organizan
editan Ayuntamiento de Gijón y FMCyUP Gijón, en colaboración con Empresa Municipal de Servicios de Medio Ambiente Urbano de Gijón, Empresa Municipal de Aguas de Gijón y Jardín Botánico Atlántico diseño, maquetación e ilustraciones © Juan Hernaz (www.juanhernaz.com), 2013 corrección ortotipográfica y de estilo Marina Lobo revisión de textos en asturiano Oficina Municipal de la Llingua de Xixón imprime Gráficas Covadonga DL AS 1012-2013
impreso en papel reciclado Igloo 140 gr/m2
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Me complace presentar este libro en el que se publican los relatos premiados en el “II Certamen de cuentos sobre medio ambiente”. Cada cuento de este libro, cuidadosamente ilustrado, nos transmite una historia que nos permite valorar el talento y la imaginación de su autor. Cada relato nos enseña los valores ambientales que todos debemos tener en consideración para cuidar y conservar la Tierra, nuestro planeta, que es “la casa” de todos los que vivimos en ella.
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Quiero felicitar y agradecer a todos los niños y niñas que han concursado, a los centros escolares y a los profesores así como a sus padres su apoyo y entusiasta acogida de esta segunda convocatoria del certamen, deseando que este libro sea un bonito premio y recuerdo de su participación.
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Gijón, 5 de junio de 2013
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Mención especial El sombrero gris Laura Casillas Corredor Patronato San José, 2º A
Mención especial La rosa mágica Claudia Redondo Caunedo Colegio Virgen Reina, 2º
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C.P. Montiana, 1º
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3er premio La granja de Belén Irene Martínez Rodríguez
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2º premio Miguel y el campo Borja Vidal Alex
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1er premio Nun valtéis los nuesos árboles Arturo Chamorro Mouriz
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1er premio El alucinante viaje de Botellín Olaya Vega García C.P: Severo Ochoa, 4º B
2º premio Los colores de Zakia Carla Tolivia Vigil C.P. Atalía, 4º B
3er premio El mar tiene tos Claudia Casillas Corredor Patronato San José, 4º B
Mención especial La playa de San Lorenzo Carlos Sanchis Rey-Stolle Colegio La Asunción, 4º C
2º premio Alicia en el país de la Naturaleza Adelaida García González C.P. Miguel de Cervantes, 5º A
3er premio Mi amiga Tierra Daniel García Suárez C. P. Río Piles, 5º A
Mención especial El descubrimiento de Peka Eva Rodríguez Rodríguez Colegio Virgen Mediadora, 5º A
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Colegio La Asunción, 5º A
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1er premio ¡Jorge, sí reciclas! Carlota Collada Cases
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1er premio Más allá de las Maravillas Alicia García Ramos Colegio Ursulinas Alter Vía, 1º B
2º premio Un nuevo amigo Gonzalo García Fernández Colegio Corazón de María, 1º D
3er premio Mil maneras de amar la naturaleza Llara Almajano Paramio Colegio Corazón de María, 2º C
Mención especial Los jardines reales Paula Alonso García I.E.S.Mata Jove, 2º C
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Nun valtéis los nuesos árboles Arturo Chamorro Mouriz 2º premio
Miguel y el campo Borja Vidal Alex 3er premio
La granja de Belén Irene Martínez Rodríguez Mención especial
El sombrero gris Laura Casillas Corredor Mención especial
La rosa mágica Claudia Redondo Caunedo
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Nun valtéis los nuesos árboles Arturo Chamorro Mouriz C.P. El Llano 2º B
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sta ye la historia d'unos paxarinos que cada añu volvíen del Sur, colaron pa nun pasar el fríu del iviernu y agora tornen col calor de la primavera. Y a primeros del mes d'abril punxéronse a buscar el so ñeru pero por más que lu buscaben nun lu atopaben. Escaecióseme cuntavos que los paxarinos d'esti cuentu llámense Ánxel y Rosalinda. Rosalinda púnxose permurnia porque-yos quitaren el so ñeru y nun teníen ñeru pa les sos críes. Ánxel díxo-y que nun s'esmolecieren qu'él fadría un ñeru nuevu en mui pocu tiempu. Primero escoyeron un árbol, llueu Rosalinda foi a buscar ramines y fueyes. Y a lo último ficieron el ñeru más guapu del mundu (polo menos pa ellos). Rosalinda púnxose percontenta cuando Ánxel-y enseñó'l nuevu ñeru termináu. Yá teníen casa pa los sos nuevos paxarinos. Llegó'l fríu y colaron pal Sur. Al regresar al añu siguiente pasó-yos lo mesmo y el siguiente y asina cinco años más hasta'l sestu añu, díxo-y Rosalinda a Ánxel: - Yo quedo equí. - ¿Por qué? - entrugó-y Ánxel. - Porque nun quiero que nos quiten el nuesu ñeru - retrucó-y Rosalinda. - Tu lleves les críes al Sur pa que nun pasen fríu y llueu tornes - díxo-y ella. 18
Asina foi como al quedase descubrió que nun-yos quitaben el ñeru sinón que-yos valtaben los árboles. Y cuando Ánxel volvió atopó'l so ñeru y a Rosalinda sanos y salvos. - ¡Uf! menos mal que tais bien - díxo-y Ánxel a Rosalinda. - ¡A que sí, esos homes vinieron y valtaron árboles! - díxo-y Rosalinda a Ánxel. Llegó un día na seronda nel qu'un neñu pasaba pela viesca y vio qu'unos cuantos homes diben valtar un árbol enllenu de ñeros y a él nun-y gustó nada de nada, asina que púnxose delantre d'ellos y díxo-yos: - Parái de valtar los árboles o si non tendréis que pasar penriba mio. Y los homes nun queríen pasar penriba del neñu, asina que colaron de la viesca y nun volvieron más a cortar lleña. Y los paxarinos de la viesca punxéronse percontentos de qu'apaeciera esi fin de sópitu, asina punxéronse a esnalar pipiando. Ánxel y Rosalinda pudieron volver a llevar xuntos a los sos paxarinos al Sur y cada primavera regresaben y lo primero que facíen yera dir ver al neñu y cantar na so ventana, llueu diben pa la viesca, al so ñeru y cada añu ye'l mesmu. Solo-y faen unos pequeños retoques. Son unos paxarinos mui felices y la viesca asturiana paez-yos que ye de les más guapes por eso tarán perequí siempre. 19
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Miguel y el campo Borja Vidal Alex C.P. Montiana 1ยบ
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rase una vez un niño que se llamaba Miguel. Miguel vivía en una casa de campo con muchos animales. Tenían un cerdo que se llamaba Dinamita, vacas, conejos, ovejas y perros. También tenían manzanos, limoneros y una figal enorme que se llenaba de higos.
Al lado de su casa había muchos carvayos y un riachuelo con peces pequeños. Miguel cuidaba de los animales y lo pasaba bien. Un día el niño bajó a ver si el manzano había brotado, pero no tenía manzanas. Estaba lleno de diferentes juguetes: coches, motos y un tractor. ¡Oh! Muy sorprendido, los cogió y se puso a jugar. Lo pasó fenomenal. Miguel siguió caminando y se encontró con el limonero. Pero tampoco daba limones sino lápices de colores. Más adelante vio la figal, que no daba higos sino televisores. Al llegar al río, se quedó paralizado: no llevaba agua sino chocolate. El niño se tiró al río y se bebió el chocolate. Cuando estaba ya harto, fue a echarse al prado, pero allí no había hierba. Lo que salía de la tierra eran chuches. Miguel estaba feliz, pero cuando se dio cuenta de que no podía lavarse las manos ni desayunar fruta, se puso triste. Llevó las vacas al prado, aunque no podían comer. Miguel se puso colorado y dijo: —A mí me gusta la naturaleza como antes, con el prado verde, las vacas que dan leche, el río cristalino, los árboles con fruta y con pájaros en las ramas. Fue entonces cuando Miguel se cayó de la cama. Al asomarse por la ventana, vio que los árboles tenían fruta y los pájaros estaban en las ramas. —Me gusta la naturaleza como siempre —y se sintió feliz. Todo había sido un sueño.
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La granja de Belén Irene Martínez Rodríguez C.P. Montiana 1º
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rase una niña llamada Belén que tenía una granja y una huerta donde plantaba lechugas. Un día, al llegar la noche, Belén cenó, se lavó los dientes y se fue a la cama. Por la mañana, después de desayunar, marchó al colegio. Cuando volvió, quiso ir a ver sus lechugas y se fijó en que eran espejos. ¡Oh! No había lechugas. ¡Eran espejos! Belén se miró en uno de ellos y se preguntó: «¿Cómo voy a arreglar estas lechugas?». Al apoyarse en uno de los espejos se encontró en otro mundo. El mundo de Veranolandia. En Veranolandia siempre era verano. Pero pasaron unos cuantos días y ese mundo empezó a contaminarse. El bosque comenzó a quemarse y había mucho humo. A Belén no le gustaba nada estar allí y quería volver a casa. Después del incendio, comprobó que no quedaban animales. Estaban todos muertos. No había ni una planta, ni un microbio. Se puso muy triste y pensó: «¿Quién habrá quemado el bosque?». De repente, vio el espejo con el que había llegado a Veranolandia. En él pudo ver a un señor que, sin querer, no había apagado bien una hoguera. Belén preguntó al espejo dónde estaba aquel señor y el espejo le dijo que al final de la calle. Fue a buscarlo y llevó hasta el bosque al señor, que se quedó muy triste al verlo. Como ya quería volver a casa, a Belén se le ocurrió que, si plantaba más semillas, quizá saldrían espejos mágicos y así podría regresar. Empezó a plantar semillas, semillas y más semillas. Con agua y luz, las plantas crecieron y crecieron. Había manzanos, limoneros, perales, pinos, abedules, robles… y en la huerta lechugas. Más que contenta, la niña quedó asombrada. Pero seguía queriendo volver a casa. Entonces encontró otro espejo, del que salió un camello muy raro con seis jorobas, cola de treinta metros, nariz de payaso, ojos saltones y pico de pájaro.
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Al montar en él, encontró debajo del pelo una carta que decía: «Pasa por un pantano asustadizo, da diez pasos y entra en una cueva; por último, un bosque encantado cruzarás y a tu casa llegarás si encuentras a una persona que cuide la naturaleza.» Al pasar por el bosque, Belén encontró a una alegre niña y le preguntó: —¿Cuidas la naturaleza? La niña contestó: —Sí, recojo la basura que tiran los que pasan por aquí. De repente, Belén se encontró en su casa. Cuando su madre volvió después de trabajar, le dio un abrazo muy fuerte. Colorín colorado… de viaje las dos se han marchado. 27
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El sombrero gris Laura Casillas Corredor C. Patronato San José 2º A
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ra otro día más en Wachiti. Cada habitante de la ciudad iba a su trabajo, al colegio, a comprar… pero algo había cambiado. Sobre sus cabezas tenían una niebla espesa que les impedía ver el sol. Pasaron el día esperando que lloviera, pero no lo hizo. Todos miraban al cielo pensando que solo era otro día nublado más, deseando que al día siguiente hiciera sol, tal y como habían dicho en la televisión. ¡Ring, ring, ring! —sonaban los despertadores y todos se pusieron en pie para empezar un nuevo día. Al salir de sus casas vieron que de nuevo estaba nublado. —¡Qué es esto! ¿Hoy tampoco podremos ver el sol? —se preguntaban los wachitianos. —Seguro que llueve y por fin se van estas nubes —decían algunos. Pero no llovió. Se hizo de noche y el cielo seguía cubierto. ¡Ring, ring, ring! —era el sonido de sus despertadores. Todos corrieron a mirar por las ventanas y su sorpresa fue que otra vez volvía a estar nublado, pero algo extraño estaba sucediendo. Cada vez había más niebla, casi no se podían ver unos a otros y se asustaron. ¡Oh! ¡Esto no es normal! Empezaron a imaginar cómo sería vivir sin ver el sol.
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Un grupo de personas se dio cuenta de que lo que les invadía no era niebla sino el humo de las fábricas, de los coches, el polvo y la contaminación. Tenían que hacer algo para volver a la normalidad. De lo contrario, todo se moriría. Se reunieron para decidir qué hacer para que el sol volviera a verse. —Hay que parar todos los coches, los camiones, los autobuses; hay que cerrar las fábricas hasta que el humo se haya ido. —¿Y después? ¿Qué haremos? —preguntó uno de ellos—. Si seguimos contaminando, dentro de poco volveremos a estar otra vez igual. —¡Ya lo tengo! A trabajar iremos andando o en bicicleta y para las fábricas haremos un combustible que no contamine. —¡Manos a la obra! Todo se paró esperando que al día siguiente el sombrero gris que cubría Wachiti fuera desapareciendo. ¡Ring, ring, ring! —un día más, los despertadores sonaron y todos pudieron comprobar que entre el humo empezaban a verse los rayos del sol. Muy contentos, se pusieron a trabajar para que no volviera a ocurrir nunca más que la ciudad se quedara triste y oscura.
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La rosa mรกgica Claudia Redondo Caunedo Colegio Virgen Reina 2ยบ
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abía una vez una niña llamada Claudia a la que le gustaban mucho las plantas. Un día fue a una tienda a comprar semillas de rosas. Cuando llegó a su casa, plantó las semillas en el jardín, las regó con tres vasos de agua de lluvia, una cucharadita de polvos de canela y les cantó una canción. A la mañana siguiente, nada más despertarse, fue corriendo al jardín. Claudia descubrió asombrada que había nacido una sola rosa, de color oro y con un rico olor a canela. La rosa era mágica porque todas las personas que la olieran cuidarían y respetarían para siempre la naturaleza y el medio ambiente. 34
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1 premio
El alucinante viaje de Botellín Olaya Vega García 2º premio
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El mar tiene tos Claudia Casillas Corredor Mención especial
La playa de San Lorenzo Carlos Sanchis Rey-Stolle
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El alucinante viaje de Botellín Olaya Vega García C.P. Severo Ochoa 4º B
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otellín nació en una fábrica, donde una máquina moldeó su cuerpo a partir de un trozo de plástico. Ya recién llegado tenía unas cualidades interesantes. Era de plástico, transparente, resistente y, lo más importante, reciclable. Un día emprendió un viaje alucinante. Salió de la fábrica acompañado de unos amigos para una excursión a una preciosa zona de montaña, donde manaba de un manantial un fresquísimo líquido transparente. Botellín, que era muy curioso, metió allí su boca y en su cuerpo entró aquel líquido transparente. Sintió que se cargaba de vida: su cuerpo se llenó de agua. ¿Sería este líquido el bien tan preciado del que tanto había oído hablar? Quizá sí, porque era como si guardara en su interior un gran tesoro. Al atardecer, Botellín emprendió el viaje de vuelta, pero ¿adónde iba? Parecía que no volvían a la fábrica. Dos horas más tarde, sus sospechas se confirmaban: llegó a la estantería de un gran supermercado, sin saber muy bien qué hacía allí. De repente, sintió como una mano agarraba su cuerpo, y… ¡plof!, apareció en una cesta de la compra, con el cuerpo abollado y rodeado de unos desconocidos que se llamaban Coca-Cola, bonito del norte y algunos más que no se presentaron. Y el viaje seguía: de la cesta al carro de la compra, del carro a la nevera. ¡Qué ajetreo! Por fin llegó la noche y Botellín pudo dormir tranquilo. ¡Quién sabe qué nueva aventura le esperaría al día siguiente! Empezó el día sobresaltado, oyendo ruidos extraños y a alguien moverse por la casa. ¡Ah! son despertadores y una familia que se está levantando. Se abre la nevera y sacan un brik de leche. Abren la nevera y sacan un bocadillo. Abren y cierran y no sacan nada… Botellín está asustado. «¿Qué hace esa gente? ¿Adónde van? ¿Por qué se llevan tantas cosas?». La nevera se abre y una mano pequeñita agarra a Botellín y lo mete en un bolsito con dibujos de muñecos, muy cuco pero muy pequeño. Botellín se siente un poco apretado y empieza a pensar que el día va a ser movido. El bolsito cuco de dibujos es de Nel, el pequeño de la familia. Botellín sale de casa dentro del bolso, meneo va, meneo viene. ¡Dios mío!, ¡qué mareo lleva! 40
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Botellín no ve nada porque Nel ha cerrado la cremallera. Hay mucho ruido y se acurruca asustado. Al fin el bolso ya no se menea; hay mucho silencio y se duerme un ratito, hasta que oye una voz que habla de la naturaleza, del ciclo del agua y de que el agua es vida. Botellín está como loco por salir, piensa que es el protagonista porque él tiene ese tesoro dentro. Suena una sirena, la voz se calla y el ruido empieza otra vez. Es la hora del recreo. Botellín sale al recreo dentro del bolso de Nel y por fin la cremallera se abre. Hay muchos niños. Nel lo coge en sus manos, bebe un sorbo del líquido precioso y corre enérgico mientras juega al pillapilla. Botellín está entusiasmado. De pronto, Nel tropieza y Botellín cae al suelo, derramándose el agua que llevaba dentro. Ya no guarda ningún tesoro. Nel se incorpora y se dirige hacia el contenedor para depositar a Botellín, que está aterrorizado pensando qué va a ser de él. De camino al contenedor, una mariposa bellísima se para en la boca de Botellín. Es tan hermosa que él, y también Nel, están ensimismados mirándola. El recreo acaba y hay que volver a clase. Nel mete a Botellín en el bolso. A mediodía Nel vuelve a casa, coge a Botellín y, con materiales que ha encontrado en el costurero de su madre, fabrica una hermosa mariposa que cuelga en su lámpara. Botellín está como loco: se ha quedado a vivir en la habitación de Nel, se ha acostumbrado a los despertadores y a la familia, está viendo crecer a Nel y adorna su cuarto con su nuevo aspecto de mariposa.
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Los colores de Zakia Carla Tolivia Vigil C.P. AtalĂa 4Âş B
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orría el año 2314 y la Tierra había cambiado muchísimo. El gris y el cemento se imponían en el paisaje, el mundo había perdido sus colores. Ahora, solo se veían edificios sucios, carreteras atestadas de coches y humo, mucho humo, gris, siempre gris. Para respirar, los hombres necesitaban de una escafandra, como la de los buzos, porque el oxígeno estaba contaminado con otros gases. Este era el ambiente que rodeaba a Zakia, una niña de nueve años que vivía con su abuela en un diminuto apartamento de un gigantesco rascacielos parecido a un enjambre de abejas. Debajo de su inseparable escafandra, se adivinaba un pelo negro como el carbón y unos ojos castaños intensos que reflejaban inocencia y alegría. Estaba curioseando en el desván, cuando, de repente, una vieja caja oxidada se cayó del estante superior. Al abrirse, quedaron esparcidas por el suelo unas fotografías antiguas, raídas por el tiempo. En una de ellas aparecía una chica joven leyendo un libro a la sombra de un frondoso árbol. Otras eran retratos de familia y paisajes, muchos paisajes de montañas, ríos, playas… Zalia los miraba estupefacta y cientos de preguntas se agolpaban en su cabeza. Necesitaba respuestas. —¡Abuela, abuela! —¿Qué ocurre, Zakia? ¿Por qué estás tan alterada? —¡Mira lo que he encontrado en el desván! —¡Oh, pequeña! ¡Qué alegría me das! Pensé que las había perdido después del último terremoto. —¿Quién es esta chica? ¿Dónde está? ¿Existen de verdad estos paisajes? —Paciencia, chiquitina. Esa era yo de joven, estaba de vacaciones en casa de mis abuelos. Aunque te parezca increíble, no hace tantos años había prados de hierba verde, pequeños riachuelos de agua cristalina, flores olorosas y árboles con hojas que cambiaban de color según la estación del año. Pero, sobre todo, aire puro. ¡Cómo echo de menos aquel aire tan fresco! —suspiró su abuela. Zakia la miraba con los ojos abiertos como platos. No se lo podía creer. ¡Cómo pudo perderse ese mundo de colores! 44
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—¡Ay, niña! Es muy penoso para mí recordarlo —una lágrima se deslizó por su mejilla, y continuó con su relato—. Pienso que la causa de todo fue el egoísmo que llevamos dentro. Queríamos más y más cosas, consumíamos por el progreso y devorábamos el planeta sin darnos cuenta. Construíamos edificios, fábricas, coches… sin pensar que se podía acabar y, al final, la Tierra dijo «basta». Y un desfile de fenómenos naturales como ciclones, terremotos, tsunamis y tormentas, seguidos de eternas sequías, terminaron por dejarla como la conoces hoy. Zakia se quedó paralizada. Un frío intenso recorrió su espalda. —Oye, abuela, ¿y ese mundo multicolor no volverá, verdad? El rostro de su abuela se iluminó al recordar que, antes del último terremoto, había recogido veinticinco semillas de plantas diferentes que guardó cuidadosamente en una bolsita de seda azul, dentro de la cajita de las fotos. ¡Y allí estaban!, un poco mohosas por el paso del tiempo. —¿Las podemos plantar, abuelita? —dijo Zakia entusiasmada. —Me parece una idea excelente, aunque no sé si saldrán adelante con esta agua contaminada. —No te preocupes, la filtraremos con arena y las expondremos en la ventana para que les dé un poco de luz. Trabajaron afanosamente en su proyecto durante dos semanas y, al final, las semillas dieron su fruto y unos tallos verdes asomaron orgullosos en la tierra gris. La primera parte del trabajo estaba completada. Ahora era el momento de multiplicar esfuerzos, así que reunió a sus mejores amigos y repartió entre ellos nuevas semillas. Al cabo de unos cuantos años, un pequeño jardín se dejaba entrever en aquella mancha gris, que volvería a recobrar sus colores. Llegaría el día en que los árboles fabricarían oxígeno y ya no se utilizarían más escafandras. Así fue como la Naturaleza regresó a la Tierra.
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El mar tiene tos Claudia Casillas Corredor Patronato San JosĂŠ 4Âş B
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n día de verano, Claudia bajó a la playa. Iba a darse un baño cuando llegó aquella gran ola seguida de un enorme ruido, ¡cof, cof, cof! —¿Qué es eso? —dijo Claudia en voz alta. —¡Soy yo, el mar! Claudia no se lo podía creer, pero le preguntó: —¿Qué te pasa? —Es que estoy malito, ¡cof, cof, cof! —tosió de nuevo y se formó una gran ola. —Pues te traeré jarabe. Mi mamá me da jarabe cuando estoy malita, pero necesito saber qué te duele, aunque yo no soy médico de mares, pero haré lo que pueda. A lo que el mar le respondió: —Me duele la garganta de tragarme toda la suciedad que tira la gente, y también la tripa: tanto bote, bolsas, papeles… Ya no puedo más. —Pues mi jarabe… me parece a mí… no va a servir para eso, pero tengo una idea que estoy segura de que te va a ayudar. En seguida vuelvo —le dijo Claudia, corriendo en dirección a su casa. Claudia fue a buscar a su mamá, a su papá y a su hermano. Les contó lo que ocurría y los cuatro juntos fueron de nuevo a la playa, preparados con redes y bolsas. Al verlos, el mar preguntó: —¿Qué vais a hacer con todo eso? —Vamos a limpiar toda la suciedad que hace que estés malito. —¡Este será tu jarabe! Y yo tu médico —dijo muy emocionada Claudia. —¡Manos a la obra! —y se pusieron a limpiar. —¡Ufff! Cada vez me encuentro mejor —dijo contento el mar, mientras Claudia y su familia terminaban de recoger las últimas bolsas—. Lo malo es que mañana volveré a estar igual porque otra vez la gente dejará todo lleno de basura. —¡No! No volverán a hacerlo. Yo me encargo de eso.
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Se fue a casa y preparó carteles con cartulinas de colores en los que puso: «PROHIBIDO TIRAR BASURA AL MAR». A la mañana siguiente se levantó muy pronto y bajó a la playa para ver cómo se encontraba el mar y para poner los carteles. —Buenos días. ¿Has podido descansar? —Sí, gracias a tu medicina, ¡ja, ja, ja! —se reía mientras las olas cubrían la arena de espuma transparente y limpia. —¿Qué tienes ahí? —preguntó intrigado el mar. —Unos carteles, para evitar que vuelvas a estar enfermo. Además, voy a quedarme aquí vigilando para que nadie haga que vuelvas a tener tos. Era un bonito y soleado día y para Claudia empezaba una dura tarea: cuidar del mar igual que su madre lo hacía con ella cuando tenía tos y no podía dormir por la noche. Entonces entendió también que, al igual que su madre la quería y cuidaba, todos debemos querer y cuidar el mar, y eso fue lo que les contó a todos aquellos que fueron a la playa ese día. Al llegar la tarde estaba cansada, pero se sentía muy satisfecha por lo que había hecho. Era el momento de comprobar si la gente al irse a sus casas dejaban todo tal y como se lo habían encontrado al llegar. Poco a poco la playa se iba quedando vacía y, por fin, el mar y ella podrían descansar. —¡Oh, no! Alguien había olvidado recoger la basura —exclamó Claudia con tristeza. —Tranquila —le dijo el mar, al ver que ella se ponía a llorar—. Ya verás cómo día a día la gente se irá dando cuenta de lo importante que es que todo esté limpio. —Mañana estaré aquí otra vez —añadió Claudia. Esa noche no pudo dormir, soñando que al ir a la playa se encontraba de nuevo al mar enfermo y todo lleno de suciedad. Nada más levantarse, bajó corriendo a la playa, muy nerviosa por lo que pudiera encontrar, pero todo estaba tal y como lo había dejado la tarde anterior. 49
—Hola —le saludó el mar, muy contento de verla—. ¿Has dormido bien? —le preguntó. Claudia le contó su sueño y lo nerviosa que estaba por si se encontraba al mar con tos. —Hoy tengo que conseguir que nadie se vaya a su casa sin recoger la basura. Dicho y hecho, Claudia se pasó el día contándole a la gente lo ocurrido. Pasó el día y, al caer la noche, su esfuerzo se vio recompensado: la playa estaba limpia y el mar recuperado de su tos y feliz.
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La playa de San Lorenzo Carlos Sanch铆s Rey-Stolle Colegio La Asunci贸n 4潞 C
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ace muchos años, en una ciudad del Norte de España llamada Gigia, la más importante de los astures, los inviernos eran lluviosos y oscuros. Sus pobladores se habían vuelto descuidados, no se preocupaban por sus calles ni sus árboles y la ciudad estaba triste y sucia. Había una gran nube de humo rodeando la ciudad. La gente estaba enferma y no podía respirar bien. Pero ese año, al llegar la primavera, el sol salió alegremente a dar un largo paseo todos los días. Viajaba por el cielo en su carro de fuego, despidiendo rayos en todas direcciones, con gran rabia de la nube, que murmuraba malhumorada: —Despilfarrador, derrochador, gasta tus rayos con estas gentes y ya verás qué te queda. En los manzanos, cada fruto que maduraba le robaba un rayo por minuto, incluso dos. Y no había rosal, geranio, hortensia, palmera, o incluso grande o pequeño animal, que no tomara su rayo de sol — Deja que todos te roben. Verás de qué manera te lo agradecerán cuando ya no te quede nada que puedan quitarte —decía la nube de tempestuoso humor. Pero el sol prosiguió su paseo por la playa de Gigia, regalando rayos a todos los que se encontraba en su camino. Cuando, en su ocaso, se paró en Cimadevilla, se puso a contar sus rayos y… ¡no le faltaba ninguno! La nube, sorprendida, se deshizo en granizo, limpió todo el ambiente que rodeaba la ciudad y se formó el arco iris. Entonces los habitantes de Gigia, al ver la generosidad del sol y las maravillas que sucedían a su paso, empezaron a limpiar sus calles, la playa y a cuidar sus plantas. El humo de las chimeneas salía ahora muy limpio y los ciudadanos estaban sanos y fuertes. Los pobladores de esta hermosa ciudad que ahora se llama Xixón, le pusieron a su playa el nombre de su amigo San Lorenzo, el sol.
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orge se iba de excursión, llevaba en su mochila un bocata de jamón, unas patatitas, unas pipas y una botella de Cola de cristal. La Cola siempre presumía de lo bonita que era con sus curvas armoniosas y las letras de color rojo que la adornaban. Decía que era la más mona de toda la excursión y que Jorge volvería a llevarla a casa después de beberla, solo porque era muy bonita, mientras que el resto acabaría en la papelera de turno. Al oír esto, la bolsa de patatitas se encogió de miedo y acabó convirtiendo su contenido en minipatatitas. La bolsa de pipas se enfadó y le gritó que Jorge no podría comérselas todas, por lo que ella regresaría a casa con las sobrantes, para volver otro día de excursión. El bocata de jamón dijo, todo solemne, que su traje de papel de aluminio era tan llamativo que acabaría siendo la diversión de todos, tras convertirse en una minipelotita de color de plata. Y así, entre discusión y discusión, llegó la hora de comer. Los niños sacaron sus cosas de la mochila. Jorge se comió el bocata de jamón que estaba delicioso y después convirtió el papel de aluminio en una pelotita que le tiró a un amigo, que a su vez se lo pasó a otro, hasta que llegó a la profe, que la metió en un contenedor. Después, Jorge se comió parte de las pipas, pero estaba ya muy lleno y no las pudo terminar. Así que cerró el paquete y lo metió en la bolsa para llevarlo otro día. En cuanto a las patatitas, decidió que mejor las llevaba a casa y las compartía con su hermana pequeña. Cuando tuvo sed, le dio un gran trago a la Cola y la dejó en el suelo para irse a jugar. Cola estaba muy contenta pues el niño iba cada poco a tomar un sorbito. A la hora de marcharse, el niño pensó que la cola se derramaría por la mochila y que si la vaciaba le pesaría un poquito. Así que, cuando nadie la miraba, la tiró al río, y la Cola se rompió en mil trocitos. ¡Qué triste se quedó la Cola! ¡Y ella que pensaba que era la más bonita de la excursión! Y allí se quedó la botella, rota y solita. Cuando Jorge llegó a casa, su madre le sacó las cosas de la mochila y cuando se dio cuenta de que le faltaba la botella, le preguntó a Jorge dónde estaba. Pero como a Jorge no le gustaba mentir a su mamá, le dijo la verdad. Su madre se enfadó mucho y le dijo que al día siguiente iría toda la familia a recoger los residuos de la orilla, puesto que algún niño podría cortarse y, además, estaba castigado una semana sin Nintendo DS. Al día siguiente, todos fueron al río y reciclaron la basura. 60
La botella de Cola no podía estar más contenta, pues con algunos de sus trocitos se hizo un envase de espárragos, otros se convirtieron en un tarro de aceitunas y lo que más le gustó fue que la mayoría formaron parte de los tarros de puré de frutas para niños, quienes le ofrecían una gran sonrisa cada vez que la veían.
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Alicia en el país de la Naturaleza Adelaida García González C.P. Miguel de Cervantes 5º A
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rase una vez un país electrónico donde no había naturaleza. Alicia era una niña muy lista. Vivía con su madre y su padrastro. Su padre era biólogo. Pero cuando la naturaleza se perdió en la electrónica, él desapareció. Lo buscaron mucho tiempo, pero nadie lo encontró. Ocho meses después nació Alicia y la electrónica lo invadió todo. A ella le hubiera gustado estudiar biología, pero no podía porque no había nada que estudiar. Alicia ya tenía once años. Un día, su madre le propuso ir al bosque de los lápices de memoria. Ella aceptó encantada. Cuando iban viajando por Internet, atravesaron las redes sociales, Whatsapp, Messenger, pasaron eBay, Segundamano.es, Veocine y las carteleras de Yelmo Cines. Pasados unos milisegundos, llegaron al bosque de los lápices de memoria. Extendieron una tarjeta sobre la hierba de megapíxeles y se echaron en ella. —¿Mamá? —preguntó Alicia. —¿Qué? —respondió su madre. —Exactamente… ¿qué es la naturaleza? —preguntó Alicia. —Es… ¡inexplicable! —susurró su madre—. Es perfecta. Cuando tu padre y yo éramos pequeños, en el patio de nuestro colegio había hierba y… —¿Hierba? ¿Qué es eso? —la interrumpió Alicia. —La hierba crece en el planeta y es verde —le explicó su madre. Se les pasaron las horas hablando. Alicia, que no paraba de preguntar, no dejaba de decir: «¿En serio?», «¿en serio, mamá?, ¿en serio?».
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—¡Uy! ¡Qué tarde es ya! —dijo su madre. —¡No! No nos vayamos todavía —se enfurruñó Alicia. —Cariño, tu padrastro nos está esperando y mañana es lunes. ¡Vamos! —dijo su madre. —¡Valeee…! —se rindió Alicia. Recogieron la tarjeta y se fueron. —Mamá, ¿ya me lo contaste todo? —preguntó Alicia. —¡Nooo! Para nada —exclamó su madre. Alicia se durmió. Su madre suspiró y se puso a pensar qué podría contarle a Alicia sobre la naturaleza. ¡Había tantas cosas! Pasaron exactamente treinta milisegundos para llegar a casa. —Dinella, Alicia, por fin llegáis —dijo el padrastro. —¡Hola, cariño! —dijo Dinella. —¡Hola, Pedro! —dijo Alicia. La madre de Alicia se llamaba Dinella y su padrastro, Pedro. —Ali, cariño, mira lo que te compré —dijo Pedro. —¿Qué, qué? —dijo Alicia con entusiasmo. —Es un libro muy viejo sobre biología que he salvado de una biblioteca —se explicó Pedro. —¡Qué bien! ¡Muchísimas gracias Pedro, me encanta! —gritó Alicia. Esa misma noche empezó a leerlo. Se sumió en un profundo sueño… ¡Ring, ring! —¡Aaaaa! ¡Cállate, despertador! —protestó Alicia. —Cariño, despierta, que tienes que ir al cibercole. Date prisa —dijo su madre desde la cocina. Alicia se había quedado hasta tarde leyendo y ahora estaba muy cansada. Por eso se durmió mientras desayunaba. Su madre se enfadó mucho. —Alicia Milen García Sonsol, ¡despiertaaa! 66
De buena gana se habría quedado durmiendo. —Puff —suspiró Alicia. —¡Y no protestes! —dijo su madre enfadada. Cuando terminó de desayunar, cogió su nuevo libro y salió a buscar a su mejor amiga, Lindside. Cuando iban por el camino, Alicia le enseñó el libro a Lindside. Por el camino se encontraron a los otros amigos: Jorge, Luciano, Pionia, Carlos, Román, Cerezo y Magdalena. También les enseñó a ellos el libro. —¿Te lo regaló tu padrastro? —preguntó Cerezo. —¡Sí! ¿No es genial? —dijo Alicia. —¡Sí! —dijeron los siete a la vez. —¡Qué guay! —repetía Román constantemente. —¿Eso existió de verdad? —preguntó Pionia. —¡Claro! —dijo Magda. —¿Habrá más en esa biblioteca? —preguntaba Jorge cada dos por tres. —¡Estaría guay! —dijo Carlos. —¿Qué os parece si quedamos todos a la hora del recreo en los megapíxeles del ciberpatio? —preguntó Alicia. —¡Vale! —exclamaron todos al unísono. Pasaron las tres primeras horas y llegó el recreo, que Alicia y sus amigos se pasaron hablando sobre el libro. Se leyeron 156 páginas. Las dos últimas horas pasaron aún más rápido que las tres primeras. Cuando Alicia llegó del cibercole, su madre le dijo: —¡Cariñooo!, este fin de semana nos vamos los tres al bosque de las maquinitas, de camping cuatro días. —¡Qué guay! —gritó Alicia. —Nos vamos mañana —dijo Dinella. 67
Al día siguiente, partieron hacia el bosque y buscaron un buen sitio para poner la cibercaravana. —¡Me voy a explorar! —dijo Alicia. —Vale, pero ven para la cena —le pidió Pedro. Caminó y caminó… De repente se encontró con un botoncito enano que decía: «Aprieta aquí». Como era de esperar, Alicia lo pulsó. —¡Aaahhh! —chilló. Se cayó, pero ¿dónde? Algo le hacía cosquillas en el pie. «Jijiji», se rió. Se levantó y observó una cosa extraña con grandes orejas y un pompón en la parte trasera. —¡Un conejo! —chilló. El conejo corrió y Alicia detrás. Por fin el conejo se paró y se escondió detrás de un cartel que explicaba, paso a paso, cómo crear naturaleza y cómo mantenerla. Se quedó mirándolo y se lo aprendió de memoria. Luego vio que estaba tardando y pensó en sus padres. De repente… ¡pufff! Se encontró en la cama. Todavía era temprano, así que se vistió y salió corriendo hacia el ciberayuntamiento. Pese a la propaganda, llegó pronto. Le explicó al alcalde lo aprendido. El alcalde puso en marcha el plan «Naturaleza viva», y entre toda la gente la consiguieron. Al día siguiente, alguien picó a la puerta. Alicia fue a abrir y se quedó asombrada. —¿Papá? —balbuceó. —¡Alicia! —gritó su padre de verdad. —Alicia, me has salvado. La electrónica me tenía retenido y tú me has liberado. Te quiero, cariño. —¡Yo también, papi! —gritó Alicia.
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Mi amiga Tierra Daniel García Suárez C.P. Río Piles 5º A
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ola, amiguitos terrícolas del año 3000. Soy Luna, y voy a contaros cómo nació mi amistad con Tierra, nuestro planeta, hace 987 años. Estaba entretenida contemplando el universo cuando, de pronto, me fijé en Tierra y vi que estaba llorando. Le pregunté qué le pasaba y si podía ayudarla. Tierra me miró muy triste y me dijo que, si nadie ponía remedio, le quedaba poco tiempo de vida. Me asusté mucho, yo soy su satélite, son muchos millones de años juntos. ¡No podía permitirlo! Así que comenzamos a hablar. —Tierra, cuéntame más cosas. ¿Por qué dices que te vas a morir? —Porque mis polos se derriten, ya no hay tantos peces en el mar, otros animalitos desaparecen. Llueve muy poco, los veranos son muy largos, porque hace muchísimo calor…, ¡es horrible, Luna! —Y ¿por qué sucede todo eso, Tierra? —Los humanos, que son tontos. Ellos y sus ganas de hacer dinero. Construyen grandes industrias, cada vez hay más coches y, con todo esto, más contaminación. Los humos y los gases suben y suben y mi ozono se destruye. Pero eso no es todo, también pescan y cazan como locos, talan los árboles 70
para hacer carreteras y casas, y mis bosques desaparecen. Y no puedes imaginar el agua que gastan… ¡Es increíble! —Verdaderamente es terrible, Tierra. Tenemos que buscar una solución. Así estuvimos unos cuantos días, con sus noches, pensando cómo convencer a los humanos para que dejasen de comportarse de ese modo. Y un día tuve una idea. —Tierra, voy a ayudarte. —¿Cómo? —Ahora verás. Hablé con mis amigas las estrellas y trazamos un plan. Todas las noches formarían un mensaje en el cielo, advirtiendo a los humanos del peligro que corrían. Y dio resultado. Durante muchos días, Tierra y yo vimos cómo los científicos, los políticos, las personas con más poder y los ciudadanos, miraban al cielo, asombrados y asustados. Y, por una vez, fueron inteligentes y decidieron cuidar su planeta, porque si Tierra moría, ellos también. 71
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El descubrimiento de Peka Eva Rodríguez Rodríguez Colegio Virgen Mediadora 5º A
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abía una vez una niña llamada Peka que vivía en una gran ciudad. Su piso estaba en un rascacielos ¡¡¡gigante!!! Peka tenía todo lo que quería: ordenadores, teléfonos, Wii… Pero lo que más le gustaba era pintar y pintar. Sus padres, que se pasaban el día trabajando, casi no la veían y cuando llegaban a casa cada día le traían un regalo: pinturas, cuadernos, hojas para pintar… Estos regalos siempre venían envueltos con papeles preciosos de todos los colores, en los que ella ni se fijaba. Abría el paquete y tiraba el envoltorio rápidamente a la basura. Así hacía todos los días montones de basura. Aparte de los envoltorios, también tiraba muchísimas hojas, ya que empezaba a dibujar y al confundirse, en lugar de borrar, ¡pufff! otra hoja a la papelera, y a por otra. Total, tenía tantas libretas… Cada tarde, Luisa que era la señora que la cuidaba cuando no estaban sus padres, le llevaba la merienda a su habitación: bocadillo con botella de agua y alguna fruta. Como a veces no le gustaba la merienda, la tiraba a esa papelera que tan llena estaba de papeles y allí se mezclaba todo con los restos de comida y los botes de bebida ya vacíos. Peka hacía los deberes derrochando papel y papel, encendía todas las luces de la casa cuando llegaba del colegio y ponía la televisión, aunque luego se fuera a su cuarto. Luisa la reñía y le decía que no se podía derrochar tanta energía. Después de los deberes se ponía a pintar con rotuladores, lápices de colores, témperas… Y se manchaba la ropa y las manos; luego iba al lavabo a lavarse y siempre dejaba el grifo abierto hasta que Luisa se percataba y lo cerraba. —¡Peka, no puedes ser así, no podemos derrochar tanto! Tenemos que colaborar con la naturaleza. Si todo el mundo hiciera lo mismo que tú, nos quedaríamos sin bosques, sin árboles, sin ríos… —Luisa, ¿qué dices? Si hay muchísimos árboles por el mundo. Además, a mí me da igual, pues en nuestra ciudad no los hay y tampoco los necesitamos. Unas vacaciones de Semana Santa, Luisa invitó a Peka a que fuera con ella a su pueblo a ver a su familia. Era un pueblo muy pequeño y estaba rodeado por un bosque precioso con un pequeño río en el que se veía saltar a los peces. Peka no quería ir, pues no se podía llevar el ordenador ni la Wii, pero sí una libreta y sus pinturas. Al final sus padres la convencieron, porque ellos tenían que trabajar y se pasaría la mayor parte del día sola. 74
Cuando iban llegando al pueblo, vieron a Pablo, que corría por el camino con una bicicleta delante de su perro Tinín. —¡Tíaaa! —voceó. —Mira Peka, este es mi sobrino Pablo y su perro Tinín. Pablo les siguió hasta casa y allí conoció a Peka. Nada más verla la invitó a dar una vuelta con él en bici. —Pero si yo no tengo bici. —Tranquila, que mi tía Luisa tiene una guardada de cuando era pequeña. Peka se quedó asombrada al ver la bici de Luisa, que estaba impecable después de tantos años… A ella los juguetes no le duraban más que unos meses y enseguida los tiraba a la basura. Se fueron los dos a dar una vuelta. Pablo quería enseñarle su pueblo. ¡¡¡Era precioso!!! Estaba todo tan limpio, casi no había coches, olía a campo, a flores, a pinos… Las calles sin basuras, la gente paseando o en bici. ¡¡¡Qué maravilla!!! Luego fueron a casa y Luisa les hizo una tortilla para merendar, con un pan casero, y de postre unas manzanas. Nunca había comido nada tan rico. —Ves, Peka —dijo Luisa—. ¿A que te gusta esta comida? —Me encanta. —Pues es toda casera, la tortilla está hecha con huevos de las gallinas que están comiendo en el corral, y el pan lo hizo la abuela con harina de trigo que ellos mismos cultivan todos los años. Y las manzanas… Que te lleve Pablo a ver los manzanos que están en la entrada del bosque. —Vale, vale —dijo Peka. —Pues si todos los del pueblo, mejor dicho, los del mundo, derrocharan como tú, se acabarían estas maravillas del mundo. Es necesario RECICLAR, APROVECHAR AL MÁXIMO LAS COSAS, como yo mi bici. ¿A que te gusta? —Me encanta Luisa. Es verdad, voy a aprovechar más mis juguetes. Te lo prometo. —Vamos Peka, que yo ya terminé la merienda —dijo Pablo.
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Corriendo cogieron las bicis y se fueron a ver los manzanos, el río y el bosque. A Peka le sorprendió ver los peces saltando. —¿Sabes, Peka? Un año se murieron casi todos los peces del río. —¿Por qué? —preguntó Peka. —Pues vinieron unos señores con unas grandes máquinas y se pusieron a cortar árboles y árboles, se pasaban el día en el bosque en tiendas de campaña, haciendo fuego, comiendo, bebiendo, tirando basuras y de todo al río, hasta que lo contaminaron. —Y ¿qué hicisteis? —dijo Peka. —Mi padre, que es el alcalde, fue a hablar con ellos y les dijo que se fueran o los denunciaría por contaminar el medio ambiente. —Al final, después de mucho luchar con ellos, lo consiguió y ¡menos mal! porque casi terminan con nuestro bosque. —Y ¿para qué querían los árboles? —le preguntó Peka. —Decían que eran de una empresa dedicada al papel y que, como la gente malgastaba las hojas y además no reciclaba, necesitaban cortar muchos árboles para poder fabricar más papel. —¡Qué pena! —dijo Peka—, tienen que cortar tantos árboles para hacer papel. Y yo que tiro tanto y tanto… A partir de hoy no lo volveré a hacer. Volvieron a casa y Peka iba muy pensativa. Esa noche durmió como los ángeles en esa pequeña y bonita habitación, que había sido de Luisa y su hermana cuando eran pequeñas, y que seguía seguramente igual que antes pues tenía cuentos muy antiguos y muñecas preciosas con vestidos hechos a mano. 77
Se despertó con el cantar de los pájaros y las voces de Pablo preguntando por ella. Quería llevarla de excursión otra vez al bosque. —¡Vamos, dormilona, levanta ya! —le dijo Pablo. —Pero, ¿adónde quieres ir? —le contestó ella. —Al bosque, que estoy pintando un cuadro con un paisaje fantástico y quiero terminarlo pronto. —Pero, ¿tú también pintas? —Pues claro, es lo que más me gusta. —¡Qué suerte! A mí también. Pero espera que cojo mi libreta y pinturas para poder pintar yo también. Ese día Peka solo utilizó una hoja de su libreta, pues apenas se confundió y, cuando lo hacía, borraba con una goma que le había dejado Pablo. No usó más hojas hasta que finalizó su obra. Había descubierto que no se puede matar a los árboles por antojos nuestros. Ese paisaje precioso no se debía destruir. Ni ese ni ninguno. El día de regreso a la ciudad, Peka regaló a su gran amigo su libreta y sus pinturas, y él a ella su cuadro del bosque para que se acordara siempre de él. Se lo envolvió en papel reciclado que guardó para otra ocasión en su maleta. Había aprendido la lección. Prometió que volvería en verano. Ya en casa, su conducta era otra. Sus padres estaban encantados pues las luces, el agua, la tele, los papeles… ¡No derrochaba nadaaa! Así, sus padres ahorraban muchísimo en las facturas y podían trabajar menos y estar más tiempo con ella. En verano fueron todos juntos con Luisa a conocer a Pablo, Tinín, su familia y, cómo no, ese maravilloso pueblo que había cambiado a su hija.
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Más allá de las Maravillas Alicia García Ramos 2º premio
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Mil maneras de amar la naturaleza Llara Almajano Paramio Mención especial
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Más allá de las Maravillas Alicia García Ramos Colegio Ursulinas Alter Vía 1º B
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a corriente del río era suave. Alicia estaba sentada en la orilla, salpicando suavemente con los pies. Habían pasado ya dos años desde su gran aventura en el País de las Maravillas; desde entonces su vida no era la misma. Deseaba volver a aquel maravilloso país donde todo era mágico, nada que ver con el mundo real, que se estaba consumiendo a causa de los problemas medioambientales. Alicia lo sabía, necesitaba volver. Sentía que algo no iba bien; se levantó y caminó hacia un enorme árbol. Visualizó la madriguera, aquella en la que se había caído años atrás, y se adentró en ella. Empezó a caer suavemente. Mientras caía, vio numerosos objetos flotando a su alrededor. Aterrizó en aquella sala llena de pequeñas puertas, aunque solo una conducía al País de las Maravillas. Pero Alicia ignoraba lo que se iba a encontrar detrás de la puerta que tanto ansiaba abrir. Ella sabía lo que tenía que hacer para poder pasar por la diminuta puerta. Cuando tuvo el tamaño adecuado, la atravesó hacia el bello país. «No puede ser», pensó Alicia. Esperaba encontrarse árboles que hablasen, animalitos correteando por los verdes prados… Pero en lugar de eso no había nada. Todo estaba desierto y los pocos árboles y plantas que quedaban estaban quemados. Alicia caminó por un sendero. No podía asimilar todo aquello. Aquel País de las Maravillas era lo más hermoso que había visto en su vida y ahora no quedaba nada; hasta aquel mágico lugar se estaba destruyendo por la contaminación. Siguió caminando, con la esperanza de encontrarse con sus amigos. Al final, dio con el Sombrerero Loco. El pobre estaba escondido detrás de una roca. Cuando Alicia lo vio, se le iluminó
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el rostro con una sonrisa, aunque no le duró mucho, porque nada más contarle lo que pasaba en el País de las Maravillas, se le borró la sonrisa. Cada varios días una espesa ola de humo verde arrasaba el país y contaminaba todo lo que se encontraba su paso. Nada más oír lo que pasaba, Alicia supo qué debía hacer: descubrir y destruir aquello que estaba acabando con el País de las Maravillas. Decidió entonces ir con el Sombrerero Loco al castillo de la Reina Blanca. Alicia no sabía cuánto tiempo llevaban caminando; lo único que sabía era que su lugar, el escondite para cuando nadie la entendía, se estaba destruyendo. Y no podía permitirlo. Tiempo después, llegaron al castillo de la Reina Blanca, que también estaba muy cambiado. Ya no había bellas flores; solo zarzas y árboles siniestros. Después de cruzar el puente colgante, consiguieron entrar. Por dentro aún conservaba la magia. Subieron las escaleras de cristal y fueron a los aposentos la reina. Alicia, con delicadeza, llamó a la puerta. Pero no contestó nadie. —Entremos —dijo el Sombrerero y ambos pasaron al cuarto. Se encontraron a la Reina Blanca tumbada en la cama con una rosa blanca en las manos. A su alrededor estaban la liebre, el conejo y el gato sonriente. La rosa estaba marchitándose. La vida del País de las Maravillas y de la reina dependían de aquella rosa y la magia se agotaba. —Solo tú tienes el poder de destruir lo que está contaminando nuestro país —dijo la liebre. Alicia y el Sombrerero emprenderán un largo viaje. La espesa ola de humo verde venía del Norte. Alicia y el Sombrerero comenzaron su aventura hacia las lejanas tierras para descubrir a aquel monstruo. La liebre, el conejo y el gato habían decidido quedarse para vigilar a la reina. Para localizar al monstruo solo debían seguir el rastro. Cruzaron colinas y largos senderos, cada vez más contaminados. El rastro se hacía más y más brillante. Por fin llegaron al lugar donde acababa. Al alzar la vista al cielo, vieron una planta carnívora gigante. De la boca de la planta salía el humo verde. 86
—¿Qué hacemos? —preguntó el Sombrerero. La planta no paraba de retorcerse. De pronto, Alicia notó que había algo en el bolsillo de su vestido. Era un pequeño espray. No sabía ni cómo ni por qué, pero se acercó con cuidado y la roció, esquivando sus hojas. La planta carnívora gigante se convirtió en una pequeña e inofensiva plantita. Todo volvió a ser como antes. Alicia y el Sombrerero volvieron al castillo para ver cómo se encontraba la reina. La rosa blanca no estaba decaída; brillaba como nunca y la reina estaba viva. —Gracias por todo, Alicia —dijo la reina—. Llévate esto como agradecimiento. La reina le dio la plantita con un lazo rojo. El reloj marcó las cinco. «Es hora de volver a casa», pensó Alicia. Volvió al árbol por donde había caído y subió por él. Aunque le gustaba aquel peculiar país, también le gustaba el mundo real. «No se puede vivir siempre en los sueños», pensó Alicia. Volvería al País de las Maravillas, pero eso será otra historia.
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Un nuevo amigo Gonzalo García Fernández Colegio Corazón de María 1º D
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ola! —¿Es a mí? —Sí, sí, a ti. ¿Tienes un momento? —Bueno, no sé… ¡Depende! —¡Espera, por favor! Es que en tardes grises y tristes como ésta se agradece la compañía. Pocas personas pasan por aquí y casi ninguna se detiene, aceleran el paso y miran a otra parte. —¿Por qué? —Supongo que es por mi mal aspecto. Estoy sucio y desprendo mal olor. ¡Snif, snif!. Lo siento, no puedo hacer nada por evitarlo. Pero, ¿sabes? No siempre fui así. Si quieres, puedo contarte mi historia. Pero antes, ¿cómo te llamas? —Martín, me llamo Martín. —Oh, Martín, encantado de conocerte. Yo… yo también tengo un nombre, pero ahora mismo no lo recuerdo. El niño no conseguía comprender cómo alguien podía no recordar su propio nombre. Pero en fin… «¡Tiene que haber de todo!», pensó. —Nací en las montañas, a mucha altitud, en una pequeña grieta entre dos rocas. Allí arriba poseía gran fuerza y vitalidad, que me arrastraban colina abajo, feliz y salvaje sin saber muy bien a dónde iba. Era fuerte, libre, rápido, claro y transparente. ¡Qué sensación. —Me parece que sé a lo que te refieres —dijo Martín—. El año pasado, mis padres me llevaron a un parque acuático y sentí algo parecido cuando me lancé por el tobogán kamikaze. Me lo pasé genial pero, no se lo digas a nadie, tuve un poco de miedo. ¡Ja, ja! —¿Sí? No, yo nunca he tenido miedo, sino todo lo contrario y eso que a veces el terreno elevado hacía que bajara en cascada. No había nada que me detuviera. Pasaba rozando delicados arbustos y frondosos árboles que me daban sombra. Los animales se acercaban a mí felices a saciar su sed, hasta me hacían compañía. ¡Era divertidísimo! ¡Oh, sí! Además, gracias a ellos aprendí a reconocer los cambios de la naturaleza a lo largo del año: primero lluvias y después las nieves, cubrían todo 90
a mi alrededor. Tiempo después, el sol volvía a brillar derritiendo la nieve y otra vez aumentaba mi caudal y mi velocidad. Mi entorno se volvía a llenar de flores de vivos colores y otra vez las zarzas florecían. ¡Aún puedo recordarlo! —Mi madre dice que el tiempo está loco y que no se diferencian bien las estaciones, como cuando era pequeña —añadió Martín. —Sí, es una pena… Todo ha cambiado. Incluso los animales vivían y disfrutaban en mis aguas puras y cristalinas. Recuerdo cómo las truchas, los salmones, las ranas y las anguilas saltaban en ellas. Mi fondo estaba lleno de algas de distintas tonalidades (pardas, verdosas, rojizas…). —¿Has dicho anguilas? —preguntó Martín —. ¡Qué animal más raro! ¿No conoces perros o gatos? Es que yo en casa tengo un perro y mi abuela un gato. —Eres muy gracioso. Claro que venían perros a beber a mis aguas. Los gatos solo se arrimaban a mirar cómo saltaban las truchas. —¿Querían comerse las truchas? —preguntó Martín. —Supongo que sí. Aunque, ya te digo, rara vez se acercaban a mí. —Cuéntame más cosas —sugirió Martín. —Pues verás, a lo largo de mi recorrido aparecían pequeños pueblos donde sus habitantes eran respetuosos conmigo y con la naturaleza. Si necesitaban mis aguas para sus huertos y animales, hacían pequeños cauces de tal manera que a mí no me dañaban. Los niños venían a mí a darse chapuzones y a jugar. No arrojaban sus basuras en mis aguas. Todos me respetaban. —Yo me baño en las piscinas, es más divertido. —¿Piscinas? No sabes lo que dices, es porque no lo has probado. Si no, no pensarías así; pero bueno, te perdono. —Te has puesto triste. ¿Es por lo que he dicho? ¿Que me gustan más las piscinas? —No, es porque echo de menos a aquellos niños haciendo barquitos de papel, compitiendo a ver cuál ganaba, y yo los empujaba suavemente… Ahora ya nadie se acerca a mí. —Entonces, ¿qué pasó para que todo cambiara? —preguntó Martín. 91
—A medida que me acercaba a ciudades más grandes y más pobladas, los árboles iban desapareciendo. Eran arrancados y talados sin piedad. A mis orillas venían grandes camiones y tiraban escombros. De repente, altos muros de cemento me impedían seguir mi curso natural y una y otra vez me tenía que desviar. A Martín se le llenaban los ojos de lágrimas y suspiraba. —A veces, de repente, aparecían unos inmensos tubos de metal por donde salían sustancias malolientes que venían de unos edificios enormes. —Se llaman fábricas —dijo Martín mirando al suelo. —Si tú lo dices… Y por la parte de arriba de esos edificios salía un humo muy oscuro que ponía el cielo azul de un color gris que me asustaba. ¿Te cuento un secreto? —Sí. No te preocupes; yo sé guardar secretos —dijo Martín orgulloso.
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—Un día me salí de mi cauce y destrocé todo a mi paso: casas, carreteras, árboles… —¿Por venganza? —No, no sé lo que me pasó. Quizás habían desviado mi camino con uno de esos muros. El caso es que ya no encontraba mi curso, me había perdido. Martín bajó otra vez la mirada, pues se sentía avergonzado porque creía saber que eran los hombres quienes lo habían provocado. —Ya ni los peces juegan. La mayoría flotan en la superficie, enferman y mueren. Me encuentro muy solo, Martín. Me he convertido en un basurero. —No digas eso —sollozó Martín. —No quiero que te pongas triste, lo siento, hoy estoy desanimado. —Y, ahora, ¿hacia dónde vas?
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—¿Ahora? Al mar, pero no creo que me vaya a encontrar en una situación mejor que ésta. Espero que la gente se dé cuenta de que sin nosotros no puede sobrevivir. No van a poder mantenerse con vida si contaminan todo el agua. ¿O no? —No sé, soy muy pequeño —dijo Martín casi llorando. —Ya sé que no tienes la culpa, tengo la esperanza de que cuando seas grande puedas detener los vertidos de las fábricas y derribar esos muros que me rodean y no me dejan discurrir libremente. —Es una gran historia, aunque no sea feliz —comentó Martín. —Bueno, vamos a alegrarnos, tengo esperanza y creo que se pueda cambiar. Sí, estoy seguro. Las personas, con un poco de esfuerzo, lo lograrán. —Tengo que irme. Mi madre estará preocupada —dijo Martín. —Desde luego, Martín, no quiero aburrirte más. Eso sí, cuenta mi historia y, ¡por cierto!, vuelve a visitarme. Si puedes, ven a verme, pero hazlo mejor en la montaña, así comprobarás que lo que te he contado es cierto. —No te preocupes, mi padre me llevará. ¡Hasta pronto, amigo! —gritó Martín alejándose a toda prisa. —¡Vaya, qué niño más majo! Cuando vuelva a verlo le preguntaré si sabe hacer barquitos de papel. ¡Los echo tanto de menos…!
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odo comenzó una calurosa tarde de verano, con el sol brillando en lo alto del cielo. Una tarde aparentemente normal, o eso pensaba Marcus antes de verla a ella. Él era un chico tímido, rizoso y con pecas, intentando descubrir qué hacía en este mundo de locos; y ella, simplemente era hermosa, con un pelo ondulado y rubio que le caía por debajo de los hombros y unos ojos verdes capaces de hipnotizar a cualquiera que los viese durante más de dos segundos. El corazón de Marcus empezó a latir más y más rápido al verla acercarse, tranquila, con paso decidido. No se podía creer que una chica así quisiera hablar con él. Su primera conversación no fue nada del otro mundo; una normal como cualquier otra, pero no había duda de que esa chica era especial y a medida que Marcus la fue conociendo, más se iba dando cuenta de esto. Un día reunió el valor suficiente para invitarla a su casa y ella, atraída por la idea, accedió. Eran poco más de las cuatro cuando el sonoro timbre de la casa le avisó de que estaba allí, esperándole. Marcus había aprovechado el viaje de sus padres para invitarla. Juntos entraron en casa, él le enseñó su habitación, repleta de videojuegos, y un tanto desordenada. Le mostró la cocina y el jardín. Cuando acabaron esa ajetreada visita, ella le entregó un pequeño paquete. —¿Es para mí? —preguntó con curiosidad. Ella asintió con la cabeza, y él, después de desenvolverlo, se quedó petrificado. Mil maneras de amar la naturaleza, ese era el título del libro. A Marcus nunca le había interesado mucho el tema del medio ambiente. Es más, le parecía una estupidez, pero como quería parecer amable y agradable, le dio las gracias con una gran sonrisa. Se quedaron toda la tarde en casa de Marcus, riendo, jugando, hablando… Merendaron cruasanes de chocolate y salieron al jardín. A los dos se les había pasado muy rápido el día; tanto, que vieron que estaba anocheciendo. —Ven… —le susurró ella al oído. Marcus la siguió, no muy convencido de lo que hacía, y así, juntos, llegaron al bosque. 96
Ella le guió hasta un claro y allí se sentaron a ver las estrellas. Después se adentraron en el bosque y ella le cogió la mano suavemente y se la puso en el tronco de un árbol. —¿Lo sientes? —le preguntó con una dulce voz. Él se quedó extrañado con esto y ella se dio cuenta. —¿No sientes lo que te dice? —volvió a repetir. —¿Qué tengo que sentir exactamente? —le preguntó extrañado. —Hay tantas cosas que el ser humano no entiende, o no sabe apreciar… —¿Qué cosas? —dijo Marcus, por una vez interesado realmente en el tema. —Los árboles, los cantos de los pájaros, ¡la primavera, en la que los prados se llenan de flores! Se produjo un largo silencio en el que Marcus lo descubrió todo de repente: apreciar cada detalle de la naturaleza, cada flor y cada árbol. Esa era la primera manera de comenzar a amar la naturaleza, uno de los primeros pasos. Después de esto, cada uno se fue a su casa y Marcus más concienciado de que debía apreciar y cuidar todas aquellas cosas que no han creado los humanos. Le costó dormirse porque estaba repasando mentalmente todos los hechos ocurridos en el día, e intentando aclarar sus sentimientos hacia aquella extraña chica. Amaneció poco a poco y los primeros rayos de sol que entraron por la ventana de Marcus le despertaron, lentamente. Se arregló y desayunó. Acto seguido salió al jardín, con la esperanza de verla aparecer; y así fue. Pasaron el día juntos y, cuando comenzó a anochecer, ella le susurró: «Ven…». Esta vez le llevó a la playa. Se descalzaron, sintiendo cada granito de arena en la planta de sus pies. Ella se acercó a la orilla y cogió una botella vacía, puede que fuera de agua en su día, y con enorme tristeza se la enseñó: —Mira… —parecía triste, realmente preocupada. —Sí, es una botella de agua. ¿Qué pasa? —dijo Marcus, sin entender lo que sucedía. 97
—¿No te das cuenta? —dijo un tanto enfadada—. Últimamente, las personas no le dan la importancia necesaria a los bosques o a los mares, a las playas o montañas. Si seguimos así, vamos a arrasar con todo, ¿no lo entiendes? Marcus se quedó pensando un instante. Si queremos que la naturaleza nos respete, debemos amarla y respetarla nosotros a ella. Como la anterior noche, cada uno regresó a su casa, pero esta vez Marcus hizo algo muy distinto… Una vez en su habitación, tomó el libro que le había regalado el día anterior y estuvo hojeando las primeras páginas, hasta que el sueño le venció y cayó rendido en su cama. Aquella extraña chica le estaba cambiando la vida, que comenzaba a tener sentido. Así se estuvieron viendo durante el verano, un encuentro tras otro, pero cada uno diferente al anterior. Él iba amando cada vez más la naturaleza y ella le llevaba a lugares preciosos y le daba consejos de cómo conservarlos, hasta que llegó el último, el último día. Uno normal, como los anteriores. Lo pasaron en casa de Marcus, hasta que cayó la noche. —¿A qué lugar me vas a llevar hoy? —preguntó él, curioso. Ella le tomó de la mano y los dos salieron en dirección al bosque, donde había ido la primera vez, donde ella le había empezado a enseñar a amar la naturaleza un poquito más. —Marcus, mi misión ha acabado. No sé si volveremos a vernos más… —¿Qué? —gritó él, sobresaltado. —Te he enseñado todo lo que tienes que saber y ahora debo irme. Tras un intenso abrazo, Marcus se fue, alejándose más y más de ella, la chica de la que se había enamorado ese verano y que le había transmitido todos sus pensamientos… Lo que Marcus nunca llegó a ver fue cómo aquella misteriosa chica iba alineándose en el suelo, con las ramas y las hojas. Se había convertido en árbol…
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Los jardines reales Paula Alonso García I.E.S. Mata Jove 2º C
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abía una vez un rey que tenía un gran palacio cuyos jardines eran realmente maravillosos. Allí vivían miles de animales de cientos de especies distintas, de gran variedad y colorido, que convertían aquel lugar en una especie de paraíso del que todos disfrutaban. Solo una cosa en aquellos jardines disgustaba al rey: prácticamente en el centro del lugar se veían los restos de lo que siglos antes había sido un inmenso árbol, pero que ahora «lucía» apagado y casi seco, restando brillantez y color al conjunto. Tanto le molestaba que finalmente ordenó cortarlo y sustituirlo por un precioso juego de fuentes. Algún tiempo después, un sagaz noble estuvo visitando al rey en su inmenso palacio. Y en un momento le dijo disimuladamente al oído: —Majestad, sois el más astuto de los hombres. En todas partes se oye hablar de la belleza de estos jardines y la multitud de animales que lo recorren. Pero en el tiempo que llevo aquí, apenas he podido ver otra cosa que no fuera esta fuente y unos pocos pajarillos… ¡Qué gran engaño! El rey, que nunca pretendió engañar a nadie, descubrió con horror que era verdad lo que decía aquel hombre aunque le doliera reconocerlo. Llevaban tantos meses admirando las fuentes que anteriormente habían sustituido a aquel enorme árbol, que no se habían dado cuenta de que apenas quedaban unos pocos animales, de los miles que anteriormente había. Sin perder un segundo, mandó llamar a los expertos y sabios de la corte para que le dieran una explicación de por qué había ocurrido aquello. El rey tuvo que escuchar muchas mentiras, inventos y suposiciones, pero nada que pudiera explicar lo sucedido. Ni siquiera la gran recompensa que ofreció el rey permitió recuperar el esplendor de los jardines reales. Muchos años después, una joven campesina se presentó ante el rey asegurando que podría explicar lo sucedido y recuperar todos los animales que anteriormente habían estado allí. —Lo que pasó con su jardín es que no tenía suficientes excrementos, majestad. Sobre todo de polilla. Todos los presentes rieron el chiste de la joven. Los guardias se disponían a expulsarla cuando el rey se lo impidió. —Quiero escuchar la historia. De las mil mentiras que he oído hasta ahora ninguna había empezado así. 102
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La joven siguió muy seria y comenzó a explicar cómo los grandes animales de aquellos jardines se alimentaban principalmente de pequeños pájaros de vivos colores, que debían su aspecto a su comida, compuesta por unos coloridos gusanos, a su vez alimentados por varias especies rarísimas de plantas y flores que solo podían crecer en aquel lugar del mundo, siempre que hubiera suficiente excremento de polillas… Y así siguió contando cómo las polillas también eran la base de la comida de muchos otros pájaros, cuyos excrementos hacían surgir nuevas especies de plantas que alimentaban a otros insectos y animales, que a su vez eran vitales para la existencia de otras especies… y hubiera seguido hablando sin parar, si el rey no hubiera gritado. —¡Basta! ¿Y se puede saber cómo sabes tú todas esas cosas, siendo tan joven? —preguntó. —Pues porque ahora todo ese jardín está en mi casa. Antes de que yo naciera, mi padre recuperó aquel viejo árbol arrancado del centro de los jardines reales y lo plantó en su jardín. Desde entonces, cada primavera, de aquél árbol surgen miles y miles de polillas. Con el tiempo, las polillas atrajeron a los pájaros y surgieron nuevas plantas y árboles, que fueron comida de otros animales que, a su vez, lo fueron de otros… y ahora la antigua casa de mi padre está llena de vida y color. Todo fue por las polillas del gran árbol. —¡Excelente! —exclamó el rey—. Ahora podré recuperar mis jardines. Y a ti te haré rica. Asegúrate de que dentro de una semana todo esté listo. Utiliza tantos hombres como necesites. —Me temo que no podrá ser, majestad —dijo la joven—. Si queréis, puedo intentar volver a recrear los jardines, pero no viviréis para verlo. Hacen falta muchísimos años para recuperar el equilibrio natural. Con mucha suerte, cuando yo sea anciana podría estar listo. Esas cosas no dependen de cuántos hombres trabajen en ellas, sino de la propia naturaleza. El rostro del anciano rey se quedó triste y pensativo, comprendiendo lo delicado que es el equilibrio de la naturaleza, y lo imprudente que fue al romperlo tan alegremente. Pero amaba tanto aquellos jardines y aquellos animales que decidió construir un inmenso palacio junto a las tierras de la joven campesina. Con miles de hombres trabajando en la obra, pudo verla terminada en muchísimo menos tiempo del que hubiera sido necesario para restablecer el equilibrio natural de aquellos jardines en cualquier otro lugar. 104
de l acta
o d a r ju
En fecha 2 de abril de 2013 se reúne en el Ayuntamiento de Gijón/Xixón el Jurado del II Certamen de Cuentos sobre Medio Ambiente - 2013 con el objeto de fallar los premios del Certamen convocado con motivo de la celebración del Día Mundial del Medio Ambiente el 5 de Junio de 2013 para fomentar la sensibilización de los escolares sobre la importancia de cuidar el medio ambiente a través de sus capacidades literarias y creativas.
Conforme a las bases de la Convocatoria se premiarán tres cuentos por cada categoría del Certamen. El tema de los cuentos es el medio ambiente, participando escolares matriculados en los centros educativos de Gijón durante el curso 2012-2013, presentando cada centro educativo un máximo de 3 cuentos por cada aula perteneciente a cada uno de los ciclos educativos de las siguientes categorías: Categoría A: Primer ciclo de Educación Primaria Categoría B: Segundo ciclo de Educación Primaria Categoría C: Tercer ciclo de Educación Primaria Categoría D: Educación Secundaria Obligatoria En total concurren 31 centros con un total de 318 trabajos, distribuidos de la siguiente forma:
Categoría A: 10 centros educativos, 49 cuentos presentados Categoría B: 16 centros educativos, 105 cuentos presentado Categoría C: 16 centros educativos, 80 cuentos presentados Categoría D: 8 centros educativos, 84 cuentos presentados Leídos los cuentos anónimos presentados por cada centro educativo pertenecientes a cada una de las categorías a las que optan, el Jurado selecciona los cuentos premiados valorando la capacidad creativa vinculada a diferentes aspectos del medio natural y del medio ambiente, el respeto a la naturaleza y a los problemas ambientales en general. A continuación se procede a la apertura de los sobres que contienen el nombre y apellidos que corresponden a cada título y se identifica a los PREMIADOS, publicados en el presente volumen. La resolución de los premios se comunica a los Centros ganadores. La entrega de los premios especificados en la convocatoria tiene lugar el día 5 de Junio de 2013, Día Mundial del Medio Ambiente en el Jardín Botánico Atlántico de Gijón. El Jurado acuerda devolver a los respectivos centros educativos los cuentos presentados, salvo los ganadores, que son objeto de la presente publicación y levantar Acta de lo tratado, que se expide en Gijón, a 2 de abril de 2013.
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