El coronel no tiene quien le escriba

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Gabriel García Márquez


Una mañana muy fría el coronel se dispuso hacerse un café para calentarse un poquito, pero vaya sorpresa la que se dio el pobre hombre al ver que en su pequeño tarro de café quedaba quizá menos de una cucharadita, puso el agua en el fogón y se sentó a esperar que estuviera lista. Mientras el Coronel esperaba a que el agua estuviera lista se sintió un poco enfermo, y se acordó que era octubre, un mes difícil, ya que le recordaba lo dura que había sido su vida en aquel tiempo que luchaba en grandes batallas, pero hoy lo atormentaba también algo diferente, era la muerte de un vecino lo que lo hizo recordar que debía arreglarse para visitar a la familia del difunto para darles el pésame.


El coronel bien arreglado se dispuso a emprender su viaje hacia donde se encontraba ya el cuerpo de aquel vecino fallecido, a quien su familia oraba para que tuviera un buen viaje. El coronel entró a la habitación donde se hallaban todas aquellas personas, que al igual que él se habían compadecido del dolor de aquella familia de perder a un ser querido. Lentamente el coronel se acerco donde la madre del difunto y sin mucho escándalo le hizo saber a aquella señora lo conmovido que se encontraba ante semejante noticia. La mujer irrumpió en llanto de lamento, el coronel al ver lo triste que estaba esta mujer no tuvo más remedio que retirarse de manera respetuosa.


A la salida el coronel se cruzó con Sabas, el padrino de su hijo, quien había muerto ya hace un par de años, ambos continuaron el camino juntos y mientras asistían la marcha del difunto Sabas dirigió las siguientes palabras ante el coronel: - Compadre ¿cómo se encuentra el gallo? A lo que el coronel contesto que este se encontraba en casa. Así es, el coronel tenía un pequeño gallo de pelea en su domicilio, era la única pertenencia y el único recuerdo que aún conseguía guardar de aquel entonces su difunto hijo.


Don Sabas acompañó al coronel a su hogar, pero don Sabas no dejo pasar por alto la tan desmejorada apariencia del coronel, quien notablemente se encontraba enfermo, a lo que Sabas sugirió: - Compadre, hágase ver del médico. - No estoy enfermo, dijo el coronel. Lo que pasa es que en octubre me siento como si tuviera animales en el estómago. - Está bien, dijo don Sabas, despidiéndose del coronel. Días después los amigos de Agustín, el difunto hijo del coronel aprovecharon la oportunidad para visitar al gallo, el cual se encontraba en buenas condiciones, por lo cual se mostraron ciertamente entusiasmados por apostar a favor de este en una pelea de gallos.


El coronel recordó que era viernes, día en el cual visitaba la oficina de correos del puerto, con la esperanza de recibir alguna carta, la cual estaba esperando desde hacía más de 15 años. Así que se apuro, se puso sus ropas y salió corriendo para saber si le había llegado algún correo. Al llegar a la oficina lo primero que hizo fue dirigirse a la casilla que le correspondía en el alfabeto, pero realmente no encontró ninguna carta que fuese dirigida a él. El coronel se encontró con su médico, a quién miro con una cara desconsolada, -Yo no tengo quien me escriba, dijo el coronel, dirigiéndose al médico, quien en un acto de gentileza le pidió que lo acompañará a su consultorio.


El coronel hizo caso a la sugerencia del médico, así que ambos llegaron al consultorio donde el médico obsequió al coronel un par de periódicos para que leyera. De regreso a su domicilio el coronel escucho las campanas de la iglesia las cuales advertían que ya eran las 7 de la noche, su mujer abrió la puerta y ambos se sentaron a hablar por un momento. Su esposa comentaba al coronel lo nostálgica que la ponía el hecho de que ya a nadie del pueblo gustara de nada, ni siquiera de las buenas películas, a lo que el coronel no dijo nada, se retiró a su habitación, y antes de acostarse a leer los periódicos, amarró el gallo a la pata de la cama.


El coronel terminó de leer una hora mas tarde y se quedo dormido, pero después de un rato de profundo sueño se despertó sudando frio; el coronel tenía fiebre. Al día siguiente la esposa del coronel le informó la tan mala noche que éste hombre había pasado debido a la tan intensa fiebre que estaba padeciendo; pero el coronel le dijo que solo había sido un mal sueño, una pesadilla. Su mujer asustada decidió cambiar el orden de la habitación, movió los muebles de lugar a excepción del reloj y el cuadro de una ninfa. Fue inevitable acordarse de su difunto hijo Agustín, a lo que el coronel la vio le dijo: -Si quieres cantar, canta, eso es bueno para la salud.


Unos pequeños golpes en la puerta interrumpieron la conversación del coronel y su esposa, era el médico quien había ido a hacerle unos exámenes de salud a la mujer del coronel, quien ya se encontraba lista para realizarse dichos exámenes. Antes de hacerle los exámenes a su mujer el médico entrego al coronel otro periódico, en el cual daban información a cerca de la tan esperada carta que mantenía tan angustiado al coronel. El doctor salió de la habitación con la esposa del coronel alardeando lo bien que habían salido los exámenes y que todo estaba en orden, antes de que éste se fuera el coronel le entrego el periódico, pero él se lo devolvió y le pidió el favor que se quedara con el.


El médico sacó un lápiz y un papel para anotarle a la mujer del coronel los medicamentos que debía tomarse, claro que él los leyó en voz alta, pues estaba segura que nadie lograría descifrar su letra. La esposa del coronel no perdió oportunidad alguna para contarle al doctor la tan angustiante noche que su marido había tenido, pero el coronel volvió a negar su fiebre y prefirió no hablar más de lo ocurrido. Al atardecer la mujer del coronel se encontraba en su ventana contemplando el sol, y en su regazo reposaban un par de telas de distintos colores, las que llamaron la atención del coronel quien le dijo que parecía un pavo real, y con un poco de gracia se atrevió a decirle que ya no necesitaba disfraz para el carnaval.


Las campanas de las 6 interrumpieron la conversación, a lo que el coronel salió alimentar el gallo mientras los niños del pueblo contemplaban su belleza, a lo que recordó que ya no le quedaba comida al gallo para el otro día. Los días van pasando y cada día la mujer del coronel se encuentra más enferma y el coronel más angustiado, las discusiones no cesan, las cosas se les tornan un poco difíciles, a pesar de las victorias del gallo y del entusiasmo de los amigos de Agustín la esposa del coronel sigue insistiendo con vender el gallo, al cual acusa de todas las desgracias por las que han tenido que pasar después de la muerte de su hijo Agustín.


El coronel no pierde las esperanzas de que algún día llegue por fin la tan anhelada carta que dará solución a todos sus problemas, pero todo esto es en vano pues la carta sigue sin llegar, por lo que el coronel toma la decisión de contratar a otro abogado, pues piensa que a lo mejor su abogado no ha sido lo suficientemente bueno para conseguir lo que el coronel por tantos años a esperado. Días después el coronel empieza a redactar una carta donde convierte en hecho el cambio de abogado. La situación sigue igual de mal, la esposa del coronel sigue insistiendo con que venda el gallo, o si no se van a morir de hambre, ya que la siempre poca comida que tenían se la daban al gallo para que este no se muriera, porque si llegase a morir el gallo todos sus esfuerzos serían en vano.


El coronel busca otra solución al problema que no sea vender el gallo, y de las poquitas cosas que tiene en su casa que podría vender se encuentra el reloj y un cuadro antiguo, el coronel se los lleva al sastre del pueblo, ya que a él le gusta coleccionar todas esas cosas antiguas. El coronel se da cuenta que el sastre tiene ahora un reloj mejor, más nuevo que brilla en la oscuridad para poder ver la hora de noche, así que mejor se retira y emprende camino de regreso a su hogar. El coronel en el camino se encuentra a don Sabas, quien bien sabía el motivo de por qué el coronel estaba cargando su reloj, pues si era el gallo, lo estaba vendiendo para darle comida al gallo y su esposa; don Sabas le propuso que mejor vendiera el gallo, pues así podía conseguir no solo 40 pesos, si no 900 pesos, ¡que cifras tan hermosas! Pensó el coronel…


El coronel llega a casa y le cuenta a la mujer lo que don Sabas le había dicho, y ella se emociona, con todo ese dinero no tendrían que volver a pasar necesidades durante un buen tiempo, por lo menos hasta que la carta que el coronel tanto esperaba llegara. La mujer no pierde oportunidad, le dice a su esposo el coronel que vaya de inmediato donde don Sabas que seguramente el le compraría el gallo por todo ese dinero. Al otro día el coronel va a visitar a don Sabas quien se encontraba donde el médico, el coronel le propone a don Sabas la compra del gallo por los 900 pesos que él le había dicho que seguro le daban por el gallo, pero que sorpresa la que se lleva el coronel al decirle que si ha de comprárselo, se lo compraría por 400 pesos, una cantidad mucho menor a la que anteriormente le había dicho.


Don Sabas le pide al coronel que hablen después, la otra semana, pues ya se debe ir porque va de viaje. El coronel sin poner resistencia acepta; don Sabas se va… El coronel queda a solas en la habitación con el médico quien no puede evitar dar su opinión acerca de lo que acaba de escuchar: -Coronel usted bien sabe que alguien más le podría dar una cantidad mayor a la que don Sabas le acaba de ofrecer, además de que muy seguramente si se lo llega a comprar, él se lo vendería a otra persona a un precio mayor para quedarse con más dinero. El coronel reflexiona y considera muy cierto lo que el médico le dijo, así que se va a casa un poco desilusionado, pero seguro de que el gallo no se lo venderá a nadie, por lo menos no hasta que sea enero.


El coronel llega a casa, y comunica la noticia a la mujer, ella se siente decepcionada al ver que aún van a tener que seguir cuidando del gallo, por lo que le dice al coronel: -Tantos años sufriendo, tanto tiempo teniendo que soportar la muerte de nuestro hijo y a este gallo que sólo nos ha traído problemas, no puedo soportarlo más. Dijo ella, con una lagrima a punto de salir de su ojos. El coronel nunca se había sentido tan mal, ya que ella era una mujer muy fuerte y nunca se le veía mal, pensó que ya no quedaba nada más que hacer, ya había perdido las esperanzas de que la carta algún día llegará y de que el gallo pudiera sobrevivir hasta enero. Pobre hombre ya no encontraba que más decirle a su mujer, ya no podía mentirle, porque al igual que él, ella también había perdido toda esperanza.


Era el momento de tomar una decisión, ya los tres no podían seguir viviendo más de la esperanza de que aquella carta algún día llegara, y mucho menos iban a poder sobrevivir hasta enero sin al menos un poco de comida. El coronel no perdió el tiempo, y a penas don Sabas regresó de viaje fue a buscarlo, para decirle que aceptaba aquella pequeña suma que le había ofrecido por el gallo, don Sabas contento de que el coronel aceptara su propuesta le invito a su casa a tomar una taza de café, para finalmente darle los 400 pesos al coronel, los cuales tanto esperaba y le hacían falta.


La venta del gallo después de tanto tiempo por fin se había vuelto realidad, el coronel y don Sabas firmaron un contrato donde decía que el gallo ahora era propiedad de don Sabas. El coronel muy entusiasmado se fue a casa a darle la buena nueva a su mujer, quien al saber tan excelente noticia irrumpió en llanto de alegría. Hubo un minuto de silencio en la habitación, se abrazaron y se sintieron mejor que nunca, ya no tenían que cargar con el peso de aquel pasado tan tormentoso. Días después tocaron la puerta, era el cartero, quien al parecer venía muy afanado, la mujer del coronel lo hizo pasar y le invito a que tomara con ellos el desayuno.


El buen hombre tomo asiento, espero a que todos, incluido el terminaran de desayunar para comunicarle al coronel que la carta que hacía más de quince años esperaba por fin había llegado. El coronel y su mujer se entusiasmaron, pues desde que vendieron el gallo las cosas parecían haber mejorado notablemente. El coronel dio las gracias al mensajero, que quien después de cumplir con la entrega y aceptar la invitación se dispuso a seguir trabajando. El coronel y su mujer no podían creerlo, estaban más que felices, estaban mejor que nunca, ahora sólo quedaba un paso más por cumplir.


El coronel y su esposa ahora se iban a vivir fuera del pueblo, a una pequeña hacienda que el gobierno le otorgó al coronel por todos los años que trabajo por su país y por la seguridad que le brindo a todos los ciudadanos. Ambos empacaron una ligera maleta, donde sólo llevaban un par de ropas por si acaso, porque sabían que de ahora en adelante nunca les faltaría nada más, pues se tenían el uno al otro. La recompensa de mantener la esperanza viva durante tantos años, era que ahora todo el trabajo invertido en mantenerse unidos y con el amor del uno hacía el otro cada vez más fuerte tendría su mayor fruto, el de disfrutar juntos lo que durante tantos años habían luchado.



(Aracataca, Colombia, 1928) Novelista colombiano. Afincado desde muy joven en la capital de Colombia, Gabriel García Márquez estudió derecho y periodismo en la universidad Nacional e inició sus primeras colaboraciones periodísticas en el diario El Espectador. A los veintisiete años publicó su primera novela, La hojarasca, en la que ya apuntaba los rasgos más característicos de su obra de ficción, llena de desbordante fantasía. En 1972 Gabriel García Márquez obtuvo el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, y pocos años más tarde regresó a América Latina, para residir alternativamente en Cartagena de Indias y Ciudad de México, debido sobre todo a la inestabilidad política de su país.



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