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forma de hombre, o de bestia salvaje, o de una planta, o de un pĂĄjaro, entonces decimos
muerte dolorosa.
Cuando los elementos mezclados vienen a la luz del dĂa bajo la
que hay nacimiento; cuando se separan, empleamos la palabra
La pluma en la piedra: Agradece la paciente espera de sus devotos lectores y el entusiasmo de nuestros colaboradores. Así mismo, reconocemos la valiente travesía del equipo editorial para que esta edición llegue a sus manos.
“Cuando los elementos mezclados vienen a la luz del día bajo la forma de hombre, o de bestia salvaje, o de una planta, o de un pájaro, entonces decimos que hay nacimiento; cuando se separan, empleamos la palabra muerte dolorosa.”
Cita: Empédocles Portada: Moreliana Negrete, “La creación” (detalle), fotografía del Cosmovitral, Toluca. Derechos Reservados. La
pluma en la piedra , Toluca, México, No. 21, junio 2013.
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Escribieron en esta edición José J. González Jaksel Nájera Mota Andrea D. Vázquez Moreliana Negrete Antonio Carrillo Cerda Susana Santos Mateo Alejandra C. L.
Artista
José J. González
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Editorial 5
Elemental Pequeña historia en borrador para armar una novela José J. González
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Quería ser agua y viento Jaksel Nájera Mota 16 Elementos del olvido Andrea D. Vázquez 19 Historia breve del cielo y el mar Moreliana Negrete 23
La Galería El sublime hematoma que nos habla de la sagrada melancolía de la carne José J. González
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Creación literaria Siete soles Antonio Carrillo Cerda
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Susana Santos Mateo
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Susana Santos Mateo
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La maldición de Roma. Capítulo 9. La espada de Robz (Segunda parte) Alejandra C. L.
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De la crónica de los Leones Sin odios ni razones
Convocatoria 60
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E
l mundo sigue girando y nosotros seguimos publicando. Junto
con el mes de agosto que se aproxima llegan dos años de “La pluma” en sus hogares. Agradecemos a todas las personas que han hecho posible mantener este proyecto, pues tanto los lectores como nuestros colaboradores nos han motivado a desvelarnos y editar, sin costo alguno, esta ponderada revista. Así que, mientras llega un año más, les presentamos en este número a: José J. González, Jaksel Nájera Mota, Andrea D. Vázquez y Moreliana Negrete compartiendo sus escritos sobre los elementos naturales, aunque usted podrá notar, querido lector, el predominio del agua, tan vital para el ser humano. En La Galería, José J. González presenta El sublime hematoma que nos habla de la sagrada melancolía de la carne, plástica perteneciente a su colección personal. Y en la sección que no puede faltar, Creación Literaria, podrá disfrutar de las colaboraciones de Antonio Carrillo Cerda, Susana Santos Mateo y Alejandra C. L. Diviértase mientras llega la siguiente edición, donde la temática principal girará en torno a las máscaras. ¿Quién se esconde bajo el nombre de esta publicación? No espere que se lo develemos. Cambio y fuera.
La pluma en la piedra 5
Pequeña historia en borrador para armar una novela Por José J. González
Primera parte Agua
─T
I u sexo sabe a miel. Él se había despertado con un sabor diferente pegado a sus labios. Se relamió los bordes de la boca y pasó lentas las yemas de sus dedos sobre su
morena piel tostada. Cerró los ojos como para evocar las posibles imágenes de la noche que acababa de pasar. Palpó con sigilo su cuerpo desnudo pensando en las manos blancas de ella, pensando en sus ojos sobre sus ojos y sus gemidos sobre su silenciosa palabra de creación. Se supo de carne y hueso, se supo con la carne como hueso. Ella, por su parte, se había marchado desde hacía más de dos horas. Se colocó con apuración las pantaletas y el brasier blanco. Se metió habilidosamente, en menos de un minuto, en el vestido floreado que en menos de diez segundos había resbalado hace algunas horas por sus senos hasta llegar al suelo. Amarró firmemente las botas cafés, que hasta ese momento él se daba cuenta desentonaban con toda ella. Él quiso acompañarla a casa, pero ella se lo había impedido, argumentando que “hasta donde sabe ella, yo estoy con J. y quizá está de compras por el Centro”. Él accedió y no tuvo más remedio que verla caminar apresuradamente hacia la puerta; cerró los ojos y de inmediato volvió a dormirse. Eran las once de la mañana cuando al fin decidió levantarse y darse un baño. Sabía que a las tres de la tarde tenía que ir por ella a su casa, que tendría que enfrentarse con su madre, haciéndose el loco porque no la había visto en más de quince días. Pensaba en las tres de la tarde y con ello también pensaba en Sartre y en Lispector. La idea de la hora terrible y peligrosa se le pegó en cada una de sus membranas sensitivas, lo que hacía que se pusiera un poco pálido. Se sentó en el borde de la cama a masticar la continua idea de entrevistarse con aquella mujer que tanto miedo le causaba, pues las veces anteriores que lo intentó no pudo evitar sentirse pequeño ante la imponente figura femenina que se le presentaba enorme. Miedo y placer, estos dos elementos convergían en su mente. ¿De qué podía hablar con la madre de ella? ¿Le hablaría acaso de la nueva pieza que acababa de pintar o del reciente trabajo del
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José J. González
que lo habían despedido por haber redactado una nota fortísima en contra de una paraestatal que le había costado al diario más de 3 millones de pesos por una demanda impuesta? Ella creería que su hija no podría tener nada bueno de un tipo como él, que incluso un vago podría asegurarle mejor futuro del que se podía esperar de este artista de quinta. Eran apenas la una de la tarde cuando decidió salir a dar una vuelta al parque cercano a su casa. Esto siempre le ayudaba a preparar un discurso para los momentos importantes, aunque al final de cuentas no le sirviera de nada porque terminaba olvidándolo todo. —Buenos
días H. ─dijo una joven mujer que pasaba corriendo en licra. Él se limitó a hacer
un gesto rápido con la mano mientras ella volteaba el rostro en dirección de él, lanzándole una breve, pero visible sonrisa. Se detuvo cuando se sintió un poco cansado. Se desabotonó un poco la camisa porque se sentía sofocado. Comenzó a hacer cuentas de todas las veces que había visto desnuda a M y concluyó que en todas esas veces ella siempre era distinta, ya sea porque le descubría un nuevo lunar en la entrepierna, o bien porque nunca había notado que su pezón derecho en lugar de ponerse erecto se esconde cuando ella está más excitada, cosa contraría a lo que sucede con el izquierdo. Como sea, nunca era la misma, incluso su aroma y sabor cambiaban continuamente, bien podía oler a jazmines y saber a naranja, oler a violetas y saber a nube. Dormitó por algunos minutos perdido en sus pensamientos. “¿Y si le compró flores? No, T podrá creer que lo hago por una especie de barberismo. Punto en mi contra”, pensó. Y aunque sabía que a M le gustaban las flores no podía arriesgarse que T le tuviera como un mamón romántico barbero. Cuando se dio cuenta de la hora que era, se percató que apenas si tenía tiempo para llegar. Cogió un taxi que le llevara directo. Las manos comenzaban a sudarle, no era nuevo en él. Miró sus anchos dedos que en otrora sirvieron para el trabajo pesado, para ese trabajo, que decía su hermano, no era para señoritas y licenciados. “Veinte minutos”, efectivamente faltaban veinte minutos para las tres y aún tenía que cruzar por el centro de la ciudad. Y cuando estaban a punto de cruzar el último semáforo una turba enfurecida en antorchistas les cierra el paso. “Una puta manifestación”. Lo que le faltaba, bien sabía que tuvo que haber salido con más tiempo para evitarse contratiempos como éste. Intentó telefonear al M, pero tras cinco llamadas fallidas decide bajarse del taxi y caminar por entre todo ese grupo rojo. Se percata que hay cámaras grabando aquel cierre de calles y de inmediato piensa en la mala fama que esto podía ocasionarle si alguno de sus conocidos le veía por televisión. Enfurecido
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Pequeña historia en borrador para armar una novela
por la situación echa a correr, empuja, grita, golpea y es golpeado. Su celular suena una, dos y tres veces, pero él no alcanza a escucharlo por el alboroto que pareciera no tener fin.
II —¿Cómo te la pasaste con J ayer, hija? —pregunta T. —Bien, mamá. Si te dijera que no pude pegar el ojo por sus tremendos ronquidos —T ríe y agrega: —¡Ay esa J! Pudiste haber dormido mejor si te venías directamente para la casa. —J insistió que me quedará a dormir en su departamento, y pues ya sabes, mamá, como se pone cuando uno le hace el feo a sus invitaciones. —Platícame, ¿qué tal estuvo el viaje? —Un poco cansado, ma. —Después de un breve silencio agrega: —pero bien valió la pena. —¿No has hablado con H? M se queda silenciosa nuevamente, se pierde en sus propios pensamientos. “¿No has hablado con H?”, vuelve T a preguntar. No, mamá, sólo hoy en la mañana que me llamó. ¿Qué te dijo? Pues nada, le he invitado a casa. ¿Hoy? Sí, ma, hoy a las tres. Pues esperemos que ellos no digan nada, ya sabes como son. Sí, ma, espero. T se levanta del sillón donde se encontraba sentada, se dirige a la ventana que da al jardín. Mientras tanto M la mira entre desconcertada y misteriosa, pero no atina a decir nada. Bebe su vaso de limonada que la abuela le trajo. —Tu papá ha venido está mañana, preguntó por ti —dice T sin dejar de mirar hacia el jardín. M no sabe qué contestar y da otro trago a su limonada. Se enjuga los labios y va hacia donde está T; se miran la una a la otra y nadie dice nada. Y luego, como si T hubiera olvidado algo se da la vuelta rápidamente mientras le dice a M: —Pues apurémonos porque el tiempo pasa volando. Esta repentina actitud de T le sorprende a M, no atina a averiguar que ha cambiado en su ausencia. Se recoge el cabello y se arregla el vestido floreado, sube a su habitación para acomodar un pequeño cuadro que H le ha regalado poco antes de desnudarla. Toca sus pequeños senos simulando las toscas manos de H, acaricia su sexo húmedo de placer. Cierra los ojos mientras sus delgados dedos entran y salen de su interior, está a punto de tener un orgasmo cuando T llama a la puerta. M de inmediato choca con el mundo como si se tratará de una enorme pared. Se reacomoda el vestido he invita a su madre a entrar. —Te noto agitada, hija. ¿Todo está bien?
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—Sí, mamá —responde tratando de recomponerse lo más pronto posible. T se sienta en la silla que está cercana al escritorio. En su rostro se puede adivinar cierta clase de nostalgia. M sabe que su mamá está a punto de decirle algo, pero no quiere apresurar el momento, no quiere incomodarla. Tiene que ser paciente, y es precisamente paciencia lo que a M le falta. Entonces T se decide a hablar con voz entrecortada: —Tu papá no quiere que sigas viendo a H. —¡Ay, mamá! Eso me lo dejó muy claro desde la primera vez que lo vio. Él piensa que es un vago bueno para nada. Quizá tiene la facha, ma, pero te puedo asegurar que no lo es. Él es un artista, mamá; esos hombres son raros, quizá es lo que él no entiende. —Un artista vago —agrega T con cierto tono risorio. M ríe. —Puede ser, pero a mi parecer es más artista que vago. T mira su reloj de pulsera y se percata que son las 2:30 p.m. M pensó en la posibilidad de que H se haya arrepentido de venir a casa, sabía del miedo que su mamá le provoca; pues él cree que ella lo detesta a morir. Puede que sea cierto, pero no es para tanto. —Tu papá dice que ese joven no te conviene, que ni siquiera pertenece a nuestro nivel. —Pues claro que no, mamá. Cómo diablos se le ocurre comparar a un artista con nosotros. Aunque me gusta que papá ya sepa el lugar que le corresponde —contesta enojada. —Pues, como sea, no quiere saber nada de él. —Se tendrá que aguantar, la última decisión la tengo yo, no él. Eso lo debe de tener muy en claro. No sé qué gana con tratarme como una niña. No, mamá, no lo soy. Del fondo de la cocina se escucha una voz recia y descompuesta: —Algo se está quemando en esta chingadera, hija. —Sí, mamá, ahorita lo apago —responde al instante T—, ahora regreso hija porque tu abuela se va a enojar si no voy. —Está bien, ma. No te preocupes. Mientras tanto M sigue acomodando su habitación. Ya está pronto a que den las tres de la tarde. El celular vibra dentro de la bolsa de M, ella no se percata. Apenas si tiene tiempo para tomar un baño rápido y arreglarse. ¿Y si no viene ese cabrón?, se pregunta. Pero de inmediato desecha la idea y empieza a desnudarse. Toca la asimetría de sus pezones y se sorprende sensible a su propio tacto. Antes de meterse a la regadera mira por última vez aquel extraño cuadro que H le regalo, trata de retener en su mente el título en aquella extraña lengua, seguramente inspirado en algunos de aquellos libros raros que acostumbra a leer H: Zi dingir enul la lugal kurkur ra ge kanpa. 10
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La musicalidad de cada una de las palabras que componían el título de la pieza comenzó a enredársele en los labios. Recordó las primeras cartas que H le escribía, cartas que no eran como las que una novia estaría acostumbrada a recibir, pues éstas por lo regular siempre estaban plagadas de tanta filosofía, de mucha teología, de muchas disciplinas y ciencias. Le llegó a la memoria aquella carta donde H le hablaba de las moscas, de la soledad, del amor. Una niña común y corriente no hubiera entendido nada de estas cartas y las hubiera tomado por una tontería, pero M era diferente, pues había comprendido cada una de las palabras que en ellas se plasmaban. No era una Otero, sino una Eva que siempre iba un paso adelante. Ahora ya había comenzado a olvidar el latín que hace años H se había esmerado en enseñarle; en su memoria apenas si unas cuantas palabras seguían estando presentes. Y entonces de la nada, como si lo dijera en automático, pronunció: modicus, et non videbitis me; et iterum, modicus, et vis videbitis me. Mientras el agua tibia le resbalaba por la blancura de su cuerpo y cada una de las palabras en latín le brotaban suaves de los labios, se transportó en el preciso instante en el que H le leía la Divina Comedia, después de que hubieron hecho el amor. También recordó algunos fragmentos de los poemas que H le había escrito y que innumerables veces le había dicho al oído. Recordó aquel poema donde se habla de una golondrina en bikini y no pudo evitar sentirse apenada por algunas imágenes que le resultaban eróticas y altamente propositivas. Si mamá leyera esos poemas seguro que se infarta, se dijo mientras reía. Querer o no, seguía sorprendiéndose por el hecho de que un hombre con la apariencia de H le escribiera poemas, le llamara algunas veces para tan sólo preguntarle cómo estaba, o para decir “Te amo”. No es creíble, se dijo los primeros días de la relación. H vino a romper con todos los esquemas que ella tenía formados y configurados en su mente. Sin quererlo, un buen día se dejó amar por H. III H corrió lo más deprisa que pudo. La campana de una iglesia cercana avisaba que las quince horas habían llegado. Comenzó a preocuparse por el hecho de que ningún taxi se encontrara en servicio. Intentó llamar a M para avisarle acerca de la marcha que le había agarrado en el Centro, esperando que le comprendiese y le diese más tiempo para llegar. Con menos de media hora le bastaba si es que no encontraba a alguien que le llevase. Desesperado y ya con pocas posibilidades de que M le contestara, decide correr lo que le falta de camino. Mientras tanto M y T esperan en casa, ellas y los abuelos esperan sentados, sus rostros
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denotan molestia, pues ya son más de las tres y la comida aún no se sirve. M se levanta de la mesa, va hacia la puerta que da a la calle y parada espera a que H aparezca de un momento a otro. Y cuando estaba a punto de dar la vuelta y cerrar la puerta, observa a H que viene corriendo a toda prisa; casi sin aire llega hasta donde M, se disculpa y trata de dar una explicación por lo sucedido, pero de inmediato es conducido hacia adentro. Pronto se da cuenta que todos están sentados a la mesa. Él no se esperaba esto, si de por sí con T es más que suficiente para que no diga palabra, ahora con los abuelos la dificultad de armar un buen discurso es casi imposible. —Ahora sí, ya podemos comer —dirigiéndose a H, quien se limita a encogerse de hombros, pues está más que claro que por culpa suya la comida se ha retrasado. La hora de la comida transcurre silenciosa, H mira a M y a T, mientras que F y C miran a H. T los mira a todos. Nadie dice nada. ¿Qué se podría decir en estos casos? Sólo es cuestión de que alguien dé paso a la primera palabra y lo que viene después ya es más fácil. Requerimos de la primera palabra como Dios hizo uso de la palabra para crear. C se levanta de su lugar y pregunta si alguien gusta un poco más de pasta. H no vacila en elogiar la buena sazón, pero C se abstiene de comentar algo. Ahora está por sentado que este momento tiene que ser silencioso El celular de H suena en medio de aquel suave ruido de tenedores rozando la fina loza. T lo voltea a ver, M le hace una seña para que no conteste, C y F lo miran entre curiosos y molestos. H apaga el celular y lo deja abandonado en el bolsillo de su pantalón. ¿Quién sería?, se pregunta. Un poco de pasta se le ha caído en el mantel, sin saber que hacer voltea de un lado para otro, como si temiera de algún castigo venidero o como si fuera un niño que sabe que ha hecho una travesura. M se levanta de la mesa, H hace lo mismo. —Permíteme ayudarte —dice H. —No, así está bien, tú siéntate, ahora vuelvo. Cuando M regresa le es inevitable no prestar atención en aquella singular estampa que tiene frente a sí. No puede creer que C no diga nada y tan sólo se limite a dialogar unas breves frases con F, mientras H trata de hablar con T. M lo mira con interés, quedándose parada en el umbral de la puerta que reparte la cocina del comedor. Piensa un poco en lo que papá le ha dicho a mamá, piensa en el extraño cuadro que H le ha regalado. —Y ora, tú, ¿qué te pasa? —dice C. M de inmediato se incorpora, trata de hacer que no lleva mucho tiempo ahí parada. Sonríe tenuemente. H la mira y no puede evitar sonreír también. —¿Vas a querer un poco de gelatina, cariño?
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De repente se hizo un gran silencio. Cesaron las pocas palabras que comenzaban a haber. Cariño, por qué diablos lo dije, se regañó M. Ahora no podía quitarse de encima la mirada inquisidora de C y F. Y como si el tiempo se cuajara, M sentía que cada segundo se hacía terriblemente interminable. Hasta que H dijo: —Por favor, CARIÑO, si no es mucha molestia. H sabía que con esto no sólo se condenaba ella, sino que él lo hacía también. Lo que bien pudo haber sido una bonita tarde, ahora podría transformarse en una molestia permanente de C y F hacia este hombre que no les reflejaba el más mínimo sentido de ambición, y que por tanto no podría darle a M la vida que llevaba con ellos. Los abuelos se levantaron de la mesa sin decir nada. T sabía de antemano que esto podía ocurrir, lo que quiere decir que ya esperaba una reacción semejante. Y aunque ella estaba también un poco en contra de la relación que M mantenía con H, estaba consiente de que no podía interferir. M y H se miraron, en sus ojos podía verse cierta alegría combinada con un poco de preocupación. Lo dicho estaba dicho, ya no tenían que explicar nada a nadie; lo que buscaban desde un principio lo habían venido a hallar aquí. T se levantó disculpándose por el inconveniente, les hizo saber que de inmediato hablaría con los abuelos. Se retiró a toda prisa. —¿Qué pasará ahora? —preguntó H. —Ni yo misma lo sé. —Tarde o temprano lo tenían que saber. —Hubiese preferido que lo hubiesen sabido más tarde —rio. En la habitación contigua podían escucharse algunos gritos. M y H guardaron silencio para tratar de saber lo que estaba ocurriendo. Se acercaron a la pared y escucharon: —Es que no es posible que M se quiera ir con ese pobre diablo. —Pero, mamá, nadie está hablando de que se va a ir. —Entonces, ¿qué quiere? —Tranquilízate C, T tiene razón. Además M ya no es una niña, ya sabe lo que hace. —Tú cállate viejo de porra. Basta con verle la cara a ese tipo para saber que no tiene ni en que caerse muerto. —Mamá, ya cállate, puede escucharnos. —Que me escuche, con lo mucho que me preocupa su opinión. H se echó para atrás, M le tomó la mano y los dos se fueron a sentar en la mesa. —Creo que es mejor que me vaya.
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José J. González
—Sabes que mamá se enojaría si lo hicieras —dijo M con un halo de tristeza. H comía lentamente la gelatina verdosa que tenía al frente. —¿Quién te llamó hace rato? —No lo sé, ni tiempo me dio para ver. Lo más seguro es que haya sido S. Luego guardaron silencio al escuchar los pasos de mamá acercarse. Cuando T se presentó ante ellos llevaba un gesto amable y calmado. —Ya lo entenderá —dijo—, hay que darle tiempo. Otro silencio. —¿Cómo está la abuela? —dijo H rápidamente. —Estará bien. Lamento que todo saliera así. —Usted no se preocupe. —Por el momento es mejor que te retires —dijo T. H se levanta y se despide de las dos mujeres. F lo mira desde la otra habitación, H le hace un gesto de despedida, que para su sorpresa es contestado. M abre la puerta y H sale, de inmediato F sale apresurado tras él. T se levanta asustada, M la sigue, ambas no saben si va desarmado, se alarman. ¡Abuelo! ¡Papá!, gritan, pero F no se detiene. H lo espera. F al ver que T trata de cortarle el paso, se detiene y sólo dice: —Dame un segundo. Sólo quiero hablar con él. Su voz es calmada, salvo por algunos sobresaltos productos de su aceleramiento. T duda entre dejarlo avanzar o hacerse un lado. M abraza a F. Mientras tanto C desde la puerta grita: —¡Métele un tiro, F! Métele un tiro! La gente de la calle se detiene a observar lo que está ocurriendo. Algunos hombres que conocen a F gritan desde la otra acera: “¡Ya quiébreselo, don F!”. H no sabe de qué forma responder, pero él sabe que no hay peligro, quizá por eso se detiene al ver a don F avanzar hacia él. —Por favor, señora, permítale a don F acercarse. T duda entre hacer caso o no. M suelta a su abuelo y T se hace a un lado. F avanza tranquilo hasta donde H se encuentra. La gente de la calle comienza a aglomerarse más. —Señores, la fiesta se ha acabado —dice don F a todos. Poco a poco la gente va regresando de donde vino. Pronto la calle queda vacía a excepción de algunos cuantos mirones que se han obstinado a quedarse. F y H se miran fijamente, pero ninguno de los dos dice algo para evitar ese silencio incomodo que se ha posado entre los dos. La escena es como aquellas como las de las películas del viejo oeste, donde dos sujetos están a punto de batirse en duelo. 14
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—Venga joven —dice don F—, acompáñeme. —¿Qué te pasa, viejo loco? —grita C desde la puerta—. ¿Ahora te largas con tu compañero? M y T miran cómo los dos hombres se alejan poco a poco calle abajo. C se queda gritando, mientras la tarde comienza a caer silenciosa y misteriosa en aquel lugar. M abraza a T, pero en ambas se puede oler cierto aroma de felicidad. Una suave brisa de primavera cae, el viento mueve armoniosamente los árboles de alrededor. Algunos cuantos perros, a la lejanía, ladran. M y T caminan tranquilas a cubrirse de la llovizna. C ha tomado asiento. Dice nada. IV Chabelito, tráenos dos cervezas por favor. Una para mí y otra para este joven. Enseguida don F. Un buen mozo de inmediato trae las dos cervezas que F ha pedido. Continuara en el siguiente número ☺
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Quería ser agua y viento Por Jaksel Nájera Mota
M
e entretengo en las sombras buscando una oración, los detalles de tu invocación. No recuerdo las palabras, no recuerdo los cantos ni los movimientos para entregar mi fe a los seres invisibles. Estoy desesperada, quiero hacerte volver, ¡resurge de la tierra, escucha mi oración!
Es mejor esperar al amanecer, en la oscuridad no logro ver nada, no hay luz, ni un sólo foco,
no tengo lámpara, nada para alumbrar, regresaré. Estoy segura, ese papel lo enterré en el tercer surco de la milpa, a 45 pasos de la calle, pero no lo encuentro. Aún falta para la llegada de la aurora, iré a casa. Nunca me ha gustado el amanecer, recuerdo cuando le imploraba a la noche su llegada, quería retrasar las puertas de mis parpados, sólo en ella podía encontrarte. Te invoqué una vez y respondiste a mi llamado, puedo hacerlo nuevamente. Aquella vez te alejé de mi lado, fue por orgullo, me sentía superior, mis sentidos se extraviaron pensándote sumiso, débil, esclavo, eras el ser más invisible, el más apartado, un errante, impensable, —ignorante de mi— creía estar a la altura de todo deseo, de toda oscuridad, creía saber los secretos más profundos, creía dominar mis emociones, mis sentidos, mi cuerpo, incluso me creí capaz de doblegar a las leyes de la naturaleza. Me sometí a las sombras, enclaustrada, alejada de todo lo humano, preparé mi iniciación, sometí mi cuerpo a todos los tormentos, lo ofrecí al viento y al agua, así, volverlo huidizo, hipócrita en su sentir y en su pensar; repetí los cantos sin descanso, quería volver inútil a la verdad, borrar con una alabanza cada uno de mis nervios, mis lágrimas fueron testigo del hundimiento de mi alma, fueron ellas, quienes deshicieron la humanidad, en ese momento, aún visible. Los desgarros del tiempo desprendieron mi piedad, el encierro nublo mi vista, no podía distinguir las palabras, sólo escuchaba las oraciones (minutos antes pronunciadas) aún en el silencio, en la multitud me entregaba a ellas; creí ausente a todo ser y en esa ausencia me fui muriendo. A pesar de lo putrefacto de mi ser, seguía pidiendo adormecida en la oscuridad, ya sin fuerzas.
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Quería ser agua y viento
Entraste al cautiverio de mis emociones, doblegaste las caducas trampas de mi alma, fuiste tú la emisora de la oración, la repuesta de mis suplicas hechas a las tinieblas. Fuiste tú la burla ante mi ignorancia. Me perseguiste, y yo absorta en mis meditaciones escribía una bitácora presumiendo el control de mis afectos. Pasó el tiempo, hasta aquel día cuando volví mi rostro hacía el tuyo, tu mirada acariciaba mi cuerpo, confundí el andar, las figuras de la realidad convulsionaron. Me di cuenta de la falsedad de mis interpretaciones, tantos días, tanta oscuridad, leyendo los mismos textos, haciendo los mismos gestos, creyendo invocar a la frialdad del espíritu, quería ser agua y viento, vivir en un mundo congelado. Humillada, enterré el papel, los cantos, las blasfemias, toda oración. Cuando conocí la flaqueza de mi saber, seguía dándote la espalda, orgullosa, soberbia, arrogante, no quería hincarme ante ti. Sin embargo, eran tus brazos, tu olor quienes me cubrían hasta quedar completamente dormida, eras tú quien me empujaba al amanecer para encontrar sólo el fantasma de tu ser. Intocable, indecible, no me explicaba cómo podían adquirir materia mis emociones, si eran provocadas por tu ausencia y nunca por tu presencia, las creía efímeras como tu cuerpo, falsas como mi soberbia. Me doblegaste acribillando mis noches, alargando mis días, fabricaste el encuentro haciendo vulnerable a la carne, te creí inexistente, me sentí intocable. Eras un error, una sencilla confusión de palabras, pero nunca supe el nombre del demonio al cual invoqué. Te burlaste de mi ingenuidad, esperaste hasta verme destrozada, cuando mis deseos giraban sobre la misantropía, alabaste la miseria, te olvidaste de mi alma para conquistar a la masa animada. Nunca fui agua ni aire, sólo era materia y tiempo. Se dice que fuimos creados del barro y el soplo de un dios, del maíz y de la sangre, pero tu fantasma parece creado del delirio, no eres agua ni viento, te asemejas al fuego y al latir de la tierra. Fuiste creado de la noche, de la luna, del campo santo. La invocación llegó a su fin, el humo de tu imagen se disipó, dejé de orar, estaba confundida, habías aplastado mi ego, jugaste con mi pretendida sabiduría, sólo quería ser indiferente a la vida, un viento fugaz sin huella. Con el alma apartada de la humanidad, destrozada, mi cuerpo revivió sobre su cadáver, aunque te busqué ya no estabas, necesitaba invocarte, pero olvidé los cantos, las vibraciones de mi cuerpo rompieron a las sensaciones fingidas, exploté y me arrepentí de no ser como el fuego.
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Jaksel Nájera Mota
Recuerdo cuando fui a enterrar mis emociones. Siendo de madrugada decidí escavar la tierra santa, dormir en las entrañas de un agujero muy profundo para refugiarme de mis emociones, cubrirlas con la muerte, con la frialdad, con el propio abandono del lugar; entonces, una voz en la lejanía sacudió mi tranquilidad, los sueños se volvieron vida. Y aquella voz revivió mi cuerpo, gritando desde la propia tierra. Sumergida en la tierra pretendía esconderme de los deseos impropios, pero la tierra guarda los latidos de las sensaciones, desde las más oscuras hasta las más puras. No soporté las pulsaciones, mi corazón golpeaba mi pecho con furia, pero sobre ese campo, tan sólo era la música de fondo de los gritos, un sonido acoplado al palpitar de los afectos, provenientes de las tumbas. Salí corriendo, con mis tormentos aún más vivos. Temblando y con tu nombre en los labios. Estoy segura, la oración está en la tierra, la veré en la luz, al amanecer…
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Elementos del olvido Por Andrea D. Vázquez
I Recuérdame bajo la regadera cuando el agua acaricie tu piel tersa, encuentra en el vapor mis brazos que te rodean y en las gotas, como antes, como siempre, estos labios que alguna vez besaron tu delirio, revive a diario, el tiempo en que te arrastré bajo la lluvia para amarte, escucha al riachuelo que nos cantó aquel día mientras apagábamos el frío, deja morir la ausencia, guía mis manos líquidas, escóndelas en tu intimidad, bébeme a raudales y vuelve a este mar inmortal donde te espero con la bruma entre mis olas y el sol de la distancia evaporándome. Yo, agua y sal, mar insomne.
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Andrea D. Vázquez
II Tiempo atrás tú hacías de mi cuerpo el combustible con el que alimentabas tu ignición, y me abrasabas con insaciable frenesí; tu fuego completa me envolvía devorando la pasión que férvida te daba. El Vesubio despertaba en mis entrañas con sólo observar la cadencia de tu llama, ese coqueteo travieso que rompía mi oscuridad. Así la erupción sobrevenía, y una lava desbordante y disoluta arrasaba mis pendientes. Luego, consumido ya mi cuerpo, cuando las piras ya no andaban sobre mis senderos y era cenizas este paraje inmenso, como Fénix emprendías el vuelo.
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Elementos del olvido
III Con el murmullo de las hojas advierto tu presencia; te apareces... Como dulce viento estival juegas con la cascada de petróleo que cae sobre mis hombros, hablas a mi oído con el idioma de los Dioses, tu ráfaga me golpea y te cuelas entre mis vestiduras dejando el espejismo de tu humedad sobre mi piel, luego, inclemente, azotas las montañas que me forman y vas surcando con tus remolinos las planicies. Mas el viento sigue su camino levantando muchas otras cabelleras, liberando suspiros intermitentes, elevando palomas, gorriones, alondras... Coleccionando de otros cuerpos, los aromas. Y yo me quedo inmóvil pues a cada aliento reaparecen los torbellinos de Amor sobre mi vientre.
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Andrea D. Vázquez
IV El reloj de arena agota su tiempo y va cayendo ésta como tú, vida, sobre las dunas de mi memoria; te veo caminar insolado, muriendo en el exilio, arrastrando un pesado cúmulo de momentos, esos que vivimos disfrutando del oasis que brotaba de mis labios y tus manos. Avanzas muriendo, perdido en el polvo de los amores que de la misma forma, entre tormentas de otras pasiones, fui enterrando —aún encendidos y lastimeros— hasta que no eran más que otra duna de arena en mi desierto.
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Historia breve del cielo y el mar Por Moreliana Negrete
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l cielo es azul porque los micobrios del
aire (así se llaman) se comen la luz del sol y él, enojado, los pinta de ese color para que les de vergüenza salir a la calle. Entonces, como todos viven en el cielo y es una población que se desborda por las nubes, las personas piensan que ese es su verdadero color. El mar, por el contrario, es azul para que el cielo crea que realmente lo es…
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La GalerĂa
La Galería
José J. González, El sublime hematoma que nos habla de la sagrada melancolía de la carne. Técnica mixta sobre tela, 34 x 32 cm, 2013. De la serie: “Transmutación de la locura”. Colección personal
La vida se crea una sola vez: con dolor, lágrimas y sangre. Quien no haya atravesado el portal por donde llegan al mundo todas las cosas, no tiene el derecho de llamarse hombre. El hombre sufre al saberse dios de sí mismo, pues es entonces que reconoce su finitud, la debilidad de su cuerpo, de su mente, la responsabilidad de cuidar su creación, su sí mismo.
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Siete soles Por Antonio Carrillo Cerda
UNUS – El Sol primero es idéntico al descrito en la Ignorática. <<El sonido ambiental es el de un babuino en celo>>. El astro incandescente ilumina la apacible tarde de dos hombres sentados en torno a una mesa circular. Simulan —con éxito— una insólita e innecesaria amistad. Mirándose esquivamente dialogan acerca del universo, y de la posibilidad de existir idénticos y disimiles en espacios inalcanzables de tan lejanos. El uno más ciego que el otro, el otro más alto que el uno. Se corrigen, se insultan —con gracia—, se censuran y complementan. Bajo este sol, concluyen: “Ignoramos en demasía”.
DUO – El segundo Sol alumbró Jerusalén y las afueras de Atenas. <<Al fondo el rumor de un centenar de mujeres atareadas>>. El más ciego y el más alto a simple vista parecen idénticos a los anteriores. Sólo cuando abren la boca para emitir un mensaje, es posible notar que ambos tienen los dientes deformes y sucios. Mientras conversan, del Infierno subterráneo, cuya existencia ha sido demostrada por el Granparalítico. El vidente sugiere la necesidad de una conducta desenfrenada, el otro difiere. Luego de acordar la renovación ulterior de la sesión, fingen una despedida fraterna. Aquí, desde el ascenso al trono del Granmisófobo, el contacto físico es ilegal so pena de muerte, aunque el visual es altamente tolerado.
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Antonio Carrillo Cerda
TRES – El bellísimo y tercer Sol fue soñado y representado en piedra, bruñido hasta alcanzar el lustre de lo sagrado. Sol de sectas extremistas y religiones oficiales. <<Sólo algunas ráfagas de viento son registradas por la videograbadora al frente de la escena>>. El artista describió la instalación como una metáfora del ensimismamiento y de la incomunicación. Los dos hombres de cera amarilla se derriten lentamente sentados a la mesa bajo los rayos ultravioleta del desierto, vigilados vía satélite y retransmitidos en vivo a todos los ordenadores del globo: “Quise dejar claro que dos hombres en una mesa, en nuestra era, son incapaces de comunicarse efectivamente. En cambio, la red desencadena un flujo de respuestas inmediatas que recorren el planeta y unen los pensamientos más bellos y diversos, venciendo todo tipo de obstáculos espaciales y lingüísticos. La distancia es el medio que nos une, la proximidad y el miedo al otro nos entorpece y calla”.
QUATTUOR – El cuarto Sol de fatigas, ámpulas y piel agrietada. El Sol que detesta la raza oscura. <<Audible, el sonido de adobes que se cuecen lentamente en un horno cercano>>. Acababa de hablar con él. Cercanos de toda la vida. Me repitió el texto de la promesa. Él sabía de los números sagrados,
de
lo
escrito
en
la
oscuridad del espíritu. Calmó mi corazón con sus palabras: “No te afanes en el dolor, que su nombre será revelado”. Luego de abrazarme con fuerza y de gritar lo que aún creo que fue mi nombre, vi a mi hermano dejar el lazo de mi mano, para seguir a los suyos.
Sentí por un momento que hablaba a un muerto. Oré exasperado a los lejanos cielos. Supliqué al Dios de mis padres la respuesta. Jamás contestó. Vi hombres arrastrados por caballos indómitos, mujeres que abofeteaban a sus hijos pequeños, ancianos se arrojaban de la célebre torre... Escuché que me llamaban, lo abracé, su rosto idiota y desconcertado se clavó en mi corazón como una daga. Poseso de algún mal espíritu, se expresó diabólicamente atrayendo otras bestias a él semejantes. Incapaz de exorcizarle lo dejé. Aquel fue el día de los abandonos.
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Siete soles
QUINQUE – Este sol es la copia infiel del Sol verdadero, centro indiscutible del sistema interplagiario. <<El sonido de un hermoso libro que se estrella en el cristal luminoso de una Xerox IDENTICAL>>. En este universo mínimamente singular, rigen las leyes conocidas y desconocidas de la física, y una más: “Todo lo dicho, escrito o por enunciar tendrá que ser imitado incesantemente” Teoría de la paráfrasis sin fin. Frente a la Fotocopiadora Central (0.17 ¢), una larga y creciente fila de estudiosos solicitan desesperadamente la reproducción de algunas secciones de los textos que han elegido de la biblioteca “No más de tres por vez”. Toca turno a una joven que chilla de tan blanca. Según se observa, copiará de dos libros los siguientes intervalos: 5-25 y 23-41. El primero lleva por título El arte de la cacofonía y otros estudios aporísticos; el segundo, mucho más ambicioso en extensión, se titula —según dicta la contraportada— De la distancia entre el título y el contenido. El autor del primer libro soy yo. En el otro, alcanzo a ver tu nombre.
SEX – La caricia del sexto Sol descendió al cuerpo y el cuerpo se tornó erógeno, emergió del hueso la voluptuosidad vuelta carne y en ésta germinó el placer. Está escrito. <<Pocos escuchan el sonido que hacen las piedras al ser sujetadas por docenas de manos de mujeres buenas>>. La mujer de rodillas pide piedad. Los dos moralistas, defensores infatigables de la rectitud, exponen desde la castidad de sus vestimentas impolutas las afrentas y deshonras de la Ramera en perjuicio del pueblo: “Se le vio en ayuntamiento con dos santos varones, columnas de nuestra nación”. “Adoradora de dioses falsos, culpable de sacrificar, a ídolos paganos, el producto de sus desafueros”. “Estudiosa de libros indebidos, propagadora incorregible de principios aberrantes”. “Practicante acérrima de la autosatisfacción, privativa del desahogo de los hombres”. “Portadora de toda clase de pestes”. “Inventora de una decena de brebajes y ungüentos para evitar la gravidez, comprometiendo la continuidad de nuestra Santísima Sangre”. Expuestos los argumentos, el juez de largas y blanquísimas barbas a todas voces comunicó su sentencia: “Que esta Ramera sea lapidada de inmediato, para que no contamine ni un segundo más nuestros ojos con su existencia inmoral”. Los detractores bajaron de sus altos púlpitos, para complacer al público ansioso de besar los rubíes de sus anillos, símbolos indiscutibles de superioridad moral. Tras la acostumbrada ovación, los dos seres celestiales se encaminaron al burdel para dar continuidad a su infatigable búsqueda de iniquidad. 29
Antonio Carrillo Cerda
SEPTEM – El séptimo Sol arderá por siempre. <<Sonido de papel quemándose>>. Tras largos años de interminables sesiones de lectura, encontraron, no por casualidad, el apartado de Las incandescencias en aquel libro execrable. El jardín se desbordaba en lilas y el aroma de las rosas del pórtico inundaba el salón, reanimando las maderas ancestrales, acento de inmaterialidad en el vodka que expande los sentidos. Leyeron en voz alta el capítulo: Duratividad del hereje, ultimaron que “el cuerpo de un blasfemo arde con mayor intensidad que el de un adultero, sosteniendo su incandescencia por arriba de traidores y asesinos”. Los dulces poemas de La celda iluminada, escritos durante la Guerra Polar por el laureado torturador, desencadenaron las reflexiones más apasionadas, así como una breve pero entusiasta discusión en torno al soneto Triste quemadura, cuyas extravagancias morales consideran el sadismo como “vehículo de la catarsis pura”. Bebieron más de lo habitual. Atribuyeron al etanol su incapacidad para descifrar las metáforas más embrolladas. El artista advirtió la falta de luz, “El día termina”; la tarde regalaba los oros y magentas de su retirada. Dedicaron los últimos esfuerzos al estudio de la sección titulada: Combustión trascendente, mientras fumaban el cigarrillo de costumbre, apoyados en los almohadones de la sala. El poeta leyó en voz alta la tabla de contenidos: “Ignición espontanea, Fuego oscuro, Zarza en llamas, Tonalidades de la flama…” Volcaron su interés en la sección que hablaba de lo Reservado para el fuego. Lo que en principio les pareció “un texto filosófico”, avanzó hacia “manual de alquimia muy elaborado”; terminaron por considerarlo “charlatanería”. El escrito sugería la creación de un Universo Solar, a partir de la destrucción controlada del inexpugnable libro. Pero quién —luego de tantos años de firme devoción— se atrevería a arrancar una hoja de aquel misterio y comenzar el ritual. “Dice que los creadores no experimentarán ningún dolor”, “el libro debe consumirse en ambas direcciones”, “serán como dioses”. Quizás por heredada curiosidad, quizás por influencia del alcohol, “Debemos cerrar el libro una vez más”. “Que sea una de las lenguas absurdas”. Brindaron con el resto de la botella de vodka. Fumaron con parsimonia el último cigarrillo. Un pacto de silencio. El artista dejó el libro abierto sobre la mesa circular; no sin placer, el poeta arrancó la hoja derecha, “qué delgada es”, el otro arrastró con fuerza la cabeza de un cerillo sobre el borde de la caja. La mano con la hoja de difusas y desconocidas palabras y la otra, temblorosa, con la diminuta flama en estrecho contacto. El papel comenzó a arder, la luz emitida era blanca, casi eléctrica, aun sufriendo la memoria del fuego, lo introdujo en su boca. El fuego envolvió sus labios, sus ojos se llenaron de flamas y las manos del poeta ardieron en fuego líquido; él las miraba y sonreía, mientras las llamas fluían como agua de su interior. La hoja izquierda fue cortada con
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Siete soles
violencia por la mano del artista e incendiada con el fuego que manaba de su amigo. Tragó con miedo y fe la leve y fugaz incandescencia, y el fuego hizo de él una antorcha humana; de sus pies brotaron feroces llamaradas ascendentes que entibiaron su corazón. Y surgió en ellos el deseo de permanecer, cortaron una y otra hoja atizando el fuego de cada uno casi con desesperación. Las maderas soltaron su fragante resina, la mesa de mármol gris se partió en dos, la biblioteca floreció en ascuas atormentadas, la mansión era una hermosa hoguera nocturna de rojizas flamas. En breve la ciudad entera se consumió en gritos endemoniados de dolor. Las bestias y los hombres huyeron a las montañas cuando la noche se volvió día. Y surgió en ellos el deseo de saber y engullendo las innumerables páginas incendiaron el bosque y el desierto, hirvieron los mares primitivos y las arenas soltaron su cristal y pronto la tierra entera era un pequeño incendio en expansión. Nada hecho por el hombre, ni siquiera el hombre sobrevivió al furor de su deseo. Y las lenguas de aquel libro les fueron reveladas, llegaron a ignorar nada. El símbolo de la primera lectura, que enloqueció a sus predecesores, fue descifrado y su insignificante significación. Y surgió en ellos el deseo de ser y el libro satisfizo su deseo con inagotables recursos. El intenso calor atrajo los lejanos planetas, las estrellas, las galaxias, la materia oscura y las energías del cosmos fueron consumidas; y fue así como fue lo que es. Y al final, la oscuridad dominante acompañó la sosegada meditación de los devoradores, hasta que la impredecible voluntad del libro develó su misterio:
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De la crónica de los Leones Por Susana Santos Mateo Al pequeño que duerme de sonrisas, Leonel. Hay leones que zarpan el mar, sus garras atrapan peces celestes para colgarse de sonrisas ásperas, duermen poco fuera de su telaraña, pero observan, ven, ven de más, y al dormir rasgan una burbuja de sal.
H
as devorado las carcajadas
Arden las tardes incoloras
tus rugidos crujen de peces
encadenan los tiempos agridulces
al ver explotar las estrellas
se incendian las gardenias
crecen las plantas con tus pies.
al ritmo del Árbol.
La lluvia de su rostro
Los gatos derrumbando soles
almidona aves en crecimiento
abren cajas de colores
y pacta una dosis de canto
roen marcas insondables
sobre su mirada agorera.
y cortan-pegan las letras.
Las telarañas entronan burbujas de tonos inactivos que al palpitar ensanchan la danza desechable de morosos gatos amorosos.
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Sin odios ni razones Por Susana Santos Mateo* Sobre verde* Entre duendes se niegan la entrada, ¿duendes? ¡Será el caos! Los vencedores llevan a cuestas un gran topacio, es la representación de una cucaracha grande sobre lunas pequeñas. Tristes sobre su porquería aplastante. Pequeños duendes verde olivo aplastados, deformes con su picante sangre machacándoles el cuerpo. Un mosaico deforme, ojos, pies, manos, orejas y demás partes de cuerpecitos tiradas en el suelo, en los años, muchos años perdiendo sesos, cuerpos, almas y voluntades por piedras. Los duendes olivos se esconden en la escarcha agria compuesta de huellas derivadas en el infinito.
* Decidieron caminar hacia atrás no pueden beber discuten sobre el agua estudian las características físicas y ficticias Estos cangrejos cuentan leyes aglutinadas el todo esgrime en el mar asfáltico en donde no encuentran aguas y son las mismas que no sienten caminan hacia atrás olvidan el mar.
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Susana Santos Mateo
* Ratones sincrónicos
Mi cuerpo posee un terrible mal:
en cantidades exactas
Nada
ciudades petrificadas
nada y nado dentro de él.
arrastradoras de roedores
No hay demasiado al respecto,
putrefactos con pequeñas
es incurable.
maletitas llenas de fantasías las ciudades caen
El Sol parece marchitar mis pupilas:
errantes erratas
lenta, lentamente.
sin ratas ni gatas.
El calor raso comienza una búsqueda
Miauuuum*
para guerrear constante y latente.
Metamorfoseándome,
Al obtener la petrificación del tiempo,
no, no en una cucaracha.
pedacito de luz segante y segadora.
Silencio. No se extrañen
Personalia*
si no sienten mi materia figural.
Esferas en mis manos circulan elípticamente
No carácter de semidiós;
Una cerveza más
no héroe, no viajero temporal.
Y que importa lo que en segundo suceda Sí son las bastas hienas
Poseo un rostro incongruente.
Enmarcadas en el trasfondo de la multitud
No soy la vaca flaca que antes fui.
Prohibido correr atrás
Tres bigotes de cada lado armonizan mis
Ni adelante mientras esto no termine
facciones,
Y es que en diversas formas
y no; no tengo cara de gato.
Es mejor morir en medio de tanto bullicio En manos de la hiena vacía e infectante.
Garras en lugar de pezuñas
…*
Nada me molesta más que dormir todo el día y masticar trocitos de roedora carne cruda toda la noche. Estado de espera*
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Sin odios ni razones
Vivos que controlar cinco agónicos en cama veinte camionetas nuevas quince niños desaparecidos. Un toque de queda. Quince canciones luctuosas veinte Minervas por enterrar cinco locos sangrantes mil ocho mil errores. Un pueblo en reserva Vivos en peligro de extinción.
* Una mirada fija
Tintineo*
sobre los pequeños días sin probar alimento
Las estrellas cayeron de un tajo cuando recibí la
necesidad
noticia, algo muy gravé, me calcinaba, no podía
flaqueadora de estómagos;
hablar, pero, grité sin control, las estrellas caían
las hormigas
una a una sobre mi cabeza, cabeza difuminada en
luchan por obtener
gritos, los trocitos de estrellas ahogaban los
un trocito de carne insecta
sonidos. Me hinqué bajo ese cielo vacío sin señal
de ese gran grillo
alguna…
piernas carnosas que paseándose
-Haz muerto-…
se contonea salta canta encanta muere alimenta.
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Susana Santos Mateo
Campana nocturna*
Vamos*
Luna
Peleamos, jugamos, cantamos, caemos;
no sé hace cuánto
con extraños, amigos, alcohólicos, drogadictos,
ni sé cómo hace tanto
pasivos, apretados, ligeros, infieles, callados
el tiempo comenzó a esparcir
Directo a los cielos, a las ruinas, a los infiernos
recuerdos y recovecos desteñidos
En un tren, en un avión, en un barco
los años se voltearon no vieron nada
Ebrios, sobrios, felices, enojados
los prismas comenzaron a especular
Regresamos.
a mi vieja de cabellos blancos risas tristes
De la sin razón*
en recuerdos que invadieron y cambiaron todo las manos de sus plantas se aferraron al ayer
Son las cinco de la tarde, sólo poseo una papa
los caracoles son extraños esparcen el tiempo
hervida en mi bolsa, quizá podría esperar dos
son sospechosos de crear presente pasado futuro
horas para comerla a las siete, y así evitaría tener
lunar
hambre a las nueve. No sé que hacer, quizá como
lunando
lo he dicho siempre, al rato sale algo, ¿y si al rato
luna.
no sale?, dormiría con el estómago vacío, ¿y si sale algo?, comería y cenaría, igual que anteayer. El cuerpo es para disfrutarlo, ¿amigo o verdugo?
Círculos compactos*
Aún no lo sé, creo que el cuerpo es la enfermedad
El movimiento de las ratas es abrumador,
del alma que desde siempre me hace padecer.
retorcido cruel y agudo; marchan constantemente al compás de sus colas. ¡Qué fácil debe ser su
Tengo una papa hervida en mi bolsa, no sé si
vida! ¿Sabrán que su cotidianidad molesta a
comerla o esperar, al fin y al cabo ayer me
aquellos que no poseen una extensión trasera?
encontraba en la misma situación: cinco de la
14-03-09
tarde, papa hervida, dentro de mi bolsa… y si cambiara la posibilidad de ayer, y se repitiera la de anteayer y hoy, saltando ayer por siempre…
*
Editora de las publicaciones Triciclo vagabundo, editorial independiente de Toluca con dos ediciones hasta el momento; y Dislexia, revista de creación literaria con dos años de publicación.
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La maldición de Roma Por Alejandra C. L.
M
9 La espada de Robz (Segunda parte) aría y el resto del equipo descendieron lentamente del diazi que los había llevado, segundos después de que los tres participantes entraran a la tienda. Adela acarició por un momento la nariz del animal que la movía igual que los conejos.
—Vamos. Ellos ya deben estar empezando a comer —anunció Rodrigo alegremente,
mientras el sol estaba en su máximo punto—. Hay que apurarnos o si no, no habrá nada para nosotros. Todos siguieron al alcalde de la ciudad al campamento con felicidad. Todos irían a felicitar al ganador de la primera etapa y las doncellas ya ansiaban verlo de cerca. Tan sólo lo habían visto en pequeños instantes cuando rondaba por la ciudad en la semana anterior, cinco minutos antes de que él se elevará por los cielos y por unos segundos cuando chocó con el árbol antes de que entrara a la segunda dimensión; y, sin embargo, su corazón ya estaba tocado como si acabaran de presenciar a su príncipe azul. Sentían maripositas en el estómago y la emoción de verlo tan cerca les consumía el pensamiento. Pronto se escucharon varios gritos adentro y los aldeanos presintieron que algo no estaba bien. Todos retrocedieron, con excepción de Rodrigo y el Equipo Balzac. Adela hizo una extraña floritura con la mano para hacer aparecer la ballesta. —Adela, ¿cómo...? —preguntó María atónita ante lo que acababa de ver. —La ballesta y yo somos uno solo —contestó Adela con voz decidida—. Esto me lo enseñó mi padre —dijo con arrogancia después—. Es pasada de generación en generación, entre los Méndez por supuesto. Sin embargo —terminó con voz trémula—, no hay tiempo para explicaros estas cosas. Algo está pasando ahí adentro.
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Alejandra C. L.
Xavier se puso enfrente del hombre, quien vestía una túnica extraña. Su cabello era blanco como la nieve y su rostro lleno de cicatrices daba miedo. A pesar de eso, a Xavier no le importó. Puso una mano en la mesa, donde había recipientes de comida vacíos. —Hágalo. Constatad mi llegada— dijo duramente. El hombre sonrió. Su sonrisa macabra marcaba más las cicatrices de su rostro. —Muy bien —dijo. Su voz era susurrante con un extraño dejo de maldad—. Muy bien, ¿quién sois? —inquirió mientras fingía buscar tinta y papel. —Xavier Balzac —cortó secamente el chico. —Y supongo que ganasteis la carrera. —¡Por supuesto que sí, viejo estúpido! —encasquetó Xavier, tomándolo de la túnica. —Soltadme —dijo con desprecio el anciano. Xavier así lo hizo, con furia. —Hay una cosa que debéis hacer para constatad vuestro premio. Iker y Negu se miraron estupefactos, como si no esperaran esa parte. Su tío era el realizador del torneo y, por lo tanto, para favorecer a sus sobrinos, les había dicho todas las partes de la prueba, y lo que estaban viendo no era parte de ello. —Esto no está bien —susurró Iker, preocupado, a su hermano. Negu asintió. Avanzó amenazadoramente ante el viejo para proteger al que había ganado. —Vos no sois de este lugar —dijo, levantándolo por el cuello. Su rostro se contorsionó de ira. —No debo dejar que siga avanzando —jadeó el hombre, levantado a los aires por Negu. —Insolente —reclamó Negu apretando con más fuerza el cuello del hombre. —¡Negu no! —chilló Xavier al ver lo que hacía—. Este señor es el juez. Debe constatar mi llegada. Negu lo miró con odio. —El único que debe constatar vuestra llegada es mi tío —comentó determinante. —Pero, pero... —Xavier estaba asustado— ¿Y éste quién es? —¡Soltadlo Negu! —gritó Iker perturbado—. ¡Tenemos que avisarle a la familia! ¡Esto ya se salió de control! Negu lo soltó con estrépito al suelo, al parecer sin vida. —¡No! —espetó Xavier con rabia abalanzándose sobre el cuerpo del hombre—. ¡Matasteis al que constataría mi llegada! ¡Sabía que no debía confiar en vosotros! ¡Seguro sois aliados de Amelia! 38
La maldición de Roma. 9. La espada de Robz (Segunda parte)
—No volváis a decir eso —susurró con odio en cada una de sus palabras Iker—, porque nosotros somos víctimas del poder que está creciendo en Ella. —¿Víctimas? —sonrió con sorna Xavier—. ¿En qué forma eh? Decidme. —No —murmuró Iker con un susurro—. No debemos revelar el secreto. —¿Cuál secreto, maldita sea? —ladró Xavier. Estaba desesperado. Además, ¿dónde estaban los aldeanos?, ¿por qué no entraban? De repente sintió una oleada de pánico detrás de él, levantó la mano sólo por instinto, sosteniendo poco después una daga afilada en el aire. —De modo que no está muerto el maldito —murmuró Negu entre dientes. Xavier volteó. El hombre que hacía unos momentos había creído por muerto, estaba sonriendo débilmente. —Ella no quiere que lleguéis. Esa espada debe mantenerse en su lugar. No se debe cumplir la profecía de Armando —aseguró febrilmente. —Pues eso no será posible —habló una voz femenina desde la puerta. Xavier nunca pensó que sintiera tanta alegría al ver a Adela con su manera tan arrogante de sostener la ballesta, dispuesta a disparar. Sonrió con júbilo al ver como los ojos negros de la chica se posaban en el blanco al ver al hombre que se había hecho pasar por juez y que estaba al servicio de Amelia. Se escuchó un disparo y al poco rato el brujo estaba ardiendo en llamas. Iker volteó a ver a Adela atónito, pero a la vez con más admiración. ¡Qué mujer! ─pensó. Poco después, todos los demás aldeanos entraron a comer con algarabía, antes de continuar la segunda etapa de la carrera por aire. Martha, quien seguía molesta con Xavier, se acercó a Negu, encelando al primero que no pudo disfrutar de su victoria. Al terminar la comida salieron nuevamente hacia la segunda etapa de la carrera que duró cuatro horas hasta el atardecer. Y aunque repararon la escoba de Xavier, éste estaba totalmente preocupado porque ahora que no había ni nubes ni árboles que los taparan, no podía llevar a cabo la teletransportación; sin embargo, esas cuatro horas le vinieron muy bien debido a que comenzó a agarrarle modo al vuelo. De igual forma, más milagrosa que la anterior, llegó al campamento para dormir. Los aldeanos durmieron en compartimentos diferentes a los de los contendientes, ya que ellos dormían en un mismo cuarto. Cuando estaban cenando, ocurrió otra cosa extraña para Xavier. —Así que son víctimas del poder incrementado de Amelia —comentó Xavier mientras tomaba un vaso de leche y pan—. ¿En qué modo?
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Alejandra C. L.
—Esas cosas no las podemos decir —replicó Iker tajantemente. Xavier resopló. —Vamos, hermanito. Somos parte de los elegidos que acabarán con esa bruja malvada —anunció alegremente Negu. —Entonces ya admitís que la espada es mía —sonrió Xavier, tomó un sorbo y se sentó en el suelo. —Desde que os vi —admitió Negu con ternura. Se sentó al lado de Xavier—. Esta carrera es sólo una excusa. Por mí que os la llevéis. —Y por mí también —corroboró Iker—. Yo ya no aguantaría tener que estar sentado, esperando a que alguien la levante. —¿Y alguna vez vosotros lo intentasteis? —inquirió Xavier. —Sí, y nunca se levantó —suspiró Negu. —¿Eso de cuidar la espada, tiene que ver con vuestro problema con Amelia? —volvió a preguntar Xavier. Negu pasó una mano por su cabello, miró a Xavier con ternura, para decirle después algo a su hermano. —Pues en parte —anunció Iker con una sonrisa, divertido ante lo dicho por su hermano—, Sí, una vez que se vaya la espada, todos los aliados de Amelia se irán de la aldea. —¿Hay hechiceros de Amelia aquí? —interpeló Xavier inquieto, Negu hizo un gesto de ilusión. —Sí, y esos mataron a nuestra familia, salvo al tío Rodrigo. Él nos protege —anunció Iker con dulzura. —¿Y, vos, qué tanto me veis? —cuestionó Xavier molesto por la actitud de Negu. —Le gustas —recalcó con crueldad Iker. —Yo creí que quería con Martha —prorrumpió Xavier entre la ira y la sorpresa. —No, como creéis eso —reía Iker—. A mi hermano sólo le gustan los hombres. Y es que como vos sois uno de los más hermosos que se han visto por el pueblo... —¡Maldita sea! —espetó Xavier, levantándose de un brinco—. ¡Ni siquiera en este lugar puedo dejar de tener admiradores! ¡Estoy harto! —se dio la vuelta—. ¡Me voy a dormir! —y acto seguido desapareció. —¿Dije algo? —inquirió Iker preocupado. —Sí, dijisteis puras mentiras —replicó Negu molesto, cruzándose de brazos.
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La maldición de Roma. 9. La espada de Robz (Segunda parte)
—Mirad, no habléis porque justamente vos, empezasteis con esto. —Bueno, pensé que sería divertido —susurró Negu en voz muy baja que sólo su hermano lo escuchó—. Además, aunque no seamos eunucos, ¿a poco no le encontráis algo de atracción? —Pues sí —titubeó Iker—, pero sólo... como os digo. Deseo su belleza. —Y yo deseo a esa mujer —anunció Negu en voz todavía más baja, con deseo—. Pero he comprobado el amor verdadero que le profesa ese chico. Y lo admito, hacen bonita pareja. —¿Para eso estáis fingiendo disparates? —explotó Iker. —Si amáis a alguien debéis desear su felicidad, aunque no sea a vuestro lado. Y sé lo mucho que será feliz al lado de ese chico. Y para unirlos... y dejar que ella siga enamorándose, tengo que fingir... —Oh, ya veo —sonrió Iker. —Es muy triste, pero sabiendo que muy pronto nos vamos a separar, este romance fugaz no debe convertirse en una pasión porque la despedida será muy dolorosa. No deseo eso para mi amada. —Negu susurraba con melancolía—. Por eso hay que continuar con este juego, aunque no quiera. —¿Entonces vais a continuar? —Sí, sobre todo convencerlo de mi debilidad. Además, debo agregar ahora que se crea el juego la inglesa. —¿Ya oísteis Xavier? ¡Negu muere por vos! —gritó Iker. —¡Callad! Mi atracción por él no debe saberse —objetó Negu divertido. Luego los dos hermanos se empezaron a reír. —¡Dejad de hablar! —replicó Xavier desde el otro lado de la habitación. Luego reaccionó, Martha estaba fijándose en alguien equivocado—. Tengo que decirle —susurró.
Cuando el desayuno terminó para empezar la segunda carrera, que sería por medio de
carruajes,
Xavier estaba más ansioso que nervioso. Daba vueltas por toda la tienda, esperando que Martha llegara aunque fuera para ir a ver a Negu. Entonces le diría lo que había escuchado y visto en la noche anterior. —¿Nervioso? —dijo una voz a su lado. —Por supuesto que no, María —comentó Xavier con alegría. La alzó, poniéndola cerca de su rostro. La muchacha se ruborizó y podía jurar que su primo estaba a punto de darle un beso en los labios—. He manejado carruajes desde que me acuerdo y esto es mi fuerte. No creo que sea necesaria la teletransportación —la bajó al suelo—. Sí, esto es lo mío. 41
Alejandra C. L.
—Me alegra que penséis de ese modo —sonrió María. —Por cierto, —le sonrió Xavier con dulzura, María sintió mil hormigueos por el cuerpo— sin vos yo no hubiese ganado la primera etapa de la carrera. A continuación, le contó a su prima todo lo que había pasado en la primera parte de la carrera. En ese instante entró a la habitación Martha para desearle suerte a Negu. Se pusieron a platicar un rato hasta que Xavier decidió ponerle fin. —Disculpadme bella doncella —anunció Xavier con una reverencia a María—, pero tengo asuntos personales que arreglar con otra doncella. —Pues id —reía María ante las palabras de su primo— de todos modos yo ya me iba—. Y acto seguido salió de la habitación. —¡Hola, Martha! —saludó Xavier alegremente. Martha se dio la vuelta. —Debo hablar con vos a solas —dijo el chico tomándola del brazo. —Yo os dejo —sonrió Negu algo confiado. —Gracias —contestó hipócritamente Xavier. Negu se salió. —Yo no querer tratos ya con tú —insistió Martha con su acento inglés. —Pues ya lo sé —sonrió Xavier con esa sonrisa tan cautivadora—. Pero no os ruego que me disculpéis por lo de hace una semana o las demás cosas. Sabéis muy bien cuanto os aprecio y... —Basta ya de cursilerías —rebatió Martha. —Bien, bien. Dejadme preguntaros una cosa: ¿Cuánto apreciáis a Negu? —¿Qué importa? —Pues mucho. —Más de la mitad de lo que apreciarte. —¿En serio? ¿Y creéis que él os quiere? —¿Qué insinuar? —Es que anoche me dijo algo —contestó Xavier perturbado. Y le contó los sucesos. —No creáis que por vuestra linda carita vais a conquistar a todos, no sólo queréis enamorar a cuanta mujer esté frente a vuestros ojos, ahora, también, queréis enamorar a los hombres—. Terminó Martha con odio, en inglés. —Pues os apuesto un beso a que sí digo la verdad —replicó Xavier con ira al ver que Martha se salía— ¡Vos sabéis que lo que dijisteis hace unos instantes no es verdad!
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—Vaya, vaya. Así que la inglesa te puso en tu lugar —dijo una voz socarrona detrás de la cortina. Xavier volteó, desesperado. Entre las sombras salió una figura femenina con el cabello amarrado en una trenza. Lo primero que distinguió, después del peinado, fue el color rojo fuego del pelo. —¿Qué haces aquí, Adela? —cuestionó entre dientes Xavier. —Vine a visitar a mi protegido —comentó sarcásticamente Adela. —¿Qué? ¿Tú también quieres con Negu? —inquirió atónito Xavier. —No, como crees esas cosas. Creo que Martha tiene algo de razón. Yo vine porque Iker me lo pidió —rio—. Menuda cosa, como si quisiera estar con otro igual que tú. —¿Igual?— preguntó extrañado Xavier. —Se la pasa hablando de lo grandioso que es su pueblo —contestó Adela aburrida—. En fin, hay un mensaje de él. Debió de dártelo en la noche, frente a frente, no usarme a mí, como si me hablara bien contigo. —¿Y cuál es ese mensaje? —dijo Xavier impaciente. —Haced toda la trampa que queráis porque nosotros no queremos esa espada aquí —comentó Adela con petulancia—. ¡Ah!, y alejaos de Martha. —Eso no es posible —indicó Xavier con ira. —Lo sé, pero hay algo que debes saber —anunció Adela preocupada—, creo que a Negu le encela que estés con Martha y yo que tú me cuidaría porque con su estatura es capaz de aplastarte. —Él quiere conmigo —insistió Xavier. —Xavier, ya alucinas —replicó Adela—. Aunque pueda que tengas razón —contestó reflexivamente—, porque antes de la carrera de ayer, en la segunda etapa, te miraba raro. —¿Entonces podéis convencer a Martha de que tengo razón? —preguntó Xavier esperanzado. —Eso hazlo tú —dijo Adela enojada. Y acto seguido se salió. Xavier suspiró, ¿cómo le iba a hacer para convencer a Martha que Negu era un sujeto afecto a su mismo sexo declarado? Escuchó las voces de afuera. Las personas se arremolinaban para ver a los competidores. Era la hora de la segunda prueba. Salió con los nervios retorciéndole el estómago, decidido a hacer lo que mejor desempeñaba. Miró a su prima, quien le sonreía confiadamente, a Victoria que también le daba
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ánimos, Adela por extraña razón también le sonreía, Iván no dejaba de dar brinquitos y gritar: “¡Xavier, vos podéis!”. La única que no parecía entusiasta era Martha. “Ya os demostraré que lo que digo es verdad” pensó Xavier al momento de subir al carruaje. Los carruajes eran de caoba, tirados por cuatro caballos negros, de raza pura cada uno. En la diligencia se marcaba, en letras plateadas, claramente el nombre del participante; sin embargo, para el carruaje de Xavier sólo pusieron un signo de armas, donde adentro estaba una B entrelazada y cada parte que conformaba a la letra se encontraba un rubí, un zafiro y una esmeralda. Nuevamente, el señor bajo y calvo dio los avances de la carrera anterior, aludiendo a Xavier con pulcritud. María sonrió con orgullo cuando todos le aplaudieron a su primo, después que refirieran como había llegado con exactitud al primer campamento, pues entendía muy bien que nadie sabía el secreto detrás de esa espectacular llegada. Nuevamente, ante el disparo del hombre, los tres arrancaron. Esta vez Xavier fue quien tomó la delantera con gran rapidez y ninguno de los otros dos lo alcanzaban. Al igual que con la carrera de escobas, los que seguían de cerca la competencia se montaron en los diazis para confirmar quien iba ganando. Fueron tres horas de intensas vueltas alrededor del desierto para llegar al segundo campamento donde comieron y bebieron por un buen rato. La carrera siguió nuevamente, esta vez para cruzar el umbral y salir a la naturaleza bosquezal. Sin embargo, al atardecer, nuevamente cayeron en una trampa, siendo partícipes todos los aldeanos. —¡Decidme, Negu! —gritaba Xavier en medio de la carrera, cuando Negu estaba a punto de rebasarlo— ¿Por qué estáis con Martha la mayor parte del tiempo? —Para alejarla de vos —comentó Negu con petulancia. —¡A mí no me consta! —gritaba Xavier, adorando como el aire rozaba su cara y movía sus mechones de enfrente— ¿La alejáis de mí? ¡Lo único que hacéis es ilusionarla! ¡Luego os va andar buscando! —Pues de todos modos, a ella... —Yo creo que deberíais decirle la verdad —sonrió Xavier con picardía, adelantándose con rapidez—, o si no va a querer mataros si se entera por otras realidades. —¡Eso nunca! —espetó Negu, luego rio. —Oh, oh —dijo Iker, señalando una cima donde se vislumbraba una sombra contrastando con el atardecer.
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—No hermano, no voy a decir nada —replicó Negu. —Yo creo que no se refiere a eso —anunció Xavier parando el carruaje. Negu aprovechó y se adelantó. En cambio, Iker se quedó con Xavier. —¡Negu, no! —gritó Iker desesperado al ver como aquella sombra lejana levantaba las manos invocando algo. Una tolvanera de arena se levantó momentos después. Los caballos comenzaron a relinchar y piafar del miedo. Xavier, acordándose de la visita a Guanajuato, se espantó por un momento. Trató de calmarse para apaciguar a los caballos. La tormenta de arena los alcanzaría pronto, pues ya estaba a escasos metros de los dos. Iker estaba algo melancólico porque suponía a su hermano muerto dentro de la tormenta. Xavier volteó inteligentemente el carruaje para salvarse. Iker, en cambio, se arriesgó a adentrarse en la tolvanera de arena para buscar a su hermano Negu. Conforme más corría, los caballos tropezaban un poco inseguros de la travesía. Xavier no sabía si podía tener control de la misma cuando decidió ponerse al frente, gritando a Rodrigo que era muy cruel al poner ese tipo de cosas. —Yo no las puse —dijo éste inmediatamente, montado en su diazi. —Creo que esto es nuevamente una trampa creada por Amelia —anunció Adela sacando de nuevo la ballesta. —Un momento ¿Hacia dónde vais a disparar? —inquirió Victoria enojada. Xavier suspiró, albergando esperanzas de que podía sobrevivir. Cuando la tormenta de arena lo alcanzó, en lugar de ser absorbido por ella, él se subió en la arena con la magia de levitación. Hizo correr a los caballos encima de la polvareda en contra de su voluntad, convencido de así encontrar a Negu e Iker, sintiendo como la adrenalina fluía por su cuerpo, eso le encantaba, era algo que siempre había querido experimentar desde que había agarrado un carruaje a los siete años. Dio un grito de júbilo cuando la tolvanera terminó y llegó con bien al final. Cuando eso terminó, se encontró a Negu y Iker tirados en el suelo, con los carruajes volteados, cerca de unas rocas. Rápidamente corrió a socorrerlos, algo en contra de su carácter porque ansiaba terminar con la vida de Negu debido a lo que había ocurrido anteriormente. Los puso atrás de su diligencia para dirigirse al cuarto campamento que se encontraba en el portal que estaba en la cueva. “Una vez más, soy el campeón” pensó Xavier al entrar a la gruta “pero esto no me está gustando”.
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Adela apuntaba a aquella sombra, dispuesta a atacar con determinación, sin embargo Victoria le hizo bajar el arma. —¿A qué apuntáis, sino sólo al cielo oscuro? —inquirió señalando la meseta a la que apenas unos segundos Adela apuntaba. —Pero hace rato yo vi claramente una sombra negra que levantó la arena —alegó Adela. —I saw too —corroboró Martha trémulamente. —Habla español, ¿queréis? —dijo María irritada. Martha no dijo nada, solo volteó el rostro hacia donde se encontraba Iván tiritando de frío. —Iván con frío —susurró. —Por supuesto —murmuró María mientras se quitaba la capa y se la colocaba a su hermano—. Pero eso no os incumbe. Martha abrió la boca para contradecir. Victoria no la dejó continuar. —¡Basta! —enjaretó con ímpetu—. ¿Cuándo tendréis una buena amistad? —Nunca. —Never —contestaron al unísono Martha y María cruzándose de brazos y sin mirarse. —Ceres no os enojéis por cosas así—. Rodrigo consoló a Victoria poniéndole una mano sobre su hombro. —Rodrigo, es sólo que con la misión que tenemos… —suspiró Victoria. —Lo sé, lo sé —apoyó Rodrigo— por lo mientras, pensemos únicamente en la carrera. —Lo haré —asintió Victoria mientras se adentraban a la cueva, con la muchedumbre atrás.
Xavier observó el portal que se extendía frente a él: una burbuja que mostraba la noche al otro lado, con el claroscuro de la luna iluminando un gran río de color plata. Suspiró para meter el carruaje con su carga. “No entiendo porque están pasando estas cosas, sé que la espada influye para debilitar a esa bruja malvada, pero no creo que deba matar a dos jóvenes por razones que no tienen que ver. Bueno, a lo mejor sí. Con eso de los hechiceros refugiados en la aldea”. Se escuchó un ruido sordo dentro, como si el lugar se fuera a derrumbar. Xavier, por instinto, levantó la cabeza y distinguió como varias pequeñas piedras se iban cayendo. Resopló al instante que se metía a la burbuja. “Estoy seguro que esto es planeado por uno de los brujos de Amelia que están refugiados en el lugar”.
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En el campamento ocurrió que Martha abrazó a Xavier con emoción, llorando y pidiéndole perdón, pues había creído que al empezar la nube de arena jamás lo volvería a ver. Xavier sonreía alegremente, sin dejar de decirle que no era necesario derramar las lágrimas. —¿Me perdonáis entonces? —sonrió Xavier con un extraño brillo en los ojos. —Aja —asintió Martha. —¿Y aceptáis que Negu se enamore de las personas de su mismo sexo? —inquirió con misterio Xavier. Martha se soltó bruscamente de él. Se dio la vuelta enojada y caminó rápidamente. —¡Martha! —trató de detenerla, pero ella sólo hizo una seña extraña, dando a entender que la dejara en paz. —Una vez más la inglesa te dejó fuera del lugar —anunció socarronamente Adela, quien había visto la escena sentada y bebiendo un jugo de zanahoria. —Dejadme en paz, Adela —chistó Xavier, alejándose de ahí. —Está bien, está bien —dijo con sorna la chica mientras se levantaba para ver cantar al grupo que estaba frente al río. —¿Por qué Martha nunca me creerá? —espetó Xavier, mientras aventaba piedras al río en un paraje solitario. La música se escuchaba a lo lejos—. No quiero que caiga en una fuerte depresión. —La verdad es que Martha no ve por qué no quiere ver —dijo una voz ronca a su lado. —Pues debería de quitarse la venda de sus ojos —resopló Xavier aventando más piedras. —Aquí en la aldea nadie lo ve —siguió comentando el chico. —¿Ver qué, Iker? —inquirió curiosamente Xavier. —Muchas cosas —suspiró Iker—. La verdad es que nadie sabe lo que nos pasó a nosotros, excepto los que sirven a mi tío y él. Todo ocurrió cuando murieron nuestros padres y los otros ocho hermanos. —¿Ocho? ¿Acaso erais 10? —preguntó Xavier sorprendido. —Sí —contestó Iker con melancolía —cuatro más pequeños que Negu, más grandes que yo, y cuatro más chicos que yo. —¿Pero que os pasó? —cuestionaba Xavier intrigado. —Os lo diré sólo porque en esta carrera intuyo que están en riesgo nuestras vidas, tanto la de mi hermano como la vuestra, prueba constante de que somos guardianes de la espada y que no van a querer que la entreguemos —dio un suspiro largo—. ¿Por qué todos los que estamos
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involucrados con esta misión debemos sufrir por Ella? —Xavier recordó las palabras de Martha cuando se presentó por primera vez “Todos sufrir anteriormente por Amelia”. Recordó de nuevo el incidente de su niñez, las imágenes de ese juego tan extraño y maldito daban vueltas en su cabeza, meneó la cabeza para alejarlas, percatándose de que Iker ya estaba hablando otra vez: —Sólo traíamos la espada en ese baúl al llegar aquí, desde Mondragón, en España. Apenas había nacido el último de mis hermanos cuando sucedió. Negu y yo habíamos salido a recoger raíces para la poción que mi madre estaba preparando. Negu tenía mi edad y yo apenas siete años. En el bosque se sintió una presencia extraña que nos erizó la nuca. Pasó tan rápido tumbando a mi hermano al suelo. Su rostro estaba cubierto por un cabello tan largo que se movía por el viento. Lo único que vislumbré fueron sus ojos rojos. Miró a Negu, lo levantó y se lo llevó, riendo. —Iker empezó a llorar—. No pude hacer nada, me quedé petrificado, pues esa figura realmente aterraba. Se escucharon los gritos de mi madre a lo lejos. Por una extraña razón me desperté del trance, lloré por mi hermano, mientras corría esperando lo peor. Al llegar a Robz, parecía todo tan normal, no creía que todo hubiese pasado a mayores. Caminé más tranquilo y fue cuando me encontré a mi tío Rodrigo. “¿Estáis bien Iker?” me preguntó, abrazándome con fuerza “¿Dónde está vuestro hermano?”, yo estaba asustado por la pregunta anterior, si algo había sucedido... por eso me preguntaba con tanta insistencia si estaba bien. “Mas no sabía dónde estaba mi hermano. Con la sensación de que algo les había ocurrido, seguí a mi tío hasta mi casa, una que ya no existe… como los Velar. Al llegar, sólo encontramos ruinas, ruinas de nuestra antigua mansión y mis padres, mis hermanos, todos, todos ellos... muertos en el suelo, sin ropa, con cicatrices muy profundas, llagas. Miré a mi tío, quien estaba también sorprendido, me tapó los ojos, sacándome de ahí. Al poco rato, se paró y me quitó la mano de los ojos. En una llanura se sentó luego a llorar. Tardó un poco así, yo también lo hice por mis padres y hermanos, aunque no entendía que estaba pasando. Sentí después que mi tío me jalaba del brazo y susurraba “hay que encontrar a Negu”, volvimos a la casa, agarró el baúl donde estaba la espada y caminamos hacia el bosque. “Tío Rodrigo, ¿a dónde vamos?” “A cumplir la profecía de la espada”, la sacó del baúl y la aventó, justo donde la encontrasteis Xavier, para después agacharse y levantarla. La espada no cedió. Me hizo hacerlo, pasando lo mismo. “Tal como me lo temía, Ella no vino a matar a la familia, vino por la espada para que el elegido no la tome”, anunció con miedo. “Y nuestra familia no consintió en dársela, por eso los mató. Gregorio supo ocultarla muy bien. Por eso está a salvo, tenerla aquí la alejará porque ya nadie puede levantarla, sólo el elegido”. Luego me miró, preguntándome de nuevo por Negu, le dije lo que pasó. Buscamos por el bosque y lo
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encontramos en este río, a las orillas, tiritando de frío, encogido... sin ropa. Lo tomamos de los brazos y mi tío le preguntó lo que pasó, Negu no dio detalles pero sus ojos reflejaron que una cosa mala le habían hecho. Mi tío lo abrazó, le puso su capa para caminar. No hablamos durante el trayecto a su casa. Cuando llegamos a la mansión, nos anunció sobre el deber que teníamos de la espada, cuidar y ver cuando llegara el elegido pues así lo hubieran querido nuestros padres. Sé que Ella, en este preciso instante nos quiere matar, ahora que vos habéis tomado la espada. Por eso ha creado esas trampas malditas que no comprendemos. A vos también os quiere matar, por ser el elegido. A nosotros por haberla traído y vigilado. De por sí, durante el tiempo que la vigilamos, ocurrieron tantas cosas terribles que no quiero recordar. Xavier se quedó pensativo un momento, relacionando todo. Intuyó que era lo que le había pasado a Negu, pues algo similar le había sucedido en su niñez. Miró a Iker que aventaba una piedra al río. —Debisteis iros con la espada al segundo día y no acceder a la carrera —comentó Iker con ira—. Así nos hubierais quitado todos estos problemas. —Lo hubiera hecho —respondió Xavier con ira, aventando una piedra más lejos que la de Iker—. Pero mi madre... —A mí no me engañáis —reconoció Iker con sorna— pensabais ganarla para la inglesa. —Eso a vos no os incumbe —alegó Xavier entre dientes y apretando su piedra, que acababa de recoger, con el puño. —Bueno, ya os dije muchas cosas —sonrió Iker—. La vida sigue, así que nos vemos. —¡Momento! —gritó Xavier para preguntarle si en verdad estaba interesado en Adela, pero ya estaba muy lejos—. Ni modo, me tendré que reservar la pregunta para mañana —suspiró, aventando la última piedra al río. Lo primero que vio Xavier al abrir los ojos, fueron los ojos azules de su prima María. Contrariado, al ver la sonrisa que ella dibujaba en sus labios rojos, se levantó de su cama. —María, ¿qué hacéis aquí? —preguntó. —Bueno, vengo a informaros que Martha se la pasó dando vueltas por lo de ayer —contestó la prima con fastidio. —¿En serio? —a Xavier le brillaron los ojos. —Parece que escuchó vuestra conversación con Iker —continuó María sin dar importancia al espasmo de Xavier—. Ahora lo quiere verificar en la carrera. No me dijo que cosa es... Pero me imagino que vos sí.
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—Bueno primita, creo que no entenderéis como es la cosa —decía Xavier mientras se abrochaba la levita. —Ah —dijo María, más de sorpresa por ver a su primo vistiéndose que de lástima. —Ni modo, así es la vida —dijo Xavier. Se escucharon nuevamente voces de júbilo, personas que hablaban de las hazañas de Xavier, pues la última etapa estaba a punto de empezar. —Creo que es hora de que os vayáis yendo —sonrió María. —Tenéis mucha razón —sonrió Xavier y acto seguido salió. —Coqueteando con el primo, ¿eh? —dijo una voz socarrona tras María. —Ay no, como creéis Adela —contestó María ruborizada al voltear.
Al llegar a las orillas del río, lo único que se encontraba era la presencia de los competidores. A María le pareció que en esa parte de la carrera, lo único con lo que se podía contar era con hechizos para sobrevivir una vez adentro del agua. Y aunque veía a su primo seguro de sí mismo, algo no le hacía tener esa misma seguridad. Había presenciado las cosas que Amelia estaba tramando para que la espada no cayera en las manos de su primo y estaba segura que nuevamente uno de los sirvientes de Amelia provocaría algo para acabar con el elegido. —¡Vamos, Xavier! —gritaba Victoria entre la multitud—. ¡Vos podéis! María suspiró, viendo hacia todos lados. Martha contemplaba a Xavier algo embelesada, después a Negu, sin embargo no gritaba ¿Qué era lo que se ocultaban ellos tres? ¿Y por qué no le decían nada? La chica sentía que la excluían, en especial porque le había ayudado a su primo y no se le hacía justo que no le platicará de sus problemas. —María, ¿qué van a hacer? —preguntó Iván, sacándola de sus pensamientos. —Viajar por el agua hermanito —sonrió ella. —Y si van a viajar por el agua, ¿cómo le van a hacer? —Pues con un hechizo. —¿Y qué clase de hechizo se necesita para viajar por el agua? —Uno para que puedan respirar y moverse como los peces. —¿Y cómo se llama? —¡Ay, ya cállalo María! —espetó Adela presionada, pues estaba harta de escuchar al niño. —Está bien, me voy a callar —dijo Iván enojado. Se cruzó de brazos y volteó su rostro como si no quisiera hablar con nadie. 50
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Xavier estaba nervioso, pero más que nervioso, lleno de júbilo. Martha no estaba enojada con él, así que le podía probar sobre el otro lado de Negu. Volteó para mirarla y su corazón latió con más fuerza cuando observó que Martha ruborizada volteaba hacia otro lado. —¿En serio querréis a la inglesa? —dijo Iker momentos antes de que anunciaran el comienzo. —Este… —Xavier no estaba seguro de compartir ese sentimiento. —No importa. Al poco rato, Iker se metió al agua, le siguió Xavier y al final Negu.
—Bueno, sólo habrá que esperar —sonrió Rodrigo—, porque los diazis le temen al agua. Aparte de que sería bueno ver quién sale primero del río con la espada. —¿Metisteis la espada? —comentó Victoria indignada—. ¿Pero cómo...? —Ceres, querida —calmó Rodrigo—. No tiene nada de malo que la haya metido. Es sólo para que ya no caminen hasta donde se encontraba. —¿Pero, cómo la metió al agua, si nadie la puede levantar? —inquirió Iván, abriendo sus ojos de par en par, curiosamente. —Ay, que niño tan curioso —rio Rodrigo tiernamente—. Bueno, la verdad es algo que vuestro primo os debe decir. —¡Ah¡ No, Iván no acepta estas cosas— reveló María con recelo. —Creo que lo voy a aceptar hermanita —sonrió Iván mientras la abrazaba de la entrepierna—, porque Xavier con la emoción, nos la va a contar con lujo de detalles. —Pues más le vale —comentó Adela con arrogancia. Xavier sentía como el agua le llenaba los pulmones, realmente había cometido una estupidez al creer que aguantaría la respiración, pero no le veía fondo a ese río. Iker y Negu habían tomado ya la delantera, y eso porque se habían puesto unos cascos que a Xavier le parecían peceras. Recordó las palabras de su madre para realizar el hechizo que le había salido muy bien a la primera. —Muy bien, Xavier —suspiró— es hora de hacer vuestro hechizo maestro —pensó en un pez—, esto es estúpido: Zep Trevnocsi. A continuación sintió que el agua le llenaba de vida. Sabía que el hechizo solo duraba una hora, así que debía apresurarse. Pronto se percató que nadaba más rápido que antes, y observó que sus manos parecían ancas. Vio como las burbujas salían de su boca, al igual que los peces. Sonrió. —Bueno, por un ratito voy a saber que se siente ser pescado —se dijo, pero al decir cada palabra sólo salieron burbujitas. A Xavier eso le dio más risa, revolcándose por un rato—. 51
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Ya… basta de estas cosas, hay que evocarnos a lo de verdad. Acto seguido continuó nadando. A los pocos instantes el hechizo le incomodó porque le ardía la cara. Intrigado, pasó sus manos-aletas por su rostro, sintiendo escamas. “Ojala tuviera escamas toda mi vida, así personas como Negu, no voltearían a verme”. Siguió nadando y pronto se percató de que ese río también albergaba criaturas mágicas. Por cada roca o coral que cruzaba, se encontraba con nereidas y tritones. Algunas le llamaban la atención, pues estaban muy guapas. La cola de pescado no le impedía a Xavier seguirlas. Ellas se reían, señalándolo. Xavier al ver el comportamiento de las nereidas pensó “Sí, me ven feo ahora, pero nada más que salga de aquí, todas se van a pelear por mí”, y sin más decepciones dejó de perseguir a las hermosas nereidas. Una de ellas lo siguió en silencio. Xavier se percató de eso unos cinco minutos después. La náyade era de piel bronceada y tenía el cabello negro ébano, sus labios gruesos y rojos como la granada incitaron a Xavier besarla. El chico estuvo a punto de ceder, si no fuera porque se acordó de Martha. La observó de cola a cabeza, ya que verdaderamente era muy hermosa. —¿Por qué me seguís? —dijo Xavier, o más bien lo intentó porque sólo salieron burbujas de su boca. La nereida se rio con elegancia, lo tomó de los brazos para llevarlo a una cueva que se encontraba a unos cuantos metros de ahí. Xavier, algo anonado, se dejó llevar, aunque no entendía por qué. —Vos sois el elegido que liberará a Robz de las garras de la terrible cabalista Amelia —suspiró la nereida. Xavier frunció el entrecejo—. —Soy Zoe, la reina de las nereidas en esta región —señaló más allá de la cueva—. Por ahí está la espada, en lo más oculto.
Xavier abrió la boca para preguntar algo, pero la nereida le tapó la boca con un dedo, atinando a lo que le respondería el chico agregó: “En Robz todos saben la historia de los Balzac y de la familia condenada, y de lo que ellos deben salvar. Por eso estamos condenados. Así que esa es la razón por la que he decidido ayudaros. En cuanto a los otros dos, no tengo idea de donde puedan estar. Ahora iros y cumplid con vuestra misión”. El muchacho le besó las manos a modo de agradecimiento, para alejarse de ella después y así adentrarse al abismo de la cueva. De un momento a otro, resplandeció el lugar y admiró la belleza que se encerraba en esa gruta, pues se encontraban grandes perlas y gemas encerradas. 52
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Iker estaba sentado entre esa montaña de gemas como si lo esperara. Al ver que Xavier era un pez, soltó una carcajada. “No es gracioso” intentó decir Xavier, saliéndole de nuevo sólo las burbujas, esto hizo que Iker se riera más. —Tomad la espada e iros. Invitó Iker entre risas. Xavier algo molesto así lo hizo, buscando la espada por la región. Tardó mucho tiempo en descubrir que el arma estaba en el centro, adentro de una enorme almeja abierta, mostrándola como una perla en un cuadro de pasto. Se dirigió hacia ella con arrogancia, pero sus aletas le impedían que la agarrara como se debiera ya que al tomarla ésta se resbaló de sus membranas. Maldijo más de una vez. Iker suspiró y le ayudó a cargarla, por casi media hora. Para cuando Xavier pudo ya agarrarla, sus manos habían vuelto a la normalidad. —¡Oh no, se está acabando el hechizo! —gritó Xavier desesperado mientras salía rápidamente. Al instante que salió, la cueva comenzó a derrumbarse, así que Iker salió con precipitación, quedando atrás de Xavier, quien abrazaba la espada contra su pecho. “Vais a ser de Martha, chiquita” decía, sintiendo con más premura como los pulmones se le llenaban de agua, pero esta vez asfixiándolo. Nadó más rápido, percatándose que Negu nadaba libremente en la superficie.
Todos abucheaban a Negu y Martha se preguntó si lo dicho por Xavier era cierto. El equipo Balzac, en especial Adela, no dejaba de dar indirectas a Rodrigo. Unos instantes después, lo primero que se vio salir del lago fue la espada. Muchos aplaudieron cuando emergió la cabeza de un muchacho de pelo negro mojado. La empezó a sacudir para deshacerse del agua, aunque al dirigirse a la orilla decidió dejarla escurrir. El cabello le ocultaba el rostro. —¿Iker? —inquirieron a coro los habitantes. —¡Yo no soy Iker! —gritó el chico quitándose el cabello de la cara—. ¡Soy Xavier! La mayoría corrió a abrazarlo, las adolescentes se peleaban por hacerlo. Mientras eso ocurría, Iker y Negu llegaban a la orilla juntos, sucediendo de nuevo otro incidente terrible. El río se levantó como si fuera una gran ola, llevándose a varios pueblerinos, entre ellos a Rodrigo. Negu e Iker, asustados, corrieron a socorrerlo, mas el río con su terrible rapidez lo arrastraba. Xavier sólo quería sorprender a Martha, porque el tipo no le caía. —Esto es una prueba —susurraba una mujer a su lado—. Para que verifiques el poder que la espada posee.
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—¿Quién dijo eso? —inquirió Xavier mientras corría cuesta abajo, tratando de buscar la forma de ayudar a los habitantes. —Una amiga que tendréis en la próxima vida —dijo de nuevo esa voz femenil. Xavier levantó la espada sin creerlo. Ahí estaba, resplandeciente, esperando algo. El chico vio un gran árbol que se imponía al otro lado de la rivera y pensó él que bien podía atorar a las víctimas para no dejarlas avanzar más abajo, aunque estaba muy lejos. La única forma para cortarlo era cruzar, pero si lo hacía, él también sería arrastrado. —Veamos qué clase de poder tenéis —suspiró al hacer un corte al aire. Un haz de luz atravesó el río y derrumbó el árbol de un solo tajo. Sorprendido, indicó a las personas que se aferraran al tronco. Luego, mandó a Negu e Iker que los ayudarán. Ellos obedecieron sin contar que cuando estaban a punto de subir a Rodrigo, quien era el último, la corriente se abalanzó con furia, rompiendo el grueso tronco, llevándose a los últimos integrantes de la familia Velar de Mondragón y a Xavier. Victoria, alertada por la situación, corrió a socorrerlo, sin embargo la impresión de perder a su hijo una vez más entorpecía las cosas. Xavier, queriendo averiguar más cosas de la espada, cortaba rocas con tal de detenerse. —¡Construid un puente de luz! —clamó Rodrigo para hacerse oír entre el chapoteo del agua. —¿Estáis loco? —espetó Iker—. Apenas y la descubrió. No sabe de sus poderes. Pero Iker estaba equivocado, pues por algo Xavier había sido el elegido. Levantó la espada y dibujó una curva con ella. Inmediatamente apareció el puente de luz que Rodrigo había mencionado. —Vaya, sí que es sorprendente —dijo Xavier atónito mientras caminaban por el puente de luz para llegar a salvo al otro lado. —En serio, vais a resultar ser un buen contrincante para Amelia —sonrió Rodrigo mientras abrazaba a Xavier—, y más con esa espada muchacho. Anduvieron caminando por la orilla hasta llegar a un puente que y atravesaron para dirigirse a Robz. Una vez estando en el lugar donde ocurrieron los hechos incidentales, todos volvieron a aplaudir y corrieron a abrazar a Xavier por haber salvado a su alcalde. Sin embargo, al poco rato, un hechicero de piel cetrina y cabello oscuro lacio se acercó a Xavier, mientras lo felicitaba el Equipo Balzac, apuntándole con arco y flecha a la espalda. Rodrigo
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al ver el peligro que tenía Xavier, se interpuso al momento que se disparó la flecha, tocándole en el pecho. Todos gritaron consternados, Adela volteó haciendo la floritura con su mano para aparecer la ballesta y dispararle al asesino. Éste ardió de dolor cuando la saeta de corona lo atravesó, perforándole el abdomen. La felicidad por el triunfo de Xavier al salvar a Rodrigo, se desvaneció al ver al segundo agonizante en el suelo. Iker y Negu le quitaron la flecha con cuidado, Victoria se acercó y puso sus manos en la herida para sanarla. Aunque ésta estaba muy profunda, pero Victoria aún albergaba esperanzas de que pudiera sobrevivir. Así que se lo llevaron a su casa, donde se suponía iba a ser la celebración. Al caer la noche, todos esperaban lo peor. Ni los adornos, ni el banquete que se imponía para ofrendar, animaban a los habitantes. Sólo los niños se correteaban por el inmenso jardín, pues ellos no comprenden esas cosas. Al cabo de un rato salió Rodrigo, vendado del pecho, con un bastón y dijo con sarcasmo: —¿Por qué esas caras largas? ¿Acaso alguien se murió? Todos los habitantes corrieron a abrazarlo con algarabía. —Estoy bien, estoy bien, no me morí —decía—, todavía tengo mucha madera como para dejarme vencer por estas cositas. —Rodrigo, nunca vais a cambiar —rio Victoria. —Así soy —anunció Rodrigo, luego levantó una mano a modo de imponer orden—. ¡Gracias al hijo de Ceres, nos hemos liberado del yugo de Amelia! —¿Gracias al hijo de Ceres? —chilló Adela indignada—. Sí no fuera por mí, yo creo que ese hechicero se hubiera colado en la fiesta y otra vez lo hubiera querido matar. —¡Así que por esa razón, celebraremos cada año esta hazaña con una competencia similar! —siguió anunciando Rodrigo, los habitantes aplaudieron—. Salvo que ahora ya no se va dar la espada porque Xavier se la va a llevar —todos rieron—. Así que por esas razones, sólo, se dará una réplica y un objeto valioso de los competidores, ¿de acuerdo? —todos volvieron a aplaudir— ¡Xavier, la espada es vuestra! —¡Viva! —alborozó Xavier dando un gran salto de alegría. —Bien —suspiró Negu al momento de abrazarlo con fuerza, luego se fue hacia Martha—. Lo siento, pero creo que vos y yo no podemos relacionarnos... veréis, a mí me agrada Xavier, pero bueno, tengo que admitirlo, vosotros dos hacéis muy bonita pareja —se rascó la nuca, mientras Martha abría la boca de sorpresa—. Siento mucho que os hayáis enterado de esta forma, pero
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alguien me dijo que era lo correcto. Creo que le debéis un disculpa —volteó a ver a Xavier y le sonrió—. Oye Xavier, debo hablar con vos —susurró y señaló un árbol. El chico titubeó—: No os voy a hacer nada —replicó Negu al ver el comportamiento de Xavier. —Está bien —suspiró Xavier, miró a Martha—, esperadme un ratito. Martha sonrió al ver como se alejaban los dos chicos. —Ahora sí, ¿para qué me queréis? —cuestionó Xavier enojado. —¿Os puedo decir algo, pero no os enojáis? —preguntó Negu. —Eso depende. Mientras no sea que estáis e... —¡No, eso no! —murmuró Negu adivinando los pensamientos de Xavier—. Bueno, sí tiene que ver con eso. —Pues dilo —espetó Xavier. —Fue una broma por parte de mi hermano y yo. —¿Qué? —Así es —Negu se rascó la nuca—. No soy un eunuco ni nada de eso. Dios me libre... aunque las circunstancias ocurridas hace un par de años, debieron llevarme a ese camino. ¡Gracias al cielo que no fue así! —¿Por qué quisisteis hacer eso? —tartamudeó Xavier, sorprendido por lo que acababa de escuchar. —No quería iniciar un romance con Martha, noté como se trastornaba por mí, en un principio fue bonito, pero después… —Os espantó la idea de alejaros —concluyó Xavier. —Sí —asintió Negu—. Por eso, para alejarla de mí, comenzamos a inventar esas cosas entre Iker y yo. Te íbamos a decir si las cosas no funcionaban en la carrera. Pero aun así resultasteis una buena ayuda sin saber nuestras verdaderas intenciones. A continuación le contó lo que ocurrió en el campamento de la primera prueba. —¿Se lo vais a decir? —inquirió Xavier preocupado. —¡Por supuesto que no! —rebatió Negu—. Si se lo digo, me va a doler más a mí que a ella. No, mejor que así se queden las cosas. Además, es una muchacha maravillosa, cuidadla. —Bueno, de todos modos gracias —Xavier le dio una palmada en el brazo derecho porque no alcanzaba el hombro—. Sin vos, no hubiera podido recuperar la confianza en ella. —De nada compañero —sonrió Negu—. ¡No olvidéis invitarme a la boda! —gritó cuando Xavier se alejaba para dirigirse a Martha.
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La maldición de Roma. 9. La espada de Robz (Segunda parte)
—¡Sí, sí! ¡Claro! —contestó Xavier con un gesto de su mano. —¿Qué decirte él? —inquirió Martha. —Me debéis algo —contestó Xavier con picardía. —Yes, of course —dijo Martha, luego se dirigió a Xavier—. Yo decir esto el primer día que yo verte. Vos... vos... —Lo sé Martha, lo sé —dijo Xavier con ternura, le tomó la mano para darle la espada—. La espada es vuestra. —No, Xavier —sonrió Martha con ternura— It’s yours because you will fight with Amelia and... —se quedó callada, Xavier había tomado con delicadeza su barbilla, y se le acercaba poco a poco— con ella…. —Me gustas mucho —le dijo Xavier con ternura antes de darle un beso— y si accedéis a andar conmigo en esta misión, yo ya no estaré solo. Son vuestros ojos verdes la luz de mi alma y... —You too —interrumpió Martha, pues no quería escuchar la mala poesía del chico. Tomó la cara de Xavier entre sus manos para cubrirse de besos. —¡Puaj! Es asqueroso —dijo Iván con asco, quien pasó por ahí casualmente, al ver como Xavier y Martha se besaban con ímpetu en la boca. —Tenéis razón —contestó María con una mueca irónica, apartando a su hermano de ahí, con algo de celos, pero a la vez feliz—. Vámonos de aquí.
Cuando Xavier y Martha llegaron a la mesa principal agarrados de la mano, Victoria sólo se limitó a sonreír. Varias chicas se arremolinaron hacia donde estaba Xavier para preguntarle cómo había capturado la espada de Robz, incluso algunas le pedían que les autografiara la imagen ridícula que habían vendido unos dos días antes por la calle, haciendo que el chico se ruborizará. —Tengo que comer —decía inocentemente. —No debes defraudar a tus admiradoras —comentó Adela clavando sus ojos negros fijos y penetrantes. —Es que... —Contad primo como fue —insistió Iván. —Bien —suspiró Xavier mientras firmaba a las doncellas que se estremecían—. Fue como una odisea porque el hechizo que utilicé me ayudaba muy bien a nadar. Aparte que las nereidas no estaban nada mal... Y a continuación contó todo con lujo de detalles, exceptuando lo de Iker. . 57
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—Y supongo que no hiciste trampa en ninguna de las tres carreras —mencionó Adela cuando las mujeres se habían ido. —Este... no —dudó Xavier al ver de nuevo aquellos ojos, como si adivinaran lo que ocultaba. —Bueno, la verdad es que no me convence —dijo fríamente Adela mientras se metía un trozo de carne a la boca—. No creo que conozcas la verdad —terminó después de acabar de comer. —¿Lo hicisteis? —susurró María a Xavier. —Sí, pero solo en la primera —dijo con un suave murmullo—, gracias María. Por cierto, ya no fue necesaria vuestra aclaración con las profecías. —Eso es bueno, ¿no creéis? —sonrió María. Xavier asintió, sacando la espada y poniéndola en la mesa. Los rubíes resplandecieron a la luz de las lámparas. —It’s beatiful! —exclamó Martha, luego le dio un beso a Xavier en la mejilla. —Por supuesto, al igual que yo —expresó con vanidad el chico— al igual que vos —le dio un beso a Martha en los labios. —¿Es necesario que hagan eso? —replicó Victoria. Xavier se despegó de Martha. —¡Oh, vamos mamá! Apuesto a que lo hacía con Rodrigo. Rodrigo y Victoria se miraron sonrojados. El primero carraspeó. —Pero no en público, muchacho. —Bueno, está bien —dijo Xavier divertido, miró a Martha—, ahorita nos vamos allá atrasito. —¡Xavier! —reprimió Victoria. —Está bien, está bien —contestó con inocencia el chico—. Me voy a tener que aguantar. Todos se rieron con excepción de Iker e Iván. —No entendí —confesó Iván ingenuamente. —Ni yo —corroboró Iker. —Miren la espada —ordenó Rodrigo, pues no quería explicar lo que había pasado. —Me gusta —mencionó Iván con la boca llena de papa—, pero ya la vi muchas veces, así que explicadme lo de hace rato. —No habléis con la boca llena mocoso —reprimió María. Iván agachó la cabeza, avergonzado, mientras todos reían.
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forma de hombre, o de bestia salvaje, o de una planta, o de un pĂĄjaro, entonces decimos
muerte dolorosa.
Cuando los elementos mezclados vienen a la luz del dĂa bajo la
que hay nacimiento; cuando se separan, empleamos la palabra