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Regalamos Cuentos Edición 2011 – Especial para el Día del Niño ©Leamos un libro Organización de voluntariado para la promoción del libro y la lectura
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La lectura y yo ------------------------------------------- Pág. 7 Patricia Suárez Prólogo ----------------------------------------------------- Pág. 9 Algunas historias son reales ---------------------------Pág. 11 María Paz Balada Errores en el tiempo --------------------------------------Pág. 13 Michelle Bercoff Manuel, el paraguas ------------------------------------- Pág. 17 Alan Ponce Lata de cerveza ------------------------------------------ Pág. 20 Santiago Chajet Samuel ----------------------------------------------------- Pág. 22 Facundo Monarca Pereyra Osías, el paraguas amistoso ---------------------------- Pág. 24 Facundo Alonso Cómo la vida cambia con solo tener sed ------------ Pág. 26 Eugenia Falcón Margarita y el pozo -------------------------------------- Pág. 30 Oriana Montes y Julieta Liendo Canela y Lucca ------------------------------------------- Pág. 32 Francesca Agostina Rubini Era una estampa invernal ------------------------------ Pág. 34 Silvia Ferraris El hombre de la valija ---------------------------------- Pág. 36 Gabriela Faria El abuelo -------------------------------------------------- Pág. 37 Laura Rabaudi Mitos y Leyendas La leyenda del jaguar ---------------------------------- Pág. 41 Matías Sugliani Pág. 42 La leyenda del caballo negro ---------------------------------------Nicolás Zelaya y Santiago Daguanno La leyenda del hombre transformado en tigre ---- Pág. 43 Facundo Mocilnicar 3
El mito de la rosa ----------------------------------------------- Pág. 44 Melisa Riedel y Agostina Cimmino La leyenda de los pumas -------------------------------------- Pág. 45 Camila Morales y Azul Grilke El mito de las estrellas ---------------------------------------- Pág. 47 Lucio Molina y Lucas Marchiolo El mito de un deseo -------------------------------------------- Pág. 48 Valentina Sandoval García El origen del universo ----------------------------------------- Pág. 49 Nicolás González y Guido Chiappori El mito de la rosa ----------------------------------------------- Pág. 50 Michelle Bercoff y Florencia Rateni El mito del rotweiller ------------------------------------------ Pág. 51 Mateo Duro Buceta y Tomás Benzi El mito del tornado --------------------------------------------- Pág. 52 Cristian Torres y Juan Pablo Fernández La leyenda de los lobanos ------------------------------------- Pág. 53 Matías Ginzburg y Leandro Gómez La leyenda del labrador --------------------------------------- Pág. 54 Joaquín Damián Seita La leyenda del árbol Pehuén --------------------------------- Pág. 55 Flor Verderese u Rochi Borillo Oviedo El mito de la flor lirio del día --------------------------------- Pág. 56 Sofía Carrera Melo Y Sofía Repole La leyenda del dragón blanco -------------------------------- Pág. 57 Lara Zego El mito del oso --------------------------------------------------- Pág. 58 Facundo Mattei El mito del Melanocetus --------------------------------------- Pág. 59 Lucía Pérez Barandiarán El mito de los murciélagos ------------------------------------ Pág. 60 Agradecimientos ------------------------------------------------ Pág. 61
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“Leer no es una obligación: es una fiesta” Ana María Shua
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La lectura y yo Por Patricia Suárez*
Yo siento que soy una persona definida por la lectura y la escritura. Más por la lectura, quizás –y no por emular a Borges que decía algo parecido- que por las cosas escritas. La verdad es que en una isla desierta lo pasaría mal sin un libro. Desde que tengo memoria, siempre estuve con la nariz metida entre libros, por placer. Y toda la infancia escuché al otro lado de la puerta: “Apagá la luz de una veeeeez” de mis padres. Yo crecí durante la Dictadura; en el año ’76, yo tenía 7 años y recién sabía leer y escribir. Para mis padres, supongo, una manera de tenerme controlada y que no saliera a “potrear” con los chicos, era que leyera. Por eso, al principio, la cosa de la lectura les hizo mucha gracia: me tenían en casa, leyendo todo el día, silenciosa, segura de todo peligro exterior que pudiera suceder en las calles. Fui una nena solitaria, seria, que se esmeraba en usar palabras que todos comprendieran, porque su propio lenguaje era el de los libros. Ninguno de mis padres era lector, pero tenían colecciones de libros –porque quedaba bien tener libros, creo yo- y leí sin cesar toda la biblioteca Robin Hood y las Ediciones Selectas de mi mamá, los Reader’s Digest, los Lo sé todo. A los 11 años mi papá me regaló mi primer libro: Bajo las lilas de Louise May Alcott. Fue mi primer tesoro. La biblioteca de mi escuela no tenía mucha literatura, así que a los 12 tomé el toro por las astas: me inscribí en la Biblioteca del Sindicato de Empleados de Comercio y sacaba libros de allí, sobre todo Mitología, que me encantaba. En aquel momento, acababa de estrenarse en el cine El exorcista y yo no podía ir a verla porque no tenía la edad suficiente. Más o menos por ese año, me metí por primera vez en mi vida en una librería de viejo y me lo compré. A partir de ese momento, comencé a formar mi biblioteca comprando y canjeando libros. A los 13 años, me asocié a la Biblioteca Argentina de Rosario, la biblioteca más importante que hay en la ciudad y también en la Constancio Vigil. Fui socia de cuanta biblioteca pueden imaginar: del Concejo Deliberante, del Centro Unión de Dependientes, de la Escuela de Mujeres, del Club Náutico, de la Alianza Francesa, de la Asociacion de Mujeres, etc, y de bibliotecas circulantes. Yo creo que antes la lectura a través de bibliotecas es un poco como la que hoy tienen las nuevas generaciones en Internet. Hay cierta voracidad propia del lector en avasallar texto y conocimiento, y cierto placer de buscar y encontrar el libro. Yo, yendo y viniendo de bibliotecas, era feliz. A veces no podía retirar el libro –porque era muy viejo o se encontraba en mal estadoentonces me quedaba a leerlo ahí. Conocía mi tiempo: podía leer de corrido durante seis horas sin sentir cansancio. Más o menos a los 10 años, mientras todo eso que contaba iba ocurriendo me sucedió algo singular. Momentáneamente me había quedado sin libros y empecé a leer los tres tomos del diccionario verde de mi mamá. Y esta falta me llevó a una reflexión, ¿para qué leer tanto? Porque yo sentía que el lector que era yo, era un recipiente, una vasija, que se estaba llenando y debía volcarse. Y volcarse era escribir; era y fue para mí, el pasar de cierto estado pasivo de la lectura al estado activo de la escritura. Y escribir era devolverle a los otros, algo de lo que los libros me habían dado a mí. Los libros habían sido para mí mis amigos y mis salvadores, yo quería (y quiero aun) que cuando alguien me lea se sienta acompañado, confíe en mí como en un amigo; me gusta decirle a los demás “No estás solo” y “Se puede salir adelante”. Y conste que soy una persona muy pesimista y de depresión fácil, ¡eh! 7
Por supuesto, que yo ni soñaba con ser escritora por esos años, pero ya me picaba el bichito de escribir. Como leía a Nancy Drew escribía historias de detectives en un cuadernito –que yo llamaba de los “best sellers”- y también hacía sketchs burlándome de situaciones familiares. A los 13 años, un pastor de mi escuela –yo fui a una secundaria metodista- me dijo que todos los grandes escritores llevaban un Diario íntimo. Aunque en verdad esto no es tan así, en aquel momento yo no lo sabía y me dispuse a la escritura de mi Diario. La escritura del Diario acabó cuando descubrí que me leía mi papá y me armó un escándalo fenomenal por una información que no le gustaba y estaba ahí. Durante varios momentos de mi vida tuve un Diario íntimo, pero lo cierto es que a mí no me funciona: o escribo literatura o escribo el diario. Como lo del Diario me había fracasado, decidí escribir todas las emociones que sentía de manera cifrada, que sólo yo pudiera entenderlas. Así nació para mí la literatura. Y con esto quise decir que para mí la lectura y la escritura son las dos caras de una misma moneda. Yo no sé lo que es estar sin leer, como no sé lo que es el terror a la página en blanco. Yo sólo sé que la lectura mejoró mi vida y la enriqueció. Es mi mejor amiga. Así como otros recuerdan su primer bicicleta, yo recuerdo mi primer libro de La Ilíada: grande, azul, con un Héctor morocho y un Aquiles rubio (yo estaba perdidamente enamorada de Héctor). Nunca tuve profesoras ni bibliotecarias que me alentaran o indicaran qué leer –no era común en aquella época-, pero sí estaba siempre atenta a lo que leían mis amigas. Uno escucha más a los que están más cerca de uno, ¿no? Y las grandes lecturas me llegaron de manos de los amigos, de aquellos que con la emoción que les había producido tal o cual libro, te convencían. El relato de un libro conmovedor de alguien a quien querés, te azuza a leerlo. Yo creo en contar los libros. No en la narración oral de un texto –tengo cierto prurito al respecto-, sino en el contar la lectura que uno hizo, a otros. Porque es un modo de transmitir el amor y es algo de eso que hablaba al comienzo, de volcar la literatura en otros. No sé si el ser humano es gregario por definición o no, pero la literatura es un hecho social: uno escribe para otro. Alguien que esconde sus papeles en el escritorio y no publica, no es un escritor: es un señor que escribió con más o menos talento tal o cual cosa. El escritor –el artista en general- se debe a sus lectores. El refrán dice Obras son amores. Y yo pienso también que Libros son amores y es el deber de los que los gustamos, compartirlos con otros.
* Patricia Suárez: Nació en 1969, en la provincia de Santa Fe. Ha publicado docenas de cuentos y ganado numerosos premios. Es narradora, escritora y dramaturga. En 1993 recibió el Premio de Obras Teatrales "Enrique García Velloso", organizado por la Editorial Municipal de Rosario por las obras cortas Basta y Vestido de novia en colaboración con Pablo Romano. Sus cuentos fueron premiados numerosas veces. En 1997 comenzó a publicar literatura infantil, publicando veinte títulos en el Plan de Lectura de la Editorial Libros del Quirquincho. En 1997, su cuento Historia de Pollito Belleza recibió el Premio Monte Avila en el Concurso Juan Rulfo de radio Francia Internacional. En 1998, recibió el primer premio del Concurso de Narrativa Infanto-Juvenil Homenaje a Laura Devetach organizado por la Subsecretaría de cultura de Córdoba, por la novela infantil El dormilón. Desde 1997 dirige talleres de literatura en las escuelas, dedicados principalmente a incentivar la expresión escrita.
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Leamos un libro es una organización de voluntariado que ofrece propuestas de promoción del libro y la lectura para todas las edades tanto en el ámbito privado como público. Además, brinda un espacio a partir del cual los involucrados puedan poner en práctica los instrumentos que ofrecen las diferentes formas artísticas en articulación con el diseño de estrategias de animación a la lectura y promoción cultural. Las personas involucradas en este emprendimiento creen que la lectura cumple un papel importante en la sociedad, en un ámbito sociocultural y educativo. Nuestro rol como mediadores de la lectura es mucho más que acercar un libro, es brindar un espacio a la imaginación, abrir una puerta al conocimiento, lograr que la lectura sea una herramienta para el intelecto, generar un espacio para la creatividad y el aprovechamiento de la lectura, seguir insistiendo para que la lectura, la cultura y la educación sigan, en conjunto, afianzando un camino para generar oportunidades en el ámbito social. Como cierre del año 2010, Leamos un libro lanza por primera vez esta propuesta de “Regalamos cuentos”. Este proyecto consistió en un libro de historias para regalar en las fiestas. Los que participaron tuvieron la posibilidad de buscar un cuento para regalar, o bien escribir el propio. Luego de reunir todos los cuentos, se armó el primer libro que se dispuso para hacer las copias. Por último, algunos voluntarios se encargaron de decorar las tapas y armar cada uno de los libros. Luego todos los libros fueron repartidos a los chicos de dos plazas. Para este año 2011 se decidió lanzar este proyecto como especial para el Día del Niño y llevar los libros a lugares con más necesidad como son hogares, comedores, centros de apoyo familiar, hospitales, y también haremos algunos audio-libros para las instituciones donde asisten niños y niñas no videntes. El trabajo que presentamos es producto de la dedicación de jóvenes, alumnos de secundaria, y de algunos voluntarios de Leamos un libro. La lectura es también un alimento, uno para el alma, para el intelecto y para el espíritu. Cada niño, cada joven, cada adulto, tiene derecho a recibir de este alimento. Y es parte de nuestra tarea poder brindar ese alimento. Y éste es el motivo principal por el cual este proyecto salió a la luz: para regalar historias, para regalar sonrisas, para regalar imaginación. Para los destinatarios de este libro: sueñen, imaginen, disfruten, jueguen, aprendan, crezcan… Creemos que desde un libro esto puede hacerse, y ¡mucho más que eso también!
Daniela Rosito. Titular de Leamos un libro.
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Hace cincuenta años, en un pueblo del oeste africano, las personas susurraban sobre una casa muy vieja que se encontraba en la colina de un morro. Decían que la gente que compraba esa propiedad no soportaba vivir ahí más de cinco días. Los murmullos y los chismes eran el alimento del pueblo. Era un pueblo muy aburrido ya que era muy pequeño y las personas se conocían todas entre sí: desde un nacimiento hasta el último rumor sobre la tía, el abuelo, el primo o sobre cualquier vecino. José trabajaba en la panadería de Don Antonio, con el que tenía una cálida relación. Podríamos decir que era como su padre. En una de sus tantas charlas, Don Antonio contó que el problema de la extraña casa en la que nadie soportaba vivir era la cama del dormitorio principal. Es sabido por todos que las personas al dormir suelen moverse, pero este hecho no le hacía mucha gracia a la cama. Las habitantes de la casa solían despertarse de muy mal humor a causa de largas discusiones con la cama, según las versiones de la gente. Don Antonio pasó horas hablando con José sobre este tema, y al finalizar el día José sintió muchas ganas de conocer ese lugar y de poder discutir con esa cama. Así fue que había planeado escaparse de su casa por las noches, subir a la colina y entrar sigilosamente en la casa del morro. Eran las once y media cuando José emprendió su aventura nocturna. Terminó cansado de subir la colina, y al llegar a la casa notó que la puerta de entrada estaba abierta. Sintió temor, pero la euforia era mayor, por lo que decidió pasar sin hacer un solo ruido. Subió silenciosamente escalón por escalón en puntitas de pies. Cuando llegó al primer piso, miró sugestionado hacia delante y vio la puerta del único cuarto de la casa. No entendía por qué la puerta estaba cerrada completamente, pero suponía que si la puerta de entrada estaba abierta, eso querría decir que alguien había entrado. Era de esperar que cualquiera que hubiera entrado y explorado hubiera dejado la puerta del cuarto abierta. Abrió la puerta con sus manos sudadas y respiró profundo. Aunque lo hizo muy lentamente, la puerta gruñó debido a los años y a la escasez de aceite que tenían sus bisagras. José miró hacia delante con mucha atención y curiosidad. Entre el polvo y los muebles viejos, la vio. Una cama casi de dos plazas y media hecha de pino, con acolchado y almohadas incluidos. Una cama que aparentaba ser… normal. Intentó encender la luz que estaba sobre la cómoda, pero esta no prendía. José sintió en ese instante una adrenalina que luego se convertiría en pánico. Volvió a mirar su objetivo y decidió ir y acostarse en la cama. No escuchó ningún ruido más que su respiración agitada por el miedo. ¿Qué podría hacer enojar a una cama? —pensó—. Comenzó saltando sobre esta, gritando, revolcándose de pies a cabeza por minutos. No escuchaba nada. Durante medio segundo pensó que Don Antonio le había contado una historia completamente falsa y ficticia. Cuando José salió de la pieza, bajó las escaleras y salió de la casa, escuchó unos ruidos muy extraños que prove-
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nían del cuarto. Pensó que, quizás, el haber bajado rápido por las escaleras había causado que la madera rechinara y que se escucharan ruidos tenebrosos fabricados por su imaginación. José buscó todas las justificaciones posibles y siguió su camino sin darles importancia. Se había alejado unos metros de la puerta de entrada, cuando escuchó un grito grave. Sobresaltado escuchó con atención. Desde la ventana del único cuarto se escuchó una voz: —Agradezco que te hayas ido; necesitaba dormir tranquila.
Fin. 12
Susan era una chica de unos trece años de edad. Un día discutió con su mejor amiga e intentaron arreglarlo, pero la pelea había sido muy fuerte porque Susan había hecho algo malo y creía que ya nada podía arreglar la situación. Su tío, Henry, era un científico loco; de esos que hacen millones de inventos, los más extraños que pudieran ocurrírsele a una persona. Entonces, Susan tuvo una idea un poco loca, pero que tal vez solucionaría su problema. Llamó a su tío por teléfono y le preguntó si podía ir a su casa ese fin de semana. Él le dijo que por supuesto, y el fin de semana la chica empacó sus cosas y se fue a visitar al tío Henry. Llegó a su casa luego de un viaje de una hora debido a la tardanza del tren, y se quedó hablando un par de minutos con su tío. –¿Has estado haciendo algún invento nuevo? –dijo Susan con curiosidad–. –Umm, estoy terminando de crear una máquina del tiempo, pero es una labor casi interminable. Estoy trabajando en eso desde hace seis meses y todavía no consigo terminarla. El motor está averiado. –¿Una máquina del tiempo? Y… ¿cómo es eso? Me refiero a que… tú sabes. No creo que sea como en las películas, que te sientas en una cápsula y aprietas un botoncito y viajas por el tiempo, jajaja. –¿Cómo creías que era sino? –dijo seriamente. –¿Así es? Pero… ¿¡pero cómo es posible!? Es algo muy… –¿Loco? Todo es posible con la ciencia. –¡Genial! Te ayudaré a repararla.
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Estuvieron unas horas intentando terminarla, hasta que por fin lo lograron. ¡Había quedado estupenda! Susan no podía creer las cosas que su tío hacía. Entonces, tuvo una magnífica idea: se le ocurrió que con esa máquina podría volver atrás y solucionar la discusión que tuvo con su amiga. Todo estaba planeado; sólo le faltaba pedirle permiso a su tío. –Tío, ¿puedo usarla? ¡Es una emergencia! Necesito reparar un error del pasado y tal vez tú podrías prestármela por unas horas. –¡No! Esto es muy peligroso, Susan. ¡No puede probarla cualquier persona! Correrías un riesgo. Todavía no sabemos si está en buen estado y si es segura. Al terminar de decir esto, Henry se marchó con su taza de café. Susan suspiró, y luego de meditar unos minutos, evaluó qué tan peligroso podría ser desobedecer a su tío. Sin pensarlo dos veces, entró a la máquina. Se sentó en el asiento dentro de la cápsula y presionó el botón que decía “volver al pasado”. La máquina se agitó y dio vueltas en el lugar, y luego de unos diez segundos de mareos, llegó al lugar donde había transcurrido la pelea. Algo muy extraño ocurrió: podía verse a ella misma discutiendo con Melany, su mejor amiga, justo al lado del árbol del patio de la escuela. –¿¡Cómo pudiste decirle a todos mi secreto!? ¡Se suponía que no le dirías a nadie, Susan! –¡Perdón! No quise decirlo, ¡en serio! Fue algo muy impulsivo, me gustaría arreglar todo… –Pues ya es un poco tarde, ¿no crees? –Se dio media vuelta y se fue–. Susan, escondida detrás de un arbusto, contemplaba la escena. Luego decidió ir e interrumpir el momento. A medida que se acercaba más y más a su amiga y a ella misma, ella dejaba de verse. Era como si estuviera justo como hacía una semana, en el mismo lugar y en el mismo momento. –¡Melody! ¡Espera! –Y comenzó a correr hacia ella–. No te enojes, por favor. ¡Nunca más lo volveré a hacer! Perdóname. Cometí un error pero no puedes estar así de enojada por tanto tiempo. –Tienes razón. Estuviste mal, pero yo estuve peor al no disculparte. Solo trata de pensar antes de hablar y no lo vuelvas a hacer por favor. –Lo prometo, nunca más lo volveré a hacer. Se abrazaron, y pasaron unos segundos hasta que Susan se acordó de que su tío se preocuparía si ella no volvía antes de las siete de la tarde. –Debo irme, Melody. Nos vemos el lunes. –De acuerdo, ¡adiós! Susan se dirigió hacia la cápsula que seguía justo detrás del arbusto. Se subió y se quedó mirando los botones. –¡Oh, no! Olvidé como volver al presente, ¡rayos! –Y es que no había un botón que dijera “volver al presente”. Solo el que decía “volver al pasado” y el de al lado decía “ir al futuro” –. ¡Qué tonta soy! –pensó en voz alta–. Seguro tengo que volver al futuro ya que me encuentro en el pasado. ¿Cómo no se me ocurrió antes? Presionó el botón, y se encontró en otro lugar que definitivamente no era la casa de su tío. Siempre había problemas cuando alguien usaba una máquina del tiempo, pues no había manera de regresar. –¡Dios mío! ¿Qué haré ahora? ¡Estoy perdida en el futuro! Ni siquiera sé qué ocurre ni donde estoy parada. –Se quejaba–. Bajó de la cápsula y exploró el lugar donde se encontraba. Fue caminando por las calles, llenas de gente vestida de una manera muy colorida y con autos de última tecnología. Encontró a un guardia de seguridad junto a un estacionamiento y decidió consultarle. 14
–Disculpe, señor. Necesito saber dónde estoy. Estoy perdida, y necesito llegar a la calle General Street al 8950. ¿Podría darme alguna indicación? –Buenos días. Estamos en la calle Colour Street al 2040. Me temo que el lugar que usted está buscando, señorita, queda muy lejos de aquí. Son unas… diecisiete, dieciocho… setenta cuadras hacia la Avenida Stevenson, doblando a la derecha junto a la torre Hiden, dobla a la derecha y allí está la calle que busca. –Oh, ¡vaya que estoy lejos! Em, muchas gracias, adiós. Susan estaba más preocupada y alborotada que nunca. Sentía las piernas flojas de los nervios y de la preocupación, y no sabía que hacer. Recordó las indicaciones del guardia de seguridad y decidió ir hacia allí. Pero había un problema: como llevar la cápsula. Aunque pensándolo bien, ya no le serviría más. No había forma de reparar los errores con esa cosa, así que se tomó el tren, dejó la máquina por allí, en la calle, y se dirigió hacia la torre Hiden, que le servía como referencia. Al llegar se bajó del tren y recorrió muchas calles, hasta llegar a donde se suponía que estaba la casa de su tío. ¡Por fin encontró su casa! Tocó timbre y esperó unos minutos. –Disculpe, señorita. ¿Quién es usted? –dijo una voz extraña y temblorosa que salió desde el otro lado de la puerta–. –¿Cómo? ¿Cómo que quién soy? Tío, ya basta, ábreme. –No la conozco, señorita –dijo aquel extraño, y abrió la puerta–. Se encontró cara a cara con un ancianito completamente desconocido. Definitivamente su tío no estaba allí. –¿Quién es usted y qué hace en la casa de mi tío Henry? –gritó Susan en un tono exaltado–. –¡Tranquilícese! ¡Aquí no vive ningún Henry! Creo que usted se refiere al inquilino anterior, ¡pero si se supone que usted es su sobrina, debería saber que se mudó a otra ciudad hace ya tres años! –¿¡Qué-qué-cómo-qué dice!? –tartamudeó Susan–. Es decir... ¿Usted vive aquí ahora? Por favor, ¿podría darme la dirección de Henry? –Si, yo vivo aquí. Me temo que no puedo darle ese dato. Yo no sé si usted me está engañando, si es una bandida, una secuestradora… no puedo dar tal dato, señorita – dijo el anciano, desconfiado–. –¡Pero por favor! ¡Necesito encontrarlo, señor! El anciano se quejó y la echó de su casa. Susan estaba desesperada. Se sentó en el cordón de la vereda y se largó a llorar desconsoladamente. Luego de unos minutos, se quedó dormida en la vereda. Tuvo un sueño tan profundo, que sentía que dejaba de preocuparse y se sumergía en un largo descanso. Hasta que escuchó una voz conocida. –¡Susan! Vamos, ¡levántate! –El dueño de esa voz la sentó en la cama. Era su tío Henry–. Son las cuatro de la tarde y tienes que acompañarme al mercado. A menos que quieras quedarte durmiendo dos horas más como una morsa. –¡Tío Henry! ¿Cómo es que llegaste aquí? –Susan saltó de la cama y abrazó a su tío–. –¿Qué dices? Estuve aquí siempre, ¡nunca me he ido! –Pero, la máquina del tiempo, las calles extrañas, el anciano… ¡me dormí en la vereda y desperté aquí! ¿Qué ocurrió? Su tío la miraba de una manera muy desconcertada y sorprendida. –Nunca te subiste a la máquina del tiempo. Terminamos de armarla, y te fuiste a ver televisión. Allí es cuando te quedaste dormida. –Es decir que fue todo… ¿un sueño? –Ella no entendía lo que sucedía. Había sido tan real, una de las cosas más extrañas que le hubiera ocurrido en su vida. –Oye, linda, te dormiste. Es todo. ¿Quieres ayudarme a probar la máquina luego de ir al mercado? 15
–No. Gracias, yo paso. –¿Por qué? –Porque creo que una máquina del tiempo no sirve para nada. Es un invento inútil, solo te permite solucionar errores y luego empeorarlos. Creo que es mejor arreglar las cosas hablándolas y actuando. Su tío la volvió a mirar perplejo. –Tienes razón. Al otro día, Susan fue a su casa. Llegó y lo primero que hizo fue llamar por teléfono a su amiga Melody y le pidió disculpas. Todo se solucionó, y se dio cuenta de que, como ya le había dicho antes a su tío, es mejor solucionar las cosas de la manera más sencilla, antes que huir del problema.
Fin.
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Esta es la historia de un paraguas llamado Manuel. Él era bastante nuevito y le encantaba tomar sol en el jarrón de la entrada, con su amigo Dante, el tapete. Le agradaba la confortable sensación del tibio rayo de sol colándose por las ventanas que estaban junto a la puerta. Pero más le gustaba divertirse contando las pequeñísimas partículas de polvo que se deslizaban por el oblicuo haz de luz como por un tobogán. Manuel era tan nuevo, que aún no había tenido la suerte de conocer a la danza de la lluvia, conocida en esas tierras con el nombre de “Lorenza”. Siempre había tenido la incertidumbre de saber cómo sería esa misteriosa muchacha. Todo llega ―pensaba muchas veces como para convencerse de que algún día la conocería y para enfrentar cada nuevo día con más ánimo―. Una tarde en que Inés, su dueña y entrenadora de leones marinos y de delfines, estaba a punto de irse a trabajar, sucedió algo que nunca había ocurrido, o que no había ocurrido en muchos años. Al salir de su casa, una nube negra, negra, negra como una morcilla se posó sobre toda la ciudad. ―¡Oh, no! Por todos los cielos… ―exclamó―. Tendré que regresar a casa y buscar mi paraguas ―agregó algo contrariada, porque se le haría muy tarde y los leones marinos y delfines estaban tan bien educados, que esperaban, puntuales, la hora de su clase―. Inés corrió como una gacela y tomó el paraguas de la entrada; ese azul y hermoso paraguas que reposaba, paciente, en el jarrón de la entrada; y lo dejó en el auto. Manuel pensó triunfante: Todo llega, solo hay que saber esperar. Manuel, que había advertido el enorme nubarrón negro, estaba muy contento porque sabía que esa era su oportunidad de conocer a Lorenza, la lluvia, y de demostrarle a Inés que él era único y el mejor paraguas de todos. Inés llegó a su trabajo. Sus delfines y leones marinos la aguardaban muy contentos. Trabajó, trabajó y trabajó muchas horas. Sus delfines y leones marinos se preparaban con mucho entusiasmo para la nueva función que se realizaría en diez días. No quedaba mucho tiempo. Si bien sus alumnos progresaban a pasos agigantados, era necesario practicar una y otra vez cada prueba. Todo en la vida es práctica, muchachos ―solía repetirles Inés―. A veces también pronunciaba otras frases pero todas tenían que ver con lo mismo: perseverancia, esfuerzo, disciplina, constancia. Los delfines y leones marinos se miraban de reojo y resoplaban porque consideraban que Inés repetía esas frases demasiado seguido. Entre tanto Manuel aguardaba, aburrido en el auto, su momento de brillar; de mostrar que él era el mejor de todos. No permitiría bajo ninguna circunstancia que ni una gota tocara a su ama, o sea, a Inés. Fue entonces cuando Manuel alcanzó a verla. Sí, Inés estaba volviendo al auto y las nubes cada vez más y más oscuras denotaban que una tremenda lluvia se aproximaba. Inés manejó un largo trecho y cuando faltaban tan solo cinco cuadras… Sí, sucedió. Sucedió eso tan anhelado por Manuel: comenzó a llover. Manuel estaba exaltadísimo, lloraba de la emoción, pero estaba preparado para la acción. 17
Cuando Inés llegó a Azcuénaga al 8323, su casa, tomó rápidamente su paraguas. Estaba diluviando y parece que vio a Noé dando vueltas por ahí. ―¡Seeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee! ―exclamó Manuel―. Entonces, pack, pack, pack, pack. ¡Sí! ¡Por fin! ¡La lluvia estaba cayendo sobre Manuel! Pero entonces se escuchó: ―¡Ayyyy, Lorenza, Lorenza! ¿Qué era ese sonido? Parecía una queja, una exclamación de dolor. Sí, en efecto, era Manuel. ¿Qué estaba pasando? Simplemente que le dolía enormemente cuando las gotas pegaban contra su regazo. Deseaba con toda su alma (porque los paraguas también tienen la suya, enredada entre los fierritos que sostienen la tela) el momento de entrar a la casa y protegerse de esa fuerte y dolorosa lluvia.
Llegaron a la grande y cálida casa. Inés se sacó los zapatos, porque la suela estaba mojada. A decir verdad, la suela ero lo único que estaba mojado, porque el resto de su cuerpo (incluyendo el cabello, por supuesto) estaba bien sequito. Manuel lloraba del dolor dentro de su jarrón, junto a su amigo el tapete. El tapete, que ya conocía de dolores y humillaciones, trató de consolarlo, pero el paraguas lloraba tanto, tanto que su amigo ya no sabía si esos chorros que bajaban por el jarrón eran de lluvia o de llanto. Para el caso, lo mismo da ―reflexionó por un momento y se abocó a la difícil tarea de consolar a Manuel―. La lluvia pasó. El paraguas se secó. Pero nada volvió a ser igual. Manuel ya no tomaba sol ni conversaba con Dante. Tenía miedo. Apenas asomaba el mango de madera lustrosa que lo hacía tan elegante. Tan escondido estaba, que Inés olvidó que lo tenía y pensando que lo había extraviado en algún sitio (cosa que sucede muy frecuentemente con los paraguas en cualquier lugar del planeta) se vio obligada a comprar otro, mucho más chiquito y plegable, tan práctico y pequeño que entraba en la billetera. Nada volvió a ser igual para Manuel porque, como verán, la vida siguió normalmente para los demás. Inés, por ejemplo, iba a trabajar, entrenaba a sus delfines y leones marinos, regresaba cargada de bolsas, cocinaba, cenaba, miraba un rato la televisión. Así cada día. Manuel ya no era tan nuevito como antes: algo lo había hecho envejecer y cambiar. Pensó con tristeza en su miserable destino. Un paraguas condenado a la soledad y al olvido. Pero todo llega. 18
Algo inesperado ocurrió una tarde. Inés llegó del trabajo muy contrariada. Parecía preocupada. Sus alumnos, los delfines y leones marinos, no querían practicar. Se rehusaban a realizar los ejercicios y llegaban tarde a las clases, y todo porque Inés había olvidado en un museo el bastón que utilizaba para adiestrarlos. Había probado con un palo de escoba cortado a la mitad pero nada. Había intentado con el bastón que había sido de su abuelito, pero sin éxito. Probó con el palo de golf de su tío Alberto, pero los animales ni se movían. Solo le quedaba intentar con… ―¡Aquí está! Mi paraguas azul. ¡Creía que lo había perdido, qué tonta! Esta será la última oportunidad que les daré a mis chicos ―exclamó algo aliviada―. Y así fue. Manuel la acompañó, y esta vez no se quedó en el auto. Entró orgulloso de la mano de su dueña y entrenó a los delfines y leones marinos con gran habilidad. Los alumnos respondieron sorpresivamente cada orden, cada pedido y cada indicación de la entrenadora con increíble precisión y maestría. Inés no podía creerlo. Algo nuevo y hermoso había comenzado a suceder entre ellos. Todos parecían contentos y renovados. Y así fue. Manuel la acompañó, y esta vez no se quedó en el auto. Entró orgulloso de la mano de su dueña y entrenó a los delfines y leones marinos con gran habilidad. Los alumnos respondieron sorpresivamente cada orden, cada pedido y cada indicación de la entrenadora con increíble precisión y maestría. Inés no podía creerlo. Algo nuevo y hermoso había comenzado a suceder entre ellos. Todos parecían contentos y renovados. Manuel había encontrado su lugar, su verdadera vocación. Ya nada le importaba. Solo ansiaba cada mañana viajar en auto tomando el sol que se colaba por la ventanilla o mirando la lluvia caer para llegar al trabajo y hacer lo que mejor sabía hacer.
Fin. 19
Todo comenzó en una fábrica común y corriente. Primero se mezclaron los ingredientes, y luego se envasaron en una lata de cerveza. Más bien, en La Lata. De ahí La Lata llegó a un kiosco en un barrio marginal y la compró un delincuente. Después de tomársela, como era de esperar, la utilizó para el vandalismo arrojándola a un auto. La Lata abolló el techo del auto y él se fue caminando. De lo que no se dio cuenta fue de que La Lata estaba viva y tenía sed de venganza por haber sido arrojada. La Lata usó uno de sus poderes: salió volando y le partió la cabeza al delincuente, pero él sobrevivió. La Lata, satisfecha, continuó su camino hasta que un barrendero la recogió y la metió en un tacho de basura. Dentro del tacho, ella animó a las demás latas y envases, y formaron un escuadrón de venganza. Mientras planificaban su próximo movimiento en el tacho, pasó un jubilado que escupió sobre La Lata. ¡Grave, gravísimo error! Los envases salieron volando y le pegaron en la espalda, haciéndolo escupir la dentadura postiza de la cual se adueñaron e incorporaron a su ejército. Ahora no solo golpeaban, sino que también mordían. Avanzaron hasta que se encontraron con un mantero que vendía CDs truchos: su tercera víctima. Pensando que podían usar los CDs como espejos para distraer a sus víctimas dirigiendo un haz de luz a sus ojos, decidieron apoderarse de la mercadería… El mantero llegó al hospital sin un dedo y con los dientes rotos. Cuando un oficial le preguntó qué le había pasado, este respondió que una lata y unos envases de bebidas le habían propinado una golpiza fenomenal. Nadie le creyó. El hecho comenzó a repetirse con otras personas, pero ahora todas decían que habían visto un destello y luego a muchos envases golpeándolos. A la décima vez que una víctima dijo lo mismo, la policía comenzó a investigar. La primera pista que consiguieron fue gracias a la estrategia de poner una carnada: una enorme pila de latas vacías. Lo que no tuvieron en cuenta fue que La Lata las animó a todas y agrandó su ejército aún más. En fin, gracias a esto, descubrieron que posiblemente este ejército de latas pasaría por un basural cercano para aumentar sus fuerzas. Por eso, colocaron muchos francotiradores alrededor de los basurales más cercanos de la zona armados con municiones a base de imanes que, no solo las destruirían con el impacto, sino que también les impedirían moverse con libertad. Habían acertado: tras unas horas de esperar, las latas llegaron y comenzaron a animar a las demás… ¡PUM! Los francotiradores jalaron de sus gatillos y eliminaron por lo menos 95 o 96 de las casi 1000 latas que eran. Las restantes rápidamente se retiraron. Pasaron varios días hasta que el agente que investigaba el caso se enteró de que todos los francotiradores que habían disparado aquella vez habían sufrido golpizas posteriores al ataque. El agente rápidamente lo relacionó con las latas: ahora se sabía que eran vengativas…
20
El agente decidió dar un golpe severo a este ejército: juntó muchas latas vacías en un terreno baldío y convocó a voluntarios pertenecientes a agrupaciones de comparsas barriales para que armaran una gran banda de percusionistas. El plan tuvo éxito: las latas concurrieron a vengarse por lo que ellas consideraban una masacre de sus compañeras que gritaban al ritmo de la batucada. Entraron las socorristas en una especie de torbellino, pero fueron astutamente aplacadas por inmensas redes que helicópteros dejaron caer sobre ellas inmovilizándolas. Inmediatamente, una flota de aplanadoras les pasó por encima, dejándolas chatas como un inmenso plasma brillante… Esto despertó la idea de los artistas musicales que aún se encontraban en el predio, y diseñaron con ellas una gran pantalla para proyectar sus conciertos. Las autoridades accedieron y donaron el terreno para obras de arte popular. Desde ese día nunca más hubo problemas, hasta que… los desperdicios de la gran muchedumbre que concurría a los recitales fue, sin quererlo, generando un extraño enfrentamiento. Una fotografía así lo demuestra: se desató la guerra entre las marcas… ¿Un nuevo comienzo?
Fin.
21
Esta es la historia de un chico llamado Samuel, que vivía en Córdoba, en plena sierra. Ayudaba a sus padres económicamente cuidando caballos y trabajando la tierra en una estancia cercana. Pero un día se dio cuenta de que lo que hacía no era demasiado para su familia, ya que no tenían dinero ni una buena casa donde vivir. Entonces, el pequeño Samuelito se las ingenió para poder llevar más dinero a su casa. Con la poca plata que él ganaba compró semillas para cultivar la pequeña parcela que tenían al lado de su rancho. Mientras tanto, siguió trabajando en la estancia. Pero cuando volvía de noche cuidaba su pequeño cultivo, lo regaba y cuidaba de las pestes. Al cabo de un tiempo, este pequeño cultivo dio sus frutos y Samuel pudo vender en el pueblo todo lo que había producido, lo que le permitió poder comprar una cantidad más grande de semillas para seguir cultivando. Luego de un año de esfuerzo, abandonó el trabajo de la estancia para dedicarse solamente a su cultivo, que cada vez estaba más grande y ya contaba con un molino que le mejoraba su producción. Era tal el entusiasmo que tenía Samuel, que decidió ponerle un nombre a su plantación: “El molino de la sierra”. Afortunadamente, mucha gente le compraba lo que cosechaba y le quedaba un dinero para ayudar a su familia y seguir con la expansión de su ya no tan pequeño cultivo. Un día, mientras llevaba un cajón de choclos a una persona que se lo había encargado, se encontró en el medio de la sierra con un hombre que lo conocía desde que era chico: el señor José. El hombre le dijo: - Pibe, qué grande que estás, qué bien que te está yendo con tu plantación. ¿No te interesaría conocer la famosa Buenos Aires? Si me pagás 190 pesos yo te llevo. Luego de esta charla el muchacho se ilusionó con conocer la casi inalcanzable ciudad. Ir a Buenos Aires se le volvió algo obligatorio, algo que no podía dejar pasar. Entonces Samuel de a poco fue abandonando las necesidades de su familia y fue pagándole el viaje a este señor peso por peso. Al cabo de dos meses, Samuel había pagado todo el viaje y le contó a su familia que dentro de una semana se iría a conocer la ciudad, pero lo que no les contó fue que su idea era irse allí para trabajar e instalarse; es decir, que se marcharía para siempre. Llegó el día. Samuel y José partieron a Buenos Aires, dejando a su familia y abandonando su emprendimiento. Luego de un largo viaje llegaron a la Capital Federal: una gran multitud de gente recorriendo las calles, autos por todos lados, edificios altos y un gran ruido en la ciudad que hasta ese momento no conocían. La astucia de Samuel para los negocios lo ayudó mucho para conseguir su primer empleo en un negocio en plena Capital. Estuvo viviendo en un pequeño cuarto que alquilaba, mientras estudiaba un poco de Economía e Historia Argentina. Estos nuevos conocimientos le despertaron el interés por ser un importante hombre de negocios. Tuvo suerte de conseguir un empleo en una empresa que compraba materias primas a campesinos y estancias del interior del país y las vendía a todo el mundo.
22
Una mañana, luego de unos meses de vivir esta nueva vida, Samuel despertó y cuando fue al baño se miró en el espejo y se vio reflejado junto a altísimos edificios que se veían por la ventana. En ese preciso instante se dio cuenta de que estaba delirando, de que estaba haciendo algo que, definitivamente, no era para él, y que gracias a ese trabajo en la empresa se había dado cuenta de que los beneficiados siempre eran otros. Nunca los campesinos. Se dio cuenta de que siempre había gente un nivel más arriba que se aprovechaba de los necesitados. Sin dudarlo, Samuel renunció y decidió volver a su hogar, a su sierra, y reencontrarse con su familia. Al llegar y ver el horizonte sin edificios ni carteles, Samuel se sintió en casa nuevamente. Y comenzó otra vez con su trabajo, con su plantación. Esta vez con ideas más actualizadas de cómo es la economía. Luego de unos años de arduo trabajo, Samuel se convirtió en el productor más exitoso de la provincia de Córdoba. Vendía directamente, y sin intermediaros, sus productos al exterior y a todo el país. Esta fue la historia de un chico que, a pesar de haber nacido en la pobreza, se las supo ingeniar para salir adelante.
Fin.
23
Hace no tanto tiempo, en una ciudad llamada Buenos Aires, un paraguas llamado Osías era la envidia de todos los paraguas. Era muy colorido: amarillo brillante, verde alegre, rojo vivo y toda una gama de azules y celestes. Además de su apariencia, estaba hecho de fina madera, era de muy buena calidad y, por sobre todas las cosas, era simpático y amistoso. Su dueño era un hombre avaro y malo que lo maltrataba y lo tiraba por cualquier rincón de la casa, a pesar de que lo protegía en los días de lluvia. El señor era muy desagradecido con su paraguas, sin embargo Osías no perdía el humor. Cada vez que salía de la casa, en el camino al trabajo de su dueño, charlaba con otros paraguas, les contaba anécdotas de sus viajes y siempre, con orgullo, mostraba su colorido. Su dueño, sin embargo, no estaba muy conforme con Osías. A pesar de ser un paraguas resistente y de buena calidad, era tan colorido que para un hombre serio como él, un paraguas así era sinónimo de burlas de sus compañeros de trabajo. Una tarde lluviosa, el dueño salió de su casa con Osías y comenzó su caminata hacia el trabajo. Había un fuerte viento, pero Osías era fuerte y no se rompía. Sin embargo, se sorprendió al ver a su dueño entrar en un local de baratijas y comprar otro paraguas, sin colorido y sin humor. Osías no entendía por qué el dueño quería usar un paraguas tan poco llamativo, pero el dueño tiró a Osías al suelo y lo dejó abandonado allí, bajo la lluvia, en el medio de la calle. Osías estuvo horas llorando. Ya se le estaban apagando los colores, cuando de repente se acercó una mujer muy bonita y amable, y lo recogió del suelo. Osías se mostró muy agradecido y de la alegría de volver a ser usado se le iluminaron todos los colores. La dama lo trataba muy bien, lo guardaba en su casa en un lugar muy cómodo y lo cuidaba mucho. Para el agrado de Osías y la sorpresa de la gente, ella lo sacaba a la calle también los días de sol, para que Osías mostrara sus colores hermosos. Osías adoraba las manos de esa mujer; esas manos gentiles y sanadoras. Cada vez que la mujer salía, mostraba orgullosa su paraguas a sus amigas, acotando que se sentía la portadora de la alegría y de la esperanza. Por eso, desde ese día de lluvia, Osías prefería los días de sol para mostrar lo mejor de sí. Tenía miedo al agua porque le recordaba el abandono de su dueño anterior, pero adoraba las manos de una mujer; su mujer, porque había sido salvadora. No debes nunca descuidar ni abandonar lo que tienes por la opinión de la gente, ya que únicamente el que te conoce sabrá entenderte.
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Fin. 25
Solo faltan unos minutos –pensaba–. Ya tocará el timbre y me iré… –¿Bel, podés venir a casa mañana? Así podríamos ir a tomar un helado, o salir a comprar –me preguntó Carla interrumpiendo el silencio absolutamente perfecto que había en el aula, salvo por el ruido de la voz de la profesora–. –No puedo, hoy a la noche tengo que ir a visitar a mi tío Raúl. –¿El que vive en Tigre? –Si, se compró una isla pequeña allá, pero aún no construyeron muchas cosas. –Ah, ¿quiénes van? –Papá, su novia, Fede, Juanma y yo. –Su novia se llamaba Ángeles, ¿no? –Sí. Es que en realidad se llama María Ángeles pero prefiere que… –TTTTRING. –Sonó el timbre–. –Chau, Bela, llamame el sábado. –Bueno –dije distraídamente (aunque seguramente me iba a olvidar de hacerlo)–. Saludé a todos, incluyendo a nuestra preceptora, aunque rara vez la saludaba ya que ella no me tiene mucho afecto. Llegué a la casa de mi mamá, me cambié, preparé el bolso para ir a la casa de Raúl, me tomé un vaso de Coca-Cola y me quedé mirando tele un rato. Ya eran las 19:30. Como se pasa el tiempo viendo tele. Sonó el teléfono, y mi mamá fue corriendo a atender pensando que iba a ser una amiga para contarle las nuevas promociones de Avon, pero era mi papá que decía que estaba a dos cuadras y que yo fuera bajando (vivo en un departamento: piso 11). –¡Chau, ma! –Chau, Bela, cuidate. Bajé los 11 pisos y abrí la puerta. Enfrente del edificio estaba estacionado el auto de mi papa. Fui rápido; el baúl automático se abrió y dejé el bolso. Entré al auto y me senté en el asiento de atrás, ya que el de adelante estaba, como siempre, ocupado por Ángeles. Yo estaba sentada del lado de la ventana; Juanma (de 7 años), en el medio; y Fede (de 14), a la derecha, como siempre jugando con su celular. Me quedé dormida poco tiempo después de que subí al auto. Eran las 21:00 cuando mi papá me levantó porque teníamos que subir al bote que nos llevaría a la isla de Raúl. Al fin llegamos y vino mi tío a recibirnos, como siempre con una gran sonrisa. Comimos todos juntos afuera, aunque había mosquitos. –Vamos a buscar madera –me dijo Fede–. –¿Para? –Para comer los malvaviscos que el tío compró. No sé vos, pero yo nunca los probé. –No quiero ir. –Papá dice que me tenés que acompañar sí o sí. –Uy, bueno… Estuvimos caminando por el bosque un buen rato, ya que les maderas que encontrábamos estaban mojadas o húmedas, y no nos servían. –Ya está, Fede, no encontramos nada, ¿vamos? –¡No! No sé vos, pero yo no caminé tanto para después irme como si nada. Además 26
soy el mayor y me tenés que hacer caso. –Solo tenés diez meses más que yo. –Shh, mirá: una cueva. Vamos. –Bueno, pero si hay algo raro, nos vamos. –Dale. Él entró primero. –¡Bel! ¡Mirá esto! Entré corriendo. Había algo raro; una especia de fuente ubicada en el medio de la cueva y estaba llena de agua inmóvil. –No sé vos, pero yo tengo sed –me dijo Fede–. –¡No la tomes! ¡Mirá si tiene algo el agua! –¿Qué va a tener? Apuesto a que no te animás a tomarla. –No. –Jajaja. Como siempre. Siempre fuiste una miedosa. –¡Mentira! –¡Sí! –¡Mentira! Mirá, voy a tomar. –Entonces empecé a tomarla. Era como agua normal, solo que esta tenía un sabor extraño–. Ves, te dije que… Justo entonces me caí al piso desmayada. Lo último que vi fue a mi hermano corriendo hacia mí. Cuando me levanté, estaba en casa de Raúl con un paquete de gel congelado en la cabeza. –¿Qué me pasó? –Nada, Bel, te caíste y te golpeaste la cabeza. Ahí vi a mi hermano, haciéndome señas para que no dijera nada. –Ah, cierto. –Le seguí el juego para que después me debiera una–. Me levanté y me fui directamente al baño. Me miré al espejo: estaba pálida, pero me sentía realmente muy bien. Abrí la canilla y me quemé, pero era raro, porque había abierto la canilla del agua fría. Después me miré de nuevo en el espejo, y ya no estaba pálida; estaba roja, como si hubiera estado en el sol por mucho tiempo. La canilla seguía abierta: toqué de nuevo el agua, que estaba hirviendo, pero no me quemé; no me dolía tocarla. Me provocaba una extraña emoción y placer. Cerré la canilla y me fui afuera. El sol brillaba y la luz me cegó por un instante. No había nadie afuera, todos estaban en el living jugando al Monopolio. Me dirigí hacia el árbol en el cual Fede y yo nos trepábamos de niños, y yendo hacia allá fui tocando todos los árboles que veía (no sé por qué). Luego sentí olor a quemado, y cuando me di vuelta, todos los árboles que había tocado ardían en llamas. Me asusté mucho y empecé a correr hasta llegar a mi destino: el árbol de mi infancia. Trepé rápidamente y me senté en una de las ramas más altas miranda hacia el río. Cerré los ojos por un instante. Cuando los abrí, el agua empezó a hacer pequeñas olas (cosa rara, porque no había barcos cerca), pero luego empezó a ir para arriba y finalmente vino hacia mí en latigazos. Me asusté y me sorprendí; no lo entendía. ¿Estaría a punto de perder la cordura? No lo sabía, ¿cierto? Aún no lo sabía. El agua empezó a moverse a mi alrededor; era como una danza, una danza acuática. Aún no lo sabía. Me gustaba sentir el agua a mi alrededor, y mientras más atención le ponía, más rápido se movía. Estiré el brazo para tocar el agua, pero al hacerlo se me cayó el reloj (que no estaba bien ajustado, supongo), y al hacer contacto con el suelo, la tierra empezó a temblar. Me asusté. Bajé del árbol lo más rápido que pude, mientras el agua caía en pequeñas gotas perfectas. No quería ir a casa, no; quería alejarme de allí, alejarme de mi familia al menos por unas horas para ver si la “locura” era temporal. Aún no lo sabía, no.
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Llegué a otra parte del bosque y alcancé a ver un ave. Eso fue lo único con vida que se movía, o al menos lo único que pude ver. Todo estaba tranquilo. Sopló de repente un fuerte viento, y entonces cerré mis ojos y estiré los brazos. Era lindo sentirme así; me sentí liviana, fuerte. Abrí los ojos y me di cuenta de que mis pies no estaban en el piso. Estaba en el aire, yo, Isabela Burton, estaba flotando involuntariamente a dos metros del suelo. Esta vez no me asusté: ya me había convencido hacía tiempo de que eso no era un sueño, y acababa de convencerme de que no estaba loca, sino de que todo era real. Cerré los ojos de nuevo y volví lentamente al suelo. Estaba feliz y confundida; estaba felizmente confundida. Me quedé sentada sobre una roca por quince minutos, pensando en lo que había sucedido hacía apenas un instante. Recién eran las 9:50, o al menos eso creía. Ya no había tanto silencio; las aves empezaron a cantar majestuosamente y el olor a madera quemada ya casi se había desvanecido. Tenía hambre. Debía ir a casa. Llegué más o menos en diez minutos. Intentaba evadir el pensamiento, el recuerdo de lo que había ocurrido. Al menos evadirlo en casa. Oh, no debe pasar nada extraño allí, se asustarían mucho. A la mañana siguiente, el desayuno ya estaba puesto en la mesa; Ángeles había hecho su famoso budín de pan y Raúl preparaba mate. A mí no me gusta el mate, a menos que tenga mucha azúcar. Tomé chocolatada y casi ni comí budín, ya que, extrañamente, no tenía hambre. Eran las 11:00 cuando terminé de bañarme. Le mostré el árbol a Juanma y quedó fascinado. Allí cerca encontró mi reloj cubierto de tierra y me lo dio. Luego vino Fede con una sonrisa falsa; tramaba algo. –Aún me debés unas cuantas cosas –dijo–. No te olvides de que fui yo el que llamó a papá cuando te desmayaste. –¿¡Qué!? ¡Fue tu culpa que me desmayara! ¡Me dijiste que papá te había dicho que te acompañara a buscar madera, cuando en realidad él no te dejó salir! ¡Me trataste mal en todo ese camino para después decirme que tomara agua que encontraste en una sucia cueva! –No debía decir la verdad sobre el agua–. –¡Ja! ¿Sabés lo que caminé para pedir ayuda? Para pedir ayuda para VOS –dijo, y se rió–. Estaba enojada, pensé que ese gusano iba a preguntarme si estaba bien o que me daría las gracias por haberlo encubierto. ¿Está haciendo calor? ¡Oh, no! Él no debe saberlo, no debe. –Federico, andate; en serio. –Es un país libre. –Me miró–. Bel, te estas poniendo roja… –Sí...es que… No pude terminar la frase y me fui corriendo. No podía dejar que viera algo sobrenatural. No, no podía. Pasaron al menos diez minutos y antes de que mi piel volviera a su color normal. No podía seguir así, no podía seguir sin saber cómo controlar o entender lo que me estaba pasando. Oh nunca lo entenderás, lo sabes. Ya había pasado el fin de semana y era hora de volver a clases. Allí le conté a Carla lo que había pasado. Primero no me creyó, pero cuando en el baño le mostré que podía hacer que el agua de la canilla levitara en el aire e hiciera formas extrañas, no tuvo otra opción más que creerme. Ella me ayudaba bastante. Tres meses después de que obtuviese estos poderes, ya controlaba perfectamente el fuego (que era sobre el que más debía aprender, porque era el más peligroso). Aún estoy aprendiendo a controlar el aire: no es nada fácil, ya que debo estar en perfecto equilibro y en paz para poder volar. La tierra y el agua son más sencillos, ya que los controlo tan solo con mis brazos y no debo pensar mucho.
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No le he dicho nada a mis padres sobre mis… habilidades. No lo haré. Podrían asustarse mucho y llevarme a un doctor, el cual me llevaría a un laboratorio y me tendrían allí por tiempo indefinido. Por ahora estoy bien así. Estoy aprendiendo a usar mis poderes para poder salir a ayudar a la gente. Quién sabe, quizás pueda congelar de nuevo los polos, o elevar la cantidad de agua dulce, o evitar catástrofes naturales. Sería como una bioheroína, jaja. Y además podría defender a la gente de los malos. Me ocupé yo misma de guardar en un lugar seguro el agua de la fuente. Puse el agua en una botella de metal y la tiré al océano. Quedó en manos del destino. El que encuentre esa botella disfrutará de los dones que esta otorga, y le cambiará su vida en tan solo un momento; tal como me pasó a mí…
Fin.
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Margarita es una nena de nueve años, es muy curiosa, y siempre está buscando cosas para jugar y divertirse. Un día, jugando, encontró debajo de la alfombra un pozo muy profundo. Era tan, pero tan hondo, que Margarita no podía llegar hasta su fondo. Miraba y miraba dentro del pozo tratando de escuchar algún sonido o de ver alguna cosa. Acercó el oído y de pronto empezó a escuchar ruiditos. Entonces se le ocurrió que podían ser personas que vivían adentro del pozo, por lo que agarró sus juguetes y empezó a tirarlos ahí. Todos caían y caían sin cesar. Luego de un rato, los primeros juguetes empezaron a salir del pozo y a volver a Margarita. Ella, al principio, los recibía con asombro y rápidamente volvía a arrojarlos con fuerza. Pero cuando los juguetes continuaron volviendo, Margarita, asustada, empezó a temblar pensando que algún habitante saldría para agarrarla. Inmediatamente, quiso tapar el pozo con la alfombra pero, desesperada, se dio cuenta de que el pozo absorbía la alfombra, y con esta empezaron a caer también los juguetes. Margarita, asustada, no sabía si gritar o llamar a su mamá, y creía que alguien la llamaba desde la profundidad. En ese momento, trató de meter una mano. Empezó a tocar las paredes del pozo y se dio cuenta de que estaban llenas de juguetes, chupetines y golosinas. Quiso agarrar algunos y notó que estaban pegados. Metió la cabeza en el pozo y vio que adentro había una luz. Miró con detenimiento y descubrió que puertas y más puertas se abrían dentro. De las puertas salían luces de colores y caras que se desarmaban, se achicaban y agrandaban: dos narices, una boca estirada, tres ojos en una cara. Margarita gritó con fuerza y una mano elástica la agarró de los pelos y la metió adentro del pozo. La mano la sacudía atrayéndola a través de las puertas. Adentro de ellas se hizo la oscuridad. Margarita comenzó a temblar nuevamente.
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Corría y corría sin saber adónde iba. Una luz apareció e iluminó un espejo, a través del cual vio a su mamá convertida en una bruja. Tenía ropas de todos los colores y la cara muy cambiada. Ella sabía que era su mamá, por lo que la llamó varias veces y la mamá, con voz de enojada, la mandó a dormir. Margarita empezó a llorar y su mamá la envolvió con sus telas mientras bailaba de una manera extraña. Margarita seguía llorando y, entonces, su mamá la abrazó, y de un salto la sacó del pozo. Al fin, respiró profundamente y, una vez en su habitación, miró debajo de la alfombra (que estaba en su lugar) y no vio ningún pozo.
Fin.
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Había una vez, hace no mucho tiempo, una gatita muy linda, pelirroja y blanca. Era muy buena y solidaria, pero no tenía dueños y estaba muy triste. Durante las noches estaba solita y tenía mucho frío, pero tenía la esperanza de que algún día alguien la fuese a rescatar para cuidarla y quererla. Ella estaba embarazada y esperaba con ansias al nuevo gatito.
Una noche de abril, nació el hijito de la gatita. Era hermoso como ella, y muy chiquito. La mamá trató de buscar un lugar para quedarse con el recién nacido y encontró un terreno baldío al lado de una construcción. Se adaptaron fácilmente al nuevo lugar. Un día unos desconocidos se acercaron con una caja de cartón al lugar donde estaban los dos gatitos. Era un hombre acompañado por una niña. La mamá del gatito se acercó a ellos con amabilidad, preguntándose por qué habrían ido a ese lugar. Pero cuando la gatita se acercó a la nena, ella la echó haciendo gestos con los brazos y diferentes sonidos histéricos. Luego la niña le dijo al hombre: -Necesito que lo agarres rápido. La gatita no entendió este lenguaje extraño de los humanos, pero presintió que su hijito estaba en peligro y fue a rescatarlo. Lo escondió detrás de unas plantas, porque había entendido que la caja que llevaban esas personas era para llevarse a su hijito por la fuerza. La niña y el hombre buscaron al gatito durante una hora, pero no pudieron encontrarlo. La mamá entendió que si alguien bueno no les ofrecía un hogar a ella y a su cría, pronto estarían separados. Además tenían que buscar un nuevo lugar para vivir ya que la construcción vecina estaba casi terminada e iba a empezar una nueva en el lugar donde estaban la gatita y su hijito. Durante todo el tiempo que habían estado allí, los gatitos se habían hecho muchos amigos, como por ejemplo la señora que vivía del otro lado de la calle, 32
Cristina. Ella era una persona muy buena que todos los días les daba de comer y les estaba buscando un hogar. Un día la hermana de Cristina, Andrea, fue a tomar el te a su casa. Hablaron de muchas cosas y Cristina le contó sobre los gatitos. Cuando Andrea salió de la casa, accidentalmente se cruzó con el gatito bebé. Fue amor a primera vista para ella: se quiso llevar el gatito a toda costa e hizo los arreglos con su hermana. Pero lo que le preocupaba a Cristina era también el miedo mayor de la gatita: que esta y su hijito fueran separados… Por la tarde del mismo día, Andrea pasó por el terreno baldío y con Cristina agarraron al gatito bebé y lo llevaron a su nuevo hogar. Cristina regresó a su casa a la noche y no tuvo tiempo de pasar a ver a la gatita por el baldío antes de irse a dormir. Al día siguiente, cuando Cristina le llevó la comida a la gatita, no la pudo encontrar por ningún lado y se preocupó mucho. Le preguntó a los vecinos pero nadie la había visto. Durante el resto del día trató de encontrarla, pero todos los intentos fueron inútiles. A la tarde, cuando su hija llegó de la escuela, las dos buscaron juntas, pero nada. Fueron al parque, a las veterinarias y a muchos otros lugares, pero aparentemente la gatita había desaparecido por completo. Más tarde fue a la casa de su hermana Andrea para visitarla a ella y al gatito. Pero cuando entró por la puerta no creyó lo que vieron sus ojos. Estaba impactada y al mismo tiempo tan feliz, que sin darse cuenta comenzó a llorar de alegría. Lo que vio fue el gatito acurrucado en el sillón con su mamá que lo abrazaba. Los dos se veían muy cómodos, calentitos y, sobre todo, felices. Andrea sonrió al ver la reacción de su hermana y dijo: -Se llaman “Canela” y “Lucca”.
Fin.
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Las tres estábamos en la cocina: mi hermana y yo sentadas a la mesa frente a las tazas humeantes de chocolate caliente, cada una de ellas con nuestros respectivos nombres en sobre relieve, en las que se podía diferenciar “Mía”, en la de los lunares fucsias de “Clara”, en la de los turquesas. Entonces surgía como tantas otras veces el chiste que resultaba el leitmotiv de esos disfrutes de merienda: “No agarres esta taza que es mía”. A lo cual yo contestaba: “Todavía no sé leer, pero aunque diga “Mía” yo sé que es tuya”. Y de ahí en más brotaban las clásicas risas de los comentarios tan previsibles que seguían. Mamá acababa de decorar la torta mariká que hacía más de una hora había sacado del horno, y la puso en una bandeja sobre el mantel blanco. Nosotras esperábamos ansiosas el momento antes del corte en porciones que ella colocaría en cada uno de los platos que nos serviría, porque esta era la única ocasión en la que se nos permitía jugar con la comida, porque teníamos muy bien aprendido que no debíamos hacerlo. El placer lúdico degustativo con la torta mariká era una excepción a la regla de los buenos modales de la educación brindada por nuestra mamá. Yo creo que era tan permisiva con esa “ceremonia de la cochinada golosa”, como la habíamos denominado con Mía, porque resultaba una experiencia especial. Era… ¡Sí! La herencia querible de un pasado preciado, cuando ella, viviendo con papá en Moscú, iba los días domingos al restaurante del Hotel Praga -nevara o no- a comprar esta riquísima torta, y luego hacían exactamente lo que no se debe: hundirle el dedo en esa mezcla de crema y chocolate de su superficie. ¡MARIKÁ! ¡Todo un referente de la pastelería checa! Esta receta, junto con la de otras tantas ricuras, está guardada en un libro, artesanalmente decorado por ella, que encierra ese halo mágico de todo lo que está envuelto por historias, olores y sabores. Aparte de un antiguo álbum de fotos, este bonito libro fue -entre tanta literatura infantil- también de los grandes compañeros durante esos días de convalecencia, en los que se atraviesan las típicas enfermedades de la infancia de las que casi ninguno escapa. ¡A VER! ¿QUIÉN se salvó de las eruptivas? A mencionar varicela, rubiola o sarampión, por las que le pedís a tu perro que se ponga guantes para rascarte a cuatro patas ¿QUIÉN, EH…? O de aquellas más complicadas como las paperas, cuando te comienzan a aparecer unas… bolsas de papas que pesan y duelen mucho, a ambos lados de la garganta, y si te prestan un espejo ves reflejado en él a “Quesita”, tu mascota hámster. Y resulta que no… ¡no es ella, sos VOS!, incapaz de reconocerte. ¡Sí, sí! Todo muy bien, pero de pronto mamá nos dijo: -Saben, chicas, que al final la ida a Bariloche en vacaciones de invierno este año no va a poder ser porque está cayendo mucha ceniza del volcán Puyehue. Así que… nos quedaremos en nuestra ciudad, que ofrece muchísimas propuestas para salir y pasarla muy bien también. Eso sí, organicemos con tiempo qué vamos a hacer en estos días, porque tendré que ir un par de horas al trabajo, pero igual a las cuatro de la tarde me libero para acompañarlas a ustedes. Al día siguiente nos levantamos temprano porque estamos acostumbradas al horario de colegio. Mía se fue a la compu, en la cual pasa horas escribiendo (cuando sea
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grande quiere ser escritora), y yo me fui a la piecita del fondo donde está el antiguo ropero provenzal de la abuela, en el que conservamos su ropa de cama. Saqué todas las sábanas blancas y las desplegué en mi pieza. De pronto se creó un paisaje invernal. La blancura de la nieve estaba por todos lados y con almohadones hice las colinas y montañas: “¡Guau… esto es Bariloche!”. Junté todas las bufandas de la casa y armé, con mis buzos y los de Mía, las aerosillas para llegar a la cima del Cerro Catedral. Todas ellas colgaban del largo artefacto de luz dicroica que hay en mi pieza, y sentadas -aparte de nosotras- subían en fila unas tras otras mis muñecas queridas equipadas con sus conjuntos para la nieve. Los esquíes de mi hermana, que desde hace años cuelgan con clavos de una de las paredes de la pieza, provocaron un real escándalo. Yo quería llevarlos a la Fantástica Bariloche, pero al agarrarlos me enganché el pulover blanco de lana nuevo, y se me hizo un agujero gigante. “¡Qué va a decir mamá! ¡Lo compró para el viaje al sur!”, pensé. Sabía que había gastado bastante plata en él y me ponía súper triste haberlo arruinado. Ella llegó a las ocho de la noche con pizza y empanadas, ya que se había hecho bastante tarde para preparar algo de cena en casa. Yo no me animé a contarle nada del pulover porque la noté cansada y no quise molestarla. Además ni lo vio, porque había quedado en la silla de mi pieza. A la mañana siguiente me despertó algo que no era ni el reloj, ni mamá, sino un ¡baaahhh…! Me levanté extrañada, no sabía de dónde venía ese sonido. En realidad no era un sonido, sino el balido de una ovejita blanca sentada en la silla donde había dejado el pulover la noche anterior. No estaba por ningún lado y… ¡el agujero, menos! ¡MISTERIO! Me acerqué despacio a la ovejita y la alcé. En voz muy baja le pregunté para no asustarla: “¿Cómo te llamás y por dónde entraste?”. Ella me contestó con un “¡baaahhh...!”, tan ovejuno, tan claro…, tan perfectamente traducible: -Yo soy Lorelei –dijo-. Nos conocimos ayer en el Cerro Catedral, cuando esquiando me viste tratando de salir del pozo con ceniza en el que había caído y me socorriste. ¡Sí! Con mamá y Mía estuvimos estas vacaciones de invierno en el sur, en una ciudad que se llama Bariloche, y aunque no pudimos ir a todos lados por las consecuencias del despertar de un volcán, rescatamos a una ovejita que es nuestra nueva y querida mascota.
Fin.
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Para Daniel (De Mate con Leche) Y Su Valija
Había una vez un hombre que todas las tardes sacaba a pasear una valija. Este señor aparecía como por arte de magia en lugares donde había chicos y árboles. La gente lo miraba con asombro, porque aparte de la valija, siempre llevaba puesto un sombrero gigante. Todos se preguntaban: –¿Qué llevará? –¿Por qué camina con tanta alegría? –¡Para mí que es un marciano! –decía Doña Pepa–. –Ah, claro, por eso usa el sombrero gigante. –¡Es para tapar las antenas! –dijo Doña Rosa. Se comentaba que buscaba a los chicos y a los árboles, porque de esa forma se mantenía joven. –¡Seguro que es eso! Con razón anda tan contento. La gente se acercaba con curiosidad. En ese momento, el hombre sacó un hilo y comenzó a marcar el territorio. Todos pensaban: ¿Qué pasara? ¿Por qué encierra el lugar? ¡Seguro que ahí bajará la nave espacial! Otros decían: “¡Noo, peor! Todos explotaremos y desapareceremos menos él y su valija”. Y en ese momento sucedió lo inesperado: el hombre de la gran sonrisa se preparó para abrir la valija. –¡Noooo! –gritaron algunos tapándose la cabeza, porque decían que cuando abría la valija salían monstruos gigantes y dinosaurios; o peor, extraterrestres, que seguramente fueran amigos de él–. Y en ese momento se produjo la magia: se abrió la valija. ¿Y saben una cosa? La gente tenía razón. Aparecieron extraterrestres, dinosaurios, monstruos, animales y un montón de historias escritas y dibujadas en libros de cuentos. Sí, el hombre de la gran sonrisa y del sombrero gigante no era más que el paseador de historias, que con su valija despertaba la fantasía y la imaginación de grandes y chicos.
Fin. 36
El abuelo era eso para ella: unas cuantas fotos; unas cuantas anécdotas relatadas una y otra vez por su madre, su tía y su abuela; algunos recuerdos propios, algo difusos; y otros recuerdos de segunda mano, esos de los que no se sabe con seguridad si remiten a vivencias propias o ajenas. Es que sucede que la misma anécdota se oye tantas veces, que el recuerdo de otro se nos presenta tan vívidamente que prende en nosotros de tal modo que adquiere ese confuso estatuto de realidad mezclada con ficción. Historias reales y ficticias. Recuerdos propios y recuerdos prestados. Pero sobre todo, historias. Historias contadas. Capacidad narrativa notable aquella. Destreza aprendida en ningún lugar la de relatar historias, pequeñas anécdotas en apariencia insignificantes que con los años se convierten en la historia preferida... Auténticos narradores los que convierten una simple historia de vida en un maravilloso relato.
El abuelo era una frase que regresaba cada tanto como un eco lejano: “No quiero oír ni el zumbido de una mosca”, dicha al irse a dormir la siesta, luego de entregar a cada una lo que él llamaba la “propina”. El abuelo era unos míticos ojos celestes, nunca heredados por ningún integrante de la familia pero que, ante cada nacimiento, amenazaban con reaparecer. No aparecían, pero esa ausencia los volvía más presentes que nunca. El abuelo era un Renault 6, celeste también. Nuevo en aquel entonces, bastante viejo ahora, en cuyo interior un imán de la Virgen de Luján, colocado por él mismo, velaba por la intrépida conductora. Era ese mismo automóvil, guardado por él en la cochera, precavido hasta la exasperación, la mismísima tarde en que murió. 37
Era la escena final de su muerte y el último diálogo con su hija pidiéndole que “vaya nomás con sus nenas”. Era la increíble, pero real historia (digna de una novela de aventuras) de la huída de la guerra civil viajando como polizón, pero comiendo en primera clase gracias a la amistad que había trabado con el cocinero del barco. Era la llegada a Argentina y el año y medio pasado en prisión aprendiendo todos los juegos de mesa inimaginables. Era esa elección, la de preferir aquella falta de libertad previsible, pero temporaria, al horror y al hambre de la posguerra. Era la historia tristísima de su padre muerto de un balazo el día en que cumplía nueve años. Era el refugio (terrorífico al principio, rutinario y divertido después) en la estación del subterráneo durante los bombardeos en Madrid. Era también unas rodillas gastadas y falladas de tanto caminar en aquellos años de pleno crecimiento. Era el haberse callado su dolorosa enfermedad, descubierta más tarde por su hija gracias a una tarea de espionaje digna de Sherlock Holmes, y la grandeza que ese gesto implicaba. El abuelo era todo eso entonces. En parte recuerdos reales, propios; en parte recuerdos ajenos, inventados. El abuelo era hipérbole y paradoja. Hipérbole porque representaba ese “gran relato de viaje” que, en su imaginación infantil, se presentaba semejante al de los grandes conquistadores europeos. Y era paradoja porque era ese gran relato, pero también era frases sueltas, palabras, detalles, mínimos gestos. La otra extraña paradoja que el abuelo encarnaba era que, hecho de fragmentos, construido a partir de trozos de imágenes y discursos, constituía lo más íntegro que ella había conocido, o que creía haber conocido hasta el momento; lo más entero. El abuelo era eso. Era pasado y presente, y ahora futuro. El abuelo era realidad, claro, pero una realidad hecha de pequeñas ficciones.
Fin. 38
Mitos y Leyendas Los cuentos que se encuentran a continuación son producto del trabajo de los alumnos de 2° año A ES del Colegio San Ladislao junto a la profesora María Fernanda Lemos, en la asignatura Prácticas del Lenguaje
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Antes de la llegada de los españoles, en la zona del actual México, había un hombre llamado Jaguaré. Este era un guerrero azteca muy fuerte y valiente. Jaguaré era el jefe de la tribu. Los aztecas tenían una historia que decía que cuando las aguas del Océano Pacífico crecieran y avanzaran, ellos debían migrar hacia el sur. Un día, mientras Jaguaré y los otros guerreros iban de caza, se encontraron con que la mitad del bosque estaba inundado. Los aztecas migraron hacia el sur donde se encontraron con los mayas. Entonces comenzó una batalla. Jaguaré peleó con valentía, pero los mayas eran superiores. Jaguaré tuvo que huir junto con otros guerreros. Escaparon y llegaron a una selva, donde encontraron una choza. Dentro de ella había un hechicero que le dijo a Jaguaré que si quería salvar a su pueblo debía pasar dos pruebas. La primera, derrotar al jefe de la manada de leopardos que habitaba esa selva y quedarse con su piel. Así dijo el hechicero y así Jaguaré lo hizo. La otra cosa que debía hacer era la prueba de Anarexo (dios azteca), que decía que el que intentara lograr su desafío debía llegar al árbol más alto de la selva y subir hasta el punto más alto de ese árbol, apoyando el cuerpo en sus dos manos y pies. Jaguaré logró hacer el reto y luego de eso, él y sus compañeros se comenzaron a convertir en animales con piel amarilla y manchas negras, parecidos a los leopardos (por la piel que había conseguido) solo que eran más grandes y más fuertes. Así los aztecas ganaron la guerra. A estos animales, los aztecas, los llamaron los jaguares, en honor a su jefe desaparecido.
Fin.
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En un pueblecito habitaba un hombre de nombre Protenas, él era muy bondadoso y los habitantes del pueblo lo querían mucho. En su cumpleaños número 27 hubo un regalo en especial que lo sorprendió. Un ángel le regaló 10 corceles blancos que eran hermosos. Él los contemplaba con orgullo y una noche, antes de dormir, se le ocurrió pensar por qué no había corceles negros. Grande fue su sorpresa cuando entre sueños una voz le contestó: el amor hace milagros. Una mañana muy linda notó que uno de sus corceles ya no estaba, sus huellas se introducían en el interior del bosque. Protenas lo buscó y lo buscó pero no lo halló. Pasaron varios días y Protenas se entristeció mucho pues era evidente que su corcel se había perdido. Los aldeanos se compadecieron de su dolor y lo ayudaron a buscar su corcel, pero tampoco lo hallaron. Una mañana, un pastor que buscaba una de sus ovejas, encontró al corcel atascado en un pantano, y, sin dudarlo, llevó la noticia a la aldea. Imediatamente Protenas corrió en auxilio de su amado corcel. Al llegar al lugar, lo sacó del pantano, y al limpiar su hermosa piel blanca se llevó una enorme sorpresa, ya que debajo de esa densa sábana de lodo había una nueva piel. Ahora era totalmente negra. Protenas lloró de emoción y alegría, y comprendió las palabras de aquella voz: ¡¡¡¡¡¡El amor hace milagros!!!!!
Fin. 42
En el pueblo de Okinawa, en el siglo V vivía un hombre llamado Fix, considerado buen artesano y diestro con la espada. En uno de sus viajes por la aldea consiguió un libro de hechizos que cambiaría su vida. Descubrió en él un hechizo que le permitía convertirse en un felino naranja con rayas negras muy poderoso y salvaje; cada noche se alejaba de su esposa y se internaba en la selva o asustaba a todos en la aldea. Era tan grande su pasión por ese libro de hechizos que no había ni una noche en la que saliese transformándose en tigre para recorrer tras recitar sus palabras. Sin embargo, no era lo mismo lo que sentía su esposa quien noche tras noche veía crecer su preocupación por la pasión de su marido. Una noche, justo en el instante en que Fix se había transformado en tigre, su esposa observó el lugar donde depositaba el extraño libro y aprovechando su ausencia, lo lanzó al fuego convirtiéndolo en cenizas. Fix nunca pudo recuperar el hechizo que necesitaba para volver a ser humano. Es así que nació el tigre.
Fin. 43
Eran tiempos muy duros para María, su pueblo estaba en plena guerra, Su madre, Dorina, tuvo que hacerse cargo de mantener a su familia porque su esposo y su hijo mayor se habían ido a luchar por su pueblo. María era una chica muy dulce, pero indefensa. Un día, cuando se fue a recolectar flores y rezarle al Dios del bosque, Khetan, (su actividad favorita); los invasores “Mechas” entraron a su casa y asesinaron a su madre. Al volver a su casa, María encontró a Dorina muerta en el suelo y salió corriendo. Sola e indefensa, se fue a llorar al bosque, con sus únicas amigas, las flores. Por fin María consiguió el sueño. Khetan apareció en él y le dijo: “María, soy el Dios Khetan con el que te comunicas todas las tardes. Yo y mis amigas las flores vamos a estar aquí para ti.” Cuando Khetan terminó de hablar, María se despertó y se dio cuenta de que ya la habían rodeado los invasores. No podía hacer nada, eran muchos y tenían toda la intención de matarla. Los Mechas estaban a punto de dispararle pero el Dios Khetan, que la observaba atentamente, la convirtió en una rosa. Al querer agarrarla, un invasor, le crecieron espinas, y al ver que era solo una flor la dejaron allí en el suelo. Y así fue como nació la Rosa, la primera flor con espinas.
Fin.
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Pumpen era un guerrero, hijo del cacique de uno de los mejores pueblos Incas del este del Perú. Era valiente, veloz y hermoso. Por eso a todos les llamaba la atención que con sus 21 años no tuviese esposa ni hijos, pero él decía que algún día encontraría a su amor. Pumpen, por sobre todas las cosas, tenia unos ojos extraordinarios, es decir, que se tornaban del color del día: si estaba soleado sus ojos eran celestes, si estaba nublado eran grises y si era de noche eran negros. Cierto día, Pumpen empezó sus actividades diarias cazando animales para la comida de su pueblo, cuando su mirada chocó contra una bellísima mujer que estaba recolectando frutos. Joani era una mujer hermosa de piel blanca como la nieve y ojos cafés, ni bien lo vio, se quedó paralizada por sus hermosos ojos. Conocía a Pumpen ya que en varias ocasiones su pueblo había peleado contra el de él pero, al verlo fijamente, se había quedado atontada por su bello rostro. Tal fue su impacto, que dejó caer su canasta con frutos. Pumpen, que no dejaba de mirarla no dudó en ayudarla a juntar todo nuevamente. Ella, agradecida, le ofreció juntar frutos para él, ya que veía que su suerte con la cacería no era nada buena. Se quedaron hasta el anochecer recolectando y conversando, cuando Pumpen la tomó de las manos y le dijo que deseaba verla de nuevo, en cualquier lugar. La besó y se fue. Al día siguiente, Pumpen volvió a buscarla. Se reencontraron en el río donde habían acordado verse y conversaron hasta el cansancio, cuando vieron que del otro lado el padre de Joani los estaba mirando. Alterado por la situación, agarró a su hija, la llevó a su pueblo y le prohibió volver a ver a Pumpen. Desconsolada corrió hasta el pueblo de su amado, le contó todo y juntos decidieron escapar. De la mano huyeron y se ocultaron en un árbol, pero el padre de Joani, que noto su ausencia, envío a sus guerreros a buscarla. Fue así que mientras Pumpen cazaba, los guerreros se la llevaron de nuevo a su pueblo y, como su padre pensaba que Joani había sido secuestrada, mandó a quemar la aldea de Pumpen. Los guerreros obedecieron y esa misma noche prendieron fuego todo su pueblo. Sin embargo, Pumpen, envuelto en llamas, no sentía el dolor sino que estaba empezando a transformarse en un monstruo de cuatro patas, peludo y con filosos dientes. Este sin notar su transformación fue en busca de su amada. Al verla, ella lo reconoció sin dificultad ya que sus ojos seguían siendo tan relucientes como de costumbre. Escaparon al río donde allí Pumpen vio su reflejo en el agua. Asustado de si mismo pensó en escapar pero ella lo detuvo y le indicó que ella seguiría a su lado sin importar su forma. Pumpen seguía tan triste por su transformación que esa noche no logró dormir, pero tras pensar una solución a lo largo de la noche junto a Joani, llegó a una conclusión.
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A la mañana siguiente se la explicó a Joani. Ella un poco desconfiada pero a su vez feliz decidió ceder y probar. La idea era que si Pumpen no había sido quemado por el fuego, sino que fue transformado, ella podía sufrir lo mismo. Así que Pumpen empezó a quemar su hermoso cuerpo pero luego de un instante de observar, ambos se dieron cuanta de que este milagro con ella no funcionaba y su cuerpo empezaba a quemarse. Ya no había vuelta atrás. Al cabo de un rato, Joani quedó totalmente quemada y Pumpen con el alma más dolorida que nunca concluyó que ella, por más hermosa que sea, no era el amor de su vida y habían cometido el peor error de su vida. Sin embargo Pumpen fue el primer puma de la historia.
Fin.
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Había una vez un pueblo llamado “Los Moluches’’ que estaba momentáneamente en guerra con los españoles que eran superiores a ellos. Ellos no tenían malas intenciones hacia otras sociedades. Esta guerra se ocasionó debido a que ‘’Los Moluches’’ tenían un recurso muy valioso para los españoles y más para ellos, “el Oro”, ya que lo usaban como ofrenda para los dioses. Las minas de oro del pueblo eran vigiladas por un grupo de soldados que era comandados por un general llamado ‘’Estrellato’’ que era el soldado más valiente y fuerte que guiaba a todo el pueblo. Un día, por la tarde Estrellato comentó a su pueblo que había llegado la hora de combatir a los españoles, era una decisión muy dura pero debía hacerlo y su pueblo siempre fiel no se negó a ayudarlo en esta guerra. Este combate empezó muy desigual y así terminó. Finalmente, “Los Moluches” perdieron y todo el oro se lo llevaron los españoles pero desde ese momento empezó algo muy raro, cada noche aparecían luces brillantes en el cielo. Según los españoles eran las almas de “Los Moluches”, y la más grande y brillante era la de Estrellato.
Fin.
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Keira vivía entre arena y piedras, sin libertad siquiera para caminar sola. Era el reinado de Reintes y ella era su esclava. Keira siempre quiso huir de su vida, en el desierto, de ese corrupto faraón y volar entre las estrellas del cielo. Entre sus compañeros esclavos existían historias sobre un dios: Mertón. Se decía que era muy bondadoso pero nunca estaba en el mismo lugar dos veces. Vivía en las nubes. Este concedía deseos a la persona que se lo pidiera y volvía a hacerlo luego de setenta y seis años. Keira estaba decidida, encontraría al Dios Mertón y pediría eso que tanto deseaba. Esa misma noche fue al templo del faraón para buscar al hechicero real. Pero, al entrar al palacio, dos guardias la empezaron a perseguir. El corazón de Keira latió como nunca mientras huía. Sus pies eran como el fuego y nadie podía apagarlo. Era la primera vez que hacia algo como eso. Finalmente, llegó a la habitación del hechicero. - Por favor Yalám, perdóname por esta entrada. Pero necesito su ayuda. - Te perdonaré esta vez cubriéndote del faraón. ¿Qué necesitas hija mía? - Necesito que usted, señor, haga un embrujo para llegar así a la nube del Dios Mertón. - No es sencillo, Keira. - Por favor Yalám. De verdad quiero llegar con él. En realidad, lo necesito. - De acuerdo, acompáñame afuera. Ambos fueron a las orillas del Nilo. Yalám comenzó a hacer extraños gestos y a pronunciar palabras que la joven jamás había escuchado. De repente el río comenzó a elevarse. Keira se vio reflejada en el agua cristalina. Lo que antes era el Nilo, ahora era una escalera azul y húmeda que conducía a una pequeña nube. Ella agradeció al hechicero y comenzó a ascender. Parecía que no tenía fin. Su largo pelo se mezclaba con el viento y su sonrisa, con las estrellas. Por fin llegó a destino. Se encontró allí con un gran hombre de tez blanca, durmiendo en su nube. - Mertón, lamento despertarlo. He llegado aquí en busca del deseo prometido. - Y así será. ¿Cuál es tu nombre y qué deseas? - Me llamo Keira, gran dios. Quisiera que me hagas libre, para poder volar entre las estrellas. - Si estas segura, no dudes que lo haré. Ella asintió con la cabeza. Y así dijo el dios: - Keira, ahora serás un cometa. Con la estela tan larga como tu pelo, con el color tan blanco como tu tez. Y tu espíritu libre y fiel te hará el más brillante de los cometas. Cuando desees volver tu forma humana sólo búscame y así será. Desde entonces, Keira fue feliz. Volando en el espacio. Pasados setenta y seis años ella volvió a la Tierra en busca de Mertón. Pero no lo encontró en ninguna de las nubes que revisó. Así tuvo que volver a volar, pero en su siguiente vez tampoco lo halló. Ya van treinta veces que Keira viene al mundo en busca de su forma humana. Pero lo único que ve, son nubes vacías. Actualmente ella es conocida como el cometa Halley.
Fin.
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Hace muchos años, un grupo de guerreros tenían que afrontar muchos peligros para llegar al castillo del mal que estaba situado en las nubes y liberar al dios del bien, llamado Rago. Para eso, debían encontrar el caballo alado blanco que era el único que los podía llevar y encontrar la llave que abra la puerta de donde se encontraba prisionero y encadenado el Dios Rago, y además el castillo tenia como guardián al temible dragón de fuego. Fueron recorriendo los continentes, soportando tempestades que les iba poniendo en el camino las fuerzas del mal. Siguiendo las pistas de la hechicera Cala, llegaron después de diez años al castillo del mal y pronunciando las palabras mágicas, liberaron de la maldición al dragón, y encontraron a Rago, quien gobernó por toda la eternidad y recompenso a cada unos de sus guerreros con el nombre de un planeta. Se llamaron: Tierra, Marte, Júpiter, Mercurio, Venus, Neptuno, Urano, Plutón y Saturno.
Fin.
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Hace muchísimos siglos, la Diosa de la belleza, Rosetta, estaba enamorada del Dios Eric (El Dios de la fauna). Pero este romance tenía una enemiga: La Diosa Ineas, quien pretendía casarse con él. Una tarde, Eric recogió una flor que había encontrado en el bosque y se la entregó a Rosetta simbolizando que le pedía su mano en matrimonio; Rosetta, encantada aceptó. La envidiosa Ineas, al enterarse de esto, llena de ira buscó a Rosetta que estaba en el bosque esperando a que vuelva Eric de ayudar a un grupo de manatíes y la raptó. La encerró por horas en un calabozo y Eric, como suponía que ella la había raptado, fue a rescatarla. En el calabozo Eric miró fríamente a Ineas, pero antes de que pudiera pronunciar una palabra, ella inmovilizó al Dios y dijo: - ¿Así que planeaban casarse, sin invitarme y además le has regalado una flor a ella? Ahora verán como termina su historia... – Miró el pálido rostro de Rosetta y lanzo sus poderes sobre ella diciendo palabras extrañas. La convirtió en una flor con espinas, así ni él ni nadie podrían agarrarla jamás. Eric observaba con tristeza, cómo su amada se convertía en una flor, sin poder moverse. Así nació la primera flor con espinas a la que hoy llamamos rosa.
Fin. 50
Hace muchos años, en un pueblo lejano vivía un hombre con sus dos hijos Rott y Weiler. Los niños crecieron juntos y constantemente estaban peleando, discutían y se enojaban por cualquier motivo. Si el padre acariciaba a uno el otro se ponía celoso y quería ser tratado igual. Si el padre les daba un trozo de pan, la discusión se iniciaba con cual era el trozo más grande o más pequeño. Un día el hombre del pueblo decidió pedirle ayuda al dios del fuego para resolver el conflicto. El dios del fuego le sugirió diera la responsabilidad de cuidar el pueblo del ataque de pueblos invasores. El padre, entonces, les dio armas y les dijo que custodiaran la entrada al pueblo. Comenzaron muy atentos vigilando de un lado a otro hasta que de pronto se cruzaron y se chocaron. Nuevamente se pelearon, entonces el dios del fuego lanzó una llamarada y los quemó. Se transformaron en carbones. El padre angustiado acudió al lugar, juntó las cenizas y arrepentido de lo ocurrido le pidió ayuda al dios del amor, porque verdaderamente prefería que sus hijos se sigan peleando pero tenerlos vivos. El dios del amor, al ver cuanto quería a sus hijos, transformó las cenizas en 2 perros, que a partir de ese momento no se separaron de su padre, custodiaron al pueblo y fueron compañeros inseparables. Los colores del rottweiler se deben el fuego que transformó en carbones a los chicos y su carácter de guardián que les dio el dios del fuego. De allí surgió el rottweiler.
Fin. 51
Hace mucho tiempo, en una isla desierta, vivía Elena, hija de un poderoso dios llamado Kratos (dios del viento).Elena estaba comprometida con Maison, un héroe que se caracterizaba por ser valiente y astuto. Pero otro dios llamado Shaffer (dios del fuego) estaba muy enamorado de ella y quería conquistarla. Elena vivía tranquila y sin preocupaciones en su hogar. Hasta que en día, Shaffer optó por raptarla pero, al saber que ella no estaba interesada en él, decidió asesinarla. Maison se enteró de este hecho y fue en busca de venganza. Cuando llegó a la guarida de Shaffer, se enfrentaron en una violenta batalla en la que el héroe murió. Kratos, al enterarse de la muerte de su hija y de su yerno, sintió una gran ira y quiso matar al dios. Estos se enfrentaron en una dura batalla en la que ambos murieron porque al mezclarse estos poderes, se creo una ráfaga de viento tan poderosa que los habitantes de la isla llamaron TORNADO (TOR=mezcla y NADO=fuerza). Entonces, cada vez que dos fuerzas poderosas se juntan, se forma un tornado.
Fin. 52
Eran tiempos de guerra, los bárbaros trataban de recuperar las tierras que les habían conquistado los romanos. Marco Aurelio eran en ese momento el emperador de Roma que mandó a conquistar el territorio bárbaro (de los lobanos), por lo que ellos tuvieron que escapar hacia el bosque. Su comandante era Dónovan. Todos le temían porque era sanguinario y su ejército utilizaba pieles para atacar. El pueblo quedó muy debilitado y, tras un año de planificación, el ejército de los lobanos ya estaba listo para recuperar las tierras. Los romanos estaban en guerra por lo cual no tenían todo su ejército, así que los lobanos aprovecharon para atacar. Lo lograron, pero el ejército romano se enteró con rapidez del ataque y mandaron tropas para reconquistar el territorio. Así fue que después de dos días de batalla lo lograron. Para que esto no vuelva a suceder mandaron a todos a la horca. El general, antes de que lo asesinaran, juró que se vengaría. Los dejaron en el bosque para que se los coman los animales. Después de una semana los romanos empezaron a escuchar aullidos que provenían del bosque y se atemorizaron. Una noche, fueron atacados por perros gigantes cubierto por un pelaje parecido al de los lobanos. Los perros gigantes mataron hombres, mujeres y niños romanos, pero volvieron al bosque. El obispo romano dijo que estos perros eran la venganza de los LOBOS.
Fin. 53
En un pequeño pueblo del reino de Inglaterra, a comienzos del siglo XV, vivía un artesano llamado Labrom. Él era muy pobre, pero con las monedas que ganaba ayudaba a los necesitados. Labrom era mudo, sólo emitía un sonido, como una voz con tos, seca, y áspera. Los vecinos y guardias se burlaban de él. Pero los que los conocían lo adoraban, en especial el cura del pueblo. Un día, el pueblo fue atacado por bárbaros y Labrom ayudó a esconder a los heridos en la iglesia. Pero cuando iba a rescatar a una niña atrapada debajo de un puesto de estatuillas, fue alcanzado por una flecha. Labrom se desplomó sobre el suelo emitiendo su tos áspera y seca con desesperación y preocupación. El cura lo encontró agonizando, pero cuando iba a ayudarlo, Labrom se sacudió y desprendió de sus brazos apuntando a la niña. Fue cuando el cura comprendió y al ingresar a la iglesia con la niña en brazos, los guardias cerraron las puertas y nadie más salió. Labrom murió. Cuando la batalla acabó, el cura salió primero y no encontró el cuerpo de él, pero halló una estatuilla de barro en la que aparecía un perro de apariencia amigable. Fue cuando escuchó el sonido… pero al voltear un perro de pelaje lacio y rubio fue corriendo hacia el cura y alegremente lo tumbó. Estos perros fueron llamados labradores, porque tenían la particularidad de no ladrar tanto. Son utilizados como perros de rescate y ayudantes de no videntes. Son amigos fieles de los niños. El sonido de Labrom es el ladrido del labrador.
Fin. 54
En el hemisferio sur, Argentina, antes de la llegada de los españoles, habitaba un pueblo llamado Machi. En este pueblo se encontraban muchos curadores, pero se destacaba solo uno llamado Pewen. Él tenía un romance con una artesana llamada Chiara, ellos se veían solo a la noche ya que su trabajo les impedía verse a la tarde. La familia de Pewen era muy bondadosa con él ya que su hermano, Newen, iba todos los días a su casa para ayudarlo con las tareas domésticas; cuando se quedaba en la casa o cuando estaba su mujer. Newen estaba profundamente enamorado de Chiara pero nadie lo sabía. Una noche al llegar Pewen y Chiara a su casa se encontraron con un “enmascarado”. Este ató a Pewen a una silla y secuestró a Chiara. Por suerte, al irse el secuestrador, Pewen se desató y encontró un rastro, un anillo que era muy similar al de su hermano. Con mucha desesperación Pewen comenzó a buscar, día y noche a Chiara, con el deseo de matar al secuestrador. Pewen, ya con ganas de rendirse, deseó visitar a su hermano. Cuando fue a su casa no lo encontró pero se dio cuenta que había un nota dirigida a la esposa de Newen, esta decía:”Me voy al campo de hortalizas, volveré a la noche”. Pewen con grandes esperanzas de que su hermano lo ayude en la búsqueda de Chiara fue al campo de hortalizas. Allí se encontró con el cuerpo de sui prometida, estaba muerta. Llorando y buscando explicaciones de la muerte de Chiara a Alhen, el dios de la sabiduría, corrió rápidamente hacia la casa de su hermano. Al llegar .lo encuentra a Newen llorando y rezando por Chiara, Pewen por la desesperación mata a su hermano, ya que se dio cuenta que era él el que la ha matado. Como no podía soportar haber matado a su hermano, se suicida lanzándose al río. Al morir su cuerpo se transforma en un árbol. El pueblo Machi lo llamo el árbol Pewen, y sus hojas fueron utilizadas para curar heridas, como fracturas o contusiones, ya que é era un magnifico curador y el pueblo Machi tiene el arte de curar.
Fin. 55
En un lugar de la antigua Grecia había un pueblo donde habría pronto una boda. Se casarían Dafne, la muchacha más hermosa del pueblo, y Daniel, el hombre más fuerte de todos. Este pueblo estaba en guerra con otro, así que tuvieron que casarse en Asia (este era el único lugar que no estaba en guerra). Al anochecer comenzó la boda, Dafne llevaba un hermoso vestido con flores de su color preferido, amarillas. Desde el “cielo” Giselle, la diosa de la belleza y la juventud, la observaba porque ama a Daniel y no quería que se casase con Dafne, es decir, que estaba celosa y enojada. Giselle decidió esperar un año para ver si le pasaba algo a Dafne. Al cabo de un año, Dafne y Daniel tuvieron cuatrillizos. Cuando Giselle se entero de la noticia se enojó tanto que decidió bajar de los cielos y separar a la familia. ¿Cómo lo hizo? A Dafne y a sus hijos lo convirtió en flores amarillas. Los llamaron “Lirios del día” ya que ellos estuvieron viviendo en Liria (Asia). Cuenta este mito que Dafne y sus hijos se expandieron por el mundo y que sólo se abren a la noche y a la madrugada se marchitan. ¿Qué paso con Daniel? ¿Y con Giselle? Él la rechazó, no quería tener nada con ella ya que lo había lastimado; fue por todos los pueblos, países y continentes del mundo recolectando cada lirio que encontraba a su paso. Ella, viéndolo a él como sufría decidió vagar por los cielos transformando cada persona que se moría en un lirio.
Fin. 56
En los orígenes de la vida ya habían distintas especies extraordinarias, pero la mas extraña de todas era una que se caracterizaba por su quietud y misterio, su elegancia y destreza, el dragón. Este era el reptil más vigoroso y poderoso de todos. No era fácil de observar, ya que se presentaba camuflado en la naturaleza. Como el dragón del agua oculto en las olas; el del fuego, en los rayos solares; y el del aire, en las brisas. Todo dragón posee un objetivo en la vida, todos menos uno, Aurorius. Este vivía en las penumbras de los Polos, la parte más helada del mundo. Él era blanco, de ojos grises y cola larga y ondulada. Siempre había querido lo que nunca tuvo; color, compañía, un objetivo en la vida y sobre todo, emociones. Él solo conocía una emoción: la soledad. Esta se presentaba de color blanco y frío como la nieve. Un día decidió abandonar la rutina y por el mundo buscando su objetivo. Primero, fue a lo que actualmente se conoce como China, donde se encontraba el dragón Violeta, el de la flora, que le enseñó la pasión y la tranquilidad. Segundo, fue a lo mas hondo del océano, donde se encontraba el dragón Azul, dueño de las aguas, que le enseñó la nostalgia. Tercero, viajó a las zonas volcánicas, donde el dragón Rojo le enseñó la furia. Por último, visitó al dragón Verde, padre de la vida y el mas sabio de todos, del cual aprendió la esperanza. Desde ese momento, cada solsticio de invierno, Aurorius vuela sobre los Polos pintando el cielo estrellado de magníficas luces rojas, violetas, azules y verdes, demostrando que hasta un dragón blanco tiene emociones coloridas. De ahí surgen las auroras boreales y australes pintando la soledad con vida.
Fin. 57
En los montes de Europa había un pueblo de aborígenes y allí vivía una familia con cuatro integrantes. La madre llamada Piuta estaba muy relacionada con los osos (animal que ella llamaba así porque es la mezcla de otros animales) pero en esa zona no había osos, entonces lo que hacia a la mañana es salir a buscar osos, pero no encontraba ninguno. Piuta le había inventado el nombre al animal ya que eran dos animales distintos. Después de algunos días sale de la aldea para ir a recolectar frutos por el bosque de la montaña. La familia y el dios Tupe preocupados salen a buscar a Piuta pero lo único que encuentran es su collar. Piuta despierta en los árboles y se cae pero se sujeta con sus garras, Piuta no entendía nada, ni cómo llego ahí, pero se dio cuenta que estaba llena de pelos. Se cayó del árbol y se desmayó, pero cuando despertó del fuerte golpe se dio cuenta, mirando su cara en el reflejo del agua, que era un oso. Piuta asombrada y asustada va corriendo al pueblo y allí se la quedaron mirando los aborígenes por un momento (porque era un ser raro que nunca se vio), hasta que encendieron las antorchas con fuego y la echaron (los aborígenes no sabían que era Piuta). Ella nunca se venció y siguió yendo al pueblo. Un día los habitantes estaban haciendo una fogata y de repente Piuta se convirtió en un ser humano otra vez y les contó lo que le había pasado. A partir de ese momento cada noche de luna llena Piuta se vuelve a convertir en un oso pero los habitantes ya saben que es Piuta.
Fin. 58
Hace muchísimos años, el dios Neptuno, estaba controlando los océanos como lo hacia cada semana. Un día, su hija Abisal (la princesa de las profundidades) le dijo a su padre que dentro de dos semanas, cuando el cielo se oscureciera tanto hasta parecer negro, ella saldría a la superficie para casarse con su prometido, Melanos. Su padre desconcertado por su anuncio, fue a tierra firme disfrazado de humano para conocerlo pero lo encontró con otra chica besándose. Inmediatamente, furioso, se dirigió al océano para avisarle a Abisal. Ella estaba preparando su vestido, cuando ve entrar a su padre rápidamente diciéndole tan dolorosas palabras, su hija muy tristemente le suplicó que lo matara, pero su padre, en vez de cumplir su deseo lo hizo hundir hasta el fondo del océano donde lo transformó en un horrible pez con unos dientes grandes para que no pudiera besar y una enorme boca. Además le dio una antena bioluminicente sobre su cabeza, que brotaba de su nariz en forma de caña y de color rojo. Luego se lo regaló para su cumpleaños a su hija para que la ilumine en la oscuridad, en las profundidades.
Fin.
59
Hace millones de años, en una tierra lejana, se desató una catástrofe que daría origen a una nueva y monstruosa especie. Todo era paz hasta que la diosa Terra, madre de los suelos, se enfureció debido a que le molestaban las técnicas utilizadas por los simples mortales para cultivar y decidió lanzar su furia sobre el pacífico pueblo ubicado cerca del profundo mar. Terra estaba tan molesta, que utilizó su poder para levantar cuatro inmensas paredes de sólida tierra para mantener al pueblo aislado y, finalmente, colocó sobre esas cuatro paredes un techo de roca completamente irrompible. La única forma de escapar de allí era un hoyo que quedo abierto ya que en medio de la elaboración de esa oscura y fría prisión, la diosa se había quedado sin fuerzas suficientes como para continuar; pero era imposible llegar hasta allí debido a la altura en la que se encontraba el hoyo, a menos que sea, claro, volando. Durante años, la gente que había quedado encerrada entre las cuatro paredes intentaba inútilmente hallar una salida del tenebroso lugar, pero enfermaban y morían allí debido a la falta de alimento. Entre tanto, Dionisea, diosa de los cambios o cualquier transformación de los seres vivos sobre la Tierra, observaba afligida como su especie predilecta, los humanos, se quedaba día a día sin comida, agua y casi sin esperanza de conseguir libertad. Entonces, juntó cien de los mejores vegetales, frutas y, de vez en cuando, trozos de carne para llevarles a los hombres y mujeres de ese lugar. Fue entonces que, Felicia, diosa del dolor y las muertes, notó que la gente dentro del oscuro lugar dejaba de morir y le avisó a Terra del extraño acontecimiento, a lo que la diosa respondió que habría de dejarlos aún más tiempo encerrados. Dionisea, que escuchó la conversación, comprendió que el ser humano, además de alimento y agua, necesitaban libertad y vivir en paz en un lugar apropiado. Entonces, con espíritu liberal, decidió usar todo su poder para darles la libertad: transformó los cuerpos de los humanos de ese lugar para que puedan salir y buscar su propio alimento. Les dio la apariencia de un ratón y les otorgó alas para que salieran del lugar sin dificultad. En cuanto las criaturas salieron y vieron la luz del Sol por primera vez en años, éste les hizo perder casi por completo la visión, de modo que los terroríficos animales salían a completar la libertad que no conocían sólo por la noche. Muchos pueblos les temieron, hasta los llamaron ‘’demonios voladores’’ porque los mas grandes cazaban a sus animales, pero no hay por que temerle a un pueblo oculto entre las sombras.
Fin.
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Como cierre de este trabajo, agradeceremos a los que participaron en la producción de este libro. En primer lugar están los escritores, quienes a partir de ahora y mediante este trabajo tendrán un rol importante como mediadores de la lectura. Gracias a su dedicación, voluntad y creatividad, muchos niños y niñas podrán acceder a nuevas historias y disfrutar de ellas. Por ello agradecemos a: Autoridades y profesoras del Colegio San Ladislao. Los alumnos de secundaria del Colegio San Ladislao que enviaron su cuento. La profesora Laura Rabaudi del Colegio San Ladislao por escribir un cuento para incluir en esta edición. La profesora María Fernanda Lemos y los alumnos de 2º A ES del Colegio San Ladislao por brindarnos el trabajo de los mitos y leyendas para incorporarlos a esta edición. La alumna de secundaria del Colegio Cristófolo Colombo, Francesca A. Rubini. Silvia Ferraris, voluntaria de Leamos un libro. Gabriela Faria, voluntaria de Leamos un libro. Pero además los cuentos tuvieron un maravilloso trabajo de ilustración que hay que destacar. La imagen complementa al texto y por este trabajo tan bien logrado, por su dedicación y creatividad, agradecemos a: Nicolás Losasso. (Cuentos: Errores en el tiempo, Algunas historias son reales, Cómo la vida cambia con sólo tener sed, Lata de cerveza, Margarita y el pozo) Virginia Garreta. (Cuentos: Canela y Lucca, Samuel) Lucas Terradas. (Cuentos: El hombre de la valija, Osías el paraguas amistoso) Cristina Becerra. (Cuentos: Era una estampa invernal, El abuelo, Manuel el paraguas, El hombre de la valija [seleccionada como imagen del proyecto]) Los alumnos de 2º A E.S que ya habían hecho un trabajo de ilustración previamente para los mitos y las leyendas. Para concluir, queremos dar otros agradecimientos importantes: La labor de corrección por parte de Silvina Martín. La colaboración de Elena Martín de Idealistas.org y los voluntarios que por este medio se contactaron con Leamos un libro. A los voluntarios de Leamos un libro que han ayudado en las distintas etapas de este proyecto: producción, copias, armado, evento. Un gran agradecimiento para los que ya han aportado algo a este proyecto y a los que lo harán de aquí en adelante. A los presentes y participantes del evento de presentación, así como también los que han ayudado a diagramarlo: Alejandro Acosta y Matías Prats. A Gabriela Faria, su biblioteca y amigos por colaborar con los libros y audio-libros. A Ana María Shua y Patricia Suárez –escritoras- por sus reflexiones para este libro. A las instituciones destinatarias del trabajo aquí presentado.
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Leamos un libro Daniela Rosito Titular
Grupo de Administración, Comunicación y Eventos Beatriz Gugliotti Asesoramiento, Comunicación y Eventos
Silvana Martin Corrección, Blogger
Grupo Asesor Daniela Ottolenghi Yanina Scavone Estefanía Felgueroso Matías Prats
Grupo de Trabajo Voluntarios y colaboradores
www.leamosunlibro.com.ar
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