Para existir basta con abandonarse a ser, pero para vivir hay que ser alguien, para ser alguien hay que tener un HUESO, no tener miedo de enseñar el hueso y de paso perder la carne. Antonin Artaud.
Ojalá se pudieran partir todas las cosas enteras, así cada uno podría salir de su obtusa e ignorante integridad. Estaba entero y todas las cosas eran para mí naturales y confusas, estúpidas como el aire; creía verlo todo y no veía más que la corteza. Si alguna vez te conviertes en la mitad de ti mismo, muchacho, te lo deseo, comprenderás cosas que escapan a la normal inteligencia de los cerebros enteros. Habrás perdido la mitad de tí y del mundo, pero la mitad que quede será más profunda y valiosa. Y también tú querrás que todo esté demediado y desgarrado a tu imagen, porque belleza y sabiduría y justícia existen sólo en lo hecho pedazos. Italo Calvino.
Metáfora de la sensibilidad.
Una aproximación a la autorrepresentación desde la retórica visual. En este proyecto fotográfico, planteo un ejercicio de aproximación a la representación de la propia identidad a través de una serie de cinco imágenes en la que cada una muestra las dos partes más importantes de un autorretrato: la exterior, capaz de captar la realidad respecto al físico tal cual podemos apreciar a simple vista, y una parte interior e íntima que el autor exhibe al desnudar el cuerpo y dar paso al alma. Explicada a través de la herida metafórica (fragmentación de un mismo cuerpo cuyo interior deja ver objetos asociados a emociones o situaciones personales que lo caracterizan) el proyecto tiene la intención de transmitir al público ese complejo ejercicio de reflexión que el artista realiza sobre sí mismo al “abrirse en canal” antes de mostrarse al espectador, así como invitar al observador a aproximarse de forma creativa a su propia identidad y reflexionar sobre cuáles son las emociones y sensaciones que realmente le definen. Cada imagen irá ligada a un texto que plantea la escena desde mi mirada, de este modo podreis conocer a fondo qué es lo que me ha llevado hasta esta estética. Bienvenidos y bienvenidas a mi alma.
Por qué A lo largo de mi vida me he retratado innumerables veces, pero sigo sintiendo la inconformidad revolviendo mis entrañas y no encuentro forma de liberarla, así que me armaré de valor y cogeré un arma afilada y mi cámara, la única que consigue hacerme inmortal. Estoy aquí y ahora, lejos de todos, en una penumbra que apenas ilumina esta delicada pompa de silencio absoluto. De soledad; esa en la que te sientes bien. Podría ser peor, y sentirme más sola aún sin ella. Llevo unos segundos con los ojos cerrados concibiendo el encuentro entre mi yo común y mi yo real, ese que solo yo conozco. Frente al espejo, respiro con valor. Diviso a lo lejos mis ojos, que contemplan atentos mi figura y me traspasan el rostro, y coloco el bisturí sobre mi brazo, sobre mi cuello, sobre mi cáscara. Manos y mente son las armas a las que recurro para expresarme, para modificar el sentimiento del que intento huir hasta convertirlo en una sensación más agradable. Ya estoy abierta. Ya no soy tan solo carne. Ahora veo mi hueso y cosas que no había valorado ni visto antes. Ahora mi piel es inerte y, fuera del cuerpo, todo parece menos abstracto, con una forma definida. Mi alma sale hacia fuera como un puño de adamantium que busca respirar el aire puro a la velocidad de la luz, y me cubre por completo. Me abraza, me envuelve y hace de mí una metamorfosis. Esas partes que ahora están separadas de mí, parecen inmóviles excepto mi alma, y en este experimento, rodeada de sangre invisible y poesía que solo se recita al mirarla, ella ha decidido hablar por mí.
1. Catarsis Mi cabeza ya está separada de mi cuello. A través del espejo observo como su mirada, ya distante del resto del cuerpo, se distrae: mira a la nada, ya vacía y aliviada. Con cierta melancolía en los ojos parece haber abandonado este mundo con un último suspiro, como si ya estuviese todo dicho para sí misma. Desde fuera se ven varios cuadernos. He conseguido sacar dos que están en blanco. Parece que mi rostro va a romperse. Siento como si esa cabeza no fuera mía, como si fuese inalcanzable. Una mariposa vuela a cámara lenta y se posa en una de las hojas del cuaderno vacío. No sabía que me encontraría con eso, con unas alas. Creo que jamás imaginé tenerlas, salvo dentro de mí. Esa mariposa me hace cuestionarme si en realidad he sido libre. El arte me hacía libre. Con mis palabras conseguía serlo aun liberando mi sensibilidad en un mundo donde siento que nadie me comprende tanto como se comprenden el papel, mis manos, y mi mente. Es como sentir que una superficie blanca equivale a una persona con los brazos abiertos. El mundo está lleno de desastres constantes, de ruido, de personas que suelen estar para lo bueno, y yo, mientras, contemplo todo lo que sucede de piel hacia fuera. Me consta que siempre he sentido paz al desahogar mis penas en el silencio que me otorga mi paciencia. El arte me hace sobrevivir y encontrarme. Llorar sin mojarme la cara y chillar sin que me escuche absolutamente nadie. Estoy sentada ante mi cabeza y mi rostro. Tomo una foto. Te parecerá una locura. A mí también me lo parecería si no hubiera sido yo la que ha provocado esta catarsis.
2. Reflejos Vuelvo a unir mi cabeza con el resto de mi cuerpo. Me tumbo boca abajo y pienso en todo el tiempo que he malgastado en infravalorarme. Agarro un pequeño espejo con mi mano derecha –necesito ver mi mirada–y con la izquierda, trazo un corte limpio que recorre la herida de un extremo a otro. Mi mano cae al suelo, y dentro de ella hay restos de cristales que supongo que algún día rompí de rabia. La lucha por quererse entre cánones inútiles y máscaras no es fácil, sino injusto. Me tumbo ante ese espejo pequeño que sigue sujetando esa parte que yace separada de mí, y me miro a los ojos pensando lo injusta que he sido conmigo. Es difícil vivir con el sentimiento de incomprensión, de tener que callar por no saber adaptarte al resto de máquinas de carne humana que en numerosas ocasiones de empatía se han comportado como verdaderos seres insensibles. De repente, veo una luz saliendo de la mano que tengo frente a mí. Creo que ha surgido cuando me he mirado a los ojos y he comprendido que el amor propio, a pesar de ser difícil de conseguir, es la mejor forma de callar a esta sociedad de la que tanto me quejo constantemente. Con carmín coloreo mis labios y beso esa mano con amor, perdón y consuelo. Tengo que retratar este momento para que podáis creerme. La intensidad de la luz ha crecido, y eso es precioso.
3. Pieza Al disparar el flash, mi mano suelta de repente el espejo y se tumba boca arriba. Suelto la cámara y juego con ella acariciando su palma. Aparto los trozos de espejo y sin mover la mano del suelo, miro dentro de la misma forma que miraba a través de los rollos de papel vacíos creyéndome un pirata. Hay más pétalos, esta vez azules, y una foto de la mano del hombre al que llevo dos años amando. La coloco sobre mi palma, la miro y pienso en lo bonitas que me parecen sus manos. Veo que la imagen está viva: esa mano que hace unos segundos permanecía posada boca abajo, se gira y parece tirar de una cuerda que apunta al dedo corazón. Agarro el bisturí y trazo un corte nuevo en mi dedo, del que consigo sacar una pieza. Sin duda, me recuerda al amor. No solo al que ahora siento, sino a todos los que he sentido a lo largo de mi vida. Concibo al amor como jugar a buscar las piezas perdidas de un puzzle. En una relación han de concordar dos almas. No hablo de mitades ni medias naranjas, sino de despertar sentimientos nuevos. Un juego mutuo, de sensaciones que creías inexistentes. De conseguir numerosas piezas hasta crear una imagen que defina con exactitud lo que significa para ti compartir tu vida con otra persona. Inmortalizo y vuelvo a colocarlo todo con delicadeza. Este contacto directo con mi más sincera realidad es realmente divertido.
4. Hasta la raíz Al girar mi mano, veo que los besos han desaparecido. Se han borrado, como por arte de magia. Había creído que, al estar separada de mí, mi extremidad era inerte y manejable, y, sin embargo, la veo dirigirse sola y decidida hacia una rosa que permanece al lado de la cámara que acabo de dejar a mi izquierda. Esos dedos la acarician, se deslizan por cada una de las espinas y acaban su recorrido en los pétalos. Tan vivos y tan rojos. Veo como sin dudar arranca uno, de cuajo, y en el mismo momento en el que ese pétalo rompía su unión con el resto, se escucha el eco del vuelo de una mosca dentro de mi brazo, que parecía necesitar el tacto urgente con la naturaleza. Vuelvo a mirar con curiosidad, e introduzco la mano: hay raíces, un puñado de tierra y de pétalos, y esa mosca que vuela algo perdida se posa sobre mi pulgar. Concibo el desastre y el caos, y regreso inevitablemente a esa sensación que he sentido al ver todos esos trozos de espejo roto dentro de mí. Es como sentir que siempre hay una parte de mí que no dejará de autodestruirse, de machacarse, de sacar el lado negativo a todo lo bello que le rodea. Mi cabeza es un almacén de ideas negativas, de prejuicios y excusas que me imponen una barrera entre mi libertad y mis deseos. Espanto a la mosca, me limpio la tierra en el pantalón y me seco las lágrimas. Esta vez no me apetece besarme. Clic.
5. Casa Tras soltar la rosa, vi correr a mi mano con los dedos y dirigirse a la jaula que había tras el espejo. Se detuvo, la abrió, e introdujo el dedo índice entre las rejas. No hizo nada más. Contemplo la escena: una jaula que yo misma he abierto, a la que yo misma me invito a contemplar, y entonces lo comprendo todo: pienso en la mariposa –que ahora mismo estará volando por mi garganta –y me paro a pensar de nuevo en la libertad, la cual creo limitada por mi zona de confort. Sé que temo abandonarla sola, porque siempre necesito la ayuda de alguien que me empuje, y al ver que mi propia mano abrió esa jaula para mí, sentí que solo yo puedo liberarme del infierno de permanecer toda la vida en el mismo sitio, con el mismo pensamiento que posiblemente acabe creando un cerrojo entre mi mente y la realidad que acabaría oxidándose. Mi propia alma me ha dado a entender a través de estos cortes limpios que ella misma me pedía a gritos, que solo yo decido hacia dónde y cómo caminar, y que los límites no están fuera, sino dentro. Creo que este es el mejor regalo que me he podido hacer a mí misma: destruirme un poco para volver a nacer y resolver mis dudas. Me vuelvo a besar, esta vez con mucha más intensidad, con mucho más amor y agradecimiento. Tomo la última foto y vuelvo a unir hasta ser una por completo. Me vuelvo a contemplar frente al espejo, esta vez entera. Miro mis manos y me limpio de nuevo las lágrimas mientras me levanto. Jamás había sentido que la autodestrucción podría salvar tanto la vida.
Metรกfora de la sensibilidad.
Una aproximaciรณn a la autorrepresentaciรณn desde la retรณrica visual. Autora: Laura Acosta
Influencias/ Referentes artísticos Alicia Martín. Contemporáneos (2007) Dora Maar. Untitled (hand and mirror) (1934) Untitled (hand-shell) (1934) Frida Kahlo. Henry Ford Hospital (1932) Las dos Fridas (1939) Izumi Miyazaki. Tomato (2015) Jessica Ledwich. Monstrous Feminine (2015) (serie completa) Mark Ryden. Experiment 118 (2015) Ear (2014) Melania Brescia. In your arms (2015) Yung Cheng Lin. 7974 (2015)