La Gualdra 638

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Truman Capote nació el 30 de septiembre de 1924 en Nueva Orleans, Estados Unidos y falleció el 25 de agosto de 1984 en Los Ángeles, California. En el centenario del natalicio del autor de A sangre fría, Desayuno en Tiffany's, Otras voces, otros ámbitos, entre otros, compartimos este dossier en el que participan Daniel SanMateo, Daniel Centeno, Mariana Giacomán y Beatriz Pérez Pereda (coordinadora).

[Dossier Truman Capote 100 Años]

DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN
Truman Capote en 1980. Foto de Jack Mitchell vía Wikimedia Commons.

La Gualdra No.

Estamos a un día de que inicie el nuevo gobierno encabezado por la Dra. Claudia Sheinbaum; este 30 de septiembre concluye la administración de Andrés Manuel López Obrador y es pertinente hablar de lo relacionado con el sector cultural. Las expectativas son muchas, como cada nuevo comienzo; vale la pena recordar que aquí, hace 6 años, dedicamos un número especial, el 345 de La Gualdra,1 en donde se reunieron las opiniones de un grupo de personas cuyas actividades estaban relacionadas con la cultura y las artes. En ese número se pudo observar, entre otras cosas, un estado de ánimo optimista -mayoritariamente- y una serie de planteamientos en donde se intuía que el reto para mejorar las condiciones del sector era enorme, sobre todo en lo relacionado al presupuesto para el Ramo 48, insuficiente históricamente, por cierto.

El presupuesto para cultura en 2018, durante el último año de Enrique Peña Nieto, fue de 14,267,464.1 pesos; durante el sexenio de AMLO, creció casi un 30% al pasar de 12,894´090,259 en 2019 a 16,754’896,906 en 2024. Sin embargo, en comparación al último año (2018) de la anterior administración sólo se incrementó un 17%. El incremento del 17% resultó insuficiente sobre todo porque dos grandes proyectos de este sexenio se llevaron una parte sustancial: el Proyecto Chapultepec, Naturaleza y Cultura y el Tren Maya. Así, mientras se llevaron a cabo esos dos proyectos en zonas específicas, los que más padecieron los recortes presupuestales fueron los demás estados de la república. Se redujo estrepitosamente el Apoyo a Instituciones Estatales de Cultura (AIEC); con ese recurso los estados podían impulsar sus proyectos prioritarios. En el caso concreto de Zacatecas, por ejemplo, un año del sexenio anterior -el 2013 si mal no recuerdose recibió una partida presupuestal de poco más de 30 millones de pesos, sólo por citar un ejemplo, y con eso se financiaban proyectos como el programa editorial, la Camerata de Zacatecas, Vive la Ciudad y el Programa de Teatro Escolar, etc. Este año, Zacatecas recibió la notificación en abril de que por ese concepto sólo recibiría

$1,517,159.00.

Durante este sexenio el Programa de Desarrollo Cultural Municipal, así como el Fondo Regional desaparecieron también; los estados ya no reciben esa partida presupuestal de la federación. Y aunque en Zacatecas se retomó el de

Desarrollo Municipal (de manera bipartita entre el Estado y los municipios) sigue faltando la otra parte, inexistente a partir, entre otras cosas, de la nueva estrategia implementada por Alejandra Frausto, relacionada con el Programa Cultura Comunitaria que aspiraba a instalar un Semillero Creativo en cada uno de los municipios del país. Los semilleros creativos son una buena idea, sin duda; pero no a costa de los otros proyectos que ya funcionaban, de otros más que requerían ser revisados para su óptimo funcionamiento y de atender las necesidades de seguridad social de los artistas, por ejemplo. Los retos para la nueva secretaria de cultura, Claudia Curiel, son muchos en este nuevo sexenio; el principal, considero, es llegar al equilibrio entre los apoyos a otorgarse para fortalecer la infraestructura cultural de los estados y para lograr una verdadera descentralización. Los estados requieren mayor atención presupuestal para financiar sus proyectos “con la finalidad de disminuir la desigualdad existente en materia de desarrollo cultural, y de aprovechar o crear espacios dedicados al arte y la cultura”, como bien lo especifica la Secretaría de Cultura en el apartado de vinculación cultural.

Claudia Curiel de Icaza es gestora cultural e historiadora por la UNAM, con especialidad en Educación para las Artes por el Global Leaders Program, tiene experiencia en este ámbito y, espero, tendrá el apoyo irrestricto de nuestra nueva presidenta para implementar un plan estratégico que busque, primero, unificar el camino y los esfuerzos; un camino con el que la mayoría de los actores del sector se sienta identificado y actúe decididamente para lograr objetivos en común. Insisto, se trata de buscar un equilibrio entre el apoyo a las culturas comunitarias y el otorgado a otro tipo de expresiones con necesidades presupuestales diferentes.

Con la esperanza de que sea un buen sexenio para todos y para todas.

Que disfrute su lectura.

Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com

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1La Gualdra 345, 3 de julio de 2018: https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-345

Directorio

Jánea Estrada Lazarín Dir. La Gualdra lagualdra@hotmail.com

Sandra Andrade Diseño Editorial

Juan Carlos Villegas Ilustraciones jvampiro71@hotmail.com

La Gualdra
El sacrificio del artista Por Daniel Centeno
Truman Capote y la labor del fantasma Por Mariana Giacomán
El cotilleo como poética Por Daniel SanMateo
Dos imágenes de Truman Capote en el centro de mi corazón Por Beatriz Pérez Pereda

El cotilleo como poética

Truman Capote encarna diferentes personas en una sola. Es el self-made man surgido de la pobreza más abyecta hasta las riquezas más fabulosas; es el hijo del sur rezagado de Estados Unidos que conquistó las altas torres de acero y cristal neoyorquinas; el escritor precoz y polifacético, creador de una nueva prosa y de un nuevo estilo; el narrador promesa del gótico sureño en sus primeros triunfos y aquél de la novela de no ficción y el true-crime; el bien portado ciudadano estilo Dr. Jekyll que esconde en su alma al vicioso Mr. Hyde de los finales fatales; el amigo entrañable, el alma de la fiesta y confidente de la socialité, y a su vez el cobarde que traicionó los más íntimos secretos de los ricos y famosos en las revistas de lectura popular.

Su vida se ha analizado ya bastante desde lo familiar, de cómo sus primeros años lo convirtieron en un niño taciturno ante la ausencia del padre y sobre todo de una madre que encadenaba amantes y enfrentaba sus propios demonios; de cómo terminó al cuidado de tres tías abuelas o de cómo no logró amistarse con los chicos del internado donde finalmente su madre lo inscribió. Desde la psicología se podrían hacer sendas disertaciones de cómo todos esos factores y circunstancias conformaron un ser de personalidad cohibida, su voz de canario y su marco exiguo casi como el reflejo exterior de un interior atormentado. Y de sus obras también se ha vertido tinta sobre páginas blancas o expuesto en coloquios de la academia sesuda.

Pero quizá hay un tema fundamental que ha sido relegado o apenas intuido por sus lectores y estudiosos. Y es también, me parece, la clave última para penetrar el misterio que lo rodea.

El propio Truman lo afirmaba sin ambages: toda literatura es chisme.

Los ejemplos abundan en occidente, los libros bíblicos de Esther y Ruth, el comadreo en los personajes femeninos de Austen en Emma o el prejuicio que destruye al amor en Orgullo y prejuicio; la charla de la señora Cadwallader en Middlemarch de Eliot, las habladurías en Las amistades peligrosas de Choderlos de Laclos, las acciones de Marsay en la novela de Balzac o de Lockwood, el casero de Heathcliff, en Cumbres borrascosas.

En el caso de Capote, el chisme figura prominentemente en su última e inacabada novela Plegarias respondidas, de la que se publicaron tres extensos pasajes en la revista Esquire y que le valieron el rechazo de todas sus amistades previas.

Aquí, Truman, en la cima de su éxito social y literario, se propuso crear la versión estadounidense de otra gran novela del chisme: En busca del tiempo perdido. Si Proust había logrado un retrato intimista de la sociedad parisina

en tiempos de la bella época, un estudio de cómo el cambio de siglo y las tecnologías nuevas quebrantaban el orden social y las familias de abolengo sucumbían ante los nuevos ricos, Capote escribiría a su vez un mosaico de la alta sociedad de su época, sus virtudes y vicios, y retrataría a los poderosos que controlaban el mundo como nunca nadie antes había hecho.

Su editor le advirtió, al leer las primeras entregas del manuscrito, que de publicarlos le acarrearían la ruina. Truman, ensimismado en sus glorias y en el poder de su prosa, vaticinó erróneamente que los aludidos no se reconocerían en el escrito.

El texto más polémico, titulado La costa vasca por el famoso restaurante francés que frecuentaba, fue la bomba de chismorreo que le explotó en las manos y en la cara. Sus amigas de alcurnia, sus cisnes como las llamaba, donde figuraba la esposa del dueño de la CBS o la hermana menor de Jacqueline Kennedy, huyeron horrorizadas de su lado. Ann Woodward se suicidó tres días antes de la publicación del texto y su cisne favorito, Babe Paley, varias veces nombrada la mujer más elegante del país, murió de cáncer de pulmón un año después sin jamás di-

rigirle la palabra otra vez. Tras esto, Capote se hundió más en el alcoholismo y falleció un año antes de su aniversario sesenta en el ostracismo más profundo.

Sin embargo, este proyecto literario no fue el único que tomó al cotilleo como mecánica de creación. Su obra maestra, A sangre fría, inició como una

noticia que leyó en el New York Times una mañana mientras bebía el café. Capote se interesó tanto en el multihomicidio de una familia de Kansas, la muerte como obsesión chismosa por excelencia, que durante seis años entrevistó un sinnúmero de veces a los asesinos encerrados en prisión. No fue una investigación periodística, sino la forja de una narración que se propuso diseccionar las raíces del mal desde el corazón de las tinieblas. Y estos desalmados condenados a la horca tampoco sabrían que sus confidencias algún día serían la trama del gran libro del autor.

Anteriormente, la noveleta Desayuno en Tiffany inicia con la conversación intempestiva, un chisme de bar, entre el narrador y otro sobre un tercero, uno de los personajes más icónicos de la literatura estadounidense: Holly Golightly.

La charla les descubre que ninguno de los dos, aunque sus confidentes en el pasado, nunca realmente la conocieron a cabalidad. Y el lector tampoco sabrá entonces de Holly más que de las indiscreciones que de ella se dicen. En su primera novela, Otras voces otros cuartos, igualmente los rumores desvelan y velan la verdad. El niño en busca de un padre del que sólo conoce historias y chismes y que se revela mudo y mancillado, la familia guardando secretos que sin embargo todos esparcen, la homosexualidad nunca declarada, pero evidente a la luz del sol. O también en su primer cuento publicado, “Miriam”, donde un fantasma no hace sino exhibir la vida privada de la protagonista que enloquece lentamente.

Capote, en uno de sus últimos momentos de lucidez, justificó el chisme porque en su manos se volvía arte. A pregunta expresa respondió: “Soy un gran creador y el chisme simplemente es barro”.

Años

Daniel SanMateo. Filósofo por Paris IV Sorbonne, autor de Luciérnagaseneldesierto, 2012; Nuncamásserástanjovencomoahora, 2017, entre otros. En 2023 ganó el Premio LIJ-UAEMex por Zopiloto.
Truman Capote a los 8 años. Truman Capote Literary Trust, vía la Biblioteca Pública de Nueva York
Daniel SanMateo.

Dos imágenes de Truman Capote en el centro de mi corazón

Aalgunos lectores nos ocurre que vemos a nuestros escritores favoritos como personas cercanas a nosotros, como amigos, esto, más que una alucinación, me parece una

circunstancia natural si tomamos en cuenta todas las horas que pasamos hablando con ellos a través de la lectura, y a veces incluso vamos más allá: les escribimos libros o tesis; entonces no es raro sentir, ni

decir, que consideramos a fulanito o a menganita como de nuestra familia, nuestros mejores amigos. Eso me ocurre a mí con Truman Capote. Lo primero que leí de él fueron los tres cuentos que regularmente aparecen publicados junto a Desayuno en Tiffany´s: “Una guitarra de diamantes”, “Una casa de flores” y “Un recuerdo navideño”, y desde entonces esa trilogía se convirtió en mi catálogo personal de las diversas y crueles formas que puede tomar el amor. Y seguí de largo, agoté toda su obra, varios de los libros que han escrito sobre él, y este año, con motivo del centenario de su nacimiento, leí Crucero de verano, esa novela publicada póstumamente que él había considerado un tanto inacabada o que se le había pasado el tiempo para publicarla; y El canto del cisne, de Kelleigh Greenberg-Jephcott, que recrea la vida del escritor con énfasis en el episodio con las ya famosas “cisnes”. Mi enamoramiento y devoción sólo crecieron con cada libro, en particular, me gustan (aparte de A sangre fría, claro) sus Cuentos completos, Color local y esa novelita corta que me parece en verdad estupenda, Féretros tallados a mano, pero también Retratos, en realidad me gustan mucho sus libros, todos en alguna medida. De sus cuentos, los personajes que son niños me parecen de los más memorables y todos ellos construidos con una ternura magnífica, niños frágiles, vulnerables, incluso tristes, pero bondadosos, corazones verdaderos, Truheart,

como se hacía llamar Capote entre algunas amistades. Y en esos niños de ficción siempre vi al Truman infante corriendo sobre el gótico sureño, el que describió Harper Lee, el que lloraba hasta quedarse dormido encerrado en cuartos de hoteles esperando a su mamá, ésa es la primera imagen que tengo de él en mi memoria: un querubín rubio, casi albino, vestido de blanco, pantalones cortos, con las manos metidas en su chaqueta a la medida y la sonrisa pícara, donde ya se asomaba el genio, en resumen, la portada del libro Los perros ladran, Anagrama, 1999.

Si Truman Capote habitara este siglo, sería uno de los escritores más funados, aquél al que una horda de arrobas insultaría por traidor, por hacer pública su opinión sobre otros escritores y sus obras, por no dar suficiente crédito a su mejor amiga, por homosexual, por su forma de vestir, por sus adicciones, y por un largo etcétera porque Truheart era un personaje excesivo, una persona brillante y repleta de contradicciones, pero como él mismo dijo “Cualquier persona que sea coherentemente coherente tiene la cabeza llena de serrín”.

También quedaría de manifiesto, si él viviera en este siglo, que muy probablemente, a la luz de otros escándalos de políticos, millonarios, celebridades y realeza que hemos presenciado, y en una sociedad que ha perdido de vista el valor de la vida privada, lo narrado en Plegarias atendidas podría ser tomado

Truman Capote a los 23 años. New Orleans, 1947.Foto de Henri Cartier-Bresson.

como un chismorreo que se sostendría en dimes y diretes, en la credibilidad de uno y otro bando y en los amigos que defendieran a cada cual; sin embargo, en 1975 supuso un escándalo de proporciones trágicas, de por medio el suicidio de una de las involucradas y el declive de la salud y vida profesional de Capote. ¿Qué pasaba por la mente de Truman cuando tomó la decisión de publicar esos capítulos en Esquire? Como vaticinó a través de Peter en Crucero de verano, “—Estaba pensando —dijo él, con un parpadeo—, estaba pensando en si, al fin y al cabo, la impopularidad no será una recompensa”. ¿Hubo alguna recompensa en ser despreciado? El látigo de su escritura no sólo lo azotó para la gloria sino que finalmente lo estranguló. Mi opinión impopular es que supone un riesgo contar la vida privada a los escritores, sobre todo a los que escriben no ficción. Y una parte de mí, cegada por la admiración hacia el escritor, cree que Truman no debía nada a ese séquito de mujeres, millonarias al fin de cuentas, que en el fondo no lo consideraban “uno de ellos”, un rico de alcurnia, de abolengo, sino uno nuevo, por lo menos más nuevo que ellos, uno que logró “colarse” a ese mundo de viajes, cenas elegantes, intrigas y diamantes, gracias a su oído atento y encanto sureño, humor mordaz e inteligencia impecable: lo aceptaron en tanto su talento las divertía, las adulaba, mientras el gran escritor

atados por un contrato que le obliga a obtener mi consentimiento para utilizarme en su obra”, y Carrère tuvo que modificar el libro a pesar de que se excusó ante ella diciendo: "Estoy escribiendo libros autobiográficos, no debería sorprenderte. […] Esta historia sería incomprensible si no dijera nada sobre el contexto".

¿Puede el cotilleo, el chisme, la indiscreción hundir a quien se sirve de ellos? Para Capote la respuesta fue sí, y ese hecho ha nublado su increíble legado literario anterior a Plegarias atendidas. Además, el saberse repudiado, excluido, él que siempre buscaba la aceptación y la afirmación de los otros, fue el traspié, el empujón final para caer en la vorágine de sus adicciones y soledad. La otra imagen que viene a mí cuando lo recuerdo, no es la de su rostro hinchado, rojo, alcoholizado, ni su mueca de fastidio o desprecio, no, la imagen que evoco no existe ni existió, fue construida con palabras en Tánger, una crónica dentro del libro Color local, en ella, Truman y su

acompañante presencian el inicio del Ramadán en Sidi Kacem, “una playa infinita como el Sahara, bordeada de olivares”, los dos, mezclados entre los árabes, con la noche iluminada por luces de colores en los árboles, beben té de menta y siguen a una procesión hasta la playa de arena suave y fría, donde se quedan dormidos hasta el día siguiente, cuando salen de un sueño para entrar a otro, y ésa es la segunda imagen que habita en mi corazón: lo imagino de espaldas, mirando hacia el sol y el mar, por un momento terriblemente en paz y feliz, “Nos despertamos en una luna azul, casi de amanecer. Estábamos en lo alto de una duna, y debajo de nosotros, extendidos por toda la costa, estaban los celebrantes, sus ropas vistosas ondeando a la brisa de la mañana […] Como un telón cuando se levanta, el sol reptó hacia nosotros a través de la arena, y nos estremecimos ante su llegada, sabiendo que cuando nos alcanzara deberíamos volver a nuestro siglo”.

norteamericano les dedicara atención. Pero quizá estoy equivocada. Dónde está el límite, me pregunto, dónde el escritor tiene que detenerse antes de revelar detalles, no sólo de la vida propia, sino de aquéllos con los que ha compartido los días y que le han confiado sus secretos, aunque los camufle torpemente. Qué tan válidos y vigentes son los cintillos de “Basado en hechos reales, sin embargo, algunos nombres y lugares han sido cambiados” o “Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia”, en esta época en que la vida parece estar documentada en las redes sociales y los espectadores y lectores ávidos de los chismes más retorcidos. Tal vez el personaje excesivo, que se construyó a sí mismo para cimentar la leyenda, le dio un tiro por la culata porque nada de lo que escribiera podía ya ser inofensivo. Él se defendió diciendo "¿Qué esperaban? Soy un escritor, me sirvo de todo. ¿Es que esa gente pensaba que me tenían sólo para entretenerlos?”.

Y tal vez sea cierto, como lo es que los escritores que hoy escriben en la línea de la no ficción, se enfrentan con el dilema de qué tanta realidad, “verdad”, pueden poner en sus libros, como el caso de Emmanuel Carrère en su libro Yoga, escrito durante su divorcio, y por el cual fue a juicio, ya que su exesposa lo demandó por violar un acuerdo en el cual se comprometía a no escribir sobre ella en términos que no aprobara: "Emmanuel y yo estamos

Truman Capote 100 Años

Beatriz Pérez Pereda.
Beatriz Pérez Pereda. Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada 2023, por el libro Persona no humana. Lee, escribe, imparte talleres, entrevista autores y cuida de su hermana, cuatro perros y un gato.

El sacrificio del artista

100 Años E

Capote

Truman

van siempre hablaba de estar escribiendo una novela con la que revolucionaría al mundo. Pero nunca me mostraba nada. La tenía guardada junto al escritorio en un baúl del tamaño de un féretro, al que a veces golpeaba con el pie como si dentro de él hubiera escondido a un monstruo.

Si me muero antes que tú, saca mi obra y méteme ahí.

¿Y qué se supone que haga después? le dije.

Publícala. No quiero ser yo el que lo diga, pero será una obra maestra. Me hará inmortal.

Le di un golpe ligero en el hombro, y él se quejó como si yo tratara de matarlo.

No, idiota, me refería a tu cuerpo. Tu obra la puedo arrojar por la ventana. Tan solo tengo que estirarme.

¿Y mi cuerpo qué importa? ―me dijo . No preguntes estupideces. No te atrevas a deshacerte de mi obra. De tanto boxear ya te dañaron el cerebro. ¿A quién va a importarle mi cuerpo sin vida?

A mí me importa, quise decirle, pero no tenía intenciones de alimentar esa clase de conversación.

Una noche, sin embargo, fue distinta. Me llamó por teléfono para decirme que al fin me mostraría en qué había estado trabajando. Supe que estaba por pedirme algo incómodo.

Sabes que hace mucho tiempo que trabajo en mi novela me dijo.

Se había sentado junto a su escritorio, dándole la espalda al baúl. Desde el fondo hasta la tapa estaba lleno de hojas con texto escrito a mano. Aquello debía servirle para hacer muchas novelas y no sólo una. Sabía que mi amigo se enterraba en su trabajo, pero no imaginé que este último ocupara el mismo espacio que su cuerpo. Que para enterrarlo junto a su novela necesitaría dos ataúdes.

Sí fue todo lo que le pude decir. Estaba distraído mirando un cuchillo sobre el escritorio.

¿Te conté alguna vez que ni una sola de esas páginas tiene escrita una mentira?

Él ya me había dicho sobre la azotea de su casa, una noche como ésa, bebiendo y mirando el cielo al que jamás nos uniríamos, que la literatura sólo contiene verdad, incluso si para llegar a la verdad es necesario mentir.

Nunca dijo nada más. Yo tampoco me interesé lo suficiente. Cuando lo veía irse de casa temprano y me pedía que me fuera, o cuando volvía tarde a nuestros encuentros, siempre me decía que había estado ocupado con su novio o entrevistando a alguien, así que imaginé que su libro sería una historia romántica.

¿Me ayudarías a terminarla? me preguntó.

No supe por qué, pero le dije que sí. Él nunca me pedía ayuda, ¿cómo podía decirme su amigo y no hacer por él lo que necesitaba?

Evan, sonriendo, se puso de pie para hacerse a un lado y me invitó a acercarme, para ver el baúl de cerca. Yo no supe si podía leer alguna de las páginas, pero él me insistió que sí con su gesto. Adelante, con confianza. No te limites. Son todas tuyas. Ahora también es tu historia.

No quise detenerme a pensar en lo que me estaba diciendo. Leí como pude. En las entrevistas hablaban de un crimen, de dos hombres condenados: uno de los criminales tenía un nombre que me resultaba familiar.

¿Tu novio no se llama así? le pregunté.

Ése del que hablan en las entrevistas es mi novio.

Solté las hojas y me quedé observando a mi amigo por más tiempo del que me di cuenta.

Escúchame bien, porque no tengo mucho tiempo me dijo. Me aparté del baúl y me senté en una silla, tratando de hacer distancia entre nosotros . Mi novela llegó a un punto muerto. Ya no puedo seguir avanzando. Necesito que pase una de dos cosas. Una de ellas, verás, es que necesito que mi novio muera.

Ni la más mínima inflexión en su voz, con la que antes me había dicho tantas veces que lo amaba.

Es el único fin posible para mi historia me dijo . No importa qué partes de ese baúl decida vaciar, qué entrevistas use, cómo cuente la historia. Sólo ese desenlace es satisfactorio. Aunque hay otro, quizá un poco menos satisfactorio, pero igual de dramático y necesario. Tú puedes ayudarme con ése.

Truman Capote (1924-1984). Foto de Jack Mitchell vía Wikimedia Commons.

Centeno.

Daniel Centeno. Originario de los Mochis, Sinaloa (1991). Autor de Los robots contarán nuestras historias (Ocelote, 2024), Raravezelegimosmorir (2024) y No hablaremos de muerte a los fantasmas (Casa Futura, 2021). Ha sido nombrado ganador del XXXV Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción con el cuento “Noturo”. Tiene una mención honorífica en el XVI Concurso Nacional de Cuento Juan José Arreola. Becario FONCA en 2017-2018 y 2020-2021 y del PECDA JALISCO 2020-2021 en la categoría de cuento.

Evan tomó el cuchillo de su escritorio, lo apuntó hacia su pecho y se sentó sobre mis piernas.

Necesito que lo hagas. No puede ser de otra forma. Ya escribí ambos finales, pero sólo uno está en mis manos. ¿Entiendes eso? No estoy dispuesto a matarlo, pero yo sé que tú podrías matarme. ¿No dijiste un día que se te había pasado la mano con un hombre, mientras practicaban en el cuadrilátero? Confío más en tus manos que en las mías.

¿Matarte?

Me puse de pie tan violentamente que Evan cayó al suelo. El cuchillo alcanzó a herirle una de sus manos; y con su sangre, aunque poca, comenzó a manchar las páginas.

Quise ofrecerle mi mano para que se pusiera de pie, pero él la rechazó y lo hizo por su cuenta.

Hace mucho calor aquí, ¿no? ―abrió la ventana junto a su escritorio, y luego volvió hasta donde estábamos . No te preocupes por la sangre. El final está a salvo. ¿Podrías hacer eso por mí? En una hoja te dejé las instrucciones de qué hacer luego de mi muerte. Una lista de editoriales a las que debes enviar mi manuscrito. Evan caminó hasta mí con el cuchillo puesto directamente junto a su garganta con una mano, mientras con la otra buscaba mi propia mano para que yo lo relevara.

Soy tu amigo le dije una y otra vez. Él me empujó, furioso.

¿Cómo puedes hacerte llamar mi amigo, si huyes de mí cuando más te necesito? Lo tendré que hacer yo mismo, entonces, aunque vayas a ser tú quien se lleve el crédito. Yo, a diferencia de ti, soy un buen amigo, y te regalaré la inmortalidad. Nadie olvidará tu nombre.

Comencé a golpearlo para que entrara en razón y luego seguí golpeando porque no quería que se pusiera de pie, porque él seguía hablando de inmortalidad y de muerte como si cualquiera de las dos estuviera realmente en nuestras manos, y no en el destino. Yo lo quería.

Pero también quería que se callara de una maldita vez.

Cuando me di cuenta, Evan estaba seriamente lastimado en el suelo. El baúl estaba tumbado de lado y las hojas volaban por la ventana.

Evan, perdóname atiné a decirle, con la voz cortada . Se supone que soy tu amigo. Perdóname.

Bajé los brazos. Ya no quería volver a usarlos jamás.

Está bien me dijo. No supe si sonreía, porque su rostro ya no parecía un rostro . Tú eres bueno en lo que haces y yo soy bueno en lo mío. Ya transcribí todo en mi computadora. Sólo te pido que, antes de enviar mi manuscrito, cambies “cuchillo” por “golpes” en el final, si eres tan amable.

No podía creer que insistiera. Estaba a punto de golpearlo otra vez, cuando sonó el teléfono.

Evan se apresuró a contestar.

¿Ajá? Sí, soy yo. ¿De verdad? Claro. Lo entiendo. Sí. Muchas gracias.

Dio un largo suspiro y alzó su mano en mi dirección con la poca fuerza que tenía. Era una señal de tregua.

Me avisaron que mi novio está muerto. Ya no necesito que me mates. ¿No es un alivio?

Requirió toda mi voluntad no golpearlo una última vez, con todas mis fuerzas.

Cuando mi respiración se volvió más audible que su voz, Evan me dijo: ¿Puedes ayudarme a ponerme de pie? Ya sé que estás molesto, pero me duele todo. Alguien trató de matarme.

Evan estaba riéndose, como si hubiera dicho un chiste. Como si todo lo que hubiera pasado fuera mentira. Tenía su mano aún en el aire, esperando por mí.

Supongo que no tendrás que vaciar mi baúl me dijo, tratando de ponerse de pie, inútilmente. Escupía sangre.

Él era mi amigo, pero supe que él añadiría esto a su novela.

No podía ser de otra manera.

Truman Capote 100 Años

Daniel

Truman Capote y la labor del fantasma

Truman Capote 100 Años

La mañana del 15 de noviembre de 1959, Kansas amaneció con una inusual noticia: una familia había sido asesinada dentro de su propia casa. Cuando una amiga de la hija menor entró a la casa tras extrañarse de que no habían llegado a la habitual misa, los encontró amarrados, torturados y ensangrentados. Muertos con los ojos abiertos. La noticia corrió de diario en diario hasta llegar a medios nacionales. Truman Capote leyó sobre el caso Clutter de la misma forma que miles de ciudadanos, aunque difícilmente imaginó que pasaría los siguientes seis años de su vida inmerso en él. El trabajo resultante, A Sangre Fría, es para muchos la obra maestra de Capote, siendo considerada un trabajo pionero en el género de novela periodística. ¿Quién podría hacer algo así? Las de los americanos que seguían la noticia se preguntaban tantas cosas que durante días sus conversaciones sonaban como un ininterrumpido por qué, por qué, por qué,

por qué...

Existen diversas películas y documentales sobre Truman Capote durante su proceso de escritura de A Sangre Fría . Pero quizás el mayor logro en la obra es la forma en la que el autor se omite a sí mismo. Por un instante (tan breve que se desvanece para no volver a interferir en la lectura) es posible vislumbrarlo como un fantasma entre la multitud de los tribunales o uno flotando por los pasillos de la prisión, con una libreta y un lápiz en mano. Capote supo desempeñar su papel: un fantasma.

Gracias a su cualidad fantasmagórica, Truman traza una clara frontera entre los juicios que jamás emite y los hechos. Cada diálogo, cada adjetivo utilizado para la descripción de un personaje, está fundamentado por uno o varios testimonios. De esta forma se desarrolla una especie de voz omnipresente que conoce a todos los habitantes de Holcomb: los alumnos, los trabajadores del campo, el personal del departamento de

Mariana Rosas Giacomán nació en la Ciudad de México (1998), es politóloga por la Universidad Iberoamericana y fue becaria de narrativa en la Fundación para las Letras Mexicanas (20222023) y de Under theVolcano 2024. Ha publicado cuentos en diversas revistas como Nexos, Este País y Punto de Partida. En 2022 ganó el primer lugar en cuento del 53 concurso Punto de Partida de la UNAM, con el cuento “Mátalas”. Publicó la novela Hay mucho humo en mi habitación en Editorial Floramorfosis y publicará su segunda novela en la editorial Dharma Books.

policía. Los asesinos. Capote no jerarquiza: la cotidianidad de los prófugos es descrita de la misma forma que la de los ciudadanos. El lector puede ver desde una ventana imaginaria algunos fragmentos de la niñez solitaria de Perry. El asesino conservaba algunos anhelos de su niñez, como el sueño de escapar de Estados Unidos para

tener un barco y explorar México, Japón; ser un músico famoso, desenterrar antiguos tesoros sagrados. Una vez que el lector sabe del mundo interno de Perry, éste confiesa:

“Yo no quería hacerle daño a aquel hombre [...] me parecía un buen hombre. Alguien que hablaba con voz suave, todo un caballero. Y eso es lo que pensé de él hasta el momento mismo en el que le corté el cuello”.

Casi al mismo tiempo de aquella confesión, Bobby Rupp decide caminar hacia la antigua finca de los Clutter. Bobby había sido novio de Nancy Clutter. El joven se acerca, sin querer adentrarse demasiado, a la blanca construcción que solía parecer una mansión sureña. Ahora es una casona oscura y abandonada de largos silencios y pastizales. Una presencia interrumpe los pensamientos Bobby: es Babe, la yegua favorita de Nancy, que lleva semanas caminando perdida por los huertos. Bobby la acaricia un momento y apoya su frente en la cabeza de la yegua de la misma forma que Nancy lo hacía antes de que sucediera.

¿Por qué, por qué, por qué, por qué..?

Capote, el fantasma, mira ambas escenas en silencio. No responde las preguntas, no tiene por qué hacerlo.

Mariana Giacomán.
Truman Capote a 100 años de su nacimiento.

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