© Tomás Jurado Zabala © Fundación Editorial el perro y la rana, 2014
Tomás Jurado Zabala
Centro Simón Bolívar, Torre Norte, piso 21, El Silencio, Caracas - Venezuela, 1010. Teléfonos: (58-0212) 7688300 - 7688399 Correos electrónicos atencionalescritorfepr@gmail.com comunicacionesperroyrana@gmail.com Páginas web www.elperroylarana.gob.ve www.mincultura.gob.ve Redes sociales Twitter: @perroyranalibro Instagram: editorialperroyrana Facebook: Editorial perro rana Youtube: Editorial El perro y la rana Soundcloud: perroyranalibro Google+: Editorial El perro y la rana
El Sapo Lengua de Trapo
Diseño de colección: Mónica Piscitelli ilustraciones: © David Dávila Edición: marjori lacenere corrección: ybory bermúdez diagramación: david dávila hecho el depósito de ley depósito legal: lf4022015800328 isbn: 978-980-14-2999-9
Ilustrado por David Dávila
Presentación Hay un universo maravilloso donde reinan el imaginario, la luz, el brillo de la sorpresa y la sonrisa espléndida. Todos venimos de ese territorio. En él la leche es tinta encantada que nos pinta bigotes como nubes líquidas; allí estuvimos seguros de que la luna es el planeta de ratones que juegan a comer montañas, descubrimos que una mancha en el mantel de pronto se convertía en caballo y que esconder los vegetales de las comidas raras de mamá, detrás de cualquier escaparate, era la batalla más riesgosa. Esta colección mira en los ojos de niños y niñas el brinco de la palabra, atrapa la imagen del sueño para hacer de ella caramelos y nos invita a viajar livianos de carga en busca de caminos que avanzan hacia realidades posibles.
El gallo pelón es la serie que recoge tinta de autoras y autores venezolanos; el lugar en el que se escuchan voces trovadoras que relatan leyendas de espantos y aparecidos de nuestras tierras, la mitología de nuestros pueblos indígenas y todo canto inagotable de imágenes y ritmos. Los siete mares es la serie que trae colores de todas las aguas; viene a nutrir la imaginación de nuestros niños y niñas con obras que han marcado la infancia de muchas generaciones en los cinco continentes.
La Cenicienta
Narrador:
En la plaza principal, que estaba de bote en bote, el noble emisario real gritaba a todo gañote.
Emisario Real:
Se informa a todo el reinado que el príncipe de Burlovia se ha puesto medio chiflado y ahora anda buscando novia.
Por eso esta tardecita, el rey Federico Ulacio dará una fiesta en palacio, a todas las señoritas.
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con sus dos hijas simplonas, y Cenicienta, la hijastra.
Narrador:
Aquel notición retumbó en toda la nación como un cañón.
Madrastra:
Y con la fuerza de un rayo se llenaron con presteza, en menos que canta un gallo, los salones de belleza. Les cuento que a todas estas, llegó como a ciento ochenta la noticia de la fiesta a casa de Cenicienta.
¡Qué alegría, qué emoción! ¡Qué ricura, qué delicia, se me salta el corazón con tan preciada noticia!
Arréglense pronto el pelo que se parece a un cabestro, que este bonche no lo pelo, pues ya ese príncipe es nuestro.
Narrador:
Y allí estaba la madrastra, que era una vieja jamona,
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Ambiciosa y delirante, aquella vieja canija pretendió casar la hija con un príncipe importante.
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Y en medio de una alharaca, atavió a sus dos pimpollos que más bonito era un bollo, más elegante una hallaca.
Y en ese mismo momento comenzó la moqueadera, pues le daba sentimiento sentirse de esa manera.
Mientras tanto, viendo lejos, la pobre de Cenicienta, toda llena de complejos toda sucia y harapienta,
Y tanto fue el lloriqueo, tan fuerte la llorantina, que presto como un correo lo supo el Hada Madrina.
vio cómo, alegres y ufanas, rumbo al palacio salían cantando sus dos hermanas de la vieja en compañía.
Y ¡cataplún! de repente aquí está el Hada Madrina que es como un aliciente más bueno que la aspirina.
Hada Madrina:
¿Qué te pasa, Cenicienta, que lloras de esa manera?
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Cenicienta:
Hada Madrina:
Que no me toman en cuenta mis hermanas retrecheras. Y con la vieja adelante volando van cual centellas a ver si le echan el guante al príncipe alguna de ellas.
Pues tate, tate que a esta también gusto vas a darte. Si lo que quieres es fiesta a la fiesta he de mandarte.
Cenicienta:
Pero mire, Hada Madrina, hay un problema, por cierto, que mucho me desanima y produce desconcierto.
Hada Madrina:
¿Y es eso lo que te aqueja?
Cenicienta:
Hada Madrina:
Pues claro, porque no es justo. Yo aquí como una perpleja y ellas tres dándose gusto.
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¿Qué será?, vamos a ver; suelta la prenda, mijita, que el bonche vas a perder si no te largas ahorita.
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Cenicienta:
Que dicho y no en cuchufleta, fíjese usted en mis trapos mis medias y mis chancletas a ver si no son harapos.
Narrador:
Y el Hada Madrina vio lo que la niña vestía y por poco no dijo fo del olor que despedía.
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Hada Madrina:
Estás más pobre que un fraile. En la propia carraplana, pero para ir al baile lo que hace falta son ganas. Así que pronto, mijita, vamos a echarle pichón. Vas a quedar tan bonita que no tendrás parangón.
Y así le dijo segura la madrina bondadosa:
Hada Madrina:
Narrador:
y del cristal de una copa le hizo las zapatillas. Y agarrando una lechosa y seis alegres ratones hizo una hermosa carroza con seis blancos percherones.
Que Dios te lleve, criatura, pero recuerda una cosa:
Y moviendo la varita con su mágico recurso transformó a la jovencita en una miss de concurso.
De princesa era la ropa, de diosa la gargantilla
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Que no te hagas ilusiones porque es pasajero el goce y este sueño queda nones cuando el reloj dé las doce.
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otras eran campesinas y se escondían de la gente.
Narrador:
Llegó al palacio al momento cuando el príncipe ya estaba rabiando de aburrimiento, pues ninguna le gustaba. Unas eran muy delgadas, otras eran regordetas, otras, varas espigadas, otras, de piernas cambetas. Otras eran muy calladas, otras eran hablachentas, otras, muy nalgasplanchadas y otras muy nalgasgrasientas. Unas eran muy sifrinas y hablaban como entre dientes,
Patizambas, narigudas, necias, bizcas, zalameras, motolitas, batatudas, estúpidas, rocheleras.
Total, una mazamorra que al príncipe disgustaba y en serio que ya pensaba, mandarlas largo a la porra.
Y de pronto, ¡qué grandioso!, el palacio se acrecienta cuando entró con paso airoso, al salón, la Cenicienta.
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Las mujeres se impresionan, la guardia se desconcierta y el príncipe en su poltrona queda lelo y boquiabierta.
Pero en seguida arremete como un vendedor de joyas y acercándose a la polla le da un beso en el cachete.
Príncipe:
Dios la guarde, señorita, por ser amable y bonita. Porque su cuerpo al andar tiene una gracia infinita muy difícil de igualar. Y hay en su alegre sonrisa una oblación que matiza la dulce paz de la tarde. Señorita, Dios la guarde.
Le expresa las ilusiones que su fresco amor refleja con estos versos ramplones en la pata de la oreja:
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Narrador:
El príncipe, bien contento con tan grata compañía, ni por un breve momento la música detenía.
Un valse bailó primero, pero al entrar en calor volumen dio al perolero para escucharlo mejor.
Y se armó la gran pachanga: joropos, salsas, fandangos, pasodobles, cumbias, changas, vallenatos y hasta tangos. Y él bailó de todo un poco nomás con la Cenicienta
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que en seguida se dio cuenta que de amor lo tenía loco.
Y en esas horas tan bellas que el destino los uniera fue soplar y hacer botellas, fue orégano la pradera.
El amor la encegueció al punto y de tal manera que no se acordó siquiera de mirar para el reloj.
Se había olvidado del Hada cuando en palacio escuchose las vibrantes campanadas que ya anunciaban las doce.
Cenicienta:
¿Las doce ya? ¡Virgen santa! Hasta aquí me trajo el río.
Príncipe:
¿Qué te sucede, amor mío? ¡Ahora es cuando el cuerpo aguanta!
Cenicienta:
De que aguante nadie duda, pero el tiempo se termina y se me ordena que acuda al lado de mi madrina.
Príncipe:
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Pero yo te necesito. Ya no sé vivir sin ti y si me dejas solito de pena voy a morir.
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El príncipe no comía, lloraba y pegaba gritos, no se bañaba y hedía a puro perro chiquito.
Narrador:
Pero el ruego se perdió como aguja en un establo, pues Cenicienta salió como alma que lleva el diablo.
Llamaron muy preocupados al doctor de cabecera quien dijo que aquello era cuestión de sumo cuidado.
Y en su alocada carrera como blanca cervatilla al bajar por la escalera se perdió una zapatilla.
Había que hallar la chamita que le había sorbido el seso, pues solamente con eso un mal como este se quita.
Transcurrieron siete días con inaudita pereza y en esa semana había en todo el reino tristeza.
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Por eso a toda carrera se desplegó una cuadrilla que por todo el reino fuera midiendo la zapatilla.
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A quien justo le quedara se le echara encima el guante y sin perder un instante al palacio se llevara.
Unas tenían juanetes, otras, duros los talones, la mayoría con ribetes producto de sabañones.
Y se formaron de inmediato colas largas y apretadas de chicas esperanzadas que les calzara el zapato.
Probaban allá y aquí sin éxito y sin fortuna, porque un zapatico así no le calzaba a ninguna.
Pues tenían en vez de pies unas patazas enormes, que eran gordas y deformes de talla cuarenta y tres.
Y después que ya probaron a tres mil ciento cuarenta sin esperanzas llegaron donde vivía Cenicienta.
Hermanastra uno: Señor secretario, a mí segurito que me queda.
Madrastra:
Por supuesto, hija, que sí, tú tienes los pies de seda.
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Secretario:
No discuto su opinión, tal vez tenga pies de seda, pero esto a usted no le queda ni que se moche el talón.
Hermanastra dos:
Si a mi hermana no calzó a mí sí me ha de calzar; no hay nadie en este lugar con unos pies como yo. Aunque ahora, lo confieso, están un poquito hinchados y quién sabe si por eso me queden algo apretados.
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Quizás, señor secretario, me estorbe un poco el talón ¡Ay, mamita, en el armario busca un poco de jabón!
Secretario:
Madrastra:
No te preocupes, primor, que el secretario ha de ver que tú eres la mujer que al príncipe dio su amor.
Lamento mucho, señora, la contraria a usted llevarle. A esta pataza de lora es imposible calzarle.
Hermanastra dos:
Ya le advertí, caballero, que están un poquito hinchados.
Madrastra:
Así que aunque no te luzca el secretario ya sabe que por pequeño y por suave es tu piecito el que busca.
Y usted probó muy ligero. Pruebe otra vez con cuidado.
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Secretario:
Narrador:
Aunque probara mil veces mil veces verá que aprieta, ¿no le ve el pie que parece el de una vaca maneta?
Madrastra:
Y en ese instante de luz Cenicienta apareció y el hombre apenas la vio casi le da un patatús.
Secretario:
Porque calzaba coqueta, a pesar de vestir mal, un zapato de cristal y en el otro una chancleta.
Madrastra:
El secretario, saltando ágilmente como un gato, le puso el otro zapato y dijo tartamudeando:
¿Y si probara con grasa? Igual sería de infructuosa. Dígame, doña, una cosa: ¿no hay nadie más en la casa?
No. Solo mis dos hijitas, una lora y cuatro gatos y una tonta muchachita que friega y lava los platos.
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Secretario:
Cenicienta:
¡Por Cristo crucificado! Vamos corriendo, muchacha, antes que estire la pata el príncipe enamorado.
Pero es que me da vergüenza llegarle con esta facha.
Secretario:
Que no, mijita, respondo, ¿no ves que si no me apuro al príncipe por lo hediondo se lo llevará un zamuro?
¡Ligero, vamos ligero! Muchachita, ven conmigo.
Cenicienta:
Narrador:
Ay, yo quisiera, mi amigo, darme un bañito primero.
Secretario:
¿No hay forma de que te convenza que ya no hay tiempo, muchacha?
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Y así llegó Cenicienta al palacio nuevamente, pero ahora se presenta con harapos malolientes.
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Con un abrazo grandote sellaron el compromiso: el príncipe dijo: ¡Fote! y ella dijo: ¡Fo, carrizo! Pero a nadie eso importó porque lo bueno, en el fondo, es ver que el amor triunfó muy a pesar de lo hediondo.
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La Caperucita Roja
Narrador:
La Caperucita Roja, un cuento medio indecente donde un lobito se antoja de alimentarse con gente.
Pero que luego al final se le aparece una anciana que deja al pobre animal como le da la real gana.
Madre:
Rápido, niña, en seguida.
Caperucita:
Madre:
Dime, Madre, ¿irás conmigo? Hijita, qué más quisiera ir a su casa contigo, pero ¡ay!, esta gripe fiera me tiene como un castigo y dime tú, ¿si lloviera?
Caperucita:
Prepara, Caperucita, la cesta con la comida.
Caperucita:
Madre:
¿Voy a casa de abuelita?
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Mejor te quedas, mejor reposas que cuando puedas ya es otra cosa.
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Madre:
Ve tú, querida, y dile a la Abuelita que ahí con la comida le mando otras cositas: una naranja pelada, un dulcito de batata, un frasco de mermelada y una Coca~Cola en lata.
Caperucita (Tomando el peso de la cesta):
Madre (Tomándole también el peso a la cesta):
Narrador:
¡Demonio!
Madre (Alarmada):
¿Qué pasa, Caperucita?
Caperucita:
Que igual que un matrimonio pesa esta cesta bendita.
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La verdad que está pesada, y como el calor aprieta mejor la llevas montada atrás en la bicicleta.
Y así la alegre damita, tarareando una opereta se fue a casa de Abuelita montada en su bicicleta. El paisaje era tan bello y tanta gracia tenía, que para mirar aquello la niña se detenía. Aquí agarraba una flor, allá una matica extraña acullá un cundiamor y de este lado una araña.
Narrador:
Allí, en la pata de un pino, vio un picure meditando, mientras al lado un cochino estaba gozando hozando. Por estar entretenida, como una gafa mirando, no miró cuando a escondidas venía una sombra saltando.
¿Y saben qué sombra era? ¡No lo saben, no, por Dios! Era una sombra muy fiera, pues era el Lobo Feroz.
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El Lobo Feroz (Mirando por detrás de un árbol y sobándose la panza):
¿De qué mi panza se antoja que me impulsa con locura? De esa Caperuza Roja que ya se cae de madura.
(Haciendo su maléfico plan para clavarle el diente a la pobre muchachita). Me acercaré y le hablaré, le infundiré gran confianza y al final la meteré de un solo lepe en mi panza.
Narrador:
Con esa intención malsana el Lobo hacia ella avanza y ahí su cariño gana y conquista su confianza.
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El Lobo Feroz (Hablando bien meloso y con mucha finura, pareciera más bien un lobo educado, que es lo que, precisamente, hace caer a la Caperucita en la trampa): ¿Y podría por ventura saber, si usted no se enoja, qué hace en esta espesura la Caperucita Roja?
Caperucita (Cayendo como una tonta en la trampa que le estaba poniendo el Lobo Feroz): Voy a casa de Abuelita, en la entrada del poblado. Por saber que es más cerquita, me vine por este lado.
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El Lobo Feroz (Aprovechando que la muchachita no desconfía de él,
intenta hacerla que siga su camino por un sitio diferente, y por eso le pregunta): ¿Conoces bien el camino?
Caperucita:
Seguro, señor, seguro.
El Lobo Feroz:
Pero si tienes apuro en llegar a tu destino, yo conozco una vereda más fresca, más bonita, que termina donde queda la casa de la Abuelita.
Es un camino seguro, sembrado de margaritas, bien clarito, nadita oscuro... ¿Quieres ir, Caperucita?
Caperucita (No tanto por la desconfianza, sino porque está acostumbrada a obedecer a su mamá en todo, le contesta): Gracias, eres muy fino, pero mamá me alertó que no desviara el camino que hace rato me indicó.
El Lobo Feroz (Aceptando que cada cual vaya por su lado):
Entonces, niñita, vamos, ven, te apuesto una carrera.
Caperucita:
Pues dime tú, ¿qué apostamos?
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El Lobo Feroz:
¡Caramba! lo que tú quieras.
(El Lobo Feroz, que no sabe nada de matemáticas porque jamás ha ido a la escuela, pero que sí sabe de tracalerías, hace rápidamente la cuenta y calcula que llegará antes que Caperucita).
Y cada cual, por su lado, cruzará el bosque severo hasta llegar al poblado. Gana quien llegue primero.
Caperucita (Muy entusiasmada porque, como va en bicicleta, cree que ganará la carrera): Pues, hombre, aceptado, ¡apuesto! Preparados ya los pies,
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cada cual vaya a su puesto, a la una, a las dos, a las tres...
Narrador:
Y pronto dan la señal. Cada cual la mocha mete: sale ella dando pedal y el lobo como un cohete.
Ante tan fuerte carrera, queda corta la campiña y mira ¡quién lo creyera, cómo se esfuerza la niña! Cómo corre, casi vuela, es avión la bicicleta que zumba rumbo a la abuela para conquistar la meta.
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El Lobo con sus patazas, más veloz que una gacela, llegó primero a la casa donde habitaba la abuela. Rápido se aproxima, se asoma por la ventana y observa que en la cocina está dormida la anciana.
El Lobo Feroz (Viendo a la Abuelita que ronca como un angelito, se pone más alegre que un orfeón): ¡Qué suerte!, duerme la vieja. Y se ha quedado dormida, sosteniendo la bandeja donde sirve la comida.
Encerraré a la Abuelita como lo manda la ley,
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y al llegar Caperucita voy a meter doble play.
a la viejita dormida la encerró en la vitrina.
Con ají, ñame y topocho, con arroz y con arveja voy a comerme en sancocho bien calientito a esta vieja. Y de postre, cosa buena, sin que me cause bochorno, voy a completar la cena con Caperucita al horno.
Y se fue al cuarto corriendo, y se puso una pijama, y fingió estar durmiendo estiradito en la cama. “Ya llegó esa zoqueta”, dijo aguzando el oído cuando oyó la bicicleta frenando con un chirrido.
Narrador:
El Lobo Feroz (Parando las orejas, como lo hacen los lobos para oír mejor):
Y sin perder un minuto, aquel malvado animal, malvado, pero no bruto, armó su plan criminal. Se aproximó en seguida y llegando a la cocina
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Ya llegó la niña boba. Y cuando pase adelante, y se me acerque a la alcoba, le voy a poner el guante.
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Caperucita (Que ha llegado a la puerta de la casa de la Abuelita, se pone a llamarla creyendo que el Lobo aún venía en camino, o se había devuelto): ¡Abuelita, Abuelita!
El Lobo Feroz (Aflautando la voz para que Caperucita se tragara la coba): Ya voy, mijita. ¿Quién es?
Caperucita:
Abuela, es Caperucita.
El Lobo Feroz:
¡Ay, mijita! Pasa, pues. Pasa, pues, Caperucita, que a mí me duelen los pies, pasa adelante, mijita.
Caperucita (Alegre se acerca al Lobo creyendo que es la Abuelita, le
da un beso y, en seguida, nota el mal olor que despide, y no dice fo porque es mala educación y porque se trata de su Abuelita, pero estuvo a punto de decirlo): ¿Has estado enferma, abuela? ¿Tienes días que no te bañas? ¿Tienes algo que te duela? Es que yo te noto extraña. Tienes un color tan mal y hueles de tal manera que hiedes como animal que orina en su madriguera.
El Lobo Feroz (Fingiendo la voz de la Abuelita, no le da pena lo que le dice Caperucita, porque vaya usted a creer que estos bichos tienen pena): Es que me unté una loción que me ha dado el curandero, para el mal del corazón y este cansancio severo.
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Caperucita (Fijándose bien en la Abuelita y comenzando a sospechar que ahí había lobo encerrado): ¿Por qué noto que tus ojos tienen un raro fulgor?
El Lobo Feroz:
Los tengo grandes y rojos para mirarte mejor.
Caperucita:
¿Y tu nariz? es oscura y sucia como una papa.
Son guantes para abrazarte y acariciarte mejor.
Caperucita:
¿Y esas orejas puyudas de caballo trotador?
El Lobo Feroz:
Las orejas puntiagudas son para oírte mejor.
Caperucita:
Es para oler la frescura que de tu pelo se escapa.
¿Y esa bocota, Abuelita, con dientes de tiburón?
El Lobo Feroz:
Caperucita:
El Lobo Feroz:
El Lobo Feroz:
Y esas manos al mirarte me causan hondo pavor.
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Mis dientes, Caperucita, para yo comerte son.
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(Y el animal se lanza sobre Caperucita y, rápidamente, entra de nuevo el Narrador que se había escondido detrás de un tinajero).
Narrador:
Y sobre Caperucita salta el lobo traicionero, la niña se asusta y grita con terror y desespero. Y aquel alboroto es tal que se mezcla confundido el rugido del animal y de la niña el gemido.
Caperucita (Gritando como una
¡Auxilio, auxilio, Abuelita, me come el Lobo Feroz!
cotorra, asustada):
Narrador:
Grita la Caperucita con el miedo más atroz. Aquel fuerte grisapón llegando hasta la cocina golpea como un cañón la puerta de la vitrina.
Y despertando esa tigra de su sueño placentero ve que su nieta peligra seguida del lobo fiero.
La Abuelita (Adoptando una pose de combate):
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¡Quieto, Lobo Feroz! Vete a tu bosque ligero, o antes de que cuente dos vas a dejarme el pelero.
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Narrador:
La Abuelita se abalanza sobre aquella enorme fiera y le propina en la panza una patada certera.
Luego le da un puñetazo con tanto impacto en la jeta que lo echa de platanazo y le da una pataleta.
Porque el lobo no sabía, como no lo sabes tú, que aquella abuela tenía cinta negra en Kung Fu.
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La Abuelita (Más caliente que plancha de chino, porque métase usted con
ella, pero no con su nieta, ¡carrizo!): ¡Párate, lobo cobarde, que yo te juro por Dios que antes de caer la tarde te voy a partir en dos!
Narrador:
Y agarrando por el talle al animal desmayado lo tiró para la calle y este cuento ha terminado.
(La Abuelita, cuya rabia ha ido en ascenso, arremete con furia para rematar al lobo). Te voy a quitar lo fiero con una enorme paliza y voy a hacer con tu cuero el cuello de una camisa. Y si acaso sales de esta, y este susto se te quita, recuerdes que se indigesta quien come Caperucitas.
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La Princesa Teresa y el Sapo Lengua de Trapo
ocasión de ver televisión. Y suspiraba cuando cantaba, porque una pena como una hiena le atormentaba.
Narrador:
En el país de María Castaña que es un hermoso lugar con valles y con montañas, con ríos, selvas, con mar, con cocodrilos y arañas, sucedió algo singular que hoy te quiero contar:
¿Sabes por qué? Te lo diré.
En este lugar tan singular vivía la Princesa Teresa, una jovencita muy bonita que día a día no perdía
Porque estaba enamorada de un Sapo Lengua de Trapo. Y por la mañana de paz soberana,
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el Sapo Lengua de Trapo. Y la princesa con gran sutileza metía su mano en el sucio pantano, levantaba al Sapo Lengua de Trapo y con un pañuelo azul como el cielo muy tierna y despacio limpiaba al batracio y ¡chass! al instante, dulce y delirante, con amor ferviente en la sucia frente con ciego embeleso le estampaba un beso.
y al mediodía de brisa muy fría, y al atardecer de tibio placer, en los tres momentos con pasitos lentos de su fortaleza salía la princesa. ¿Sabes adónde iba la preciosa altiva? Espera y verás que ya lo sabrás. Se iba al pantano donde un marrano su charca tenía pues con él vivía
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¿Te interesa conocer este extraño proceder de la Princesa Teresa? Al momento te lo cuento. Ella creía que algún día el Sapo Lengua de Trapo se libraría de la hechicería y en un dos por tres volvería otra vez a ser el gallardo
Príncipe Leonardo. Transcurrió un año de aquel extraño amorío y ni pío decía el Sapo Lengua de Trapo. Solo croar,
hacían un carrizo contra aquel hechizo.
solo saltar. Solo saltar y croar en el pantano junto al marrano y solo por eso se ganaba un beso en la mañana de paz soberana, y al mediodía de brisa muy fría, y al atardecer de tibio placer.
Pero un día todo cambiaría. ¿Sabes qué pasó entre aquellos dos? ¿Lo quieres saber? Te lo explicaré. En una mañana de paz soberana la linda princesa, con honda tristeza, llegó al pantano, extendió la mano y al sacar al Sapo
Y así la princesa moría de tristeza porque ni sus besos ni sus embelesos
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corriente de amor, y sintió un dolor tan fuerte tan fuerte que la misma muerte como un aliciente deseó impaciente.
Lengua de Trapo contempló en sus ojos cándidos sonrojos. Sus ojos saltones como dos mamones tenían la angustia de cayena mustia, y allá en sus pupilas como aguas tranquilas la resignación de su corazón azul se escondía con gran rebeldía.
Contempló a su preso de angustia poseso y cuando ya loca acercó su boca para darle un beso... ¡Metió el retroceso! ¿Qué pasó, qué pasó? ¿El embrujo terminó? ¿El hechizo se deshizo?
Vio en su mirada la desesperada
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Lengua de Trapo, como un retintín desde el jardín escuchó una voz suave y veloz que le decía con cortesía:
¿El puerco marrano le mordió una mano? ¿Llegó la hechicera y como una fiera de un solo escobazo le arrancó un brazo? Muchas cosas juntas me preguntas. Así que seguiré y el cuento concluiré:
Príncipe Leonardo:
Teresa, Teresina, no seas cochina. Déjate de ese capricho y tira al charco ese bicho que juegue con el marrano y tú lávate la mano porque te vengo a buscar.
Cuando la Princesa Teresa en ese día se disponía a besar al Sapo
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Aquí te traigo el ajuar, la corona y el anillo y un ramo de malojillo pues no encontré de azahar, y yo querida Teresa por ti perdí la cabeza y me he venido a casar.
¿La bruja no te hizo las malas jugadas de darte patadas y de un fuerte sopapo convertirte en sapo?
Narrador:
Y respondió el gallardo Príncipe Leonardo:
Princesa Teresa:
¡Oh, mi Príncipe Leonardo, tan audaz como gallardo!
Príncipe Leonardo: Cuál patada ni qué nada. Qué sopapo ni cuál sapo.
Narrador:
Exclamó con sorpresa la Princesa Teresa.
¿Tú te creíste esos cuentos Teresa de mis tormentos?
Princesa Teresa: ¿No hay tal hechizo?
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¡Qué bruja ni qué cuerno ni qué diablo del infierno! Hace un año no venía porque plata no tenía, y el que se casa quiere casa. Fue así que me fui por ahí a trabajar, a tratar de ganar
Fui buhonero, fui betunero, fui buen rapero, y luego charro, fui lavacarro, fui curandero, fui misionero, fui periodista y contrabandista. Y ahora quiero ser exsoltero.
y de ahorrar. Primeramente, como indigente vendí cidís, luego, en Choroní tosté maní, en Caracas toqué maracas, en Tucupita vendía estampitas, allá en Valencia hice suplencias, en Aragua cargaba agua, en el sur vendí cambur y en oriente vendí aguardiente.
Narrador: Y al oír aquello tan bello la Princesa Teresa las palmas batía de alegría
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como un colibrí diciendo que sí. Y ese domingo cantaron bingo con voz triunfal en la catedral. El cura dijo... no sé qué dijo, pero bendijo en su sermón aquella unión de la Princesa Teresa y el gallardo Príncipe Leonardo. Y los esposos llenos de gozo
en el caballo bayo se disponían con alegría a ir en él en luna de miel. Y la Princesa Teresa dijo al gallardo Príncipe Leonardo:
Princesa Teresa: Llévame a la charca de la comarca. Antes de irme quiero despedirme del Sapo Lengua de Trapo.
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Narrador:
tenga por cierto que es sapo muerto.
Príncipe Leonardo:
Y si lo evita, o si resucita, de este consorcio yo me divorcio. Porque Teresa, en mi cabeza no quiero ciencias ni prominencias.
Y Leonardo de inmediato cara puso de araguato y exclamando: ¡Zape, gato! ¡ñaragato! dijo: Teresa ¿qué broma es esa? Yo le aseguro, por Dios le juro que si regresa a la charca esa y usted, Teresa, al sapo besa, el sucio Sapo Lengua de Trapo,
Narrador:
Y entonces la Princesa Teresa con alborozo besó a su esposo y cabalgando con él
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en el corcel emprendieron el camino hacia el nuevo destino.
Y al otro día quién lo creyera, aún tenía la borrachera.
Y todos fueron felices y comieron perdices.
Y colorado, colorín el cuento llegó a su fin.
Hasta el Sapo Lengua de Trapo puso una fiesta con una orquesta. Cantó un buen rato el vallenato, bailó roqueras, cantó rancheras y a tomar vino obligó al cochino la noche entera.
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Ă?ndice La Cenicienta 7 La Caperucita Roja 43 La Princesa Teresa y el Sapo Lengua de Trapo
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EDICIÓN DIGITAL febrero DE 2016 CARACAS - VENEZUELA