar. He visto a mucha gente. En una de ésas espero ver a tus abuelos y los abrazaré por ti. Es bueno saber si alguien descansa en paz. A quien vi hace poco fue al chofer de la normal de Tenería, el que mataron en el cierre del internado en Mactumactzá. Bebía mezcal de Etúcuaro y entonaba a José Alfredo. Lo saludé y siguió manejando sus pasos. No entiendo por qué me lo encontré. Habiendo tantos de nuestros muertos y lo vine a hallar. Quizá fue porque el otro día al dormir entre helechos escuché en mi cabeza: “Bajen hijos de puta, los vamos a matar, pinches morritos pendejos. Las casas no los taparán toda la noche”. Me desperté como un relámpago dirías tú, es decir, en madriza; ves que mi hermano también entró a la normal. Decidí
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LA GUALDRA NO. 355 /// 1 DE OCTUBRE DE 2018
Cuánto hemos logrado y cuánto nos falta Por Eduardo Campech Miranda
A 50 Años del 2 de Octubre del 68
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urante mi infancia escuchaba en las conversaciones familiares referirse a un acontecimiento en Tlatelolco. Así, genérico: Tlatelolco. Cuando mi inocencia e ignorancia decidían preguntar qué pasó, la respuesta también era escueta: mataron a los estudiantes. Entonces en mi pequeña mente aparecía el terror: yo era un estudiante, de primaria, pero estudiante. De tal manera que volvía a preguntar, para corroborar mi conclusión, ¿yo soy un estudiante o quiénes son? La respuesta me sacudía: Sí, tú eres un estudiante. La condena de muerte caía sobre mi humanidad. Me aterraba ingresar a secundaria, porque seguramente aquellos estudiantes no iban a la primaria. Así que años después acudí, todavía acompañado por mis amigas inocencia e ignorancia, a la papelería. Fue un 2 de octubre. Seguro de mí mismo pregunté al joven que atendía el comercio si no tenía una monografía de “las cosas que pasaron hoy”. Desde luego ante tan mal planteamiento, el susodicho me mandó por un tubo: “Pues espérate veinte años, a ver si sucede algo hoy que sea interesante y hagan una monografía”. El contacto con los libros, el ejercicio de la lectura develaría el misterio mucho tiempo después. A través de diversas lecturas llegué a La noche de Tlatelolco. Esas líneas me sacudieron, me llenaban de emoción las marchas, pero también de dolor la crónica de la masacre. Escuchaba el paso marcial los gritos de dolor. Veía claramente las vejaciones. Comencé a buscar más bibliografía acerca del tema. El segundo libro que leí fue Los días y los años de Luis González de Alba. Sin embargo, el texto de Poniatowska sería el que echaría raíces en mí. Por eso fue lectura compartida con compañeros del bachillerato. Inspiración para enarbolar un incipiente espíritu revolucionario que, también, quería cambiar el mundo, empezando por la escuela, por nuestros maestros, por el entorno. Durante la asignatura de Comunicación, el maestro
nos dejó de tarea diseñar y realizar un anuncio espectacular. La fecha de entrega sería el 1 de octubre. Reacios a repetir los esquemas del capitalismo, éramos marxistas de la corriente de Rius, decidimos realizar el trabajo como un homenaje a los caídos en Tlatelolco. Uno de mis compañeros llevó un libro con la gráfica derivada del movimiento estudiantil, escuchábamos a Oscar Chávez y a Carlos Puebla. Ambiéntabamos el espacio donde una lona de dos por tres metros, con fondo negro, consignaba –en letras blancas- “2 de octubre no se olvida. Olvidar es negar”, y luego salpicaduras de pintura roja, simulando sangre.
Ese mensaje desató la irritación del docente (quien, dicho sea de paso, presumía ser asesor de Carlos Salinas de Gortari). Exigía nuestra expulsión de la institución inmediatamente. Nos vincularon con grupos políticos universitarios, con grupos que buscaban desestabilizar al Estado. Refiero todo esto no porque compare nuestros sueños y acciones con las de los estudiantes del 68. Lo hago porque hacia 1991-1992 aún existía el mito, la censura, la prohibición de recordar, informar, debatir el episodio estudiantil. Porque es necesario tener memoria para saber cuánto hemos logrado y cuánto nos falta.
El Santo Oficio Cuatro En una barca que navegaba por los mares del recuerdo. Eliseo Alberto Ya no existen ni misterio ni memoria ni siquiera olvido. Miguel Donoso Pareja
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Por Alberto Huerta
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espierto. Desde la cama alcanzo a ver los mástiles, las velas, los aparejos… La culpa la tiene el diablo, alguien tiene que pagar los platos rotos… ¿qué no? Los barcos encallaron, se quedaron varados, ni para atrás ni para adelante. Naufragaron. Se volvieron barcos fantasmas que aparecen y desaparecen de improviso. Como un cementerio náutico. Y ahí están. Abandonados. La mano del chamuco, ¿a poco no? Se perdieron las bitácoras del Chalutier, del Breezy en medio de una terrible tormenta tropical. ¿Dónde quedó la tripulación del Flying Lady? ¿Fue atacado por piratas el Miriam? ¿O se convirtió en fantasma y aparece y
desaparece? El Sydney y el Alba Mar salieron a faenar y jamás volvieron. ¿Naufragaron o encallaron? ¿Y el Cutty Sark cayó en manos de los filibusteros y la tripulación devorada por los tiburones? El Charles Morgan fue abordado por corsarios. ¿El Sea Gem, que salió a faenar sardinas, el Mayflower y el Américo Vespucio fueron atacados y pasados a cuchillo por Sandokán y Los Tigres de la Malasia? ¿La tripulación del Bounty se amotinó de nueva cuenta? ¿Y el Belem con toda la marinería? ¿Dónde quedaron los náufragos? Ahí está la mano negra del Amigo. ¿Se formó un nuevo triángulo en donde desaparecen las embarcaciones? Los barcos pesqueros, pequeños, con tripulaciones vociferantes, pero alegres, bebedoras de ron y de cerveza. Los naufragios son un presagio. Una premonición. ¿De qué? Más de sesenta días con sus noches en blanco. Dándole cara al in-
/// Humberto Valdez.
somnio. La marinería embrujada con el canto de las sirenas. La culpa la tiene Satanás, el demonio, cómo no, existen pruebas fehacientes y concretas que lo prueban, ¿qué no? No le demos tantas vueltas, la mano que orquestó todo este desorden fue obra del mismito Mefistófeles y asociados. No, no, no, me vaya a salir con que es obra de las extraterrestres. ¿Que a dónde fueron a parar? ¡Al diablo! Dos gallinas amarillas, panzonas, me miran con ojos redondos y saltones. ¡Bendito sea Dios!