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Manuel Arroyo-Stephens (1945-2020

Op. Cit.

/// José Bergamín y Manuel Arroyo-Stephens, tras el burladero, en una plaza de toros.

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Manuel Arroyo-Stephens

6 Por Mauricio Flores*

Un editor como yo se pasa la vida soñando con una biblioteca en medio del bosque. Los pasillos de la Feria de Fráncfort, que para otros son el paraí so, para mí fueron algo apasionante y ajeno. Nunca fui pájaro de feria, gra cias a Dios nunca tuve un best seller, no compré números en esa lotería.

M. A-S.

Murió Manuel Arroyo-Stephens. Editor de finas hechuras. De profundidad en autores y temas. También libre ro. Una persona siempre cercana al invento de Gutenberg y sus procesos y que sin aprovecharse de las ventajas que la erudición artesanal que tuvo entre sus manos, decidió no convertirse en autor. Que lo fue (Contra los fran ceses, Pisando tierra, La muerte del espontaneo). Discreto y exacto. En mis manos Imagen de la muerte y otros textos (2002) y del que provienen las si guientes citas, compartidas ahora con el lector de La Gualdra. [Cosas más se podrían ponderar de Arroyo

Stephens. Una. Haber sido el editor de José

Bergamín (1895-1983), en el sello por él creado,

Turner, a su vez extendido listado de pulcritud temática donde está la tauromaquia, pasión de ambos. No mero ímpetu de costra sino de miga, de la piel al alma. Hacia mediados de los seten ta y luego de la vuelta a España de Bergamín, antes había vivido en México, Uruguay, Fran cia, Arroyo-Stephens comenzó la edición de la obra completa del autor de El arte de birlibirloque.

(1945-2020)

Durante años, uno a uno, fuimos reuniendo los títulos bergaminianos: filosofía, tauromaquia, aforismo, poesía, periodismo. Dos cosas más, señala su nota necrológica, haber “redescubier to” a Chavela Vargas y llevarla a los escenarios españoles, luego de la prolongada afición a la bebida de la cantante y ser apoderado del tore ro Rafael de Paula. Una más, tres. Que durante contados años vivió y trabajó en México y una cuarta. Devoto de José Alfredo. Es a De Paula a quien Arroyo-Stephens dedica “Una tauroma quia a lo Wittgenstein”, cuarto apartado del referido Imagen de la muerte].

Las siguientes once citas, muestra de la profundidad y naturalidad del pensamiento de Arroyo-Stephens:

1. Wittgenstein, el filósofo más importante del siglo. 2. Torear no es pelear con el toro. Es casi lo contrario. ¿A qué insensato se le ocurriría, armado de un trapo rojo, que ni siquiera tapa su cuerpo, pelear con una fiera de esas características? 3. […] si la muerte puede dar sentido a la vida es porque el hombre, solo el hom bre, sabe que va a morir: el único que, por tanto, puede tener una conciencia trági ca. Que es sin duda la que tiene el torero cuando realiza su singularísima danza ante la fiera que quiere y puede matarlo. 4. Por eso se nos aparece como la encar nación, la representación más genuina del artista trágico, que es el que arriesga su vida, su vida física y su vida artística, para ejercitar su arte: en el caso del torero, en el mismo instante que lo ejercita. 5. Hay pocas soledades comparables a la del torero con el toro. Soledad del artista ante su obra, del héroe frente al destino. De esa soledad ante el toro nace toda la emoción del toreo. El público es testigo, asombrado y absorto, de esa soledad, que solo acaba con la muerte del toro; o para decirlo con mayor propiedad, con su sacri ficio ritual. 6. A los enemigos de las corridas de to ros, a los que creen ver en ella una pelea desigual, puesto que en la mayor parte de los casos el que muere es el toro, les complacería más un rito como el que describe Kafka en una de sus fábulas: en el momento culminante de la ceremonia, en la consagración, aparece un tigre que, ente el estupor de los feligreses, devora al sacerdote. Sucede lo mismo una y otra vez, hasta que la irrupción de del tigre, y su consiguiente comilona, se convierten en parte de la ceremonia. Pero no, no es ese el ritual de las corridas de toros, no son lo kafkiano que algunos quisieran que fueran. En las corridas de toros el tigre aparece, pero no siempre se merienda al sacerdote. 7. Lo que hace genuino y permisible a un rito es, pues, el sentimiento, la emoción. ¿Y qué emoción comparable, después de la ceremonia solemne del paseíllo, a la aparición en el ruedo de un toro bravo, de una fiera que obviamente poco sabe de rituales, de reglas del juego, de códigos de conducta, y al que se enfrenta, para que se produzca tal vez el milagro de una emo ción estética, un hombre solo, el torero? 8. La literatura abunda en intentos de des cribir experiencias de la emoción estética: las nociones que aparecen una y otra vez son las del tiempo detenido, la de algo universal que es percibido en lo particular, la del espectador que se sale fuera de sí mismo y olvida su propia existencia en la contemplación de lo que tiene ante sí. 9. [Belmonte] había dicho que torear es hacer lo contrario que quiere el toro: vivir fue para él, añadía su amigo, el poeta José Bergamín, hacer lo contrario que quiere la muerte, la muerte que había toreado toda su vida. 10. En el arte de torear, quizás como en ningún otro, se hace evidente un extraño parentesco entre la belleza y la muer te. ¿No es acaso el arte, todo arte que se precie de serlo, expresión luminosa de ese parentesco? ¿No es, por cierto, la vida lo que ese arte está ensalzando cuando tanto representa y ejemplifica la muerte? 11. Todo juicio estético dice más de quien lo dice que del objeto enjuiciado. Todo jui cio estético es un autorretrato. Por él nos reconocemos.

*** Manuel Arroyo-Stephens, Imagen de la muerte y otros textos, Ilustraciones de Sergio Hernández, Aldus, México, 2002, 122 pp.

* @mauflos

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