Elegías Animales

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ElegĂ­as animales


Edición, corrección y posfacio Las malas hierbas en septiembre de 2018. Prólogo Patricia Millán Molinuevo Textos extraídos y editados de Distintos sitios web. Para ver referencias concretas, ir a la página de cada texto. En cuanto a los textos sin referencia, no hemos podido encontrar la fuente original. Supervisión y acabado de cubierta Hemen. (Ronda, 12. Bilbao) Imprime Cran Arte Gráfico (Gordóniz, 11. Bilbao)

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Prólogo

La vergüenza de tu muerte

He sido testigo del duelo por una mascota muerta. Cientos de veces a lo largo de la última década. Mascota me resulta un término exacto como definición pero inexacto desde el un punto de vista anímico: no conozco a nadie que diga que su gato, su perro o cualquier otro animal con quien haya decidido compartir su vida “es su mascota”. Los introducimos, con alevosía y premeditación a veces, a sabiendas, a lo loco y de forma inesperada otras, nuestra vida y en lo más íntimo de nuestros hogares. Son observadores no siempre silenciosos de los sentimientos que habitan en lo más profundo de nuestras almas y que no revelamos a nadie más que a nuestro círculo más cercano. Son ellos y nuestros padres. Ellos y nuestros hijos. Ellos y nuestras parejas. Ellos nos ven reír y llorar sin los miramientos impuestos por las reglas sociales. Están ahí. Siempre. Hasta que no están. La estadística afirma rotunda que fallecerán antes que nosotros. En un plazo de un par de meses los peces, de unos tres años los erizos, de hasta veinte años los gatos. Entonces, cuando mueren, es cuando comienza el duelo que es —como casi todo en esta vida— individual e intransferible. He visto personas buscar en apenas un par de días otro animal, a veces idéntico al fallecido en lo físico, otras lo más opuesto posible. He visto gente que se deshace con rapidez de cualquier cosa que les recuerde a su amigo de cuatro, dos o ninguna pata. Lo erradican de todos los espacios

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a excepción de uno: su recuerdo. Otras personas, en cambio, dejan pasar un periodo, de barbecho podríamos decir, hasta sentir las fuerzas necesarias para encarar una nueva relación.

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Ninguna de estas expresiones de dolor es cuestionable, pero veo a diario que los dueños —dueño es una palabra que me gusta tan poco como mascota: preferiría decir “el objeto de su confianza”— se enfrentan a sus sentimientos con un cierto poso de vergüenza, de miedo a admitir que el vacío es real, la punzada en el pecho es constante. Miedo ante lo que bien refiere Federica Montseny en su Elegía a un perro: “ las inteligencias desprovistas de sensibilidad y las sensibilidades superficiales, ríen ante esta humanización conmovedora de las especies llamadas inferiores, ante esta comunidad sentimental de los hombres con sus hermanos menores”. Quienes tenemos mascotas, conocemos la diferencia entre hombre y animal, pero dotamos al último de unos atributos humanos que hacen de él un ser de extraordinarias capacidades e incalculable valor. Frente al espejo admitimos lo que no siempre podemos decir en publico: que los amamos. Más que a muchas personas. Que supeditamos sus necesidades a las de amigos e incluso familiares. ¿Qué sucede en la literatura, espacio ficticio que representa la realidad que nos rodea? No es ajena la presencia de los animales muertos en la literatura infantil, presta a ejemplificar e instruir mentes aún en blanco. Así, prepara a nuestros hijos para lo que será inevitable, pero lo hace con la maldad de creer que, en la figura de un animal, la muerte será más dulce, más asumible. Ignora que el dolor para el niño ante ese pez que se ahoga en un vaso de agua es tal vez más efímero, pero sin duda más intenso. El niño aún no se ha puesto los cortafuegos de decencia que esta absurda sociedad exige a veces a las emociones.


A medida que nos sumergimos en una etapa adulta, los animales, despojados ya de cualquier rasgo que los humanice, pasan a asumir su papel predefinido en la literatura: el gato que conjura la mala suerte o se enrolla junto a la chimenea, testigo indiferente de un drama romántico; el perro fiel, que levanta la cabeza y olfatea el aire, que agita la cola cuando siente a su amo —de nuevo amo, de nuevo dueño— acercarse a su vera. ¿No hay duelo en la literatura por su vida y, sobre todo, por su muerte? Por suerte, el colectivo Las malas hierbas viene a demostrarnos que sí. Hay escritores, inteligencias llenas de sensibilidad, que han sentido ese dolor por la ausencia de un animal amado y lo han hecho público a lo largo de los siglos. Desde el respeto, desde la admiración y desde la observación. En prosa, en verso, en la forma de una carta, un epitafio o una elegía, estos autores no han sucumbido a la vergüenza ni el miedo y han puesto la belleza de sus textos al servicio de las hazañas de esos compañeros de camino que abandonaron este plano de existencia antes que ellos. Intuyo que tú, lector que tienes estas hojas en tus manos, te acercarás a estos textos con amor y con curiosidad. Tal vez también con miedo por ver reflejadas las emociones que un día fueron tuyas. Por aquí desfilarán autores como Borges, Neruda o Baudelaire, que han renunciado a esa vergüenza auto impuesta. Algunos hablarán desde su propia experiencia; otros serán testigos de terceros; algunos, más osados, cederán su voz a ese galgo, a esa torcaz que nos hablan desde el otro lado para recordarnos que los hicimos sentirse amados.

Patricia Millán Molinuevo Julio de 2018

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Federica Montseny

Elegía a un perro B Permitidme por una vez, que me olvide de los hombres para glosar a un perro. Pero yo, que en esta noble especie muchas veces he encontrado lo que en la humana con frecuencia no se halla: ternura ciega, amistad exenta de toda preocupación y de todo interés, comprensión muda, cariñosa y honda, siento la necesidad de ofrendar la flor de un recuerdo sobre el frágil cuerpecito de un pobre can, que ¡hoy!, cuando los hombres han declarado en quiebra al sentimiento, supo de sentimiento morir. No os riais, amigos míos, de esta elegía emocionada, de estos renglones que mi mano traza. Si habéis convivido con perros, si a su lado habéis encontrado lo que todo el oro del mundo no basta a pagar, comprenderéis mi emoción, y la idea, bella en su esencia, que me guía. Si no habéis conocido ni apreciado nunca lo que es el cariño de un perro, disculpadme mi, para vosotros, ridícula emoción. Lord Byron decía que su mejor, más fiel, más inalterable y más digno amigo fue un perro. En Londres hay un cementerio de perros y gatos en donde se recogen los restos de los pobres animales amados. Las inteligencias desprovistas de sensibilidad y las sensibilidades superficiales, ríen ante esta humanización

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conmovedora de las especies llamadas inferiores, ante esta comunidad sentimental de los hombres con sus hermanos menores. Pero yo encuentro en ello un fondo de bella moral, una manifestación del potencial amoroso humano, que se desborda sobre las otras especies y que en ellas encuentra acogida y repercusión. ¿Acogida? ¿Puede haber más emocionante, más tierna, más absoluta acogida que la que revela el hecho que mueve mi pluma en esta ocasión?

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Hace pocos días, en Nápoles, un hombre murió. Este hombre tenía un perrito. El perrito permaneció a la cabecera de su cama durante toda su enfermedad y su agonía. Acompañó sus despojos al cementerio. Después se tendió sobre la tumba de su amigo, acompañándole más allá de la muerte. Lo echaron a pedradas los conserjes del cementerio. Triste y paciente, el pobre can volvió una y otra vez. Al fin, emocionados por sus tiernas ofrendas al hombre muerto, su amigo de ayer, lo dejaron permanecer sobre la tumba que él acompañaba con una ternura de que ningún ser humano sería capaz. Le dieron comida, y el can, meneando la cola, la rechazaba con la firmeza y la dulzura del que agradece las buenas intenciones, pero tiene ya tomada su resolución. Diez días permaneció el pobre animal sobre la tumba de su amigo. Ni lluvias, ni viento, ni la sed, ni el hambre, se la hicieron abandonar. Al fin lo encontraron muerto. Muerto de tristeza, muerto de algo de que ningún ser humano hubiera sabido morir. ¡Oh, yo he llorado leyendo este fin tierno y sublime! ¡Yo he llorado, pensando en el dolor confuso y poderoso, en la tragedia


muda y obscura, desarrollada en el alma del perro en estos días pasados guardando supremamente el sueño eterno del hermano hombre, del compañero que él ha querido acompañar hasta después de morir! *** ¿Qué ser humano habría llevado hasta tan lejos su cariño? Porque en este suicidio consciente, en esta búsqueda de la muerte, en este no querer sobrevivir al hombre que el perro quiso con ternura ciega, no hay solamente el simple sentimiento de fidelidad que se reconoce en los canes. La fidelidad no exige este acompañamiento de ultratumba. Fidelidad, sentimiento algo limitado y temeroso, no es el nombre que debe darse a este sacrificio canino. Hay en él una inteligencia, una voluntad, una casi sobrehumana conciencia que no pueden encerrarse dentro de esta frase vulgar y estrecha: fidelidad. Amor, gran amor de especie a especie; gran amor absoluto y raro; gran amor más que humano, dando a la palabra humano su convencional sentido de superioridad. ¡Oh, aquel hombre tenía madre, padre, esposa, hijos, hermanos, amigos! Aquel hombre tenía seres que le querían, ligados a él por los lazos de sangre y de la solidaridad de la especie. Y, sin embargo, ninguno sintió tan poderosamente, tan intensamente su muerte como el pobre perrito, compañero insignificante, cosa casi olvidada en su vida. De todos los corazones que a su alrededor

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latían, de todas las vidas que existían junto a él, en donde mayor eco encontró el corazón suyo, la vida suya, fue en el corazón y la vida del perrito. Su viuda se casará dentro de un año; sus padres y sus hijos se verán forzados a olvidarle por la misma imperiosa necesidad de vivir; sus amigos pronto ni recordarán su nombre. Sólo el perrito, la vida obscura y muda, el corazón tan distante y tan cercano, le habrá hecho la ofrenda suprema, le habrá dado todo, todo lo que podía darle. ***

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Se necesitaría la pluma dulce y poética, la ternura infantil y poderosa, la filosofía sencilla, cándida y primitiva, en grande e instintivo sentimiento indo de la comunidad universal de todos los seres creados, de un Rabindranath Tagore, o el naturalismo lírico y amplio de un Rudyard Kipling, para glosar la muerte de este perrito, para narrar sus largas horas, sus trágicas horas mortales sobre la tumba del hombre hermano. Frágil y estremecido, el pobre cuerpecito tembló bajo la noche negra, bajo el enorme silencio mortal. Confusamente, en su alma de perro, el dolor debió poner subconsciencia y profundidad. Él sabía que bajo sus pies dormía el sueño eterno, se había hundido para jamás volver, el hombre que le acariciaba, que le daba comida; la vida, tan distinta, a la que él ligo la suya; el corazón, tan lejano, a cuyo unísono el suyo supo latir. Y sobre la tumba desierta, sobre la tierra húmeda y sin flores, la cabeza del perro se


abatió. Dentro de él la idea obscura y fúnebre de la muerte debió formularse, envuelta en las nubes y la angustia primitivas. En las noches interminables, los lúgubres aullidos del perro debían alterar el gran silencio de la noche, la paz fría y pesada de la mansión de los muertos. El ulular del can debió estremecer de espanto y de angustia a las personas menos supersticiosas. ¡Llamada desesperada, grito desolado en la noche infinita del cementerio! El hermano perro llamaba al hermano hombre, al hermano hundido bajo la tierra para jamás volver. Y el hermano no contestaba, no contestaría ya nunca más. El cuerpecito frágil se fue aplastando sobre la tierra húmeda y sin flores. La gran noche infinita fue lentamente cayendo sobre él. En su alma canina, rudimentaria, en su instinto agudo y exacerbado, debió adquirir forma y consistencia, trágica visión interior, la helada y única verdad. Diez días y diez noches pasó esperando al que no podía volver, esperando a la que debía llegar… Diez días y diez noches temblando el pobre cuerpo, temblando de gran terror y de gran dolor. Diez días y diez noches esperando, esperando siempre, y no queriendo esperar… ¡Diez días y diez noches tardó en morir!... ***

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Era un perrito, un vulgar perro casero… Pero bajo su pelambre insignificante, bajo su fútil estampa de plebeyo can, se escondía la aristocracia del sentimiento, la única, más rara y más preciada de las aristocracias. Era un perrito, un vulgar casero… Pero en él la Naturaleza puso el tesoro y la ciencia suprema de saber amar. No siempre es la especie humana el arca del amor. Nosotros, humanos, de instinto pobre y reducido, de vacua inteligencia y sentimiento local, quizá no poseemos de un modo tan absoluto y desarrollado como ese can el amor de especie a especie, amplio, generoso e impersonal.

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El corazón de este perro, pequeñito y vulgar, debía ser una máquina maravillosa; en él la Naturaleza puso un tesoro de sensibilidad. Dentro de él, de su vida de can y de su alma tan rica, cupo, confuso e infomentado, instintivo y desconocido, el gran concepto de amor interuniversal. ¡Oh, no vacilo al lanzar esta afirmación osada y desconcertante, esta afirmación digna de un loco y por ello profética y genial! Pero no quiero manchar el recuerdo de este pobre perro, no quiero obscurecer el resplandor sentimental de su fin, sacando de él vacías consecuencias filosóficas, intrascendentes trascendencias de ocasión. Lo conmovedor de su muerte, la humilde e ignorada suntuosidad de su corazón, tienen más perspectivas y más sugestiones que todas las humanas filosofías, aun no libertadas de Aristóteles, porque en ello hay ya la raíz de todo un sistema filosófico, desencantado y pacífico, melancólico y un poco burlón, que puede concretarse en un párrafo, con un signo interrogante al principio y unos suspensivos al final…


George Graham Vest

Elegía al perro B “Caballeros del Jurado: El mejor amigo que un hombre pueda tener, podrá volverse en su contra y convertirse en su enemigo. Su propio hijo o hija, a quienes crió con amor y atenciones infinitas, pueden demostrarle ingratitud. Aquellos que están más cerca de nuestro corazón, aquellos a quienes confiamos nuestra felicidad y buen nombre, pueden convertirse en traidores. El dinero que un hombre pueda tener también podrá perderlo, se volará en el momento que más lo necesite. La reputación de un hombre quedará sacrificada por un momento de locura o debilidad. Las personas están dispuestas a caer de rodillas para honrar nuestros éxitos, serán los que arrojen la primera piedra, cuando el fracaso coloque nubes sobre nuestro porvenir. El único, absoluto y mejor amigo que tiene el hombre en este mundo egoísta, el único que no lo va a traicionar o negar, es su perro. Extracto de la “Elegía al perro”: discurso que George Graham Vest que pronunció en el juicio por el asesinato del galgo Old Drum en Missouri, EEUU, en 1870.

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Caballeros del jurado, el perro de un hombre está a su lado en la prosperidad y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad. Dormirá en el frío piso donde sopla el viento y cae la nieve, sólo para estar junto a su amo. Besará la mano que no tenga comida para ofrecerle, lamerá las heridas y amarguras que produce el enfrentamiento con el áspero mundo. Si la desgracia deja a su amo sin hogar y amigos, el confiado perro sólo pide el privilegio de acompañar a su amo para defenderle contra todos sus enemigos.

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Y cuando llega el último acto, y la muerte hace su aparición y el cuerpo es enterrado en la fría tierra, no importa que todos los amigos hayan partido. Allí junto a la tumba, se quedará el noble animal, su cabeza entre sus patas, los ojos tristes pero abiertos y alertas, noble y sincero, más allá de la muerte”.


Miguel de Unamuno

Elegía en la muerte de un perro B La quietud sujetó con recia mano al pobre perro inquieto, y para siempre fiel se acostó en su madre piadosa tierra. Sus ojos mansos no clavará en los míos con la tristeza de faltarle el habla; no lamerá mi mano ni en mi regazo su cabeza fina reposará. Y ahora, ¿en qué sueñas? ¿dónde se fue tu espíritu sumiso? ¿no hay otro mundo en que revivas tú, mi pobre bestia, y encima de los cielos te pasees brincando al lado mío?

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¡El otro mundo! ¡Otro... otro y no éste! Un mundo sin el perro, sin las montañas blandas, sin los serenos ríos a que flanquean los serenos árboles, sin pájaros ni flores, sin perros, sin caballos, sin bueyes que aran...

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¡El otro mundo! ¡Mundo de los espíritus! Pero allí ¿no tendremos en torno de nuestra alma las almas de las cosas de que vive, el alma de los campos, las almas de las rocas, las almas de los árboles y ríos, las de las bestias? Allá, en el otro mundo, tu alma, pobre perro, ¿no habrá de recostar en mi regazo espiritual su espiritual cabeza? La lengua de tu alma, pobre amigo, ¿no lamerá la mano de mi alma? ¡El otro mundo! ¡Otro... otro y no éste! ¡Oh, ya no volverás, mi pobre perro,


a sumergir los ojos en los ojos que fueron tu mandato; ve, la tierra te arranca de quien fue tu ideal, tu dios, tu gloria! Pero él, tu triste amo, ¿te tendrá en la otra vida? ¡El otro mundo!... ¡El otro mundo es el del puro espíritu! ¡Del espíritu puro! ¡Oh, terrible pureza, inanidad, vacío! ¿No volveré a encontrarte, manso amigo? ¿Serás allí un recuerdo, recuerdo puro? Y este recuerdo ¿no correrá a mis ojos? ¿No saltará, blandiendo en alegría enhiesto el rabo? ¿No lamerá la mano de mi espíritu? ¿No mirará a mis ojos? Ese recuerdo, ¿no serás tú, tú mismo, dueño de ti, viviendo vida eterna? Tus sueños, ¿qué se hicieron? ¿Qué la piedad con que leal seguiste de mi voz el mandato?

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Yo fui tu religión, yo fui tu gloria; a Dios en mí soñaste; mis ojos fueron para ti ventana del otro mundo. ¿Si supieras, mi perro, qué triste está tu dios, porque te has muerto? ¡También tu dios se morirá algún día!

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Moriste con tus ojos en mis ojos clavados, tal vez buscando en éstos el misterio que te envolvía. Y tus pupilas tristes a espiar avezadas mis deseos, preguntar parecían: ¿Adónde vamos, mi amo? ¿Adónde vamos? El vivir con el hombre, pobre bestia, te ha dado acaso un anhelar oscuro que el lobo no conoce; ¡tal vez cuando acostabas la cabeza en mi regazo vagamente soñabas en ser hombre después de muerto! ¡Ser hombre, pobre bestia! Mira, mi pobre amigo, mi fiel creyente; al ver morir tus ojos que me miran,


al ver cristalizarse tu mirada, antes fluida, yo también te pregunto: ¿adónde vamos? ¡Ser hombre, pobre perro! Mira, tu hermano, ese otro pobre perro, junto a la tumba de su dios, tendido, aullando a los cielos, ¡llama a la muerte! Tú has muerto en mansedumbre, tú con dulzura, entregándote a mí en la suprema sumisión de la vida; pero él, el que gime junto a la tumba de su dios, de su amo, ni morir sabe. Tú al morir presentías vagamente vivir en mi memoria, no morirte del todo, pero tu pobre hermano se ve ya muerto en vida, se ve perdido y aúlla al cielo suplicando muerte. Descansa en paz, mi pobre compañero, descansa en paz; más triste la suerte de tu dios que no la tuya.

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Los dioses lloran, los dioses lloran cuando muere el perro que les lamió las manos, que les miró a los ojos, y al mirarles así les preguntaba: ¿adónde vamos?

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Canto fúnebre pigmeo B El animal nace, pasa, muere. He aquí el gran frío. He aquí el gran frío de la noche. He aquí la oscuridad tenebrosa. El pájaro pasa, vuela, muere. He aquí el gran frío. He aquí el gran frío de la noche. He aquí la oscuridad tenebrosa. El pez nada, pasa, muere. He aquí el gran frío. He aquí el gran frío de la noche. He aquí la oscuridad tenebrosa. El hombre nace, come, duerme, y pasa. He aquí el gran frío. He aquí el gran frío de la noche. He aquí la oscuridad tenebrosa.

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El cielo, en cambio, es luminoso. Los ojos estĂĄn gastados, pero las estrellas siguen brillando. El frĂ­o, debajo de nosotros. Y encima, la luz. El hombre es transformado: el prisionero pasa a ser libre, la sombra se aleja. La sombra se aleja. Khmvum, Khmvum: a Ti elevamos nuestra voz.

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Pablo Neruda

Oda al gato B Los animales fueron imperfectos, largos de cola, tristes de cabeza. Poco a poco se fueron componiendo, haciéndose paisaje,adquiriendo lunares, gracia, vuelo. El gato, sólo el gato apareció completo y orgulloso: nació completamente terminado, camina solo y sabe lo que quiere. El hombre quiere ser pescado y pájaro, la serpiente quisiera tener alas, el perro es un león desorientado, el ingeniero quiere ser poeta, la mosca estudia para golondrina, el poeta trata de imitar la mosca, pero el gato quiere ser sólo gato y todo gato es gato desde bigote a cola, desde presentimiento a rata viva, desde la noche hasta sus ojos de oro. Fuente: Navegaciones y regresos. Pablo Neruda. 1959.

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No hay unidad como él, no tienen la luna ni la flortal contextura: es una sola cosa como el sol o el topacio, y la elástica línea en su contorno firme y sutil es como la línea de la proa de una nave. Sus ojos amarillos dejaron una sola ranura para echar las monedas de la noche.

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Oh pequeño emperador sin orbe, conquistador sin patria, mínimo tigre de salón, nupcial sultán del cielo de las tejas eróticas, el viento del amor en la intemperie reclamas cuando pasas y posas cuatro pies delicados en el suelo, oliendo, desconfiando de todo lo terrestre, porque todo es inmundo para el inmaculado pie del gato. Oh fiera independiente de la casa, arrogante vestigio de la noche, perezoso, gimnástico y ajeno, profundísimo gato, policía secreta de las habitaciones, insignia de un desaparecido terciopelo, seguramente no hay enigma en tu manera, tal vez no eres misterio, todo el mundo te sabe


y perteneces al habitante menos misterioso, tal vez todos lo creen, todos se creen dueños, propietarios, tíos de gatos, compañeros, colegas, discípulos o amigos de su gato. Yo no. Yo no suscribo. Yo no conozco al gato. Todo lo sé, la vida y su archipiélago, el mar y la ciudad incalculable, la botánica, el gineceo con sus extravíos, el por y el menos de la matemática, los embudos volcánicos del mundo, la cáscara irreal del cocodrilo, la bondad ignorada del bombero, el atavismo azul del sacerdote, pero no puedo descifrar un gato. Mi razón resbaló en su indiferencia, sus ojos tienen números de oro.

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Jorge Luis Borges

Beppo B El gato blanco y célibe se mira en la lúcida luna del espejo y no puede saber que esa blancura y esos ojos de oro que no ha visto nunca en la casa son su propia imagen. ¿Quién le dirá que el otro que lo observa es apenas un sueño del espejo? Me digo que esos gatos armoniosos el de cristal y el de caliente sangre, son simulacros que concede al tiempo un arquetipo eterno. Así lo afirma, sombra también, Plotino en las Ennéadas. ¿De qué Adán anterior al paraíso, de qué divinidad indescifrable somos los hombres un espejo roto?

Fuente: La Cifra. Jorge Luis Borges. 1981.

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Jacques Prévert

El gato y el pájaro B Un pueblo escucha desolado el canto de un pájaro herido. Es el único pájaro del pueblo y es el único gato del pueblo que lo ha devorado a medias. Y el pájaro cesa de cantar el gato cesa de ronronear y de relamerse el hocico. Y el pueblo le hace al pájaro maravillosos funerales. Y el gato que está invitado marcha detrás del pequeño ataúd de paja donde el pájaro muerto está estirado llevado por una niñita que no deja de llorar. Si hubiera sabido que eso te daba tanta pena, le dice el gato, me lo hubiera comido del todo y después te hubiera contado que lo había visto volarse volarse hasta el fin del mundo allá donde es tan lejos

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que nunca se vuelve. Tu hubieras tenido menos pena Simplemente tristeza y aflicciรณn

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Charles Baudelaire

El gato B El Gato Ven, mi hermoso gato, cabe mi corazón amoroso; retén las garras de tu pata, y déjame sumergir en tus bellos ojos, mezclados de metal y de ágata. Cuando mis dedos acarician complacidos tu cabeza y tu lomo elástico, y mi mano se embriaga con el placer de palpar tu cuerpo eléctrico, veo a mi mujer en espíritu. Su mirada, como la tuya, amable bestia, profunda y fría, corta y hiende como un dardo, y, de los pies hasta la cabeza, un aire sutil, un peligroso perfume, flotan alrededor de su cuerpo moreno. El Gato (I) A tal punto su timbre es tierno y discreto; pero, aunque, su voz se suavice o gruña, ella es siempre rica y profunda : allí está su encanto y su secreto. Fuente: Las flores del mal. Charles Baudelaire. 1857.

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Esta voz, que brota y que filtra, en mi fondo más tenebroso, me colma cual un verso cadencioso y me regocija como un filtro. Ella adormece los más crueles males y contiene todos los éxtasis; para decir las más largas frases, ella no necesita de palabras. No, no hay arco que muerda sobre mi corazón, perfecto instrumento, y haga más noblemente cantar su más vibrante cuerda. Que tu voz, gato misterioso, gato seráfico, gato extraño, en que todo es, cual en un ángel, ¡Tan sutil como armonioso! El gato (II) De su piel blonda y oscura brota un perfume tan dulce, que una noche yo quedé embalsamado, por haberlo acariciado una vez, nada más que una. Es el espíritu familiar del lugar; él juzga, él preside, él inspira todas las cosas en su imperio; ¿No será un hada, Dios? Cuando mis ojos, hacia este gato amado atraídos como por un imán, se vuelven dócilmente


y me contemplo a mí mismo, veo con asombro el fuego en sus pupilas pálidas, claros fanales, vívidos ópalos, que me contemplan fijamente. Los gatos Los amantes fervorosos y los sabios austeros gustan por igual, en su madurez, de los gatos fuertes y dulces, orgullo de la casa, que como ellos son friolentos y como ellos sedentarios. amigos de la ciencia y de la voluptuosidad, buscan el silencio y el horror de las tinieblas; el Erebo se hubiera apoderado de ellos para sus correrías fúnebres, si hubieran podido ante la esclavitud inclinar su arrogancia. Adoptan al soñar las nobles actitudes de las grandes esfinges tendidas en el fondo de las soledades, que parecen dormirse en un sueño sin fin; sus grupas fecundas están llenas de chispas mágicas, y fragmentos de oro, cual arenas finas, chispean vagamente en sus místicas pupilas.

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Alfonso X El Sabio

Cantiga 354 B Eno pouco e no muito en todo lles faz mercee Como Santa María guardou de mórte ũa bestiola que chaman donezinna. Eno pouco e no muito, | en todo lles faz mercee aos séus sérvos a Virgen, | Madre do que todo vee. Desto direi un miragre |grande que fez a Reínna, Madre de Déus Jesú-Cristo, | a un rei que muito tiínna en el asa asperança, | ca lle fez ver aginna pesar e prazer mui grande | dũa ren por sa mercee. Este pesar foi por ũa | bestiola que muit’ amava el Rei, que sigo tragía | e a que mui ben crïava, a que chaman donezinna | os galegos, e tirava con ela aves das cóvas, | e de taes óme vee. Pero esta outras cousas | muitas e bõas fazía trebellando e saltando, | onde gran prazer avía aquel Rei; e por aquesto | atán gran ben lle quería que tiínna que fezéra | Déus en dar-lla gran mercee.

Fuente: Cantigas de Santa María. Alfonso X El Sabio. Segunda mitad del s. XIII. La hemos dejado en el gallego antiguo original para que no perdiera su sonoridad.

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E por esto lle fezéra | de fust’, en que a guardava, ũa arca mui ben feita, | e dentro a ensserrava porque mal non recebesse, | ca muito se receava do gato, que ena noite | mellor ca no día vee. Onde ll’ avẽo un día, | indo per ũa carreira, que a quis tirar da arca; | e com’ ela é ligeira, caeu ontr’ os pés das bestas, | e foi en atal maneira que el Rei con coita disse: | “Santa María, mercee! Guarda-me mia donezinna | que a non pérça per mórte.” E quantos alí estavan | ouvéron gran desconórte; ca lle pose o cavalo | del Rei o pé atán fórte sobr’ ela, e el Rei disse: | “Ai, varões, quena vee? 36

Dade-mia qual quér que seja, | sequér viva, sequér mórta, e conortar-m-ei con ela | come quen se mal conórta.” Entôn fez Santa María, | a que é dos céos pórta, que de so o pé saísse | viva pola sa mercee. Entôn quantos alí éran | e viron tal maravilla que fezo a Grorïosa, | que é de Déus Madr’ e Filla, en fazer que o cavalo, | que con séu pé tan mal trilla, nona matasse. E esto | fez aquel que todo vee Per prazer da Grorïosa, | sa Madr’, a que comendada a ouv’ el Rei, u do pée | do cavalo foi trillada. Porên seja el bẽeito | e ela seja loada, e sempr’ ambos de nós ajan | pïedade e mercee.


Tito Petronio Árbitro

Epitafio de una perra de caza B La Galia me vio nacer, la Conca me dio el nombre de su fecundo manantial, nombre que yo merecía por mi belleza. Sabía correr, sin ningún temor, a través de los más espesos bosques, y perseguir por las colinas al erizado jabalí. Nunca las sólidas ataduras cautivaron mi libertad; nunca mi cuerpo, blanco como la nieve, fue marcado por la huella de los golpes. Descansaba cómodamente en el regazo de mi dueño o de mi dueña y mi cuerpo fatigado dormía en un lecho que me habían preparado amorosamente. Aunque sin el don de la palabra, sabía hacerme comprender mejor que ningún otro de mis semejantes; y, sin embargo, ninguna persona temió mis ladridos. ¡Madre desdichada! La muerte me alcanzó al dar a luz a mis hijos. Y, ahora, un estrecho mármol cubre la tierra donde yo descanso.

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Lord Byron

Epitafio a Boatswain B Aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad y tuvo todas las virtudes del hombre y ninguno de sus defectos. Este elogio sería insignificante sobre cenizas humanas. No es más que un tributo a la memoria de Boatswain, un perro que nació en Newfounland en mayo de 1803 y murió en Newstead el 18 de noviembre de 1808. Cuando algún orgulloso Hijo del Hombre regresa a la Tierra, desconocido para la Gloria, pero reconocido por el Nacimiento, el arte del escultor agota la pompa del infortunio, y las urnas históricas registran quién descansa debajo. Cuando todo está hecho, sobre la Tumba se ve no lo que era, sino lo que debería haber sido. Pero del pobre Perro, en la vida el amigo más firme, el primero en dar la bienvenida, el primero en defender, cuyo honesto corazón es todavía el de su Maestro, quien trabaja, pelea, vive, respira solo para él, Fuente: Inscripción en la tumba de Boatswain en Newstead Abbey. Lord Byron. 1808.

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cae deshonradamente, sin que nadie lo note, rechazada en el cielo el Alma que tenía en la tierra. Mientras el hombre, ¡inútil insecto!, espera ser perdonado y reclama para él un paraíso exclusivo. ¡Oh hombre! Tú débil inquilino de la hora, degradado por la esclavitud, o corrompido por el poder. Quien bien te conoce, debe abandonarte con disgusto. ¡Masa degradada de polvo animado! ¡Tu amor es lujuria, tu amistad toda una trampa, tu lengua hipocresía, tu corazón engaño! Por naturaleza vil, ennoblecido sólo por el nombre, cada bestia semejante podría hacerte sonrojar de vergüenza. ¡Vosotros!, que contempláis por casualidad esta simple urna, seguid adelante, no os honra a ninguno desear lamentaros. Para marcar los restos de un amigo, estas piedras se alzan. Nunca conocí salvo a uno, y ese yace aquí.


Harry Webb Farrington

Cher Ami B Cher Ami, how do you do! Listen, let me talk to you; I’ll not hurt you, don’t you see? Come a little close to me. Little scrawny blue and white Messenger for men who fight, Tell me of the deep, red scar, There, just where no feathers are. What about your poor left leg? Tell me, Cher Ami, I beg. Boys and girls are at a loss, How you won that Silver Cross. “The finest fun that came to me Was when I went with Whittlesey; We marched so fast, so far ahead! ‘We all are lost,’ the keeper said; ‘Mon Cher Ami-- that’s my dear friend-You are the one we’ll have to send; Fuente: Cher Ami and Poems From France. Rough & Brown Press. 1920. La hemos dejado sin traducir, pues pierde gran parte de la sonoridad.

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The whole battalion now is lost, And you must win at any cost.’ So with the message tied on tight; I flew up straight with all my might, Before I got up high enough, Those watchfull guns began to puff. Machine-gun bullets came like rain, You’d think I was an aeroplane; And when I started to the rear, My! the shot was coming near!

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But on I flew, straight as a bee; The wind could not catch up with me, Until I dropped out of the air, Into our own men’s camp, so there!” But, Cher Ami, upon my word, You modest, modest little bird; Now don’t you know that you forgot? Tell how your breast and leg were shot. “Oh, yes, the day we crossed the Meuse, I flew to Rampont with the news; Again the bullets came like hail, I thought for sure that I should fail. The bullets buzzed by like a bee, So close, it almost frightened me;


One struck the feathers of this sail, Another went right through my tail. But when I got back to the rear, I found they hit me, here and here; But that is nothing, never mind; Old Poilu , there is nearly blind. I only care for what they said, For when they saw the way I bled, And found in front a swollen lump, The message hanging from this stump; The French and Mine said, ‘Tres bien,’ Or ‘Very good’--American. ‘Mon Cher Ami , you brought good news; Our Army’s gone across the Meuse! You surely had a lucky call! And so I’m glad. I guess that’s all. I’ll sit, so pardon me, I beg; It’s hard a-standing on one leg!”

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Pablo Neruda

Un perro ha muerto B Mi perro ha muerto. Lo enterré en el jardín junto a una máquina oxidada. Allí, no más abajo, ni más arriba, se juntará conmigo alguna vez. Ahora él ya se fue con su pelaje. su mala educación, su nariz fría. Y yo, materialista que no cree en el celeste cielo prometido para ningún humano, para este perro o para todo perro creo en el cielo, sí, creo en un cielo donde yo no entraré, pero él me espera ondulando su cola de abanico para que yo al llegar tenga amistades. Ay no diré la tristeza en la tierra de no tenerlo más por compañero, que para mí jamás fue un servidor.

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Tuvo hacia mí la amistad de un erizo que conservaba su soberanía, la amistad de una estrella independiente sin más intimidad que la precisa, sin exageraciones: no se trepaba en mi vestuario llenándome de pelos o de sarna, no se frotaba contra mi rodilla como otros perros obsesos sexuales. No, mi perro me miraba dándome la atención que necesito, la atención necesaria para hacer comprender a un vanidoso que siendo perro él, con esos ojos, más puros que los míos, perdía el tiempo, pero me miraba con la mirada que me reservó toda su dulce, su peluda vida, su silenciosa vida, cerca de mí, sin molestare nunca, y sin pedirme nada. Ay cuántas veces quise tener cola andando junto a él por las orillas del mar, en el invierno de Isla Negra, en la gran soledad: arriba el aire traspasado de pájaros glaciales, y mi perro brincando, hirsuto, lleno de voltaje marino en movimiento: mi perro vagabundo y olfatorio


enarbolando su cola dorada frente a frente al Océano y su espuma. Alegre, alegre, alegre como los perros saben ser felices, sin nada más, con el absolutismo de la naturaleza descarada. No hay adiós a mi perro que se ha muerto. Y no hay ni hubo mentira entre nosotros. Ya se fue y lo enterré, y eso era todo.

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Catulo

Lamento por la muerte de un ave doméstica B Pajarillo, juguete de mi niña, con el que suele jugar y tener en su seno y al que, si lo pide, ofrece la punta de los dedos e incita sus agudos picotazos, cuando en su intensa nostalgia de mí le agrada entregarse a no sé qué deleites como consuelo de su pena y creo que para apagar su intensa pasión. ¡Si pudiera yo contigo jugar, como tu dueña hace y aliviar así las tristes penas de mi alma! ¡Llorad, Venus y Cupidos y todo aquel capaz de sentir! Ha muerto el pajarillo de mi niña, el pajarillo, juguete de mi niña, al que quería más que a sus ojos. Y es que era dulce como la miel y conocía a su dueña como una niña a su madre y no se apartaba de su falda, sino que dando saltitos por aquí y por allí sólo a su dueña sin cesar le piaba.

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Él ya va por un camino tenebroso, allá de donde aseguran que nadie regresa. ¡Malditas seáis, malas sombras del Orco, que tragáis todo lo que es bello: tan bello pajarito me habéis quitado! ¡qué maldad! ¡pobre pájaro! Ahora por tu culpa los ojitos de mi niña de tanto llorar están rojos e hinchados.

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Posfacio Tarde o temprano, en nuestra vida, acabamos por afrontar una situación que nos es común a todas las personas. La muerte entra en nuestras vidas antes o después, y cuando lo hace con un ser querido que nos es inmediatamente cercano, es cuando comenzamos a comprender un aspecto innegable de nuestra existencia: que un día moriremos. Empleo “ser querido” por dos motivos: primero, porque puede doler la muerte de cualquiera que nos es cercano sin tener que haber una relación de sangre o unión familiar (al igual que puede no dolernos); y segundo, porque “ser” engloba también a las mascotas que, para quien no haya tenido, no podrá entender en su totalidad las palabras que a continuación le dedico a Kela, mi perrita que falleció el pasado octubre. Kela fue abandonada junto a sus hermanas de una forma cruel que sólo realiza un ser humano sería capaz de llevar a cabo: fueron lanzadas en una caja a una cuneta desde la ventanilla de un coche. Mi madre cuenta que no pudo dejarla tras verla en la perrera, aun tras ser advertida por las cuidadoras de que estaba al borde de la muerte. Sus cuidados y amor interminable ayudaron a su superviviencia. Como todos los perretes, fue un trasto que todo lo mordía y que le encantaba jugar; pero os aseguro, al igual que he oído esta misma frase en boca de gente que también ha adoptado a sus perros, que Kela sabía que la habíamos salvado, mostrándonos su gratitud de innumerables

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formas. En los malos momentos ha estado a mi lado, sentada, mirándome y dándome gentilmente con su pata, como si me susurrara “¿qué necesitas? Estoy aquí contigo”.

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Siempre me fascinará de los perros (digo “perros” porque no he tenido otra mascota) son animales que carecen de maldad, que lo dan todo a cambio de que estés a su lado, y que no entienden las reprimendas o el dolor físico que viene de sus dueños como algo negativo. Si haces algo malo por ellos, no lo traducirán como algo maligno, y es algo que ahora, mientras escribo estas palabras, me llena de un pesar que me destroza. Kela fue amiga y hermana inseparable, leal, compañera de juegos, presencia acurrucable en las noches de invierno, perseguidora de gatos y ardillas, asistente en los quehaceres de la huerta de mi abuelo, recepcionista de la casa, y suplicante exigente de mimos. Pero si hay algo que Kela desempeñó como nadie, fue cuidadora incondicional de toda la familia, especialmente de “su tía”, ya que nos gustaba pensar en Kela como nuestra hermana. Durante sus últimos 3 años ejerció de enfermera, avisando a mi madre o a mi abuela cuando algo iba mal, o incluso siendo ella la que realizaba el cuidado de una forma gentil y con mesura. Kela sabía perfectamente cómo tenía que tratar con mi tía; sabía que estaba realmente enferma, y ella se mantuvo a su lado hasta el final. Con la pérdida de mi tía, los ojos de Kela dejaron de tener el brillo alegre que siempre tuvo, y su cabeza y orejas no se levantaban con la energía de los días de antes. Nadie pudo sacarla de su profunda tristeza. Y, viviendo yo en Bilbao, tener que irme y dejarla en el pueblo en ese estado fue desgarrador. Una semana después de morir mi tía, ella murió, y estamos plenamente convencidas que fue de pena, ya que aún le quedaban años por delante pese a que su corazón (tenía un problema cardiovascular), literalmente, no le cabía en el pecho.


En nuestra memoria guardamos el sonido de su ladrido, sus ruidos de dinosaurio cuando jugaba, cómo le encantada que le rascasen detrás de la oreja izquierda, y cada mancha de su cuerpo. Sé que nunca podré tener otra perrita igual de buena que ella, porque seres así sólo llegan a tu vida una vez. Y así también te hacemos memoria: compartiéndote y haciendo que tu amor llegue a todas aquellas personas que nos lean; haciendo que sigas viviendo más allá de la fotografía de mi escritorio. Sólo espero que hayamos sido igual de importantes como tú lo fuiste para tu familia. A mi vaquita.

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Otros números Contra el rey de España (1ª parte) Vicente Blasco Ibáñez 2017 Las mujeres en el pasado, en el presente y en el porvenir María Domínguez 2017 Frankenstein Mary Shelley 2017 Carmilla Joseph Sheridan Le Fanu 2017 Historia de un ideal Juana Rouco Buela 2017 La Voz de la Mujer Virginia Bolten 2017 Fábulas y cuentos en verso María Goyri (Ed.) 2018


Lo que tienes en tus manos no es sólo un fanzine, es una semilla. Las malas hierbas son aquellas formas de vida que en nombre del Caos invaden las construcciones ideadas por el Orden. Este Orden, sintiéndose con la propiedad de dominar al Caos, trata de detenerlo de muchas maneras: lo mata, lo atrapa, lo asimila, lo infravalora, construye sobre él, rocía cal sobre su cuerpo o construye su realidad de manera que el Caos sea inconcebible en ella. Pero las hierbas vuelven a brotar cada primavera, vuelven a invadir la perfección del hormigón, crecen sobre los monumentos y provocan a las cabezas programadas. Demuestran qué frágiles son las realidades que se construyen a la fuerza. Demuestran que el pasado nunca se quedó atrás, sino que ahora mismo y siempre soporta el peso del suelo que nos permite caminar.


lasmalashierbas.tumblr.com


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