Francisco Garzón Céspedes.
CADA GOTA DE AZOGUE. ACERCA EL MUNDO.
CARAVASAR LIBROS
CARAVASAR LIBROS 1
© Francisco Garzón Céspedes © Caravasar libros Textos inscriptos en el Registro Territorial de Madrid de la Propiedad Intelectual de España Todos los derechos reservados Toda reproducción debe contar con el permiso escrito previo del autor ciinoe@hotmail.com Primera edición: 2015
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FRANCISCO GARZÓN CÉSPEDES
CADA GOTA DE AZOGUE ACERCA EL MUNDO
Sistema Modular de Creación Modulaciones narrativas
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CUENTOS Francisco Garzón Céspedes
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Serpiente con dos cabezas
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Modulaciones narrativas
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ORIGINAL
Observan el abrigo / I El abrigo de ella cuelga a la misma distancia de los dos. Se hallan de pie a punto de salir: él en el salón, ella en el comedor. En tales circunstancias él se adelantaba, descolgaba el abrigo y esperaba que ella avanzara, para ponérselo. Hoy se miran reflexivamente. Por un instante, al unísono observan el abrigo. Y vuelven a mirarse. Después él pasa de largo, abre y cierra la puerta, deja de ser presente.
MODULACIÓN
Observan el abrigo / II El abrigo de ella, como la piel de un oso de tinieblas, cuelga con la pesadez de su animalidad a la misma distancia de los dos. Se hallan de pie a punto de salir a la cortante intemperie: él en el salón, ella en el comedor, territorios que cada uno prefiere a los del resto de la casa. En tales circunstancias él se adelantaba cual si ejecutara una coreografía, descolgaba el abrigo y esperaba, al borde de erguirse en puntas, que ella avanzara con la huellas de una gacela que no teme a depredadores, para ponérselo. Hoy se miran reflexivamente al despeje de una ecuación. Por un fragmentado instante, al unísono observan el abrigo separándolo de nuevo de la carne del oso. Y vuelven a mirarse como si la velocidad de la luz se invirtiera. Después, en fuga de ellos, él pasa de largo, abre y cierra la puerta que delimita gradaciones del infierno, deja de ser presente para el fuego.
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ORIGINAL
Balón en la portería / I Desde pequeño se le da bien el futbol. Ve el pedazo de plástico gris al desplazarse en diagonal por el andén. El trozo de manguera está en el suelo, un poco delante de la trayectoria que él traza para ir hacia el final; lo detecta a un segundo de descubrir a su enemigo, al que observa caminar en línea recta, desde el otro tren recién llegado, en pos del que va a entrar en la estación. Sólo ellos dos y la mezquindad deshumanizada del otro que anda como si pisoteara el mundo. Entonces él patea el fragmento de manguera.
MODULACIÓN
Balón en la portería / II Desde pequeño se le da bien el futbol. Ve el pedazo de plástico gris al desplazarse en diagonal por el andén. El trozo de manguera está en el suelo, un poco delante de la trayectoria que él traza para ir hacia el final; lo detecta a un segundo de descubrir a su enemigo, al que observa caminar en línea recta, desde el otro tren recién llegado, en pos del que va a entrar en la estación. Sólo ellos dos y la mezquindad deshumanizada del otro que anda como si pisoteara el mundo. Entonces él patea el fragmento de manguera, con tal precisión que lo encaja debajo de una de las pisadas, haciendo resbalar al otro para que trastabillando caiga. Desde pequeño se le da bien el futbol: Aquello de que el balón entre en la portería.
8
ORIGINAL
Gira, no gira / I Ella gira y gira sobre sí en la plaza. Como si no fuera una mujer. Como hacen las niñas pequeñas. Él, que no gira, la observa perplejo. Han discutido. Él defendía su tiempo, e incluso los huecos de su espacio. Ella enmudeció y se puso a girar. Él teme que ascienda cual esos tornados que regresan a su origen. Desea pedirle que se detenga, y no lo hace porque ella parece tan desasida, tan absurdamente feliz excluyéndolo. Él comienza a marearse. Siente que se va a caer como si fuera el trompo, como si fuera el eje de la ruleta. Hasta que, en efecto, cae. Y ella gira, gira, gira y desaparece. De la vida en común, desaparece.
MODULACIÓN
Gira, no gira / II Ella gira y gira sobre sí en la plaza. Como si no fuera una mujer. Como hacen las niñas. Él, que no gira, la observa perplejo. Han discutido. Él defendía su tiempo, e incluso los huecos de su espacio. Ella enmudeció y se puso a girar. Él teme que ascienda cual esos tornados que regresan a su origen. Desea pedirle que se detenga, y no lo hace porque ella parece tan desasida, tan absurdamente feliz excluyéndolo. Él comienza a marearse. Siente que se va a caer como si resultara ser el trompo, el eje de la ruleta. Y ella gira, gira y pareciera que va a desaparecer. De la vida en común, desaparece. Él tiene un recuerdo, la conoció cuando bailaba sola y giraba. Impresionado por su vitalidad se le acercó con una copa de vino. Ella se inmovilizó. Y compartieron a sorbos aquel aroma de duendes terrenales, aquel sabor de poderío. Ahora él la deja en la plaza como si desistiera, como decidido a olvidarla. Cuando regresa con una copa de vino y se la brinda, el tiempo parece detenerse por la tensión. Pero no, late cuando ella torna lento su girar hasta que toma la copa en su mano y bebe.
9
ORIGINAL
Pájaros en el hombro derecho / I El hombre al que los pájaros se le paraban siempre en el hombro derecho sólo giraba su cabeza hacia la izquierda. Los pájaros parecían adivinarle la vocación pues nunca interferían en sus giros.
MODULACIÓN
Pájaros en el hombro derecho / II El hombre al que los pájaros se le paran siempre en el hombro derecho sólo gira su cabeza hacia la izquierda. Los pájaros parecen adivinarle la vocación, tal vez la voluntad, pues nunca interfieren en sus giros. Y quizás se le posan uno tras otro para, con la energía confiada de sus presencias, contribuir a la elección de los giros. Curiosamente estos pájaros giran sólo hacia la izquierda.
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ORIGINAL DE NUNCA ACABAR
Cruzan / I Siente los pasos detrás de él cuando camina en la noche por el parque. Son un escalofrío que aúlla en su columna vertebral. Hasta que ella cruza por su lado apresuradamente sin mirarlo. Dejando de reconocerse a sí mismo, él le ladra: con fuerza. Ella se detiene para con extrañeza buscar al perro porque tiene la certeza de no haber visto a alguno. Hasta que él cruza por su lado apresuradamente sin mirarla. Siente los pasos detrás de él…
MODULACIÓN
Cruzan / II Sintió los pasos detrás de él cuando caminaba en la noche por el parque. Fueron un escalofrío que aulló en su columna vertebral. Hasta que ella cruzó por su lado apresuradamente sin mirarlo. Dejando de reconocerse a sí mismo, él le ladró: con fuerza. Ella se detuvo para con extrañeza buscar al perro porque tenía la certeza de no haber visto a alguno. Hasta que él cruzó por su lado apresuradamente sin mirarla. Sintió los pasos detrás de él cada vez más cerca y, tras un único ladrido, la mordida.
MODULACIÓN
Cruzan / III Ella y él cruzan cada uno adelantando al otro. Por lo inesperado, se provocan escalofríos que les aúllan en sus columnas vertebrales. Ladra él. Ladra ella. No hay perros en la noche del parque. Irreconocibles, son ellos quienes han ladrado. Y, tras una primera mordida de ella en la espalda de él, comienzan a comunicarse.
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ORIGINAL
Cabeza / I El hombre, sin vacilaciones, mete la cabeza en el frasco y lo tapa.
MODULACIĂ“N
Cabeza / II El hombre, sin vacilaciones, mete la cabeza en el frasco y lo tapa. DespuĂŠs se marcha, desprendido, ilimitado, liviano, liberado de la carga de su conciencia.
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ORIGINAL
Zapatea / I Ella ha comenzado a zapatear imparable en un redoble que amalgama amor y muerte. Su cuerpo es el sonido que la mirada de él amplifica.
MODULACIÓN
Zapatea / II Ella ha comenzado a zapatear imparable en un redoble que amalgama amor y muerte. Su cuerpo es el sonido que la mirada de él amplifica. Zapatea frente al hombre que se ha quedado inmóvil con el cuchillo en la mano a punto de la sangre.
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ORIGINAL
Rojo / I Sentada a la mesa del café ella adentra la mirada en la cortina que semeja una dilatada corriente arterial. Quiere poseer, tocar, ese rojo de la tela que le recuerda otros torrentes de su interior. Abre un largo paréntesis hasta que con la botella golpea la copa y levanta una mano para dejarla caer.
MODULACIÓN
Rojo / II Sentada a la mesa del café ella adentra la mirada en la cortina que semeja una dilatada corriente arterial. Quiere poseer, tocar, ese rojo de la tela que le recuerda otros torrentes de su interior. Abre un largo paréntesis hasta que con la botella golpea la copa y levanta una mano para dejarla caer. Su palma abierta es horadada por los cristales. El rojo de su sangre es el trofeo.
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ORIGINAL
Tramos / I ¿Cómo se separan los manantiales cuando contra pronóstico convergen? ¿Cómo se separa el disparo, que no debió producirse, de la bala que avanza irrefrenable? O la bala disparada, ¿cómo se separa del estruendo que alerta? El hombre y la mujer se han vuelto tramos de una línea. No estaban destinados a integrarse. Sus procedencias conspiran porque, indefectiblemente, ellos deben regresar a sus puntos de partida.
MODULACIÓN
Tramos / II ¿Cómo se separan los manantiales cuando contra pronóstico convergen? ¿Cómo se separa el disparo, que no debió producirse, de la bala que avanza irrefrenable? O la bala disparada, ¿cómo se separa del estruendo que alerta? El hombre y la mujer se han vuelto tramos de una línea. No estaban destinados a integrarse. Sus procedencias conspiran porque, indefectiblemente, ellos deben regresar a sus puntos de partida. No residen en la misma ciudad. Han coincidido en una, casi perdida en la lejanía, y entretejido las miradas. No viven en el mismo país. Han juntado sus fluidos. No habitan en el mismo continente. Han descubierto amar. Ni siquiera moran en el continente donde están de paso. Podrán separarse si se secan, será porque separándose mutilen el disparo.
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ORIGINAL
Lo saben / I Él se halla en el extremo del embarcadero. Ella se acerca. Él elige retroceder sin dejar de mirarla. Ella está hipnotizada. Retrocede él, hasta que cae y divide la superficie oscura que oculta lo profundo. Ninguno de los dos ha aprendido a nadar. Lo saben.
MODULACIÓN
Lo saben / II Él se halla en el extremo del embarcadero. Ella se acerca. Él elige retroceder sin dejar de mirarla. Ella está hipnotizada. Retrocede él, hasta que cae y divide la superficie oscura que oculta lo profundo. Ninguno de los dos ha aprendido a nadar. Lo saben. El embarcadero resulta la antesala de la cámara mortuoria. Ella, resultará la plañidera. Ruido de cuerpo contra el agua y grito se funden.
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ORIGINAL
¿Canguros? / I “¿Acaso los canguros no saltan?” Y él se lanza, vulnerable, hacia donde está ella.
MODULACIÓN
¿Canguros? / II “¿Acaso los canguros no saltan?” Y él se lanza, vulnerable, hacia donde está ella, que, desconociéndolo, lo deja estamparse contra el paredón.
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ORIGINAL
Serpiente con dos cabezas / I La serpiente se desdobla de sí. No tiene cola, sólo dos cabezas. Cada cabeza intenta ir en dirección contraria. Ellos lo saben, lo sienten, lo han alimentado a rencores y reproches.
MODULACIÓN
Serpiente con dos cabezas / II La serpiente no tiene cola. Cada cabeza, en dirección contraria. Ellos lo saben, lo sienten, lo han alimentado a rencores y reproches. Son su distancia y se pierden en la lejanía de cada quien.
18
ORIGINAL
Redobles / I Él ha traicionado sueños y placeres. Ha permitido que la falta de ejercicio, que la escasa voluntad, le consuman las energías, lo reduzcan a un sillón de ruedas. Como si la mente fuera la totalidad, como si bastaran los pensamientos para que un redoblante fuera tocado. Ella, cada día, con menos amor, menos compasión, menos tolerancia. Ellos son uno para el otro casi todo. El redoblante resuena a su alrededor sin que ellos participen. Ninguno de los dos lo toca.
MODULACIÓN
Redobles / II Ellos son uno para el otro casi todo. El redoblante resuena a su alrededor sin que ellos participen. Ninguno de los dos lo toca. Él porque no puede, ella porque no quiere. Han comenzado a no escuchar los redobles, que alcanzan a ser, que son, tan estruendosos.
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ORIGINAL
Tiempo de aguantar / I ¿Cuánto tiempo aguantará en pareja ese dios rubio que envejece bien junto a esa mortal descolorida que envejece mal? La niña, por fortuna, se parece al padre. El niño, a la madre. Se diría son una familia feliz, excepto la mujer que se consume en la conciencia de su descoloración. Él, el dios, es cariñoso con los niños, y con ella. En el vagón del metro está pendiente de protegerlos, y, de cuando en cuando, les sonríe y los acaricia con ternura. Ella va desasida de sí, y de todos. Se consume desde adentro y hacia adentro: una fruta seca de inconformidad consigo, de rechazo a sí misma. Una que no reacciona al tacto de la mano de él, y que, como si no se apartara, aleja su piel de aquel roce mientras desdeñosa dibuja una mueca. De tanto no amarse ya no ama.
MODULACIÓN
Tiempo de aguantar / II ¿Cuánto tiempo aguantará en pareja ese dios rubio que envejece bien junto a esa mortal descolorida que envejece mal? La niña, por fortuna, se parece al padre. El niño, a la madre. Él, el dios, es cariñoso con los niños, y con ella que, desasida de sí y de todos, se consume desde adentro y hacia adentro: una fruta seca de inconformidad consigo, de rechazo a sí misma. Una que no reacciona al tacto de la mano de él, y que, como si no se apartara, aleja su piel de aquel roce mientras desdeñosa dibuja una mueca creyendo que él no la ve. De tanto no amarse ya no ama. Él desvía la mirada hacia los niños, los atrae hacia sí y la resignación del mundo flota en el lago de sus ojos.
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ORIGINAL
Semejante a una araña / I Desde la mesa donde desayuna contempla la estructura de metal semejante a una araña con patas momificadas. Las arañas lo atemorizan. En su imaginación desaparecen los locales comerciales y visualiza trenes del pasado. Casi conoció esta estación antes de que la cerraran. A su arribo a la ciudad no conseguía alojamiento, y ya alcanzaba aquella estación para viajar a hospedarse en alguna otra cercana cuando tropezó una pensión de mala muerte y una habitación sin baño. Tal historia se la ha contado y la ha contado, incluyendo cómo lo estafaron los trileros, una especie desconocida. Prosiguiendo con cómo los denunció y finalmente los detuvo la policía, excepto al que lo había inducido a apostar. El resto sólo se lo ha contado a sí mismo. Narrando cómo él siguió al trilero en su escape y lo mató con una botella recogida al paso cuando el otro, dándose cuenta de la persecución, giró para agredirlo navaja en mano. ¿O así se lo cuenta ahora en la vejez? ¿O lo siguió y lo mató sin más para que no volviera a estafar a vulnerables e indefensos? ¿O ni siquiera?: Lo mató porque a él no hay quien le tome el pelo y sobreviva.
MODULACIÓN
Semejante a una araña / II El arañazo de la pregunta no lo sobresalta: ¿Qué hago sentado en esta mesa de un centro comercial al mediodía? Ni la respuesta lo aterra: Estoy a la espera de que algún indeseable no se comporte. Me agreda. Y me proporcione la justificación para hacerle pagar. Como si una araña, casi fosilizada, aguardara en búsqueda de alimento para su tedio, o para la tensión que entretejen a ratos su aburrimiento, a ratos su expectación. Mira lo que alcanza. Necesita un soplo, aunque sea casi imperceptible, de que continúa vivo. De que sus patas no están momificadas, integradas al hierro gigantesco de la antigua estación ferroviaria
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ORIGINAL
Desnudos, el sonido / I Cuando el hombre y la mujer desnudos se abrazan se escucha el sonido metálico de sus armaduras al chocar.
MODULACIÓN
Desnudos, el sonido / II Cuando el hombre y la mujer desnudos se abrazaron se escuchó el sonido metálico de sus armaduras al chocar. Desistieron. Preferían no estar juntos a desarmarse.
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ORIGINAL
Gota retenida dentro del frasco / I Ella, desesperada, intenta explicarle a él que la gota de agua presa dentro del frasco, retenida en su centro como un pétalo traslúcido, podría ser del mar, del río, del despojo de un charco de la calle, pero en realidad es una lágrima caída de su llanto. Intenta explicarle a él que, como ella, la gota de agua es, sin saber ya de dónde; está encerrada, sin saber ya por qué; y, sin embargo, eso no la hace menos agua, y, sobre todo menos lágrima, ni anula su capacidad de humedecer. Que deje que lo toque para que cumpla en amor.
MODULACIÓN
Gota retenida dentro del frasco / II Ella, desesperada, intenta explicarle a él que la gota de agua presa dentro del frasco, retenida en su centro como un pétalo traslúcido, podría ser del mar, del río, del despojo de un charco de la calle, pero en realidad es una lágrima caída de su llanto. Intenta explicarle que, como ella, la gota de agua es, sin saber ya de dónde; está encerrada, sin saber ya por qué; y, sin embargo, eso no la hace menos agua, y, sobre todo menos lágrima, ni anula su capacidad de humedecer. Que deje que lo toque para que cumpla en amor. Poco repercute lo que ella intenta, porque él se ha vuelto impermeable a fuerza de inseguridad, inexperiencia y desconfianza; y se halla, mas no presente; y la oye, mas no la escucha; y la mira, mas no la ve. Él se ha ido de viaje adentro, se ha exiliado consigo para no correr el riesgo de que la humedad de una gota lo desaparezca.
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ORIGINAL
Él que la ilumina / I Él está sentado debajo de la lámpara que ha cegado. Cuando ella entra, quien se enciende es él que la ilumina.
MODULACIÓN
Él que la ilumina / II Él está sentado debajo de la lámpara que ha cegado. Cuando ella entra, quien se enciende es él que la ilumina. Una luz de tal naturaleza que no proyecta sombras y que no cesa. Tan de amor el amor, que no se apaga.
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ORIGINAL
El tren demora en partir / I Cumple sesenta años y el andén es como lo que le queda de vida: un camino que culmina con una pared infranqueable que todo lo detiene. El tren demora en partir. Al salir de uno de los coches ella se ha erguido arañando una sonrisa. Va observando, más allá de ventanillas y puertas abiertas, los rostros, los cuerpos que casi desbordan los vagones. Repara en alguien que ya la miraba: un hombre de unos cincuenta y cara eterna de muchacho. Se paraliza. El tren cierra sus puertas despidiéndose. Ella no continúa hacia la salida. Se acerca a un banco, se sienta y aguarda con la esperanza de un otoño que desea continuarse en primavera.
MODULACIÓN
El tren demora en partir / II Cuando ya ha transcurrido un tiempo prudencial del cruce de miradas, ella por el andén, él dentro de un vagón del metro, la mujer pasa a una espera que no espera. Y no lo ve llegar. De pronto él está y se explica: “Jugabas con mi hermana, seis años mayor que yo. Estabas en su clase. Dejé de verte con doce años, y tú con dieciocho. Te mudabas de barrio y yo te declaré mi amor. Me sonreíste con esta misma tristeza. Entonces aún era pronto. ¿Acaso ahora es muy tarde?” Ella se levantó y dejó de mirarlo: “Nos fuimos del barrio porque estaba embarazada. Tengo un hijo de más de cuarenta años. Me doy cuenta de que pareces de la edad de mi hijo.” Tras una pausa le busca los ojos: “Sé que me gustaría dejar de contemplar la pared del fondo. Sé que me he quedado a aguardarte.”
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ORIGINAL
En una de las tiendas de Jan el-Jalili/ I Ella, extraviada del guía, entra en una tienda grande, alargada, oscura y solitaria de Jan el-Jalili. Tiene cuarenta años y, aún en medio de la elevada temperatura, desprende elegancia. El auténticamente bello es él, de los dos jóvenes dependientes, el mayor. Ella no lo sabe porque no lo ha visto. Siente una mirada sobre sí mientras toca un vestido de seda y, cuando la busca, los ve al fondo. Él la mira con intensidad y el otro lo mira a él con idéntica fuerza. Ella queda clavada en aquellos ojos. Entonces él extiende su mano izquierda y, como a un objeto o a un perro al que puede no mirarse, acaricia la mejilla del joven que, sumergido en la belleza del rostro amado, lo contempla.
MODULACIÓN
En una de las tiendas de Jan el-Jalili/ II Ella, extraviada del guía, entra en una tienda grande, alargada, oscura y solitaria de Jan el-Jalili. Tiene cuarenta años y, aún en medio de la elevada temperatura, desprende levedad y elegancia. El auténticamente bello es él, de los dos jóvenes dependientes, el mayor. Ella no lo sabe porque no lo ha visto. Siente una mirada sobre sí mientras toca un vestido de seda y, cuando la busca, los ve al fondo. Él la mira con intensidad y el otro a él con idéntica fuerza. Ella queda clavada en aquellos ojos. En aquella belleza. Él extiende su mano izquierda y, como a un objeto o a un perro al que puede no mirarse, acaricia la mejilla derecha del joven que, sumergido en el rostro amado, lo contempla. Luego él extiende su otra mano y, en el vacío, simula acariciar a la mujer. Ella se dirige a lo más profundo de aquel túnel, llega a un paso, en un ángulo en que la mano de él no alcanza a tocarla y, sin dejar de mirarlo, acaricia la mejilla izquierda del más joven, que no desvía su contemplación. Después ella se marcha con una pesadez corporal desconocida, su elegancia traspapelada en el deseo.
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ORIGINAL
Sobre la terraza / I Coinciden en el extranjero, son adultos y la diferencia de edades es de más de doce años. Viajan solos y se hallan en una ciudad llena de riesgos por lo que permanecen muchas horas en el hotel seguro y confortable. De las conversaciones intrascendentes sobre el clima o la ciudad, pasan a temas próximos; de donde, el de menor edad, recién le confiesa al otro cuánto extraña a su amor. Que por primera vez ama y le aman, después de tantas experiencias de pareja, sexo. Y que es fiel, se ha vuelto fiel. El otro, hasta entonces centrado, encantador, apunta: “Me has contado que es más joven que tú. Y ya llevas casi un mes fuera. Que probabilidad hay de que no se haya acostado con otro.” Y su mirada sobrevuela sobre la terraza y se fuga. Al regresar parece regodearse en la expresión desconcertada que ha provocado.
MODULACIÓN
Sobre la terraza / II Coinciden en el extranjero, son adultos y la diferencia de edades es de más de doce años. Viajan solos y se hallan en una ciudad llena de riesgos por lo que permanecen muchas horas en el hotel seguro y confortable. De las conversaciones intrascendentes sobre el clima o la ciudad, pasan a temas próximos; de donde, el de menor edad, recién le confiesa al otro cuánto extraña a su amor. Que por primera vez ama y le aman, después de tantas experiencias de pareja, sexo. Y que es fiel, se ha vuelto fiel. El otro, hasta entonces centrado, encantador, apunta: “Me has contado que es más joven que tú. Y ya llevas casi un mes fuera. Que probabilidad hay de que no se haya acostado con otro.” Y su mirada sobrevuela sobre la terraza y se fuga. Al regresar parece regodearse en la expresión desconcertada que ha provocado. El de menor edad se levanta, alza el brazo y de pronto percibe en el temor del otro su vejez. Tras lo que se marcha a la habitación en que se hospeda a golpear las paredes para después llamar por teléfono. Cuando entra, no hace uno ni otro: se echa a llorar. 27
ORIGINAL
Panorama desde el pasillo / I Cuando culminado el evento recibe una oferta para impartir un curso con otra institución si extiende su estancia en la ciudad, y una amiga le ofrece trasladarse del hotel a una casa que le han ofrecido, no tiene mucha elección, es eso o emprender el regreso a su país. No obstante, dado los círculos en que se mueve su amiga, le pide que aclare que no cambiará alojamiento por sexo. Habiendo sido tan claro, tras la primera noche de alojamiento no espera aquel panorama desde el pasillo: la puerta abierta del dormitorio principal, el cuerpo desnudo sólo supuestamente dormido, de espaldas y con las piernas separadas. Algo se le mueve como un desprendimiento de tierra. Y agarrando el picaporte cierra de un portazo. MODULACIÓN
Panorama desde el pasillo / II Habiendo sido tan claro en lo de que no cambiaría hospedaje por sexo, tras la primera noche de alojamiento no espera aquel panorama desde el pasillo: la puerta abierta del dormitorio principal, el cuerpo desnudo sólo supuestamente dormido, de espaldas y con las piernas separadas. Algo se le mueve como un desprendimiento de tierra. Y agarrando el picaporte cierra de un portazo. Desde el otro lado se escucha una mano que golpea la madera del espaldar de la cama. Él llega hasta la cocina, agarra un cuchillo y retrocede mientras recuerda algo ocurrido años atrás. Los otros deberían ser más cuidadosos con sus actos porque, cuando se acciona, a veces una única piedra puede desencadenar un desprendimiento, y la tierra, desprendida, sepulta. MODULACIÓN
Panorama desde el pasillo / III No espera aquel panorama desde el pasillo: la puerta abierta del dormitorio principal, el cuerpo desnudo sólo supuestamen28
te dormido, de espaldas y con las piernas separadas. Algo se le mueve como un desprendimiento de tierra. Y agarrando el picaporte cierra con suavidad. Retrocede, no entra a la cocina, ha llegado el momento de hacer maletas. Si no para ĂŠl, sĂ un buen remate final.
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ORIGINAL
Una nube contra el pecho / I Si él pudiera arrancar un trozo de nube y ponérselo a ella en el pecho para que respirara mejor o flotara en busca de más aire. Sólo puede mirarla cómo se ahoga una vez más y cómo lo mira con ojos suplicantes. Ella da sentido a la vida de él cuando la vida de ella ya no tiene sentido. Él repara en la almohada enorme y se le asemeja una nube blanquísima y la agarra y se la aprieta a ella amorosamente contra el pecho.
MODULACIÓN
Una nube contra el pecho / II Si él pudiera arrancar un trozo de nube y ponérselo a ella en el pecho para que respirara mejor o flotara en busca de más aire. Sólo puede mirarla cómo se ahoga una vez más y cómo lo mira con ojos suplicantes. Ella da sentido a la vida de él cuando la vida de ella ya no tiene sentido. Él repara en la almohada enorme y se le asemeja una nube blanquísima y la agarra y se la aprieta a ella amorosamente contra el pecho. Y la almohada es tan grande que también le tapa a ella la boca y la nariz. Y él aprieta sin cesar.
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ORIGINAL
Ya es para el invierno / I Ella se instala en el otoño y se deja caer de cada árbol. Ya es para el invierno. Si él estuviera impediría una vez más que ella cayera, llegará al polvo, al fango, a la hierba seca, a las raíces momificadas. Él no está. Se lo llevó la muerte aplastado por el peso de tanta soledad que ella le compartió.
MODULACIÓN
Ya es para el invierno / II Él no está. Se lo llevó la muerte aplastado por el peso de tanta soledad que ella le compartió. Finalmente él eligió irse hacia la nada legándole su viaje. Ella desearía poder volver atrás, rehacer los años de pareja refundándolos. Él le ha dejado de herencia su viaje sin partida. Ella se instala en el otoño y se deja caer de cada árbol. Ya es para el invierno. Si él estuviera impediría una vez más que ella cayera, llegará al polvo, al fango, a la hierba seca, a las raíces momificadas.
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ORIGINAL
Más de setenta años / I Cada uno tendrá más de setenta años. A primera vista el hombre parece más joven que la mujer, pero es un espejismo. Caminan como tantas mañanas por el parque. Erguidos, resueltos. Fugazmente al hombre se le van los ojos hacia una muchacha que cruza dejando una estela como la de los aviones en el cielo. La mujer finge no percibirlo y aún sonríe. Tras unos pasos el hombre arranca una flor silvestre y se la da. La mujer con lentitud la despedaza entre los dedos. Y con lentitud deja caer los trozos. Después gira y se aleja, encorvada. A la edad de la muchacha debió ser mucho más bella.
MODULACIÓN
Más de setenta años / II Cada uno tendrá más de setenta años. A primera vista el hombre parece más joven que la mujer, pero es un espejismo. Caminan como tantas mañanas por el parque. Erguidos, resueltos. Fugazmente al hombre se le van los ojos hacia una muchacha que cruza dejando una estela como la de los aviones en el cielo. La mujer finge no percibirlo y aún sonríe. Tras unos pasos el hombre arranca una flor silvestre y se la da. La mujer con lentitud la despedaza entre los dedos. Y con lentitud deja caer los trozos. Después gira y se aleja, encorvada. A la edad de la muchacha debió ser mucho más bella. Él la alcanza y, mientras le pone una mano en el hombro a ella para detenerla, le dice sonriente: “Tú y yo no podemos enojarnos ni un segundo, no nos queda suficiente vida para enojarnos.”
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ORIGINAL
Moneda / I El africano para pedir una moneda a la puerta de la cafetería junta las manos hacia delante, a la altura del pecho, busca los ojos y realiza una reverencia. Lo ve desde lejos y prepara una moneda en su mano como si la llevara vacía. Cuando el africano ejecuta toda la ceremonia, él piensa que le ha faltado naturalidad. Decide guardar la moneda, que cae, rueda y queda a los pies del africano. Paralizados miran la moneda y se miran.
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Moneda / II El africano para pedir una moneda a la puerta de la cafetería junta las manos hacia delante, a la altura del pecho, busca los ojos y realiza una reverencia. Lo ve desde lejos y prepara una moneda en su mano como si la llevara vacía. Cuando el africano ejecuta toda la ceremonia, él piensa que le ha faltado naturalidad. Decide guardar la moneda, que cae, rueda y queda a los pies del africano. Paralizados miran la moneda y se miran. Él la recoge y, observando que está sucia tras caer sobre un escupitajo, asqueado, la echa a la papelera.
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ORIGINAL
Caminos / I Él hunde su rostro con los ojos cerrados. Cuando lo alza, en la cafetería y delante de un desaparecido café expreso, ella lo observa con preocupación. Es la única camarera de ese turno, y lo que ocurre debe afrontarlo. Él repara en ella. Ya se han hablado por lo del pedido. Nota su rostro cansado y de belleza estrujada. Tendrán más o menos la misma edad. "¿Cómo explicarle el absurdo de que me muero? No me quedan seis meses." Es tanta la desolación de él que ella se acerca. Y tras la explosión del contacto visual, se sienta enfrente y dice con suavidad, casi en un susurro: "Todo tiene caminos menos la muerte."
MODULACIÓN
Caminos / II Él hunde su rostro con los ojos cerrados. Cuando lo alza, en la cafetería y delante de un desaparecido café expreso, ella lo observa con preocupación. Es la única camarera de ese turno, y lo que ocurre debe afrontarlo. Él repara en ella. Ya se han hablado por lo del pedido. Nota su rostro cansado y de belleza estrujada. Tendrán más o menos la misma edad. "¿Cómo explicarle el absurdo de que me muero? No me quedan seis meses." Es tanta la desolación de él que ella se acerca. Y tras la explosión del contacto visual, se sienta enfrente y dice con suavidad, casi en un susurro: "Todo tiene caminos menos la muerte." Él responde: "Lo sé."
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ORIGINAL
La soledad de un hombre que está sentado / I Un hombre está sentado en el restaurante de un hotel de Helsinki rodeado por enormes finlandeses y por diminutos coreanos que hablan entre sí, gesticulan, asienten, disienten. Suda el hombre aunque quizás debería temblar. Sabe que cada gota de azogue acerca el mundo. Come frugalmente sin prestarle atención a los alimentos porque piensa en la soledad de un hombre que está sentado en el restaurante de un hotel de Helsinki…
MODULACIÓN
La soledad de un hombre que está sentado / II Un hombre está sentado en el restaurante de un hotel de Helsinki rodeado por enormes finlandeses y por diminutos coreanos que hablan entre sí, gesticulan, asienten, disienten. Suda el hombre aunque quizás debería temblar. Sabe que cada gota de azogue acerca el mundo. Come frugalmente sin prestarle atención a los alimentos porque piensa en la soledad de un hombre que está sentado en el restaurante de un hotel de Helsinki… Una mujer mira al hombre. Una mujer que desayuna sola. Y luego lo mira otra mujer sola. Y luego otra… Él es un hombre mayor, más allá de que su edad le parece extraña, ajena de sí mismo. Ellas son quince, veinte años más jóvenes. Él ya nunca se mira a los espejos, pero esa mañana, en la habitación, un espejo grande le ha devuelto su imagen desnuda, y ha cerrado los ojos sin poder cerrar adentro lo percibido: Un anciano que envejece a marchas forzadas y un vasto territorio por cuerpo donde se desmorona. Cada vez que una de las mujeres le busca la mirada, el hombre, o lo que queda, aparta los ojos, se imagina invisible, se oculta adentro donde ya tampoco se mira a los espejos, pero…
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ORIGINAL
Conciencia / I En muchas ocasiones no puede soportar el dolor al imaginar la desolación de otro ante una injusticia o una infamia o un infortunio o una desilusión. Es como si por un instante dejara de ser él mismo y pasara a ser la otra persona en el hecho desleal o pérfido o amargo o decepcionante que le ha acaecido o le acaece. En casos así piensa: “Cómo se puede sobrevivir a tal desafuero o desgracia o desamparo.” Y algo adentro se le rompe. Sin embargo esta mañana cuando, dispuesto a reiniciar la relación, la reencuentra haciéndole creer que por azar, y ella lo contempla ilusionada pero con su honestidad a toda prueba le advierte que tiene cáncer, él le comenta que está por casarse en el verano, una falsedad sin otro fundamento que la cobardía.
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Conciencia / II Ella sonríe en su conciencia, pero sólo en su conciencia porque afuera, frente a él, mantiene el personaje de enferma grave que puede morir pronto. Desmenuza la excusa de él, lo del casamiento en el verano, seguro una mentira para poder salir corriendo, clausurando cualquier posibilidad de reiniciar la relación con ella. Después, lo mira a los ojos, esboza una sonrisa triste y le comparte su propia mentira: “Yo también me casaré en el verano, he vuelto con mi novio de la adolescencia que insiste en estar a mi lado y afirma que su amor me salvará. Hay seres que son de una sola pieza. Espero que tu pareja te merezca.”
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ORIGINAL
Cuarteto de percusión / I Cuando desembocan en los sesenta tras ansiosa espera, y perciben que se acaba el tiempo de triunfar, la primera aparece desnucada a los pies de una escalera de caracol. La segunda más joven aparece electrocutada por un secador de pelo en contacto con el agua de la bañera. Entonces ella tiene más miedo que nunca de ser la tercera en morir de las cuatro del cuarteto. Es un segundo de demencia entre tanto aguardar y tanta previsión; un segundo, acompañado por el ruido de un tambor, en que no tiene conciencia de que ella es la cuarta, la que sobrevivirá a las otras, la solista de frustrada vocación. La tercera morirá ahogada en la piscina. Y ella fingirá un envenenamiento. Todo clásico, como la música de sus instrumentos de percusión.
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Cuarteto de percusión / II Cuando sale indemne, tras eliminar a sus compañeras del cuarteto de percusión con simulados accidentes, se programa un recital de violín. Toca sola porque el poco público que tuvo el cuarteto no acude. Resignada a la necesidad del cuarteto, este domingo toca con otras tres. Para conseguirlas ha tenido que lograr que la ingresen en el manicomio donde están recluidas. Todo el programa será clásico, como la música de sus instrumentos de percusión un tanto delirantes.
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Cada tostada en compañía “¿Por qué he aceptado venir?”, se pregunta. “Soy una mujer mayor, con experiencia. Tengo la existencia solucionada.” Hasta que admite para sí: “Y estoy sola. He aceptado porque estoy sola. Y porque envejezco.” Él es unos treinta años más joven, y como un puerto al que llegar a descargar, o a protegerse, o donde acceder a luces que testimonian la vida en su efervescencia. Ella es pequeñísima desde la procedencia asiática de uno de sus antepasados: el abuelo materno. A su favor: el ser una mujer que exhibe un aire intemporal, unos rasgos delicados, una gracilidad… y que se la intuye, primero, hasta que se la comprueba: controlada, educada, culta. –Podemos tomarnos el café en la terraza –afirma él ya en el salón de su piso; a continuación conduce a la mujer hasta el exterior y cuando se sienta le acomoda con naturalidad un cojín en la espalda. –Sí, en la terraza –ha admitido ella y, dejando a un lado su desconcierto por la elección de un espacio sin intimidad, ha seguido interrogándose: “¿Y si acepté sencillamente por curiosidad, por sumar una vivencia, y no por trasfondos de soledad o de vejez?” –¿Expreso o con leche? ¿Pan con aceite y tomate? ¿O una tostada con mermelada? –Expreso y una tostada en solitario; si es tan amable. –Nada debería ser en solitario. Cada tostada en compañía –y él sonríe con corrección. Ella pierde la mirada por sobre los tejados de la ciudad deteniéndose en las cúpulas. Se decide y se incorpora para girar y observar el salón. Piso, mobiliario y objetos evidencian las posibilidades económicas de la clase media alta. “No parece que me haya invitado por prostitución. Y a las diez de la mañana, tras un tropezón del uno con el otro en el metro, una caída y un ayudar a levantarme… Tampoco es que yo esté dispuesta a pagar. Sólo en aquella ocasión pagué...” Un músculo comienza a saltarle en la mano derecha. Ella en aquella ocasión no llegaba a la mitad de los treinta y poseía todo lo deseado. Y resultaba deseable. Después de una ruptura, que no por ella haberla decidido fue menos 38
dolorosa, se hallaba vacía y a la vez necesitada. Y apareció aquel hombre (éste de hoy se lo recordaba), de veintitantos largos. Coincidieron en un pub, banqueta al lado de banqueta. Ella triste, casi deprimida. El hombre le sonrió y con gentileza le preguntó por su desconsuelo. Ella se mantuvo en silencio, y el desconocido se puso a relatarle de un año atrás cuando había creído deshacerse (ésa fue la palabra, tan desacostumbrada) al ser abandonado. “¿Le han abandonado”, preguntó. Y ella respondió. “He abandonado.” A lo que el hombre preciso: “No hay demasiada diferencia.” A partir de lo que comenzó a contarle (primero se comprometió con que la haría sonreír) una serie de peripecias de sus andanzas como alpinista. Y ella sonrió. Y lo deseó. Lo deseó en la cama. Y, aún más, deseó: la levedad de una caricia, la certeza de un abrazo prolongado, el contacto de un mirarse a las pupilas. Tres horas más tarde, ella le comentó, desbordada, lo cercano del hotel donde se alojaba… Y el hombre le explicó que, su apartamento se hallaba encima del pub, y le precisó su tarifa por hora de sexo. Ella sólo lo miró, pagó la cuenta de los dos y de pie aguardó a que le fuera indicado el camino. Cuando llegaron, ella depositó el dinero sobre la mesa del pasillo, lo escupió en el rostro, y lo clavó en el fondo de sus ojos. Después metió una mano en el bolsillo de la chaqueta. Con la otra, recogió la mitad del dinero. Y, sin darle la espalda, desapareció. “Me salió bien”, valora. “Ni siquiera pagué su tarifa completa por salvar mi dignidad”, concluye. –Café expreso, tostada con mermelada de fresa y un vaso con agua. Ojalá le guste la fresa porque se han acabado el melocotón y la naranja –y él deposita la bandeja con dos tazas–. Yo, también un expreso. Ella se lleva la taza a la boca pero en realidad no hace más que mojarse los labios. Cuando él bebe de su taza el primer sorbo, ella, cogiéndola de la bandeja, la cambia por la suya. –Un antiguo ritual, ahora cada quién sabrá lo que el otro está pensando –y despliega una expresión confiada, un tanto ingenua, la de quien lo ha hecho por superstición o sentido del humor o intimidad, y no por desconfianza; mientras, oculta temores y expectación, y se reprocha el no haberlo acompañado a la cocina. 39
Él paladea el café al beberlo y vacía la taza. –Si me lo permite me comeré la mitad de su tostada y me tomaré la mitad de su agua, debí servirme de todo –y él ladea la cabeza y sonríe muy levemente–. O, mejor, debí invitarla a acompañarme a la cocina. –¡No, no! No he desconfiado. Mire –y ella muerde la tostada y toma un sorbo de agua. –Cuando mi esposa daba un primer mordisco a su tostada, de inmediato me invitaba el segundo. Pensaba que si yo mordía donde ella había mordido, la tostada se convertía en símbolo de compañía. En testimonio. En contacto. La tostada completaba su dimensión. Pensaba que esos mordiscos nos completaban. –¿Su esposa…? –Era ella quien proclamaba: “Cada tostada en compañía.” Yo lo he repetido porque… –¿Vive aquí su esposa? –Mi esposa y yo desayunábamos en esta terraza, o nos sentábamos a cualquier hora en el transcurso del día; yo, en este mismo asiento, mirándola enfrente, y compartíamos un café. Yo la miraba casi todo el tiempo y era mirado, pero mi esposa a ratos, breves o extensos, perdía la vista como usted por los techos y por los campanarios y por los cielos y sus paisajes de colores y de nubes. –¿Por qué se refiere a su esposa en pasado? ¿Podría entrar por la puerta? ¿Encontrarnos? Dos desconocidos sentados en la terraza del hogar que ha... Su esposa además no sabría que usted y yo somos dos desconocidos. Todo tan casual en un andén cualquiera, un tropezón, mi caída… ¿No es un absurdo que estemos nosotros dos sentados en esta terraza?, creí que... –Mi esposa no fue consecuente con lo de “cada tostada…”. Al final, de tanta inconsecuencia que se fue acumulando, se ha ido de viaje… –¿De viaje? ¿Al extranjero? –Mi esposa murió. Hace tres meses murió. –Yo no… Siento haber preguntado. ¿Cómo he podido…? –Dejó de ser consecuente con lo de “en compañía” con anterioridad a su muerte. Y… se suicidó. –No tiene que contármelo. ¡No tiene! Disculpe que le haya preguntado. Me preocupó que su esposa apareciera y… 40
–Se tiró desde esta terraza. Ella se tapa la boca con su mano izquierda coincidiendo con un adelantar su mano derecha para callarlo. Una mano que se inmoviliza a medio camino. –En un mes más espero haberme mudado de este piso. Aunque me estoy esforzando por utilizarlo. Ah, sí, cuando me vaya no quiero que me acompañe el recuerdo del piso como un fantasma que se desplaza cuando se desplaza el dueño de la fortaleza… Me estoy esforzando para utilizar cada rincón desde la puerta de entrada hasta las ventanas de las últimas habitaciones. Para usar cada rincón y gastarlo. Por entrenamiento de sobrevivencia. Por disciplina de sobreviviente. Esforzándome por sentarme acompañado en esta terraza. Todavía no consigo sentarme solo. No, todavía no. Aquí estamos. He tomado café. Hablamos. Hasta podría dar un mordisco a su tostada. O privarla a usted… del agua del vaso. Beberme el agua para que la boca tan seca no me deje en silencio. Ella permite que su mano izquierda vuelva a la tostada, que su mano derecha se descongele y levante la taza. Se obliga. Come, bebe, gana tiempo. Él ha inclinado la cabeza y, con un dedo, remueve el azúcar quedada en la taza. Ella se incorpora. Le da la espalda, se acerca a la baranda, contempla el vacío hasta visualizar la calle, los anuncios, los coches, los transeúntes… y articula: –¿He sido su bastón? ¿Soy su salvavidas para flotar en esta terraza? –No solo… La hice caer cuando tropezamos en el andén. Soy muy fuerte y usted es tan frágil. Creí que debía recuperarse. Me sentí responsabilizado. –Ah, sus explicaciones… No hay problema si bastón, si salvavidas… No me siento usada. No me gastaré. No perderé pedazos. Al paso de los años he logrado permanecer intacta en lo esencial. Respecto a lo trascendente. Y sigo intacta. Ni siquiera me ofenderé por haber sido utilizada. Me distinguió al elegirme. Su café es bueno. Su tostada, crujiente. Su agua, fresca. Y sí: estamos hablando. ¿Expectativas no cumplidas? Nunca me reconozco expectativas. No con otros. Tampoco conmigo. Son dañinas. Pueden destruir la realidad por venir. Pervierten lo vivido. Lo distorsionan. Como distorsionan el futuro, y el presente. 41
Ella gira para volver a mirarlo. Se evalúan en medio del concierto de la mañana. La mirada de él cede a una fugaz huída. –¿Es psicólogo? –No lo soy. –¿Sociólogo? –No, no. La sociología me es lejana. ¿Y usted? ¿Qué es usted? –¿Es… un experimento? –Le he explicado. No lo planee. Ha ocurrido. Lo necesitábamos los dos. También usted requería sentarse aquí, tomar un café… –y la mirada de él vuelve a fugarse. –¿Me ha mentido? –¿Tan importante sería? De acuerdo: Le he mentido. –¿La esposa se la ha inventado? ¿Toda la historia…? ¿Por hacerse el… interesante? ¿Para que yo lo compadeciera y conseguir…? –He pensado que era lo adecuado, lo mejor. Lo que nos protegía. –¿De qué…? ¿Protegernos? ¿Va a seguir mintiendo? ¿Es mitómano? ¿No puede evitar mentir? Ella, a punto de volverse de cara al horizonte, desiste. Lo recorre a él de arriba abajo. Calla. El silencio es una cuerda tensada entre sus ojos, sus rostros. –Hubo esposa –musita él.
Ella gira para volver a mirarlo. Se evalúan en medio del concierto de la mañana. La mirada de él cede a una fugaz huída. –¿Qué esconde? –¿Mi desolación? –No está desolado. –Soy un buen artesano de mis propias máscaras. –Máscaras… pero detrás no hay desolación. La auténtica desolación es paralizante, y usted ha empleado el encanto necesario para conseguir traerme aquí, a mí que no soy una mujer débil ni fácil. –Sí, su inventiva para cambiar los cafés al tomarlos mostró tanto ingenio como determinación. –Puesta en peligro le concedí el beneficio de la duda. Fue una falta de precaución imperdonable no acompañarlo a la cocina. Debía solucionarla con elegancia. Lo intenté. –Lo reconozco. Y con clase. –¿Qué teme? –A mí mismo en esta terraza. A mi deseo de no sentirme abandonado. A un posible impulso de ir a buscar a mi esposa. –¿Cada vez menos? –Tal vez… a partir de que está usted aquí. –No tiene edades para necesitar ni un bastón ni un salvavidas... Y yo no tengo juventud para esos papeles. 42
–¿Y qué no hubo? –No hubo suicidio. –¿Lo abandonó? –Iba a abandonarme. “Cada tostada...” en solitario. –Y… y… ¡Y la mató! –El caso es… Sí, la maté. –¿La mató? ¿Es su nueva mentira? ¡Ah…! ¡La mató! –Usted está a salvo. Ninguno logró probármelo por más… Mi coartada es… Usted y yo recién nos conocemos. No creerá que le contaré todo. –No, no lo creeré. –¿Me creerá alguna cosa? –Comprendo. Creo que va a contarme lo que necesita contar. Lo que le estalla adentro. Eso es lo que me ha estado contando, eso es lo que me cuenta: lo que necesita contar aunque sea a una sola persona. A una desconocida a la que no verá más. Sin máscara. –Mi coartada es sólida. Si va a una comisaría se creará problemas. Perderá su tiempo. –¿Retuvo a su esposa? –Sí, la retuve. No se ha ido. Conquisté que no me abandonara. Quiero… que se vaya. –Quiere que se vaya su esposa. Cometió ese error trágico de que se habla al analizar las tragedias clásicas. Un error tras el que no hay retorno alguno. Irreversible. –Quiero que se vaya usted: ahora. Que me olvide. Ni siquiera soy un espejismo.
–Más que bastón y… –Saldría dañada. Para mí ya ha sido demasiado. Me marcho. –Podríamos... –No me voy a acostar con usted. ¡Ni se le ocurra! –No a estas alturas. Somos dos troncos. Dos troncos cortados. Podríamos dejarnos llevar por la corriente y encontrarnos más adelante. –¿Pretende, con sus frases, impresionarme? ¿Sorprenderme con su propuesta? –Y podríamos, ¿por qué no?, compartir otro café. –Porque no podría ser el mismo café, usted lo toma dulzón y yo amargo. –¿Esperaba que yo quisiera acostarme con usted? ¿Esperaba qué el invitarla aquí fuera para eso? –Sí, lo esperaba, aunque... –Aunque iba a negarse. –En efecto: me habría negado. Lo que no le perdonó es que... –Lo que no me perdona es que necesitaba que se lo propusiera. Necesitaba que la reafirmara al proponérselo. ¿Tan poco atractiva se visualiza? –Lo que no le perdono es su debilidad. Sus recovecos. Sus laberintos. –Quiero que se vaya usted: ahora. Que me olvide. Ni siquiera soy un espejismo. 43
–No se sienta oasis. Ni tenga la ilusión de que acaso lo es por espejismo. ¡Y no permitiré que me eche! –ella tensa las manos en el vacío. –¡¿No lo permitirá?! –él cierra los puños de un tirón encima de la mesa. –Me iré cuando yo lo estime. Cuando lo decida. Me lo debe usted después de todas las utilizaciones. Los pasadizos. Las oscuridades. No tengo miedo. No le tengo miedo. Nunca tengo miedo. Desde muy joven nunca me permito pasar de los temores. –¡Se expone…! –él golpea la mesa con las palmas del todo abiertas. –¿Qué me haría? ¿Lanzarme desde la terraza hacia la calle? ¿En plena mañana? Entonces mejor tendría que, a continuación, suicidarse; y reconozco que parece empecinado en encauzar su vida. Puede que sea de quienes asesinan por tanta importancia que se conceden, pero justo por eso no es de los que se suicidan. ¿Qué me haría? –ella esboza una clara mueca de desprecio. –¿Está desequilibrada? –¿Qué me haría? ¿Golpearme, echarme a la fuerza? Me ha invitado, nos hallamos en su piso, entre sus paredes, en el edificio donde es conocido. ¿Violarme? Pudiera ser. ¡Sí, eso pudiera ser! He aceptado venir al piso de un desconocido treinta años más joven… No es muy justificable mi actitud. No obstante, no se lo recomiendo. He jurado que si me ocurre… He jurado hacer matar a quien me viole –la fuerza de la verdad de ella corta el aire. –¡Está loca! ¿Ha estado internada? –él se levanta y retrocede hasta el salón. –Si me viola lo haría matar. Lo he jurado a mis vivos y lo he jurado a mis muertos para verme en la obligación de cumplirlo. Tendría que escapar usted al otro extremo del mundo y aún así haría que lo localizaran. Sin escándalo, sin denuncia, sin juicio, sin consecuencias legales para mí. ¡Haría que lo mataran! Por eso yo pagaría. Pagaría lo suficiente. –¡Es que está loca! Millones de mujeres en la ciudad y me toca usted que está ida de la cabeza. Mire, lo siento, siento haberla ofendido, siento su… –¿Insultarme? Lo ha intentado. Lo intenta. No soy insultable. No por usted. 44
–¿De dónde ha salido? ¿Quién diablos es? ¡Usted no es un mal sueño: lo que se ha vuelto es una pesadilla! –él ya le habla desde el salón, en la frontera con la terraza. –¡Qué quién soy? Soy una escritora. Lo incluiré a usted en mi próximo libro. ¿Es que no siente la urgencia de contarme cómo consiguió armar una coartada falsa que resulta indesmontable? ¿No lo asalta la tentación de demostrarme su ingenio? ¿Su brillantez? ¿Su inteligencia? –¿Seguro es una escritora? ¿No es un cruce entre dóberman y rottweiler? ¡Yo diría que sí! Ella va hasta la mesa, agarra su bolso de una tercera silla, saca un libro, le da la vuelta, y con ferocidad le enseña una reciente foto suya en la contraportada. Él se echa a reír a carcajadas. Se dobla sobre sí. Cuando logra serenarse y hablar: –¡Lo de la tostada y…! Tendrá que comprender. Estoy en un máster de la escuela superior de arte dramático. Soy actor. Debía realizar este ejercicio y llevar los resultados convertidos en un monólogo. Ella cae sobre una silla y muerde su labio inferior. Recoge todo lo suyo, se incorpora sin percibir lo rojo sangre de su labio.
–¿De dónde ha salido? ¿Quién diablos es? ¡Usted no es un mal sueño: lo que se ha vuelto es una pesadilla! –él ya le habla desde el salón, en la frontera con la terraza. –Casi soy nadie. ¿Acaso soy su conciencia? –ella es cáustica. –¡La maté, maté a mi esposa! –¡Usted es un farsante! –¡Ésa es la verdad: La maté! He necesitado contarlo. A alguien que fuera nadie. Contarlo a una desconocida que me pareciera insignificante. Por eso tropecé con usted a propósito y la hice caer. Me pareció tan poca cosa. Tan endeble. Tan insegura. Ideal para echarle encima mis palabras y que se las callara. Ideal para limpiar en usted mi infierno. Por eso está aquí, en la terraza desde la cual la lancé. Mi esposa me iba a abandonar. Cinco años afirmando que “Cada tostada en compañía” y una mañana no probó ni su café ni su tostada. –Olvídelo, no lo creo. Olvídeme, me voy. ¡Desaparezco de esta terraza, de su vida! –¡Que no me cree! ¿Quién se siente usted para creerme o no creerme? ¿Quién? Ella cae sobre una silla y muerde su labio inferior. Recoge todo lo suyo, se incorpora sin percibir lo rojo sangre de su labio. 45
Él avanza, vuelve al espacio de la terraza. Lo imprevisto es que de pronto deja de mirarla y, alucinado, como desdoblándose en un personaje, clava la vista detrás de ella, que, con una creciente sensación de peligro, se pregunta qué es lo que él observa. Ella intenta descubrirlo sin girar, y prendida a las pupilas de él, de lo caído en la bandeja se lleva a la boca un pequeñísimo y solitario pedazo de tostada.
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NARRATIVA MODULAR: CREACIÓN ABIERTA HASTA EL INFINITO Mi método de sistematizar lo del escribir sin idea previa y de inmediato con coherencia (no como escritura automática), y del buscar al momento elementos a incluir y/o de buscar estímulos en lo circundante, o del elegir al azar varias palabras a insertar unos segundos después en lo que será escrito (todo lo que se ha realizado con anterioridad); mi decisión de mostrar y de compartir el escribir por tal metodología y desde su instrumentación, puede como todo método (un modo determinado de hacer) enmarcarse en un sistema (un modo de ver, de comprender –en este caso el de mi Sistema Modular de Creación– la creación como creación abierta hasta el infinito): Sistema que por su condición admitirá por tanto dos, tres o innumerables y disímiles modulaciones de fondo y/o forma. De donde lo escrito literariamente mediante tal método aceptará, si además se aplica mi Sistema Modular de Creación, que partiendo del original creado de la nada (esto de “la nada” como una manera de explicar porque en realidad todo es creado desde algo; en este caso, en principio y cuando menos, desde el paisaje interior de quien escribe, y puede que además desde las circunstancias específicas de ese momento en el que está); o lo que es lo mismo, que partiendo del original creado sin tener una inspiración previa o una reflexión que conduzca a la elección de lo que será escrito, sea creado o modulado un nuevo texto (o textos) que ya posiblemente incluirá una reflexión de quien escribe sobre el primer texto u original, incluirá una búsqueda muy consciente de otras posibilidades formales y/ o de fondo para eso inicialmente escrito desde la inmediatez, y para que lo escrito se transforme en un nuevo original que a la vez podrá ser modulado (puesto que las modulaciones alcanzarán a hacerse respecto al original o respecto a cualquiera de las modulaciones del original que entonces se constituirán en nuevos originales respondiendo a que todo sistema es capaz de crear, crea, nuevos sistemas). No perder de vista que la modulación, cada modulación, será concebida, o no, enseguida. 47
En el caso de los cuentos hiperbreves de este libro Serpiente… (porque es uno con sus sesenta y dos textos) no todos fueron creados sin idea previa y de inmediato, pero sí buena parte. Lo subrayo por si resultara útil para acelerar procesos en otros que desean escribir literatura o que la escriben. Los orígenes respecto a la totalidad han sido varios porque este libro no nació de la intención de presentar un conjunto escrito de principio a fin sin idea anterior alguna y desde la inmediatez, sino del propósito de mostrar un conjunto donde cada original se halla modulado (o se convierte en modulación al crearse un nuevo original ya para la edición). Y al tratarse de la aplicación del Sistema, modulado con recursos o desde formas similares, transformando o no el fondo y mensaje (o mensajes), o modulado de modo desigual y único en cuanto a los restantes. El título que elegí para el proyecto fue, desde la existencia del primer cuento y su modulación: Modulaciones narrativas, para que rigiera, y aún a sabiendas de que solamente sería, como es, el epígrafe, por su carácter tan especializado en cuanto a muchos de los lectores. Una tercera parte de los originales con sus modulaciones fueron escritos durante diez días (los tres últimos días de abril y la primera semana de mayo de 2013; tal cual también este texto de no ficción) y para este libro. De los treinta conjuntos (original más modulación o modulaciones) sólo uno estaba modulado con anterioridad a dicha decena de días. Serpiente con dos cabezas / Modulaciones narrativas fue escrito, pues, en su tercera parte y en cuanto a la casi totalidad de sus “segundos” textos creados, y reescrito en cuanto a dos terceras partes de los originales seleccionados para integrarlo, y estructurado como libro en diez días. Todo sin dejar de realizar el trabajo habitual (aunque sí en jornadas interminables cada día y reduciendo horas de sueño, de comidas y eliminando casi al completo las de ocio). “Observan el abrigo”, el primer cuento de este libro, lo creé, justo sin idea previa y desde la inmediatez, en el Café Faborit, de Madrid, el 27 de abril de 2013, mientras esperaba para dar una clase magistral, y el resultado fue un texto (I) de ficción muy despojado, marcado por mi experiencia dentro del periodismo. Teniendo en cuenta mi gusto por modular para que la historia avance, y buscando otra de las posibilidades para el primer texto del libro, elegí en la posterior modulación 48
(II) trabajar sobre el lenguaje y no sobre la trama, conservando lo ya escrito y ampliándolo con datos, detalles, poetizando especialmente a través de símiles, adicionando y complicando las significaciones de los sucesos. “Balón en la portería” surgió de ir caminando por un andén del metro en la Estación de Príncipe Pío y tropezar con un trozo de manguera gris mal cortado. En la imposibilidad física –por mis lesiones en la espalda– de agacharme a recogerlo, lo empujé con el pie hasta debajo de una papelera frente a la mirada curiosa o indiferente, pero no solidaria, de los pocos que aguardaban un tren. Lo aparté desde la conciencia de que alguien lo pisaría, resbalaría y caería. ¿Dónde? Sin embargo, el repentino deseo de patear el trozo de manguera me llevó a la idea de relacionarlo con el futbol y con una historia de respuesta humana que a la vez se acercara a lo policia co. Lo escribí tras abordar y en pleno viaje, de un tirón, y lo que aparece como modulación (II) es el original. Uno que analicé para determinar si contenía un original más breve, que pasara a ser, en términos de edición, lo modulado. De donde I quedó con menos sucesos y con un final abierto. Y II (el primer original, al cabo la modulación), es tal cual fue escrito un texto más amplio, donde la historia avanza si se la compara con la de I, exhibiendo un final de cierta circularidad y un toque de humor mordaz. “Gira, no gira”, fue escrito por mí de pronto, en casa, y desde el presupuesto de que fuera una historia de ficción de Ella y Él, pensando en si incluirlo o no en un libro mío anterior: Bla bla bla bla sobre el amor (trabajado a lo largo de años), del que quedó fuera porque ya eran muy numerosos sus textos. El original, en el camino hacia este libro, lo modulé, transcurridos meses, añadiendo sucesos y cambiando el final. Si se piensa en la categoría dramática y en géneros desde ese ángulo, puede afirmarse que I responde a lo trágico por la no salida, y II a lo melodramático (de jerarquía) por la conclusión en positivo. “Pájaros en el hombro derecho”, surgido, sin que lo pensara de antemano, en el restaurante de la Estación de Trenes de Valladolid durante un viaje de trabajo (no hace tanto; los textos de este conjunto son como mucho de dos años atrás y, exclusivamente unos pocos, algo anteriores), fue modulado ya para este libro. Analizado cual un cuento que podría ser entendido 49
como del absurdo, le adjudiqué el I, y me propuse transformarle el género al modularlo para II, lo que hice por la vía de tornarlo ficción simbólica, de ideologizarlo. Dentro de un libro escrito en tiempo presente, el original está en pasado y la modulación en presente para acentuar la actualidad de II. “Cruzan”, de nuevo de lo inmediato e impensado, ficción nacida en un autobús al ir hacia la Plaza de Ópera, en Madrid, devino como original un cuento de nunca acabar centrado en un suceso insólito. Como me es más cercano convertir un cuento, al modularlo, en un cuento de nunca acabar, con “Cruzan” me planteé lo contrario y, además, acercarme a un género de los que he amasado menos, y elegí que II rozara el terror. A continuación decidí que existiera un III, y que le diera una vuelta de tuerca en positivo a la historia tal y como venía; que además no modulara reiterando lo ya escrito y añadiendo –como sí puede leerse– un nuevo final, y por medio de éste un nuevo sentido, sino transformar lo que ocurre reescribiendo, al paso de las semanas, todo el inicio ya conocido en cuanto a sus mismos acontecimientos y sumando nueva culminación y significado. Explicitar que I y III están en tiempo verbal presente mientras que II está en pasado. “Cabeza” es de lo más reciente y me asaltó por sorpresa habiendo ya apagado la luz para dormir. Como sé que lo que se me ocurre a tales horas no lo recordaré en la mañana, me tomé el empeño de escribirlo en la madrugada como lo publico en I. Al despertar y modularlo me formulé más o menos lo mismo que con “Pájaros en el hombro derecho”, pero eligiendo un mensaje menos desde lo simbólico, a propósito algo más transparente en sus intenciones. “Zapatea”, su imprevisto original, que es lo que está incluido como II, es de los textos menos recientes, y ha rodado de una colección a otra, y de uno a otro de mis libros inéditos. Otra vez un original de ficción que analicé, tras un tiempo de escrito, para determinar si contenía un original más breve, y podía éste pasar a ser, como ha sido en términos de edición, lo modulado. I tiene un desenlace abierto y exalta lo poético, en tanto II, más extenso y que añade un suceso, cierra y lo hace en términos impactantes moviéndose entre la violencia de género y, tal vez, lo policiaco. Y en relación conmigo es un fuerte candidato a que en el futuro me lo vuelva a reescribir, algo que probablemente todavía haré con algunos. 50
“Rojo”, nacido cual está consignado en “Rojo / II”, fue creado por la vía oral en el Café de Oriente, de Madrid, el 30 de abril de 2013, y a partir de unas palabras solicitadas a dos amigas mexicanas bibliotecólogas para explicarles una de las maneras en que puede funcionar la creación sin idea precedente e inmediata (y hablándoles de mi método aplicado en mis talleres ¿Contamos oralmente?, ¿Escribimos?, unos que he fundado en Madrid), y fue escrito en un autobús que transitaba por el costado de la Plaza de Oriente, en una servilleta y al recordar lo ocurrido (las palabras recibidas: ella/mujer, botella, cortina, cristal…). En el proceso oral había ya elegido que tuviera un único personaje, y considerando a Él y a Ella, seleccionado a Ella, y esto marcó su continuación al entrar a casa (y como texto literario, la principal alusión que contiene que no surgió en lo oral). Me propuse, sí al escribirlo, que no extraviaría sus características orales de inusual y duro. “Tramos” es uno donde vuelve a ser el II (la modulación), el original, con el que seguí un proceso similar, por ejemplo, al de “Zapatea”. Es un cuento que se distingue de mucho de los otros por las reflexiones incluidas como preguntas en su comienzo. Creo recordar (tiene algún tiempo conmigo) que primero surgieron las preguntas y decidí construirles una historia de él y ella. Las preguntas no son respondidas explícitamente, y I ostenta una terminación abierta, en tanto que II amplia la situación de los personajes de la trama para desembocar en una conclusión trágica, amarga. Tiene reminiscencias autobiográficas. “Lo saben”, rescatado para este libro de mi archivo de hiperbreves aún sin ser integrados a una colección, lo escribí sin preámbulos en un restaurante de la Isla de Cerdeña, situado en el centro de Cagliari, a continuación de caminar junto al mar en compañía del narrador oral escénico y escritor mexicano José Víctor Martínez Gil, durante un viaje a invitación para los dos de la Fundación Baile de Civilizaciones, de España, y la Comuna de Cagliari para, entre más, inaugurar un Congreso Internacional por la Paz en 2010. El primer original tenía el cuerpo del texto que ahora, ya en Madrid, es I y la frase final de II. Para modularlo, elegí eliminar de I dicha frase, y conservar para II todo I, agregando referencias simbólicas para cerrar con la frase con la que concluía lo primero escrito en Cagliari. Es pura ficción. 51
Contestando a la pregunta de los tres cuentos que más distingo entre los primeros diez de este libro, registro que: “Observan el abrigo”, “Pájaros en el hombro derecho” y “Cruzan”; aunque “Lo saben”, igual podría ser uno de los tres, o el cuarto. “¿Canguros?”, también de la inmediatez de la ficción y escrito en casa, rescatado para este libro de mi reserva, se propone añadir otro toque de humor, y ampliarlo con II. Es un cuento hiperbreve que no puedo evitar visualizar y que me hace sonreír. La modulación, pensada unos minutos después de I, tiene la importancia de que posibilita “graficar”, imaginar con precisión el suceso. “Serpiente con dos cabezas”, es de esos cuentos aparecidos como fantasmas del inconsciente estando yo en situación de dormirme. Tal y cual puede leerse, podría ser tanto una historia de Él y de Ella, como de dos personajes masculinos, y aludir a una relación amorosa, o de amistad… Y aunque es diáfano que no pretendo explicar las historias en cuanto a sus significaciones y connotaciones (lo que un escritor profesional no hace, salvo tras mucho valorarlo y como excepción de excepciones), sino centrarme en el Sistema y en las posibilidades y diversidades del acto de modular, en este caso selecciono indicar que por medio de la modulación, con la que elijo la belleza, arrasadora, de lo poético, ejecutó otra inmersión en las deformaciones de la incomunicación, profundizándola con II. Entre los nacimientos de I y de II desde la ficción transcurrieron meses, quizás un año o dos. “Redobles”, al contrario de los anteriores que no permiten suponer si los personajes son jóvenes, adultos o ancianos –aunque supongo que el lector tenderá con varios a ubicarlos entre los veinte y los cuarenta de edad-o poco más–, posibilita presumir que se trata de adultos mayores recién llegados a la ancianidad; o así he imaginado esta ficción. Escritos I y II tras un impulso en el Café Strega, de Roma, en 2010, la modulación (II) prescinde del comienzo de I, algo no tan habitual, y sintetizando avanza en lo dramático de la situación al apelar a lo auditivo por la vía de la descripción de lo sonoro. “Tiempo de aguantar” recrea una situación que observé en una línea del Metro de Madrid (coloqué el número de la línea y lo he retirado no vaya a ser que los protagonistas tropiecen esta historia y se reconozcan, pues pienso les sería 52
dolorosísimo), y lo escribí ya en el autobús al proseguir viaje. La modulación (II) convierte a la protagonista en coprotagonista al añadir un nuevo suceso. Mientras que I concluye en amargura, II lo hace en tristeza. Tragedias, que no melodramas. “Semejante a una araña” retorna sobre una historia extensa de otro de mis libros, que narra la llegada de un hombre a una capital que no conoce. Ése sería el cuento (del pasado, lo que se recuerda sintetizado) dentro del cuento. Algo hay de atmósfera, y las preguntas que se hace el protagonista desempeñan un papel decisivo. II comienza donde termina I (un tipo de modulación menos explorado en este libro), y aunque podría existir sin I (propósito de todas las modulaciones: el ser cuento en sí: la independencia), como I existe incide incisivamente en la lectura de II. Es uno de los cuentos “oscuros” del conjunto, algo de terror lo recorre, o de marcado suspense y policiaco. Aunque otras miradas repararán en lo psicológico. “Desnudos, el sonido”, escritos tanto I como II en casa, tras desayunar y como si se hubiera disparado un resorte, con la modulación avanza, se torna determinante. Preferí en II delimitar el mensaje, esto a la mayor capacidad de sugerencia de I. En cualquier caso compartir original y modulación o modulaciones posibilita la elección por el otro de la totalidad o de una porción. Por otra parte I está en presente y II en pasado en búsqueda de acentuar la credibilidad. Es un texto de los que tienen reminiscencias autobiográficas. “Gota retenida dentro del frasco” nació desde adentro, de un salto y como un cuento de Él. Sin embargo, ficción muy retrabajada para este libro, se transformó en un cuento de Ella con Él. El original era un cuento de angustia existencial con un único personaje masculino, al retrabajarlo pasó a constituirse en una historia de Ella y Él, con éste ya de coprotagonista. En tanto I podría ser leído como un cuento de violencia de género, la modulación (II) se aleja de esta problemática aunque incorpora la totalidad del texto de I, pero lo resignifica al sumar datos sobre él y humanizarlo mostrándolo muy vulnerable. “Él que la ilumina”, impensado e inmediato, es otro de los que quedó fuera de Bla bla bla bla sobre el amor, no porque me guste menos sino porque se acerca a otros que sí incluí. El original se ha convertido en la modulación (II), y ha perdido palabras, matices, significaciones cuando he creado I con más misterio, este misterio no lo hace prescindible, como la 53
belleza de II y sus inferencias, tampoco. De nuevo hay reminiscencias de lo vivido. “El tren demora en partir” se me ocurrió tras contemplar, desde el otro lado de la vía, a una mujer mayor que caminaba empinada, de principio a fin de un andén del metro, en búsqueda de la salida y que, de repente, se sentó, como si se derrumbara, y pareció mucho más anciana. Hasta este punto la realidad. La mujer del cuento original (I, escrito aún sentado yo en el otro andén) no se desploma. Ha visto a alguien. Decide apostar al milagro. Esperar. Aferrarse a una esperanza. Como cualquiera otra de las historias de este libro es válida en sí, sin más. La modulación (II) es igual de independiente. En II se transparenta más que en I, mi condición de periodista, algo que cuando lo reconozco en mis textos me satisface tanto como cuando no. La obsesión por un único estilo me es ajena, sería hasta absurda en mi caso. Precisamente, por ejemplo, “Observan el abrigo” (I) está en el mismo estilo –es un “decir”, un escribir–, que “El tren demora en partir” (I), mientras que “Observan el abrigo” (II) es justo “la exhibición” por mi parte de un estilo muy opuesto. Y en otro estilo, también por ejemplo, “Gota dentro del frasco”, en especial II. “En una de las tiendas de Jan el-Jalili” lo escribí ahora unos diecisiete años después de que me fuera contada la anécdota que lo inspiró (a I). Estando invitado oficialmente en 1996 por el Ministerio de Cultura de Egipto a El Cairo, a un Festival y Simposio internacionales de teatro, para, entre mucho más, presentar su edición al árabe de uno de mis libros, otra de las invitadas extranjeras me contó, al cenar juntos en el Hotel Sheraton Cairo donde nos alojábamos, un hecho que esa mañana le había ocurrido en el gran mercado de la ciudad para turistas, y terminó regalándome la historia para que escribiera un cuento. I es, con factura literaria, menos desnudo y con algún matiz de más poderosa significación, la anécdota original, en tanto la modulación (II), el avance de la acción, no ocurrió (¿cómo asegurar del todo que no ocurrió, que sencillamente esta parte no me fue contada?). Contestando a la pregunta de los tres cuentos que más distingo entre los que van del número once al veinte, registro que: “Tiempo de aguantar”, “Semejante a una araña” y “En una de las tiendas de Jan el-Jalili”, aunque, quizás igual, las modulaciones (II) de “Redobles” y de “Él que la ilumina”. 54
“Sobre la terraza” es consecuencia de haber recordado la anécdota de la que partí para escribir “En una de las tiendas de Jan el-Jalili”, porque repensé mi viaje a El Cairo de 1996, el Sheraton Cairo y sus terrazas con vistas al Nilo… Imaginé qué podría ocurrir entre dos hombres atrapados durante horas en este hotel por el casi estado de sitio de la ciudad tomada por el ejército. Dos hombres que no intentan más que una relación amistosa marcada por hallarse lejos de sus países, de sus seres próximos… y por su necesidad de hablar. I y II son historias de ficción de principio a fin, aunque debo confesar que para el hombre mayor tomé como prototipo a un crítico teatral que conocí entonces y con el que sostuve largas y siempre bienintencionadas conversaciones. Su rostro bienhechor se me aparecía una y otra vez mientras escribía, por lo que suponerle maldad fue complejo. “Panorama desde el pasillo” tiene que ver con que el recuerdo de un viaje lleva al recuerdo de otro. Lo narrado en I, hasta el punto del panorama desde el pasillo, me ocurrió en Córdoba, Argentina, y me provocó una profunda tristeza. Sin palabras me marché de inmediato de aquella casa. Me hubiera marchado igual haciendo el esfuerzo de hospedarme en algún hotel no caro, pero coincidió con que concluía mi estancia en la ciudad. La ficción está en II, mientras que I y III son casi relatos, una misma historia testimonial que avanza. “Una nube contra el pecho” termina por tener detrás una pregunta que me ha rondado en los últimos años: ¿Qué hace uno con tanto amor?, aunque es un cuento de la inmediatez. La modulación (II) es el original, y de éste desprendí I. II en cuanto a I clarifica lo que verdaderamente está ocurriendo. Es de las historias que más me gustan de todo el libro. “Ya es para el invierno”, escrito de un tirón y sin haberlo ideado, es coherente con mi criterio de que quien muere se va de viaje, que no parte si es amado (la muerte: viaje que no partida). Si bien el original (I) está completo en la modulación (II) que en mínimos añade elementos, trazos, lo está dividido en dos y traspuesto, de donde II culmina como I comienza. “Más de setenta años” es consecuencia en significativa medida de quién soy, y cómo, en la actualidad, estoy en el mundo. Soy un escritor que privilegia el escribir lo más posible directamente sobre la existencia misma, y, mucho menos, el crear una literatura sobre la literatura. Soy un hombre mayor 55
que está en armonía con serlo, y me parece un error que las sociedades tiendan a volver invisibles mucho de lo fundamental que ocurre con, y que les ocurre a, los adultos mayores. Este cuento podría ser de una hexalogía capaz de independizarse y de llevar por título “Vejez”, y a la que pertenecerían también: “Redobles”, “El tren demora en partir”, “Sobre la terraza”, “Una nube contra el pecho” y “Ya es para el invierno”. Lo cierto es que sólo con el salir a la calle y desplazarme, encuentro temas y sugerencias de argumentos. Este cuento lo plasmé en una cafetería de la calle de Alcalá después de ver en un autobús una hora antes a dos ancianos, hombre y mujer, que venían de hacer su caminata diaria. Había una complicidad entre ellos, alegre, desenfadada, una que tal vez respondía a toda una vida juntos con amor, o, por el contrario, a un enamoramiento reciente. Eso para mí fue bastante en cuanto al deseo de escribir. El resto es ficción. Me propuse que el original (I) fuera trágico; y la modulación (II) mostrara, inversamente, una salida en positivo, pero que, a la par, estuviera escrita, de tal modo que el lector tuviera que decidir si existía o no tal conclusión, de allí la contraposición entre la sonrisa de él y la gravedad de sus palabras. “Moneda” tiene un comienzo que es crónica de lo real. Hay un africano en Madrid, a la puerta de una cafetería, que me cae bien porque me parece buena persona y porque ha diseñado una ceremonia personal para pedir ayuda y la realiza con dignidad y elegancia. Así como con naturalidad cada una de las veces en que la reitera en el día. Cuando salgo del metro lo veo a unos cincuenta pasos y si me es posible suelo darle una moneda. Una mañana, después de entregarle una moneda y humanizar el acto mirándolo a los ojos y deseándole un buen día, me quedé pensando, me pregunté cuántos gestos explícitos de rechazo o de agresión no habría recibido. Y de allí surgió el original de “Moneda”, que es una historia en la que queda manifiesta una mezquindad, pero donde ésta aún pudiera ser solucionada. He querido que la modulación (II), por el contrario, hiciera avanzar la acción y manifestara la no reivindicación del personaje protagonista (el africano es el coprotagonista por más relevante que es en sí y para la historia), porque lo cierto es que ya en tal situación –y por excepción me voy a permitir explicitar al referirme–: alguien con conciencia, pasaría por encima de su asco, limpiaría la mone56
da y la daría, o echaría esa moneda, llena de la saliva del escupitajo, en la papelera, y le daría otra al africano. “La soledad de un hombre que está sentado” tiene como original (I) un cuento de nunca acabar, y la modulación (II) reitera dicho cuento para luego continuar sumando sucesos que construyen una historia con recurrencias. Es de los cuentos con una estructura más elaborada. Fue escrito en Helsinki, en el restaurante del primer hotel en el que me alojé con María Luisa Aranda, narradora oral escénica española, decana de la Compañía de la Imaginación, durante un viaje de colaboración cultural, y es una ficción a partir de contemplar la soledad de un hombre que desayunaba como único comensal de una larga mesa. Es una historia también para “Vejez”. Subrayar que hacerme preguntas, por ejemplo, respecto a una situación real que tropiezo, o a un suceso que imagino, para construir una o más de una historia de ficción, es uno de mis métodos de trabajo, como seguro lo es para otros escritores. En mi caso, dentro de la utilización de mi Sistema Modular de Creación, puedo continuar haciéndome preguntas ya acerca de la historia del original, o la del original y la primera o subsiguientes modulaciones. En todo lo que ahondo mediante las dudas: “¿Y si no ocurrió de este modo? ¿Y si el personaje no…?” “Caminos” lo escribí directamente en una tableta, algo poco usual porque aunque escribo muchos de los textos, desde su inicio mismo, en el ordenador, la hiperbrevedad en la mayoría de las ocasiones la escribo a mano, en hojas sueltas, en cuadernos, en servilletas, en fragmentos de papel arrancados a un periódico, en lo que esté a mano allí donde me halle. Con “Caminos”, en el que el original (I) es casi idéntico a (II) pues tienen la misma cantidad de texto excepto las cuatro palabras finales de II, he querido, entre más, evidenciar con nitidez, ya sabemos, cómo sólo cuatro palabras pueden transformar una historia, ya ultimada, cambiar parte de su significación, aportarle otra posible comprensión o posibles comprensiones desde lo diferente que es cada lector… “Conciencia”, en penúltima posición, es, sin embargo, el último cuento que escribí para Serpiente con dos cabezas. Necesitaba un texto con el que cerrar todo el proceso en mí y cuidadosamente elegí volver a una situación ya trabajada en mi ficción. Confiero en mi visión del mundo, a la pareja humana, el 57
poder determinante que ostenta desde que surgiera, y me preocupan, la falta de congruencia y de consistencia tan preponantes en las relaciones de pareja. Original y modulación los escribí en tiempo pasado y al percibirlo los lleve al presente. Con la modulación la historia avanza, pero como puede leerse se trata de mucho más. “Cuarteto de percusión” nació del propósito expreso de escribirme un hiperbreve cuando menos con ecos de lo policiaco. Y no fue mi propósito inicial el que resultara humorístico, ni siquiera con tal levedad. El original (I), en tiempo pasado, lo escribí en casa tres años antes de escribir ahora la modulación (II) en tiempo presente, y, entonces, llevé I también a presente así como los dos están en este libro. Al escribir II hasta el suceso en el manicomio, y releer la totalidad, decidí añadirle parte del final de I en búsqueda de que por medio de la reiteración persistiera esa ironía con que culmina el original. Y que, tal vez ese cierre, reiterado en II, indujera a releer todo el conjunto. Escribí II pensando expresamente en que “Cuarteto de percusión” I / II fuera una de las conclusiones del conjunto Serpiente con dos cabezas. Contestando a la pregunta de los tres cuentos que más distingo entre los que van del número veintiuno al treinta, registro que: “Una nube contra el pecho”, “La soledad de un hombre que está sentado” y “Cuarteto de percusión:” La inclusión de un cuento no breve ni hiperbreve en este libro, la inclusión de “Cada tostada en compañía”, mucho la he pensado, no así el comenzar a escribirlo que inicié recién, sin idea previa y de inmediato, aunque luego sus continuaciones, y hasta culminarlo, las pensé y las fui escribiendo durante dos días, contando oralmente incluso en mis entornos el inicio escrito, para considerar las reacciones y hallar estímulos para seguir y conducirlo a su desenlace. Una estructura modular muy pensada. Y lo he incluido, entre otras razones, porque es muy diferente al resto en forma, y porque he considerado que no rompe el propósito primordial del libro: mostrar un conjunto –he escrito– donde cada original se halla modulado. Desde luego que éste es solamente el propósito formal, y que este libro está muy marcado por sus fondos, muy sustentado en estos, en sus temas y mensajes, tantos. “Cada tostada en compañía” al ser un cuento extenso tiene diferencias de estilo con el resto, entre más porque es obvio que la brevedad y la hi58
perbrevedad comparten una imagen formal absolutamente inscripta en la concisión, y éste no suele ser el caso de las narraciones largas. Por otra parte confío sea translúcido el que otra modulación posible para este cuento, entre más, es la de convertirse en una breve obra teatral. Para cerrar, expongo estos señalamientos: Comencé como escritor con la hiperbrevedad en 1966 y con la hiperbrevedad narrativa en los años setenta, en un caso pronto hará cincuenta y en el segundo cuarenta años. Décadas que han dado para mucho, de donde en la actualidad, para escribir otro libro de microficción éste debe constituir un reto distinto, o sumar algo no sumado en cualquiera de los aspectos posibles de lo literario, de allí este libro con cada historia modulada, un libro que contribuya a la vez (lo vital son los fondos, los mensajes) a la mayor demostración de las potencialidades de mi Sistema Modular de Creación y de sus infinitudes. Es claro que el cuento, como género, es acción que narra una historia, un suceso o varios que han ocurrido, ocurren u ocurrirán en una sucesión temporal. Sucesión determinada por un principio de causalidad. Acción que narra, acción narrada, no acción representada físicamente (por los actores en el teatro). De lo cual ya antes, en otros estudios, he escrito. Y es claro que a estas alturas del progreso de la microficción, la microficción narrativa no siempre es un cuento desde el punto de vista (en diminuto) de la estructura clásica del género, y que existe ese otro género que he denominado de la fugacidad narrativa (que se inscribe aún más desde su hiperhiperbrevedad en la trama abierta). Para este libro elegí eludir la fugacidad narrativa, y llamar la atención sobre otras maneras de apertura de la trama, la de las modulaciones (sin eludir en algún caso el final abierto en sí de una historia, de ésas que no cierra con las últimas palabras escritas). He afirmado en otro ensayo que “el cuento es un reloj de cristal, que para poder ostentar este nombre tiene que ser perfecto en su diseño y perfecto en su funcionamiento, o, para no exagerar, tan perfecto que sus imperfecciones no sean visibles desde el cristal ni desde el cristal retarden su efectividad”. Las modulaciones narrativas, la modulación o modulaciones de un cuento ya existente que aspira a ser valorado en su perfección tienen, como dificultad añadida, la de superar tal perfección o 59
cuando menos la de crear otra de igual nivel de calidad, de jerarquía artística literaria. Escribo narrativa tanto en tiempo pasado (en sí más congruente, más natural con el contar, más creíble de inmediato, más proveniente de lo oral milenario) como en tiempo presente (más literario, desde donde por supuesto puede alcanzar lo narrado tanto congruencia como credibilidad), pero estoy convencido de que escribir en presente significa un mayor reto en cuanto a lograr, en efecto, resultados que el lector pueda sentir del todo creíbles. En cualquier caso este mismo libro utiliza mis entrenamientos con el tiempo pasado cuando al modular cambio la historia de presente a pasado o cuando utilizo de inicio el pasado… Elegí cuidadosamente el tiempo presente (el nombrado “presente actual, tan distinto a otros como el “presente habitual” o el “presente histórico” o…) como preponderante para este libro. Esto está muy relacionado con mi búsqueda de un lector más y más participativo, búsqueda que mucho canalizo por medio de la hiperbrevedad y lo considerable que es su demandar al imaginario del otro al proporcionarle más con menos, y al reclamarle más a, y de, su paisaje interior con menos; y que intensifico al utilizar mi Sistema Modular de Creación, al modular cada narración original; y es que el presente, no apela sólo a la trascendencia del pasado narrado, sólo al relacionar y sus cualidades y posibilidades, sólo a las extrapolaciones factibles, sino que hace que el lector, al ser y estar en el presente al igual que el personaje o personajes de lo que narro, se sienta más hondamente en el fluir de situaciones y hechos, más junto con los personajes y sus conflictos y acciones, algo que hace a este tiempo uno ideal para gran cantidad de textos narrativos de la hiperbrevedad (y menos, pienso, para textos más extensos, sobre todo para sus descripciones y argumentaciones internas). El presente, y lo evidencia, requiere de impecable seguridad y destreza por parte de quien escribe, de valentía y riesgo en superlativo, y de legítima fuerza de lo creíble; y mucho más cuando lo que ocurre no está narrado por el protagonista. Es un tiempo, el presente actual, esencialmente contemporáneo, dinámico, vigente. Con similar atención elegí para el narrador de este libro el narrador omnisciente, omnipresente y omnipotente, y la 60
supremacía del modo narrativo por excelencia: el estilo narrativo indirecto, la tercera persona verbal. Entre otras decisiones como no incluir textos de la fugacidad narrativa. Todo por demás tan soberano en este libro en cuanto a las historias en sí que podrían ser dos libros, uno sólo con los originales (I) y otro sólo con las modulaciones (II). Y es evidente que mi apelación de un lector (lógicamente: o lectora) más participativo, supone (cuando menos es lo que deseo) el que éste modulará a su vez, y además ojalá estas historias. Por ejemplo, apreciar la fuerza que contiene “Observan el abrigo / I” (releer) pasado a tiempo futuro: Observan el abrigo / III El abrigo de ella colgará a la misma distancia de los dos. Se hallarán de pie a punto de salir: él en el salón, ella en el comedor. En tales circunstancias él se adelantaba, descolgaba el abrigo y esperaba que ella avanzara, para ponérselo. Mañana se miraran reflexivamente. Por un instante, al unísono observarán el abrigo. Y volverán a mirarse. Después él pasará de largo, abrirá y cerrará la puerta, dejará de ser presente. Cómo el terror es más el del propio lector si “Cruzan / I” (releer) pasa de la tercera persona verbal a la primera: Cruzan / IV Siento los pasos detrás de mí cuando camino en la noche por el parque. Son un escalofrío que aúlla en mi columna vertebral. Hasta que ella cruza por mi lado apresuradamente sin mirarme. Dejando de reconocerme a sí mismo, yo le ladro: con fuerza. Ella se detiene para con extrañeza buscar al perro porque tiene la certeza de no haber visto a alguno. Hasta que yo cruzo por su lado apresuradamente sin mirarla. Siento los pasos detrás de mí… Cómo cambia la intención si “Pájaros en el hombro derecho / I” (releer con atención) pasa de la tercera persona verbal a la segunda, y también si se convierte en un cuento de nunca acabar y en presente para seguir su curso en pasado: 61
Pájaros en el hombro derecho / III Tú al que los pájaros se te paran siempre en el hombro derecho sólo giras tu cabeza hacia la izquierda. Los pájaros parecen adivinarte la vocación pues nunca interfieren en tus giros… Tú al que los pájaros se le paraban siempre en el hombro derecho sólo girabas tu cabeza hacia la izquierda. Los pájaros parecían adivinarte la vocación pues nunca interferían en tus giros… Como en cuanto a “Balón en la portería / II” (releer) el cuento podría estar en: Balón en la portería / III Él patea el fragmento de manguera, con tal precisión que lo encaja debajo de una de las pisadas, haciendo resbalar al otro para que trastabillando caiga en la ruta de la locomotora que avanza. Desde pequeño se le da bien el futbol: Aquello de que el balón entre en la portería. Como “Gira, no gira / I” podría constituirse exclusivamente en: Gira, no gira / III Ella gira y gira sobre sí en la plaza. Como si no fuera una mujer. Como hacen las niñas pequeñas. Él, que no gira, la observa perplejo. Han discutido. Él defendía su tiempo, e incluso los huecos de su espacio. Ella enmudeció y se puso a girar. Él teme que ascienda cual esos tornados que regresan a su origen. Como “Rojo / II” y “Zapatea / II” pueden al crearse de nuevo y entretejidos convertirse en una muy distinta historia: Rojo zapatea / I Sentada a la mesa del café ella adentra la mirada en la cortina que semeja una dilatada corriente arterial. Quiere poseer, tocar, ese rojo de la tela que le recuerda otros torrentes de 62
su interior. Abre un largo paréntesis… Ella ha comenzado a zapatear imparable en un redoble que amalgama amor y muerte. Su cuerpo es el sonido que la mirada de él amplifica. Zapatea frente al hombre que se ha quedado inmóvil con el cuchillo en la mano a punto de la sangre… Hasta que con la botella golpea la copa y levanta una mano para dejarla caer. Su palma abierta es horadada por los cristales. El rojo de su sangre es el trofeo. O como la nueva historia, tan diferente respecto a una de ellas, puede surgir de entretejer “Él que la ilumina / I” y “Gota retenida dentro del frasco / II”: Él y la gota retenida dentro del frasco Él está sentado debajo de la lámpara que ha cegado. Cuando ella entra, quien se enciende es él que… Ella, desesperada, intenta explicarle a él que la gota de agua presa dentro del frasco, retenida en su centro como un pétalo traslúcido, podría ser del mar, del río, del despojo de un charco de la calle, pero en realidad es una lágrima caída de su llanto. Intenta explicarle que, como ella, la gota de agua es, sin saber ya de dónde; está encerrada, sin saber ya por qué; y, sin embargo, eso no la hace menos agua, y, sobre todo menos lágrima, ni anula su capacidad de humedecer. Que deje que lo toque para que cumpla en amor. Poco repercute lo que ella intenta, porque él se ha vuelto impermeable a fuerza de inseguridad, inexperiencia y desconfianza; y se halla, mas no presente; y la oye, mas no la escucha; y la mira, mas no la ve. Él se ha ido de viaje adentro, se ha exiliado consigo para no correr el riesgo de que la humedad de una gota lo desaparezca. Él está sentado debajo de la lámpara que ha cegado. Cuando ella entra, quien se enciende es él. Podría, como he demostrado, seguir ejemplificando el acto de modular, pero estos ejemplos, unidos a las modulaciones de los originales del libro, estimo que son del todo ilustrativos en cuanto a posibilidades de mi Sistema Modular de Creación, unas (y otras) posibilidades, tan de lo infinito, con las que podría constituirse un muestrario compartiendo las mostradas y tantas muy disímiles entre sí y ni siquiera esbozadas en este libro. 63
El propio libro, efectivamente, ya muestra otras: modular la categoría o el género de intención y llevar la historia de tragedia a melodrama, o pasarla al humor…; modular el género argumental conduciendo el texto del absurdo a lo simbólico, o…; modular cambiando el género literario por la vía de transformar la estructura e irse por ejemplo de cuento a cuento de nunca acabar o viceversa (o de prosa a verso, abordando el poema narrativo, algo que podría realizarse con tanta eficacia si se pasara el texto en prosa de “Pájaros en el hombro derecho” a verso libre); modular el lenguaje cambiándolo por la vía de poetizarlo (también podría ser por la de hacerlo marcadamente coloquial; o por la de introducción de diálogos de estilo narrativo directo, entre más)… Y apunto sólo algunas más: modular por la vía de introducir un nuevo personaje o personajes; modular por la vía de potenciar otros de los recursos narrativos, por ejemplo el descriptivo, o el argumentativo…; modular narrando varias historias a la vez de modo que se vayan interrumpiendo hasta que…; o, me permito retomar la indicación por su importancia: modular entretejiendo historias diferentes en una nueva y/o narrándolas interrumpiéndose unas a otras; modular con varios principios en una sola modulación o… No puedo concluir sin poner en juego, algunas consideraciones sobre el acto de leer microficción narrativa: Si tomo de ejemplo este libro, y aunque no puede haber una receta puesto que cada persona es irrepetible, recomendaría leer una página por día (original y modulación o modulaciones), con lo que ya, casi en cada ocasión, se estarían leyendo dos historias. Podrían ser tres páginas, y hasta cinco. Pero leer más de cinco conjuntos, más de diez historias por día disminuiría el placer por página y permitiría obtener menos de cada historia. El hecho de que cada historia tenga cuando menos una modulación insta a una mayor reflexión sobre cada una, lo que además, el reflexionar más a fondo viene predeterminado por el más con menos que caracteriza a la hiperbrevedad. Si en vez de este libro se tratara de uno de hipermicroficción narrativa, de hiperhiperbrevedad (como he nombrado a las que van de una letra a diez palabras) recomendaría leer completa cada colección de diez o doce textos (tampoco más), y de no existir colecciones, lo mismo de leer tres, cinco, siete cuando mucho doce hiperhiperbrevedades al día hasta culminar la totalidad. 64
He vivido mucho (y no me refiero en exclusiva a la cantidad de años sino también, por ejemplo al accionar y las intensidades, y a las horas, tantas dedicadas a la investigación y experimentación en lo humano y en lo creador) y escrito mucho, probado está que soy un escritor con capacidades, por ejemplo, en cuanto a temas, argumentos, estructuras, mensajes… y a lenguajes, recursos, abordajes de géneros y hasta su invención o reinvención… Me gusta la idea de que sean identificados en mí varios estilos literarios, aquellos en los que he profundizado. Y si este libro también contribuye en algo a que no se me logre encasillar esquemáticamente, celebraré.
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Historias de historias para sobresaltos
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Modulaciones narrativas
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HISTORIAS CON ESTRUCTURAS LITERARIAS NACIDAS DEL SISTEMA MODULAR DE CREACIÓN Como es conocido, a partir de 1966, cuando aún no había cumplido veinte años de edad, paulatinamente comencé a concebir, primero sólo desde la práctica misma como escritor y aplicado a la poesía que escribía, mi Sistema Modular de Creación (al que aún no podía nombrar con total especificidad). Ya entonces, al escribir un texto poético en verso libre establecía –o no, en la acción concreta–, en acuerdo conmigo mismo, que desde mí ese original podía tener, mediante diversas estructuras formales que inventaría, una o más modulaciones, constituidas cada una a la vez en nuevos originales –como corresponde al hecho de que un sistema está formado por sistemas y da pie a nuevos sistemas–, y que, justo al tratarse de un sistema y no de un método, de hecho podía tener, conceptualmente –y realizadas o no–, modulaciones infinitas (y no sólo desde mí). En aquellos inicios, de la segunda mitad de los años sesenta, yo consideraba el texto poético en verso libre: el original (lo publicara o no, y lo conservará o no con tal forma); y consideraba la modulación visual sonora (o cada una de las modulaciones de idéntico poema original) un poema estructura, y así nacieron mis poemas estructuras (que no “estructuralistas”), los de mi primer libro escrito entre 1966 y 1969: Desde los órganos de puntería (La Habana, Ediciones Unión, UNEAC, 1971), que reconocido reiteradamente, resultó considerado un original: el original de los textos que reunía. Y sus formas (la de cada poema; tantos de estos publicados, antologados y expuestos por el planeta en galerías profesionales de arte; unas que al verso libre unían recursos del concretismo brasileño), las formas originales de mis textos. Y esto no era cierto, y sí lo era. No era cierto porque de cada poema había un original en verso libre que no aparecía en solitario en la página que le correspondió del libro. Y cierto porque la mayoría de los textos 68
de Desde los… fueron originales en verso libre escritos ya con el propósito de modularlos de una determinada manera, respondiendo a una determinada elección conceptual, con un determinado diseño basado, entre más, en extraer algunos de sus elementos (palabras de los versos o versos mismos en muchos casos) y reiterarlos y disponerlos gráficamente en la página en blanco junto a, desde y/o como marco de, los versos primeros. Un libro, Desde los órganos de puntería, que se inscribió a exprofeso por mi parte en la poesía experimental, visual o sonora; que fue concebido para insertarse en esta corriente, aunque con una particularidad, resultaba a la par otra cosa (también a exprofeso: seleccionadamente): el primer libro en el mundo (además de ser el primer libro de poesía experimental gráfico-sonora de la literatura cubana) que unía de manera sistemática dos universos hasta entonces enfrentados y entendidos por tantos como irreconciliables: el del verso libre (que en todos mis poemas estructuras y como verso al uso no desaparecía, cual sí en toda la novísima poesía de la época) y el de la poesía experimental a partir del concretismo (pero sin ser nunca ninguno de mis textos un poema concreto, sin pertenecer alguno al concretismo, porque allí estaba en ellos la sintaxis regular y más del verso libre). Sería muy extenso referir, enumerar todo lo desacertado y erróneo, todo lo desconocedor y negativo, e incluso malintencionado, que ha tenido que enfrentar mi poesía, y yo mismo, desde esos años y desde retorcidos intereses creados, desde la ignorancia y/o la inseguridad de otras y otros, desde la incompetencia y la falta de lucidez de otros (hubo poetas que se sintieron agredidos sin motivo –y parte de la crítica de la poesía es hecha por poetas, algunos de los cuales valoran en positivo únicamente aquello que coincide con su propia estética–; y si bien no hubo ataques escritos –y ello habla por sí del libro y su poderío y trascendencia–, si hubo solapadas acciones de cobardía y mezquindad). Cierto, sería muy extenso enumerar, relatar –no obstante los reconocimientos ya obtenidos– la batalla que tuve que librar para que el libro fuera, primero editado, y, luego, ya estando impreso, difundido. Por fortuna, y en efecto, el libro se sostenía, se ha sostenido por sí, no sólo por sus elementos literarios formales, y primero por la calidad acreditada por otros de los propios versos libres incluidos, sino por su fondo. 69
Y encontró, ha encontrado Desde los órganos de puntería, como mi poesía toda, y la experimental en específico, evaluaciones y elogios, críticas valorativas, reconocimientos, difusión en numerosos países y medios. Y de inicio, de modo determinante, el respaldo expreso de grandes poetas cubanos (y de otros del planeta como el mexicano Sergio Mondragón, uno de los editores de la mítica revista bilingüe de poesía El Corno Emplumado, que entre más abrió con mis textos una antología de poesía cubana en su revista; el brasileño Haroldo de Campos, uno de los fundadores del concretismo, que me envió materiales, asesoró y conectó con revistas y galerías de América, Asia y Europa; el uruguayo Hugo Achúgar, investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos “Rómulo Gallegos” /CELARG/ de Venezuela que escribió sobre mi poesía en el prestigioso Papel Literario del diario El Nacional…): Pablo Armando Fernández (que me asesoró en cuanto al orden de los textos dentro del volumen), Félix Pita Rodríguez (Presidente de Literatura de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, que escribió las palabras de la solapa del libro), Oscar Hurtado (que escribió acerca de mis textos, algo tan inusual para él en esos años), Luis Marré y Raúl Luis que lo defendieron en uno de los Jurados que lo reconoció (y el segundo, además, antologó buena parte de los textos para otro libro de nuevos poetas cubanos de Ediciones Unión), Samuel Feijoo (al que di a conocer, e involucré, en el movimiento de poesía experimental de la época, y que tanto y tan destacadamente me publicó en su revista Signos), la mayoría amigos muy cercanos por años a partir, en varios casos, del descubrimiento por ellos de mis poemas estructuras; entre otros escritores, intelectuales, artistas, a los que se unieron con el tiempo muchos más, para citar sólo uno de Cuba: Roberto Fernández Retamar, que en más de una ocasión me pidió expresamente poemas estructuras para publicarlos en la prestigiosa revista Casa, de la Casa de las Américas; y sólo uno de los críticos de otros países: Domingo Miliani, Director del CELARG, que me programó un recital en el Salón de Actos del Centro en Caracas y me presentó afirmando: “Es el más importante poeta experimental de la Cuba de hoy. (...) Garzón ha sabido combinar la intensidad del texto con el aprovechamiento del espacio poético y su combinación afortunada con otras expresiones del arte: la danza, la representación teatral y plásti70
ca.” Por esos años el poeta y crítico venezolano Edmundo Aray escribiría en el prólogo a la Antología Poesía de Cuba, editada como libro en Venezuela y en Alemania Federal: “Su poesía abre nuevos campos para la investigación creadora. La construcción poética de Francisco Garzón Céspedes descansa sobre una estructura nueva, a la búsqueda de formas y mecanismos que permitan al lenguaje una más activa comunicación. Más que un afán de novedad, se trata de una puesta a prueba de la palabra. Garzón pareciera proponerse cambiar la poesía, o, al menos, poner al descubierto –posibilidad creadora– algunas de sus salas secretas.” Un ejemplo en cuanto a Desde los órganos de puntería es el poema hiperbreve que escribí en el año 1966 (tan citado desde entonces) y titulé “La soledad”: La soledad es un viaje sin límites a la sed. Después este poema en el libro ya aparece modulado, reiteradamente en cuanto a lo experimental, porque si bien el acto de modular es una experimentación en sí –no olvidar que las variaciones a partir de un original existen desde los tiempos de los tiempos, que no es esto lo nuevo, sino la concepción de lo modular como un Sistema–, lo visual sonoro es otro experimento. La modulación de “La soledad”, para Desde los órganos de puntería, se publicó así: la soledad la soledad la soledad la soledad la soledad es un viaje sin límites a la sed a la sed a la sed a la sed a la sed No fue la única modulación del original de este poema, han existido otras, como una sin reiteraciones donde, con una tructura alargada de arriba a abajo, cada palabra es un verso. Por excepción, prefiero la obviedad (y el pecado) de subrayar que el original es un verso que dispuesto linealmente enfatiza la intención de definir. Tanto que está entregéneros, y en vez de un poema podría ser clasificado como una definición 71
de carácter poético. Por el contrario, la primera modulación, con sus reiteraciones y ese espacio en blanco al centro, se aleja del género definición y es con claridad un poema visual sonoro que enfatiza el vacío agobiante de la soledad. Mientras que la segunda modulación, tan extendida verticalmente, enfatiza la infinitud de la insatisfacción del estar solo. Entre más. Nunca he dejado de modular unos u otros de mis poemas, así como nunca he dejado de trabajar creadoramente con lo experimental visual y/o sonoro, pasando sí por varias etapas en cuanto a las formas a plasmar y a los recursos a utilizar (de los del concretismo y su diseñar con letras y palabras, disposiciones, tamaños y colores… a los de incluir dinámicas del titular periodístico, dibujos, fotos, posibilidades digitales…). Dos de mis libros de poesía impresos, Desde los… y Modulaciones (OEYDM, México, 2000; textos creados entre comienzos de los noventa y el año de su edición; que pueden ser consultado en bibliotecas de España y del mundo) tienen fuertes vínculos con el concretismo, en especial el segundo que es un homenaje a la poesía concreta desde mis poemas estructuras y sus modulaciones, uno a treintaicinco años más o menos de haber yo descubierto, gracias a un número de El Corno Emplumado, que existía el concretismo brasileño desde los años cincuenta y desde Sao Paulo. En el 2010 publiqué digitalmente y en edición impresa limitada Microfvisual / Historias hiperbreves visuales (Cuentos de microficción y textos de la fugacidad narrativa experimentales al modo de la poesía visual), posiblemente el primer libro en existir de cuentos visuales –al menos desde tales presupuestos y formas–, donde buena parte de los textos son modulaciones de hiperbrevedades narrativas mías pertenecientes a otras colecciones y libros editados o inéditos en esa fecha; libro que mediante notas al pie va estableciendo procedencias, acciones realizadas con sus textos... Los originales (o modulaciones) no visuales, de los textos (originales o) modulados en Microfvisual, pueden hallarse impresos en mi libro Los 1111 pequeños cuentos del hombre que amaba contar (Ediciones COMOARTES, Madrid, 2012; y también catalogados en bibliotecas de países de varios continentes). Igualmente en Los 1111 pequeños… están los originales de todas las decenas, cientos, de textos seleccionados y mo72
dulados para constituir los veintitrés breves de este libro Historias de historias para sobresaltos, en un intento de, desde otra formas, sumar nuevos significados, provocar y propiciar nuevas y diferentes lecturas de las hiperbrevedades primeras: retos lectores, invitaciones a las propias modulaciones. Profundizando en lo fundamental, he escrito (y publicado en la “Introducción: Redoblante y el teatro modular”, que abre mi libro de teatro sin edad Redoblante y Tío Conejo, Centro de Documentación de las Artes de los Títeres de Bilbao, País Vasco, 2009) estos fragmentos: Se ha modulado… desde hace tantísimo. De lo que se trata en mi caso es de haber convertido la modulación en un Sistema. Enfatizo que, como se conoce, un sistema no es en absoluto un método. Tener conciencia exacta de cómo definir en principio un sistema y de cómo un método, si de lo que se trata es de un sistema, es imprescindible. Veamos entonces algunas precisiones desde el diccionario: Sistema: Conjunto de principios sobre una materia, enlazados entre sí formando un cuerpo de doctrina. Método: Modo de hablar u obrar con orden; por ejemplo; el método brechtiano (de Bertolt Brecht) es un modo peculiar de hacer teatro, de hacerlo de una determinada manera. Mi Sistema Modular de Creación (Literario, Escénico u Oral Escénico…) es, como señala su nombre, una concepción modular de la creación literaria, de la creación escénica o de la creación oral escénica, como obra abierta, transformable, infinita. En realidad es una concepción modular de toda la creación artística. Dada su significación es conveniente reiterar que: Una concepción modular del arte siempre infiere una concepción infinita. La modulación es un concepto. El Sistema Modular al ser un sistema y no un método hace de la modulación una manera de entender la creación artística. (…) La modulación no es una manera específica, metódica, de hacer, sino absolutamente todo lo contrario. Al paso de los años, y en cuanto a mi Sistema Modular de Creación, las experiencias me han demostrado que lo aconsejable al intentar explicarlo por escrito es ser lo más claro y lo más reiterativo posible. La verdad es que explicar mi Sistema en la práctica es mucho más diáfano, y la comprensión de su esencia y posibilidades de aplicación mucho más rápida y honda. 73
En cuanto a mi Sistema Modular de Creación (comunicadora o expresiva), lo óptimo es leer lo que al respecto aparece en mis libros (además de en Redoblante y Tío Conejo): Una historia improbable y otros textos dramatúrgicos (Editorial Ciudad Gótica, Rosario, 2006) y Cómo aprender a contar oralmente y a comunicarse mejor / El arte oral escénico de contar (teoría y técnica de la oralidad escénica y la oralidad escénica insólita modular, Editorial Adagio, Ministerio de Cultura, La Habana, 2011; todos en bibliotecas); y leer el artículo de la investigadora titular de teatro cubano, de la Dirección Nacional de Teatro y Danza, la dramaturga Gloria Parrado: “La Modulación: una revolución en la escena”, que por error de la redacción apareció con el título de “Por un teatro abierto”, en el número 4 de 1986 de la revista TABLAS, La Habana, editada por el Centro de Investigación y Desarrollo de las Artes Escénicas del Ministerio de Cultura de Cuba, máxima institución en su género. En este libro, porque Historias de historias para sobresaltos es un libro en sí, la aplicación de mi Sistema Modular es una de las menos complejas en cuanto a la forma en sí, que no necesariamente lo es en cuanto a las significaciones de lo ya modulado. ¿Por qué no he logrado la misma repercusión en unos ámbitos que en otros? Estoy asombrado de la mucha repercusión que he logrado en cada uno de los ámbitos. ¿Desde cuándo el diferenciarse obtiene todo lo que debería? Para la más cabal visión de lo realizado para crear este libro, sólo en uno de los nuevos textos, en una de las modulaciones (“Historia de la sirena”), reproduciré al pie de página los textos originales. Mi proceso incluyó los siguientes pasos: –Idea del aspecto formal para concebir las modulaciones: el publicar de nuevo ciertos textos hiperbreves e hiperhiperbreves independientes en un único texto (o varios por excepción) cada vez referido a un libro o colección; nuevo texto donde los textos originales aparecerían uno a continuación de otro eliminándose sus títulos y sin señalamiento alguno de donde terminaría cada texto y comenzaría el otro. –Relectura de mi libro Los 1111 pequeños cuentos del hombre que amaba contar para decidir que libros (de los doce incluidos) o colecciones (de las numerosísimas reunidas) in74
cluiría o no por su fondo (y forma), y si completos cada uno o no; elección final para Historias de historias... –Relectura de lo elegido para decidir el orden de los cuentos independientes al convertirse en un único texto en cada ocasión, si el orden original o no; estructura. –Relectura para decidir modificaciones o sumas mínimas de palabras o frases o no; correcciones, nuevas palabras o frases. –Relectura para titular cada nuevo texto; títulos. –Relectura para decidir el orden de cada nuevo texto dentro del libro, con énfasis en la elección de primero y el último; estructura del volumen. –Relectura para decidir el título del libro; título. –Elaboración de esta Introducción y su título. En relación a los cuentos hiperbreves e hiperbreves modulados, el presente libro de textos breves es únicamente una de las modulaciones posibles. Tal y como he escrito en otros de mis libros, e insisto en reiterarlo: La modulación es un punto de vista, el de que la creación artística (la literatura, las artes), es abierta, transformable, permite modulaciones hasta el infinito.
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MODULACIONES
Las historias del escritor Tránsitos El escritor piensa la bicicleta. Y escribe “bicicleta”. Y se lanza a decidir adentro si la monta o no. La bicicleta, en tanto, pedalea, rueda. Ha empezado a darle la vuelta al mundo. Entonces los ojos del escritor vuelan convertidos en cometas, al regresar traen consigo unas nubecillas grises con algo de azul. El escritor decide viajar por sus propios pies. Ha culminado el verano, y cuando el viento del otoño sopla es imparable. Tan pronto el escritor sale a la intemperie, el viento comienza a deshacerlo: se va volviendo arena suelta, esparcida. Su corazón no logra otorgarle protección, está ausente, alojado junto a su razón en alguna de las páginas que ha creado. Atrás, sobre la mesa, la servilleta esconde lo último escrito. Ha sido dejada por el escritor con apariencia virgen. Cuando el siguiente comensal la usa, el texto no leído, cumpliendo feroz como un predestinado, se le graba en la boca, punta de la nariz y en ciertas zonas de las mejillas para que todos puedan degustarlo. En el texto del escritor la línea curva deviene espiral.
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Intentos El único papel en la papelera. “¿Cómo va a vaciarla?” Mientras imagina que la vacía y siente el cansancio de tanto hacerlo, el escritor extrae aquella única hoja llena de tachaduras, la vuelve a estrujar y la dispone dentro de la papelera para que semeje otro papel, uno inédito. El texto parece salir de la hoja, y las letras correr por sobre la piel y las ropas del escritor antes de perderse tras la inspiración que una vez más lo abandona dejándolo a medias del orgasmo creador para irse con otro. El escritor golpea con la frente contra un nuevo papel en blanco y siente la respuesta de la mesa en tanto comprueba que la inspiración tampoco así responde a su llamado. Decide leer en voz alta la descripción forense de una novela policiaca como si leyera una oda romántica en otro intento de convocar la inspiración para escribir una elegía. Sale y tropieza la rama insólitamente torneada como escultura por la naturaleza. Nada siente. Nada le sugiere. Ni oye el viento al rozarla. Como resultado, la despedaza. Cada vez es un escritor más famoso, más dedicado a la difusión de sus libros. Ya nunca observa, jamás lee por placer, menos escucha, tampoco escribe. De regreso comienza a gritar palabras sin orden ni concierto. En su cuello la corbata, que ha ido cobrando forma por sí misma al reunir las palabras, cuando el escritor congela el torrente, cercenada, levita. Primero, en su sitio. Y, ya sin tocar el cuerpo, paralela al torso. Hasta que asciende. Y cuelga desde el cerebro. E intentando compactar el nudo: aprieta y asfixia.
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Estados El escritor no dice “abracadabra”. Lo escribe. Sin dinero, sin comida, sin cama, sin techo, el escritor aún bromea con lo del “estado de bienestar” al trazar la palabra sobre el polvo de la mesa. A su lado la página en blanco. El brillo del acero, en su fugacidad, sorprende al escritor que hasta cree ver la sombra de esa sombra que sale de la página. Mas los ojos sólo perciben cuando la cabeza sigue en el cuerpo.
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MODULACIÓN
La historia de la sirena La sirena canta. Entona a la perfección Y enloquece enmudecida ante la belleza de su eco y el repudio de los navegantes. La sirena cambia melodía de encantamiento por himno, y, a todo aliento, reivindica su derecho a la doble territorialidad. La sirena muerde su cola para acallar el canto. Enmudecida por conciencia, ve cruzar indemne la nave, mientras por adentro, la melodía la encanta. Queda, loca de sí. La sirena siente frío al cantar sobre la roca. No pasan barcos. La sirena siente frío al cantar en la bruma. No pasan barcos. La sirena siente frío al cantar de la mañana a la mañana. No pasan barcos. La sirena siente frío al cantar. No pasan barcos. La sirena siente frío. No pasan barcos. No pasan. No. La sirena se muerde la cola hasta esculpirse dos piernas. Lo hace por un marinero que, al verla mutilada, la rechaza. La sirena termina con una condena por comer carne de la especie. Entra a la cárcel mientras una multitud de animales marinos pide su ejecución. La sirena, antes normal, sufre un hechizo y parece dejar de ser, y ya no puede emerger, cantar, extender como una red sus melodías. Cabeza de pez, cola desaparecida, en ejercicio de su vocación de encantamiento, se dice que toca el turno de los peces, y empieza en las profundidades a emitir sonidos desde aquello en lo que se ha convertido, gérmenes de cánticos. La sirena, incapaz de valorar la diferencia, comienza a quitarse sus escamas. Y escama y escama sobre sí hasta no ser más que despojo. Cabeza, torso y poco más. Cuentos de la sirena / Colección e hiperbreves originales Ah, la belleza / La sirena cantó. Entonó a la perfección Y enloqueció enmudecida ante la belleza de su eco y el repudio de los navegantes. Ah, la pertenencia / La sirena cambió melodía de encantamiento por himno, y, a todo aliento, reivindicó su derecho a la doble territorialidad. Ah, el encantamiento / La sirena, antes normal, sufrió un hechizo y pareció dejar de ser, y ya no pudo emerger, cantar, extender como una red sus melodías. Cabeza de pez, cola desaparecida, en ejercicio de su vocación de encantamiento, se dijo que tocaba el turno de los peces, y comenzó en las profundidades a emitir sonidos desde aquello en lo que se había convertido, gérmenes de cánticos. Ah, la diferencia / La sirena, incapaz de valorar la diferencia, comenzó a quitarse sus escamas. Y escamó y escamó sobre sí hasta no ser más que despojo. Cabeza, torso y poco más. Ah, la conciencia / La sirena mordió su cola para acallar el canto. Enmudecida por conciencia, vio cruzar indemne la nave, mientras por adentro, la melodía la encantaba. Quedó, loca de sí. Ah, el amor / La sirena se mordió la cola hasta esculpirse dos piernas. Lo hizo por un marinero que, al verla mutilada, la rechazó. La sirena terminó con una condena por comer carne de la especie. Entró a la cárcel mientras una multitud de animales marinos pedía su ejecución. Ah, el sino / La sirena siente frío al cantar sobre la roca. No pasan barcos. La sirena siente frío al cantar en la bruma. No pasan barcos. La sirena siente frío al cantar de la mañana a la mañana. No pasan barcos. La sirena siente frío al cantar. No pasan barcos. La sirena siente frío. No pasan barcos. No pasan. No. 79
MODULACIÓN
La historia del ogro El ogro comienza disfrazándose para los demás. Y ha terminado disfrazándose para sí mismo. Se cree normal. Se siente vegetariano. Se piensa exquisito. Es irreconocible para los normales. Los dientes son la mordida del ogro y bailan. Cuando la boca se retira, los dientes se quedan clavados a la carne. Podría tratarse de una dentadura postiza. Sólo que no lo es. El ogro ladra al perro. Y el perro maúlla. El gato no. El gato abre la boca y no emite sonido alguno. El canario lo que hace es mugir. Tanto miedo provoca el ogro y su inusual conducta. Hombre alguno devoraría al ogro, mujer alguna lo lograría. El ogro, no obstante, es devorado. Y no por un animal. Lo devora entero el ogro de su pesadilla. El ogro tiene mucha hambre. Ha cazado al cazador, pero no se lo come de inmediato porque el ogro ha aprendido de refinamientos. Decide prepararse una “delicatessen”. Invierte tiempo en ahogar al cazador. Le gusta la carne cruda reahogada. Desestimando que un humano lo es también por su capacidad incorpórea de venganza, el ogro escupe cada hueso del cadáver con tal puntería que rearma su esqueleto. Desde el viento, un hueso regresa a la boca abierta del ogro. Queda clavado en su garganta, oscilando, pulido a dentelladas como trofeo. La manta le cubrió. Le cubre. Le cubrirá. No puede impedirlo. Ninguno de los dos puede impedirlo. Y eso que podría ser que no se gustaran. Son tela burda y cadáver. Es todo lo que hay para la tumba del ogro.
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MODULACIÓN
La historia del dragón Después de que el mago lo hace aparecer: El dragón se siente solo. Unos humanos lo discriminan por ser diferente. Otros, por la estética de su físico: aquello nunca reconocido de la belleza y la fealdad. Piensa: “Habría que explicarles que no constituyen el prototipo universal. O desaparecerlos.” El dragón se pregunta si un dragón existe en la realidad o sólo existe en el acto de ilusionismo de un mago. Porque, de ser ilusión: ¿qué lo protegerá cuando cese la suspensión mágica de la incredulidad? El dragón dice a la desencantada adolescente que lo ha besado en medio del escenario: “Un dragón vuela, pero está lejos de ser un palomo. Exhala fuego, pero no es un volcán. Y, si besa, ¿por qué tiene que tratarse de un zagal encantado?” “Cierto, cierto, un dragón lanza llamas...”, admite el dragón en pleno debate televisivo. “Pero, en modo alguno un dragón es un lanzallamas. Como tampoco, tampoco el mago es un hacemagia.” El dragón explica a la vanidosa doncella: “Los ‘cuentos’ no son siempre de hadas. Tú y yo no somos ‘la bella’ y ‘la bestia’. Ni estoy predestinado a enamorarme de ti. Entre los dragones, yo ya he procreado una estirpe.” El dragón siente los espasmos de la primera herida de amor en su corazón y la cicatriza con fuego mágico. El dragón camina con dificultad. Al dragón su fuego nunca le ha dañado, ni por adentro, ni por afuera. No obstante, ahora su prodigiosa piel de reptil exhibe numerosas quemaduras. Prueba a volar. Y con cada aletazo maldice la genuina mala calidad del muy garantizado bronceador. El dragón chamusca la ropa de un humano. Es de marca. “¿Quizás le exigirá una indemnización? Seguro para pagarla lo condenarán a vender sus alas como materia prima textil.” Pregunta al mago: “¿Acaso importará a la ley que, en justicia, sin alas un dragón no sobrevive?” El dragón intenta sonreír, pero aquel hombre ve una mueca. El dragón exhalando fuego intenta calentarle el viento helado. Aquel hombre retrocede con horror. El dragón intenta servirle de alfombra voladora. Aquel hombre echa a correr por el desconocido, misterioso e interminable desierto. El dragón es pacífico. Uno de las tradiciones orientales. Valora a los humanos. Pero éste es una bestia individualista. Ruidosa. Le impi81
de concentrarse, dormir. Una bestia que no percibe los poderes mágicos de un dragón. Y el dragón sabe que ya no los descubrirá. El dragón convierte de inmediato a sus humanos oponentes en cenizas, lo ha decidido tras la sensación de no considerarlos auténticos contrincantes con los que jugar de igual a igual.
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MODULACIÓN
La historia del lobo Escrupuloso, el lobo limpia sus pezuñas. Los otros machos se burlan. Tendrá que explicarles: Le aterra contaminar la carne que comerá. El lobo, resignado, muerde la naranja. Está en contra de las modas vegetarianas en las manadas. Sólo que el frescor del jugo mejora el aliento. Y, la caza, no debe ser ahuyentada. El lobo olfatea: Siempre las rosas. Un lobo con una rosa en el pecho es irresistible. Da imagen de elegancia, de buen animal. Hasta su primer mordisco pareciera inofensivo. El lobo tropieza, cae, se muerde a sí mismo. Y saborea. Recuerda las advertencias sobre los riesgos de autodevorarse. Recuerda la maldición familiar de desaparecer no dejando más que la dentadura. El sabor, sin embargo, es tan fascinante. El lobo tiene hambre. La carne parece tan apetitosa como la ha imaginado. Pero el bocado envenena sus sueños: Es altamente nocivo el plástico de las muñecas inflables.
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MODULACIÓN
La historia del gato El gato se enfrenta al lobo. Todos apuestan al lobo, menos el perro, ya tuerto. El gato, tras comerse su pescado en el suelo, decide exigir el derecho de sentarse a la mesa. Sus mordidas fueron convincentes. El gato, más solo que un perro, patea el globo terráqueo: Tanta su frustración bajo la luna llena. El gato, con cautela, se aproxima al conejo. Y, oculto, compara orejas. El gato, después de beber a lengüetazos el aguardiente, cree poder lanzarse al vacío y quedar enhiesto. La creencia de sus siete vidas es sometida a examen. Cae de cabeza. El gato, sin abrir los ojos, suspira. Se estira soñoliento. Rueda sobre sí. Todo sin recordar que se ha acostado en la azotea de la torre. La fuerza del viento le abre los ojos durante la interminable caída. El gato se come unos girasoles –sólo los pétalos–, acaso decidido a tener un pelaje dorado. Y en plena indigestión brilla con destellos de un amarillo intenso. Gato encerrado. Tal cual queda en el contenedor al recolocarse la tapa. ¿Maullidos? No. ¿Arañazos al metal? Tampoco. Decididamente: Imitar a un perro, “el mejor amigo”. Algo casi comparable a morir asfixiado dentro del camión de la basura. El gato detenido en un extremo del puente parece preguntarse si es el inicio o el final de aquella pasarela. Y, quizás por la importancia de la pregunta, no cruza. El gato camina en círculo: En el centro, un pescado. Es su ejercicio de contención. Termina en el veterinario por crisis nerviosa. El gato al despertar se lava con pulcritud. Su posición resulta muy vulnerable. Es de Angora. El gato, con su vocación de tigre, intenta agigantarse delante del ladrón. Es robado. Por poco tiempo, dado que un auténtico felino nunca desiste. El gato, comensal de un restaurante asiático, piensa en el perro para comérselo. Tenaz, entrena con grillos, otra delicatesen. El gato, cuando al teléfono el hombre ronronea en plan igualitario, le cuelga con desprecio. El gato, obsesionado con el sexo, lo intenta en el sofá con un abrigo de astracán. Sufre más por la frustración que por la inesperada alergia a las polillas. El gato, sin espejo posible, se dibuja en su cola. El gato era polígloto. Y, además de maullar, emite todos los otros sonidos animales. Todos menos “guau”. El gato queda envuelto en una penetrante fra84
gancia de vainilla. Su perseguida, para disimular su olor, se había impregnado de aquella esencia embriagadora. Sólo que, olor más, olor menos, resultó no ser una gata enorme sino una leona famélica. El gato escupe al aire para calmar su sed bebiendo de esa lluvia. El gato, encerrado a solas por días, de cara a la pared se incorpora al reencuentro. El gato, cuando en medio de una maroma percibe que iban a filmar sus volteretas, se inmoviliza. Y es más: con la lengua afuera. Y es más: mantiene su lengua a la vista. El gato llega al pez antes que la gaviota, y se detiene a un paso. Lo del gato puede considerarse una ofrenda. Se trata de una preferencia por la carne de ave. El gato contempla la violeta. La acaricia con las uñas. Lame el rasguño. El gato, encerrado permanentemente en el estudio, sobre la silla giratoria mira su universo. Y se siente el amo que espera a su siervo. El gato araña el agua como si arara en el mar. Más no: El agua le devuelve unos rieles plateados con los que hechiza a la gata. El gato saca del sombrero un gato de cristal y existe adorándolo. El gato se persigue a sí mismo hasta agotar la primera de sus vidas. El gato valora la posibilidad de caminar sobre el agua. Y cam ina hasta la otra orilla. La profundidad, mínima. La ilusión, inconmensurable. El gato, quizás deseoso de participar en un concurso de escritura creativa, escribe sobre el polvo. El carácter indescifrable de este texto es objetado en una tesis de grado. El gato observa detenidamente la inscripción en la pared. Parece ocupado en el intento de descifrar un jeroglífico. Mi… aaa… u.
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La historia de la urraca La urraca cojea, tiene un ala rota. Camina con esfuerzo sobre una alfombra abandonada en el parque. Intenta patearla, no puede, insiste en patearla, no puede, y de vez en cuando la picotea con furor. Camina en círculo. Camina y mira la alfombra hasta que la tela arrugada parece tensarse. Tal vez la urraca ha logrado alisarla. La urraca se detiene en el centro mismo de la alfombra: Dirige su vista al cielo y mientras espera la urraca cojea... La urraca golpea con el pico la hoja caída hasta que la arroja al agua del estanque. Levanta la vista y mira uno a uno a los presentes cual quien aguarda el aplauso. Como no llega, la urraca golpea con el pico otra hoja caída hasta que… La urraca hace eses alejándose de otra urraca inerte encima del pavimento. De pronto se detiene, gira, se encamina con firmeza hasta la urraca muerta, la acaricia con el pico y echa a volar como una flecha destinada al cielo. La urraca se acerca al hombre, le picotea el zapato y permanece a su lado. El hombre se agacha y picotea a la urraca, o intenta algo similar en plan simpático. Entonces la urraca le arranca un ojo y vuela para dejarlo delante de las patas de un perro como si ofrendara a su amado una “delicatesen”. La urraca detiene su vuelo ante la boca del túnel, como si eligiera entrar o quedar fuera. Vuela hacia el interior y a la mitad se posa sobre uno de los pasamanos colocados para proteger a quienes alguna vez atraviesan caminando. Permanece en la semipenumbra, iluminada por las luces de los coches a los que mira cruzar. Hasta que alguien que conduce la divisa, se asusta, se descuida, invade el otro carril, colisiona contra un coche que viene en sentido inverso, y este choque origina más, más. La urraca, quizás arrullada por el estruendo que continúa creciendo, quizás sintiéndose incitada a sumarse al coro, echa a volar y vuela de un extremo al otro del túnel: Vuela, vuela y grazna cual si buscara el tono. La urraca posada en la lámpara se balancea. La luz se mueve y crea zonas de claridad o penumbra. Mientras se columpia la urraca no cesa de mirarlo a él que no puede atraparla por la tanta altura del techo. Él percibe que la urraca lo desafía y recuerda que en la mañana la urraca lo vio golpearla a ella que era quien le 86
daba de comer. También la urraca lo ha visto cortarla a ella en pedazos y llevar a cabo todos los pasos para emparedarla y pintar el nuevo trozo de pared. Cuando la urraca se balancea, la luz alcanza y vuelve a alcanzar el espacio detrás del cual ha quedado el cuerpo troceado de ella. Él salta, salta para atrapar el pájaro: La urraca posada en la lámpara se… La urraca roza la ventana. Un ala que toca suave, fugazmente. De inmediato vuelve de amor y da por una milésima con el pico en el cristal. Ha entrenado para conseguirlo sin perecer, sin dañarse afuera. Luego desaparece, no insiste en búsqueda de una apertura, de una caricia, de un intercambio de miradas o de sonidos. Regresará al día siguiente, a la misma hora de intensa luz. Tras la ventana, siete pisos arriba de la desolación, él, un adolescente ni siquiera espera a la urraca cada mediodía. Es su hora de hallarse junto a esa pared, entre dos destinos. No es capaz del enamoramiento y del deseo del ave, ni tampoco de su creciente desesperanza. Está en los cúmulos protectores de su indiferencia. Si acaso alguna vez, con la perplejidad pensante de quien, sin percibir los riesgos, no comprende roce y picotazo. Ni siquiera repara en la habilidad, en la precisión. Si de niño él no hubiera sido arrebatado de sí por ella que debía protegerlo, violada consigo su capacidad de sentimiento, cuando menos se asombraría por la urraca. Por su empecinada elección. Por la intensidad de sus presencias. Quizás como se asombraría el cristal de la ventana si pudiera. La urraca roza la ventana. Un ala que toca…
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Las historias del tiempo Estación de desierto, el otoño descansa. Murió y no va a llegar. El verano se ha alargado, se extiende, interminable. Tampoco habrá invierno. Ni primavera. La explosión ha eternizado el verano como única estación. Desértica. El otoño descansa. Murió y no va a llegar. El verano se ha alargado… El reloj comienza a descontar el tiempo. Tiene el empeño de avanzar hacia los orígenes. Su anhelo es garantizarse una más larga existencia. Sabe de lo extenso del tiempo ya trascurrido. Y el tiempo por venir le parece incierto. Ciertamente ingarantizable. La garantía puede estar en el pasado. El reloj comienza a descontar el tiempo. Tiene el empeño de avanzar hacia los orígenes… El polvo no se acumula sólo se dispersa no se acumula sólo acecha no se acumula está por llegar no se acumula polvo en remolino polvo en soplo de infinito polvo de agujero negro no se acumula sólo se dispersa no se acumula sólo acecha no se acumula está por llegar no se acumula polvo en remolino polvo en soplo de infinito polvo de agujero negro no se acumula sólo se dispersa no se acumula…
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Las historias del hombre y la mujer Hace mucho, mucho tiempo, un hombre y una mujer poblaron el mundo. Igual que lo pueblan de nuevo, en este instante, este hombre y esta mujer, esa mujer y ese hombre, aquel hombre y aquella mujer. ¿Qué es un hombre? Un hombre es una gota de agua. ¿Qué es una mujer? Una mujer es una gota de agua. Pero un hombre y una mujer juntos no son dos gotas de agua. Son el comienzo de un océano. La mujer y el hombre se besan. Es un beso de deseo. Pero, dentro, hay amor. En sus bocas, dentro, donde debiera haber saliva, hay miel. El hombre y la mujer cubren la cama con sábanas y fundas limpias. Cada uno ajusta, estira, alisa, mirándose un instante sí, otro después, cómplices. Al culminar, como en un ensueño, contemplan las telas blancas, vírgenes. Después hacen el amor en el sillón, encima de la cómoda, por el suelo del dormitorio... Al final se bañan, lenta, apaciblemente. Y más apaciblemente aún se acuestan a dormir, arropados por el perfume amoroso que fue volando hacia sábanas y fundas hasta impregnarlas, entremezclándose con el olor a limpio del jabón como si dos cuerpos se entrelazaran para concebir la vida. La mujer y el hombre trabajan. Cuando piensan en su pareja, trabajan más y mejor. Los dos llegan a casa agotados. Y cada uno piensa en pedir al otro que le sirva la cena. Se miran en silencio. Dudan. Cada uno deshecho sobre cada sillón. Al unísono se levantan para ir a la cocina. Y cada uno dice al otro que descanse, que ya se ocupa. Y vuelven a dudar. Y terminan estallando en una carcajada y salen corriendo a ver quien llega primero a la cocina para no tener que poner la mesa. El hombre adora comer calamares. La mujer adora comer cangrejos. Van a cocinar juntos para celebrar su aniversario. Una empanada de calamares, desea cocinar el hombre. Una de cangrejos, desea cocinar la mujer. Cocinan una mixta que, además de calamares y cangrejos, tiene gambas, que es lo que adora su hijo. Pero la empanada no sabe a calamares, ni a cangrejos, ni a gambas. Sabe a amor, exquisitamente cocinado. La mujer y el hombre caminan con las manos entrelazadas por la acera cuando en el medio aparece un poste. Tanto el hombre como la mujer saben que los dos son 89
muy testarudos. Y, además, tienen decidido no separar sus dedos. Cada uno de ellos desea que el otro pase por su lado. La mujer y el hombre, mano con mano, pasan por el lado de la mujer. Pero, no olvidan, por cuál de los lados han pasado, para, ante el próximo poste, elegir sin vacilaciones el lado del hombre. El hombre y la mujer juegan a perderse en el bosque. Y se pierden. Cuando deciden reencontrarse no lo logran. Ella piensa en Blancanieves, siempre reapareciendo en medio de cualquier monte. Y siente celos. Él piensa en el Príncipe, tan acostumbrado a encontrar y rescatar doncellas. Y siente celos. Pero es peor cuando cada uno piensa que el otro puede tropezar un lince, un lobo, un oso, no éste o aquel, sino uno hambriento… El juego pierde todo atractivo. Y es que, cada uno siente, de algún modo oculto, secreto, irracional, que nunca debieran perderse. La mujer y el hombre se han desencontrado, por un instante se han desencontrado. El hombre, de pronto, sonríe. Y sonriendo afirma “haber compartido, compartir contigo la vida es una inmensa aventura”. La mujer también comienza a sonreír. Y sonriendo responde “es que el amor es una aventura inmensa y permanente”. Cuando el hombre dice: “autocar”, la mujer dice: “tren”. Cuando la mujer dice: “preferiblemente avión”, el hombre dice: “mejor coche”. Pero cuando el hombre y la mujer dicen: “amor”, la mujer y el hombre dicen: “primero tú”. La mujer y el hombre se aman tanto que, si el hombre fuera un fantasma, la mujer sería su sombra. Si la mujer, una estatua; el hombre, su pedestal. Si el hombre, unos ojos; la mujer, su mirada. Por eso cuando el hombre llora, es la mujer quien tiembla. Por eso cuando la mujer ríe, es el hombre quien se estremece. Y, sin embargo, siempre son: una mujer y un hombre. Ese hombre y esa mujer, distintos y únicos, que no siempre están de acuerdo.
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Las historias del hombre Finalmente, de sólo gritar insultos y órdenes, el hombre aúlla. Y se muerde la mano. El hombre siempre repite que la realidad supera a la imaginación, pero, ahora, no puede creer que esta tela de araña sea tan gigantesca. Entero, dentro de la boa, el hombre no logra abrir los ojos. El hombre y la hiena se miran. Largamente. La hiena, poco a poco, le contagia su risa. La propia sangre, que lo ahoga, le parece al hombre tan exquisita como al cocodrilo. El hombre, en el entrenamiento, da la orden de matar. Y es su última orden al perro. El hombre es un experto en provocar las carcajadas. Tanto que su dedo, amputado, hace cosquillas, por dentro de las entrañas, al león. El tigre tiene un alma generosa. Sale de repente y, alzándose en dos patas, con las otras dos delante de las orejas hace muecas al hombre. Ha decidido que, primero, lo matará de un susto. El elefante blanco, diminuto talismán de marfil regalado al hombre para la buena suerte, da tanta, que lo aplasta como si le creciera al cuello un monstruoso colmillo. Allí está el corazón del hombre. Tembloroso como cuando amó por primera vez. Todavía latiendo dentro de las fauces del tiburón. El hombre levanta el ruiseñor herido. Lo cura. Lo protege de la tormenta. Le da de comer. Cuando el ruiseñor está dispuesto para volver a volar, la garganta del hombre libera un trino. El hombre, en el zoológico, va dejando de saber dónde está la jaula y cuál de los dos es el mono.
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Las historias del hombre y la altura El hombre está en la punta de la torre. La ha escalado porque se cree una veleta. Para sorpresa de los curiosos y del viento, cuando ve a quien ama, el hombre gira. Gira. El hombre cree que el agua podría embalsarse si, cada vez que llueve, muchos hombres y mujeres de boca grande subieran al tejado y de cara al cielo, como un embalse, la abrieran. El hombre escupe desde la terraza a la calle. Escupe con abundancia y sin descanso. Ha decidido convocar la lluvia. Por lo pronto, refresca la cabeza de cada uno de los paseantes. El hombre pinta las fachadas. Un pedazo de mar cubre la parte superior de cada pared. El hombre está convencido de que puede acercar el mar al cielo. Pasa de un andamio con forma de gaviota a otro que parece volar. El hombre quiere despejar el cielo de nubes. Sube la escalera. Sopla. El hombre se sienta en el borde de la chimenea. Se asoma por sus fauces y ve ascender las llamas. El hollín lo ahoga. El calor es insoportable. El hombre hace una mueca al fuego. El Infierno se anuncia. El hombre en el extremo de la farola enciende y apaga la luz. Enrosca y desenrosca la bombilla. El hombre musita: "Hágase la luz". Y la luz se hace. El hombre desde el balcón lanza el lazo hacia la bóveda celeste. Si enlaza a Dios pedirá rescate. El hombre muerde la manzana. Por la ventana del campanario escupe cada trozo sin masticarlo. En la plaza, otras bocas atrapan los pedazos y los saborean. El hombre repite: "Amaos los unos a los otros”. El hombre apoya las uñas de sus manos en el asfalto. Cabeza abajo estira el cuerpo. Unas uñas largas, muy largas de ansia. Una nube roza sus pies desnudos. El hombre siempre ha deseado que, entre las estrellas, una nube la acaricie los pies. El hombre ha introducido el gancho de la grúa entre su cinto y la tela del pantalón. En las alturas, el hombre se regocija. Cuando el cinto se parta, habrá ganado la apuesta acerca de la escasa resistencia del cuero. El hombre asciende por la colina hasta el mirador. Al llegar, se venda los ojos. La tela es oscura, gruesa, ancha. El hombre imagina el paisaje. El hombre sobre la columna, agachado, con las manos en alto, las palmas hacia el firmamento, sostiene la techumbre. Protege un techo para su 92
cabeza y se siente reconfortado. El hombre sólo confía en sus fuerzas. Lo incómodo de la postura y del peso lo sobrelleva como un mal menor. El hombre, en la cornisa, saca la lengua. Esa lengua temida por tantos. Después comienza a descender por su lengua. Con cuidado para no herirse con los filos. El hombre resbala en su propia saliva. El hombre cruza el puente de norte a sur. Y lo vuelve a cruzar de inmediato de sur a norte. Y lo cruza y lo cruza. Es su manera de viajar. El hombre, montado en los zancos poderosos, contempla a la multitud, diminuta, allá abajo. Cada ser humano, tan insignificante. Tan desprotegido. El hombre intenta alzar uno de los zancos. Allá abajo muchas manos atrapan los zancos y los zarandean. El hombre desea que le presten atención. Bordea con lentitud la cima del edificio. Gritará. Agitará los brazos. Amenazará con suicidarse. Esperará a que alguien lo rescate. El hombre tropieza. Se precipita dentro de un camión de basura. Desaparece camino del vertedero. El hombre, sentado en la copa del árbol, lo deshoja. Agobiado por el calor, sudoroso, frenético, el hombre, hoja a hoja, ha comenzado a adelantar el otoño. El hombre suelta un billete tras otro desde el último piso del banco. Fuera, el viento se arremolina. El hombre contempla cómo ascienden los billetes. Quizás suba el valor del dinero. El hombre cuelga por los pies del techado de los andenes. Balancea el cuerpo y aguarda. La locomotora se detiene. El hombre aspira con placer el humo como si aspirara el de un gigantesco cigarro. El hombre se intoxica y cae. El humo no consigue hacer flotar al hombre. El hombre mueve la trampilla de emergencia. Coloca el copo de algodón sobre la cabina del ascensor. En este momento la cabina está en la planta baja. El hombre aprieta el botón de subida, ávido por escuchar el crujido del copo al ser aplastado. El hombre, en la azotea, abre los brazos como un espantapájaros. Ha adelgazado hasta parecer un tubo. Dos, cuando abre los brazos. El hombre está decidido a descubrir quién le roba una antena tras otra. El hombre necesita recargar sus baterías. Aumentar su potencia. Cargarse de energía. Lo ha probado todo. Excepto esta quietud durante el temporal, de pie en lo más alto, con el pararrayos prolongándole la cabeza. El hombre mira al hombre mientras, encima de la cúpula, sostiene el espejo frente a sí con las dos manos. El hombre se lanza al vacío con los brazos extendidos y el espejo delante. Finalmente ha 93
hallado el método para matar a su doble. El hombre acecha a la paloma escondido detrás del palomar. La atrapa. La devora. Cruda. Con plumas. Entera. El científico encerrado con el hombre en la habitación del sanatorio, ha afirmado que, si come muchas palomas, volará. El hombre trepa por la estatua hasta situarse frente a su rostro. La agarra por los hombros para asegurarse de que no escapará. La besa en los labios con un beso interminable. Tiembla de amor. Poco a poco, el hombre se queda inmóvil. El hombre tiene las manos en un saliente y los pies en el saliente opuesto. El cuerpo es un techo en el vacío entre dos edificios. Su espalda recibe la nevada. Debajo, un jardín angosto y una flor a la que no toca la nieve. El hombre, tras un impulso, se eleva con la pértiga. Por un instante, no desciende. El hombre desea descubrir el horizonte. Delimitar el infinito. La pértiga no se inclina. Recta, se parte. Cuando el hombre cae, las puntas astilladas se le clavan en los ojos. El hombre sueña que una pértiga lo ciega: las puntas le atraviesan sin dolor los párpados. Al despertar, sobresaltado, piensa en su anhelo de horizonte, de infinito. El hombre decide partir la pértiga con sus manos y comprar un telescopio. Quizás algo más modesto: un catalejo. Tal vez unos prismáticos. El hombre aferra las enormes manecillas en la pared del ayuntamiento. Es el reloj que marca la hora oficial. El hombre inmoviliza las manecillas con la agradable sensación de no envejecer.
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Las historias de a cuatro mujeres Las cuatro mujeres, acusadas de hechicería, están desnudas en la desnudez de la celda. Convencidas de que su magia les permitirá escapar de la hoguera, arrancan el más largo de sus cabellos. Las cuatro mujeres se ahorcan arropadas por una sonrisa compartida. Una sonrisa que no se desdibuja. Las cuatro mujeres entrechocan sus lenguas para condenar a los amantes. Del golpe, brota fuego. Un fuego que se extiende hasta las murmuradoras, abrasándolas. Las cuatro mujeres encienden cuatro velas. Cada una acaricia, con el calor de una llama vacilante, el cuerpo de otra. Necesitan calentarse para salir a vender su cuerpo. Las cuatro mujeres, en la cocina, escupen al unísono en el café. Después una lleva el plato, otra la taza, otra la cucharilla, otra el azúcar, y todas al mismo tiempo se inclinan, ante el hombre, cuando se lo brindan. Las cuatro mujeres, rigurosa y furibundamente vegetarianas, deciden elegir la sugerencia de la posada: un desconocido plato. Las cuatro, asombradas del delicioso sabor y la textura del manjar, se felicitan entre sí por la acertada elección. No intuyen que se trata de un cocido de plantas carnívoras.
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Las historias de a cuatro hombres Los cuatro hombres disputan un único pedazo de carne. Lo disputan sangrientamente. Con una ferocidad sin límites. No tienen otras armas que las de sus cuerpos. Aprenden la disciplina de sobrevivir en caso de guerra. Los cuatro hombres se despojan de sus ropas para internarse en el mar. Son amigos desde la infancia, pero nunca se han visto desnudos. Ya sin ropa, no pueden reconocerse. Los cuatro hombres se ocultan detrás de los cortinajes. Sus mansiones rodean una plaza sin árboles. Con miradas como relámpagos descubren el goce de espiarse. Las miradas de los hombres, al cruzarse, los ciegan. Los cuatro hombres, cuando deciden compartir la casa, acuerdan que los cuatro televisores estén en el mismo salón. Siempre han acariciado la ilusión de poder ver cuatro programas a la vez. Los cuatro hombres se juran lealtad. Cuando la muerte aparece, cada uno se ofrece el primero. La muerte, que creyó que vacilarían, duda. Los hombres aprovechan para cortarse una cuarta parte del cuerpo. Cada uno corta una parte distinta. El quinto hombre, nacido de la lealtad, vence a la muerte.
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Las historias sociales del Siglo XXI Ella por antigüedad, experiencia y cualidades es la ideal para ascender a la Dirección General. No aspira al cargo. La empresa posee una Presidencia y un Consejo Asesor, tanto una como otro, muy inseguros. Él tiene setenta años; su pareja, cuarenta. Llevan juntos quince años. Piensa que envejecieron distinto. A él le envejeció el cuerpo. Y, a su amor, el alma. Piensa que tendrá que comenzar a abrirle las puertas, las ventanas, las claraboyas. Que iluminarle las habitaciones. Que despejarle el camino. Tendrá que sostenerle. Ella toca la flauta como una diosa, y, al agradecer, muestra la boca desdentada. Él entra, tembloroso, apoyándose en un bastón como en el eje del mundo. Tendrá ochenta años. Se dirige al mostrador a comprar el pan, y la empleada lo ayuda a localizar el dinero exacto para pagarle. Él acomoda el pan en la bolsa y decide irse. Ella, que sentada a una de las mesas ha terminado su café, se apresura a ayudarlo a bajar los escalones. Después ella le sonríe y se aleja verificando la hora en su reloj; tiene unos cincuenta años, se ha quedado en el paro y sus recursos se agotan. Volverá mañana y pasado mañana a esperarlo. Confía que en diez días alguna relación establecerán. Y entonces, ah, entonces… Ella tras ser víctima del timo, mueve su compasión en silla de ruedas. Él, un inmigrante negro erguido y sonriente, para conseguir unas monedas ofrece, a la puerta de la cafetería, una revista. De costado a la entrada mira hacia la acera, la calle o el horizonte. Ella adentro se toma un café con leche, y, mientras come un cruasán y luego otros dos más pequeños, todos insípidos pero deseados, lo contempla: Se pregunta si él sentirá hambre, ansias de aquellos tantos panes, dulces, bebidas, sabores, aromas, texturas, sensaciones. Ella comienza a marcharse aún sin precisar los márgenes de una respuesta. Al irse percibe que él es mayor de lo que le ha parecido de lejos. Y entonces, ah, entonces ella pierde del todo el interés. Ella grita tambaleante: “La vida no es ni ancha ni estrecha. Es…”, sigue gritando: “Bondad.” Y piensa: “Qué palabra tan desacostumbrada.” Se aleja de sus amigos, y dice inmersa en la borrachera: “¡Vaya ocurrencia: ‘Bondad’! ¡Vaya basura inservible de palabra!” Y 97
entonces se detiene. Un tiempo sin frenos. Logró dejar de tambalearse, y erguida musita: “¿Por qué no? ‘Bondad’. ¡Ajá, ‘bondad!’”. Él devuelve la pedrada. La piedra sólo lo ha acariciado. La devuelve con violencia. No alcanza a intuir. Y la avalancha sepulta la piedra. La huella de la caricia. El aire que la piedra ha rasgado en su ida, en su retorno. Ella percibe que los rieles no vibran anunciando la llegada de un tren. No hay tren que se acerque. Los rieles están en medio de la nada. Rieles cercenados de procedencia y destino. Parecieran haber caído del cielo. Llegados de un salto, son el único fragmento reconocible. Él, un inmigrante, se desplaza de un vagón a otro con sus hijos: una niña y un niño pequeños. El tren arriba a una estación del Metro. La niña se sienta en el único asiento vacío. El niño sale por una de las puertas hacia el andén y llega hasta la pared, allí gira y se queda paralizado. El hombre dentro del vagón se ve ante una posible elección: la de abandonar a uno o a otro. Sólo una mujer parece darse cuenta. No está próxima a la puerta. El tiempo denso: Pesado como losa. El hombre corre hacia el andén y trae de regreso al niño. Ya en el vagón, los dos de pie, el hombre atrae hacia su flaca, casi patética pierna desnuda, al niño y, sin reñirle, le acaricia la cabeza. La otra mano la extiende hacia la niña. Todo mientras el tren parte. Del hombre emana un olor acre como de recién resucitado. Ella lee: “El rinoceronte blanco va a desaparecer”, relee y se entristece mientras sostiene el diario con su negra mano.
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Las historias de los extravagantes Silencioso, el hombre porta las argollas en sus labios como candado. Camaleónica, la mujer presume de muestrario de maquillajes. Cuadrúpedo, el hombre calza los zuecos en sus manos. Deslenguada, la mujer se muda al diccionario de insultos. Desnaturalizado, el hombre, con la luna, no se transforma en lobo. Exhaustiva, la mujer se hace tatuar cada cabello desde la raíz. Miniaturista, el hombre, que aún desciende, usa su pañuelo como paracaídas. Venenosa, la mujer bebe el cianuro como antídoto.
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La historia del dios lúcido El dios era uno menor, el de las pequeñas rarezas. Y, en compensación, el del sentido común. Así que, cuando creó la sirena, creó la incredulidad. El dios, inspirado, comenzó a modelar los dos primeros caracoles. Sin estar terminados aún, los caracoles pelearon con ferocidad. El dios modificó su obra. Despojó aquellos cuerpos de durezas, les colocó la casa a cuestas y los volvió lentos, infinitamente lentos. El dios habló respetuosamente a la hormiga. Y la hormiga se agigantó hasta que estuvo a punto de aplastarlo. En ese momento, olvidó haberla siquiera imaginado. El dios sabía que si ordenaba a la túnica ser nueva otra vez, la rotura desaparecería. Pero, ¿qué estaría eligiendo? Agarró tela, aguja e hilo y, aunque detestaba coser, intentó el remiendo. El dios casi todo lo podía. Adivinar el pensamiento, no. Por lo que ante la duda razonable de si el acusado, allá en su conciencia, era culpable o inocente, sentenció: “Obre según el veredicto justo.” El dios había perdido una sandalia. No siempre conseguía explicarse los detalles, y pedirle que apareciera sería una prueba excesiva de poder. Entonces perdió la otra sandalia. El dios deseó la noche y la adelantó. Casi de inmediato concibió el eclipse y restauró el día para no permitirse obrar según capricho. El dios metió un gol pateando como cualquier humano. Y, tras desechar las angustias existenciales, reinscribió su nombre en la división divina. El dios diseñó el semáforo. Sólo luz verde y luz roja. De pronto recordó a los que violan las normas, a los auténticos anormales. Y de un tirón, añadió la luz amarilla. El dios dudó si deshacerlos. Sus dos criaturas más perfectas se amaban y, ya, ninguna fuerza los protegería del desamor. Dispuesto a desaparecerlos, volvió a dudar: sabía que el amor es riesgo pero, también, la única posibilidad de alguna plenitud.
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La historia del loco El loco pintó su raya. Y no la cruzó. A falta de razón, definía límites. El loco pensó la pecera. Eligió los peces dorados y los tragó sin dañarlos. Desde sí, iluminó. El loco cogió la sombrilla, la sostuvo en alto, y se quedó fuera para proteger su sombra del sol. El loco colocó la lupa entre su figura y el espejo. Y confirmó que su otro yo sería capaz de derrotar la soledad. El loco arrancó de la margarita sólo los pétalos del “no me quiere”. Reafirmó las palabras de amor a pronunciar. Y se supo tan completo como la flor. El loco convirtió el látigo en cinta e hizo un gran lazo al tigre. El loco ofreció una flor a cada persona. Mantuvo el ofrecimiento frente a las respuestas y a las no respuestas. Ya en casa tuvo otro parto silvestre de siemprevivas. El loco dibujó la jaula. Y abrió la puerta para que volara lejos su memoria. El loco se puso el montón de libros sobre la cabeza. Cerró los ojos. Se concentró. El loco comió los girasoles. En la noche se sembró a sí mismo. Y aguardó el amanecer. El loco grabó en su cerebro el paso de los segundos. Y sintió el tiempo, callada e interminablemente, para vivirlo. El loco no afiló la punta sino la goma del lápiz. Y, cuidadosamente, se dispuso a borrar el silencio. El loco diseñó el tiempo con símbolos imborrables: Cada estación como definitiva. El loco, en la noche, veía la claridad del día. El loco, para el espacio errante, eligió la estrella de mar. El loco vislumbró el lago no como el espejo sino como el reflejo del espejismo. El loco anidó en la morada de la cigüeña invocando un prodigio. El loco sabía que la tierra sólo era redonda por azar de tanto polvo convergente. El loco no ofertaba su razón en saldos. El loco nunca perdía la cabeza porque la anclaba a fuerza de soñar. El loco pensaba que una locura no realizada es un anhelo frustrado. Por eso construía castillos en el aire. El loco abordaba trenes con estaciones en arcoíris. El loco amó deseoso de que el amor le impidiera los desatinos de la cordura. El loco en la pista de baile giraba sobre un eje de dos. El loco, ante la perspectiva de ser devorado por el desamor, se encomendó a la antropofagia. El loco conjuró su soledad acariciando su imagen en el agua. El loco escribió poemas de amor y los dobló como barquitos de papel excitados de mar. 101
El loco, ceniza a ceniza, esculpía memoria de amor. El loco tropezón a tropezón inauguraba lo amado. El loco, preñado por la luna, dio a luz dos soles gemelos. El loco, antes de que fuera desamparo, impidió la desprotección al intuirla. El loco salvaba su corazón no sacándolo a subasta. El loco percibía que la desdicha es una suma de felicidades frustradas. El loco inútilmente, en vez de con monedas, pagaba con suspiros. El loco se sabía el solista del coro de su conciencia. El loco se desnudó para acrisolarse en el fuego de la cerilla. El loco se alababa para evitar a los demás ese desgaste. El loco, en la funeraria, se veló a sí mismo. El loco tocó el órgano de tres teclados y treinta registros para beatificar su razón. El loco, decidido a ser veraz, se suicidó públicamente al reconocer sus valores. El loco escribía un símbolo y preguntaba: ¿Vocal o cero? Y, cuando le respondían, precisaba: “Tal vez”. El loco, para equivocarse, acertaba. El loco registró la comunicación como marca de fábrica. El loco privilegiaba la tinta invisible para lo autobiográfico. El loco de vez en cuando acometía la tentativa de ser perfecto consciente de que se purificaba. El loco, con los despojos de su individualidad, se construyó un doble. El loco, sobre el tablero de ajedrez, salvó al último de los peones negros. El loco cada vez que veía un pavorreal lo contrataba como bufón. El loco detectaba los unicornios donde aparecieran. Y tuvieran o no un cuerno en la frente. El loco conocía a los otros humanos desde el desconocimiento de sí mismo. El loco puso su corazón en la línea de fuego al compartirlo. El loco perdía la cabeza cada vez frente a la bestialidad de la especie. El loco se tachó del calendario. El loco se acercó a la orilla y, para comprender la pesca, primero se imaginó anzuelo, después se imaginó pez. El loco prefirió, a la llave maestra, la rueda de la fortuna. El loco, convencido de su lucidez, imitaba el sonido de los búhos. El loco amarró su cordura a un cometa. El loco liberó en la bolsa el precio de su razón. El loco se concibió como un carrusel en línea recta. El loco esculpió montañas cavando en torno inmensas planicies. El loco afirmó que la tierra era el cielo y que el cielo era la tierra. Sin más. El loco tenía como horizonte la imaginación. El loco percibía a los fantasmas como interlocutores. El loco se sentía tan desprotegido respecto a su pasado que lo reinventó fabulándolo desde el presente. El loco privilegiaba al hablador sobre el vociferante. El loco se supo volar en la mirada de la 102
gaviota. Y fue cielo. Fue mar. Fue costa. El loco, de las malas hierbas, sólo vino. El loco en sus sueños construía casas para que las poblaran los duendes. El loco, con vocación de ola, no se dudó océano. El loco, habitante de la fascinación, se graduó como constructor de asombros. El loco, en la sucursal bancaria, pretendió obstinadamente que, al cambiar un cheque, en vez de dinero, le entregaran optimismo. El loco comprendió que la mentira era instaurar el infierno adentro, fuego reavivándose. Y dudó porque la verdad a ultranza era el infierno afuera. El loco en verano tenía un canguro de hielo y se refugiaba en su bolsa. El loco no conducía porque hoy por hoy a los conductores les es imposible garantizar la cordura. El loco, un día tras otro, regó las plantas del papel pintado de la pared hasta que las vio florecer. El loco, vegetariano convencido, mordió la manzana con tal delicadeza que dejó intacto al gusano. El loco contrató un seguro de muerte. Y no lo pagó. El loco cruzaba con la luz verde no por cumplir la norma sino por su disposición a la esperanza. El loco erró días enteros dentro de su dormitorio viajando por su destino, cuando salió fue arrestado por transgredir la ley contra la vagancia. El loco se subió de espaldas en la escalera mecánica para tener la sensación de que no se marchaba. El loco saltó del trampolín a la nube para aprender a flotar. El loco comió una rosa para proteger su cordura con espinas. El loco balanceaba una araña sobre la trompa de un elefante, y, como veía que se divertía, siempre buscaba a otra araña. El loco, en su decisión de comunicarse, al ser olfateado por el perro, le ladró. El loco podía hacer el tonto por motivos de ternura, lo que nunca hacía era el loco por motivaciones de imbecilidad. El loco puso ruedas en sus tacones y alas en sus guantes, todo para tener su propio transporte, después lo probó. Sí, lo probó. El loco se enlodaba de nieve aleteando como un pez. Tenía agallas. El loco acarició cada árbol del bosque para poseer el recuerdo inefable de su tacto cuando los talaran. El loco cuando consiguió despojarse de su piel de serpiente descubrió que podía tener otra o no, y prefirió tatuarse su personal diseño. El loco utilizaba el aro de bicicleta sin rayos como aureola. El loco admitió que su estricto sentido de la responsabilidad podía resultar insultante, pero, en vez de relativizarlo, profundizó en sus razones. El loco, como servicio a la comunidad, eligió escribir anónimas cartas de amor. El loco pintaba sus manos de blanco y entrelazadas las contemplaba volar. 103
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Las historias de la fugacidad En el ahorcamiento: la cuerda al cielo; cuello, pies, empequeñeciéndose. Antitabaquista, fuma el cigarrillo para eliminarlo. Armonioso, el picor de su ala lo rasca con su mano. Asexual, languidece. Tras el cataclismo, ellos aunque no hay terremoto lo que logran es sobrevivir. Tal su cualidad, que martilla con su cabeza para evidenciar carácter. Dañino, odia como virus. Dual, ronca y ya no vive. Flota: Q. Hábil, la abeja alcanza a sacar su aguijón. Impostor sin técnica, su garganta desafina al declarar su amor. Como indicio, entre las olas, flota su gorro. Cuando la inundación, nada en el agua de la gotera. Investigando descubre su corazón. Irreverente ama desempolvando el mundo. El límite está en que al girar la llave no vuelven a percibirse. Como mortaja, la enredadera no lo arropa. Opción: Les cuesta cumplir las normas. No son más que extremos. Paralelo: Abre el armario, penetra más allá. Cual parte, el marco se introduce ubicándose en la imagen como elemento. Simula nunca partir, viajó, viaja, viajará sin pasaje por los rieles de sus ojos. En la pesca, el pescador se traga el anzuelo del tiburón. Su realidad es que quien le arranca la oreja, sueña. La realización, lo real es el anhelo de beber el agua. Rectilíneo, se pierde las curvas. En su relación, el cristal se corta. Como remedio, come la flor en busca de buen aliento. Categoría de secuestro: Secuestra su conciencia. ¿El trauma? Que la pecera libera los peces mudos, y ahoga los sonoros. Relativo al turismo: Zumban. Causa de extinción del unicornio: No era para circos. Se cercena la garganta, sólo sale una bocanada de aire. Tal la vocación que el anzuelo desprecia el pez para seducir el agua. Analogía: Había una vez... La nada. Futuro: Habrá una vez… la vida.
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Las historias geométricas Autoinmolándose, la línea recta eligió circunvalar. Deslizándose hacia la cuadratura, la circunferencia perdió sus arcos sin presentir la metamorfosis. Dividiéndose, el cuadrado, en parto de trillizos, engendró rectángulos. Parricidas, los triángulos, para ser, descuartizaron el cuadrado. Obtuso, el ángulo recto, torpemente exhausto, se reclinó. En su rectitud, la curva se enderezó. Reduciéndose, el círculo, de tan poca cosa, quedó en punto.
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Las historias raras La fibra de vidrio está sobre la mano. La mano del brazo amputado. El brazo del cuerpo de vidrio. Cuerpo que perdió brazo y ojo encima de la mano. La fibra de vidrio con forma de ojo está sobre la mano. La mano del brazo amputado. El brazo del cuerpo donde la fibra de vidrio está sobre... Escala por cortinaje y viga hasta la enorme lámpara del salón. Se acomoda entre sus tubos y bombillas. Confía que, cuando alguien prenda la luz, el calor le recuerde la calidez de la chimenea de su infancia. Caso contario desenroscará una de las bombillas y acariciará ese vacío. Despojado, el camisón se acuesta sin el cuerpo. Se acomoda en la cama. El cuerpo lo contempla dos pasos más allá. Se desprende de la ropa y se deja caer. Desnudos, los brazos de uno y de otro se rozan. E, inmóviles, tal vez simulan disfrutar. Los ojos comen la boca que come las orejas que come el ruido de la nariz que aspira un grillo y no lo expira. El perro de caza persigue a la botella, desea atraparla y devorar su brillo. La botella se las ingenia para estallar un segundo antes y degollarlo. Los dos mezclan sus restos donde emergerá una flor carnívora. La taza se sumerge en el café con leche que la desborda. Se sumerge tanto que emerge en otro espacio. Uno donde queda sumergida. Uno donde no es la taza en la que alguien bebe, sino quien bebe oscuridad mientras no respira. Una copa sale de su oreja. El cristal estalla al contacto con el aire. Cae dentro de su boca que lo tritura. Es llorado por sus ojos. Las lágrimas moldean nuevamente el cristal tallándolo. Una copa sale de su oreja… Mastica la mano. Y no le gusta el sabor ni la textura de la carne. Escupe el dedo de en medio. Que cae recto y, por su base, se clava en el barro.
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Las historias instantáneas sin fin Las estrellas deciden con alevosía, de cuando en cuando, desaparecer del cielo. Incluso en la nocturnidad del cielo despejado logran no estar. Ah, las estrellas son estrellas aún si sólo existe su reflejo en el agua. Lo saben. Manipulan la noche, se van, se quedan. Las muy malditas se hacen desear. Antropofágicos, el reloj comienza a devorar sus manecillas mientras los números, en medio del ruido de la trituración, y a la vista, van acercándose unos a otros hasta fundirse en un abrazo compacto, inmordible. Las gafas se empañan en el túnel para consumar el asesinato. El colchón enrollándose como ataúd vuelve del todo innecesaria otra mortaja. La leche se convierte en zumo. Y, el zumo, en vino. Y, el vino, en agua. Sin duda lista para ser bebida. La azotea del rascacielos cava el túnel. El verde se niega a reaparecer como verde azul. Tampoco acepta reaparecer como verde gris. Nada por debajo de verdinegro. La cuchara nace con un agujero redondo en el centro. Sabe que será manantial. El autorretrato sale del marco. Y, descontento con su personalidad, le abofetea. El humo del cigarrillo, por propia voluntad, entra a la jaula. Y, en aquella celda, reposa. La sirena de la ambulancia escuchó la sirena y se sintió enmudecida, sabedora de que no le importaría nunca más abrir o no camino a las urgencias. El jarro muere de tristeza al no poder materializarse en barril, mientras otro jarro más pequeño lo sueña como modelo. La cama tiembla. Desierta, tiembla. Como cuando el colchón y la sábana hicieron el amor, temerosos, emocionados. El ventilador cae desde el techo, sus fantasías son de guillotina. En medio del encierro, finalmente, desaparece, la puerta. El fuego reta al mar a jugar a la ruleta. Para no ser tocada, el asa se sumerge en el agua hirviendo de la taza. El timbre del teléfono suena más largo que de costumbre. Al ser descolgado, el sonido se agiganta desde dentro del aparato. El zapato pierde el contacto con el calcetín, después que con el pie, y, por inverosímil, guarda el suceso como un secreto. La mesa en el centro, descentrada. Entre nivelar el suelo y mutilar la mesa eliminando las ruedas, elige esto último. La mesa vuelve y vuelve a aparecer descentrada. La rama está en el árbol perfi107
lada como varita mágica y a punto de destellar. Por el peso, La alfombra mágica se niega siquiera a intentarlo, percibe el exceso de ego. El dedo salta, el ventilador lo suma. La maleta vuela por la ventana. Sola. Nadie ha salido. La corbata afloja el nudo. Lo deshace. Le apetece ser soga de horca. Pero, por el momento, finge. El aparato telefónico se ahorca con su propio cable, rechazando la propuesta de los móviles de fundar un museo y acogerlo como reliquia. El cristal se convierte en espejo. Y, el reflejo, en realidad. Y, la realidad, en espejismo. Y el espejismo es el entorno en el que todo desaparece. El frasco de perfume se llena una y otra vez. De lodo. Sin procedencia conocida. El caballo contrae las gigantescas tablas de su vientre para triturar a los guerreros. Las estrellas deciden con alevosía, de cuando en cuando, desaparecer del cielo…
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ÍNDICE Serpiente con dos cabezas / Modulaciones narrativas Observan el abrigo / I / II, 7 Balón en la portería / I / II, 8 Gira, no gira / I / II, 9 Pájaros en el hombro derecho / I / II, 10 Cruzan / I / II / III, 11 Cabeza / I / II, 12 Zapatea / I / II, 13 Rojo / I / II, 14 Tramos / I / II, 15 Lo saben / I / II, 16 ¿Canguros? / I / II, 17 Serpiente con dos cabezas / I / II, 18 Redobles / I / II, 19 Tiempo de aguantar / I / II, 20 Semejante a una araña / I / II, 21 Desnudos, el sonido / I / II, 22 Gota retenida dentro del frasco / I / II, 23 Él que la ilumina / I / II, 24 El tren demora en partir / I / II, 25 En una de las tiendas de Jan el-Jalili/ I / II, 26 Sobre la terraza / I / II, 27 Panorama desde el pasillo / I / II / III, 28 Una nube contra el pecho / I / II, 30 Ya es para el invierno / I / II, 31 Más de setenta años / I / II, 32 Moneda / I / II, 33 Caminos / I / II, 34 La soledad de un hombre que está sentado / I / II, 35 Conciencia / I / II, 36 Cuarteto de percusión / I / II, 37 Cada tostada en compañía, 38 NARRATIVA MODULAR: CREACIÓN ABIERTA HASTA EL INFINITO, 47 109
Historias de historias para sobresaltos / Modulaciones narrativas HISTORIAS CON ESTRUCTURAS LITERARIAS NACIDAS DEL SISTEMA MODULAR DE CREACIÓN, 68 Las historias del escritor Tránsitos, 76 Intentos, 77 Estados, 78 La historia de la sirena, 79 La historia del ogro, 80 La historia del dragón, 81 La historia del lobo, 83 La historia del gato, 84 La historia de la urraca, 86 Las historias del tiempo, 88 Las historias del hombre y la mujer, 89 Las historias del hombre, 91 Las historias del hombre y la altura, 92 Las historias de a cuatro mujeres, 95 Las historias de a cuatro hombres, 96 Las historias sociales del Siglo XXI, 97 Las historias de los extravagantes, 99 La historia del dios lúcido, 100 La historia del loco, 101 Las historias de la fugacidad, 104 Las historias geométricas, 105 Las historias raras, 106 Las historias instantáneas sin fin, 107
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Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España). Reside en Madrid y ha residido por el mundo. Licenciado en periodismo, poeta y narrador, dramaturgo y creador escénico, con fuerte énfasis en lo experimental, escritor con cuarenta y nueve libros impresos (un número de estos con grandes tiradas en sus primeras ediciones, todas agotadas) que se inscriben en varios géneros y con cientos de miles de ejemplares distribuidos, a los que se han ido sumando otros en ediciones digitales difundidas hacia los cinco puntos del planeta; publicado por las principales editoriales de su país de origen y por otras prestigiosas de tres continentes. Entre sus numerosos libros impresos: Recopilación de textos sobre el teatro latinoamericano de creación colectiva (Casa de las Américas, 1978), Amor donde sorprenden gaviotas (Letras Cubanas, 1980), Cupido Juglar, el niño más travieso (Editorial Universitaria Centroamericana EDUCA, 1985), El arte (oral) escénico de contar cuentos (Frakson, 1991, y Ediciones del Ministerio de Cultura de Egipto, traducido al árabe, 1996), Teoría y técnica de la narración oral escénica (Páginas, 1995), Cuentos para un mordisco (OEYDM, 2001), Una historia improbable y otros textos (Ciudad Gótica, 2006), Cómo aprender a contar oralmente y a comunicarse mejor (Adagio, 2011), Los 1111 pequeños cuentos del hombre que amaba contar (COMOARTES, 2012), Normales los sobrevivientes (Matanzas, 2013), La pasión de contarlo todo (Adagio, 2013), Antología de Microficción Narrativa y Microficción / Microtextos: 50 formas literarias (COMOARTES, 2014); investigador y teórico de la oralidad, entre más especializaciones; condecorado gubernamentalmente, premiado en lo nacional e internacional y en varias profesiones; creador al que prensa y crítica internacional han dedicado elevados elogios (en España: ABC, El Mundo, El País, La Razón…), reúne magistralmente en este libro dos colecciones de riesgosa experimentación que profundizan en las más diversas temáticas y tocan sus cumbres: “Serpiente con dos cabezas” e “Historias de historias para sobresaltos”.
CARAVASAR LIBROS 111