3 minute read

UN LIBRO TE SACA DE LA IGNORANCIA

Aveces en las noches estivales, en pleno desvelo existencial, me he formulado la pregunta: ¿la humanidad podría vivir sin un libro? Desde el momento mismo en que el homo sapiens, empezó a utilizar gestos guturales, sonidos, y crear un lenguaje, y mucho después, verse imperativamente obligado a escribir en estatuillas de barro, jeroglíficos; luego en pergaminos.

Hasta que la humanidad avanzó, y se pudo comunicar mejor utilizando un objeto que revolucionó el pensamiento; ese hecho histórico fue el libro; construido en la imprenta de Gutenberg, un invento que revolucionó el mundo y la ciencia.

Advertisement

Ese primer texto impreso fue la Biblia. Fue el instrumento más asombroso que permitió a los hombres de la edad media salir de la ignorancia y asomarse al mundo de la razón. Un claro ejemplo de esta realidad es la novela de Umberto Eco, “En nombre de la Rosa”. Un drama que nos mues- tra que cada vez que un cartujo de claustro intenta abrir la Biblia, considerado como el libro sagrado, el cual encierra todo el conocimiento humano, aparece muerto. El inspector encargado de descubrir estos horripilantes fallecimientos misteriosos, encuentra que quien alcanza abrir el libro, después de encontrar el lugar prohibido dónde se haya herméticamente guardado; pero además, es usual usar las yemas de los dedos untados con saliva para pasar cada página, ignorando que cada hoja está impregna de un polvo imperceptible de veneno.

La mayoría de los hechos que conocemos de la humanidad, en su proyecto de evolución, es por la existencia de los libros, y quizá por la importancia que ellos tienen, un joven guerrero de Macedonia, llamado Alejandro Magno, quiso inmortalizar su nombre no por su guerras heroicas, sino construyendo la Biblioteca de Alejandría en el Delta del río Egipto.

Además, no ha sido fácil lograr recuperar esa joyas pérdidas de la literatura, desde las primeras culturas desaparecidas como los Babilónicos, el exterminio de los Sumerios, Asirios, los Caldeos, los Fenicios, Persas, los Hititas, la civilización Lidia, ubicadas alrededor de Mesopotamia y la cultura Griega, sin extendernos al mundo de la India; Egipto, como las culturas Africanas, de Asía Central, China y Japón.

Esta amalgama y sincretismo cultural, permite afirmar que el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación. Por qué, ¿qué es nuestro pasado sino una serie de sueños?

Qué diferencia puede haber entre recordar sueños y recordar el pasado; o acaso “la vida es sueño”, como lo anotara Pedro Calderón de Barca, en su inolvidable obra. Es cierto que existe un incontable números de libros, en las bibliotecas públicas y privadas, pero muy pocas personas alcanzan hacer una valoración intrínseca de ellas, no solo desde el punto de vista cuantitativo sino cualitativo; y muchos bibliófilos suelen ser desmesurados cuando se les consulta un libro ecuménico .

Esta disertación me permite acudir a Spengler, y evocar la obra “Decadencia de Occidente”, en la que encontramos que los antiguos no profesaban nuestro culto del libro; veían en el libro un sucedáneo de la palabra oral, denominados otrora juglares.Vuelve a mi memoria aquella frase que se cita siempre: Scripta maner verba volat, no significa que la palabra oral sea efímera, sino que la palabra escrita es algo duradera, perdurable hasta que la humanidad se extinga. En cambio, la palabra oral tiene algo de alado, de liviano, como dijo Platón.

Todos los grandes maestros de la humanidad han sido, curiosamente, maestros orales. Un hecho atípico en Cali, fueron las extenuantes conversaciones que realizaba en aulas de clase el sibarita y profesor Estanislao Zuleta, un verdadero Cicerón de la prosa. Dejo textos escritos muy poco, como Pitágoras no escribió nada deliberadamente. No escribió porque no quiso atarse a la palabra escrita. Sintió, sin duda, aquello de que la letra mata y el espíritu vivifica. El debió sentir eso, como muchos intelectuales, que son unos verdaderos eruditos, no han querido atarse a una palabra escrita; por eso Aristóteles no habla nunca de Pitágoras, sino de los pitagóricos. Quería que su pensamiento viviese más allá de su muerte corporal, en la mente de sus discípulos; esos seres transmigratorios, que siguen pensando y repensando su pensamiento, y cuando se les reprocha el decir algo nuevo, se refugian en aquella fórmula: el maestro lo ha dicho (Magister dixit).

De Cristo sabemos que escribió una sola vez algunas palabras que la arena se encargó de borrar.No escribió otra cosa que no sepamos. El Buda fue también un maestro oral; quedan sus prédicas. Luego tenemos una frase de San Anselmo: Poner un libro en manos de un ignorante es tan peligroso como poner una espada en manos de un niño. La atribución sublime de un libro, es el espíritu que encierra el alma del autor.

Una vez al escritor Barnard Shaw le preguntaron una vez si creía que el Espíritu Santo había escrito la Biblia. Y contestó: Todo libro que vale la pena de ser releído ha sido escrito por el Espíritu. Es decir, un libro tiene que ir más allá de la intención del autor. El Quijote, por ejemplo, es más que una sátira de los libros de caballería. Es un texto absoluto en el cual no interviene, absolutamente para nada, el azar. Finalmente, retomo las palabras de Gabriel García Márquez, cuando expresó: La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla. Así fue, después de su fallecimiento quedó el libro del recuerdo: “Vivir para contarla”.

This article is from: