CRÓNICAS 49

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HISTORIAS, CUENTOS, LEYENDAS DE MONTALBANIA

DÍAS DE MATANZA

A

quel lechoncillo de gracioso rabo en espiral con el que los niños de la casa se entretenían tomándolo por un juguete más, al que le prodigaban mimos y, a veces, le hacían alguna que otra perrería, se convirtió con el paso de los meses, a base de alimentarlo como Dios manda, o como marca la tradición, en un cerdo digno de ver, con un peso que rebasaba las diez arrobas. Y lo que Dios y la tradición mandaban era que al gorrino se le “obsequiara” para su “puesta a punto” con alimentos específicos como verduras (calabazas, patatas, mazorcas de maíz…) y diversas hierbas como cardos, verdolagas u ortigas que se podían acompañar con harina de cebada, centeno o de otros cereales. En el otoño se incluían en la dieta los desperdicios de las cosechas de fruta y, a veces, por estos lares, se le daba la llamada “hojuela” o residuos procedente de las aceitunas una vez molidas, sin olvidarse de las suculentas bellotas... y, por supuesto, los restos de las comidas de la casa, lo que también suponía una muy importante y rica aportación en la nutrición del animal. Pero ahora había llegado el momento, tras casi un año de engorde, de que en el ara de los sacrificios en que se convierte una rudimentaria mesa entregara su espíritu y sus carnes, con lo que toda su vida, valga la paradoja, no habría sido más que una muerte anunciada. “Es ley de vida”, podría razonar el amo con él, ahondando más en la cuestión, si el cerdo razonara; aunque esa

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Jesús Pulido Ruiz

“ley de vida” (y aquí aparece de nuevo la paradoja) no deja de ser un acto cometido de forma plenamente consciente y con la mayor premeditación que viene a consumarse el día de su inmolación. Y dicha ley determina que todo él, a excepción de sus gruñidos, pasen a llenar la despensa del hogar convertido en gran medida en jamones y distintos tipos de embutidos y proporcionar de ese modo alimento para la familia a lo largo del año. ……………………………………… Esta mañana de enero se presenta extremadamente fría, aunque soleada. Tras la ligera lluvia de la noche anterior, pequeños témpanos de hielo adornan algunas de las canales de los tejados. Un viejo bidón ubicado en un lateral del patio y convertido en estufa aliviadora en estas gélidas horas se va alimentando con los trozos de leña de olivo, producto de la última corta, que el dueño de la casa no deja de proporcionarle. Todo está ya dispuesto para el gran día: la mesa, las distintas artesas, las cuchillas para rasurarlo, llamadas aquí candilejas, las tejas para el definitivo raspado, los calderos para calentar el agua y los ganchos y una soga resistente para colgar al marrano sacrificado. También están preparados en lugar seguro los distintos ingredientes, como cebollas y ajos, y especias, muchas de ellas compradas a los especieros de Levante, que solían aparecer por estas tierras 35


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