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► EL MARTÍN PESCADOR

José Carlos Oliveros

Hola, permíteme que me presente. Soy Martín, “El Pescador”. Lo de Martín no se de donde me viene, porque mi nombre científico es Alcedo Atthis y lo de pescador, está claro, porque soy un pescador empedernido. Mi cuerpo es rechoncho, de pico largo y grueso y con las alas y la cola bastante cortas al igual que mis anaranjadas y carnosas patitas. Visto así, no parezco un modelo de belleza, sino más bien un ser un tanto desproporcionado, pero sin embargo, nada puedo decir en contra de mi extraordinario plumaje, que me convierte en una de las aves más llamativas de Europa, junto a mi contrincante el Abejaruco. Mis partes superiores son verde-azulado brillante y las inferiores castaño rojizo, con la garganta blanca y una banda roja desde el ojo hasta el cuello. Pero bueno, no he venido yo aquí a presumir de mi belleza, sino a contaros algunos avatares de mi vida y algunas vivencias que han llegado a mí desde mis antepasados trasmitidas de pico a pico. Ni que decir tiene que vivo en el río, en mi caso en el Tajo a su paso por La Puebla de Montalbán y la verdad, es que me cuesta creer esas historias, porque me dicen, que este era un río impetuoso y de aguas cristalinas donde en su lecho acaecían múltiples acontecimientos. Me dicen, que durante los veranos traía abundante agua y que las gentes de La Puebla se bañaban en dos lugares, uno que denominaban "Las Cañas", playa de claras arenas y suave desnivel, aunque con algo de corriente y otro en "Las Escalerillas", lugar este de embravecidas y profundas aguas, después de haber sido liberadas desde la presa denominada La Chera, aguas que se libraban de pasar por la Central Eléctrica y el Molino del Puente, donde se producía corriente eléctrica para el pueblo y se molía el dorado trigo, traído desde la Puebla y los pueblos aledaños en carros y carretas tirados por mulas o bueyes a través de la vereda Molinera También me han contado, que durante el invierno, mi querido Tajo se trasformaba en un impetuoso río de fantásticas avenidas. En una ocasión, allá por la década de los cuarenta, la crecida fue de tal magnitud que los troncos arrastrados por el agua se topaban con la parte superior de los ojos del puente, llegando hasta el monolito conmemorativo que aún se conserva y que se conoce con el nombre de “El Mono del Puente”.

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¡Cuantas historias se acumulan en mi mente!. Me decían, que muchas familias vivían de la pesca. Que desde sus posaderos en una frágil rama de la orilla, observaban a unos aguerridos hombres de fuertes brazos, endurecidos por la brega de los remos y la pértiga, luchando contra la impetuosa corriente donde lanzaban con sorprendente destreza el esparavel o extendían el largo trasmallo de artesanales corchas. Otras veces, mientras dormían, en las claras noches de luna, les despertaba el ruido de la frágil barca de madera con pez, en la brega de la pesca, lanzando largas cuerdas repletas de anzuelos cebados con lombriz para la pesca de la anguila. Cuantas veces observarían las redes repletas de grandes barbos y plateadas bogas, que al día siguiente venderían sus mujeres, pregonando a viva voz por las empedradas calles el fruto de tan duro trabajo. También se vendían a las numerosas tabernas de La Puebla, donde se bebía el buen vino de las abundantes viñas y se degustaban las tajadas de los barbos fritos y en escabeche. Me hablaban de un tal Manolo “el del Puente” que tenía una casita antes de llegar al río, en la carretera de la Puebla y que además de ser buen pescador tenía unas ma-

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LA PUEBLA DE MONTALBÁN

nos especiales para elaborar el “guiso del pescador”, con los peces capturados minutos antes. Y allí se desplazaban los pueblanos para degustar tan rico manjar. Un día me picó la curiosidad y me di un vuelo por el lugar para ver la casa. Sentí un profundo pesar porque está medio derruida. Ahora me viene a la memoria, aunque me cueste creerlo, que durante esos duros tiempos, de escaso trabajo y falta de comida, con hogares llenos de hijos, algunas de estas buenas gentes fueron encarceladas por la práctica de este duro trabajo, aunque nunca he sabido la razón exacta. Pero sí se, que muchos hogares quedaron desamparados y a merced del hambre. Hecho que queda reflejado en los excelentes versos de nuestro paisano poeta Anastasio Oliva en el poema “Peces Muertos”, del que quiero reproducir algunas estrofas.

Ya no vocea “La Cucala” en las esquinas temprano con su voz de hoja de lata “¡peces vivos y baratos!” Sin ser advertido asoma a la superficie un barbo para musitar lloroso “¡La cárcel se ha equivocado!” Pero ni yo, ni mis antepasados hemos entrado jamás en competencia con los pescadores, porque ellos pescaban grandes ejemplares y nosotros por el contrario capturamos paces muy pequeños, entre otras cosas porque tenemos que tragarlos enteros, a los que atrapamos dejándonos caer en un picado desde la atalaya de pesca. Construimos el nido en barranquillos de tierra, donde excavamos un túnel de hasta un metro de longitud con un ensanche al final para depositar los huevos. Hacemos dos puestas anuales de 6-7 huevos blancos, que incubamos ambos consortes, no cabe duda que somos un matrimonio bien avenido.

Al contrario de otras aves a las que llamamos migratorias, no somos muy de hacer viajes, por lo que preferimos permanecer en el mismo sitio a lo largo de nuestra vida. En tiempos pasados, cuando los inviernos eran muy fríos y el rio llegaba a congelarse, nos cambiábamos de lugar, pero no muy lejos. Me cuesta entender, que este río Tajo, fuese un río como el que describen y me cuentan mis antepasados. Ahora es un río muerto, de aguas quietas y sucias donde a duras penas sobreviven algunas carpas y peces gato, una especie introducida que es capaz de sobrevivir en esta mala calidad de agua. En mi mente pajaril, no acierto a comprender como las leyes fueron tan severas con algunas gentes, cuando el río rebosaba de vida año tras año y desde tiempos inmemoriales y ahora hacen oídos sordos ante tanto desatino, fruto de la actividad y el egoísmo humano, que ha llevado a mi querido Tajo a convertirse en una cloaca de aguas fétidas. Debe ser que mi pequeño cerebro, poco evolucionado, no da para tanto. f

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