La Gualdra 647

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Miren con ojos devotos (y sed de misterio) el magno

Triunfo del Fuego y la Carne sobre la Carne y el Fuego

Victoria de la Pasión que por florar se marchita sobre la Pasión que tanto teme morir que no nace

Triunfo del fuego que azuza sobre el fuego que calcina y de la carne deseosa sobre el deseo encarnado

Triunfo del Ser que perece sobre el no Ser que es eterno y del Ser para la muerte sobre la muerte del Ser

la carne y el fuego. De la serie

La exposición Iconostasis (o el éxtasis del ícono), de Gonzalo Lizardo, se inaugura este jueves 5 de diciembre en la Galería Irma Valerio, a las 19:30 horas.

[Más sobre esta muestra en páginas centrales]

Gonzalo Lizardo. El triunfo del fuego y la carne sobre
Iconostasis.

Editorial

La Gualdra No. Contenido

Dice Maribel Sánchez y Molino, académica correspondiente de la Academia Valenciana de Genealogía y Heráldica, que “Entre los siglos XV y XVIII se denominó emblema a una imagen enigmática provista de una frase o leyenda que ayudaba a descifrar un sentido moral oculto, que se recogía más abajo en verso o en prosa”;1 dice, además, que los emblemas clásicos se componen de tres elementos: una imagen, un título y un texto explicativo (que unía, de alguna manera, al nombre con la imagen y le dotaba, sobre todo, de un sentido moral).

Durante el Renacimiento, esta etapa cultural en Europa comprendida entre el siglo XV y XVII nació don Guillén Lombardo -Guillén de Lampart-, un personaje irlandés que llegó a la Nueva España en el siglo XVII para hacer toda una revolución de conciencias dentro de la cárcel y fuera de ella enfrentándose a la Santa Inquisición y al sistema completo de la época. Don Guillén Lombardo era pirata, conspirador y escritor; escribía también como Gonzalo Lizardo, quien retomó a este personaje para escribir Memorias de un basilisco, compartiendo con sus lectores la historia de quien estuvo preso durante 17 años por conspirar contra el Virrey.

Gonzalo Lizardo es escritor y profesor universitario, melómano, lector y artista plástico, entre otras muchas facetas. Y es, además, un neorrenacentista de corazón, de ahí los temas a los que ha recurrido relacionados con don Guillén Lombardo y ahora, con la alusión a los emblemas de esa época en su próxima exposición a inaugurarse en la Galería de Irma Valerio: Iconostasis.

La exposición está conformada por 13 piezas, una especie de emblemas renacentistas en los que están presentes los tres elementos que mencionamos al principio: el título, la imagen y el texto; aquí me parece pertinente hacer una puntualización: cada uno de los cuadros (emblemas) va acompañado por un texto realizado por el mismo Gonzalo, mediante el cual hace que cobren sentido -al relacionarlos- el título y la imagen.

Hace algunas semanas, cuando hablábamos de la presentación de su libro más reciente, El rito y el poder, mencionaba aquí que en diciembre Lizardo nos tenía una sorpresa más para cerrar el año y se trata de esto, de que nos compartirá este 5 de diciembre los

resultados de un arduo trabajo realizado para concretar esta muestra. Dos de las piezas las hizo en el año 2021 y las demás en el transcurso del 2022 a la fecha.

Durante tres años estuvo ideando, planeando y pintando estas piezas, pero también estuvo inmerso en un proceso en el que hizo que las palabras y la pintura fluyeran en un mismo sentido; me refiero no sólo a los textos que acompañan a los cuadros, sino a que en este mismo periodo estuvo concluyendo una novela.

Si alguien no conoce la trayectoria de Gonzalo, podría imaginar que se trata de un escritor que de manera reciente le ha dado por incursionar en el mundo de las artes plásticas, pero no es reciente su interés por esta última disciplina.

Gonzalo nació en Fresnillo, Zacatecas en 1965, y cuando tenía 23 años ya exponía junto con Emilio Carrasco, Daniel Hernández, Cuauhtémoc Gutiérrez, Claudia Magaña, Alejandro Nava, Tarsicio Pereyra, Rosas Rodríguez, Jesús Reyes Cordero y Jaime Santillán: en 1988 se inauguró en la Galería Argos del Consejo Municipal de Arte y Cultura de la presidencia municipal (Matamoros y Galeana), la muestra “Plástica Zacatecana Actual” en la que él participó también.

En algún momento tuvo que decidir dedicarse con más ahínco a la literatura, y un año después de la exposición colectiva referida publicó su libro Azúl venéreo, en la editorial Joan Boldó i Climent, lo que nos habla que no es nuevo que alternara su tiempo entre las dos disciplinas artísticas. Como sea, es una grata noticia que el próximo jueves 5 de diciembre, a las 19:30 horas, nos presente esta producción emblemática en la Galería Irma Valerio, y a la que por supuesto están cordialmente invitados. Enhorabuena, Gonzalo.

Que disfrute su lectura.

Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com

1Sánchez Molino, Maribel, “Los emblemas del Renacimiento”, Academia Valenciana de Genealogía y Heráldica. En: https://avghcv.com/gallery/los%20emblemas%20del%20renacimiento.pdf

ICONOSTASIS
Exposición de Gonzalo Lizardo en Galería Irma Valerio
Reflexiones sobre la violencia Por Saúl D. Kuri
El sentido de la otra soledad y la otra Blancura, de Jon Fosse Por Elsa Leticia García Argüelles
I saw the TV Glow, de Jane Schoenbrun Por Adolfo Núñez J.
Amador Por Juan Gerardo Aguilar

Amador

Siempre vuelvo. Es curioso cómo uno es capaz de terminar anclado a los lugares, a los recuerdos, a los objetos, a las personas, aun y cuando la piel ya no siente, aun y cuando los pulmones ya no se inflan y el cuerpo ya no palpa. Y aquí estoy, otra vez, mirando desde el espejo, esperando que aparezcas.

Veo nuestro lavamanos. Siempre me pareció pequeño; pero ahora, desde este lado, resulta incluso acogedor.

Ahí está mi dentadura, descansando socarronamente sobre el borde. Me gusta pensar que la dejaste ahí a propósito. Como si todavía sirviera, como si fuera yo a reír por una broma que jamás dirás y jamás escucharé.

Veo la misma toalla que usaba para secarme el rostro, cuando el tiempo no se parecía tanto a la eternidad y creía que la muerte era algo lejano. Ahora, la miro desde donde estoy, desde este silencio interminable. No,

ya no hay enfermedad ni dolor. Sólo observo y te espero. Cada que te miras al espejo, veo en tus ojos la huella de los días que transcurren sin nuestro nosotros. Yo trato de llamar tu atención, pero no lo logro. ¿Notaste que el vapor del agua caliente subía más de lo normal, como si fuera mi aliento el que te acariciaba? Tu cabello se volvió blanco, tus pasos dejaron de ser ligeros, pero yo te sigo viendo tan radiante como cuando nos casamos y como cuando

sostenías mi mano en la cama del hospital.

Me gusta pensar que conservas mis cosas por amor y que no has podido ni has querido deshacerte de ellas porque tu corazón también está anclado a mi recuerdo, porque, en el fondo, esperas que regrese, así como lo hago siempre, sin importar lo frustrante que sea no sentirte ni que tú me veas, sin importar que reine amargamente el silencio cuando te marchas.

Amador. Dibujo de Juan Carlos Villegas de la exposición ¿Sienten nostalgia los muertos?, 2024.
El dibujo Amador, de Juan Carlos Villegas, es parte de la exposición “¿Sienten nostalgia los muertos? Los que ya no están: el peso del recuerdo”, que se exhibe actualmente y hasta el 20 de diciembre de 2024, en el Instituto Cervantes de Lyon, Francia.

I CON O STASI S

Exposición de Gonzalo Lizardo en Galería Irma Valerio*

En la isla de los tigres

azules

Iconostasis

La mano y su fantasma

6 Por Óscar Édgar López

Esta tibia luz es mía, creció en mi estómago, le hablé por mis orejas, besé su plexo ácido. Esta luz es un esqueleto pitagórico, partido a la mitad del infinito; por lo tanto, es Dios y la cosa en sí. Aire entre las bóvedas, ventanas que tiemblan por el frío, hielo en los tobillos de la bailarina caída en la palabra.

Aquí el paquidermo posee la conjugación de tal verbo, por ejemplo: ese castillo que carga en su lomo. Luego la germinación del color en un brote, quizá dulce, de oscuridad sustantiva, de bacantes bramando a la deidad, con la lengua de William Blake, pensativo entre el follaje.

Tiempo también es cuerpo: las seis patas engrilletadas en el límite entre la escritura y sus otras caras, sus otros vuelos de libélula, de mentidos bustos que se ahogan.

Con música y danza tres gatos hacen la ronda a un árbol de cabezas; antes fueron escarabajos. Y eso de ahí es un ojo que llora ríos de horas, hasta que entra en la forma, hasta que escrita en el lienzo florece como prado de llaves de acero.

Ángeles espías y tristes peces soplones nos cuentan algunos rumores: la verdad de la piel del lagarto, su torva, espinosa mandíbula que destroza en dos las cosas del mundo.

Adentro del ojo de la mantis respira una catedral, escondida en un sueño profundo, bóvedas adentro, como ese ausente puente entre la mano y su fantasma.

Gonzalo Lizardo escribe relatos extensos y minuciosos, novelista relojero y pintor que narra. Su obra visual goza de esfuerzos mayores en el detalle y la pulcritud, todo esto para que la anécdota se mantenga firme bajo los ríos alternos que son las historias periféricas, en casi todo ejercicio novelístico; y el personaje adquiera profundidad de persona.

El espectador enfrenta monstruos medievales, elefantes azules, pollos espías, gatos musiqueros, salamandras lúbricas, cornisas infinitas, gracias de Botticelli que bailan formando una margarita, entre otras criaturas de exquisita belleza barroca y prerrafaelita.

Las pinturas de Gonzalo Lizardo pueden ser leídas, así como sus textos afectan a la imaginación, la motivan y combustionan el imaginario de quienes las observan. Compositor clásico, Lizardo usa la geometría y despliega en la espiral áurea los cuerpos etéreos y sólidos de sus telas. Sus composiciones trastocan dicho clasicismo, pero desde el diálogo respetuoso, de tal suerte que presenciamos el discurso de un artista que ha domesticado una forma, una “maniera” capaz de vencer al tiempo: Lizardo es un clásico contemporáneo.

* La exposición Iconostasis se inaugura el jueves 5 de diciembre de 2024, a las 19:30 horas, en la Galería Irma Valerio (Tacuba 176, centro histórico, Zacatecas).

La ronda pastoril de las mandrágoras

La danza de los siglos que no fueron

La ciudad errante del Preste Juan

Vértigo, danza y fuga en espiral

Exposiciones

Opinión

Reflexiones sobre la violencia

I. La violencia: de la inquietud a la indiferencia

No experimentar en carne propia la tortura nos mantiene ajenos y distantes al alcance y al significado que puede otorgarle a ésta quien la sufre. Sin duda, el sufrimiento infringido a otro ser humano puede inquietar, pero no hasta el punto de impugnar y trastocar definitivamente a quienes no lo padecen, así como tampoco –en lo general– a la sociedad, y –en lo absoluto– a la Historia. La entrega a la cotidianidad y a las labores diarias, la lucha por la subsistencia y las necesidades prácticas: el deseo personal, las expectativas esperadas o frustradas (a pesar de todo anheladas); constituyen horizontes de sentido que se imponen y dominan en el transcurrir de nuestros días. Dichos modos de ser y estar, se ven gravemente afectados entre los supervivientes al tormento y al dolor extremo. También, en diversos grados, entre las víctimas de distintos tipos de violencia: sufrida en primera persona; vivida con angustia ante la muerte injusta, ante la desaparición forzada del ser amado y la zozobra tumultuosa; experimentada cerca, hasta el tuétano y la hiel de las madres y los padres y sus familias.

El sufrimiento y el dolor de las víctimas de violencia, el padecimiento en solitario y la angustia ante los hechos traumáticos; la pérdida de confianza en el mundo (Améry: 90), en las sonrisas de los otros y en el solaz probable ante la vida; la ausencia de justicia y la impotencia ante la improbable reparación de los daños; la obstinación por encontrar a las hijas y a los hijos desaparecidos, por volver sonoro y darle rostro a los ausentes; en innumerables casos, la expansión de la impotencia y el desánimo como corolarios de la impunidad y el olvido común a la Historia que se traga los eventos trágicos: llaman a los indiferentes a la no-indiferencia, pero ésta pronto se decanta en la vida personal y en las necesidades cotidianas.

La muerte violenta afecta a la víctima directa e indirecta, tal vez, al ser humano en cuanto tal. Sin embargo, las necesidades emocionales, sociales y económicas se imponen, conduciendo a la indiferencia, diluyendo la proximidad ante la muerte escandalosa en la distancia en la que, unos y otros se recluyen volcándose al barullo de las cosas. Padecer la violencia física y sobrevivirla es una experiencia singular, un acontecimiento individual ante el que frecuentemente no queda sino callar. No obstante, casi de manera natural se asume que se trata de algo que se puede determinar, entender y explicar; algo, pues, que puede ser respondido desde una instancia particular (llámese filosófica, psicológica, económica, política o social). Asumir que se puede entender y saber de cierto lo que significa o debería significar la violencia para las víctimas, o en general el padecimiento del ser humano violentado, no es algo que esté exento de sospecha; más, sobre todo, si como amigos de Job pretendemos dar con una explicación última acerca de la razón o los motivos por los que la violencia aconteció; o, también, cuando obrando en consecuencia, asumimos la posibilidad de vislumbrar el camino probable o incluso ideal para sobrellevar el dolor y darle de nuevo sentido a la existencia.

La violencia y su padecimiento son experiencias extremas que revelan en su extremidad la dificultad para aprehenderse como “objetos de conocimiento”. Estas experiencias son refractarias a toda comprensión. No obstante, su desmesura se hace mesurable haciéndose explicable, encontrando en la narrativa de las causas los porqués, que afirman con razón y con certeza comprender. Más tarde que temprano, por la vía de la razón y la sinrazón, de la explicación y su contrario, la violencia de unos sobre otros, el trato cruel, el abuso y la saña contra el cuerpo a

Améry, J. (2004). Más allá de la culpa y la expiación. Tentativa de superación de una víctima de la violencia. España. Pretextos. Freud, S. (2003). El malestar en la cultura. España. Alianza Editorial. pp. 52-55. Levi, P. (2005). Trilogía de Auschwitz. Los hundidos y los salvados. España. El Aleph editores. Metz, J. B., Wiesel, E. (1996). Esperar a pesar de todo. Madrid. Editorial Trotta.

merced, son olvidados y dejados de lado. Las víctimas de violencia en México, los miles de asesinados en el Congo, en Sudán, en Siria; la persecución y el sufrimiento de los rohinyás en Birmania, de los uigures en China; la guerra en Ucrania y el Genocidio en Gaza; son acontecimientos de violencia extrema que comprometen la certeza de los afectados a creer en un mundo benevolente. Tal vez, por ello mismo, deberían afectar también a los no involucrados. Sin embargo, pese a que esto hasta cierto grado suceda, cada grupo humano e individuo está comprometido con su mundo e interés. La enormidad del sufrimiento no conoce límite, no obstante, los seres humanos desean y realizan sus tareas al margen de los ojos de eso a lo que Metz (1996) se refiere como la autoridad de los sufrientes (51). ¿Podría ser acaso de otra manera? ¿No a toda costa se evita el sufrimiento?

Habitamos el mundo, volcados a la cultura que nos cobija, seguros o inseguros de ser lo que somos, orgullosos y presas de nuestros propios puntos de vista. La morada segura en la que habitamos, frecuentemente está dominada por una perspectiva egoísta que recuerda bien los análisis de Freud en el Malestar en la cultura. ¿Por qué habríamos de acercar al presente la ruina y la degradación de un ser ajeno y cuya vida no es la nuestra? Lo normal no es dejarse conquistar por el dolor ajeno, prestarse a dignificar al que padece, sino entregarse al gozo personal. Por esa razón, tal vez, aún en medio de las catástrofes seguimos sonriendo, al menos como creyendo que el mal físico no puede alcanzarnos o, al menos, no de un modo radical. Frente a la vía más “prudente de tener los ojos, los oídos y sobre todo la boca bien cerrada” (Levi: 478), se alzan los gritos de los sufrientes que, pese a su estridencia no se escuchan de cara a las prioridades de la vida social y personal.

Francisco Goitia. El ahorcado. Secretaría de Cultura-INBAL-Museo Francisco Goitia. Zacatecas

El sentido de la otra soledad y la otra Blancura, de Jon Fosse

El escritor noruego, Jon Fosse (1959), premio Nobel de literatura del 2023, ha escrito textos como Rojo y negro (1989), Melancolía (2015), Trilogía (2018), Septología (2020), Mañana y tarde (2023), Blancura (2023), Ales juntos a la Hoguera (2024), entre muchos otros libros, a la vez que recorre diferentes géneros literarios. La lectura de Blancura es deslumbrante y ambigua por su estructura, la forma de narrar, la puntuación, su tono poético que da materia a la narración, así como los acontecimientos que dejan fuera de lugar al lector, pues disloca los sentidos y los signos, es decir, se pierde y reconoce su vulnerabilidad, continúa leyendo. Me permito explorar otras voluntades, otros signos, otros sentidos, otras soledades. La otredad se volvió una obsesión en la literatura, ese otro yo que marcó el existencialismo como un ser resquebrajado por la incomunicación y la soledad en medio de las colectividades, de una humanidad de posguerras y desencanto. En esta breve novela corta accedemos a una posibilidad existencialista desde la Blancura, es decir, desde la fuerza centrífuga que mira el interior hacia el exterior, no como algo dañado per se, sino como algo que se mueve constantemente para forjar el reconocimiento y la percepción, entonces, no sigue un existencialismo Sartreano. La voz de un hombre perdido en el bosque nos lleva a su percepción múltiple, dispersa, ensortijada en las líneas de “verdades” y sin sentidos mientras cada línea del relato continúa danzando entre el vértigo y la esperanza: “Pero tengo miedo de verdad. ¿O será eso sólo una palabra? Pues no, todo en mi interior se encuentra como en una especie de movimiento, no sólo un movimiento, sino muchos movimientos sin relación entre ellos, movimientos desordenados ajetreados, irregulares, entrecortados. Sí así es, estoy parado mirando al frente, la oscuridad impenetrable. Y veo que la oscuridad cambia, bueno, no la propia oscuridad, sino algo que se destaca en la oscuridad y viene hacia mí” (30). El infierno es aburrimiento, va de dentro hacia afuera, pero también hay un invierno que persiste en helar todos los anhelos, paralizarlos, sin saber a dónde

nos dirigimos o a dónde pertenecemos, entre el presente y el pasado el tiempo se diluye. Disruptivamente el hilo de la narración vertiginosa seduce al lector, quien avanza y regresa con las palabras que se repiten, como motivos, como signos para reflexionar y sentir de otro modo, entre la ida y la vuelta, entre el avanzar y el retroceso del camino en el bosque, entre las lecturas posibles de cada palabra que se enuncia la voz de un protagonista sin nombre, que va llenando su vacío a medida que vive, avanza, resignifica mediante la voz y el silencio, porque el silencio grita, la oscuridad grita, ilumina: “Me subí al coche y me marché. Me sentó bien. El movimiento me hizo bien. No sabía a dónde iba. Simplemente me marché. Me había embargado el aburrimiento, a mí que nunca me aburro me había embargado el aburrimiento” (7). Entre el infierno personal y el invierno los sentidos se desdoblan desde la percepción de un narrador que empieza el viaje del camino hacia el bosque en la soledad, mientras aparecen figuras ambiguas, figuras del pasado: un contorno luminoso, el padre y la madre, un hombre extraño, mientras la nieve que incesante cae y dibuja como un lienzo blanco todas las posibilidades de sentidos para nombrar lo innombrable. El título de la novela resignifica lo que puede referir la blancura: “Y es una silueta completamente blanca. Luminosa. Y creo que camina hacía mí. Aunque caminar. Porque caminar no camina. Es como si simplemente se acerca. Y es una silueta completamente blanca. Ahora la veo clara. Sí que es blanca. La blancura. En la impenetrable oscuridad se ve muy clara. Luminosamente blanca. Una luminosa blancura. Me quedo muy quieto” (31). Si acaso, la lectura me deslumbra, también confronta los sentidos de la soledad, esa otra soledad en medio de tantos signos a través de una novela corta o cuento largo que remite al pensamiento de un autor que se repite y se obsesiona con la libertad de reconocerse en las divagaciones y movimientos de la existencia para perderse en la soledad interior y encontrar la blancura.

Fosse, Jon. Blancura. Random House: México, 2023.

I saw the TV Glow, de Jane Schoenbrun

Owen (Justice Smith) es un tímido adolescente afroamericano que vive con sus padres en una casa de los suburbios durante la década de los 90. Es un chico introvertido y retraído, completamente cerrado en sí mismo. En su escuela, Owen conoce a Maddy (Brigette Lundy-Paine), una chica unos años mayor que él. Ella también es solitaria y reservada, aunque, a diferencia de Owen, parece que es más por elección propia.

Lo que une a ambos personajes, más allá de sus dificultades para socializar con otras personas, es su gusto por The pink opaque, un programa televisivo de ciencia ficción de un tono y argumento bastante extraños. La serie sigue la historia de dos chicas con poderes telepáticos, que combaten contra un monstruo diferente cada semana; siendo el verdadero villano de esta historia el terrorífico Mr. Melancholy. Los dos adolescentes se sienten profundamente conectados con las protagonistas, a tal grado de que comienzan a notar ciertos paralelismos entre sus vidas cotidianas y aquello que está ocurriendo del otro lado de la pantalla.

Este proceso de identificación continúa durante muchos años más. En todo este tiempo, The pink opaque es cancelada, con un final abierto e inconcluso. Maddy desaparece del pueblo y después vuelve como una persona totalmente renovada, casi como si hubiera transicionado de un mundo a otro. Owen, por su parte, ha iniciado una conflictiva búsqueda para encontrarse a sí mismo y reconocerse tal y como es.

Ésta es la peculiar premisa de I saw the TV Glow (2024), excepcional cinta de Jane Schoenbrun (We're all going to the world's fair, 2021) que bebe de muchos referentes, que van desde series juveniles como ¿Le temes a la oscuridad? (1990-1993) y Buffy, la cazavampiros (1997-2003), hasta la obra del

legendario David Lynch. En relación con este último, tal vez la mayor influencia de la cinta de Schoenbrun sea Twin Peaks, serie que inició en 1990 con dos temporadas y que se mantuvo inconclusa durante casi treinta años, hasta el estreno de la tercera temporada en 2017. En este programa televisivo también se abordan cuestiones relacionadas con dualidades, mundos alternos y una desconexión clara con la realidad.

Este sentimiento de desconexión es el punto central de I saw the TV Glow, al abrazar esas sensaciones tan típicas de la adolescencia, como sentirte más cercano a los personajes de ficción de

tu serie favorita que a tus compañeros de escuela, o hasta a tus propios padres. Como si se tratara de una versión coming of age de The Matrix (1999), Schoenbrun, persona no-binaria que inició su proceso de transición de género mientras preparaba este proyecto, canaliza las emociones de dicho procedimiento en el conflicto central del filme. Owen y Maddy tienen la certeza, casi instintiva, de que hay algo ficticio, no auténtico, en la forma en la que se relacionan con las personas a su alrededor. Es ahí cuando iniciará el viaje de ambos personajes para reconfigurar su identidad desde cero. En ese sentido, I saw the TV Glow es

una emotiva y dolorosa reflexión sobre las inquietudes y angustias generadas por no poder encontrar un lugar en el mundo, un aislamiento donde la imaginación y la ficción se vuelven canales de fuga y espacios de libertad. Entre luces de neón, imágenes inquietantes y un soundtrack indie repleto de melancolía, el filme de Schoenbrun es una oda a la cultura pop, a la nostalgia, así como una reivindicación hacia aquéllos que no encajan; esas personas que, en sus momentos más solitarios e inseguros, sólo encontraron consuelo en una serie de televisión de una calidad tal vez cuestionable, pero recordada con mucho cariño.

6 Por Adolfo Núñez J.
Fotograma de I saw the TV Glow, de Jane Schoenbrun
I saw the TV Glow, de Jane Schoenbrun

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