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Woody Allen: a propósito de nada

[…] la única esperanza de la humanidad reside en la magia. Siempre he detestado la realidad, pero es el único sitio donde se consiguen alitas de pollo. W. A.

t Por Mauricio Flores*

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¿A propósito de qué deciden las personas mirarse al espejo?

Vanidad, temor, afirmación, negación, justificación…

Hablar, escribir, del otro, resulta casi siempre menos complicado que de hacerlo de uno mismo.

De ahí el reconocimiento a quienes deciden hacer un lado los velos, y descubrirse a sí mismos y frente a los otros.

Sean muchos o pocos los propósitos.

Una autobiografía es por obvio una confesión.

Un desnudarse más allá del espejo cotidiano, ceniciento ya por los años, ante la necesidad de nuevas afirmaciones.

Tal vez por ello contar la vida de uno sea cosa que se da mejor con el tiempo. Contados son los casos de quienes, mozos, nos revelan lo vivido.

Le tocó el turno al norteamericano Woody Allen.

Comediante, cineasta, escritor, quien nacido en Nueva York en 1935 se convirtió pronto en un referente de la cultura popular cinematográfica, tendientemente letrada, habrá que advertir, de los últimos cincuenta años.

Alguien al que, siguiendo la definición coloquial, puede considerársele como todo un clásico.

Pero clásico al que sí se acude, y no el por todos citado, y también por pocos conocido. Las gafas de Woody, además gran actor, se recuerdan en su profusa cinematografía, activa a la fecha, y con títulos célebres como Manhattan, Zelig, Scoop, Vicky-Cristina-Barcelona, Día de lluvia en Nueva York, entre unas cincuenta películas.

A propósito de nada se titula la autobiografía de Allen. Listado de confesiones, todas cargadas del gran sentido del humor que le acompaña desde que siendo niño se identificara “misántropo, claustrofóbico, aislado, amargado, cargado de un pesimismo implacable”, que en realidad tiene en sí diferentes propósitos.

Uno, quizás el más importante, responder en extenso a “la falsa acusación” de agresión sexual en contra de uno de los hijos de la entonces su esposa, la actriz, Mia Farrow, tres décadas atrás (reactivada a partir de la fuerza cobrada en todo el mundo por el movimiento Me Too). “Una vez que te han ensuciado, quedas vulnerable para siempre”.

Cargada la evocación al suceso, A propósito de nada pierde mucho. El lector queda de alguna manera insatisfecho sobre lo más que podría haberse sabido de otras etapas de la vida de Allen. Esa infancia en la médula del Nueva York de los cuarenta, la llegada del joven a los ambientes de la comedia norteamericana, los años de censura macartista, el arribo de la insurrección juvenil planetaria y hasta sus múltiples matrimonios.

“Me gustaría tener una segunda oportunidad con algunas de las mujeres de mi vida, pero, ¡ay!, ese barco ya ha zarpado”. Temas que en distinto tono y nivel se encuentran en la filmografía del autor, aun cuando diga, “hacer una película es como tener que esquivar una sucesión interminable de minas terrestres”.

“Se quedarán impresionados por todo lo que no sé, no he leído, no he visto. Después de todo, soy director, es decir, escritor”, confiesa Allen, también adicto al cine y enamorado des

de pequeño de la magia, llevada esta del escenario a la cotidianidad.

“A mí me parece que la única esperanza de la humanidad reside en la magia. Siempre he detestado la realidad, pero es el único sitio donde se consiguen alitas de pollo”.

Casado desde hace más de veinte años con Soon-Yi, a la que conoció siendo una niña, también hija (adoptiva) de Farrow, Allen encuentra espacio en esta autobiografía para auto declararse como “ningún intelectual” ni tampoco un tipo divertido en las fiestas.

Un par de lentes “Lo que sí poseo, sin embargo, es un par de lentes de montura negra, y yo sugiero que este atributo es el que, sumado a un don para apropiarme de citas tomadas de fuentes eruditas demasiado complejas para que yo pueda entenderlas, pero que puedo emplear en mi trabajo para dar la engañosa impresión de que sé más de lo que realmente sé, mantiene a flote este cuento de hadas”.

Autobiografía de un referente cultural de nuestros años, en los que los medios audiovisuales tienen ganada capital importancia, A propósito de nada habría merecido, entre otros esfuerzos de su editor, el acompañamiento de imágenes del autor, sus filmes y programas teatrales y musicales desplegados durante medio siglo.

Y hasta del retrato en movimiento de un Allen quien, igual que Bertrand Russell, siente “una gran tristeza por el mundo”, aunque a diferencia del

filósofo inglés “no sabe hacer cálculos matemáticos”.

“Tal vez no pueda transmutar mi sufrimiento en un gran arte o una gran filosofía”, dice Woody, “pero puedo escribir buenos chistes cortos que sirven para distraer momentáneamente y brindan un breve respiro de las consecuencias irresponsables del Big Bang”.

Tristeza por el mundo

La gente me pregunta si alguna vez tengo miedo de despertar una mañana y no ser gracioso. La respuesta es no, porque ser gracioso no es algo que te pones como una camisa cuando te despiertas y de pronto es una camisa que no puedes encontrar. Simplemente, o eres gracioso o no lo eres. Si lo eres, no se trata de algo que puedas perder ni de una locura temporal. Si me despertara y no fuera gracioso, no sería yo. Eso no significa que no puedas despertarte de mal humor, odiando el mundo, cabreado con la estupidez de la gente, furioso ante el vacío del universo, lo que confieso que hago puntualmente cada mañana; pero en mi caso eso sirve para hacer brotar mi humor, no para anularlo. Al igual que Bertrand Russell, siento una gran tristeza por el mundo. A diferencia de Bertrand Russell, no sé hacer cálculos matemáticos complejos. Y tal vez no pueda transmutar mi sufrimiento en un gran arte o una gran filosofía, pero puedo escribir buenos chistes cortos que sirven para distraer momentáneamente y brindan un breve respiro de las consecuencias irresponsables del Big Bang.

Woody Allen

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