SUPLEMENTO CULTURAL
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DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN
Yamilet Fajardo. Foto de Esther Consuegra.
Yamilet Fajardo (Morelos, Zacatecas) estudió educación en la Normal Ávila Camacho; es Licenciada en Letras y maestra en Investigaciones Humanísticas con orientación en Filosofía e Historia de las ideas por la UAZ (con estancia académica en la Universidad de Barcelona, España). Sus poemas se han divulgado en diversas revistas y periódicos como La Jornada y el Sol de Zacatecas, Reitia, pensamiento y creación, Círculo de poesía, La Otra Revista y Casa del tiempo (UAM) entre otros. Su obra La caja de cerillos, una novela en verso (UAZ) fue galardonada con el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde (2013).
[Una entrevista con ella, realizada por Armando Salgado, en páginas centrales]
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LA GUALDRA NO. 375 /// 11 DE MARZO DE 2019 /// AÑO 8
La Gualdra No. 375
Editorial La noche del 7 de marzo fue una noche muy especial en Zacatecas. Tere Velázquez, directora del Sistema Zacatecano de Radio y Televisión, nos convocó días antes a que asistiéramos a la presentación del libro Correas del mismo cuero, del primer actor José Carlos Ruiz. La invitación resultaba doblemente atractiva porque siempre es interesante escuchar y ver al actor jerezano, pero, en esta ocasión no estaría aquí para actuar, sino para presentar un libro de autoría. El auditorio del SIZART estaba completamente lleno; antes de que el maestro José Carlos empezara su lectura, escuchamos los comentarios realizados por Benito Juárez Tejo y Gaby Marcial, quienes por la cercanía con el autor hablaron más bien de él, de su profundo amor por Zacatecas, por esta tierra que lo vio partir cuando apenas había cumplido los 40 días de nacido y pese a eso, nunca ha olvidado. “La verdad no sé ni cómo empezó”, dijo el autor de este libro cuando finalmente le tocó el turno de hablar; así dice también en las primeras páginas de Correas del mismo cuero, cuando habla de que de pronto cayó en cuenta de que “andaba ya garrapateando hojas en blanco. Imaginando historias sin estructura ni concierto”. José Carlos Ruiz atribuye a “la falta de actividad” en su trabajo el hecho de haberse encaminado a la escritura y yo no dejo de asombrarme por tal afirmación porque si algo lo he visto hacer a lo largo de los años es participar lo mismo en telenovelas que en obras de teatro y películas, muchas películas. Desde Viento negro, aquella película hecha en 1965, dirigida por Servando González, considerada como una de las 100 mejores películas del cine mexicano y en donde hizo el personaje de Pablo Penados, José Carlos Ruiz ha participado en cerca de una centena de filmes. Recuerdo con especial emoción aquéllas como El Apando, dirigida por Felipe Cazals, en donde interpreta el papel de El Carajo; Los Albañiles, una adaptación de la novela de Vicente Leñero, dirigida por Joge Fons en 1976 y en donde actúa como Jacinto Martínez; y por supuesto Goitia, un Dios para sí mismo, película estrenada en 1989 en la que hace el papel del atormentado artista plástico fresnillense bajo la dirección de Diego López Rivera (en 1990 esta película ganaría 7 Arieles, incluido el Ariel de Oro a la Mejor Película y el Ariel de Plata a la Mejor Actuación Mas-
culina a su protagonista). Retomando lo que José Carlos Ruiz decía en la presentación de su libro, confirmo que él es de ese tipo de artistas zacatecanos infatigables que no se dan tregua, que saben que están aquí para desarrollar su proyecto de vida encaminado al arte sin descanso alguno y poniendo por delante el corazón en todo lo que hacen. Ruiz nació un 17 de noviembre de 1936 en Jerez, Zacatecas; a sus 82 años cumplidos presentó este libro primero en la Fonoteca Nacional en diciembre pasado. Gracias a las gestiones de Tere Velázquez -otro personaje igualmente infatigable- es que podemos tener ahora en nuestras manos este ejemplar coeditado por la Secretaría de Cultura -a través de la Fonoteca Nacional-, el Gobierno del Estado de Zacatecas y el Sistema Zacatecano de Radio y Televisión; la edición fue de apenas 1000 ejemplares, algunos de los cuales incluyen un disco con 14 textos grabados por el mismo José Carlos Ruiz -de un total de 39 entre narraciones y poemas-. 50 ejemplares fueron regalados el jueves pasado durante la presentación y cada uno de ellos fue firmado por su autor. Cierro este comentario compartiendo uno de sus poemas y felicitando a todos los involucrados en este magnífico proyecto editorial: Puntos suspensivos Por qué parece que depongo el alma cuando el agua se queda pensativa... Fuente tan plena y sin embargo seca... breve... fría como purgando una vigilia. Trágica con su manto ficticio de luceros. Soledad, qué horarios kilométricos pretendes si ya tengo los puños grabados en las sienes y los ojos enormes en la espera. Qué herencia de silencios es la mía que estoy hecho de puntos suspensivos ¡súbito! Cual las manos violentas del espanto.
Contenido Alfonso Reyes (1889-1959) Cartilla moral: sabias y aleccionadoras páginas Por Mauricio Flores
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Un fósforo para encender la poesía: Yamilet Fajardo Por Armando Salgado
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First Reformed: La paradoja de la fe Por Adolfo Nuñez J. En ti lo escribo Por Humberto Mayorga
Desayuno en Tiffany’s, mon ku Somos malos, ¿y qué? Por Paula Markovitch
La casa de los abuelos Por Carlos Flores Los cementerios Por Pilar Alba
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Sin título Por Gerardo del Río La tiricia Por Alberto Huerta
Afuera la noche se recuesta y se prolonga con sus mudas esquinas que parecen rumiar lo inesperado... Que disfrute su lectura. Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com
Directorio
Carmen Lira Saade Dir. General Raymundo Cárdenas Vargas Dir. La Jornada de Zacatecas direccion.zac@infodem.com.mx
Jánea Estrada Lazarín Dir. La Gualdra lagualdra@hotmail.com Roberto Castruita Diseño Editorial
La Gualdra es una coproducción de Ediciones Culturales y La Jornada Zacatecas. Publicación semanal, distribuída e impresa por Información para la Democracia S.A. de C.V. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio sin permiso de los editores.
Juan Carlos Villegas Ilustraciones jvampiro71@hotmail.com
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Op. Cit.
Alfonso Reyes (1889-1959)
Cartilla moral: sabias y aleccionadoras páginas 6 Por Mauricio Flores*
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no de sus más hermosos textos, lo definió Gastón García Cantú, medio siglo después de su primera publicación. Atinada caracterización de una pequeña obra, inserta en la inmensidad de un canon de contenidos universales, que hacia la mitad de la década los 40 escribiera a petición expresa Alfonso Reyes (1889-1959). Se trata de Cartilla moral, ahora reeditada por El Colegio Nacional en la serie Opúsculos. Una publicación, también difundida masivamente desde la Presidencia de la República, que tiene su historia y que en el Prólogo a la presente edición Javier Garciadiego nos la recuerda. Célebre libro, pequeño libro, que “padeció una pésima suerte durante más de medio siglo”. Publicación con una historia “marcada por los grandes proyectos que se tuvieron para ella, que devinieron en lamentables fracasos”. “Libro más elogiado que leído —subraya el prologuista—, que hasta hace pocos años era prácticamente desconocido”. Bien documentada por Garciadiego (sin
duda el historiador con mayor conocimiento de la obra de Reyes y al frente de la Capilla Alfonsina), la historia de Cartilla moral detalla sus llamadas vicisitudes. Su origen se remonta a la solicitud que en su calidad de secretario particular del entonces Secretario de Educación, le hiciera a Reyes José Luis Martínez. La petición consistía en un texto que acompañara (1944) una cartilla para enseñar a leer a las grandes mayorías de un México emergente. “Nadie mejor” para escribir el texto que Reyes, habría dicho Jaime Torres Bodet, titular de la SEP. No obstante, el texto no se publicaría en esa oportunidad sino hasta años después, primeramente en una edición de autor, y de otras entidades gubernamentales después. La primera gran edición de Cartilla moral data de 1959, año en el que su autor falleció, salida de las prensas del Instituto Nacional Indigenista, producto de las gestiones de Rosario Castellanos y el mismo García Cantú. “Mi Cartilla moral —escribió entonces Reyes—, homilía de que no supieron hacer caso Torres Bodet ni José Luis Martínez en Educación
(1944), es el resumen de mi instinto y mis disciplinas clásicos: lo más auténticamente griego que he escrito en mi vida; además, es un buen acto social”.1 Tras la muerte de Reyes, Cartilla moral experimentó nuevos dilemas, refiere Garciadiego. A saber. Se recupera en el Tomo XX de las Obras Completas (1979). Se publica por la Asociación Nacional de Libreros, en el Día Nacional del Libro, de manera masiva y gratuita (1982). El libro se publica también en 1989 (PRI) y (Gobierno de Nuevo León), 1992 (SEP), 1994 (Conaculta), 2004 (FCE), 2005 (UANL), 2008 (UABJ), 2018 (Gobierno de México) y la presente de El Colegio Nacional. En la peor crisis No sin alguna polémica, circula ahora masivamente una nueva edición de esta obra de Reyes. Oportunidad que de acuerdo a Garciadiego pone en la mesa de discusión las siguientes preguntas: “¿qué hubiera pensado Reyes de que setenta años después el político más fuerte, imaginativo y audaz del país [Andrés Manuel López Obrador] quisiera que México tuviera
una constitución moral basada en su Cartilla…, por considerar que la peor crisis que enfrenta México es la falta de principios morales, de la ausencia de civilidad?”. Concluye Garciadiego: “Alfonso Reyes estaría feliz de ver el inimaginable destino de su pequeño texto, que padeció al principio varios desaires, y estaría fascinado de saber que el presidente del país reconoce tantos valores y potencialidades a su Cartilla moral. El momento de su nueva distribución es muy oportuno. Los mexicanos nos beneficiaremos mucho con las lecturas de las sabias y aleccionadoras páginas que Alfonso Reyes escribió en los días patrios de 1944 y que atinadamente tituló, en su primera redacción, Lecciones de moral”. “Bienvenida la postergada lectura del menos literario de los textos de Reyes, aunque rebosante de humanismo y civilidad. A nadie hará daño y resultarán beneficiados los que la lean”. Alfonso Reyes, Cartilla moral, El Colegio Nacional, México, 2019, 168 pp. * @mauflos
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Poesía
Un fósforo para encender la poesía: Yamilet Fajardo 6 Por Armando Salgado
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amilet Fajardo (Morelos, Zacatecas, 1989) fue becaria del programa de estímulos a la creación y al desarrollo artístico del fondo estatal para cultura y las artes de Zacatecas (emisión 2009-B). Su libro Susana y los viejos fue seleccionado en la categoría “publicación libro ex-becario” dentro de la convocatoria PECDAZ 2013 publicado por la editorial TEXERE y el Instituto de Cultura Ramón López Velarde. Su obra La caja de cerillos, una novela en verso (UAZ) fue galardonada con el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde (2013). Yamilet Fajardo traza con su poesía, los nombres precisos de los hechos que nos invaden de forma inminente, a la par de que hace evidente la intención poética de esas circunstancias. Su obra corresponde a las propuestas de centro occidente vinculadas a las vanguardias y a la tradición lopezvelardeana que ha sido constructo en la maquinaria poética nacional. Yamilet es una poeta que seguirá incursionando en las posibilidades múltiples del poema, de formas claras y contundentes. Armando Salgado: ¿Cómo comenzaste a escribir poesía?, ¿qué obras literarias marcaron tu formación como lectora? Yamilet Fajardo: Entiendo que la poesía va más allá del lenguaje, pero mi primer encuentro con la palabra se dio de un modo muy natural. De pequeña, antes que aprendiera a leer y escribir, mi madre me recitaba poemas de Amado Nervo, Ramón López Velarde, Fernando Calderón, y otros más, y yo los aprendía (aprehendía) en mi memoria y los recitaba en el kínder. En la oralidad de la palabra, la poesía me atrajo, esa música. Desde entonces comencé a comprender que la poesía decía algo más que palabras. Cada vez que descubro un libro nuevo, un autor que me lleva a otro y a otro, un viaje, un lugar, las rutas de la lectura, intento volver a ese tiempo cuando mi madre me hacía repetir aquellos versos y, cada poema nuevo me hacía correr un gran riesgo porque no sabíamos, ni ella ni yo, si íbamos a poder con él. La poesía, como el arte mismo, es una búsqueda y un encuentro, en mi experiencia ha sido un desvivirse, una búsqueda desde las entrañas, atrévete a correr el riesgo, me repito siempre. “Escribir es defender la soledad en que se está”, escribió María Zambrano. Es a través de esta experiencia de la soledad que uno se topa con los límites del lenguaje, de los modos narrativos cotidianos y, se traza un puente que va hasta el centro mismo de lo humano. Se requiere mucha
fuerza para seguir este camino, como decía Rimbaud, “El poeta debe tener la fuerza para sentir el dolor de todos los hombres”. AS: Obtuviste el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde en el año 2013 con el libro La caja de cerillos, una novela en verso (UAZ, 2014). ¿Qué distancias poéticas hay entre él y Susana y los viejos, publicado un año después? YF: El destino de los libros es impredecible, en realidad mi primer libro de poemas fue Susana y los Viejos, fue un libro que me enseñó mucho y del que tardé bastante en depurar, se publicó una muestra de él en una serie de cuadernillos muy bellos al que generosamente me invitó a colaborar Mario Islasáinz, en su editorial Letras de Pasto Verde, en la colección “El celta miserable”, en Orizaba, Veracruz. El libró duró bastante guardado hasta que gracias al Programa de Estímulos a la Creación y al Desarrollo Artístico en Zacatecas y a la editorial Texere se publica. Sin embargo, ya estaba trabajando en otros proyectos, La caja de cerillos, principalmente que, en cambio, lo tuve muy poco tiempo conmigo. Una tarde lo edité como creí que el mismo libro me lo pedía, un día después lo entregué al concurso Ramón López Velarde, sin pretensión alguna. Es el destino de los libros y como dejó escrito T.S. Eliot: “En nosotros está el intentar, lo demás, no es asunto nuestro”. /// Yamilet Fajardo. Fotos de Esther Consuegra.
AS: Eres egresada de la Escuela Normal
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Poesía
“Manuel Ávila Camacho” y de la Universidad Autónoma de Zacatecas donde estudiaste letras, ¿qué elementos consideras primordiales en la formación de los futuros maestros del país? YF: Las Escuelas Normales tienen un peso histórico muy importante en la educación en México, soy de la opinión de que todo aquél que imparta clases en educación básica, debe haber pisado una escuela Normal, ya que quienes estudiamos en una, centramos nuestra formación en la infancia y adolescencia; en reconocer y conocer los ambientes escolares de los centros educativos que formaremos parte. También es cierto que la Escuela Normal necesita actualizarse y/o reformarse. Son bastos los retos que enfrenta el docente en las escuelas, reflejo de los problemas sociales que nos aquejan día a día: pobreza, desigualdad, principalmente. Por tanto, el docente debe ser reflexivo, crítico, sensible a las problemáticas de su entorno, generador de cambio. De ahí la importancia de que, en su formación inicial, que se da en las Normales, encuentre espacios reconocidos de investigación en áreas sociales y culturales, bajo la tutoría de profesores investigadores de alto nivel, como en las mejores universidades públicas. AS: Como mujer y ante los cambios recientes que van configurando nuestras formas tradicionales de ver el mundo, ¿qué consideras fundamental para promover una sociedad más justa, equitativa y diversa?, ¿crees que la literatura tenga un papel clave en estos procesos de reajuste de paradigmas? YF: Sin duda lo es, la literatura, el arte, es ante todo un espacio de pensamiento y reconocimiento desde el interior. Te obliga a pensar en mundos posibles, por tanto, imaginar soluciones diversas ante problemas comunes. Tal parece que estamos impedidos a asistir a nuestra propia realidad, estamos ciegos frente a lo real, a lo que pasa, es como si le pusiéramos disfraces a todo, ¿qué busca la poesía, el arte? Busca eso real que se nos escapa.
Las palabras que utilizamos siempre vienen ya empaquetadas Cómo estás, buenos días, encontraremos a los desaparecidos. Nos dejamos acunar por ese lenguaje, ¿cuál es el compromiso del artista? Buscar las palabras precisas, hablar desde lo real, hacer visible lo inexpresivo, y sobre todo ser libres, que es una tarea ya demasiado ardua. Horacio en su Arte Poética, en la carta a los Pisones dice: “Si algo se le debe reprochar al poeta es que no sea libre”. Esta libertad es lo que el arte le debe a la sociedad en cualquier época y desde cualquier lugar, mujer u hombre. En la literatura lo femenino encuentra un campo de acción muy importante desde luego, me vienen a la memoria los cuentos maravillosos de Amparo Dávila, quien construye personajes femeninos tan complejos que dan cuenta de la complejidad del ser humano femenino. También tenemos la poesía de Dolores Castro, sensitiva, de una pulcritud y sencillez destacadas. En el caso de Zacatecas. Cabe además destacar la participación activa en la promoción, crítica e investigación del arte por parte de talentosas mujeres. AS: ¿Cuál ha sido el papel de la poesía zacatecana en las últimas décadas?, ¿qué retos consideras indispensables para tu estado frente a las políticas culturales actuales? YF: La literatura zacatecana contemporánea ha dado un despunte sobresaliente, percibo no sólo nuevos escritores con gran calidad, sino también, gran número de lectores críticos y gustosos de la buena literatura. La poesía en Zacatecas se ha desarrollado en los últimos años de la mano de maestros como José de Jesús Sampedro, Javier Acosta y Juan José Macías, que hoy por hoy, son un referente nacional y han dedicado su tiempo a la creación de talleres literarios en donde muchos jóvenes y, adultos también, nos orientamos en el camino del arte. Zacatecas es una ciudad prolífera en arte; las políticas culturales cambian, a veces para bien, a veces para mal, pero siempre he recono-
cido que el movimiento artístico no deja de existir con o sin apoyo institucional. Actualmente he visto, con mucho gusto, colectivos artísticos que se han creado, sin el apoyo de las instituciones, donde logro reconocer que el fin último es la difusión del arte en sus diversas expresiones. Se presentan además con gran apertura a la diversidad y a la promoción de nuevos artistas. Entonces ya no sólo hablaremos de individualidades sino de colectivos culturales que se están desarrollando con fuerza en la ciudad y eso me alegra enormemente.
en otro ejemplo que fuera tan feliz. Pero sé que todos pensábamos en las fosas y los hombres colgados al final de la calle. Dábamos gracias por la gran nobleza de las larvas que ahora estarán alimentándose de los muertos que nadie reconoce. [Inédito]
AS: ¿Cómo vive cotidianamente Yamilet Fajardo?, ¿qué suele hacer, qué frecuenta para respirar de nuevo en estos tiempos kafkianos? YF: En realidad, soy de hábitos, de rutinas cotidianas y simples. Solía pasarme mucho tiempo en las bibliotecas, pero ahora disfruto leer en casa. También soy directora de una escuela primaria de turno vespertino, donde me enfrento a los retos de la educación a los que antes me refería. En “la monotonía, la igualdad incolora de los días iguales”, como escribió Fernando Pessoa, puedo imaginarlo todo.
La cadena alimenticia Resultaba reconfortante la manera como la maestra Betty nos lo explicaba: Todo comienza con una planta, la planta es devorada por un conejo ese conejo por un halcón y el halcón por un tigre, luego el tigre muere, pasan dos o tres días tal vez más, para que los gusanos ágiles descomponedores desaparezcan el cadáver. La profesora nunca dibujaba el cadáver, nadie pensaba
Funeral Tomé la vía más larga hacia tu funeral: calle Abasolo funeraria Hernández sala de velación espíritu santo. Me detuve en la estética, desde tu enfermedad ni un corte ni un tinte no hubo tiempo para nada, en cambio, a esa hora la estética estaba vacía, ninguna clienta frente al espejo preguntándose cómo ser hermosa. Tú no necesitarás más un corte de pelo, los muertos poco necesitan un vaso de agua el dolor de un amigo. La estilista deslizó con maestría la tijera, mi cabello ahora se desliza entre mis dedos como arena de mar, como antes de que enfermaras. [Inédito]
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First Reformed: La paradoja de la fe Cine
6 Por Adolfo Nuñez J.
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l reverendo Ernst Toller (Ethan Hawke) es el responsable de la iglesia First Reformed en Snowbridge, Nueva York. Toller decide llevar a cabo la actividad de escribir un diario donde redacta sus reflexiones y pensamientos diarios, la mayoría enfocados en la cristiandad y en el deber ser de su labor como hombre de Dios. Un día después de terminar la misa dominical, una mujer embarazada llamada Mary (Amanda Seyfried) se acerca y le pide que hable con su esposo Michael (Phillip Ettinger), de quien percibe señales de una profunda depresión. Michael es un ambientalista que no se encuentra listo para traer a un bebé a un mundo sumido en la contaminación y el calentamiento global; en una charla con Toller plantea una problemática que como espectadores frente al inminente caos que se acerca también nos atañe. Su conflicto se vuelve una verdad preocupante sobre nuestra incomprensión del daño infligido a la Tierra y que hace que Toller se cuestione si Dios será capaz de perdonarnos por lo que le hemos hecho al mundo. Con First Reformed (2018), Paul Schrader (guionista de Taxi Driver) nuevamente construye a un personaje con un enorme conflicto existencial entre una fe que no le da respuestas y un mundo que ya no tiene sentido, dentro de un relato abrumador y alarmante que se percibe acorde a los tiempos actuales. El cineasta logra vincu-
lar una clara y concreta preocupación ambientalista con dilemas existenciales, éticos y religiosos que van de la mano hacia una mordaz crítica sobre la doble moral de la institución eclesiástica, su avaricia y la corrupción de sus valores. Ernst encarna estas preocupaciones como un individuo con dolores físicos y palpables, fragmentado entre lo que se espera de él como hombre de fe frente a una desesperanza que lo consume por completo y que no le permite consolar a las personas a su alrededor. Schrader interioriza en el protagonista para invadirnos
de dudas y preocupaciones, y a través de un estilo fílmico que él mismo llama “trascendental” construye una serie de imágenes cuyo discurso se bordea en una crítica llena de subtextos enfocados en el daño hecho a la naturaleza, en la hipocresía de la Iglesia, y en las grandes corporaciones que todo el tiempo voltean la mirada, siempre y cuando se sigan aprobando leyes que convengan a sus intereses monetarios. First Reformed logra tocar todos estos temas sin caer en discursos moralinos ya que se enfoca por completo en la cri-
En ti lo escribo 6 Por Humberto Mayorga
Río de Palabras
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on las seis de la mañana. Los sonidos aparecen. A lo lejos se escucha un autobús. Debe llevar trayectoria al sur. Poco imagino a los pasajeros. Me recuerda alguna canción, hacia al sur hay un lugar de nuevos y anchos horizontes, donde el cielo con el mar... No escucho al tren. Hoy no hay tren de las seis. Pienso en pretérito. Veo los pasajeros de entonces, todos con una historia. Todos buscando su destino. Espera, ya escucho el silbido. A veces el silbido no es aturdidor. Se convierte en una sinfonía si bien sabes escucharla. Las vías del tren allá, el silbido acá, algún claxon de compañía. Todo queda silencio a excepción de las teclas del móvil. Encuentro más armonía en ello. Me levanto y dirijo mi cuerpo a la ventana. Puedo adivinar el azul del cielo, el cielo azulado. Todo empieza a clarear, también se ve el lucero de la mañana. Se extrañan los viajes de carretera donde el volante, la música y la nueva mañana se encuentran. Hablaré en futuro. Vienen más viajes de ésos, donde todo tiene sentido. Es miércoles 21 de noviembre. Las luces de la ciudad están por desaparecer. Buenos días. Otra vez las seis. Hoy logré dormir más o al menos, no desperté tan de madrugada. Eran las cinco de la mañana cuando abrí
/// Claude Monet. Saint-Lazare Station, the Western Region Goods Sheds. Óleo/tela. 1877. Colección privada.
los ojos. Siempre que abro los ojos me encuentro frente a un rectángulo de luz que anuncia el amanecer. A lo lejos se escucha el tren. A lo cerca se escucha mi respiración. Vivo. No hay tic tac ni tango entre las cortinas. Está mi corazón delator, puedo sentir que mueve las cuatro capas de tela que cubren mi cuerpo. Tomo el celular, te escribo. Hace frío. Es obvio que hace. Te pienso a mi lado, es entonces que la hume-
dad bajo mi bóxer me estremece. Decido levantarme para vaciar la incertidumbre. Voy hacia la ventana y con ambas manos toco la superficie de los vidrios. Esta vez no están helados, tampoco empañados. Contemplo algunas ramas de los árboles, apenas si se mueven con mesura, como si algo quisieran decir al viento para que llegue hasta mi oído, luego a tu oído. Qué bien se siente vivir, despertar y que la pri-
sis existencial de su personaje, que al ser narrada desde su perspectiva vuelve claro cómo sus ideales se van distorsionando y su propia moralidad se va viniendo abajo. En ese sentido Paul Schrader logra confeccionar un relato humano e impredecible, con una atmósfera repleta de dudas y malestares. Al conocer al reverendo Toller y ser testigos de sus tribulaciones, el realizador también nos vuelven conscientes de la desolación que se encuentra en el mundo y en las personas que lo habitan. Una desolación que, a estas alturas, ya no podemos seguir ignorando.
mera imagen que llegue al cerebro sea una imagen poética, tu imagen, la de tu cuerpo aquí, tu rostro aquí, tu voz aquí, el beso aquí. Yo en ti. Qué bien se siente amar por demás la vida. Despertar y saber que no importa el frío que haga cuando el sentimiento rebasa la voluntad de levantarse. Se me ha vuelto costumbre, una buena costumbre que no diré hoy. Quizá mañana o tal vez nunca. Quizá sólo se quede en mí. Es jueves 22 de noviembre ¿Qué tiempo está allá? Muy buenos días. Aquí hace frío. Son las siete cincuenta. Tiempo atrás tomé el volante. El paisaje es semidesértico. Se disfruta. Hay una zona donde la neblina se reúne con algunos trotamundos. Todo se confunden entre el paisaje amarillento. El viaje inicia. El calor en el interior de automóvil casi me obliga a quitarme el abrigo. Traigo de fondo algo de jazz alegre para endulzar tu oído. Disfruto el paisaje y la salida del sol, pienso entonces en la belleza de la vida, del mundo. Lo mucho que vale la pena tanto, todo y tú. Te imagino aquí a mi lado, mucho de la vida conmigo. Es 23 de noviembre. Espérame frente a la calle Ilusión, aquélla donde sé que puedo crear un mundo de historias contigo. Son las tres treinta y tres de la mañana. A lo lejos veo tu silueta bajo un farol. Tal vez sea un once, doce o quince de marzo. Se escucha el silbido del tren, un motor que arranca entre las sombras, el vuelo de la mañana que se ve entre las nubes y un par de alas pacientes de pintar camino.
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Desayuno en Tiffany’s, mon ku
Somos malos, ¿y qué? [con la colaboración de Adriana Jiménez]
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esde hace un tiempo nuestros vecinos del norte parecen haberse aburrido de disimular. Ya no hay motivos para tomarse semejante trabajo. La pegajosa bondad de Superman o la ingenua torpeza del Hombre Araña cuyo peso se duplica cuando no lleva puesto el disfraz, ya no convencen del todo a nadie. Los héroes estadounidenses contemporáneos ya no son buenos, en cambio profesan una moralidad cuestionable, pero, aunque sus costumbres sean bastante desopilantes y crueles… continúan la tradición del optimismo. Los relatos contemporáneos estadounidenses se afirman en el tradicional enfoque positivo del cosmos: todo lo que ocurre pasa “por algo” y siempre sucede para mejorar. Este optimismo crónico, no sólo no se ha erradicado, sino que hoy se afianza más que nunca. Al parecer, incluso el hecho de volverse un asesino o despiadado, deja en los personajes una hermosa enseñanza. Mi reflexión no supone un comentario negativo. Creo que la curiosa combinación de maldad y optimismo ha dado resultados memorables en los dramaturgos de Estados Unidos, como los de “Los sopranos” y “Breaking Bad”. Me parece que sus creadores son sinceros al reflejar en sus propuestas una autoestima rebosante combinada con una ética anestesiada. Ellos son honestos al confesar (mediante sus creaciones) que los ase-
sinos no sienten ninguna culpa. Al revés, tal vez el hecho de ser crueles les ayuda a superarse. Las series contemporáneas estadounidenses parecen querer decir: “Somos malos, ¿y qué?”. Por ello, aunque los atributos morales de los personajes han variado, siguen sosteniendo un género dramático a rajatabla. La “tragicomedia” parece la base del relato mismo del imperio. Una epopeya en que las peores desgracias siempre dejan un positivo aprendizaje. El origen del entusiasmo crónico estadounidense puede verse quizás en su tradición literaria. El conferencista Emerson hablaba de la autoestima, proponiendo la noción de amor propio. Withman se canta a sí mismo, enamorado. Harold Blum cree que “el talento artístico es la manifestación de dios en cada ser humano”. En los “grupos de autoayuda” (tan populares en Estados Unidos) se pueden confesar las peores atrocidades para escuchar siempre el mismo consejo: “No te sientas culpable”. ¿Podemos emular esta visión? ¿Podemos compartirla desde universos latinos? Yo creo que los artistas latinoamericanos no experimentamos el relato del mismo modo, no tenemos la arrogancia necesaria para ser “malos”... ni siquiera para ser “buenos”. Haría falta una autoestima más radiante. Los sometimientos reales que padecemos nos hacen ver la vida desde otras perspectivas. Tenemos pudor de “ser”. Más bien nos ocultamos de las iras de un Dios cuyos castigos inexplicables ya hemos experimentado. ¿Quizás el origen de la cosmovisión esta-
dounidense puede atribuirse a la ética protestante?: “El trabajo nos acerca a Dios, todo bien es merecido y todo el castigo puede ser revocado”. Nosotros, los narradores latinoamericanos, no podemos ser tan optimistas. Somos sobrevivientes de siglos de esclavitud. Para nosotros, el trabajo se vive como “sacrificio” y sabemos, por experiencia, que trabajar demasiado (por cierto, para otros) sólo nos conducirá a estar más y más agotados. Los dramaturgos latinoamericanos no “sentimos la euforia tragicómica”. En cambio, habitamos el extenso y variado territorio del melodrama… (de nuevo: este comentario no tiene un matiz negativo). El melodrama es un género bello que ha dado a la humanidad obras profundas e inolvidables. Comparto con casi todos mis colegas escritores (originarios del sur del continente) una cosmovisión melodramática. Nuestros personajes no se conocen a sí mismos lo suficiente para saber si merecen o no ser castigados. En general, ellos prefieren pedir perdón antes que nada… para evitar castigos tan salvajes como inexplicables. Nuestros personajes saben que van a sufrir, de manera que los entrenamos en el sufrimiento. Les damos resignación y humor. Cuando intentamos imitar, los gestos de optimismo y autoconfianza proveniente de nuestros poderosos vecinos nos salen exclamaciones envalentonadas... Nosotros no creemos que todo pase para bien. Consolamos a nuestros personajes con la
leyenda de su propio dolor, del cual ellos son los exclusivos protagonistas. ¡Sólo tenemos nuestro sufrimiento, ése es nuestro tesoro y nuestra virtud! ¿Acaso la tragicomedia es un género “mejor” que el melodrama?... o al revés... ¿es el melodrama más “realista” o “profundo” que la visión del imperio? Si partimos de la certeza que cualquier género es el discurso de una civilización y el género expresa una cosmovisión, entonces no hay géneros mejores y tampoco equivocados. Cualquier género siempre es revelador, expresivo, contradictorio y cambiante. Si nos forzarnos a percibir la vida de una manera ajena, sólo resultarán creaciones poco claras. “El viaje del héroe”, que se propone como un modelo de dramaturgia universal, resulta muchas veces incómodo y artificial para nuestros personajes aturdidos entre el miedo y la esperanza. Así, muchas series latinoamericanas quieren imitar la arrogancia estadounidense… y orillamos a nuestros personajes a hacer muecas de optimismo ante la nada. A sacar “conclusiones positivas” de un universo azaroso e injusto. Creo que, afirmando nuestra experiencia real (en lugar de imitar cosmovisiones triunfantes que no se condicen con nuestros días reales), podemos darles fortalezas diferentes y novedosas a nuestros “héroes”, que les permitan ver en la penumbra moral… y orientarse en el paisaje desierto y arbitrario. [Continuará]
Cine
6 Por Paula Markovitch
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La casa de los abuelos Río de Palabras
6 Por Carlos Flores
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oy es un día de ésos que me recuerdan a la casa de los abuelos. Si me preguntan cómo es eso, creo que no sería fácil de responder. Para mí la casa de los abuelos era el refugio ideal, por eso, en cuanto pude salir de casa yo solo, cuando apenas tendría unos 9 o 10 años, luego de vagar un rato por mis lugares preferidos, inevitablemente terminaba en el sillón de la sala de mi abuela, quien tras abrirme la puerta e invitarme a pasar y, por supuesto ofrecerme algo de comer, se alejaba hacia la cocina para seguir con sus faenas diarias, mientras yo me tumbaba en el sillón. Era mi lugar preferido del mundo, la luz del sol se colaba por la cortina de encaje que cubría la puerta principal y entibiaba mis piernas mientras afuera el aire helado soplaba suavemente; en esa plácida calma yo devoraba con avidez un tomo de El tesoro de la juventud y escuchaba los discos que doña María solía poner: a veces música clásica, a veces música mexicana alegre y guapachosa. El momento era perfecto. Más tarde llegaba el abuelo del trabajo y tras de él, como convocados por el sonido de una campana invisible, los comensales: mis tíos, hermanos y primos, quienes llenaban la mesa de pláticas amenas y datos interesantes. Era una familia tradicional, y aunque la abuela y las tías se ocupaban de servir la mesa, participaban de las charras de mi abuelo, dando su aprobación o su reproche según el calibre de la broma y hacia quién fuera dirigida.
En los días festivos era un placer llegar a la casa y ver que sobre el gran comedor había un rompecabezas que alguien había empezado y esperaba la aportación de los visitantes entre tazas de café, copas de vino y charlas; a veces, en vez de rompecabezas estaba la mesa ataviada de herramientas con las que la abuela hacia artesanías o bordados, y para que no la importunásemos los chiquillos latosos, sacaba papel, lápiz y colores, y amablemente nos pedía que le dibujásemos algo.
El primer cuento que escribí, basado en una historia de la abuela, fue celebrado en ese comedor con regocijo pleno de parte de doña María, quien me hacía sentir valioso e importante, pues identificaba con claridad los elementos que ella había narrado previamente, como la bola de fuego que cruzaba el firmamento nocturno, que en realidad era una bruja que poco tiempo antes había tenido una pequeña y oscura fiesta con sus extrañas hermanas para celebrar al chamuco. Esa leyenda nunca superó la
belleza de su oralidad. Estos días, fríos y cálidos a la vez, se parecen a aquéllos que recuerdo, pues cierta dicha flota en el ambiente, atmósferas que conmemoran esos tiempos que nunca volverán, pero que dejaron en mi corazón la profunda convicción de que las historias, la buena música, la comida en familia y la convivencia misma, son tesoros que deben ser heredados, pues son esos momentos los que permiten encontrar al espíritu el modelo ideal para vivir cada día de la existencia.
/// La espina. 1952. Su autor, el pintor mexicano Raúl Anguiano, nació un 12 de enero de 1908 y falleció un 13 de enero de 2006. Así lo recordamos en La Gualdra.
6 Por Pilar Alba
M
e gusta la soledad de los cementerios, donde el tiempo está detenido y sólo se diferencia por el día y la noche, por la sombra que proyectan las tumbas en el suelo. En ellos los relojes enloquecen al no encontrar sentido y los calendarios deprimidos pierden su razón de ser. Me gusta su aparente olvido del mundo,
Los cementerios porque se olvidan las presiones del trabajo, los pendientes impostergables, las promesas, los sueños por cumplir. Los dolores desaparecen, las pasiones se aplacan, los amores se olvidan. Todo queda sepultado en la
Sin título
6 Por Gerardo del Río
En mi ciudad los postes gritan, vociferan, susurran sus voces anuncian viajes a la playa pregonan trabajos bien remunerados ofertan remedios maravillosos claman por amores efímeros buscan perros y gatos (a estos menos) y tienen rostros que retratan la desolación
la fugitiva esperanza y aún así esperan que aparezcan los que salieron por la mañana la tarde la noche a los que la oscuridad devoró son niños mujeres u hombres. En mi ciudad los postes gritan para cubrir el llanto sus voces son apocalípticas y advierten sobre un país que se nos deshace en las manos.
quietud de los camposantos, campos donde lo último que importa fue la santidad de las personas en vida, o su maldad… tampoco la inteligencia, la pobreza, la fortuna, todo democráticamente se nivela. Todo vuelve
a su original calma, se congela y de alguna manera se perpetúa. Me gusta la soledad de los panteones, pero sólo por momentos y de paso, aún no pienso refugiarme permanentemente en ella.
6 Por Alberto Huerta
convierte en nada. En pinche nada. En un hilacho. Pues la tiricia es como una enorme rata que todo lo roe implacable. Al Juanito lo llevaron con un médico japonés, dizque la octava maravilla. Bien picudo pues. ¿Y qué creen? Pues niguas. Toda la ciencia del milagroso doctor japonés valió gorro. Y la Rosa, la mujer de Juanito, que dicho sea de paso está bien buena, de tanto que iba de visita el amigo de Juan, pues se lo llevó a la cama, así, faciliiito. ¿Que qué es la tiricia? ¡Ah, la tiricia! ¡Pues la tiricia!
La tiricia A Rosario.
A
Juan lo agarró gacho la pinche tiricia. Quién sabe qué virus o bacteria pepenó quién sabe dónde. O se la metieron en algún alimento, de esos enlatados por los gringos. Esos pinches gringos tienen la culpa de todo lo que nos pasa a nosotros, sus güeyes vecinos. Al Juanito lo agarró fuerte la tiricia. Cuando ésta agarra a alguien, lo