Lisboa

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© Laura Santiago Díaz. 2008

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Donde acaba el mar y la tierra comienza Así definió José Saramago, el único premio Nobel de las letras portuguesas, a una de las ciudades europeas por antonomasia, la mítica Lisboa. Abierta al mar, lo que ha marcado su carácter cosmopolita, la ciudad es cuna de marinos, conquistadores y escritores: entre todos ellos, han hecho de Lisboa una de las ciudades europeas con más vitalidad en este milenio recién comenzado. La sombra de Pessoa todavía acaricia algunos de los muros de los cafés, y la fuerza y la belleza de sus versos subyacen por debajo de los raíles de los tranvías del Chiado. Sus librerías, sus cafés, sus gentes: notas de fado que se incrustan en la memoria y el recuerdo de todo aquel que ha tenido la dicha de hollar la capital del Tajo. No son pocos los autores que allí han creado, ni pocas las páginas que allí se han escrito. Los rincones más literarios de Lisboa El lugar por excelencia es el barrio de O Chiado, ya casi recuperado del incendio infernal que le asoló en 1988. Hoy, sus remozadas calles asisten al desfile diario de miles de turistas, que fotografían fascinados las que para muchos son las calles del barrio más bonito de Europa. Pero los lugares con significación literaria se reparten por toda la ciudad. Junto con el adyacente Bairro Alto, el centro de la reunión más juvenil y noctámbula, conforma una de las rutas más sabrosas y pintorescas, imprescindibles para entender el alma lisboeta. La iglesia de San Roque (Largo Trindade Coelho), el legendario Teatro de Sâo Carlos (Largo de Sâo Carlos) o el Museo del Chiado (Rúa Serpa Pinto, 6) son sólo algunos de los lugares más interesantes. Si os situáis en la Praça do Comercio, el punto neurálgico de la metrópoli, a la derecha, tras la magnífica estación de ferrocarril de Santa Apolónia, surge uno de los conjuntos arquitectónicos más bellos de Lisboa, el tradicional barrio de Alfama. Tiene su origen en la época de la dominación árabe, y ya desde aquellos años es punto tradicional de congregación de artesanos y pescadores. Las callejuelas, que se extienden sobre la falda del monte del castillo de San Jorge hasta el río Tajo, son de las más sabrosas de la ciudad, y sus fachadas normalmente se cubren de azulejos. Es en este barrio donde se encuentra la catedral, la Sé, uno de los templos más bellos de Portugal. Otro barrio ineludible es el de Cais do Sodré, que en sus orígenes (tras el terremoto de 1755) se convirtió en uno de los más selectos de la ciudad, y que no tardaría mucho en ser punto de encuentro de los marinos que arribaban al puerto lisboeta desde las cinco esquinas del mundo. Sólo sea por tomar un café en el British (Rúa Bernardino da Costa) y contemplar el trasiego del Mercado da Ribeira, merece muy mucho pasear por sus calles. La casa de Fernando Pessoa (Rúa Coelho da Rocha, 16), que el poeta habitó durante los últimos años de su vida, está totalmente reformada. Hay biblioteca, centro de documentación y algunos objetos personales expuestos en vitrinas, pero poca cosa: un pasaporte, una agenda... en la puerta de entrada saluda, al modo de vitrina, una carta astral del escritor en piedra. 3

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Otro lugar donde permanece el espíritu del poeta es en el café Martinho da Arcada (Rúa da Prata, 2), que fue fundado en 1782. Este café era uno de los favoritos de Pessoa, y hoy es, además de café, sede de la Asociación Pessoana de Amigos del "Martinho de Arcada". El placer de oler cómo la pulpa de los libros viejos se va deshaciendo con el paso del tiempo podéis experimentarlo en la parte alta de la Rúa do Alecrim, donde hay varias librerías especializadas en libro usado y grabados. Las más nombradas son Joao Trindade (Rúa do Alecrim, 32) y Campos Trindade (Rúa do Alecrim, 44). Uno de los "fondos" preferidos para las fotografías de las decenas de miles de visitantes de Lisboa es la estatua de Fernando Pessoa que se encuentra en el café A Brasileira (Rúa do Almeida Garret, 120). En la entrada hay una estatua de bronce del poeta sentado a la mesa, dejando una silla libre para que cualquiera se pueda tomar algo con él y -cómo no- hacerse la correspondiente foto... tal vez típico, pero resulta imposible resistirse a la tentación... La obra del poeta Joâo de Deus no es tan conocida como la de Pessoa, pero no por ello deja de ser la de uno de los mejores y más sensibles literatos portugueses. Para que no se pierda su recuerdo y satisfacer a sus lectores, está el Museu Joâo de Deus (Avenida Álvares Cabral, 69), en el barrio de San José. ¿Y cómo hablar de Lisboa sin mencionar el fado? Este género musical ha dado la vuelta al mundo, y condensa en sus letras el espíritu melancólico que se adjudica al portugués. Madredeus o Amalia Rodrígues, la gran madonna de la canción popular lusa, son sólo la punta de lanza de un género musical que está viviendo una edad de oro, como atestiguan las docenas de locales consagrados al fado que hay en la capital lisboeta. En el Bairro Alto es donde se concentran la gran mayoría de las casas de fado de la ciudad De todos ellos, los más recomendables son Fado Nó Nó (Rúa do Norte, 47-49), el Café Luso (Travesía Quimada, 10) y el Arcadas do Faia (Rúa da Barroca, 54-56). Lecturas para viajeros Como lecturas imprescindibles para acompañar el viaje (y así viajaréis dos veces: mientras leéis y mientras estáis en la ciudad), aquí están los dos volúmenes ineludibles: "Lisboa, libro de a bordo", de José Cardoso Pires, recientemente fallecido, uno de los mayores nombres de la literatura portuguesa contemporánea. Una obra en la que la ciudad cobra vida de una manera bella y sincera: - Lisboa, vista así de lejos, se levanta como la hermosa visión de un sueño, elevándose hacia el intenso azul del cielo, que el sol aviva. Sólo os proponemos algunas pistas: como buenos viajeros, vosotros mismos debéis hallar vuestros lugares. Mientras, escuchemos el consejo de Cardoso Pires:

- Avanzo. Me he vuelto hacia el sur en plano de formato postal, y tú, Lisboa, con el río al fondo de un azul que aturde. Se diría el Tajo visto desde el palo mayor. 4 4


FERNANDO PESSOA (LISBOA 1888-1935): Nació en una casa de la plaza de San Carlos de Lisboa. Su padre era funcionario de la Secretaría de Estado y redactor del Diário de Lisboa. Su madre, descendiente de una ilustre familia de las Azores, era una mujer de cultura extraordinaria para su época, que hablaba francés, inglés y alemán, leía latín, y escribía versos. Pessoa pasó su infancia y juventud en Africa del sur, donde cursó sus estudios en Durban y en El Cabo. Recibió una educación exclusivamente inglesa, fue un excelente escolar y ganó varios premios de redacción en francés y en inglés. No dejó ni una muestra de nostalgia ni recuerdos escritos de su época en la ciudad portuaria de Durban. En inglés escribió su Diario y algunos de sus poemas y ensayos más notables. En 1905 regresó a Portugal. Solitario, retraído, forjó su obra lentamente, al mismo tiempo que trabajaba como traductor comercial en inglés y francés. En 1907 abandonó los estudios y montó una pequeña imprenta que resultó un fracaso como negocio. Inició su obra poética en portugués en 1912, con algunos poemas publicados en la revista A Aguia. Esta revista había sido fundada en 1910 por Teixeira de Pascoaes (1877-1952), fundador del saudosismo, como órgano de expresión de esta corriente. En ella sus patrocinadores interpretaban 5

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místicamente la historia de Portugal y en ella hizo Pessoa sus primeras críticas. En 1913 publicó en inglés 35 sonetos. Abandonó pronto el grupo de Pascoaes, para ser, con Mário de Sá-Carneiro, uno de los introductores en Portugal de los movimientos de vanguardia. Según Joao Gaspar Simões en la poesía Pauis (Pantanos), escrita en marzo de 1913, Pessoa logra en parte darle la forma por la que él mismo abogaba en su tercer artículo de A Aguia. Los poetas que más tarde se agruparon en torno a la revista Orpheu vieron en Pantanos la descripción de lo que sería su credo estético. Heterónimos: El año 1914 fue decisivo en la obra del poeta, por la invención de sus tres heterónimos. Pessoa crea su obra proyectándola sobre cuatro personalidades distintas y divergentes: •

Alberto Caeiro

Ricardo Reis

Alvaro de Campos

Pessoa mismo

No se trata de seudónimos, ni de un juego de dispersión emocional, sino de individualidades que deben ser consideradas distintas del propio autor. Pessoa llegó incluso a inventar la biografía de sus tres heterónimos. El autor humano de estos libros no conoce en sí mismo personalidad ninguna. Cuando acaso siente una personalidad emerger dentro de sí, pronto ve que es un ente diferente del que él es, aunque parecido; hijo mental, quizás, y con cualidades heredadas, pero con las diferencias de ser otro. (Aspectos. Pessoa)

LIBRO DEL DESASOSIEGO: Las calles de Lisboa: [...] En ciertos momentos muy claros de la meditación, como aquellos en que, al 6

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principio de la tarde, vago observador por las calles, cada persona me trae una noticia, cada casa me ofrece una novedad, cada letrero contiene un aviso para mí. Mi paseo callado es una conversación continua, y todos nosotros, hombres, casas, piedras, letreros y cielo, somos una gran multitud amiga, que se codea con palabras en la gran procesión del Destino. (174) [...] En la niebla leve de la mañana de media-primavera, la Baja despierta entorpecida y el sol nace como con lentitud. Hay una alegría sosegada en el aire con mitad de frío, y la vida, al soplo de la brisa que no hay, tirita vagamente por el frío que ya ha pasado, por el recuerdo del frío más que por el frío, por la comparación con el verano próximo, más que por el tiempo que está haciendo. No han abierto todavía las tiendas, salvo las lecherías y los cafés, pero el reposo no es de torpor, como el del domingo; es tan sólo de reposo. Un rastro rubio se antecede en el aire que se revela, y el azul se colorea pálidamente a través de la bruma que se extingue. El movimiento comienza poco a poco por las calles, destaca la separación de los peatones, y en las pocas ventanas abiertas, madrugan también apariciones. Los tranvías trazan a medio-aire su surco móvil amarillo y numerado. Y, de minuto en minuto, sensiblemente, las calles se desdesiertan. (83) [...] Amo estas plazuelas solitarias, intercaladas entre calles de poco tránsito, y sin más tránsito, ellas mismas, que las calles. Son claros inútiles, cosas que esperan, entre tumultos distantes. Son de aldea en la ciudad. Paso por ellas, subo a cualquiera de las calles que afluyen a ellas, después bajo de nuevo esa calle, para regresar a ellas. Vista desde el otro lado es diferente, pero la misma paz deja dorarse de añoranza súbita -sol en el ocaso- el lado que no había visto a la ida. (88) [...] Definió César toda la estatura de la ambición cuando dijo aquellas palabras: "¡Antes el primero en la aldea que el segundo en Roma!". Yo no soy nada ni en la aldea ni en Roma ninguna. Por lo menos, el tendero de la esquina es respetado desde la calle de la Asunción hasta la calle de la 7

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Victoria; es el César de una manzana. ¿Yo superior a él? ¿En qué, si la nada no admite superioridad, ni inferioridad, ni comparación? (91) [...] Desde la terraza del café miro trémulamente hacia la vida. Poco veo de ella -el bullicio- en esta concentración suya en esta plazuela nítida y mía. Un marasmo como un comienzo de borrachera me elucida el alma de cosas. Transcurre fuera de mí en los pasos de los que pasan [...] la vida evidente y unánime. (97) [...] de algún modo trato de dar la impresión de lo que siento, mezcla de varias especies de yo y de calle ajena, que, por lo que veo, también de un modo íntimo que no sé analizar, me pertenece, forma parte de mí. (159) El silencio que sale del ruido de la lluvia se extiende, en un crescendo de monotonía cenicienta, por la calle estrecha que miro. Estoy durmiendo despierto, de pie contra la vidriera, en la que me recuesto como en todo. Busco en mí qué sensaciones son las que tengo ante este caer deshilachado de agua sombríamente luminosa que se destaca de las fachadas sucias y, aún más, de las ventanas abiertas. (165) [...] Son las calles antiguas con otra gente, hoy las mismas calles diferentes; son personas muertas que me están hablando, a través de la transparencia de la falta de ellas hoy; son remordimientos de lo que hice o no hice, ruidos de regatos de noche, ruidos allá abajo, en la casa quieta. (219) [...] Bajando hoy por la Calle Nueva de Almada, me fijé de repente en la espalda del hombre que bajaba delante de mí. Era la espalda vulgar de un hombre cualquiera, la chaqueta de un traje modesto en una espalda de transeúnte ocasional. Llevaba una cartera vieja bajo el brazo izquierdo, y ponía en el suelo, al ritmo de ir andando, un paraguas cerrado, que cogía por el puño con la mano derecha. Sentí de repente por aquel hombre algo parecido a la ternura. Sentí en él la ternura que se siente por la común vulgaridad humana, por lo trivial cotidiano del cabeza de familia que va a trabajar, por su hogar humilde y alegre, 8 8


por los placeres alegres y tristes de que forzosamente se compone su vida, por la inocencia de vivir sin analizar, por la naturaleza animal de aquella espalda vestida. (46) [...] Paso por una calle y estoy viendo en la cara de los transeúntes, no la expresión que realmente tienen, sino la expresión que tendrían para conmigo si conociesen mi vida, y cómo soy yo, si se transparentase en mis gestos y en mi rostro la ridícula y tímida anormalidad de mi alma. En ojos que no miran, sospecho burlas que encuentro naturales, dirigidas contra la excepción inelegante que soy entre un montón de gente que hace y goza; y en el fondo supuesto de fisonomías que pasan, carcajadas de la tímida gesticulación de mi vida. (49) [...] sigo a veces -sin envidia ni deseo- a las parejas ocasionales que la tarde junta y caminan del brazo hacia la conciencia inconsciente de la juventud. Disfruto de ellos como disfruto de una verdad, sin pensar si tiene o no que ver conmigo. (240) •

Pessoa: La Calle de los Doradores

Pessoa: El Libro del desasosiego

Pessoa: El mar en el Libro del desasosiego

Pessoa: Descobertas | Oda Marítima | Las islas

Libro del desasosiego La calle de los Doradores: Calle real de la Baja lisboeta donde vive y trabaja Bernardo Soares. Ocho tramos de escalera median entre ella y su habitación en un cuarto piso. En una esquina hay una tabaquería. La primera paralela hacia el oeste es la Calle de la Plata.

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[...] ¿Qué se ha hecho de todos ellos, que, porque los vi y volví a verlos, fueron parte de mi vida? Mañana también desapareceré yo de la Calle de la Plata, de la Calle de los Doradores, de la Calle de los Lenceros. Mañana, también yo -el alma que siente y piensa, el universo que soy para mí- sí, mañana yo también seré el que dejó de pasar por estas calles, el que otros vagamente evocarán con un "¿qué será de él?" Y todo cuanto hago, todo cuanto siento, todo cuanto vivo, no será más que un transeúnte menos en la cotidianeidad de las calles de una ciudad cualquiera. [...] Si yo tuviese el mundo en la mano, lo cambiaría, estoy seguro, por un billete para la Calle de los Doradores. (6) Pienso a veces que nunca saldré de la Calle de los Doradores. Y esto escrito, entonces, me parece la eternidad. (86) [...] Me asomo, desde una de las ventanas de la oficina abandonada a mediodía, a la calle en la que mi distracción siente movimientos de gente en los ojos, y no los ve, desde la distancia de mi meditación. Me duermo sobre los codos, donde me duele la barandilla, y sé de nada con una gran promesa. Los pormenores de la calle sin animación por la que muchos andan se me destacan en un alejamiento mental: los cajones apiñados en el carro, los sacos a la puerta del almacén del otro y, en el escaparate distante de la tienda de ultramarinos de la esquina, el vislumbre de las botellas de ese vino de Oporto que sueño que nadie puede comprar. Se me aísla el espíritu de la mitad de la materia. Investigo con la imaginación. La gente que pasa por la calle es siempre la misma que ha pasado hace poco, es siempre el aspecto fluctuante de alguien, manchas sin movimiento, voces de incertidumbre, cosas que pasan y no llegan a suceder. (41) [...] También hay universo en la Calle de los Doradores. También concede Dios aquí que no falte el enigma de vivir. Y por eso, si son pobres, como el paisaje de carros y cajones, los sueños que consigo extraer de entre las ruedas y las tablas, aun así son para mí lo que tengo, lo que puedo ser. (337) 10

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Por la calle llena de cajones van los cargadores limpiando la calle. Uno a uno, con risas y dicharachos, van poniendo los cajones en los carros. Desde lo alto de mi ventana de la oficina, yo los voy viendo, con ojos lentos en los que los párpados están durmiendo. Y algo sutil, incomprensible, ata lo que siento a los cargamentos que estoy viendo hacer, una sensación desconocida hace un cajón de todo este tedio mío, o angustia, o náusea, y lo sube, a hombros de quien bromea en voz alta, a un carro que no está aquí. Y la luz del día serena como siempre, luz oblicuamente, porque la calle es estrecha, sobre donde están levantando los cajones -no sobre los cajones, que están a la sombra, sino sobre la esquina, allá al final, donde los cargadores están haciendo no hacer nada, indeterminadamente. (159) La oficina: Bernardo Soares comparte sus días de trabajo con el patrón Vasques, el contable Moreira, el cajero Borges, el compañero del escritorio vecino Sergio, diversos jóvenes empleados que empaquetan remesas, y un gato. Sentado en su pupitre de ayudante de contabilidad se dedica a hacer cuentas hasta las seis de la tarde. Desde las ventanas de Vasques y Cia. se divisa una tienda de ultramarinos que hace esquina, y pueden escucharse los sonidos de las campanillas de los tranvías. [...] Encaro serenamente, sin nada más que lo que en el alma represente una sonrisa, el encerrárseme siempre la vida en esta Calle de los Doradores, en esta oficina, en esta atmósfera de esta gente. Tener lo que me dé para comer y beber, y dónde vivir, y el poco espacio libre en el tiempo para soñar, escribir -dormir-, ¿qué más puedo yo pedir a los Dioses o esperar del Destino? He tenido grandes ambiciones y sueños dilatados -pero también los tuvo el cargador o la modistilla, porque sueños los tiene todo el mundo: lo que nos diferencia es la fuerza de conseguir o el destino de conseguirse con nosotros. [...] El patrón Vasques es la Vida. La Vida, monótona y necesaria, dirigente y desconocida. Este hombre trivial representa la trivialidad de la Vida... Y, si la oficina de la Calle de los Doradores representa para mí la Vida, este segundo 11 11


piso mío, donde vivo, en la misma Calle de los Doradores, representa para mí el Arte. Sí el Arte, que vive en la misma calle que la Vida, aunque en un sitio diferente, el Arte que alivia de la Vida sin aliviar de vivir, que es tan monótono como la misma Vida. [...] No conozco mejor cura para todo este lamazal de sombras que el conocimiento directo de la vida humana corriente, en su realidad comercial, por ejemplo, como la que surge en la oficina de la Calle de los Doradores. ¡Con qué alivio volvía yo de aquel manicomio de títeres hacia la presencia real de Moreira, mi jefe, contable auténtico y sabedor, mal vestido y mal tratado, pero lo que ninguno de los otros conseguía ser, lo que se dice un hombre...! [...] Con qué prisa me alejo corriendo de casa, donde así he soñado, hacia la oficina; y veo la cara de Moreira como si por fin arribase a puerto. Considerándolo bien todo, prefiero a Moreira al mundo astral; prefiero la realidad a la verdad; prefiero la vida, vamos, al Dios que la ha creado. Así me la ha dado, así la viviré. (113) Tengo ante mí las dos páginas grandes del libro pesado; levanto de su inclinación sobre el pupitre viejo, con ojos cansados, un alma más cansada que los ojos. Más allá de la nada que esto representa, el almacén, hasta la Calle de los Doradores, alinea los anaqueles regulares, los empleados regulares, el orden humano y el sosiego de lo vulgar, como el sosiego que hay junto a los anaqueles. Bajo unos ojos nuevos a las dos páginas blancas, en las que mis números cuidadosos han puesto los lucros de la sociedad. Y, con una sonrisa que guardo para mí, recuerdo que la vida, que tiene estas páginas con nombres de tejidos y dinero, con sus blancos y sus trazos a regla y de letras, incluye también a los grandes navegantes, a los grandes santos, a los poetas de todas las épocas, todos ellos sin escritura, la vasta prole expulsada de los que hacen valer al mundo. (143)

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[...] Y al fondo de mi desconexión, sin que yo los oiga, oigo los ruidos de las conversaciones de los embaladores, allá en el fondo de la oficina al principio del almacén, y veo sin ver los cordeles de embalar los encargos postales, pasados dos veces, con los nudos dos veces corridos, en torno a los paquetes de papel pardo fuerte, en la mesa al pie de la ventana que da al zaguán, entre chistes y tijeras. Ver es haber visto. (160) [...] Soy yo quien, solo en la oficina desierta, puedo vivir imaginando sin desventaja de la inteligencia. No sufro interrupción de pensar por parte de los pupitres abandonados y de la sección de remesas sólo con papel y rollos de cuerda. estoy, no en mi banco alto, sino recostado, por un ascenso sin realizar, en la silla de brazos redondos de Moreira. Tal vez sea la influencia del lugar la que me unge de distraído. (163) [...] Tengo sueño. El día ha sido pesado de trabajo absurdo en la oficina casi desierta. Dos empleados están enfermos y los otros no están aquí. Estoy solo, salvo el mozo lejano. Tengo nostalgia de la hipótesis de tener un día de nostalgia, y aun así absurda. Casi pido a los dioses que haya que me guarden aquí, como en un cofre, defendiéndome de las amarguras y también de las felicidades de la vida. (220)

Libro del desasosiego: Escrito de forma fragmentaria durante numerosos años. En 1913 firma como Fernando Pessoa en la revista A Aguia un original que decía formaba parte del Libro del desasosiego. Se trataba de En la floresta de la enajenación. En el año de la creación de los tres grandes heterónimos (1914) Pessoa lo consideraba como obra propia u ortónima. A pesar de los radicales cambios de estilo a lo largo de los años, la obra se corresponde con la personalidad real de Pessoa, escrita en lo que el poeta llama un estado de "noser". El personaje de Bernardo Soares fue creado a posteriori. Se conserva una nota de Pessoa que da a entender que Soares no es más que un personaje de su creación y no un heterónimo. Prado Coelho, que considera esta obra como un 13

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diario, dice en 1949 que tal vez por encontrarlo demasiado confesional, autobiográfico y directo, Pessoa dejó a Soares "un tanto informe y en la penumbra". La organización de Coelho para la edición del libro, la hizo en manchas temáticas, sin vallas que las separasen, sugiriendo nexos y contrastes mediante la simple yuxtaposición, colocando, sin embargo, al comienzo del itinerario, textos y fragmentos a los que atribuye una función periférica, introductoria, y llevando al lector a concentrar su atención en zonas de relativa homogeneidad. (Jacinto Do Prado Coelho) Conocer la vida de Pessoa hombre no nos aleja de su obra, sino todo lo contrario. En su caso mucho más que en el de otros, la vida explica la obra tanto como la obra explica la vida. Se contienen mutuamente. (Robert Bréchon) Fragmentación y orden: Para la publicación del Libro del Desasosiego de Fernando Pessoa, las dificultades se amontonaron. En primer lugar, el poeta portugués estuvo unos veinte años escribiendo fragmentos sueltos de esa obra, que

se

podría considerar como un diario. En 1913 ya publicó un fragmento

que

anunció

como

parte

del

Libro

del

Desasosiego, titulado En la floresta de la enajenación. A partir de ese momento, Pessoa fue publicando con gran parsimonia otros fragmentos, o enviándolos por carta a un par de amigos. Cuando murió en 1935, dejó carpetas y cuadernos con textos sueltos. Ya se comprenderá que para el editor de esos textos, la ordenación de los mismos era una ardua tarea. Se planteó la posibilidad de intentar una sucesión cronológica, aunque Pessoa no solía poner fechas a los fragmentos. Algunos pensaron en un trabajo de chinos: fijarse en el contenido, en el estilo que fué cambiando con los años, en el papel utilizado, en la tinta... Afortunadamente, se impuso la consideración de que esa labor sólo podría arrojar resultados imperfectos, y que el mismo Pessoa probablemente no hubiera pensado en una ordenación cronológica de su obra. Tras rechazar varias posibilidades, Jacinto do Prado Coelho decidió organizar los textos de forma temática, sin separar los 14

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diferentes conjuntos, pero respetando los nexos que pudiese haber entre ellos. (Joaquín Rico)

Bernardo Soares descrito por Pessoa: Era un hombre que aparentaba unos treinta años, magro, más alto que bajo, encorvado exageradamente cuando estaba sentado, pero menos cuando estaba de pie, vestido con cierto descuido no totalmente descuidado. A la cara pálida y sin facciones interesantes, un aire de sufrimiento no le añadía interés, y era difícil definir qué especie de sufrimiento indicaba aquel aire; parecía indicar varios: privaciones, angustias y ese sufrimiento que nace de la indiferencia de haber sufrido mucho. Cenaba siempre poco, y terminaba fumando tabaco de hebra. Observaba de manera extraordinaria a las personas que había allí, no de modo sospechoso, sino con un interés especial; pero no las observaba como escrutándolas, sino como si le interesasen y no quisiera fijarse en sus facciones o analizar las manifestaciones de su carácter. Fue este rasgo curioso el que primero hizo que me interesase por él. Bernardo Soares habla de sí mismo: He nacido en un tiempo en que la mayoría de los jóvenes habían perdido la creencia en Dios, por la misma razón que sus mayores la habían tenido: sin saber por qué. Y entonces, porque el espíritu humano tiende a criticar porque siente, y no porque piensa, la mayoría de los jóvenes ha elegido a la Humanidad como sucedáneo de Dios. Pertenezco, sin embargo, a esa especie de hombres que están siempre al margen de aquello a lo que pertenecen, no ven sólo la multitud de la que son, sino también los grandes espacios que hay al lado. Por eso no he abandonado a Dios tan ampliamente como ellos ni he aceptado nunca a la humanidad. He considerado que Dios, siendo improbable, podría ser, pudiendo, pues, ser adorado; pero que la Humanidad, siendo una 15

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mera idea biológica, y no significando más que la especie animal humana, no era más digna de adoración que cualquier otra especie animal. (Fragmento inmediato posterior al prefacio pesoano).

Renuncia y contemplación: [...] A quien como yo, así, viviendo no sabe tener vida, ¿qué le queda sino, como a mis pocos pares, la renuncia por modo y la contemplación por destino? No sabiendo lo que es la vida religiosa, ni pudiendo saberlo, porque no se tiene fe con la razón; no pudiendo tener fe en la abstracción del hombre, ni sabiendo siquiera qué hacer de ella ante nosotros, nos quedaba, como motivo de tener alma, la contemplación estética de la vida. Y, así, ajenos a la solemnidad de todos los mundos, indiferentes a lo divino y despreciadores de lo humano, nos entregamos fútilmente a la sensación sin propósito, cultivada con un epicureísmo sutilizado. Hacer compensa pero confunde. Poseer es ser poseído, y por lo tanto perderse. Sólo la idea alcanza, sin corromperse, el conocimiento de la realidad (235). Abdicar de la vida para no abdicar de sí mismo (236). El propio cultivo de la imaginación es perjudicado por el de la vida (239).

Libro del desasosiego: El mar: el mar en todo: Somos quienes no somos, y la vida es veloz y triste. El ruido de las olas por la noche es un ruido de la noche; ¡y cuántos lo han oído en su propia alma, como la esperanza constante que se deshace en la oscuridad como un ruido sordo de espuma profunda! ¡Qué lágrimas lloraron los que obtuvieron, qué lágrimas perdieron los que consiguieron! Y todo esto, durante el paseo en la orilla del 16

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mar, se me tornó el secreto de la noche y la confidencia del abismo. ¡Cuántos somos! ¡Cuántos nos engañamos! ¡Qué mares suenan en nosotros, en la noche de ser nosotros, por las playas que nos sentimos en los encharcamientos de la emoción! Lo que se ha perdido, lo que se debería haber perdido, lo que se ha conseguido y ha satisfecho por error, lo que amamos y perdimos y, después de perderlo, vimos, amándolo por haberlo tenido, que no lo habíamos amado; lo que creíamos que pensábamos cuando sentíamos; lo que era un recuerdo y creíamos que era una emoción; y el mar en todo, llegando allá, rumoroso y fresco, del gran fondo de toda la noche, a agitarse fino en la playa, en el decurso nocturno de mi paseo a la orilla del mar...

¿Quien sabe siquiera lo que piensa, o lo que desea? ¿Quién sabe lo que es para sí mismo? ¡Cuántas cosas sugiere la música y nos sabe bien que no pueda ser! ¡Cuántas recuerda la noche y lloramos, y no han sido nunca! Como una voz suelta de la paz tumbada a lo largo, el enrollamiento de la ola estalla y se enfría y hay un salivar audible por la playa invisible. ¡Cuánto me muero si siento por todo! ¡Cuánto siento si así vagabundeo, incorpóreo y humano, con el corazón parado como una playa, y todo el mar de todo, en la noche que vivimos, batiendo alto, zumbón, y se enfría, en mi eterno paseo a la orilla del mar. (Libro del desasosiego. Fragmento 250, La muerte del príncipe, publicado en el número 27 de presença 1930)

Viaje nunca hecho: [...] El mar, me acuerdo, tenía tonalidades de sombra, de mezcla con fugas onduladas de vaga luz -y era todo misterioso como una idea triste en un momento de alegría, profético no sé de qué. Yo no partí de un puerto conocido. Ni sé hoy qué puerto era, porque todavía no he estado allí. Tampoco, igualmente, el propósito ritual de mi viaje era ir en demanda de puertos inexistentes -puertos que fuesen tan sólo entrar-hacia-puertos; 17

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ensenadas olvidadas de ríos, estrechos entre ciudades irreprensiblemente irreales. Pensáis, sin duda, al leerme, que mis palabras son absurdas. Es que nunca habéis viajado como yo. ¿Partí yo? Yo no os juraría que partí. Me encontré en otras partes, en otros puertos, pasé por ciudades que no eran aquélla, aunque ni aquélla ni ésas fueran ciudades ningunas. Juraros que fui yo quien partió y no el paisaje, que fui yo quien visitó otras tierras y no ellas las que me visitaron -no puedo hacéroslo. [...] ¿En qué barco hice ese viaje? En el vapor Cualquiera. Os reís. Yo también, y de vosotros tal vez. ¿Quién os dice, y a mí, que no escribo símbolos para que los comprendan los Dioses? No importa. Partí por el crepúsculo. Tengo todavía en el oído el ruido férreo del alzar el ancla a vapor. En el soslayo de mi memoria se mueven todavía lentamente, para entrar por fin en su posición de inercia, los brazos del guindaste de a bordo. [...] He visitado Nuevas Europas, y Constantinoplas otras han acogido a mi llegada velera en Bósforos falsos. ¿De llegada velera os espantáis? Es como lo digo, así mismo. El vapor en que partí llegó hecho un barco de vela al puerto. Que esto es imposible, decís. Por eso me ha sucedido. Nos llegaron, en otros vapores, noticias de guerras soñadas en Indias imposibles. Y, al oír hablar de esas tierras teníamos inoportunamente añoranzas de la nuestra, dejada tan atrás, quién sabe si en aquel mundo. (fragmento 30 del Apéndice)

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ANTONIO LOBO ANTUNES (LISBOA, 1942):

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scritor portugués nacido en Lisboa. Licenciado en Medicina y Psiquiatria, ha sido varias veces propuesto para el premio Nobel y es junto a José Saramago el escritor portugués mas traducido en el

extranjero, especialmente en el Norte de Europa. Es autor entre otras obras de: Memoria de Elefante (1979), Fado Alejandrino (1983), Auto dos Danados (1985), Tratado de las pasiones del alma (1990), El orden natural de las cosas (1992), La muerte de Carlos Gardel (1994), Crónicas (1995), Manual de Inquisidores (1996), Esplendor de Portugal (1997), Exhortación a los cocodrilos (2000) y Qué haré mientras todo arde? (2002). Galardones:

APE (1985,1999), Camoes (2007), Juan Rulfo (2008)

CITAS:

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“Mi obra se nutre de "materiales pobres", los que más le atraen al hacer literatura, la gran pasión de su vida”.

"Las clases altas no me interesan nada (...), he crecido en un barrio pobre y vivo en un barrio pobre", dijo en entrevista con Efe este narrador nacido en Lisboa en 1942 y considerado uno de los más preciosos cronistas de las letras iberoamericanas. "Yo no diría que hay más vida en esa gente (pobre), pero hay una manera de vivirla más natural, más espontánea, más sencilla, con menos máscaras", afirmó hoy. "Son mucho más frontales, tienen al mismo tiempo una inocencia y una sabiduría primordiales que nosotros hemos perdido, que yo he perdido, pero que tienes que recuperar para escribir", evocó. "Cuando estoy escribiendo me siento muy culpable, no sé de qué. Es como una infidelidad a algo que te han prestado para comunicárselo a otros". "No tengo la angustia de la página en blanco, nunca la he sentido. Para mí el problema es... (reflexiona unos segundos) cómo jerarquizar los sentimientos, cómo estructurar el alma, cómo hacer un retrato natural", sentenció. "Tienes que bajar hasta adentro de ti mismo, donde están los otros. Ese es el secreto del arte. Los sentimientos son siempre los mismos, lo que cambia es la manera de expresarlos, y tienes que encontrar tu cómo", matizó. Lobo Antunes se declaró consciente de que, en sus inicios en la escritura, "era muy malo en lo que hacía". “Hay una maquinaria invisible detrás de cada página, una maquinaria que el lector no ve, y no debe verla, porque si la ve el libro ya no es bueno”. "Pero al mismo tiempo estaba seguro de que si trabajaba mucho haría cosas buenas. Ha sido una lucha, tienes que tener una fe casi psicótica en ti mismo", dijo el narrador. A la hora de definir sus novelas, el escritor, alejado de los abstractos y la profundidad, que para él "no existe", relata que de niño lo más importante de los libros de historia que estudiaba eran los dibujos de navegantes y conquistadores a los que pintar bigotes. "Mis libros son también pintar en bigotes en las supuestas grandes figuras", concluyó, con una sonrisa que busca transmitir con precisión su frase”.

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"Me interesa el trabajo con las palabras. Las historias de mis libros me importan un pito” (...) “La estructura sí;(...). Me interesa intentar traducir en palabras lo que por definición es intraducible (las emociones, los impulsos...) y vertebrarlo en un todo coherente. La intriga me tiene sin cuidado; lo que busco es estar más cerca del corazón, de la vida”. “Pienso que hay una sola voz que se fragmenta y se divide, en mis inicios hacía planes detallados pero ahora parto de la nada, de una idea vaga, el hilo narrativo es para el escritor como la cuerda para el alpinista, el reto para mí surge de cómo crear personajes que despierten emociones sin este hilo, me veo como una entidad entre dos instancias, traduciendo lo que las voces interiores me dictan ya no sé si escribo o traduzco unos mensajes amorfos”. “Me da la impresión de que todos (los libros) son escritos por la misma persona. Son historias bien hechas, en general, y a mí no me gustan las historias bien hechas. Me gustan personajes con densidad. Me gusta la gente que es como una guerra civil en su interior; gente con quien puedes tener una lucha, en el buen sentido, claro. Me gusta la gente que se hace el haraquiri y que deja su sangre para mezclarla con la tuya como en un pacto”. Hablando de su infancia no sé en qué momento dijo una frase que se me quedó grabada: “Yo pensaba que la muerte era cuando los ojos se convertían en párpados” “Los libros buenos son como caminar entre la niebla, se leen con los ojos vírgenes y la llave del libro la tenemos nosotros” “Los libros que de verdad te gustan especialmente ni siquiera puedes prestarlos”.

TEXTOS:

Exhortación a los cocodrilos (fragmento)

" Recordaba una figura de tamaño natural, llamada Madame Dolores, a la que se le metía una moneda en el ombligo y soltaba una tarjeta con el futuro impreso, todos los futuros idénticos, una enfermedad grave pero curable, la boda con un caballero bondadoso, un viaje en barco, una herencia inesperada, y de hecho la figura acertaba porque realmente los futuros eran todos iguales. (...) Cuando me aplican el suero en el hospital, la sala del tratamiento es un acuario 21

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de peces acostados que lanzan al techo burbujas de palabras, verduscos, transparentes, sin pelo, desfigurados por la delgadez, extendidos en la arena de las sábanas con el líquido que cura el cáncer bajando hacia el brazo y los dientes y la lengua moviéndose siempre. "

Sonetos a Cristo (fragmento) (...) —No me dejes sola, no te marches, Edgar y tú bajando la calle camino de la parada del autobús, tú encorbado como si cargaras el mundo entero sobre los hombros, y yo desde la terraza —Edgar y ni siquiera te diste la vuelta, ni siquiera adios, ni siquiera una sonrisa, ni siquiera una llamada de teléfono, quería decirte No te sientas disminuido, quería decirte No tiene importancia, me gustas igual, hoy lo intentaremos aotra vez, no se lo cuento a nadie, Edgar, te juro que no se lo cuento a nadie, no se van a burlar de ti en el trabajo... (pág. 93) (...) Acabo de grabarte el capítulo de la telenovela. Tu madre ha llamado parar saber por qué no hemos ido a Feijó y yo le he dicho que enseguida llamabas. Porque estoy seguro de que no te has ido, de lo felices que somos. Tan felices que un día de estos voy a comprar un microondas para que, si vuelves a casa, encuentres la comida caliente esperándote (pág. 18)

(...) Esta semana mi mujer se llama Milá, mi hijo Juan Carlos, y estoy pagando un apartamento en Rio de Mouro. Como ésta cocina mucho mejor que las otras no hago planes de regresar a Amoreirias (Mis domingos, p. 65)

Entrevista a Lobo Antunes:«Hago novela porque no sé hacer poesía» BORJA HERMOSO. El Mundo, 3 de junio de 2001.

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LISBOA.- Será porque el sol derritiendo Lisboa en tardes de mayo permite un número razonable de sueños, pero aquel viernes, hablando con António Lobo Antunes, olía a infancia rescatada, amores peligrosos y alcanfor de casa encantada en las calles traseras a la Avenida da Liberdade. En una de esas calles, Rúa Gonçalves Crespo, en un estudio de pintor escondido tras un banal portón metálico de garaje, algunos de esos sueños se configuran y se transfiguran cada tarde a medida que el viejo alquimista de Benfica va manchando el folio blanco con tinta de bolígrafo azul y caligrafía de colegial aplicado. De ese bolígrafo y de esos folios han salido embriagadoras flores de ruina en forma de libros con títulos como Tratado de las pasiones del alma, El orden natural de las cosas, La muerte de Carlos Gardel, Manual de inquisidores, Esplendor de Portugal y Exhortación a los cocodrilos, todos editados en España por Siruela. Ahora, la editorial incorpora un nuevo título, inédito en nuestro país pese a haber sido escrito hace 22 años: En el culo del mundo. Este retrato en sepia de la brutalidad de la guerra colonial y sus consecuencias psicológicas (uno de los pilares temáticos de la obra de Lobo, junto con el influjo perenne de la niñez sobre la edad madura, la omnipresencia de la muerte o la persistencia cruel de la memoria) es el primer título de la nueva Biblioteca Lobo Antunes. ¿Una biblioteca personal?: «¡Ja, ja!, estas cosas se les hace un poco a los muertos, pero bueno, está bien», comenta el escritor. Una carta decisiva Con 15 años le pasó algo quizá decisivo. Le escribió una carta a Louis-Ferdinand Céline para comentar su Viaje al final de la noche. Céline le contestó. Eso le espoleó no sólo en su hambre de libros, sino también en su relación con los demás, y en concreto en su relación con los que hoy son sus lectores: «Aprendí a estar siempre agradecido a la gente; hoy lo estoy a quienes pierden conmigo su tiempo y su dinero... se lo debo todo; a mí me produce pavor la sensación de defraudar a quienes confían en mi obra». Nada es fácil en el compromiso ético y estético en que António Lobo Antunes ha convertido sus días cuando anda inmerso en un libro, que es casi siempre. Su convivencia cotidiana con las palabras es la convivencia de dos amantes que se buscan y se encuentran o, como diría Julio Cortázar, incluso andan sin buscarse pero sabiendo que andan para encontrarse: una especie de fatalidad. Sus lectores, su editor, sus críticos, están ante el trabajo de un orfebre perfeccionista hasta la extenuación: «Hay una maquinaria invisible detrás de cada página, una maquinaria que el lector no ve, y no debe verla, porque si la ve, el libro ya no es bueno. Y esa maquinaria sólo funciona gracias a una cosa: trabajo. El trabajo es el que te permite hacer creíble el relato, vertebrarlo, enlazar sus elementos, organizar la obra, porque si sólo hablamos de emociones en estado bruto, ¡vaya caos! ¿El duende? Bah, sólo creo en el trabajo». 23

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Y pone un ejemplo de esa eficacia, y no precisamente literario: «Las Meninas de Velázquez. Una de las mayores obras que se han hecho. Es la pintura de las pinturas. Comparados con Velázquez, casi todos los hombres me parecen pequeñitos». Aunque no es el único, ya que en las páginas de En el culo del mundo despliega una interminable galería de arte (Chagall, Modigliani, Vermeer, Cranach, Giotto, Cézanne...). La maquinaria oculta, el duende invisible, los hallazgos que surgen ahí y ahora, incluso donde no se los espera, la mano que mece la pluma en primeras, segundas y terceras versiones pulidas hasta los confines de lo obsesivo... todo ese tiovivo literario no deja de sorprender a António Lobo Antunes, que confiesa su estupor: «Siempre hago dos versiones de cada capítulo, luego me lo vuelvo a leer todo otra vez, y entonces me sorprendo a mí mismo: hay una lógica interna, todo se estructura, todo tiene sentido, ¿por qué?, no lo sé, se me escapa». Si el escritor siguiera ejerciendo su viejo oficio de psiquiatra, a lo mejor estudiaría esos indescifrables mecanismos. A veces, sostiene, «es como si el libro se hubiera hecho malgré moi (a pesar mío). Eso es, a menudo mis libros se hacen solos, a pesar mío. Un libro nunca pertenece del todo a su autor». Sólo un momento de quietud para el escritor en el tormentoso proceso de creación. El momento en el que lo abandona: «Un libro se acaba ahí, sólo en el momento en el que tu mano se queda feliz, y no antes. También hay otro síntoma, que no sé explicar bien, pero consiste en que el libro no quiere que lo trabajes más... si lo corriges más o lo rehaces, te repele». El autor de Fado alejandrino evoca su perenne sorpresa ante el proceso por el que un relato toma cuerpo: «Hay que partir de una base: un libro nunca sale como lo has planeado. En mis primeras obras intentaba trabajar con un plan muy detallado, supongo que porque tenía mucha más inseguridad que hoy y entonces pensaba que un plan tan estudiado me iba a ayudar. Pero eso no es verdad». Un organismo vivo Su conclusión es un cruce de caminos entre la literatura y la biología: «Está claro, cuando un libro es bueno de verdad, es como un organismo vivo, y entonces dan igual los planes que se hagan con él». Lo que no ha cambiado con los años es su percepción acerca de lo que puede ser el libro perfecto: «El libro perfecto es ese que parece escrito sólo para ti. A mí me ha pasado con Chéjov; lo leía y pensaba: "Es sólo mío". Sentía celos. Compartirlo con otros lectores era como si compartiese a una mujer». Eso es lo que le ocurrió con una de sus obras mayores, Manual de inquisidores. Hoy, Lobo Antunes ultima la primera versión de su nuevo libro, una historia de amor y muerte protagonizada por un travesti, pero en 1997 ya trató de incluir a un personaje así en su Manual...: «Lo intenté por todos los medios, pero acabé dándome cuenta de que el libro rechazaba al travesti, ¡ja, ja! Bueno, ahora lo he recuperado, pero se me presenta todo un desafío, porque yo no sé nada del mundo de los travestis, no conozco el mundo homosexual...». Y entonces, ¿cómo avanza Lobo Antunes en el retrato de un mundo que 24

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no conoce?: «Pues una amiga periodista me presentó a varios travestis. Hablé con ellos. Pero no saqué provecho alguno para mi libro. Así que ya ves, he tenido que inventarme todo». También se le apareció esa idea del libro como organismo vivo cuando escribía la que hasta ahora es su última obra publicada en España, Exhortación a los cocodrilos, una polifonía de cuatro voces femeninas que hablaban de un grupo terrorista en el Portugal posterior a la Revolución de los Claveles: «Era un reto escribir desde el punto de vista femenino: ¿qué sabemos los hombres de las mujeres? ¿qué sabe un hombre sobre cómo es el orgasmo de una mujer? ¿qué sabemos nosotros de la primera menstruación?». El primer «poema» Su último libro publicado en Portugal (no así en España) es No entres tan deprisa en esa noche oscura, -título fascinante donde los haya, aunque por obra y gracia no suya sino de Dylan Thomas, conscientemente «asimilado» por Lobo-, un fresco de casi 600 páginas al que el autor, por primera vez, ha llamado «poema». «¿Por qué lo llamé poema? Se refiere a todo un mundo de estructuras y de asociaciones... en la poesía se trabaja con cosas anteriores a las palabras, como las emociones y los sentimientos, muy complicados de asociar, de estructurar. Tenía en la cabeza la estructura de un poema largo, pero en el fondo sigo sin comprender muy bien la diferenciación de géneros. Yo, en realidad, no sé qué es la poesía... porque no la sé hacer». La poesía, Lobo Antunes parece mirarla desde dos ventanas: una se abre a una especie de impotencia humilde («hago novela porque no sé hacer poesía», asegura); la otra, a un embeleso de lector que idolatra a sus dioses con la envidia sana de un subcampeón. Dioses como Lorca, por ejemplo. Entonces, Lobo mira al fondo del estudio y desgrana en su delicioso castellano de eses portuguesas: Por tu amor me duele el aire, el corazón y el sombrero. «Mira, es muy, muy bueno. Hay música, hay sorpresa. Gente como Lorca o Salinas te enseña a utilizar las palabras». Y expulsando el humo del enésimo Gigantes («aaaaaahh, estoy intentando dejarlo, pero...») remacha su profesión de fe: -Las palabras tienen valor por sí mismas, son como diamantes.

Luego se va Lobo Antunes hacia la mesa y los folios. A seguir esculpiendo. Eso, diamantes.

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Recelo hacia el Nobel, la crítica, los editores y los actos sociales Por las mañanas escribe en un hospital psiquiátrico de monjas del Sagrado Corazón, donde le ceden un despachito. Por las tardes se encierra en el estudio de José, su primo pintor, entre discos de jazz, fotos de Marilyn Monroe y pinturas de colores chillones. Rehúye su casa, «hay ruido, porque viene mi nieto y no puedo trabajar». Por las tardes cruza la calle y merienda en el bar de enfrente, con su primo y su amiga, la dueña del garito. Lobo recibe con una sonrisa tranquila pintada en sus ojos azules y habla de libros, de música, de fútbol, del amor, del desamor, de la guerra, de mujeres, de Lisboa, de su pavor a los nacionalismos... Y reparte a diestro y siniestro: críticos, editores, profesionales del juego de salón... nadie se libra. «Es curioso, hay críticos a los que sólo se les ocurren cosas horribles cuando hablan o escriben de autores de su país, y total ¡para encumbrar a un chino al que nadie conoce, sólo ellos porque lo han convertido en su propiedad privada! A mí también me ha pasado. Ahora, en Portugal hay unanimidad en torno a mí, pero durante muchos años no fue así; yo leía críticas que nada tenían que ver con mi literatura, sino con mi personaje, con cómo era yo. Confundían las razones por las que no les gustaban mis libros con las razones por las que no les gustaba yo, eran críticas políticas, más que literarias» (Lobo militó en el Partido Comunista, del que acabó desencantado). Y añade con un tono de profundo hastío: «A veces la crítica escribe sobre personajes que ella misma inventa y sobre libros que también inventa, y no sobre personajes reales o libros reales». Pero no es la crítica -o un sector de ella- el único blanco de las flechas envenenadas de Lobo Antunes. Obsérvese cómo con pocas palabras también pone en su sitio a algún que otro editor, así, en abstracto, sin dar nombres, que siempre queda feo: «Hoy me llaman sin parar de todas partes para hacerme ofertas, hoy parece que soy indiscutible; pero no siempre fue así, ¿sabes? A mí, en España, por ejemplo, me rechazaron muchas editoriales importantes porque les parecía muy malo... hasta que llegó Siruela, donde estoy encantado». Esos mismos editores le lanzan hoy a Lobo Antunes incensantes cantos de sirena que él no pone mucho esfuerzo en atender, al menos por ahora. Ademas, lo suyo no es fingir, quizá porque no adora precisamente lo que tenga que ver con el escaparatismo social o los sinuosos vericuetos de las relaciones públicas. Los saraos no le encandilan: «Cuando voy a una fiesta, al pasar una hora me quiero ir, me parece estar perdiendo el tiempo, pienso que estaría mejor en casa viendo un buen partido de fútbol o un buen combate de boxeo... las cosas sociales me aburren. Coincido con escritores que hablan mal de otros escritores; suelen ser autores menores, claro, porque los escritores realmente buenos no son envidiosos». 26

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Este eterno poseedor de boletos anuales para el Nobel ha cambiado de actitud: «Antes me importaba, hoy me da igual. No se lo dieron nunca a mis autores favoritos, como Conrad o Tolstoi; cuando te dan un premio, es mejor pensar qué es lo que has hecho mal».

El tamaño del mundo António Lobo Antunes 08/07/2006 Las tardes de lluvia son siempre así: una melancolía vaga, añoranzas ni yo mismo sé de qué, mi vida que parece acabar en la ventana y, más allá de la ventana, en la tristeza de los árboles que de repente se me antojan humanos. Personas que conocí o no existen, una a una frente a mí, haciendo señas. Ganas de un gato. Ganas de escuchar la Patética en la radio. De un patio con sol, un estanque, patitos. Me llamo António y creía que cada gota arrastraba consigo parte de la imagen De tocar los pesos de la balanza de la cocina que ya no existen, todos idénticos, cada vez más pequeños, metidos en los huecos, también cada vez más pequeños, de una caja de madera. Los pesos tenían un chirimbolo para tirar de ellos y uno o dos faltaban. Ganas de despensas con tarros de mermelada cuya tapa se cerraba con un paño y una cuerda alrededor ciñéndolo. Solo, no lograba deshacer el nudo de la cuerda. Olores a queso. La puerta al patio que se golpeaba con el viento. ¿Alguien que salió y ya no volvió a entrar? El señor Januário me decía -El mundo es grande, niño y su bigote amarillento por el cigarrillo. ¿De qué murió? Un día me dijeron -El señor Januário ha muerto y la mujer pegó en el escaparate de la tienda un papel con una cruz negra. El bigote amarillento por el cigarrillo no ha vuelto a aparecer hasta hoy. Y la fruta detrás del escaparate de repente llena de sentido, mientras el coche con el señor Januário viajaba hacia el norte transportando entre las flores la grandeza del mundo. -He viajado en barco, niño me decía a mí que nunca había subido a un barco y lo que hasta entonces me habían ofrecido, en materia de mar, eran rocas y playas, sin hablar del fotógrafo ambulante que hacía fotos oscurísimas con una cámara con trípode. Las sacaba de un cubo, goteando -Dejad que se sequen 27

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y se quedaban un rato sujetas con pinzas de la ropa. Me llamo António y creía que cada gota arrastraba consigo parte de la imagen. El mundo es grande, en efecto, señor Januário. No entiendo nada de la vida y quería ser escritor. Al final de la lluvia, los insectos. Ésos de alas transparentes que dan miedo y zumban. Otros sin alas, con una corona de patas, trepando y bajando terrones, obstinados y ciegos. Tantos misterios, tantos ruidos en la casa, el mandarino nuevo incapaz de beber agua sin ayuda. Trivialidades importantísimas que los años me quitaron, almanaques sin tapa, pasiones naufragadas. Si al menos fuese capaz de decir esto a un paso muy leve, con palabras leves que casi no precisan tocar los ojos, que entran enseguida en nosotros como las luces de las casas abandonadas de salita en salita: si nos acercamos se suspenden un instante, desaparecen y, desapareciendo, no les da tiempo a nacer. Me llamo António y qué misterio en un nombre. Si mi nombre fuese otro, ¿qué habría hecho de mis días? Una palidez azul en el interior de la lluvia y mi cama más nítida. ¿Me despertaré mañana ya crecido? ¿Envejeceré así? ¿Hablará el señor Januário conmigo de una nada de ausencias? Señor Januário, señor Hermes, señor Norberto, que tocaba la flauta sentado en una silla de lona. Fue relojero, se encajaba un tubo en la órbita y reparaba el tiempo. Después enfermó y el tiempo dejó de importunarlo. La flauta en el estuche a su lado y él contaba con los dedos y se equivocaba en la suma. ¿Ocho, diez, catorce? Decía -Catorce y recomenzaba, receloso, porque poco antes sólo tenía nueve. Su hermana sacudía la cabeza ante nosotros, los contaba por él y demostraba que eran diez, el ruego en su cara acongojada -No se burle, niño mientras el señor Norberto, sorprendido -Juraría que eran catorce tirándola de la manga -¿Estás segura de que son diez? y la flauta callada. Su hermana le llevaba sopa -La sopita el señor Norberto observando la cuchara -Los dedos no me responden

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y yo no me burlaba en absoluto, pasmado, mientras que los insectos de alas transparentes zumbaban y zumbaban. No era sólo al llover cuando los árboles se me antojaban humanos. Las gafas de la hermana del señor Norberto, pegadas con papel celo, humanas. Su anillito. Sus zapatos. En una ocasión me llamó aparte: -Mi madre de joven usaba una flor en el pelo y se enorgullecía de la flor, sonrojándose. Le temblaba el labio. Si yo fuese fotógrafo de playa y le hiciera una foto así (-Dejad que se seque) se notaría en la película, forzosamente tendría que notarse en la película, el tamaño del mundo.

Son casi las once de la noche. La fijeza de las farolas de fuera, tan quietas como los árboles. Normalmente palpitan, suben, bajan, parecen moverse. Algunos raros automóviles en la autopista o lo que quiera que sea. Y yo sentado, escribiendo. No sé qué. Escribo.

Hospital Miguel Bombarda- FERNANDO VICENTE

¿Sereno y ordenado no será lo contrario de estar vivo? La estilográfica ha de encontrar su camino. Hoy almorcé en el hospital en el que trabajaba y donde conozco cada vez a menos personas. Siempre pensé, desde el primer día, que yo era un vulgar médico en prácticas recién llegado de África, que en lugar de hacerlo en un hospital me habían colocado en una pocilga de mierda. Pero ¿a quién le importa? Son enfermos y son pobres. Allí van ellos penando, atiborrados de medicamentos hasta la garganta, con expresiones vacías. Serenos, claro, pero en el sentido en que las verduras son serenas. Tuve un director para quien la serenidad era esencial: ponía en la receta sereno, ordenado, lo que para él era sinónimo de estar bien. El director, en cambio, que no era sereno ni ordenado, no tomaba ninguna medicina. Andaba detrás de las enfermeras como un perro hurgando en las sobras, se ponía la mano delante de la boca para susurrarme -Tráigame a ésa 29

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las empujaba contra la camilla, en la sala de vendajes. En una ocasión le pregunté -¿Sereno y ordenado no será lo contrario de estar vivo? y él, hinchándose tras el escritorio -Mire que le inicio un expediente disciplinario y me lo inició. Qué verbo extraordinario, iniciar. Le inicio un expediente disciplinario. Designaron a un fiscal que me llamó al despacho de la administración. El fiscal era el médico de cabecera de la pocilga. Un único médico de cabecera para centenares de pacientes. Llegaba al mediodía. Se iba a las once. Durante los años de practicante me iniciaron (bendito verbo) tres expedientes disciplinarios por insubordinación. No: dos por insubordinación, un tercero por presentarme al trabajo (otra hermosa expresión, presentarse al trabajo) vestido con el uniforme de los pacientes. Porque a los pacientes se les imponía un uniforme, lo que me sublevaba. Y les rapaban la cabeza. Y los atendían cada muerte de obispo. Pero andaban serenos y ordenados. Casi todos. Me acuerdo de un muchacho que se roció con gasolina y encendió una cerilla. De varios que se suicidaron. Del psicoanalista que aplicaba electrochoques en serie. Del terapeuta de grupo (terapeuta de grupo: me pasé ocho años oyendo esa frasecita y aún no sé bien lo que es) que, en la atención de urgencia, aplicaba dosis de inyecciones que me aterraban. Musitaba con dulzura -Y ahora se toma un Lorenim y se queda confuso pero sereno. Y, de hecho, la víctima se babeaba, farfullando incoherencias. Por lo menos no estorbaba a nadie. A propósito de uniforme, me acordé ahora de que hay una fotografía del poeta Ângelo de Lima con él y con la cabecita rapada. Compuso unos cuantos versos en el hospital, algunos excelentes. Dibujaba. Mi padre recordaba haber visto sus dibujos y sus escritos llenándose de moho en una especie de sótano. No interesaban un cuerno: estupideces de un loquito cualquiera. En el segundo año como practicante gané el premio de la Sociedad de Neurología y Psiquiatría con un trabajo sobre él: debo de haber sido el único en presentarse. En la ceremonia de entrega del premio el director, repentinamente amable 30

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-Es una pena que usted sea tan impulsivo yo que no era para nada impulsivo. En veintisiete meses de guerra una persona aprende, aunque no sea más que a dominarse. Quien no se dominaba, se moría. Quien se dominaba, se moría menos. Yo sólo me morí un poco. No hay una pizca de exageración en lo que he dicho. Escribí todo un libro sobre esto, llamado Conocimiento del infierno, y el resultado fue que uno de mis jefes se apareció con una pistola en el hospital para pegarme un tiro. No estaba sereno ni ordenado pero no lo internaron. Cuando se cruzaba conmigo, se echaba a correr. Nunca vi la pistola, yo que me acordaba muy bien de esos instrumentos. Me harté de montarlos y desmontarlos. De aceitarlos. De apretarles el gatillo. Once de la noche. Tal vez medianoche. La fijeza de la farola de fuera, tan quietas como los árboles. Normalmente palpitan, suben, bajan, parecen moverse. Me da vergüenza haber trabajado en el hospital. De haber sido médico allí. De haberme callado tantas veces. Tenía que ganarme la vida, ¿no? Todos tenemos que ganarnos la vida, ¿no? Una muchacha se estranguló con la cinta del pelo, y el asistente a mí -Esto queda entre nosotros. Farolas tan quietas como los árboles. Yo sentado escribiendo. No sé qué. Escribo. La estilográfica ha de encontrar su camino. Lo encontró: en la punta de la pluma veo a un muchacho rociándose con gasolina, encendiendo una cerilla. Pero eso, es evidente, queda entre nosotros.

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LUGARES A VISITAR

La tumba del poeta Fernando Pessoa está situada en el claustro del Monasterio de los Jerónimos.

Martinho da Arcada, Lisboa Es uno de los restaurantes mas conocidos de Lisboa y, además, su situación, bajo los soportales de la Plaça do Comerço, le da un plus de atención, para el turista. El local tiene un ambiente muy bonito que recupera el recuerdo del escritor Fernando Pessoa que pasaba muchas horas en el interior ...

Café A Brasileira, en Chiado (hay una escultura de Pessoa, allí pasaba horas escribiendo)

Hospital Miguel Bombarda Localização Rua Doutor Almeida Amaral - Lisboa 1169-053 LISBOA 32

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Distrito: Lisboa Concelho: Lisboa Freguesia: Coração de Jesus •

Parque de las Naciones (zona oriental de Lisboa, fue la sede de la Expo 98)

Barrios a visitar:      

Barrio Alto (zona de marcha, moderno y tradicional) Chiado (zona más intelectual, cafés, teatros, escuela de Arte) Baixa (zona de restaurantes, ascensor, ruas típicas centro histórico) Plaza del Rossío o Pedro IV (elevador de Eiffel, zona antigua del centro lisboeta) Alfama (es la cuna del fado, la zona más tranquila de Lisboa) Plaza del Comercio (punto de reunión en Fin de Año).

***Barrios no recomendados (zonas marginales): Martín Moníz, Intendente, La Mouraria, Anjos, Colina del Castillo de San Jorge, Chelas y Olivais.

Alrededores de Lisboa:   

Estoril (Parque Natural, costa, oferta cultural) Cascais (destaca su costa, su bahía arenosa) Sintra CONSEJOS

Una hora menos que España

Se come o se cena una hora antes (antes de las 14:00 y de las 20:00)

Eleven es el restaurante más caro y de élite de Lisboa (también el Bico do Sapato, propiedad, igual que la discoteca Lux, de John Malkovich)

Comida típica: bacalao, pescado, marisco, carne, arroz con verduras. El postre típico es el pastel de nata. También la comida brasileña.

Los portugueses son amables y tranquilos y brillan por su formalidad y su educación (ojo, los españoles tenemos fama de arrogantes).

Los entrantes que ponen en la mesa se pagan.

La línea roja del metro es sensacional, la amarilla está bien cuidada, la azul, depende de la estación y la verde es sucia.

La tarjeta Lisboa Viva es un bono de transporte mensual.

Para ir en tren a Cascais o Estéril, se coge en la estación Cais do Sodré

Se recomienda la cerveza y la caipiriña. 33

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Para llamar a España hay que marcar 00 34 y el nº de teléfono.

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Este trabajo terminó de imprimirse el 29 de diciembre de 2008, un día antes de que la familia Luque Santiago partiera a la ciudad soñada para recibir el nuevo año en la Plaza do Comercio 35

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