El niño bowie

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Todavía me acuerdo de ese verano. Pero en mi mente no hay recuerdos con imágenes del sol entrando por un costado, ni con ruido de súper 8 mm, nada de eso amigos: siento decepcionarlos. Era el verano del ‘90, en ese entonces debía tener unos doce años. Me sentía más grande que mis amigos, que el resto de mi división. Por eso había momentos en los que los juegos de niños dejaban de ser divertidos; prefería entrar un poco más en el mundo de los adolescentes. No siempre lo lograba. Por esos días hacía un calor de muerte, se había roto el turbo que tenía en mi cuarto y dormía con las ventanas abiertas. Se escuchaba pasar el tren -el primero de la mañana y el último de la noche-, el gallo molesto de un vecino y todas esas cosas que tienen los barrios del conurbano bonaerense. El año anterior, un primo que vivía en Europa, había estado de visita y me dejó un cassette de Bowie (ese que tiene el rayo pintado en la cara). Recuerdo que fue una de las mejores cosas que me pasaron, en realidad no me pasaban muchas cosas emocionantes, así que si me regalaba un cassette o una planta, hubiera generado la misma emoción. El haber terminado séptimo era otra de las mejores cosas que me habían pasado por esa época, liberarme de toda esa gente que me rodeaba, quedarme solo con mis amigos del barrio, los únicos que me entendían, los que me bancaban como era y los que me hacían el aguante en los líos. Para un niño de esa edad con sobrepeso, que prefiere leer a Superman antes que jugar al futbol, era básicamente una trampa mortal. Por supuesto los Neris todavía no estaban de moda, por ende la vanguardia se pagaba con narices rotas, calzones chinos, y otras barbaridades imaginables. También me había quedado la espina con una compañera de colegio, me gustaba desde quinto, pero nunca me había animado más que a hacerle un chiste, un saludo. No era la típica chica linda engreída, era más bien compañera de los pibes, copada, pero igual, para mí, entraba en la lista de inalcanzable.

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La cuestión con Antonia es que un día me dejó de gustar: así como así había superado un amor secreto de años, de un día para el otro, ya no me importaba. La culpable de todo eso era una chica nueva que había llegado a nuestro curso, ahora sí la típica chica linda engreída, bien podría ser la porrista de cualquiera película yanqui. Juana había llegado ese año, era la nueva, pero todos sabían su nombre, donde vivía, incluso que le gustaban los Capitán del espacio de chocolate (le llegaban a regalar mas de uno por día), pero en secreto y para mis adentros moría por ella. Ramiro, mi mejor amigo, se empezó a juntar con Antonia, por eso ese verano la teníamos mucho con nosotros en el ombú, que era un árbol viejo cerca de nuestras casas, nuestra base de operaciones. Antonia resulto ser una mas de nosotros, sabía escupir, chiflar con los dedos, andaba en bicicleta como el viento, y hablaba como un marinero de puerto. Así sobrevivimos las primera semanas sin clases, después vino fin de año, navidad y todo eso. Cuando mediaba enero, Antonia apareció por el ombú en su bici violeta. Nos dijo que el sábado siguiente iba a festejar su cumpleaños -hacía un asalto en su casa, una fiesta de disfraces-, teníamos que ir. Todos nos reímos y automáticamente empezamos de que nos disfrazaríamos, no sabíamos bien qué ponernos. Si ir de los tres chiflados (aunque éramos cuatro), de los amigos de la justicia o qué. Pero en el fondo sabía que quería ir disfrazado de David Bowie. Me pase toda la semana recolectando cosas, no sabía muy bien como se vestía Bowie, pero por unas revistas pude ver que usaba colores y cosas raras, así que mi búsqueda fue por ese lado. Lo primero que encontré fue un jogging amarillo de mi –no tan lejana- infancia, me quedaba ajustado pero bien, después una remera negra que fui rompiendo rockeramente. Lo último era el maquillaje, con un lápiz labial de mi mamá me hice en rayo frente al espejo del baño, lo intenté tres veces y a la última me salió, me pinté con un polvo blanco, me puse aerosol en el pelo, para que quede bien parado y salí a la calle. Esa noche me llevaba mi viejo, que no me dejaba apoyarme mucho en el auto porque recién había comprado el 404, estaba como loco. Esa misma tarde se había pasado varias horas lavándolo, encerándolo en la puerta de casa, mi mamá estaba muy celosa, decía 2


que le daba más bola al auto que ella, a la casa, cosas de madre decía mi papá por lo bajo mientras íbamos en viaje. Cuando llego al cumpleaños, todavía no había nadie. Antonia se había vestido de la mujer maravilla. Al rato llegó Ramiro, que se había alquilado un traje de Kiss y estaba pintado como Ace Frehley. Lo primero que me preguntó era si me había vestido de Flash, respondí que era Bowie, no lo conocía. La familia de Antonia que estaba en la cocina tomando cerveza también me preguntó quién era, opté la versión fácil, era flash, ese recurso duró toda la noche ante cada invitado, era flash. Fede, otro amigo se había vestido de Superman y su primo, que vivía en Córdoba y estaba de visita, se había puesto una bolsa de basura negra y era eso, una bolsa de basura. Martín, otro del barrio que no era tan amigo, no se había puesto nada, porque nadie le avisó, así que decía que era agente de encubierto, en esa época estaban de moda las películas de James Bond, así que todos entendían qué era. La que también estaba era Juana, que se había disfrazado de Princesa y por supuesto estaba hermosa, pero el que no se le despegaba era Elías, el matón del curso, que fue de Maradona, con pelota y todo. Pelota que dio por finalizado el cumpleaños al romper un vidrio de la casa, pero eso fue mucho más tarde. Mientras la fiesta transcurría, charlaba con mis amigos, comía chizitos, tomaba Crush -en ese momento los mojábamos y quedaban medios raros, pero era divertido-. Cuando llegó la hora de jugar a la botellita, todos sabíamos que era el momento de besar a la chica que nos gustaba. Las reglas eran claras. Una vez: beso en la mejilla, dos veces: pico corto, a la tercera se iba a un cuarto y se daba un pico de 5 minutos –los más osados abrian la boca-. Si te salía alguien de tu mismo sexo, los hombresse daban la mano, las chicas un beso en la mejilla. El primero en salir sorteado fui yo, me puse contento, colorado, hervía, miraba la botella fija para que apunte a Juana, intentaba usar mis poderes Jedi para que la botella dé con ella, y así fue. Primero fue un tímido beso en la mejilla, a lo cual sus amigas dijeron fuerte “qué asco”, ella solo se reía, yo me moría por dentro. No sé bien si de vergüenza, amor o lo que sea. Después le tocó a Fede con 3


Antonia, a otros dos, y de vuelta la botella a mí, como había funcionado antes, lo volví a intentar y la botella volvió a Juana. Se venía mi primer beso, momento clave de mi desarrollo, lo que siempre había soñado: mi futura mujer me daba un pico. Ocasión única, quería grabarlo en mi mente y reproducirlo miles de veces en el futuro. Lo que vino después fue la peor situación de mi vida, el amor de mis doce años se negaba a darme un beso, un simple beso. Por suerte el jurado fue imparcial y tuvo que hacerlo, contra su voluntad, pero lo hizo. Del beso no recuerdo nada, solo que no fue lo que esperaba, a partir de ahí mi mente se nubló, sé que seguimos jugando, algunos llegaron a ir al cuarto, salieron colorados. La botella seguía girando y volvía a mí, otra vez la pesadilla, cuando la volvieron a girar fue la historia de siempre, Juana y yo, pero esta vez al cuarto. Mi mente se despejo de la nada, abrí los ojos grande, me puse colorado y me levanté, sus amigos gritaban, los pibes se reían, silbaban, todo era caos y descontrol. Ella me agarró la mano y me llevo al cuarto del beso. Yo no caminaba, levitaba, estaba en el paraíso. Una vez adentro, me doy cuenta que era donde guardaban las cosas de jardinería, había dos banquitos y muchas cosas. Me siento en uno, Juana en el otro. La miro y ella me dice que ni se me ocurra tocarla, que vamos a simular que lo hicimos, pero que no iba a pasar nada. Fueron los peores cinco minutos de mi vida. Cuando salimos la multitud coreaba mi nombre, era un héroe, pero no había luchado por nada, en realidad era un cobarde y encima estaba cagado de calor en ese traje ridículo. La fiesta siguió y yo nunca volví a ser el mismo. El otro día la encontré en Facebook a Juana y me acorde de todo esto, pasaron muchos años pero ahí estaba, cambiada, con dos hijos. No me puedo quejar de mi vida hoy en día, al contrario. Pensé en mandarle una solicitud de amistad, ¿se acordará quien soy? ¿Se acordará del niño Bowie? La maldije un rato y después me reí mucho, cosas de chicos pensé y bebí otro sorbo de té.

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