“En poco más de cuarenta relatos, No estás tú para saberlo (2025), una de las novedades de Typotaller nos lleva, o enfrenta, a las vicisitudes diarias que suelen poblar la vida, nuestras vidas; esas situaciones que experimentamos, pero, a menudo, pasamos por alto. Con un humor sarcástico, un enfoque avezado y una narración detallada, la autora [Carmen Villoro] nos muestra cómo incluso los momentos más mundanos pueden ser transformados en historias fascinantes”. Ernesto Castro [“El ritual de lo habitual, donde vida y literatura conspiran”, en esta edición]
Carmen Villoro.
La Gualdra No.
Caosmos llegó a su fin
Caosmos es el nombre de la exposición de Juan Carlos Villegas, inaugurada el 14 de marzo de 2024; con ella dio inicio la serie de exposiciones de artes plásticas del Festival Cultural Zacatecas hace un año en el Museo Francisco Goitia. Alargó su permanencia a solicitud de la dirección del museo y el domingo 9 de marzo finalmente concluyó su exhibición; previo a esto, el viernes 7 de marzo se realizó el recorrido de clausura formal. Juan Carlos y Adela Bañuelos (directora del Museo Francisco Goitia) coincidieron en que sería buena idea que en ese último recorrido se invitara a un grupo de música norteña, por varias razones: la principal fue que en uno de los cuadros que recibía a los visitantes en la primera sala aparece un personaje con sombrero tocando el acordeón, ese personaje fue tomado de una fotografía antigua del padre del artista originario de Potrero de Gallegos, Valparaíso, quien en su juventud era parte de un grupo en el que tocaba precisamente ese instrumento y cantaba; pero, también, porque toda la colección que compone Caosmos hay una clara relación de cómo conviven las artes plásticas, la filosofía, la poesía, la historia, las matemáticas y la música; de ahí que existan piezas que aluden a los conceptos filosóficos y matemáticos de Pitágoras. La música es matemática pura, y a ella le era atribuida -por los pitagóricos- una suerte de facultad sanadora en el sentido de que tiene la posibilidad de aminorar el caos, el ruido, la enfermedad… hasta alcanzar el silencio -metafóricamente relacionado también con el cese del caos, pero también con el fin de un ciclo y comienzo de otro-. Por eso hubo música norteña el viernes del último recorrido y estuvo a cargo del grupo Herencia FP, un grupo zacatecano que incluye además del acordeón otro instrumento muy peculiar: la tuba; este instrumento aparece en tres piezas más de la colección: en “Gorgoritos”, una obra en la que hay un personaje de perfil tocando frente una barda de piedra -albarrada común en las comunidades de la región-; en “Ponte tu moño de raso morado en tu pelito muy tan circunflais” -nombre inspirado en las coplas de Severo Amador para el baile de Mexicapan- en donde el personaje de la tuba está ahora detrás de la barda y al frente aparece una quinceañera flotando; y en el tríptico “La música de las esferas”. Esa noche fue una verdadera fiesta, después del recorrido final, los asistentes -en
su mayoría ataviados con botas y sombrero- bailaron y degustaron mezcal; porque el espíritu de fiesta nos acompaña siempre a los zacatecanos y porque había que celebrar 12 meses de exhibición de Caosmos; un año completo en el que se llevaron a cabo distintas actividades de mediación que incluyeron conciertos, conferencias y recorridos guiados con diferentes tipos de públicos. Resalto aquí los llevados a cabo con grupos de estudiantes de distintas edades, desde educación primaria hasta profesional, porque fueron experiencias muy enriquecedoras; sobre todo las de los niños, ávidos siempre de aprender cosas nuevas y de aportar reflexiones en torno al arte, sus lecturas y comentarios fueron sorprendentes y para ellos, sobre todo, se incluyeron códigos QR y dispositivos de Realidad Aumentada. Ojalá que este tipo de actividades se siga replicando porque en Zacatecas tenemos todo para hacerlo si existe voluntad. Para que la exposición tuviera estos resultados estuvo involucrado un grupo muy valioso al que es pertinente mencionar: Adela Bañuelos, directora del Museo Francisco Goitia; Ricardo Márquez Félix, museógrafo; los custodios Fernando Muro Vela, Salvador Canales Arrendondo, Petra Íñiguez y Martín Rodríguez Gutiérrez; todo el personal de montaje del área de exposiciones del Instituto Zacatecano de Cultura y por supuesto, Dulce Muñoz, directora del Instituto. La fotografía de la obra fue realizada por Julián Hugo Guajardo; el texto de la exposición estuvo a cargo de Sigifredo Esquivel Marin; la Realidad Aumentada, de Martha Mena; y en el soporte de tecnologías Verónica Torres Cosío, de la Maestría en Tecnología Informática Educativa de la UAZ. Juan Carlos Villegas dedicó casi una década a la conformación de esta exposición de pintura, dibujo e instalación, que dio fin el 9 de marzo pasado; a él, mi reconocimiento y, sobre todo, mi admiración. Felicidades, Cabillo. Gracias también a todas las personas que asistieron durante un año al museo en el que este artista inició, hace 30 años, su formación profesional.
Que disfrute su lectura.
Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com
Raymundo Cárdenas Vargas Dir. La Jornada de Zacatecas direccion.zac@infodem.com.mx
Contenido
Por
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Jánea Estrada Lazarín Dir. La Gualdra lagualdra@hotmail.com
Sandra Andrade Diseño Editorial
Juan Carlos Villegas Ilustraciones jvampiro71@hotmail.com
El ritual de lo habitual, donde vida y literatura conspiran
Ernesto Castro
Una memoria sobre Trotsky Por James T. Farrell [Traducción José Enciso Contreras]
Sobre Momentum, de Rafael Salinas Por Eric Reyes Ramírez
Tertulias, mítines, verbenas y convivencia [Mitin político cultural SPAUAZ] Por Anne Leyniers
Nosotros, los de entonces, seguimos siendo los mismos Por Álvaro Luis López Limón
El arte de extraviarse Por Juan Carlos Macías Berumen
El ritual de lo habitual, donde vida y literatura conspiran
6 Por Ernesto Castro
Quizá todas las personas llegamos, por rutina, a un estado en el que vivir sólo se sustenta, como toda hazaña, en la constancia, en la persistencia, el arriesgue, la necedad, o incluso la disciplina. Cruzando la frontera más allá del bien o del mal, la experiencia vital se convierte, por ejemplo, en conducir entre el tráfico delirante; armar un aparato o mueble comprado en un almacén o solicitado a Jeff Bezos por medio del celular; ir con el médico; prepararse o preparar para la familia algo de comer; lavar la ropa en velocidad rápida y modo delicado; lidiar con calcetines extraviados; relacionarse en cofradía en algún sitio público; o un largo etcétera.
Eso a veces llega a ser la vida, o una parte importante de ella, pero seguro puede transformarse en otras cosas gracias a esos pasadizos o escapes que van de lo ordinario a lo extraordinario, pasillo en donde se encuentra, claro está, la literatura. Y hablando de ella… ¿la literatura copia a la vida o la vida copia a la literatura? Creo que esta pregunta, y la suposición expuesta en las primeras líneas de este texto, las resuelve de una manera virtuosa Carmen Villoro en su libro No estás tú para saberlo (2025), una de las novedades de Typotaller, editorial que también está haciendo la hazaña mediante el arriesgue de nuevos autores y la experiencia y genialidades de otros, como la propia Villoro.
Intentaré explicarlo: para SaintExupèry, un rito es “lo que hace que un día sea diferente de los otros días; una hora, de las otras horas”. Los ritos, aunque sean repetitivos, dan significado al tiempo. O con otras palabras, lo hacen habitable, crónico y narrable. De alguna manera, una buena parte de las personas que escriben redactan rituales humanos, o incluso animalescos, si pensamos, por ejemplo, en Kipling y otros más. Las pequeñas cotidianidades tienden a volverse rituales. Por eso digo que Villoro les da narratividad a unos de esos momentos.
En poco más de cuarenta relatos, No estás tú… nos lleva, o enfrenta, a las vicisitudes diarias que suelen poblar la vida, nuestras vidas; esas situaciones que experimentamos, pero, a menudo, pasamos por alto. Con un humor sarcástico, un enfoque avezado y una narración detallada, la autora nos muestra cómo incluso los momentos más mundanos pueden ser transformados en historias fascinantes.
Desde los problemas con el coche y el tráfico hasta las instrucciones complicadas de los aparatos electrónicos, la autora nos hace reflexionar,
y gozar esa reflexión, sobre las pequeñas frustraciones de la vida diaria. Cada texto aborda diferentes aspectos de ese devenir cotidiano: grandes crónicas de pequeños lapsos: ¿qué me pongo el día de hoy?, ¿cómo llego íntegramente al baño de un camión en movimiento?, ¿y ahora cómo regreso a mi asiento?
Preguntas consuetudinarias que nacen como conejos. Creo que la pregunta es la estructura oracional más elaborada por el ser humano durante toda su vida, porque la pregunta y la duda siempre están a nuestros alrededores. Eso lo sabe toda y todo aquél que escribe. Incluso la creación literaria se vuelve parte de la exploración de Carmen: “Puedo superar la angustia del papel en blanco, pero nunca el reto del sartén vacío”, nos receta en su texto “El pan de cada día”.
Pero, para quien no quiere preguntas y espera que la literatura responda sus dudas, también hay un guiño; respuestas geniales a preguntas difìciles de estructurar también rondan en los textos de Villoro: “La alcachofa se come en gerundio; no es posible atacarla de una sola vez; a ella hay que irla seduciendo”, o “cada vez estoy más convencida que las casas, como las personas, tienen sentimientos”. O incluso consejos que invitan a tomarlos pie juntillas: “El placer de pelearse es un arte que pone en juego la inteligencia, la agudeza, la creatividad y el ingenio”.
A la par de las temáticas mencionadas, Villoro trata otros variados asuntos como la salud cotidiana, la gripe o una torcedura de pie, y nos muestra cómo incluso en esos momentos de debilidad podemos encontrar la ironía y el humor. Pero lo que realmente destaca en este libro es la forma en que la autora describe las relaciones sociales. Ya sea en un bar, en un restaurante o en una reunión familiar, Carmen nos muestra cómo las interacciones humanas pueden ser a la vez divertidas y complicadas.
Tenemos en nuestras manos, o en el escaparate, un libro que nos invita reflexionar, reír y conectarnos con nuestras propias experiencias cotidianas, a reflejarnos en el espejo de la realidad ficcionada (¿friccionada?), o la ficción realizada en cada momento de nuestros días o nuestras noches.
Y no están ustedes para saberlo, pero Carmen, que además es psicoanalista, nos muestra que incluso en los momentos más mundanos, hay siempre algo que aprender y algo que apreciar. No hay engaño: la vida es una pasión compleja, lo sabemos, pero tanto así como una experiencia inútil, como decía Sartre, pues no. Lea y verá.
Narrativa
* Ernesto Castro es escritor y corrector de textos. Escribe para Cuarto de Guerra y ha colaborado con Partidero, en Guadalajara.
Carmen Villoro.
Una memoria sobre Trotsky
6 Por James T. Farrell1
[Traducción José Enciso Contreras]
Conocí a León Trotsky en México en 1937. Parecía diferente de lo que se podría haber esperado. Daba la impresión de una sencillez extraordinaria. Alice Rühle —esposa de Otto Rühle, en su tiempo miembro de la izquierda socialista del Reichstag alemán y biógrafo de Karl Marx—, dijo de Trotsky que había cambiado desde su juventud: se había vuelto, dijo, más sencillo, más parecido a Lenin. Muchos de los que lo conocieron antes decían que solía tener un talante más bien frío. No parecía ser así en México. Era fácil hablar con él y uno sentía menos distancia con él que con cualquier otro hombre prominente en la vida política. Pero tal vez esta comparación no sea tan buena, porque Trotsky ya era entonces un líder derrotado y en el exilio. Buscaba reconstruir un movimiento político y estaba involucrado en la lucha más dramática de su vida, acusado de traicionar a la revolución que ayudó a liderar y a la sociedad que tanto contribuyó a fundar; estaba, en suma, defendiendo su honor revolucionario. Vivía detrás de muros vigilados, sus seguidores y secretarios portaban armas dentro de su casa, y se estaba preparando para responder a los cargos que Stalin lanzó contra él en los juicios de Moscú. En otra parte he descrito las audiencias de Coyoacán celebradas por la Comisión de Investigación, de la cual el doctor John Dewey era presidente. No repetiré esto aquí, sino que simplemente ofreceré algunas impresiones personales y anécdotas sobre él.
No se podía separar a Trotsky el hombre, del Trotsky como figura histórica. Cuando lo veías y hablabas con él, sabías que fue el hombre que organizó los detalles prácticos de la Revolución Bolchevique en 1917, y también que fue el organizador del Ejército Rojo. Yo sabía que estaba hablando con uno de los más grandes revolucionarios de la historia. Él mismo tenía un profundo sentido de la historia y de su propio papel histórico. Yo por mi parte conocía el intenso drama de su vida. Allí estaba él, en aquella casa de la Avenida Londres, en Coyoacán, enfrentando su cerebro a un imperio. Era justamente porque se trataba de Trotsky que su sencillez resultaba tan sorprendente, cuando ya peinaba canas y vivía como un hombre perseguido en México. Sus seguidores hablaban de él en tono de adoración. Para ellos, él les había hecho la vida más importante, les permitió creer que ellos también estaban entrando en la historia. Lo llamaban “el Viejo” y actuaban como sus discípulos. Constantemente planteaban preguntas para determinar qué pensaba uno de él, y cuando John Dewey destacó la
brillantez de Trotsky, inmediatamente comenzaron a pensar y a esperar que Trotsky convertiría a Dewey al trotskismo. Había precisión en la actitud de Trotsky, incluso en inglés su elección de palabras lo revelaba. Parecía saber hasta dónde quería llegar con cada persona, y en su elección de palabras así lo transmitía o sugería. Sin embargo, no había mucha espontaneidad en él o, más bien, su espontaneidad estaba contenida. Él mismo había entregado su vida a una idea. Esta idea –la Revolución– y su personalidad, estaban como fusionadas. Era un hombre valiente, siempre estuvo dispuesto a hacer cualquier sacrificio por la Idea y trataba con las personas en términos de su relación y aceptación de esa Idea. ¿De qué le servirían las personas a esta Idea, a esta causa? Estaba trabajando y viviendo para la causa.
Por lo tanto, si bien era fácil hablar con él, aún restaba cierta distancia entre él y los demás. No entrabas en contacto totalmente con su personalidad como lo hacías, por ejemplo, con John Dewey. Esto me pareció más claro la última vez que hablé con Trotsky. Nos sentamos junto a la larga mesa en la que trabajaba en la casa del pintor Diego Rivera, en la Avenida Londres, de Coyoacán. Me preguntó qué iba a hacer cuando regresara a los Estados Unidos. “Voy a escribir novelas”. Dijo que ya lo sabía, pero nuevamente me preguntó qué iba yo a hacer. El servicio a la causa era más importante para él que tu personalidad. Max Eastman, que lo conocía mucho mejor que yo, ha dicho a menudo que Trotsky era frío. Creo que esto es lo que Eastman precisamente quería decir; ese ver a los individuos como sirvientes de un objetivo y de una idea, más que como personalidades por derecho propio. Y éste era también un rasgo de su carácter que lo distinguía de John Dewey.
León Trotsky era un hombre ingenioso, elegante y galante. Había algo pro-
fundamente conmovedor e inspirador en su relación con su esposa, Natalia. Ella era muy pequeña y también elegante. Se podía ver que alguna vez había sido una mujer hermosa. Las tragedias de su vida, en particular la pérdida de sus hijos, la habían entristecido. La suya era una de las caras más tristes que he visto en mi vida, y es una de las mujeres más valientes y nobles. Cada vez que los veías juntos, no podías dejar de sentir cómo había una corriente de ternura entre ellos. Una dulzura y una profundidad de sentimiento eran evidentes en la forma en que él la miraba o tocaba su mano. Fuimos de picnic después de finalizar las audiencias de Coyoacán. Esperando para salir y parado en el porche del patio de la casa de los Rivera, estaba Trotsky muy ocupado, asegurándose de que hubiera suficiente comida para todos, de que hubiera cerveza para mí, y que nada fuera olvidado o pasado por alto. Mi esposa me dijo medio en broma que Trotsky se interesaba por los asuntos hogareños, y que si él podía ¿por qué yo no? LD se acercó a mí poco después. Le comenté: “LD, has arruinado mi vida”. Le expliqué lo que quería decir y le conté lo que había dicho mi esposa. “Es muy sencillo” — respondió hablando con fuerte acento, pronunciándolo como vunce— , una vez tuve que alimentar a cinco millones de hombres. Es un poco más complicado que alimentar a cinco”. A menudo había un punto, una referencia política, una moraleja en su ingenio. Salimos
en dos coches hacia un bosque cercano. Mi esposa y yo nos sentamos en el asiento trasero de un turismo. Todo estaba listo para nuestra partida. De repente, Trotsky apareció al costado del auto y dijo (pronunciando la W como V): “Jim, haré el viaje en el auto descubierto, para que Hortense viaje en el auto cerrado”.
Aquí hubo valentía. Para Trotsky, viajar en automóvil abierto significaba un posible riesgo para su vida. Junto a su galantería, había en su naturaleza un profundo respeto por las mujeres. He conocido a muchos europeos revolucionarios y de izquierda, he leído gran parte de sus vidas y me han contado muchas anécdotas sobre ellos. Muchos de esos hombres, sin ser muy conscientes de ello, han dedicado los mejores años de sus vidas al esfuerzo de emancipar a la humanidad. Pero para una buena proporción de ellos, la emancipación termina en la puerta de sus propios hogares. Sus esposas no están completamente incluidas en esta liberación; ellas hacen todas las tareas domésticas y atienden a sus revolucionarios maridos, a veces servilmente. En un lugar de su reciente biografía El profeta armado: Trotsky 1879-1921 , Isaac Deutscher menciona cómo Trotsky, aunque estaba ocupado, ayudaba de manera muy poco europea que digamos a su compañera Natalia con las tareas domésticas y el cuidado de los niños. Creo que la valentía de Trotsky fue real en aquel episodio del auto descubierto, y se basó en un sentido de la dignidad de las mujeres y del respeto hacia ellas.
Durante el picnic, Trotsky y Natalia salieron a caminar por el bosque en direcciones opuestas, sin duda esto fue confortable para él. Vivía entonces una cautelosa vida de reclusión, con poca libertad de movimiento. Sus secretarios lo vigilaban permanentemente, con armas enfundadas a sus costados, y un contingente de policías mexicanos se apostaba afuera de la casa de Rivera para protegerlo. Se inquietó y se resistió a este encierro, y se mostró fatalista ante el peligro de ser asesinado, pues creía que cuando Stalin realmente quisiera matarlo, sin duda lo lograría. Y como todos lo saben, así fue. Luego de la caminata regresó al gru-
1“A
2Se refiere a Henry Louis Mencken, filósofo, filólogo y periodista liberal y progresista estadounidense nacido en Baltimore en 1880. Su obra magna The American languaje, de tres gruesos tomos. Su reportaje satírico sobre The Scopes Trail, de 1925, al que se motejó como The Monkey Trial, llevado a cabo en un oscuro pueblecillo de Tennessee, es una de sus obras más celebradas.
Memoire of Leon Trotsky”, publicada originalmente en The University of Kansas City Review. Vol. XXIII, núm 4, Kansas City, junio de 1957. Traducción de José Enciso Contreras.
León Trotsky (1879-1940). Imagen tomada de la página izquierdarevolucionariamx.net
po, cuando uno de los estadounidenses presentes estaba encendiendo un fuego. Era un ex seguidor de Trotsky que después de abandonar el trotskismo, había venido no obstante a Coyoacán para ayudar en el trabajo de las audiencias de Dewey. LD lo miró por un momento y se impacientó. No le gustó la manera en que el amigo americano intentaba hacer la lumbre, así que él mismo tomó el relevo y encendió su propio fuego, acompañando la labor con burlas amistosas, pero también mordaces. Y esto tenía un sentido político. Trotsky se estaba burlando de un antiguo adicto por haber roto ideológicamente con el movimiento trotskista. Siempre le gustó burlarse de los norteamericanos, especialmente acerca de la llamada eficiencia estadounidense, y también se burló de su ex seguidor en este sentido.
Comimos, hablamos y cantamos. Uno de los guardias policiales de Trotsky era un policía mexicano alto, joven y bien parecido. A Trotsky le agradaba y confiaba en él. El policía cantó Allá en el Rancho Grande, y a todos les gustó tanto que le pidieron que la cantara nuevamente. Por cierto, después de su asesinato me dijeron que aquel policía había sido comprado por los enemigos de Trotsky. Tuve varias conversaciones con él. Habiendo sido estadounidense en los años veinte y leído mi H. L. Mencken,2 a veces me gustaba contar historias que relataran cosas estúpidas. Conté una historia de ese tipo. El tema era un famoso escritor europeo con quien Trotsky había tenido conflictos. Este escritor no es de ninguna manera estúpido, pero lo parecía porque en una ocasión había estado evadiendo preguntas sobre Stalin que lo habrían acorralado. Trotsky rápidamente se impacientó y no quiso escuchar el final de la historia. Le aburría. Interrumpió y dijo: "X debería aprender a escribir mejores novelas". Hizo preguntas sobre la literatura estadounidense y dijo haber leído la no-
vela Babbitt, pero su admiración por este libro de Sinclair Lewis fue limitada. El personaje de Babbitt le parecía poco inteligente. Hablé de Theodore H. Dreiser, a quien elogié como un gran escritor, aunque sus ideas filosóficas y generales me parecían a veces banales. Trotsky preguntó cómo podía un hombre ser un gran escritor si sus ideas eran estúpidas. "Lo que necesitan los escritores estadounidenses —dijo— es una nueva perspectiva". Se refería a una perspectiva marxista. Creía que Estados Unidos algún día tendría un gran renacimiento marxista. En realidad LD no había leído suficiente literatura estadounidense como para saber si los escritores norteamericanos necesitaban o no una nueva perspectiva. Su opinión fue consecuencia de la confianza que proporciona la fe. El marxismo era para él una ciencia y le permitía predecir con fe. Hablando de cómo lo percibían los estadounidenses, le comenté que muchos lo veían como una figura romántica, de hecho, como un héroe romántico. Dijo que lo sabía y que eso no le gustaba y tampoco parecía interesado en mi explicación al respecto.
Justo antes del comienzo de la primera de las audiencias de la Comisión Dewey, Trotsky estaba parado en el porche, afuera de su cuarto de trabajo, cuando la esposa divorciada de un famoso escritor estadounidense apareció estrepitosamente en la entrada, y una vez dentro de la casa se acercó a Trotsky. Le dijo que él no sabía quién era ella, y luego se identificó dando el nombre de su exmarido. "Estoy seguro —respondió Trotsky— que si lo conociera, quedaría yo más impresionado aún".
En otra ocasión le pregunté si pensaba que Stalin y Hitler terminarían uniéndose. Esto fue en 1937, y algunos de nosotros que habíamos participado en la amarga lucha contra los juicios de Moscú, llegamos a creer que se iba a establecer una alianza nazi-soviética. Trotsky respondió señalando que si eso
sucediera sería una gran catástrofe. Por esa época, predijo el pacto Stalin-Hitler. Mi editor, James Henle, un viejo periodista, había trabajado en el New York World en 1917. Lo habían enviado a entrevistar a Trotsky, entonces de visita en Nueva York, y se habían conocido en una panadería del East Side. LD le pareció a Henle un hombre inteligente, había predicho la revolución rusa, pero, como cuenta el mismo periodista, en ese mismo tiempo escuchó un sinfín de predicciones, aquélla era una más. Sin embargo, un mes después se produjo la Revolución de Febrero en Rusia. Trotsky no recordaba esta entrevista. La última vez que lo vi fui a su casa, precisamente el día antes de partir de México. Cuando llegué estaba hablando con Otto Rühle en su despacho. Rühle había apoyado a Karl Liebknecht durante la Primera Guerra Mundial, y cuando triunfó la Revolución Bolchevique, Otto la caracterizó como un “golpe pacifista”. Mas al parecer, él y Trotsky casi nunca habían estado de acuerdo. Ahí estaban, dos viejos revolucionarios exiliados en México, aunque todavía no estaban de acuerdo y, hablando en alemán, alzaban la voz. Escuché a Trotsky hablar en voz alta e incluso gritar. Yo no entendía ni una palabra de alemán, pero podía adivinar sobre qué estaban discutiendo. Rühle, ya estando en México en 1937, insistía decididamente en su desacuerdo con los bolcheviques de 1917. Me dijeron que poco después Rühle y Trotsky dejaron de verse definitivamente.
El almuerzo fue sencillo en esa ocasión, pero menos de lo normal. Trotsky fue un anfitrión muy amable pero no hablamos mucho y luego nos despedimos. Se marchó a tomar una siesta vespertina.
La suya era una de las mentes más trabajadoras que jamás haya conocido, y sólo de verlo y hablar con él, uno sentía su gran voluntad. Su cuerpo, sus hábitos estaban doblegados a esa voluntad. En muchos sentidos era espartano, de hecho, hubo momentos durante sus días de poder en los que habló como hombre de una Esparta moderna, e Isaac Deutscher usa la palabra espartano en referencia a Trotsky en un pasaje de su biografía.
Esta semblanza es pasajera y aleatoria, no aborda las teorías e ideas de Trotsky, las que trataré de comentar en otra ocasión, pues aquí sólo quería dejar constancia de mis breves impresiones sobre LD. Su personalidad no sólo era fuerte sino bastante atractiva. Fue muy amable, aunque tenía una mirada burlona en sus ojos brillantes, y tuve la sensación de que observaba la vida con una especie de burla y un irreprimible sentido de la ironía. Se había comprometido con una idea y había alcanzado alturas de poder que pocos hombres conocen. Pero allí estaba él, de nuevo en el exilio; la mayor parte de su vida la pasó en el exilio, en Siberia, Turquía, Inglaterra, Francia, Italia, Alemania, Suiza, Austria, Noruega… había estado exiliado: escribiendo, hablando, instando, defendiendo una idea candente con total convicción.
Era sorprendentemente diferente a muchos otros, los exiliados revolucionarios con frecuencia decaen y se desintegran. Trotsky no lo hizo. Ningún hombre podría haber conocido una derrota más absoluta que él, y era sorprendente lo poco que eso le había dañado. Escribiendo, librando la misma batalla, no parecía un hombre amargado o infeliz. Pensé en esto y en lo diferentes que son las historias del exilio de Napoleón. Trotsky era un hombre que podría compararse con Napoleón, pero en el exilio el corzo soportó menos bien que Trotsky las tensiones y el aislamiento. Para Napoleón el poder lo era todo, mientras que para Trotsky el poder era un medio para hacer realidad sus ideas. Era el medio por el cual el hombre lograba su destino histórico. El poder era el arma de una fe, y esa fe le sirvió en el exilio. Estaba yo en el hospital, débil y agotado después de una operación por forúnculos. Era de noche y pese a que había una radio encendida en la cabecera de mi cama, no la estaba escuchando. Hubo un flash de noticias. Aproximadamente la mitad de las palabras penetraron en mi mente: León Trotsky… asesino... no se espera que viva. Me quedé en shock. No podía dormir y me dieron una pastilla. A la mañana siguiente me desperté con un sentimiento de culpa; había tenido algún sueño. Entonces llegó el vendedor de periódicos y allí estaba la historia del asesinato. Su vida había sido como una tragedia griega. Fue un gran héroe y un gran mártir, pero el carácter trágico de la muerte de Trotsky sólo se centra en la enorme y terrible tragedia de nuestro siglo. Una convicción tan ardiente, una brillantez tan grande, un sacrificio tan espartano como el suyo... y contribuyó a crear un Estado que evolucionó hasta convertirse en la tiranía más terrible de la historia. Hoy, el Estado que él ayudó a crear amenaza la libertad de todos nosotros. Los valores que apreciamos, las esperanzas del hombre para un mundo más decente, ahora están amenazadas por ese poderoso Estado. Trotsky y Lenin estuvieron entre los grandes hombres de este siglo. ¿Pero ha sucedido alguna vez que el trabajo, la vida de dos grandes hombres, haya terminado en una tiranía tan brutal e inhumana? Las ironías de sus historias están escritas con sangre y sufrimiento. Han pasado ya casi treinta y siete años desde que fueron los líderes de la Revolución de Octubre, y en retrospectiva, desde este punto de vista, parece que si su trabajo y sus logros nunca hubieran existido no podríamos estar peor. Los horrores del zarismo no son nada comparados con los que lo sucedieron.
Trotsky paseaba por su jardín, el sol brillaba, la tarde estaba a punto de empezar a declinar. Entró en su sala de trabajo y se sentó con el manuscrito que le había traído su asesino. La punta alpina se le metió en el cerebro, su sangre cayó sobre una página del manuscrito de su biografía de Stalin. Las últimas palabras que había escrito fueron "la idea". Su propia sangre se derramó en esa página.
Historia
Poesía
No es tarea fácil hablar de un poemario que pertenece a un amigo, pues me es inevitable no remitir a la vida que hemos compartido cuando mi memoria hace contacto con su palabra escrita. Así pues, se me deberá disculpar si mi interpretación de Momentum se apoya, en gran medida, sobre la versificación entre líneas de mi hermandad con Rafael Salinas (1996). Sin embargo, mi culpa se aminora cuando descubro que mi amigo tomó algunas historias de sus amistades para darle forma a su corpus poético, clara advertencia para todos aquéllos que se rodean de poetas, pues sus confidencias pueden terminar en una obra justamente premiada. Desde este punto es cuando develo uno de los primeros conceptos que, me parece, el lector podrá identificar en el poemario: el diálogo. La voz de Salinas es heterogénea, es decir, a través de sus palabras se hacen presentes otras, como la de aquél que por necesidad cruzó ilegalmente al otro lado: “Dios sabe cómo batallé cuando la migra / en los sesenta […] / “Me prestaron el apellido / porque el mío, tan desollado, / llamaba la atención de los buitres” (21).
Alma sensible que absorbe todo lo que le rodea, Rafael no sólo se apoya en sus claras influencias: Williams Carlos Williams (1883), la generación del Beat (50s), o Eliza Díaz Castelo (1986), por dar algunos ejemplos, también su pluma bebe de las agridulces experiencias. A diferencia de otros creadores que prefieren hacer a un lado el contexto que los envuelve, Rafael acepta la condición trágica de la posmodernidad mexicana. Al estilo de Williams, nuestro poeta zacatecano encuentra en la cotidianidad sanguinolenta, la base donde germina su poesía.Sin embargo, esclarezco que
Sobre Momentum, de Rafael Salinas
Momentum no es un simple retrato de la realidad, es algo más, es la resignificación de los hechos que la componen, pues le da expresión, por decir un caso, a la bala perdida que ha destrozado la vida de una persona: “Si la bala presumiera / frente a otras, diría / << ya vieron, ya vieron / yo solita >>” (33).
El lector podrá apreciar a través de cada página que convergen dos ríos: el de la resignificación de lo real, y la literalidad de lo real, donde podrán mirar a través de los ojos del autor, su visión del mundo, para nada desapegada de la nuestra. Sólo las mentes con genio y profunda sensibilidad tienen la capacidad de convertir una experiencia aburrida en un gran poema: “Para entrar en la oficina tengo que tenderme al piso y convertirme en hongo, esperar algunos días y pegarme a la suela de algún administrativo” (61). El lenguaje poético de Rafael se apoya en la ironía para sobreponerse
a un espacio que no se cansa de deshumanizar. Fiel a sus ideales, Rafael utiliza la retórica para devolverle la humanidad a quienes se convirtieron en simples estadísticas o en meros papeleos burocráticos.
Otro concepto relacionado a Momentum es el del poeta como caminata. Quienes conocemos a Rafael, sabemos de su gran pasión por caminar, aunque durante el trayecto pueda ser acosado por los municipales: “me suelta un porrazo tal vez dos en el charco” (34). Digo pasión para ocultar el hecho de que, en variadas ocasiones, nuestro escritor prefería invertir en una cajetilla de cigarros que en la falsa seguridad del transporte público. Los trayectos largos o cortos se convirtieron para él en el medio para captar imágenes e historias, tanto propias como de otros, y así construir su geografía poética como confiesa en uno de sus poemas titulado: “Pues sólo al caminar se entiende” (27). Los
pasos del poeta sobre la tierra son los de unos pies que no perturban la tierra. Al estilo de los vanguardistas, bien podríamos hermanar el andar con el vuelo, es decir, este poemario es una clase de Aleph donde se yuxtaponen ciudades como la caótica Ciudad de México, el inefable dolor de las de Tamaulipas o Zacatecas y claro, una tierra baldía donde T. S. Eliot ve jugar a un par de niños a la pelota. ¿Quisieran que les cuente cómo fue que Rafael acabó en Tamaulipas una ocasión?, pues bueno, esta vez seré prudente y sólo les diré que la historia está en uno los textos de este libro, ya ustedes sacarán sus propias conclusiones.
Respecto al estilo de Rafael Salinas, ustedes podrán apreciar que juega con una cantidad significativa de recursos retóricos, símbolo no sólo de un discurso libre sino también reflejo de un alma creativa. Aunque su poesía está cargada de experimentos para dar potencia al mensaje, fácilmente se nos puede pasar por desapercibido el significativo uso del hipérbaton en sus textos: “Imagine por favor / si no es mucha molestia / desafían la gravedad / las madres buscadoras / no pueden ser amadas / porque nunca se sientan” (66). Pseudo Longino en su tratado Sobre lo sublime (II), dice que los grandes poetas logran con su discurso sacudir el interior de las personas, tanto que se les olvida que lo que escuchan o leen es un artificio. Me arriesgo a decir que Rafael pertenece a este grupo de poetas. Sus poemas pueden darnos mucho de qué hablar, pero también, en ocasiones, nos arrebatan las palabras ¿Qué se puede decir sobre la desesperación y dolor de una madre que no sabe si su hijo o hija están con vida o echados en una fosa común?
Una huelga estalló el pasado 18 de febrero de 2025 en la UAZ. El sector educativo en general, estatal y nacional, manifiesta su desacuerdo e inconformidad ante varias fallas administrativas, presupuestales y organizativas. Por supuesto, el “nervio de la guerra” es el dinero, la acumulación de gestiones cuestionadas, el no respeto de cláusulas del contrato colectivo y la desatención creciente de la esfera del funcionariado hacia el grupo de los académicos de la IES representados por el SPAUAZ en lucha. El balance de la situación y su evolución se pueden seguir en la prensa, los medios de comunicación y las redes sociales diariamente. Entre líneas, se descifra un fenóme-
6 Por Anne Leyniers
no sensible: la emergencia de un cambio societal y de mentalidades. Puede considerarse por algunos como normal y evidente, para otros sorprendente, inquietante o alarmante. El desconocimiento del largo camino histórico recorrido por las formaciones sindicales, el desinterés por la participación activa y la labor intelectual que representa dicha participación en un sistema democrático. Y de manera global, la subida progresiva al nivel planetario de los autoritarismos, el acaparamiento de la toma de decisiones de manera unilateral por las élites, oligarcas, plutócratas y esferas superiores de poder, desligadas paulatinamente de las bases, de la gran mayoría, quienes todavía son electores en las democracias.
Paralelamente, dentro del movimiento local, surge un renacimiento de los mítines políticos y culturales, verbenas, noches bohemias y otras convivencias, en presencial, de carne y hueso, donde las pláticas se entremezclan entre los de la vieja guardia, los que las han visto todas, los continuadores y la releva, las nuevas generaciones, todos participativos, curiosos y animados. Es así que se pudo disfrutar en el Jardín Juárez, ex plazuela del Maíz y de la Carne, de un abanico de animaciones culturales y políticas como fueron: discurso sociopolítico sobre la historia del SPAUAZ, poesía, hermosas piezas musicales interpretadas por saxofonistas y guitarristas, canciones tradicionales, baile flamenco, impresión de graba-
dos, arte urbano con tizas y carbones; y sobre todo, a pesar de la problemática de no percibir salarios, interrumpir actividades educativas que importan a todas y todos y no recibir la atención esperada ni las respuestas deseadas, ha sido también el gusto de saludarse de viva voz nuevamente, el placer de formar una comunidad.
Como un nuevo monolito erigiéndose en medio de la plaza, la transformación social anuncia obviamente cambios fundamentales al mismo tiempo que hace resurgir las raíces, los fundamentos y la historia, despertando conciencias, pensamientos, recuerdos, reencuentros, sentimientos, energía, aspiración, inspiración y ¿esperanza?
Mitin político cultural SPAUAZ (4 de marzo de 2025)
Cartel, mitin político cultural SPAUAZ, el 4 de marzo de 2025
Nosotros, los de entonces, seguimos siendo los mismos
6Por Álvaro Luis López Limón
Explorando en la representación estética del sufrimiento humano, nos preguntamos: cómo las imágenes de la migración, cargadas de dolor y trauma, han adquirido cualidades poéticas, recordemos que nos interesa aportar elementos al debate sobre la relación entre el sufrimiento humano, la estética migratoria y la creciente influencia del arte en la cinematografía. Por ello, atendemos el arte denominado de conciencia social. Artistas que han dado respuesta pictórica a la crisis de la posguerra, entre ellos, George Grosz, Rudolf Schlichter y Otto Dix –de quien ya hemos escrito. Aquí, como una de las obras relevantes del realismo social, se encuentra Gli emigranti, 1896, de Angiolo Tommasi.
La obra está ambientada en un muelle del Puerto de Livorno, Italia: al fondo, veleros y vapores, uno tras otro, se preparan para abandonar sus amarres. En el primer plano, familias de emigrantes que se agrupan en el muelle, esperando ansiosamente su partida. Personas humildes y anónimas dialogan o se sientan en silencio, muestran agotamiento y ansiedad.
La pintura expele un tiempo suspendido, entre la esperanza y la resignación; el sueño de un destino diferente, simbolizado por los buques en el horizonte. Aquí, las figuras femeninas tienen un protagonismo destacado y una carga simbólica intensa. Destaca una mujer que sostiene su cabeza con la mano, luce absorta mirando hacia la nada –como invitándonos a mirar la escena. Por todos lados, mujeres afligidas y al borde del llanto se niegan a levantar la mirada. Una niña –de pañuelo rojo– como de tres años –la mejor edad para asomarse al mundo–, se sitúa en mitad del lienzo, luce ensimismada. Muy cerca, una madre amamanta a su hijo mientras que otra mujer embarazada, con las manos en su regazo, abriga la esperanza de un futuro mejor.
Junto a ellos, otros emigrantes se sientan en baúles, entre bolsas y mochilas, esperando el momento del embarque, mientras, al fondo algunos ya afrontan el destino maletas al hombro. La luz que envuelve el ambiente es cálida, imposible adivinar en qué estación estamos, verano, invierno: la emigración no reconoce buenos o malos tiempos. Las miradas penetrantes de los personajes de la pintura sugieren que las emociones del momento van más allá de la descripción del acontecimiento, son expresión de las esperanzas que los emigrantes llevaban consigo mismos. Todos esperamos un barco que, ¡oh!.. siempre tarda en
El arte de extraviarse
6Por Juan Carlos Macías Berumen
Hay pérdidas que no se pueden identificar porque jamás tocan el plano de lo consciente, otras que se aceptan con resignación y unas pocas que dejan una huella indeleble en la memoria. La desaparición de un objeto cotidiano, por banal que parezca, introduce una grieta en la continuidad de la existencia. No se trata sólo del extravío material, sino del quiebre en la lógica de lo habitual: un libro que no está en su estante, una llave que pareciera haberse desvanecido en el aire, una carta cuya ausencia se advierte demasiado tarde. En estos casos, la pérdida no es una cuestión de propiedad, lo es de significado: lo que desaparece no es el objeto en sí, es la certeza de su permanencia. Existe un instante en el que la mente insiste en que el objeto aún debe estar ahí, que su ausencia es un error momentáneo en la percepción, un desajuste de la mirada. Se revisa el mismo cajón, la misma repisa, la misma bolsa del mismo abrigo con la esperanza absurda de que algo haya cambiado en los últimos segundos, de que la ciega mano que indagó el contenido del bolsillo haya cometido un error. Pero pronto la búsqueda se vuelve una negociación con la memoria: ¿cuándo fue la última vez que lo vi?, ¿qué ruta trazó antes de desvanecerse?, ¿pudo alguien más haberlo tocado? Así, el extravío abre la puerta a la especulación y a la construcción de relatos que intentan explicar lo que escapa a la razón.
Walter Benjamin advertía que en toda colección existe un momento de crisis en el que un objeto perdido pone en entredicho la coherencia del conjunto.
llegar; por los caminos del éxodo humano todos somos peregrinos, huimos solos o en inmensas caravanas de una vida imposible o no, hacia una –otra– vida mejor.
Náufragos de la globalización, habitamos extraviados el mundo o han robado nuestro lugar. Nosotros, los de entonces, seguimos siendo los mismos, seguimos inventando caminos, golpeando puertas y fronteras, porque al igual que los emigrantes seguimos huyendo, entre el desapego y la separación de los seres queridos, perdimos algo, nos hemos perdido a nosotros-mismos, o quizá no, porque, tal vez, nunca nos hemos tenido.
Algo similar sucede con la memoria: la ausencia de un objeto es, en el fondo, la ausencia de una certeza sobre el pasado. En la lógica de la pérdida, lo irrecuperable no es sólo el objeto, sino la línea invisible que lo conectaba con nosotros, con un tiempo específico, con una versión de nosotros mismos que ya no es.
Tal vez, en última instancia, todo objeto está destinado a perderse, quizá nosotros mismos estamos destinados al extravío, claro que es imposible recono-
cer cuándo o si es que se ha cruzado ese umbral, pero en ese extravío se esconde una poética: los paraguas que nunca vuelven a casa, los lápices que cambian de dueño sin que nadie lo note, los relojes olvidados en cajones ajenos, los recuerdos de amores de juventud. En esa errancia, lo perdido adquiere una vida secreta, inexplicable, una existencia paralela a la nuestra, donde sigue teniendo un lugar, aunque no sabemos ni dónde se encuentra, ni si este lugar es un espacio físico.
Angiolo Tommasi, Gli emigranti, 1896; Roma, Galleria Nazionale d’Arte Moderna e Contemporanea
Luis Arturo Macías, Ruptura, Querétaro, 2020. Óleo sobre lienzo. Foto de Juan Carlos Macías.