La Línea ha de ser Zona Franca Nuevamente nuestro Diputado ha sometido íntegra al Parlamento Español, la rápida y urgente solución del problema, tan vital para La Línea, que representa la modificación del régimen aduanero completado con la aplicación a este sector del Campo de Gibraltar, de las disposiciones que en España regulan la instalación de Depósitos Comerciales y la creación de Zonas Francas. Esta vez el Sr. Torres Beleña no ha querido que su labor, meditada y persistente, apareciera ante el Congreso como la labor más o menos digna de consideración y simpatía de un representante en Cortes que aun persiguiendo noblemente el bienestar de sus electores, trata por lo menos, perdurando en estas andanzas, de aquilatar su celo y afianzar su investidura. Siendo el Sr. Torres Beleña el primer convencido de que La Línea necesita en estos momentos decisivos para su porvenir, que la tutelar acción del Estado se pronuncio con toda rapidez, llevando a la práctica inmediatamente sus legitimas aspiraciones, cuya realización en estas circunstancias es de vida o muerte, ha considerado un deber el asociar a sus iniciativas ligaras tan prestigiosas de la Cámara Popular, conocedoras las mas de ellas, de la hidalguía de este pueblo, de su amor al trabajo, de lo injusto del baldón que tan resignadamente soporta y sobre todo de la extrema gravedad de las circunstancias que demandan con imperio a los Poderes públicos, un urgente remedio. Y esta ardua empresa tuvo una finalidad inmediata: la de que hombres públicos de tanto relieve en el Congreso Español como D. Miguel Villanneva, D. Alejandro Lerroux y D. Augusto Barcia, pusiesen, sin reparo alguno, sus firmas en la proposición de Ley disentida el día 30 de Junio ante el Parlamento, y a cuya proposición se sumaron igualmente, por la aquiescencia de sus jefes y en representación de las minorías reformista y romanonista, diputados de tanta respetabilidad cuales D. Juan Antonio de Aramburu y D. Ramón Solano. No podía faltar a lá proposición la valiosa firma del popular representante de Cádiz D. Juan Bautista Lazaga, tan admirador de las virtudes de los hijos de La Línea, como fraternal amigo de su Diputado. Todos ellos hicieron suya la propuesta que ante la Cámara formuló el Sr. Torres Beleña, y asistieron al debate, asintiendo a la briosa defensa que, desde el escalio rojo,
hiciera el mandatario del Campo de Gibraltar, manteniendo derechos indiscutibles y pugnando por la realización de aspiraciones justísimas. Pero una vez más el Gobierno, con error evidente, con injusticia notoria, abre paréntesis indefinido y apela al desprestigiado recurso de meditar y reflexionar antes de decidirse a aceptar soluciones inaplazables, o de no aceptarlas, resolver determinando las que deban sustituirlas. El Sr. Bergamín, llevando la voz del Gobierno, glacial, escéptico, indiferente, se ha limitado, una vez más a hacer desfilar ante los ojos de los parlamentarios, espectro del fraude, y ante la justificada demanda de la zona franca, medio de redención para los que sólo anhelan el trabajo honrado y seguro antídoto de la ponzoña inyectada por las torpezas y desvíos de los gobernantes en el organismo de un pueblo, hasta ahora, laborioso, sufrido y resignado, invoca a la Patria augusta, que habría de sufrir menoscabo y ultraje, de aceptarse por el Poder público la concesión de la zona franca o el departamento comercial, medios de dignificación y vida para el Campo de Gibraltar. Forzoso es que el pueblo conozca en toda su integridad y con todos sus detalles el debate promovido ante la Cámara Nacional por el Diputado del distrito que, una vez más, ha dado pruebas sobradas de su amor a los pueblos que representa, y cómo entiende el ejercicio de los deberes parlamentarios, sin preocuparse de que su actuación o sus palabras sean calificadas de rebeldías políticas por contrariar a aquellos que prefieren el régimen del silencio. Según nuestras noticias, pudo votarse la proposición nominalmente y salir derrotado el Ministro de Hacienda, porque el Congreso la hubiere admitido; pero el Sr. Torres, teniendo en cuenta los momentos políticos actuales y la falta de consistencia del Gobierno, que vivirá, solo hasta aprobar los presupuestos, no quiso pedir la votación ni ser motivo de disgusto para nadie. Pero la proposición resurgirá en tiempo oportuno, y entonces será admitida.
COPlA DEL NUM. 80 DEL DIARIO DE LAS SESIONES DE CORTES DEL 30 DE JUNIO DE 1922
Medidas para solucionar la crisis por que atraviesa el Campo de Gibraltar, y especialmente, la ciudad de La Línea de la Concepción.
Cuestión previa Leída nuevamente la proposición de ley del Sr. Torres Beleña, relativa al expresado asunto, dijo El Sr. Presidente: El Sr. Torres Beleña tiene la palabra para apoyar su proposición. El Sr. Torres Beleña: Señor Presidente, yo he de rogar á S.S. que me permita plantear una cuestión previa.
La proposición que he de apoyar es de gran transcendencia para una importante región española; quizá sea oportuna una declaración de Gobierno, y aunque el Gobierno esta como siempre, muy dignamente representado en el banco azul, es posible que sea la voz de su ilustre jefe, o, por lo menos, la del Sr. Ministro de Hacienda, lo que deseen escuchar, al par que yo, las significadas personalidades cuyas firmas avaloran esta proposición. Sometiéndome anticipadamente a lo que decida la Presidencia, puesto, que para acatar sus disposiciones soy siempre el primero, desearía que se aplazara unos momentos el debate, puesto que ha anunciado su venida el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, quien ayer me ofreció hacerse cargo del contenido de nuestra demanda y sin faltar al Reglamento, puesto que podría apoyarla antes de entrar en el Orden del día, podría aceptarse ese breve aplazamiento. El Sr. Presidente: En el aplazamiento no hay ninguno dificultad. En lo de que sea tan sólo por algunos momentos, sí pudiera haberlo, porque vamos a entrar en una interpelación que yo no sé el tiempo que invertirá y que pudiera exigir que el derecho que el señor Torres Beleña se trasladara a otro día, si es que no quedaba tiempo bastante después de la interpolación. De modo que S. S. puede optar, sin comprometerme, porque no depende de mi voluntad, si no, con mucho gusto lo haría, a que dentro de pocos momentos pueda su señoría apoyarla, una vez iniciado el debate a que he aludido. El Sr. Torres Beleña: Yo, señor Presidente, he dicho que de antemano me someto a lo que la Presidencia acuerda, pero he de hacer observar que quizá la declaración que yo deseo que surja del banco azul sería más concreta haciéndola el Jefe del Gobierno o el Ministro del Ramo, y la discusión estaría más en armonía con la finalidad que la proposición entraña, pues no he de limitarme a molestar la atención del Congreso, haciéndole escuchar un discurso más, sino después de hacer resaltar la justicia de la demanda y obtener una categórica declaración de Gobierno, que aunque significara una repulsa habría de fundamentarse y razonarse. El Sr. Presidente: Pues puede aplazarse; pero yo no respondo de que quede tiempo después para que S.S. la apoye, en cuyo caso quedaría para la próxima sesión, o sea el martes, en que haya horas destinadas a ruegos y preguntas. El Sr. Torres Beleña: Pues como es probable que vengan a la Cámara el. Sr. Presidente del Consejo o el Sr. Ministro de Hacienda, si no tiene inconveniente la Presidencia iré desarrollando la tesis y exponiendo antecedentes, por si entretanto cualquiera de ellos se digna llegar a tiempo de contestarme. Con ello molestaré un poco más o la Cámara. Considero preciso hablar en la sesión de hoy, porque quizá la índole de los debates que están pendientes y que van o irse desarrollando, absorben por completo la atención del Congreso y no resulta pertinente ni oportuno en las próximas sesiones intercalar una discusión sobre tema más secundario. Por tanto, Sr. Presidente, prefiero a un aplazamiento indeterminado, apoyar la proposición, cumpliendo, como sabe S. S., un deber ineludible, resultante de un imperativo mandato. El Sr. Presidente: Pues apoye el Sr. Torres su proposición, sin perjuicio do que si el Sr. Presidente llega a tiempo, recoja su discurso, y si no, lo haga uno de los señores Ministros presentes, o, en otro día cualquiera, el Jefe del Gobierno.
Situación gravísima -Los obreros y la emigración. El Sr. Torres Beleña: Perfectamente; pues entonces, con la venia de la Presidencia, voy a apoyar mi proposición, lamentando no poder ser sobrio ni exponer, porque la índole del asunto quizá me exija ser extenso. Señores Diputados, como primer firmante de la proposición que se ha leído, me cabe el honor de apoyarla, a pesar de que todos y cada uno de los dignísimos parlamentarios que, libremente, han puesto su firmo tras la mía, podrían, mejor que yo, infinitamente mejor que yo, defender la justa causa que la proposición entraña. Esta proposición, señores Diputados, más que a una excitación, más que a una petición, más que a una demanda circunstancial dirigida al Poder público, encaminase o llamar la atención del Gobierno de S. M. sobre la crítica y difícil situación en que se encuentra una comarca española, amenazada de riesgos de alguna gravedad, que pudieran resultar inevitables en plazo no lejano, por lo que es imprescindible y necesario marcar un rumbo para que, dentro estrictamente de la ley, en la órbita de la esfera legal, pueda desenvolverse la vida de un pueblo condenado a la ruina si persisten las actuales circunstancias y urgentemente no se pone remedio al mal que puede provocarla. Yo, señores, no tendría necesidad de molestar la atención de mis compañeros evocando antecedentes, porque bien reciente está un debate en el que expuse con toda clase de detalles y con toda clase de argumentos, cuál era la angustiosa situación del Campo de Gibraltar, donde hay alguna urbe populosa que, viviendo hasta ahora al amparo del trabajo de una vecina población extranjera, ve que ese trabajo va disminuyendo por semanas, por días, por horas, creándose con ello en la clase jornalera, una situación que ahora, en estos críticos momentos es difícil, pero que quizá mañana sería mortal si ese trabajo llegare a paralizarse por completo y la provisión del Gobierno atendiendo los clamores de los de allí y las advertencias de los de aquí, no buscase medios legales y prácticos para sustituirlo. La Línea de la Concepción es de las poblaciones del Campo de Gibraltar la que más directamente sufre la hondísima crisis que atraviesa hoy aquella región. Esa ciudad cuenta entre sus habitantes con un contingente obrero de notoria importancia numérica, y la mayor parte, casi la totalidad de los trabajadores que en La Línea tienen su albergue, ganan su sustento con el trabajo del puerto de Gibraltar, especialmente en los servicios del Arsenal y en la carga y descarga de carbón para los buques surtos en la bahía, trabajo que ha ido poco o poco disminuyendo y eso, unido a otras circunstancias, entre ellas a la exclusión del obrero español en algunas de las industrias de la plaza y a la limitación de otras labores, obliga al obrero, habitante de La Línea, a ir poco a poco abandonando esa población, pues no le queda otro recurso que emigrar. Esa emigración se realiza en condiciones lamentables, una vez que no pueden salvaguardarse los que se ven obligados a abandonar el suelo patrio con la observancia de las prescripciones, a las que forzosamente deben sujetarse los embarques en puertos españoles. Nuestras autoridades, por no afectar a su jurisdicción, difícilmente pueden actuar cuando el obrero español, al que es sumamente fácil al paso de aquella frontera sin necesidad de documento alguno y con medios sobrados para proveerse de los que se exigen en un puerto extranjero, para dar con sus cuerpos en los entrepuentes y bodegas de buques de distintas nacionalidades, no cuentan con otro amparo que el del Consulado de su país,
que no puede multiplicarse ni atender con la solicitud que quisiera, a cuanto sobre sus dignos y escasos funcionarios pesa. La emigración, repito, es uno de los males que produce la falta de trabajo, y esta emigración, que no puede encauzarse ni orientarse, como ya en otro debate he dicho, hacía nuestra zona de protectorado en Marruecos, porque no se encuentra hoy en condiciones para poder recibir a los trabajadores, menos aún puede encauzarse al interior de nuestra Patria porque, precisamente, de diferentes regiones de la Península emigra a diario, atraída, muchas veces, con falaces ofrecimientos, la clase trabajadora. Por eso esta emigración se dirige a la Argelia, a la zona del protectorado francés de Marruecos o a la América del Sur, y no siempre en condiciones ventajosas, ni mucho menos, para los infelices emigrantes.
La Línea, su desarrollo y su patriotismo La población de La Línea de la Concepción tiene un censo real, efectivo, de cerca de 70.000 almas. Hace poco más de setenta años, cuatro barracones fueron los cimientos, la base, por decirlo así, de aquella población, que ha ido creciendo y desarrollándose hasta el punto de haber llegado a ser la tercera do la provincia de Cádiz, y esa población está compuesta en su totalidad de gente trabajadora, porque allí todos trabajan y con la ayuda del trabajo se han creado modestas fortunas, se ha ido poco a poco desarrollando el comercio y adquiriendo medios de vida las profesiones liberales. La Línea ha necesitado para su bienestar, para su desarrollo, de Gibraltar, del trabajo de Gibraltar, pues nadie ignora que en dicha plaza se construyeron obras que consumieron muchos millones, y en todas ellas el trabajo español, que tenía La Línea por hogar, fue el principal factor; pero también hay que reconocer que Gibraltar en todas las, épocas ha necesitado y necesita de La Línea. Y así, poco a poco, dignificados por el trabajo, los habitantes de La Línea dirigieron todas sus iniciativas a engrandecer la población en que vivían, y, por lo mismo que estaban tan inmediatos a suelo extranjero, en ellos existió siempre, con intensidad admirable, al cariño para su Patria, paro su España, dándose el caso extraño de que, a pesar de la proximidad y del trato íntimo y continuo con súbditos ingleses, es raro, contadísimo, el habitante de La Línea que hable otra lengua que la lengua castellana. Pues bien: en esa ciudad española todos los ojos se vuelven hoy al Parlamento español, esperando que sus iniciativas sean acogidas por el Gobierno de la Nación y constituyan un rayo de esperanza que disipe negruras y alarmas, harto justificadas, que asaltan a todos aquellos habitantes, mucho más cuando han visto cerrarse el camino a peticiones legitimas, apoyadas por mí, durante muchos años, cerca de las Cortes y de los Gobiernos; cuando aún hieren sus oídos palabras pronunciadas por labios de Consejeros de la Corona, que parecían encaminadas a destruir todas sus esperanzas, para que, ensanchada la órbita de trabajo honrado, llegara aquel pueblo a su completa dignificación.
Las zonas francas. — Su necesidad. -Administración modelo. Los firmantes de la proposición sometida en estos instantes a la Cámara, pretenden que se estudie una
solución práctica al conflicto que ahora renace, que se busquen medios para que en La Línea, en San Roque, se pueda por lo menos, vivir, y esos medios se esbozan en el texto de la proposición que defiendo, en la que no se pide que el Congreso, no ya exija ni señale al Poder público en forma imperativa lo que debe hacerse para que la crisis en el Campo de Gibraltar latente, no continúe, sino que sólo de la Cámara se suplica que ruegue al Gobierno de S. M., en vista de tan excepcionales circunstancias, que estudie, a ser posible, entre otros remedios urgentes, la manera de aplicar a aquella región las disposiciones legales que regulan los depósitos comerciales y las zonas francas. No se trata Sres. Diputados, de una petición que al formularse pueda causar extrañeza y ser objeto de la más insignificante repulsa; porque tales anhelos, reflejados en unas cuantas líneas en la proposición que se debate, han sido estudiados, meditados por las insignes personalidades que conmigo suscriben la demanda, y que no lo hubieran suscrito si se tratase de utopías o exabruptos. Es una petición justa, una petición absolutamente legal y, sobre todo, absolutamente necesaria, como no he de cansarme de demostrar a los Sres. Diputados. El término municipal de La Línea de la Concepción es muy reducido; puede decirse que el término municipal es la urbe, o sea toda la parte urbanizada, elogian como se merece por cuantos la visitan, como elogian a las Corporaciones que administran los intereses comunales, por la limpieza y policía de sus principales calles y por estar atendidos mejor que en algunas capitales de provincia todos los servicios municipales. Actualmente se está construyendo un hospital civil, iniciativa de una celosa autoridad militar, del coronel Díaz Enriquez, que cuando esté terminado habrá muchos poblaciones de primera categoría que no lo tengan igual. Y sólo se debe su creación a las dádivas del vecindario y a las subvenciones de las Sociedades populares. Allí la beneficencia y la enseñanza son atendidas en cuanto permite el presupuesto municipal; hay una clínica de urgencia y una instalación admirable debida a la caritativa institución de la Cruz Roja, con todo el material necesario y fin subvención alguna ajena a la población. El Ayuntamiento de La Línea de la Concepción ha tenido la virtud del ahorro. ¡Que poco puedo decirse esto de todos los Municipios de nuestra Nación! ¡Qué satisfactorio sería poder decirlo! Y la prueba de lo que indico está en que acaba de adquirir una finca magnífica ya construida, rodeada de jardines, para Palacio municipal, invirtiendo en ella sus economías, como las invirtió antes adquiriendo el mercado público, que explotaba una entidad particular. En ese Palacio se han cedido construcciones anejas a Corporaciones dedicadas a la enseñanza. Eso demuestra que la Administración municipal de La Línea de la Concepción se preocupa de cumplir sus deberes y su actuación, susceptible siempre de mayor mejora, encaminase a solucionar problemas locales, como la traída de aguas y el saneamiento urbano, que parecían hasta hace poco insolubles. Pero, como he dicho, aquel término municipal es reducido; es decir, que no hay, como en otras poblaciones, terrenos de cultivo de extensión bastante para explotaciones agrícolas que contribuyeran a que en la población viviesen en mejores condiciones. Sólo hay unas cuantas huertas que surten a la población y a Gibraltar, y que poco a poco han ido formándose.
A pesar del anhelo constante de los habitantes de La Línea de la Concepción para establecer allí centros industriales y fabriles, existe una imposibilidad legal para lograrlo. Hay un valladar para que esos anhelos se realicen, y es la prescripción de nuestras Ordenanzas de Aduanas que impiden el establecimiento de fábricas y centros industriales a menos de 10 kilómetros de la frontera, y como La Línea de la Concepción empieza y nace en la misma frontera inglesa, no ya a todo su término municipal, sino hasta al mismo término municipal de la inmediata ciudad de San Roque, alcanza el veto del precepto férreo y a la vez arcaico de las Ordenanzas de Aduanas, que impiden que allí pueda haber medios para que la vida industrial se desarrolle en la forma que se desarrolla en todas las poblaciones nacientes. De no modificarse ese precepto como tantas voces he intentado, y de no llegarse a soluciones que armonicen los intereses fiscales con la realidad, resultará que la vida industrial de La Línea no podrá nunca llegar a ser lo que merece ser, porque quien no ha podido aquí conseguir, a pesar de sus esfuerzos, la total habituación de una Aduana, menos podrá conseguir la derogación de disposiciones aduaneras que sólo tienen vida ante el santo temor a la defraudación. Resulta demostrado, Sres. diputados, que es imposible que los males presentes creados por las circunstancias en que se encuentra aquella población, puedan tener solución, ni fomentando la agricultura, por mucha intensidad que se le quisiera dar, porque falta el suelo cultivable, que es la primera materia, y menos tampoco por el desarrollo de la vida industrial, porque de no existir las trabas fiscales, por la proximidad de Marruecos, en los terrenos areniscos que circundan La Línea de la Concepción, podrían establecerse fábricas, telares mecánicos, para poder surtir en condiciones ventajosas, con los productos que allí se manufacturaran y se elaboraran, a la región africana, dada la facilidad de los transportes y su baratura, puesto que esos productos podrían transportarse aunque fuera en veleros, sin temor que sufrir el encarecimiento de crecidos fletes. No existe, pues, más que una solución, y es la que se indica en la proposición sometida al Congreso.
Aspecto político y fiscal Existen disposiciones legales que regulan la creación de zonas francas el establecimiento de depósitos comerciales, y yo pregunto a la Cámara y al Gobierno: ¿es que es por ilegal irrealizable esa solicitud, esas ansias de! pueblo de La Línea de tener una zona franca para que en ella se pudieran establecer factorías, establecimientos y medios industriales para transformar las primeras materias? Voy a examinarlo bajo dos aspectos: bajo el aspecto político y bajo el fiscal o aduanero. Sería impolítico si atentase al interés patrio, por tratarse de fronteras y proyectarse sobre La Línea la sombra del Peñón. Pero de tal índole ni existe ni puede existir inconveniente alguno que altere la más insignificante fibra del sentimiento nacional.
Así lo han entendido también los firmantes de la proposición, todos ellos tan españoles como yo; no digo más, porque no hay quien me aventaje en el amor ferviente a la Patria. Por la vecindad a la plaza inglesa no hay el peligro más insignificante, y los hechos lo demuestran hasta la saciedad. Aquellos prejuicios arcaicos, aquellas ideas que en otros tiempos pudieron justificar ciertos recelos, hoy han desaparecido en absoluto. Durante años y años se llegó hasta privar a La Línea de todo medio de comunicación. Se reputaba casi como un delito do lesa patria hablar, no ya de construcción de correteras, sino hasta de intentar componer caminos y veredas, y la vía que comunicaba La Línea y Gibraltar, era vergonzosa. A poco de jurar, en 1910, el cargo de Diputado, y cumpliendo el compromiso que contraje con mis electores del distrito de Algeciras, de procurar por todos los medios que aquella región saliese del aislamiento, y que entre San Roque y La Línea se construyese una carretera decorosa, hube de ir en un despacho oficial a persona de gran prestigio, a hombre de gran cultura y de probados servicios a nuestra Patria, el consejo amistoso de que variase de rumbo: que no solicitase carreteras o caminos para el Campo de Gibraltar, sino más bien que se abriesen simas y zanjas, porque La Línea era un barrio inglés, y era atentar contra la Patria, que estaba por encima de todo interés regional o político, el que aquella población tuviera fácil comunicación con la Península. Yo quedó anonadado y estupefacto cuando, de labios tan prestigiosos como los que estas palabras pronunciaban, de persona para mí de respeto y autoridad, se me aconsejaba que cesara en absoluto en mis gestiones, y que tenía que abjurar de mis errores y faltar a los compromisos contraídos con mis electores. Afortunadamente, el prejuicio se borró mediante una actuación intensa y el altísimo amparo de quien desde puesto elevadísimo veía con clarividencia y justicia tal problema, y las Cortes do 1910 votaron lo preciso para que cesara el aislamiento de aquella zona, y el poder ejecutivo hubo de cumplimentar lo que acordó el Parlamento y sancionó Su Majestad el Rey. Tengo la esperanza de que la misma gestación tenga el arduo problema del depósito o de la zona franca, que daría medios extraordinarios de vida aquellas gentes laboriosas y honradas, dignas del apoyo de los Poderes públicos, y no del olvido y del desvió con que se reciben sus súplicas: Si hubiera el más insignificante temor de que el interés patrio resultase lesionado, ni aun ligeramente ensombrecido, tengan los señores Diputados por seguro que, a pesar de mi representación, no sería yo quien apoyase tal demanda, y hubiera sido el primero en oponer una negativa cerrada a quienes me la hubieran formulado; pero todos los firmantes de la proposición estamos plenamente convencidos de que si prosperase, si el Gobierno atendiera el ruego que en ella se formula (puesto que la proposición .se limita a pedir que el Gobierno, con urgencia, estudie, pero ni siquiera que ejecute), si saliera del banco azul una palabra de esperanza, serviría para calmar la excitación de los ánimos do los habitantes del Campo de Gibraltar, que, por actuaciones parlamentarias no lejanas, se creen condenados a la miseria, y se han dirigido a hombres de buena voluntad del Parlamento, a las primeras figuras de la política, para que apoyen, en estas horas de tributación y de amargura para aquellos, las pretensiones que sin vocerío rebelde, sino con clamor digno y sereno o, formulan y sepan de una vez si el Gobierno de España está con ellos o los repudia como a hijos espurios. Nada que afecte al altísimo sentimiento de la Patria se opone para que el Gobierno en este instante aconseje se tome en consideración esta proposición. En cuanto al interés fiscal, las últimas palabras de la proposición dicen claramente que sus firmantes aspiran a que los intereses del Tesoro se salvaguardan en forma quo no pueda haber el menor
riesgo para esos sagrados intereses Lo que se solicita del Gobierno es que, armonizándolos con la concesión que se pretende, se adopten aquellas medidas necesarias para que con todo recelo defiendan al Fisco los que deben defenderlo. ¿Dónde está el riesgo para los intereses fiscales? ¿Es que siempre va a surgir el interés aduanero, o el de aquellos que lo dirigen o monopolizan, para oponerse a la más insignificante de los concesiones que pretende obtener La Línea de la Concepción? Es verdaderamente irritante, señores Diputados, que cuando se viene aquí año tras año defendiendo una causa justa con el tesón que emplea todo aquel que cree que cumple con su deber, el tope, el valladar, la barrera que se oponga a que se acuerden disposiciones fiscales justas, lo constituya el interés aduanero. Pero ¿quién atenta a ese interés aduanero? Yo en otro debate lo he dicho. En esos altos funcionarios que lo invocan son los primeros interesados en que se cumplan las leyes, y con las leyes dictadas sobra materia para evitar el fraude si todos cumplen sus deberes. ¿Qué miedo les puede dar el que se habilitasen las ventanillas de la Aduana para el adeudo de toda clase de mercancías? ¿Qué les podía importar que.de prosperar la petición que ahora se sostiene retrocediera la Aduana unos centenares de otros más hacia el interior, para que estuviera establecida de modo que las aguas inglesas no azotasen, como hoy azotan, los cimientos de la actual Aduana? Mucho más atrás, estaría emplazada en terrenos bañados por aguas españolas, y de esta forma actuaría con más eficacia el Resguardo marítimo, y sería más eficaz también la vigilancia de la frontera, aun cuando hoy no cabe mayor vigilancia, pues por las puertas de la Aduana sólo puede entrar lo que se deje entrar. Sabe muy bien la Cámara que no puede haber defraudación, que no puedo existir esa defraudación aduanera sin complicidades; y de existir complicidad, con habilitación, sin habilitación, con zona franca o con recinto amurallado, se defraudará al Tesoro. Por eso, señores Diputados, ha sido mayor mi estupefacción cuando año tras año, visitando los despachas de los Sres. Ministros de Hacienda —la mayor parte de ellos personas que me dispensaban una amistad sincera—, después de oír que sentían por la petición que les formulaba vivísima simpatía y les convencía con mis argumentos, después, tras la inevitable conferencia del Ministro con los defensores de la Renta, surgía la obligada negativa a mis pretensiones. Tras esa conferencia, el Diputado no iba ya a pleitear por una causa legítima; el Diputado no formulaba un ruego, creyendo de buena fe que se limitaba a servir únicamente los intereses del pueblo; no. El Diputado era ya una persona sospechosa que no venia inconscientemente a apadrinar y proteger intereses bastardos de los que preparaban sus ataques a los intereses sagrados del Tesoro, en lo más sagrado que para el Tesoro puede haber: en la recaudación del impuesto de Aduanas. La Cámara me perdonará que no ahonde 6n lo que pueda tener relación con la defensa de los intereses fiscales, porque, Sres. Diputados, si tocamos este tema —lo digo sinceramente— acaso no pueda dominarme. Yo procuro siempre decir aquello que deba decir; pero a veces la pasión se exalta y el freno que la prudencia suele poner en los labios, desaparece. Entonces el apasionamiento se desborda y se pueden hacer manifestaciones que acaso sean inconvenientes. Por eso, porque este tema es escabroso, no lo quiero tocar. Me basta con haberlo iniciado para que todos los Sres. Diputados traduzcan mis palabras.
La Línea no es contrabandista.
El mayor anhelo de La Línea de la Concepción, la mayor de las finalidades que pretende, es: que desaparezca el estigma infamante que pesa sobre aquella región laboriosa y digna, que, como es natural, aspira sólo a desarrollarse, a vivir y desenvolverse. ¿Es que solamente por la frontera de la plaza de Gibraltar puede atentarse a los intereses del Tesoro? Hacer semejante aseveración constituye un lugar común que, desgraciadamente, se repite: yo lo he escuchado, a veces con amargura y otras con indignación, porque, al fin y al cabo, me cabe la honra de representar muchos años en el Parlamento aquel territorio. Señores Diputados, yo me he deleitado hojeando las páginas de un novelista ilustre de nuestra Patria, de un escritor valenciano de renombre mundial, y he leído, como seguramente muchos de los que me escuchan; la novela «Flor de Mayo», donde se describe el contrabando que, con una intensidad verdaderamente pasmosa, se hace en otros parajes de la costa levantina, y no hace mucho, he leído también telegramas de Prensa donde se hablaba hasta de cuestiones personales surgidos entre distintos representantes del Fisco, en la región nordeste, precisamente por algo que pudiera relacionarse con la mayor o menor vigilancia, o con la mayor o menor impunidad de los dedicados a defraudar al Tesoro. En esos mismos periódicos se han publicado hace poco telegramas extensos, dando cuenta de grandes alijos por parte bien lejana de La Línea de la Concepción. Dice un refrán: «Camino robado, camino seguro». Es muy fácil, Sres. Diputados, echar sobre una región el peso infamante de calificativos que no merece, y que, en cambio, todos esos atentados a los intereses del Tesoro se cometan en sitios que nada tienen que ver con aquellos lugares citados con oprobio, a los cuales parece que se les quiere aislar para que, en forma alguna, obtengan las ventajas que se concede a los demás. ¿Y para qué volver a hablar de la célebre Sociedad contrabandista, de 20 millones de capital, descubierta por el Sr. Cambó? Tampoco tenía su domicilio en La Línea. Señores, pido perdón a la Cámara por la extensión dada a mis palabras con el exclusivo objeto de hacer tiempo para que llegaran el señor Presidente del Consejo o el Sr. Ministro de Hacienda, a quienes, cumpliendo el encargo de mi representados, hube de exponer sus deseos haciendo llegar hasta ellos sus clamores. Puesto que ya se encuentra en la Cámara el Sr. Ministro de Hacienda, innecesario es que espere la llegada del Sr. Presidente jefe del Gobierno, y pueda ya, Sres. Diputados, ahorraros la molestia de seguir escuchándome. Conozco bien —con amargura tengo que decirlo— el pensamiento de S.S., Sr. Ministro de Hacienda, pero tengo que seguir cumpliendo con mi deber y solicitar que una voz autorizada cierre en absoluto el paso a las pretensiones de toda una comarca o tenga para ella algún aliento de justicia. Es preciso que la Cámara forme juicio, y éste no puede formarse escuchando a una sola de las partes; es preciso que oiga la otra voz, que en este caso tiene importancia grandísima, por ser la del Gobierno, a la cual después, modesto y sinceramente, como siempre. opondré la réplica adecuada a su respuesta. Aunque supongo lo que me va a contestar, espero la respuesta del señor Ministro para deducir de ella las oportunas consecuencias. Y no digo mas. El Sr. Ministro de Hacienda (Bergamín); Pido la Palabra. El Sr. Presidente: La tiene Su Señoría.
El Sr. Ministro de Hacienda (Bergamin): La proposición de mi particular amigo y correligionario el Sr. Torres, tiene dos extremos, a uno de los cuales se adhiere el Gobierno de una manera incondicional. Todo lo que sea fomentar por cualquier medio que esté al alcance del Estado elementos de vida para la población de La Línea, tan digna como todas las demás de España, de la atención del Poder ejecutivo, tiene desde luego nuestro absoluto, beneplácito, y esperamos que se traduzca en algo concreto de petición para demostrar que no es vana la promesa, y que los hechos responderían a las palabras. Pero la orientación que tiene en el segundo extremo, aquella de establecer en La Línea una zona franca, es, a mi juicio, tan digno de estudio, como que de antemano todo Ministro de Hacienda sentiría respecto de ella una gran prevención. No hay que olvidar dónde se encuentra La Línea, que sin poder remediarlo es el punto de choque necesario, indispensable, entre los elementos que en Gibraltar no se preocupan mucho del cumplimiento de nuestras leyes fiscales y las ambiciones y el deseo natural que todo el mundo tiene de aprovechar las ventajas que eludir el impuesto fiscal proporciona, extender con una zona franca la esfera de acción de Gibraltar, sería en un doble aspecto peligroso; en el aspecto puramente fiscal, peligrosísimo; pero en otro orden de ideas, aún más grave el peligro, porque sería extender el radio de acción de la plaza de Gibraltar a toda ese zona que se le diera como franca. Y claro está, en ese último extremo de la proposición el Gobierno no puede aceptarla, ni permitir que sea tomada en consideración, a no ser que la Cámara opinara lo contrario. El Sr. Torres Beleña: Pido la palabra.
Rectificando e insistiendo El Sr. Presidente: La tiene S. S. para rectificar. El Sr. Torres Beleña: Me había anticipado a la respuesta de mi respetable amigo el Sr. Ministro de Hacienda, y ya me adelantó a cuanto se relacionaba con ese temor que asalta al Sr. Bergamín, que es el que para mí tiene más importancia, porque aun cuando lo que pueda relacionaba con el interés fiscal y con eso temido choque de intereses; legítimos y falsos, no deja de tener gravedad, mucha mayor la tiene, señor Ministro de Hacienda, lo que S. S. ha manifestado, o sea el temor del Gobierno de que la petición que la proposición entraña pueda dañar un interés que está por encima de todos los intereses. El Sr. Bergamín conoce admirablemente el Campo de Gibraltar, conoce La Línea de la Concepción y conoce Gibraltar, y sabe perfectamente que lo que se pretende, que lo que se busca en la proposición es precisamente lo contrario de lo que él teme. Hoy día, ¿no entran y salen los individuos que en Gibraltar habitan, con toda libertad? ¿No tienen propiedades del otro lado de la frontera? ¿No pueden usar de sus derechos al amparo de la Constitución y de las leyes? ¿No es de hecho La Línea una prolongación de Gibraltar? ¿Es que puede dañar la zona franca al interés patrio? Lo único que puede haber es que la proximidad permita que aquellos que en la zona franca se dediquen o pretendan defraudar al Tesoro, lo hagan como hoy pueden hacerlo en las inmediaciones de Port Bou e Irún, en Navarra y en la raya de Portugal. Eso ocurrirá en las proximidades de todas las fronteras, en España y en todas las naciones que tengan fronteras.
Su señoría ha obtenido hace poco de la Cámara sanciones muy duras contra los delitos de defraudación y contrabando, y me parece que en La Línea nadie la ha censurado; al revés de aquella región que yo represento sólo han salido plácemes, a pesar de la dureza de muchos de esos preceptos, y es por la razón suprema de que al que no trata de delinquir poco le importa que sean más o menos duros los castigos que se impongan al que falta a sus deberes, y por eso la inmensa mayoría de la población no se ha preocupado ni ha acudido a su representante para que viniera aquí con enmiendas, ni formulase siquiera la más pequeña indicación en el seno de !a Comisión de Hacienda, de la cual me honro en formar parte, para que se atenuase ninguno de los preceptos consignados en ese proyecto ya aprobado del Gobierno de S. M. Su señoría tiene medios: con disponer que aquellos que sirven o deben servir los intereses del Fisco cumplan estrictamente con su deber, está adelantado mucho camino para disipar esos temores que asaltan a S.S.; pero no es caritativo, en estos momentos, el cerrar la puerta tan en absoluto a la esperanza que hacía concebir a mis representados el haber redactado esa proposición en forma tan moderada y con finalidad tan modesta, pues en ella se deja en libertad al Gobierno para poder llegar a esa finalidad en la forma que estime más conveniente. ¿Por qué razón esa repulsa? ¿Por el interés político? ¿Es que pretendemos los firmantes de la proposición regalar a Gibraltar o la nación inglesa un pedazo del territorio patrio? Pues el depósito franco y la zona franca son remedios indicados, antes que por este diputado, por alguien que representa al Gobierno de S. M. Al Sr. Ministro de la Gobernación entregó no hace mucho el gobernador militar del Campo de Gibraltar, el digno general Villalba, una Memoria explicando lo hondísimo de la crisis que allí se atraviesa, cómo había bajado la recaudación por consumos en La Línea, como la vida era allí imposible y como el único medio ya que había dificultades para la habilitación de la Aduana, era conceder algo, dentro de la esfera del derecho y de la legislación, para que allí se pudiera vivir. En segundo lugar, se nombró por el Sr. Cambó un alto empleado, titulado defensor de los intereses del Tesoro contra el fraude... (El Sr. Presidente agita la campanilla). Voy a terminar, Sr. Presidente, y le ruego a S. S. que no me toque la campanilla; ya sé que S. S. está sufriendo al ver el sufrimiento que me produce la defensa de una causa justa, la forma en que ha sido recibida por el Gobierno. Decía que este funcionario de gran retribución, de gran renombre, de gran inteligencia y de una hoja de servicios intachable, que al mismo tiempo es un general que viste el honroso uniforme militar, ha dicho en todas partes y en todas las formas — no sé si lo dijo en papel de oficio, porque no soy de los iniciados en las cuestiones de Gobierno— que el único remedio para que La Línea no perezca, es establecer la zona franca. Me parece, señores, que con estos antecedentes y después con los firmas de las ilustres personas que han escuchado mi demanda y autorizan la proposición, que son todas ellas españoles de corazón, podía S. S. haber buscado otro argumento y no apelar a1 interés patrio para fundamentar su negativa. Se trata no de un mezquino interés político ni de un minúsculo interés de partido, ni de un insignificante interés de distrito; se trata de algo más grave, mas importante y de mayor trascendencia. El Sr. Ministro de Hacienda, en nombre del Gobierno, sólo ofrece a La Línea de la Concepción que el Gobierno verá la manera de que aquella situación no continúe; mucho mas hubiera agradecido a su señoría que hubiera añadido algunas palabras que hubieran servido de consuelo a aquella comarca, porque, dado el gran talento de S. S. y los medios de que dispone, bien podía haber indicado cuál podría haber sido la solución
que el Gobierno ofrecía para intentar un remedio al mal. Lamento no poder compartir mi opinión con el criterio de su señoría, que no puede satisfacer a aquellos en cuyo nombre hablo. Mis representados ya saben lo que pueden esperar de este Gobierno conservador. Por eso yo, Sres. Diputados, solicito de la Cámara que sobre ella se pronuncie. Tengo que cumplir hasta el fin con mi deber y con el mandato recibido. Entrego la proposición a aquellos que me honraron suscribiéndola y honraron a la región que represento, considerando justa y legítima su petición. Ellos considerarán si es o no oportuna una votación. No puedo decir más respecto a la proposición; lo único que hago es no retirarla. Hecha la oportuna pregunta por el Sr. Secretario (Ruiz Valarino), no fue tomada en consideración la proposición.