Río de palabras
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LA GUALDRA NO. 461
Las letras de mi madre t
Por Armando Salgado
E
n días pasados, mi mamá logró escribirle una carta a mi hermana Elva que radica en Sonora. Es la segunda carta que escribe en su vida. A diferencia de la primera, esta logró escribirla en una sola “clase”. La escuché con atención cuando leyó en voz alta, estaba a su lado, observaba sus nuevos lentes bifocales y su empeño por leer con claridad. Al terminar el primer párrafo, sin más, la felicité, le dije que por fin lo había logrado y que todo el esfuerzo reciente había dado grandes frutos: mi madre había reforzado lo que aprendió un año antes en la escuela, y que con la contingencia sintió que podía olvidar. Recuerdo bien aquella tarde, las clases presenciales se suspendieron. Mi madre estaba preocupada por sus avances, porque a los 55 años es difícil aprender a leer. Acordamos que de lunes a viernes nos llamaríamos a medio día para repasar lo que había visto en sus clases nocturnas. Quien se dedica a la docencia sabe que cada persona tiene su propio trayecto de aprendizaje, en el caso de mi madre, había que reforzar la escritura de palabras cortas, para que poco a poco adquiriera seguridad al leer en voz alta, lo que con el paso de los días posibilitaría profundizar en nuevas palabras y oraciones escritas. Dicho y hecho, imprimimos una serie de ejercicios a manera de libro, ella se quedó con su impreso y yo con una versión digital. Todos los días nos llamábamos y comenzamos a ver las primeras letras: m, p, s, t. Después, a través de dictados, mi madre se percató de que las letras se conectaban entre ellas y que se iba poniendo difícil. Yo sabía que también era un asunto de seguridad y que poco a poco se le facilitaría avanzar. Las charlas diarias continuaron y las fotografías de lo que mi madre iba escribiendo llegaban a mi WhatsApp, revisábamos e íbamos corrigiendo lo que era necesario. Imaginaba sus trazos y escuchaba sus impresiones ante oraciones que describían los nombres de sus hermanos, hermanas, sus hijos, los lugares que ha visitado, todo lo reflexionaba con asombro. Mientras leía se maravillaba con las palabras que había usado toda su vida y apenas escribía. Poco a poco fue adquiriendo autonomía respecto al análisis de palabras, a la vez que hablábamos sobre por qué la “h” es muda, lo que es un jeroglífico, un esquimal, un diptongo, el plural y el singular de una palabra. Los días iban transcurriendo y nuestras citas diarias se transformaron en momentos donde la lectoescritura cruzaba sus lindes con historias de la familia, los recuerdos de mi madre, las cosas vitales que nos conforman. Mientras ella
iba conociendo el vasto universo del lenguaje yo apreciaba lo que me compartía envuelto con su experiencia. Mi madre no aprendió a leer y a escribir porque mis abuelos no se lo permitieron, nunca la inscribieron en una escuela pública y como miles de mujeres creció cuidando a los hijos de sus hermanas, de esa forma conoció Arteaga, el puerto de
Veracruz y Puebla. Su infancia entre huertas de aguacate estuvo lejos del pupitre y los cuadernos. Cuando se alejó de esas labores tuvo que trabajar y la escuela quedó en un pasado que jamás existió. Siendo muy joven se casó y tuvo a su primer hijo, me tuvo a mí. Recuerdo muy bien cuando me apoyaba a hacer las tareas de preescolar, los trabajos
de primaria y cómo poco a poco me dejó de ayudar. De una u otra forma yo sabía que tenía que aprender rápido y no perder tiempo en la escuela, son esas cosas que uno no se explica. Mi padre no le facilitó las cosas, al contrario, la violentó por largos años. Pasó el tiempo. Egresé de una normal rural como profesor. Después de varios intentos mi madre por fin logró separarse de mi papá y con el respiro amplio comenzó de nuevo. Ahora tendría las condiciones para aprender lo que había postergado, hacer las cosas que quería disfrutar, recuperarse del pasado, que muchas veces es doloroso, y, sobre todo, recuperarse a sí misma. Cuando leyó el primer párrafo de la carta a Elva, no pude contener las lágrimas porque a pesar de la situación actual, de las dificultades del pasado, de no estar en el mismo espacio, ella logró ordenar la posición de las letras y bailó con ellas poco a poco, entre sílabas y matices, recuerdos y porvenir, oraciones y esperanza, demostró una vez más su determinación. Día a día, a la misma hora, nuestros teléfonos suenan y abrimos los libros. Hace poco redactamos un cuento sobre un dragón que en lugar de fuego escupe agua para apagar los incendios del bosque. También acabamos de trabajar con las sílabas “trabadas”, palabras como bruto y choclo nos hicieron reír. Le gustó saber qué es el orden alfabético y ahora descubre el teclado de su celular repleto de emojis, gifs y frases que lee con entereza. En plena pandemia mi madre logró avanzar en esta deuda que tenía consigo misma. Es un acto esperanzador que revela la condición fluctuante de la vida y el reacomodo de las cosas, de manera justa. La vida es generosa.