Elegía del silencio

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FEDERICO GARCÍA LORCA

ELEGÍA DEL SILENCIO Colección Veinte poemas + uno

CARAVASAR LIBROS


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ENTRADA Como en toda selección o en toda antología, en ésta priva la injusticia: no están muchos de los más conocidos y apreciados poemas de Federico García Lorca (1898-1936). Pero los que figuran en ella se defienden solos y, con su calidad, justifican su escogencia. El subtítulo del libro –Veinte poemas + uno–, alude a la colección que Caravasar Libros inicia con este pequeñísimo homenaje al gran poeta andaluz, de cuyo asesinato este 2016 se cumplen 80 años. Nuestro propósito es ofrecer periódicamente selecciones de dos decenas de textos –más uno, para significar el siglo que vivimos–, de grandes poetas de todo el mundo. Poetas cuya obra se da por conocida, aunque en realidad muy pocas personas de este tiempo la hayan tenido ante sus ojos. Esperamos que este primer título agrade a sus lectores y que la colección tenga la buena acogida que anhelamos. Armando José Sequera.


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Soneto de la dulce queja Tengo miedo a perder la maravilla de tus ojos de estatua y el acento que de noche me pone en la mejilla la solitaria rosa de tu aliento. Tengo pena de ser en esta orilla tronco sin ramas, y lo que más siento es no tener la flor, pulpa o arcilla, para el gusano de mi sufrimiento. Si tú eres el tesoro oculto mío, si eres mi cruz y mi dolor mojado, si soy el perro de tu señorío. No me dejes perder lo que he ganado y decora las aguas de tu río con hojas de mi otoño enajenado.


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Anda jaleo Yo me arrimé a un pino verde por ver si la divisaba, y sólo divisé el polvo del coche que la llevaba. Anda jaleo, jaleo: ya se acabó el alboroto y vamos al tiroteo. No salgas, paloma, al campo, mira que soy cazador, y si te tiro y te mato para mí será el dolor, para mí será el quebranto. Anda jaleo, jaleo: ya se acabó el alboroto y vamos al tiroteo. En la calle de los Muros han matado una paloma. Yo cortaré con mis manos las flores de su corona. Anda jaleo, jaleo: ya se acabó el alboroto y vamos al tiroteo.


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Deseo Sólo tu corazón caliente, y nada más. Mi paraíso un campo sin ruiseñor ni liras, con un río discreto y una fuentecilla. Sin la espuela del viento sobre la fronda, ni la estrella que quiere ser hoja. Una enorme luz que fuera luciérnaga de otra, en un campo de miradas rotas. Un reposo claro y allí nuestros besos, lunares sonoros del eco, se abrirían muy lejos. Y tu corazón caliente, nada más.


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Una campana Una campana serena crucificada en su ritmo define a la mañana con peluca de niebla y arroyos de lágrimas. Mi viejo chopo turbio de ruiseñores esperaba poner entre las hierbas sus ramas mucho antes que el otoño lo dorara. Pero los puntales de mis miradas lo sostenían. ¡Viejo chopo, aguarda! ¿No sientes la madera de mi amor desgarrada? Tiéndete en la pradera cuando cruja mi alma, que un vendaval de besos y palabras ha dejado rendida, lacerada.


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Encrucijada ¡Oh, qué dolor el tener versos en la lejanía de la pasión, y el cerebro todo manchado de tinta! ¡Oh, qué dolor no tener la fantástica camisa del hombre feliz: la piel, alfombra de sol, curtida! (Alrededor de mis ojos bandadas de letras giran). ¡Oh, qué dolor el dolor antiguo de la poesía, este dolor pegajoso tan lejos del agua limpia! ¡Oh dolor de lamentarse por sorber la vena lírica! ¡Oh dolor de fuente ciega y molino sin harina! ¡Oh, qué dolor no tener dolor y pasar la vida sobre la hierba incolora de la vereda indecisa! ¡Oh el más profundo dolor, el dolor de la alegría,


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reja que nos abre surcos donde el llanto fructifica! (Por un monte de papel asoma la luna frĂ­a). ÂĄOh dolor de la verdad! ÂĄOh dolor de la mentira!


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El poeta habla por teléfono con el amor Tu voz regó la duna de mi pecho en la dulce cabina de madera. Por el sur de mis pies fue primavera y al norte de mi frente flor de helecho. Pino de luz por el espacio estrecho cantó sin alborada y sementera y mi llanto prendió por vez primera coronas de esperanza por el techo. Dulce y lejana voz por mí vertida. Dulce y lejana voz por mí gustada. Lejana y dulce voz amortecida. Lejana como oscura corza herida. Dulce como un sollozo en la nevada. ¡Lejana y dulce en tuétano metida!


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Árboles ¡Árboles! ¿Habéis sido flechas caídas del azul? ¿Qué terribles guerreros os lanzaron? ¿Han sido las estrellas? Vuestras músicas vienen del alma de los pájaros, de los ojos de Dios, de la pasión perfecta. ¡Arboles! ¿Conocerán vuestras raíces toscas mi corazón en tierra?


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Elegía del silencio Silencio, ¿dónde llevas tu cristal empañado de risas, de palabras y sollozos del árbol? ¿Cómo limpias, silencio, el rocío del canto y las manchas sonoras que los mares lejanos dejan sobre la albura serena de tu manto? ¿Quién cierra tus heridas cuando sobre los campos alguna vieja noria clava su lento dardo en tu cristal inmenso? ¿Dónde vas si al ocaso te hieren las campanas y quiebran tu remanso las bandadas de coplas y el gran rumor dorado que cae sobre los montes azules sollozando? El aire del invierno hace tu azul pedazos, y troncha tus florestas el lamentar callado de alguna fuente fría. Donde posas tus manos, la espina de la risa


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o el caluroso hachazo de la pasión encuentras. Si te vas a los astros, el zumbido solemne de los azules pájaros quiebra el gran equilibrio de tu escondido cráneo. Huyendo del sonido eres sonido mismo, espectro de armonía, humo de grito y canto. Vienes para decirnos en las noches oscuras la palabra infinita sin aliento y sin labios. Taladrado de estrellas y maduro de música, ¿dónde llevas, silencio, tu dolor extrahumano, dolor de estar cautivo en la araña melódica, ciego ya para siempre tu manantial sagrado? Hoy arrastran tus ondas turbias de pensamiento la ceniza sonora y el dolor del antaño. Los ecos de los gritos que por siempre se fueron.


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El estruendo remoto del mar, momificado. Si Jehová se ha dormido sube al trono brillante, quiébrale en su cabeza un lucero apagado, y acaba seriamente con la música eterna, la armonía sonora de luz, y mientras tanto, vuelve a tu manantial, donde en la noche eterna, antes que Dios y el tiempo, manabas sosegado.


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¡Cigarra! A María Luisa

¡Cigarra! ¡Dichosa tú!, que sobre el lecho de tierra mueres borracha de luz. Tú sabes de las campiñas el secreto de la vida, y el cuento del hada vieja que nacer hierba sentía en ti quedose guardado. ¡Cigarra! ¡Dichosa tú!, pues mueres bajo la sangre de un corazón todo azul. La luz es Dios que desciende, y el sol brecha por donde se filtra. ¡Cigarra! ¡Dichosa tú!, pues sientes en la agonía todo el peso del azul. Todo lo vivo que pasa por las puertas de la muerte va con la cabeza baja y un aire blanco durmiente. Con habla de pensamiento.


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Sin sonidos… Tristemente, cubierto con el silencio que es el manto de la muerte. Mas tú, cigarra encantada, derramando son, te mueres y quedas transfigurada en sonido y luz celeste. ¡Cigarra! ¡Dichosa tú!, pues te envuelve con su manto el propio Espíritu Santo, que es la luz. ¡Cigarra! Estrella sonora sobre los campos dormidos, vieja amiga de las ranas y de los oscuros grillos, tienes sepulcros de oro en los rayos tremolinos del sol que dulce te hiere en la fuerza del Estío, y el sol se lleva tu alma para hacerla luz. Sea mi corazón cigarra sobre los campos divinos. Que muera cantando lento por el cielo azul herido


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y cuando esté ya expirando una mujer que adivino lo derrame con sus manos por el polvo. Y mi sangre sobre el campo sea rosado y dulce limo donde claven sus azadas los cansados campesinos. ¡Cigarra! ¡Dichosa tú!, pues te hieren las espadas invisibles del azul.


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El presentimiento El presentimiento es la sonda del alma en el misterio. Nariz del corazĂłn, que explora en la tiniebla del tiempo. Ayer es lo marchito. El sentimiento y el campo funeral del recuerdo. Anteayer es lo muerto. Madriguera de ideas moribundas de pegasos sin freno. Malezas de memorias y desiertos perdidos en la niebla de los sueĂąos. Nada turba los siglos pasados. No podemos arrancar un suspiro de lo viejo. El pasado se pone su coraza de hierro y tapa sus oĂ­dos con algodĂłn del viento.


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Nunca podrá arrancársele un secreto. Sus músculos de siglos y su cerebro de marchitas ideas en feto no darán el licor que necesita el corazón sediento. Pero el niño futuro nos dirá algún secreto cuando juegue en su cama de luceros. Y es fácil engañarle; por eso, démosle con dulzura nuestro seno. Que el topo silencioso del presentimiento nos traerá sus sonajas cuando se esté durmiendo.


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Casida del Llanto He cerrado mi balcón porque no quiero oír el llanto pero por detrás de los grises muros no se oye otra cosa que el llanto. Hay muy pocos ángeles que canten, hay muy pocos perros que ladren, mis violines caben en la palma de mi mano. Pero el llanto es un perro inmenso, el llanto es un ángel inmenso, el llanto es un violín inmenso, las lágrimas amordazan al viento, no se oye otra cosa que el llanto.


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Si mis manos pudieran deshojar Yo pronuncio tu nombre en las noches oscuras, cuando vienen los astros a beber en la luna y duermen los ramajes de las frondas ocultas. Y yo me siento hueco de pasión y de música. Loco reloj que canta muertas horas antiguas. Yo pronuncio tu nombre, en esta noche oscura, y tu nombre me suena más lejano que nunca. Más lejano que todas las estrellas y más doliente que la mansa lluvia. ¿Te querré como entonces alguna vez? ¿Qué culpa tiene mi corazón? Si la niebla se esfuma, ¿qué otra pasión me espera? ¿Será tranquila y pura? ¡Si mis dedos pudieran deshojar a la luna!


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Balada interior El corazón que tenía en la escuela donde estuvo pintada la cartilla primera, ¿está en ti, noche negra? (Frío, frío, como el agua del río). El primer beso que supo a beso y fue para mis labios niños como la lluvia fresca, ¿está en ti, noche negra? (Frío, frío, como el agua del río). Mi primer verso. La niña de las trenzas que miraba de frente, ¿está en ti, noche negra? (Frío, frío, como el agua


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del río). Pero mi corazón roído de culebras, el que estuvo colgado del árbol de la ciencia, ¿está en ti, noche negra? (Caliente, caliente, como el agua de la fuente). Mi amor errante, castillo sin firmeza, de sombras enmohecidas, ¿está en ti, noche negra? (Caliente, caliente, como el agua de la fuente). ¡Oh gran dolor! Admites en tu cueva nada más que la sombra. ¿Es cierto, noche negra? (Caliente, caliente, como el agua de la fuente).


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¡Oh corazón perdido! ¡Réquiem aeternam!


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Gacela del amor imprevisto Nadie comprendía el perfume de la oscura magnolia de tu vientre. Nadie sabía que martirizabas un colibrí de amor entre los dientes. 
 Mil caballitos persas se dormían en la plaza con luna de tu frente, mientras que yo enlazaba cuatro noches tu cintura, enemiga de la nieve. Entre yeso y jazmines, tu mirada era un pálido ramo de simientes. Yo busqué, para darte, por mi pecho las letras de marfil que dicen siempre siempre, siempre, jardín de mi agonía, tu cuerpo fugitivo para siempre, la sangre de tus venas en mi boca, tu boca ya sin luz para mi muerte.


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Es verdad ¡Ay qué trabajo me cuesta quererte como te quiero! Por tu amor me duele el aire, 
 el corazón y el sombrero. ¿Quién me compraría a mí 
 este cintillo que tengo 
 y esta tristeza de hilo blanco, para hacer pañuelos? ¡Ay qué trabajo me cuesta 
 quererte como te quiero!


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Muerto de amor A Margarita Manso

¿Qué es aquello que reluce por los altos corredores? Cierra la puerta, hijo mío, acaban de dar las once. En mis ojos, sin querer, relumbran cuatro faroles. Será que la gente aquella estará fregando el cobre. Ajo de agónica plata la luna menguante, pone cabelleras amarillas a las amarillas torres. La noche llama temblando al cristal de los balcones, perseguida por los mil perros que no la conocen, y un olor de vino y ámbar viene de los corredores. Brisas de caña mojada y rumor de viejas voces, resonaban por el arco roto de la media noche. Bueyes y rosas dormían. Solo por los corredores las cuatro luces clamaban con el fulgor de San Jorge.


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Tristes mujeres del valle bajaban su sangre de hombre, tranquila de flor cortada y amarga de muslo joven. Viejas mujeres del río lloraban al pie del monte, un minuto intransitable de cabelleras y nombres. Fachadas de cal, ponían cuadrada y blanca la noche. Serafines y gitanos tocaban acordeones. Madre, cuando yo me muera, que se enteren los señores. Pon telegramas azules que vayan del Sur al Norte. Siete gritos, siete sangres, siete adormideras dobles, quebraron opacas lunas en los oscuros salones. Lleno de manos cortadas y coronitas de flores, el mar de los juramentos resonaba, no sé dónde. Y el cielo daba portazos al brusco rumor del bosque, mientras clamaban las luces en los altos corredores.


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Romance de la luna, luna A Conchita García Lorca

La luna vino a la fragua con su polisón de nardos. El niño la mira, mira. El niño la está mirando. En el aire conmovido mueve la luna sus brazos y enseña, lúbrica y pura, sus senos de duro estaño. Huye luna, luna, luna. Si vinieran los gitanos, harían con tu corazón collares y anillos blancos. Niño, déjame que baile. Cuando vengan los gitanos, te encontrarán sobre el yunque con los ojillos cerrados. Huye luna, luna, luna, que ya siento sus caballos. Niño, déjame, no pises mi blancor almidonado. El jinete se acercaba tocando el tambor del llano.


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Dentro de la fragua el niño, tiene los ojos cerrados. Por el olivar venían, bronce y sueño, los gitanos. Las cabezas levantadas y los ojos entornados. Cómo canta la zumaya, ¡ay, cómo canta en el árbol! Por el cielo va la luna con un niño de la mano. Dentro de la fragua lloran, dando gritos, los gitanos. El aire la vela, vela. El aire la está velando.


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Paisaje Las estrellas apagadas llenan de ceniza el río verdoso y frío. La fuente no tiene trenzas. Ya se han quemado los nidos escondidos. Las ranas hacen del cauce una siringa encantada, desafinada. Sale del monte la luna, con su cara bonachona de jamona. Una estrella le hace burla desde su casa de añil infantil. El débil color rosado hace cursi el horizonte del monte. Y observo que el laurel tiene cansancio de ser poético y profético.


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Como la hemos visto siempre el agua se va durmiendo, sonriyendo. Todo llora por costumbre, todo el campo se lamenta sin darse cuenta. Yo, por no desafinar, digo por educación: “¡Mi corazón!” Pero una grave tristeza tiñe mis labios manchados de pecados. Yo voy lejos del paisaje. Hay en mi pecho una hondura de sepultura. Un murciélago me avisa que el sol se esconde doliente en el poniente. ¡Pater noster por mi amor! (Llanto de las alamedas y arboledas). En el carbón de la tarde miro mis ojos lejanos, cual milanos.


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Y despeino mi alma muerta con arañas de miradas olvidadas. Ya es de noche y las estrellas clavan puñales al río verdoso y frío.


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La casada infiel Y que yo me la lleve al río creyendo que era mozuela, pero tenía marido. Fue la noche de Santiago y casi por compromiso. Se apagaron los faroles y se encendieron los grillos. En las últimas esquinas toqué sus pechos dormidos, y se me abrieron de pronto como ramos de jacintos. El almidón de su enagua me sonaba en el oído, como una pieza de seda rasgada por diez cuchillos Sin luz de plata en sus copas los árboles han crecido, y un horizonte de perros ladra muy lejos del río. Pasadas las zarzamoras, los juncos y los espinos, bajo su mata de pelo hice un hoyo sobre el limo. Yo me quité la corbata. Ella se quitó el vestido. Yo el cinturón con revólver Ella sus cuatro corpiños. Ni nardos ni caracolas tienen el cutis tan fino,


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ni los cristales con luna relumbran con ese brillo. Sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos, la mitad llenos de lumbre, la mitad llenos de frío. Aquella noche corrí el mejor de los caminos, montado en potra de nácar sin bridas y sin estribos. No quiero decir, por hombre, las cosas que ella me dijo. La luz del entendimiento me hace ser muy comedido. Sucia de besos y arena, yo me la lleve del río. Con el aire se batían Las espadas de los lirios. Me porté como quien soy. Como un gitano legítimo. La regalé un costurero grande de raso pajizo, y no quise enamorarme porque teniendo marido me dijo que era mozuela cuando la llevaba al río.


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Al oĂ­do de una muchacha No quise. No quise decirte nada. Vi en tus ojos dos arbolitos locos. De brisa, de risa y de oro. Se meneaban. No quise. No quise decirte nada.


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Llanto por Ignacio Sánchez Mejía

LA COGIDA Y LA MUERTE A las cinco de la tarde. Eran las cinco en punto de la tarde. Un niño trajo la blanca sábana a las cinco de la tarde. Una espuerta de cal ya prevenida a las cinco de la tarde. Lo demás era muerte y sólo muerte a las cinco de la tarde. El viento se llevó los algodones a las cinco de la tarde. Y el óxido sembró cristal y níquel a las cinco de la tarde. Ya luchan la paloma y el leopardo a las cinco de la tarde. Y un muslo con un asta desolada a las cinco de la tarde. Comenzaron los sones del bordón a las cinco de la tarde.


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Las campanas de arsénico y el humo a las cinco de la tarde. En las esquinas grupos de silencio a las cinco de la tarde. ¡Y el toro, solo corazón arriba! a las cinco de la tarde. Cuando el sudor de nieve fue llegando a las cinco de la tarde, cuando la plaza se cubrió de yodo a las cinco de la tarde, la muerte puso huevos en la herida a las cinco de la tarde. A las cinco de la tarde. A las cinco en punto de la tarde. Un ataúd con ruedas es la cama a las cinco de la tarde. Huesos y flautas suenan en su oído a las cinco de la tarde. El toro ya mugía por su frente a las cinco de la tarde.


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El cuarto se irisaba de agonía a las cinco de la tarde. A lo lejos ya viene la gangrena a las cinco de la tarde. Trompa de lirio por las verdes ingles a las cinco de la tarde. Las heridas quemaban como soles a las cinco de la tarde, y el gentío rompía las ventanas a las cinco de la tarde. A las cinco de la tarde. ¡Ay qué terribles cinco de la tarde! ¡Eran las cinco en todos los relojes! ¡Eran las cinco en sombra de la tarde!


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LA SANGRE DERRAMADA ¡Que no quiero verla! Dile a la luna que venga, que no quiero ver la sangre de Ignacio sobre la arena. ¡Que no quiero verla! La luna de par en par, caballo de nubes quietas, y la plaza gris del sueño con sauces en las barreras. ¡Que no quiero verla! Que mi recuerdo se quema. ¡Avisad a los jazmines con su blancura pequeña! ¡Que no quiero verla! La vaca del viejo mundo pasaba su triste lengua sobre un hocico de sangres derramadas en la arena, y los toros de Guisando, casi muerte y casi piedra, mugieron como dos siglos hartos de pisar la tierra.


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No. ¡Que no quiero verla! Por las gradas sube Ignacio con toda su muerte a cuestas. Buscaba el amanecer, y el amanecer no era. Busca su perfil seguro, y el sueño lo desorienta. Buscaba su hermoso cuerpo y encontró su sangre abierta. ¡No me digáis que la vea! No quiero sentir el chorro cada vez con menos fuerza; ese chorro que ilumina los tendidos y se vuelca sobre la pana y el cuero de muchedumbre sedienta. ¡Quién me grita que me asome! ¡No me digáis que la vea! No se cerraron sus ojos cuando vio los cuernos cerca, pero las madres terribles levantaron la cabeza. Y a través de las ganaderías, hubo un aire de voces secretas que gritaban a toros celestes, mayorales de pálida niebla. No hubo príncipe en Sevilla que comparársele pueda, ni espada como su espada,


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ni corazón tan de veras. Como un río de leones su maravillosa fuerza, y como un torso de mármol su dibujada prudencia. Aire de Roma andaluza le doraba la cabeza donde su risa era un nardo de sal y de inteligencia. ¡Qué gran torero en la plaza! ¡Qué gran serrano en la sierra! ¡Qué blando con las espigas! ¡Qué duro con las espuelas! ¡Qué tierno con el rocío! ¡Qué deslumbrante en la feria! ¡Qué tremendo con las últimas banderillas de tiniebla! Pero ya duerme sin fin. Ya los musgos y la hierba abren con dedos seguros la flor de su calavera. Y su sangre ya viene cantando: cantando por marismas y praderas, resbalando por cuernos ateridos vacilando sin alma por la niebla, tropezando con miles de pezuñas como una larga, oscura, triste lengua, para formar un charco de agonía junto al Guadalquivir de las estrellas. ¡Oh blanco muro de España! ¡Oh negro toro de pena! ¡Oh sangre dura de Ignacio!


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¡Oh ruiseñor de sus venas! No. ¡Que no quiero verla! Que no hay cáliz que la contenga, que no hay golondrinas que se la beban, no hay escarcha de luz que la enfríe, no hay canto ni diluvio de azucenas, no hay cristal que la cubra de plata. No. ¡Yo no quiero verla!


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CUERPO PRESENTE La piedra es una frente donde los sueños gimen sin tener agua curva ni cipreses helados. La piedra es una espalda para llevar al tiempo con árboles de lágrimas y cintas y planetas. Yo he visto lluvias grises correr hacia las olas levantando sus tiernos brazos acribillados, para no ser cazadas por la piedra tendida que desata sus miembros sin empapar la sangre. Porque la piedra coge simientes y nublados, esqueletos de alondras y lobos de penumbra; pero no da sonidos, ni cristales, ni fuego, sino plazas y plazas y otras plazas sin muros. Ya está sobre la piedra Ignacio el bien nacido. Ya se acabó; ¿qué pasa? Contemplad su figura: la muerte le ha cubierto de pálidos azufres y le ha puesto cabeza de oscuro minotauro. Ya se acabó. La lluvia penetra por su boca. El aire como loco deja su pecho hundido, y el Amor, empapado con lágrimas de nieve se calienta en la cumbre de las ganaderías. ¿Qué dicen? Un silencio con hedores reposa. Estamos con un cuerpo presente que se esfuma, con una forma clara que tuvo ruiseñores y la vemos llenarse de agujeros sin fondo.


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¿Quién arruga el sudario? ¡No es verdad lo que dice! Aquí no canta nadie, ni llora en el rincón, ni pica las espuelas, ni espanta la serpiente: aquí no quiero más que los ojos redondos para ver ese cuerpo sin posible descanso. Yo quiero ver aquí los hombres de voz dura. Los que doman caballos y dominan los ríos; los hombres que les suena el esqueleto y cantan con una boca llena de sol y pedernales. Aquí quiero yo verlos. Delante de la piedra. Delante de este cuerpo con las riendas quebradas. Yo quiero que me enseñen dónde está la salida para este capitán atado por la muerte. Yo quiero que me enseñen un llanto como un río que tenga dulces nieblas y profundas orillas, para llevar el cuerpo de Ignacio y que se pierda sin escuchar el doble resuello de los toros. Que se pierda en la plaza redonda de la luna que finge cuando niña doliente res inmóvil; que se pierda en la noche sin canto de los peces y en la maleza blanca del humo congelado. No quiero que le tapen la cara con pañuelos para que se acostumbre con la muerte que lleva. Vete, Ignacio: No sientas el caliente bramido. Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el mar!


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ALMA AUSENTE No te conoce el toro ni la higuera, ni caballos ni hormigas de tu casa. No te conoce el niño ni la tarde porque te has muerto para siempre. No te conoce el lomo de la piedra, ni el raso negro donde te destrozas. No te conoce tu recuerdo mudo porque te has muerto para siempre. El otoño vendrá con caracolas, uva de niebla y monjes agrupados, pero nadie querrá mirar tus ojos porque te has muerto para siempre. Porque te has muerto para siempre, como todos los muertos de la Tierra, como todos los muertos que se olvidan en un montón de perros apagados. No te conoce nadie. No. Pero yo te canto. Yo canto para luego tu perfil y tu gracia. La madurez insigne de tu conocimiento. Tu apetencia de muerte y el gusto de tu boca. La tristeza que tuvo tu valiente alegría. Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un andaluz tan claro, tan rico de aventura. Yo canto su elegancia con palabras que gimen y recuerdo una brisa triste por los olivos.


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ÍNDICE Soneto de la dulce queja 2 Anda, jaleo 3 Deseo 4 Una campana 5 Encrucijada 6 El poeta habla por teléfono con el amor 8 Árboles 9 Elegía del silencio 10 ¡Cigarra! 13 El presentimiento 16 Casida del llanto 18 Si mis manos pudieran deshojar 19 Balada interior 20 Gacela del amor imprevisto 23 Es verdad 24 Muerto de amor 25 Romance de la luna, luna 27 Paisaje 29 La casada infiel 32 Al oído de una muchacha 34 Llanto por Ignacio Sánchez Mejía 35


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© De la edición, Caravasar Libros (2016) Los textos publicados son de dominio público Portada, selección y diseño: Armando José Sequera

Obra de distribución gratuita SE PROHÍBE SU VENTA


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OBRAS PUBLICADAS 1 José Víctor Martínez Gil – CIEN CUENTOS DE LA INFINITA PUNTA DE LA AGUJA (minificciones). 2 Francisco Garzón Céspedes – CADA GOTA DE AZOGUE ACERCA EL MUNDO (modulaciones narrativas). 3 Armando José Sequera – UN SIMPLE OCHO (minificciones). 4 Sebastián Galatro – ESE TERRENO PROHIBIDO (poemas). 5 Armando José Sequera – CRUENTOS (minificciones). 6 Armando José Sequera – OPUS (minificciones). 7 Armando José Sequera – REDUCTIA (minificciones). 8 Armando José Sequera – CIENCIA A VUELO DE PÁJARO (crónicas de divulgación científica). 9 José Gregorio Bello Porras – MICROCIDADES (microficciones). 10 Armando José Sequera – ACTO DE AMOR DE CARA AL PÚBLICO (cuentos). 11 José Gregorio Bello Porras – EL PASO DE LA SERPIENTE (poemas). 12 Armando José Sequera – EL DERECHO A LA TERNURA (novela). 13 José Gregorio Bello Porras – VACÍO OPTIMISMO (poemas). 14 Giovanni Boccaccio – ALATIEL Y ALIBECH (cuentos). 15 Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez y Juan Carlos Onetti – TALLERISMOS 1 (consejos para escritores). 16 Armando José Sequera – DIOS QUIERA QUE EN LA OTRA VIDA ( monólogo teatral con monigote). 17 Josune Dorronsoro – ARTÍCULOS SOBRE HISTORIA DE LA FOTOGRAFÍA EN VENEZUELA (historia). 18 Mercedes Franco – VENEZUELA HABLA CONTANDO (cuentos). 19 José Gregorio Bello Porras – EXTENSA BREVEDAD (poemas). 20 Juan Rulfo, Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa – TALLERISMOS 2 (consejos para escritores). 21 Armando José Sequera – CRÓNICAS NEBULOSAS 1 (crónicas personales). 22 Armando José Sequera – GIROSCOPIO (poemas). 23 Esopo – FÁBULAS (fábulas). 24 Armando José Sequera – PASSAROLA (poemas).


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25 José Gregorio Bello Porras – EN EL INICIO DE LA VIDA (poemas). 26 José Gregorio Bello Porras – ESPACIOS TEMPORALES (poemas). 27 Federico García Lorca – ELEGÍA DEL SILENCIO (antología poética).

DE PRÓXIMA APARICIÓN Roberto Bolaño, Eduardo Galeano y Juan Bosch – TALLERISMOS3. Josune Dorronsoro – ENSAYOS SOBRE HISTORIA DE LA FOTOGRAFÍA EN VENEZUELA. Horacio Quiroga – ANACONDA – EL REGRESO DE ANACONDA. Arnaldo Jiménez – BREVE TRATADO SOBRE LAS LINTERNAS. Armando José Sequera – ALREDEDOR DEL DIMINUTIVO.


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Federico García Lorca. Poeta y dramaturgo español (Fuentevaqueros, 5 de junio de 1898 - Víznar, 19 de agosto de 1936). En sus últimos años se dedicó más al teatro, participando no sólo en su creación sino también en la escenificación y el montaje. En poesía es autor de libros fundamentales de la poesía española y universal como POEMA DEL CANTE JONDO, ROMANCERO GITANO, POETA EN NUEVA YORK y SONETOS DEL AMOR OSCURO. En teatro, creó varias obras que forman parte del repertorio de diversas agrupaciones en casi todo el mundo, como BODAS DE SANGRE, YERMA y LA CASA DE BERNARDA ALBA. Fue asesinado un mes después del golpe de Estado que derrocó a la República Española, junto a un olivo que aún vive. Actualmente, es el poeta español más leído de todos los tiempos. Con este título, Caravasar Libros da inicio a su colección Veinte poemas + uno.

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