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EL ABEJARUCO

Era una cálida mañana de mediados de marzo de 1962, cuando después de recorrer en bicicleta la angosta vereda que llevaba a La Florida y tras atravesar el Soto Redondo por su parte norte, llegaba a Gramosilla con mi vieja caña de bambú, para disfrutar de una jornada de pesca en las impetuosas aguas de la presa, que por entonces, con el deshielo del Sistema Central, atravesaban los ojos de las angostas compuertas, para llegar a estrellarse contra las barranquillas del fondo.

Y es precisamente, ante ese rojo anfiteatro de los cortados terrosos, cuando llamó mi atención las acrobacias en vuelo de unos pájaros, a la vez que emitían un repetitivo reclamo, que en el lenguaje humano vendría a ser así “briiibriiii-briiii”.

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Pero sobre todo, quedé maravillado por el color de su plumaje, que al claro sol primaveral se adornaba con una gama cromática de una belleza incomparable. Poco después me enteré de que el tal pájaro, del tamaño de un estornino se llamaba Abejaruco.

Sin temor a equivocarme, puedo decir hoy en día, que el abejaruco es el ave más bella de nuestra avifauna. El pico y las patas son negros al igual que un antifaz que cubre longitudinalmente el ojo. La garganta amarilla que se degrada a blanco hasta el antifaz y después, distribuidos por el cuerpo, toda una gama de azules desde el ultramar al celeste, así como una gran variedad de tonos ocres, verdes, anaranjados, grisáceos y amarillos, que no se encontrarían ni en la paleta del más afamado pintor.

Y sin embargo, llamó mi atención que ante tan maravillosa gama de colores en las plumas faltaba el rojo. Ya no recuerdo cuando ni quien, pero una vez me contaron una curiosa leyenda que quiero referir aquí. Cuando el Creador hizo las aves, y llegó al abejaruco, decidió pintarle con todos los colores que ofrecía la naturaleza, pero al terminar, se dio cuenta de su error, a ninguna de sus plumas le había aplicado el color rojo, así que llegó a la resolución de pintarle el ojo de un intenso rojo escarlata.

Es el abejaruco un ave estival en nuestro pueblo, que llega en la primavera tras haber pasado el invierno en la lejana África. Y nada más llegar y afianzar la pareja, se dedica a inspeccionar las terreras de los ríos, con frecuencia modificadas por las crecidas invernales, para allí ubicar sus nidos.

Allí construye excavando con el pico, un túnel de un metro de profundidad, con una cámara ensanchada al final, que servirá después para que la hembra deposite los 6 u 8 huevos que forman la puesta y es tal la actividad que desarrolla en esta labor, que llega a reducir en un tercio la longitud del pico. Los huevos son esféricos, de color blanco y la incubación corre a cargo de los dos progenitores.

Recibe el nombre de abejaruco porque se alimenta de insectos, siendo una de sus presas más habituales las abejas, pero también y con la misma frecuencia, consumen una variada gama de insectos como mariposas, saltamontes, escarabajos, avispas… y ahora, desde que llegó a nuestro país, también se alimenta de la temida avispa asiática, que causa estragos en las colmenas de las abejas melíferas, ahora muy afectadas por la varroa (ácaro que parasita a las abejas) y el veneno de los fitosanitarios agrícolas.

Es frecuente observar, cuando capturan en vuelo un insecto venenoso (avispa, abeja) que se posan en una rama cercana, para golpear a su presa hasta matarla y así evitar su picadura.

Cuando nacen los pollitos y son pequeños, son alimentados por ambos padres en la cámara final del nido, pero cuando ya han crecido, y les falta poco para abandonar el nido, el hermano más hambriento recibe al progenitor de cara a la entrada para recibir la ceba, mientras los demás permanecen de cara a la pared.

Al llegar el mes de septiembre, jóvenes y adultos se reúnen en bandadas para iniciar la migración postnupcial, que tras atravesar el Mediterráneo por el estrecho y después el inmenso desierto del Sahara pasar el invierno en tierras africanas.

A día de hoy, esta bellísima ave, encuentra disminuidas sus poblaciones con respecto a aquellos lejanos años sesenta, por diferentes aspectos negativos. La falta de avenidas en los ríos, por la regulación de los cursos de agua en las presas, la falta de precipitaciones, la escasez de algunos insectos presas y la afección a consecuencia de los productos fitosanitarios agrícolas, está llevando a esta especie a la desaparición en muchas zonas.

Sin embargo, han sabido adaptarse a las nuevas circunstancias, aprovechando las terreras que se crean en las graveras para la extracción de áridos, así que desde estas líneas animamos a quien corresponda, que cuando este polícromo pájaro instale su colonia de cría en dichas terreras, se retrasen las actividades en ese sitio concreto durante la reproducción, para que los abejarucos sigan llenando nuestros cielos con sus gritos y acrobacias. f

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