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EDITORIAL

Una presencia animadora del Espíritu

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Una presencia espíritu animadora del Hno. Paulo Petry, fsc – Consejero General para la RELAL

El Espíritu soplaba y aleteaba sobre la super cie de las aguas… Del caos nace el cosmos (cf. Gn 1,1).

T

odo se armoniza con la presencia creativa del soplo divino. En la creación del universo, del mundo, de la naturaleza, de los animales y de los seres humanos estaba el Espíritu Santo de Dios. Y la historia se fue desarrollando... el hombre y la mujer gobernaron el mundo, a veces con sabiduría, otras veces dominados por sus propias limitaciones. En todos los grandes momentos se percibe la presencia del Espíritu que los anima a seguir adelante, les anima a transformar la confusión en armonía, la ignorancia en educación, el odio en amor y la esclavitud en liberación.

La historia humana, en la que Dios se revela a sí mismo y su santa voluntad, es al mismo tiempo la historia de la salvación. En ella Dios hace surgir a grandes hombres y mujeres que, inspirados por el Espíritu Santo, se convierten en el mismo aliento de Dios para animar el camino de sus compañeros y de sus comunidades. Con la fuerza y la presencia dinámica del Espíritu anuncian tiempos nuevos, cielos y tierra nuevos y denuncian la corrupción, el engaño, la ignorancia, la explotación, la injusticia y la opresión. En el momento culminante de la historia, el Espíritu divino visita a la joven María, en Nazaret. Inspirada por Él, acepta ser la madre del Salvador del mundo. Por medio del Espíritu Santo, el Verbo se hace carne y habita entre nosotros. El Espíritu se posa sobre Ella y la Palabra de Dios hace su morada, pone su tienda entre nosotros. Esta gracia, este don, es tan grande que lo entendemos de forma limitada, es para nosotros un misterio. Este misterio, aunque comprendido de forma limitada, podemos aceptarlo mediante otra gracia: la fe. Todo esto es siempre posible con la presencia del Espíritu que nos anima y fortalece. Sigamos pidiendo con con anza “Creo, ¡pero ayuda mi poca fe!” (Mc 9,24). Esta cita bíblica me recuerda un cuento que retrata muy bien lo que es tener fe verdadera, siempre y en cualquier circunstancia: En alta mar se desató una tormenta, el vendaval golpeaba contra la pobre embarcación y las olas la movían con ferocidad. Pero un niño que se encontraba en la proa jugando parecía no enterarse del problema.

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Un marinero sorprendido por su actitud corre hacia él cuando la tormenta ha pasado y le pregunta: -¿No tenías miedo? - “No”, responde con voz aguda, “porque mi padre es el piloto”. Ya en su misión, en su recorrido por Galilea y en el camino hacia la cruz, la muerte y la resurrección, el mismo Hijo de Dios da testimonio de la presencia constante e incesante del Espíritu. Proclama que “El Espíritu del Señor está sobre mí. Él me ha ungido para llevar buenas noticias a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos y a los ciegos que pronto van a ver, para poner en libertad a los oprimidos 19 y proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19). Y Jesús, antes de partir hacia el Padre, promete a sus discípulos y a nosotros también, que enviará el Espíritu Santo Paráclito (cf. Jn 14,15-21). Junto a nosotros, el Espíritu Paráclito tiene la misión de ser nuestro defensor, nuestro protector, animador y mentor. Así, los apóstoles y los primeros cristianos siguen el Camino (Jesucristo), animados y sostenidos por el Paráclito. La Iglesia se desarrolla y se extiende por todas partes bajo la acción del Espíritu. Las mujeres y los hombres llegan a ser “grandes”, como María, en la medida en que reconocen con humildad la grandeza de la acción del Espíritu en sus vidas. Tras años de atención, docilidad y obediencia al Espíritu, consiguen realizar grandes obras en este mundo. Hoy se nos proponen como ejemplos a seguir, como espejos a los que mirar, como santos/as a los que imitar por haber aceptado la acción de Dios en sus vidas. Inspirados por estos santos, e iluminados por el Espíritu Santo, reconocemos y con amos en que “Grandes cosas son posibles”, y que nosotros/as somos parte del milagro.

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Ciertamente, el Espíritu suscita y mantiene los dones necesarios para que la humanidad pueda caminar y desarrollar su misión como Iglesia Pueblo de Dios y hacer presente el Reino de Dios aquí y ahora. Cuando un grupo de hombres o mujeres recibe y acepta del Espíritu Santo un don especial para realizar una misión, podríamos denominarlo carisma. Y el Espíritu está ciertamente presente en la fundación o creación de Institutos y Órdenes de religiosos/as que vivi can la Iglesia con tantos carismas maravillosos y diferentes. Así, San Juan Bautista de La Salle fue uno de estos hombres que estuvo muy atento a la voluntad de Dios con respecto a él. Sin embargo, la atención a la voluntad de Dios no es algo alienante en su vida. No es algo que le aleje de sus semejantes. Más bien es algo que le acerca cada vez más a los que le han sido con ados. Inspirado por el Espíritu Santo, se deja llevar por los gritos de niños y jóvenes carentes de educación y alejados de la fe. Animado por el Espíritu, se enfrentó a los tribunales para garantizar su misión y la obra que estaba naciendo. Animado por el Espíritu, se recuerda a sí mismo, a los primeros Hermanos, a los alumnos y a todos nosotros hoy, que Dios está constantemente en medio de nosotros: “Acordémonos de que estamos en la santa presencia de Dios”. Animado por el Espíritu Santo, poco antes de partir al encuentro del Padre, La Salle pudo dar su testimonio de padre, fundador y gran educador: “Adoro en todo la voluntad de Dios para conmigo”. La forma de ser, de creer, de ver la realidad y de actuar de San Juan Bautista de La Salle, inspirada por el Espíritu Santo, suena como una invitación a cada uno de nosotros, Seglar, Hermano, padre, madre, maestro/a, formando o joven lasallista: - vivamos atentos a las llamadas del Espíritu, hagamos lo que Él nos inspira y dejémonos animar por Él para que su obra se realice en nosotros y a través de nosotros de tal manera que al nal de nuestra vida unamos nuestras voces a la de nuestro Santo Fundador y con él, en un inmenso coro, entonemos y repitamos sus últimas palabras: “Adoro en todo la voluntad de Dios para conmigo”. 10

Al concluir esta re exión conviene pedir al Espíritu Santo que permanezca en nosotros, anime nuestra misión de educar y evangelizar y suscite grandes educadores/as cristianos/as. Que la misión y el carisma recibidos por La Salle, sean para nosotros una invitación y un reto a abrir cada vez más espacios en nuestras vidas, en nuestra sociedad y especialmente en el mundo de la educación, para que el Espíritu Santo actúe, anime y fortalezca a su Iglesia. Y así, como La Salle, comprometidos con la educación humana y cristiana de los jóvenes y niños/as que nos son con ados/as y alentados por el Espíritu Santo, con fe y celo, sí podemos soñar un futuro mejor.

“Acordémonos de que estamos en la santa presencia de Dios”.

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