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Todas las ciudades arden, una aproximación a Carlos Roa Hewstone
6 Por Armando Salgado
Carlos Roa Hewstone viste la ropa que hay que usar en un mundo que se incendia. Desde ahí escribe La ciudad ardiendo (Ediciones Filacteria, México-Chile 2020) arrastrado por la inundación a una orilla donde nos dice: “El hambre nos trajo a esta tierra. / Y ya no existe el hambre. / Y ya no hay esta tierra”. En las páginas de este libro un diluvio reina; el saber es gobernado; la gente baila mientras ignora el fuego a su alrededor; el don del habla guía de cerca los corazones vacíos; aparece un país hundido frente al desierto; piaras de cerdos se lanzan mar; y existe otro principio. Este poemario es un relato épico que muestra de forma inquietante las distintas maneras en las que podemos arder. Dentro de él, crece la grieta donde se podrá apreciar la vida de nuevo.
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La ciudad dentro del libro revienta entre el concreto caliente y las barricadas, en la mirada que rodea los cuerpos y los versos que inflaman su coraje:
“Estas casas se asemejan a fragmentos de greda que nada toca sin destruir”.
De forma inevitable, se relaciona el exterior con la respiración del poemario, nos recuerda el paso turbio de esta realidad distópica y las decisiones torpes de los políticos en turno, personas que no aprenden a perdonar sus errores para curar la piel que la ignorancia quema:
“Aquí cada uno se consume maldito, en su propio fuego consumido”.
“Esta ciudad se desmorona / curvada y vuelta a unir” por enésimas veces, retrato de una sociedad que aprende
6 Por Pilar Alba
Mis miembros superiores se entumecieron. La taza que sostenía mi mano rodó por el suelo y el café cayó sobre mis piernas. Mi cerebro esperaba la señal del dolor que me hiciera emitir un lamento; pero no sucedió ningún dolor, ninguna sensación. Fue entonces cuando me percaté que también mis miembros inferiores estaban atrofiados. Salir, correr, tomar el teléfono para pedir ayuda, imposible. Tuve que esperar, a comenzar una y otra vez, que junta sus restos una y otra vez, que hurga sus cenizas una y otra vez, “igual que los muertos bajo tierra” donde los vivos también mueren. “Hay trozos de ropa /enganchados en las rejas de fierro”.
El relato continúa entre poemas que se extienden como lumbre a lo largo de la lectura, donde se pondera pedir a Dios, al universo, a una fuerza superior que viniera y me salvara. Así duré mucho rato, el olfato, el gusto, el oído y la vista se me agudizaron, pero no el tacto. De la desesperación me quedé dormido. Me despertó un ácido olor a orina. Sin sensibilidad no podía una visión existencial, a la vez anatómica y global de los hechos crueles y los desplazamientos forzados, como ejes transversales en estas sociedades del conocimiento, capitalizadas y exfoliadas por la muerte. El presente multiverso coexiste con una cordillera que es testigo de la alianza estructural entre la Iglesia y el Estado, controlar las funciones más elementales de mi cuerpo. Un sentimiento de indefensión me empezó a inundar. No sé si lloré, creo que sí, porque mi boca registró un sabor salado. Empecé a pensar cuál sería la causa de mis padecimientos, qué hice o dejé quienes han fortalecido su amor por siglos. Bajo estas condiciones la lucha de contrarios es un evangelio apócrifo para soportar el olvido.
El fuego continúa en busca de más páginas y La ciudad ardiendo explora sus límites a partir de una serie de campos minados: los contrastes literarios que refrendan la conexión con el mundo y su sombra; la revaloración del simbolismo judeocristiano como extracto que limita la libertad; una poética que cuestiona su orígen, influencias y la situación actual; la certeza de no aceptar el azar como único disturbio; un solsticio que revela el poder de lo femenino; y la reforestación del gen emancipado para reducir las piedras contra uno mismo:
“Mira que esta interminable costa se amplía como terreno de cultivo y que en este bote medio dormidos vamos hacia el horizonte […]”
Esta literatura hipersensible y austral, consciente y profunda, sitúa un rostro múltiple para una ciudad en constante reescritura, por lo tanto los poemas que integran este cuerpo, además de levantar interrogantes, extienden la invitación a mirar más allá de cualquier vaso medio lleno, donde a pesar del cansancio, Carlos Roa Hewstone nos invita a levantar de las cenizas una nueva ciudad sin fronteras:
“Su inquieta presencia madura a la fuerza
Venganza
las arcadas de la tormenta. Quien las haya tenido ante sí se arrodilló de asombro y supo que mientras las nubes son dueñas de las islas tú y yo lo somos de nosotros mismos”.
* La ciudad ardiendo, Carlos Roa Hewstone; México-Chile, Ediciones Filacteria, 2020, 60 p.
de hacer para encontrarme ahora así. Repasé con mi memoria todas las situaciones que pudieran haberme conducido a este estado, sin embargo, nada me pareció relevante para que pudiera serlo. Estaba a punto de darme por vencido cuando recordé el brillo de malicia en esa bella mirada, las palabras dulces y, a la vez, amargas que salían de su boca. De repente mis brazos recuperan el movimiento, comienzo a sentir todas las partes del cuerpo, mis piernas se desentumen y salgo corriendo a buscar venganza.